Purificación II. Sagrada Escritura.
Se entiende por p. toda acción ritual, por la que el hombre adquiere la disposición necesaria para entrar en contacto con lo divino. Los Setenta se sirven ordinariamente del término katharismós para expresar la p., cuando traducen el hebreo tohórñh.
1. Antiguo Testamento. Importancia en Israel. La p.
alcanzó en el pueblo hebreo un relieve especial, debido a su relación íntima con
Dios. La reglamentación sobre lo puro e impuro se inserta en la Ley, como una
exigencia de Yahwéh. Y merece, por lo mismo, la obediencia que pide todo
precepto divino (cfr. Ez 18,6-9; 1 Sam 14,33). El carácter personal de Yahwéh,
su santidad absoluta, es la razón última de las leyes de p. (Lev 11, 44-45;
19,2; 21,6.8.23; 22,32). Todo lo que está en conexión con Yahwéh ha de gozar de
una pureza extrema: el Templo con su culto; el pueblo, como propiedad de Yahwéh
(Dt 14,2-21) y, por ende, comunidad santa (Lev 11,44-45; 19,2 ss.; 20,7); la
misma tierra, santificada por la presencia de Dios (Os 8,1; 9,15; Zach 9,8; Ier
12,7). En cambio, es impuro todo lo extranjero o incircunciso (Am 7,17; Os 9,3;
Is 52,11). Por ello, el botín de guerra era rigurosamente purificado (Num
31,19-24). Y constituía una fuente especial de impureza todo lo que se hallaba,
de alguna forma, ligado al culto idolátrico.
La pureza ritual y la moral no siempre van de acuerdo. Una acción moralmente
buena puede producir impureza legal. Enterrar a los muertos, p. ej., que es un
acto de piedad para con los parientes y, en todo caso, una obra de caridad (Tob
2,4-8; 12,12), mancha a quienes lo ejecutan (Lev 21,1-4; Num 19,11-13; Ez
44,2527; cte.). Otro tanto se puede decir de la maternidad.
Para la mujer hebrea la fecundidad es un honor y la esterilidad un oprobio (1
Sam 1,6). Pero cada maternidad queda sellada con la impureza legal en la
concepción y en el alumbramiento (Lev 12; 15-18).
La impureza descalifica para participar en el culto. Sólo al puro le está
permitido entrar en contacto con lo santo (Ex 19,10-11.14-15; Is 6,5 ss.). Al
impuro le está prohibido el acceso al Templo (Lev 12,4). No puede comer carne de
las víctimas sagradas bajo pena de excomunión (Lev 7,21). Realizar en estado de
impureza un acto que requiere la limpieza es una falta grave, que se castiga, a
veces con la muerte (Lev 22,3). En ocasiones deben tomarse para con las cosas
santas las mismas precauciones que para con las impuras (cfr. Lev 6,18-21;
11,31-33 y 15,12). El motivo de temor ante lo sagrado es el respeto ante la
santidad de Dios.
Las leyes de la impureza. Codificadas en el Levítico (v.), pueden sintetizarse
en los apartados siguientes:a) Impurezas relacionadas con la vida sexual. Todo
lo que concierne a la reproducción es considerado como causa de impureza, por su
carácter sagrado, como origen de la vida. El acto matrimonial, legítimo en sí
mismo, mancha a los esposos (Lev 15,18). Igualmente, tanto el hombre como la
mujer contraen impureza en todo fenómeno sexual de orden natural: polución
nocturna (Lev 15,16; Dt 23,11), menstruación (Lev 15,19) y alumbramiento (Lev
12). Se trata de una pérdida de vitalidad, que debe repararse mediante ciertos
ritos para entrar de nuevo en comunión con Dios, fuente de la vida.
La continencia sexual era una ley religiosa de la guerra (Dt 23,10-11; 1 Sam
21,6; 2 Sam 11,11), ya que la guerra era una función sagrada, en la que
participaba Yahwéh (Ex 17,16; ldc 5,4-5.13.23).
b) Impurezas debidas a los alimentos. Las causas que determinan la clasificación
de los animales en puros e impuros son diversas: como impuros son tratados los
que tenían alguna significación cúltica en las religiones de otros pueblos, así
el cerdo, el perro y el caballo (Lev 11,3-7; 2 Reg 23,11; Is 66,3); otros son
impuros por razón de higiene o de gusto, o porque producían en el hombre una
repugnancia innata, y se creía que desagradaban a Dios (Lev 11,29-30). La razón
de ser de la impureza de algunos animales se desconoce.
Sólo los animales puros pueden servir de alimento al pueblo santo (Lev 11; Dt
14,3-21). Pero, se debe estar atento a no comer la sangre de los animales (Lev
17,12; Dt 12,16.23), porque la sangre es la sede de la vida (Lev 17,11) o la
misma vida (Lev 17,14; D1 12,23), y ésta es propiedad de sólo Dios.
