1. El profetismo fuera de Israel. Hablan hoy los investigadores de una
especie de «profetismo» en diversos pueblos de la antigüedad,
particularmente los circunvecinos de Israel, e incluso de las influencias,
de forma externa aunque no de fondo, que en algún grado y época ese
fenómeno religioso y cultural pudo ejercer en determinados aspectos
institucionales de Israel (y, viceversa, podría hablarse de la posible
influencia de Israel en esos otros pueblos y en sus fenómenos llamados
proféticos). El estudioso de las religiones encuentra fenómenos repetidos
que se califican como profetismo, desde las antiguas religiones semíticas
hasta las vigentes en nuestros días. En pura fenomenología religiosa
externa el caso de Israel se podría encuadrar, pues, al menos
aparentemente, en el mundo de las manifestaciones mánticas, que existen
también en otras religiones.
Sin embargo, es clara y manifiesta la distinción entre el nivel
sobrenatural en que aparecen situados los profetas bíblicos, como
delegados y portavoces de Yahwéh ante su pueblo (v. I y II), y la
fenomenología inherente a los llamados profetismos institucionales del
antiguo Próximo Oriente. En efecto, se ha exagerado el concepto de profeta
al afirmar demasiado rotundamente que su aparición se da en todos los
pueblos antiguos y es una manifestación propia de los tiempos heroicos, e
incluso hoy día de las tribus o colectividades que no han rebasado el
estadio de una cultura primitiva. Sobre todo se señala como fenómeno
característico de los pueblos semitas (v.) y, entre éstos, de los más
contiguos a Israel. Pero el profeta auténtico de la Biblia ostenta unas
características que le distinguen netamente de cualquiera de los tipos de
agorero, augur, arúspice, mago, brujo, hechicero, adivino en sus múltiples
formas o mancias, astrólogo, pitonisa y hasta el simple sacerdote de los
pueblos de la antigüedad o tribus salvajes de todos los tiempos (V.
ADIVINACIÓN; ASTROLOGÍA; ESPIRITISMO; HADO; MAGIA; ORÁCULO; SUEÑOS;
TEURGIA). Respecto a las relaciones entre el profeta y el sacerdote (v.
SACERDOCIO I-II), nótese que los mismos sacerdotes hebreos eran los
ordenadores de los oráculos mediante el sistema de Urim we-Tummin, y, sin
embargo, jamás se les adjudicó, por ese simple hecho, la consideración de
profetas, por más que el término kohén, pansemítico, de oscura
etimologíaen su raíz, designe en su correspondiente del antiguo árabe,
kahin, al adivino (v. I, 3c).
Hay que reconocer, cualquiera que sea el valor atribuible a esos
diversos fenómenos cultuales y culturales, que en esos pueblos de la
remota antigüedad, los magos, adivinos, hechiceros y castas sacerdotales,
depositarios de la sabiduría alcanzada y conocedores de reales o aparentes
poderes de la naturaleza, representan una aristocracia aureolada de
prestigio casi sobrenatural: la conjunción de la magia y el poder, la
sabiduría y el valimiento ante los reyes coloca a esos hombres en posición
privilegiada frente a la ignorancia de la masa popular.
Un argumento que pudiera justificar en algún aspecto, aparte de
otras razones históricas y circunstancias, la comparación entre los
profetas de Israel y los así llamados en otros pueblos extraños es el
designar, en el texto sagrado, con el mismo término nabi' a ciertos
personajes no israelitas que intervienen en la historia del pueblo de
Dios. Pero tal denominación se les aplica en el sentido lato de «adivino»,
como claramente se infiere del contexto, con lo cual la cuestión sigue en
pie, es decir, limitada a ciertas analogías exteriores, sin más
trascendencia. El caso más típico, aparte de los 450 sacerdotesprofetas de
Baal (1 Reg 18), es el de Balaam (v.), hijo de Beor y súbdito de Balac,
rey de Moab (Num 22-24; cfr. 1 Pet 2,16); el texto sagrado le presenta
actuando con gran solemnidad como oraculista e incluso le aplica el título
mismo de «profeta». También designa la Biblia con el mismo denominativo a
los falsos profetas que aparecen en numerosos pasajes, y con el mismo
verbo, si bien algunas veces se usa éste para tales casos en la forma
reflexiva, con sentido seudomántico (cfr. 1 Reg 22,10; Ier 14,14; 23,9;
29,8; Lam 2,14; Ez 13,2; Mich 3,5). Esto no obstante, en Dt 18,20-22 y Ier
28,9 se indica el criterio para distinguir al profeta verdadero del falso,
aun cuando ambos sean designados con el mismo apelativo. El léxico hebreo
distingue al segundo con el determinativo (n'b¡) séger, «profeta de
falsedad» (profeta falso). Aun cuando el susodicho término nabl' fuera
anterior a la entrada de los israelitas en la tierra de Canaán y éstos lo
hubieran adoptado -lo cual no consta con certidumbre-, es indudable le
dieron el sentido específico que distingue tan profundamente al profeta
bíblico de los llamados profetas en otros pueblos.