Es impura la comida de los extranjeros (Tob 1,11; Idt 12,2; Dan 1,8-12; Ez
4,13). Los frutos de la tierra de Canaán son tenidos como impuros los tres
primeros años; el cuarto se consagran al Señor, y, así, quedan purificados (Lev
19,23-25).
c) Impurezas conectadas con la muerte. Las prescripciones evolucionan ahora en
extensión y severidad. El contacto con los cadáveres no siempre fue considerado
como causa de impureza. Al principio, no se habla de la impureza debida al
contacto y comida de animales muertos (Ex 21,33-36; cfr. Lev
11,24-25.27-28.39-40; cte.). Las tumbas reales se encuentran en la ciudad santa,
cerca del Templo (1 Reg 2,10; cfr. Ez 43,7). José besa el cadáver de su padre
(Gen 50,1). Y Samuel es enterrado en su casa (1 Sam 25,1 ; cfr. 1 Reg 2,34). Más
tarde, todo cadáver exhala impureza (Num 19,11; Ag 2,13). El cadáver mancha la
estancia, todo recipiente que se halle en ella al descubierto y toda persona que
penetra en la casa (Num 19,14-15). Idéntica impureza contrae el que toca, en el
campo o en la guerra, huesos humanos, un sepulcro o un muerto (Num 19,16;
31,19-20). A los sacerdotes se les permitía mancharse sólo con los cadáveres de
sus parientes más próximos (Lev 21,1-4; Ez 44,25-27). Pero al sumo sacerdote le
estaba prohibido hasta el contacto del cadáver de sus padres (Lev 21,11).
La severidad constatada se puede deber a una reacción contra el culto de los
muertos (Dt 26,14) y contra las costumbres de duelo existentes en otros pueblos
(Lev 19,28; Dt 14,1-2). También se puede atribuir al hecho de considerar la
muerte como incompatible con la virtud vivificante de Yahwéh.
d) Impurezas anejas a la lepra. Los antiguos tenían una idea imprecisa de la
lepra. Para los hebreos esta enfermedad comprendía también diversas afecciones
cutáneas (Lev 13,1-44). A la lepra se equiparaba la corrosión de los vestidos
(Lev 13,47-59) y el enmohecimiento de los muros de las casas (Lev 14,33-53). El
diagnóstico de la misma correspondía al sacerdote.
Al leproso se le excluía de la comunidad, como impuro (Lev 13,46; 2 Reg 7,3),
hasta tanto la enfermedad desaparecía. Los vestidos del leproso debían ser
quemados (Lev 13,52). Y las casas que habitaron debían ser demolidas, y sus
escombros llevados fuera de la ciudad a un lugar impuro (Lev 14,45).
Los ritos de purificación. Varían según las causas que motivaron la impureza. En
general, las impurezas de un día de duración desaparecían por sí solas. Un
simple baño y el lavado de los vestidos bastaban para quedar limpios de muchas
otras impurezas (Lev 14,6-9; 15,5 ss.; Num 19,7 ss.; etc.). En determinados
casos, la p. importaba un sacrificio expiatorio (Lev 12,6-8; 14,10-13; Num
8,6-22). La p. de todo pueblo se verificaba en la fiesta anual del Día de las
Expiaciones (Lev 16).
Los objetos de cerámica que contraían impureza debían romperse. Los de metal
eran frotados y, después, purificados con agua (Lev 15,12; Num 31,20 ss.).
Finalidad de la purificación. Lo que se pretendía con el complicado sistema
legal de las impurezas y sus correspondientes formas de p. era establecer entre
el pueblo de Dios y los pueblos extranjeros una fuerte barrera, que preservara a
aquél de contaminaciones idolátricas y elevara su nivel moral (Lev 20,16; Tob
1,11-12; Dan 1,8.12). No faltaron en el pueblo de Dios quienes, en tiempo de
persecución, sellaron con su sangre su fidelidad a las leyes de la pureza (2
Mach 6,18-31; 7), consideradas como «santa legislación establecida por el mismo
Dios» (2 Mach 6,23).
Pero la preocupación exagerada por la pureza ritual desembocó en un formalismo
ridículo, acompañado con frecuencia de una lamentable despreocupación por la
pureza interna o moral.
Reacción contra el formalismo legal. Los profetas enseñan que Dios reclama, ante
todo, la práctica del amor, de la justicia y de la humildad para presentarse
dignamente ante Él y participar en el culto. Se rebelan contra el ritualismo
ajeno a todo cuidado moral. Es la p. del corazón y de los labios, la limpieza de
pecado e iniquidad, lo que pide el Señor (Os 6,6; Am 4,4-5; Mich 6,6-8; Ier
7,23-24; Is 1,15-17; 6, 5-7; etc.). Según Ez 11,19-20 y 36,25-36 vendrá un
tiempo en que Yahwéh derramará un agua que purificará a su pueblo de todas las
manchas y pecados. Será la era de la renovación interior, en que el Espíritu de
Dios hará germinar frutos de justicia y santidad en los corazones nuevos de los
hombres.