2. Manifestaciones de «profetismo» en diversos pueblos. a) Pueblos
circunvecinos de Israel. En la religión de los sumero-acadios (v. SUMERIA)
el cuerpo sacerdotal era poderoso y entre sus numerosas clases figuraban
los conjuradores, que propiciaban a los dioses, y los adivinos, que
predecían el porvenir y tenían su jefe. Los procedimientos adivinatorios
eran múltiples; la astrología (v.), uno de los más importantes, nació en
Sumeria. Con todo, en nada pueden identificarse con el profetismo
hebreobíblico.
Los autores que más han insistido en las analogías entre el
profetismo israelita y el también llamado profetismo de otros países y
religiones se han fijado principalmente en los pueblos cananeos (v. CANAÁN)
y demás colindantes con Palestina, precisamente en razón de su proximidad
y mutuas relaciones y afinidades diversas. La Arqueología ha corroborado
los asertos bíblicos en orden al nabismo cananeo. El relato de un viajero
egipcio, funcionario del templo de Amón, en Karnak, del s. xi a. C.,
aporta datos interesantes sobre el «profetismo» en Fenicia; en él se
afirma que el dios de Biblos se posesionó de la persona de un sacerdote,
forzándole a «entrar en éxtasis» o «frenesí», y le hizo «profetizar» (cfr.
H. Gressmann, Altorientalische Texte und Bilder zum A. T., 8 ed. Berlín-Leipzig
1926, 71-77).
«Este tipo de profetismo frenético -escribe García Trapiello (o. c.
en bibl., 141-143)- aparece vigoroso en Fenicia a partir del s. X a. C.,
desde donde será introducido en el reino israelita del Norte en el s. IX
por la dinastía Omrida, bajo la presión de la reina fenicia Jezabel,
esposa de Ajab (cfr. 1 Reg 18,19-40). Sin embargo, este profetismo
extático no era originario de Fenicia, sino del Asia Menor (v.), con
centro principal en la Frigia, donde en torno a los cultos de Cibeles y de
Atis se desarrolló una religión frenética y de orgía. Un profetismo más
templado y tranquilo era practicado en la región aramea de Siria
septentrional... En otra región vecina de Israel, Moab (v.), aparece el
mismo tipo de profetismo. En efecto, en la famosa estela de Mesa (v.), rey
de Moab, se leen dos oráculos procedentes del dios Kamos... En cuanto a
Mesopotamia, la documentación es mínima respecto a todas las
civilizaciones que se han sucedido en esta región. Lo que sí abunda es la
magia o adivinación, que presenta un carácter institucional... En cuanto a
Asiria (v.), sí se han encontrado oráculos, que tienen claro sabor
profético».
Finalmente, «en Egipto se encuentra muy abundante la adivinación,
cuyos practicantes poseían una técnica adivinatoria, por lo que este tipo
de profecía no sobrepasa el nivel de la magia. Pero existen vestigios de
otro profetismo superior, con un carácter visiblemente escatológico. El
pontífice supremo de Heliópolis llevaba el título de `el más grande de los
videntes'». «Los egipcios conocían también el título de `director de los
profetas del Sur y del Norte'. Se han encontrado textos proféticos
egipcios muy antiguos, puesto que sus prototipos remontan al Imperio
antiguo», es decir, el III milenio a. C. (V. EGIPTO VII).
Muchos siglos después, en Caldea, bajo el Imperio neobabilónico (s.
VI a. C.), a través de la descripción de las cortes de Nabucodonosor II
(v.) y Baltasar (v.), con sus peregrinos sucesos, que se trasluce en los
cinco primeros capítulos del libro de Daniel (v.), vemos el papel
preponderante que ejercían los magos, astrólogos, caldeos, adivinos,
encantadores y sabios, reiteradamente nombrados. Pero no rebasan la esfera
de la adivinación (v.) y la magia (v.), y aun en éstas hacen un triste
papel, frente al profeta Daniel, que «tiene -le dice Nabucodonosorel
espíritu de los dioses santos y a quien ningún misterio se oculta» (Dan
4,6), y a quien el rey, conforme a su mentalidad, «nombra jefe supremo de
todos los sabios de Babilonia» (Dan 2,48) y le llama asimismo «jefe de los
magos» (Dan 4,6) (V. t. BABILONIA II; ASIRIA II).
b) Otros pueblos asiáticos. En cuanto a las importantes religiones
asiáticas, de los Vedas (v.), brahmanismo (v.), jainismo (v.), hinduismo
(v.) y budismo (v.), no parece haya en ellas nada que pueda ser similar al
profetismo. En China (v.) reviste especial importancia el rito mágico de
la adivinación, que ejercían generalmente los sacerdotes oficiales, e
incluso se escribieron voluminosos libros sobre esta práctica, de formas
muy variadas, en que se incluía hasta la consulta a los antepasados y los
espíritus.