Los maestros de la Sabiduría (v. BIBLIA IV e) no mencionan la p. ritual. Siguen
en la línea trazada por los profetas, subrayando el aspecto moral de la pureza.
Lo que interesa es que la conducta sea irreprochable a los ojos de Yahwéh (lob
11,4). Al hombre le mancha el mal y la injusticia (lob 11,14-17).
Para los salmistas el requisito previo para entrar debidamente en el santuario
del Señor es la disposición del corazón, que supone el amor al prójimo y la
justicia, la inocencia de las manos y la pureza de corazón (Ps 15; 24,3-4). La
p. del corazón es obra de sólo Dios. Es una acción creadora, que hay que
impetrar del Señor (Ps 51,12).
2. Nuevo Testamento. Ante la actitud formalista de
los fariseos (v.), siempre atentos a la p. ritual, mientras pasaban por alto los
preceptos más sagrados de la Ley, tales como la justicia y la misericordia,
Jesús reaccionó con duras recriminaciones, haciendo resaltar el aspecto interno
de la p. (Mt 23,23-27; Le 11,38-42). En ocasiones, con divina pedagogía, se
acomodaba a la mentalidad de su pueblo, fuertemente enraizado en la práctica de
la p. legal. Por eso ordenó al leproso el cumplimiento del rito de p. (Me
1,43-44). Pero, llegado el momento, formula su principio fundamental: mancha al
hombre lo que proviene del corazón, no lo que entra por la boca (Me 7,1-23 y
par.). Impuro, por consiguiente, es todo lo que encierra pecado. Y la impureza
moral es la única que importa evitar. Al hombre internamente impuro no le
devuelven la limpieza los simples ritos externos. La p. del corazón es efecto de
la palabra del Señor (lo 13,10-11; 15,3); palabra eficaz, que da la vida divina
a los que creen en el Hijo de Dios (lo 5,24; 6,63; 8,51). Sólo los que se hallen
en posesión de un corazón puro lograrán ver a Dios (Mt 5,8).
El aspecto ritual de la p. siguió pesando sobre los Apóstoles. Fue precisa una
revelación divina para que Pedro abandonara sus escrúpulos judaicos y
reconociese que el cuerpo incircunciso y legalmente impuro de un gentil podía
contener un corazón puro, como resultado de su fe en Dios (Act 10,14.15.28;
15,9). Sólo entonces vio claro Pedro que la p. es obra exclusiva de Dios, que no
tiene en cuenta la disposición legal del sujeto (15,9). La experiencia resultó
una lección elocuente, que surtiría efecto en los demás discípulos (11,1-18).
Nada es puro para los que están manchados y no tienen fe (Tit 1,15). Así
interpreta S. Pablo, gran promotor de la p. interior, el principio enunciado por
Cristo. Si «todo lo que Dios ha creado es bueno» (1 Tim 4,4) y la p. del corazón
es obra suya, « ¡no va a destruir la obra de Dios un alimento!» (Rom 14,20). Por
tanto, para el cristiano, purificado con la sangre de Cristo (Tit 2,14; Heb 9,13
ss.; cfr. 1 lo 1,7.9; Apc 7,14) en el Bautismo (Eph 5,26; cfr. 1 Pet 3,21),
«nada hay impuro en sí» (Rom 14,14). Las leyes de la p. ritual no eran más que
preceptos pasajeros, dados en vista de la incapacidad humana en la antigua
economía (Col 2,20-22), de los que nos ha liberado Cristo (Gal 5,1).
V. t.: EXPIACIÓN I; BAUTISMO I y II; CONVERSIÓN I; LEVÍTICO.
M. MÁRQUEZ RENTERO.
BIBL.: C. WAU, Purificación, en Enc. Bibl.
V,1353-1356; F. FERNÁNDEZ, Pureza, ib. V,1349-1352; H. LESÉTRE, Purificación, en
DB (Suppl.) 5,879-880; P. VAN IMSCHOOT, Teología del Antiguo Testamento, Madrid
1969, 520-531, 576-589; F. SPADAFORA, Pureza legal, en Diccionario Bíblico, dir.
F. SPADAFORA, Barcelona 1959, 487; J. BONSIRVEN, Le judaisme palestinienne au
temps de lésus-Christ, II, París 1935, 181 ss.; M.-J. LAGRANOE, Études sur les
Religions Sémitiques, 2 ed. París 1903, 141-157.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991