c) Grecia y Roma. El término profétés, adoptado por los Setenta en
su traducción del A. T. al griego y naturalizado en el griego bíblico y
patrístico, latinizado después en propheta, que pasó a las lenguas
modernas, en los escritores griegos profanos significa «intérprete» (v. I,
1). Dionisio de Halicarnaso llama a los sacerdotes profétai tón theión,
«intérpretes de las cosas divinas»; y Platón,a los poetas, «intérpretes de
las Musas». Desde tiempos muy remotos hay memoria y testimonios de que
existían en Grecia mánteis, o «adivinos», a quienes se consultaba sobre
los secretos del porvenir; mas también se consideraban presagios del
futuro próximo ciertos fenómenos meteorológicos u otras contingencias,
supersticiones que pasaron incluso a países cristianos en el Medievo. El
porvenir se auguraba sobre todo en ciertos santuarios, y se creía revelado
por el dios en ellos venerado, intermediando algún sacerdote o
sacerdotisa. El más famoso fue el de Delfos (v.), oráculo de Apolo, cuya
sacerdotisa era la «pitonisa» (v.), que comunicaba las respuestas del dios
con ayuda de los sacerdotes. Pero, naturalmente, nada hay en todo esto que
recuerde ni remotamente el profetismo hebreo bíblico (v. GRECIA VII).
En las instituciones y creencias religiosas de Roma ofrecen
particular interés las varias formas de adivinación del porvenir,
auspicios y augurios, vuelo de las aves, entrañas de las víctimas, signos
celestes (V. ASTROLOGÍA), etcétera, pero sin más trascendencia
sobrehumana. Algunas de estas prácticas se consideran de origen etrusco.
No puede tampoco hablarse de profetismo en su propio sentido. Los que
intervienen en tales menesteres o vaticinios como intérpretes pueden ser
especialistas, sacerdotes, augures, arúspices; pero algunas formas están
al alcance de cualquier persona, p. ej., el graznido de la corneja, el
rayo, etc. En cuanto al concepto de «profeta» está indicado claramente en
esta afirmación de Festo: «Los antiguos llamaban profetas a los sacerdotes
de los templos e intérpretes de los oráculos». Los términos mántis en
griego, vates en latín y sus sinónimos, no encierran mayor alcance.
Algunos personajes mitológicos, tales como Tiresias, Calcas, Casandra, las
Sibilas (v.), se consideraba que fueron agraciados por algún dios
(Júpiter, Apolo), no sin contrapartida, con el don de adivinar o predecir
lo futuro; pero la misión que se les atribuía no pasa del ejercicio
eventual de esa prerrogativa (v. ROMA V).
La religión de los etruscos, que, al igual de su cultura, tanto
influyó en la romana, tenía una corporación sacerdotal bien organizada,
cuya principal función, aparte de las oraciones, sacrificios y ritos
funerarios, era la adivinación. Etrusca disciplina la llamaron los
romanos, por cuyos escritores sabemos que los etruscos poseyeron numerosos
textos sobre el arte adivinatoria, que se perdieron. Son los llamados
libri haruspicini, fulgurales, rituales, fatales, acheróntici. Cada grupo
sacerdotal estaba especializado en un tipo y método de profecía. Todo esto
entra de lleno en el terreno de la magia y el arte adivinatoria, sin
analogía con el auténtico profetismo.
d) Otros pueblos europeos. En la mítica celta (v.) y escandinava
(v.) hallamos algunas manifestaciones «proféticas» en el sentido de
mediación entre la divinidad y el hombre, juntamente con la adivinación
del porvenir. Los sacerdotes o druidas, que constituían una clase
especializada y cerrada, eran los depositarios de las creencias y mitos
religiosos, que debían enseñar al pueblo. Druida significa «el que ve muy
claro», es decir, el sabio, conocedor de los arcanos de la vida y la
muerte, como también los de ultratumba. Practicaban la magia, la
adivinación y los vaticinios del futuro, presagios o «profecías». Pero
estas u otras formas de superioridad eran más bien manifestaciones de la
abismal diferencia entre la privilegiada casta sacerdotal y la ignorante
masa popular. La religión druídica se introdujo en Francia hacia el s. VII
a. C. y se nos presenta como un conglomerado de elementos de otras
religiones mediterráneas y orientales (v. GALIA II). Entre los ugro-fineses
los magos gozaban también de gran predicamento; el Kalevala está esmaltado
de fórmulas mágicas.
e) En el Islam. En la Arabia preislámica (v.), cuya religión podría
calificarse de polidemonismo, no existía clara clase sacerdotal al estilo
de la mayoría de los pueblos antiguos, pero sí guardianes de los
santuarios, arúspices y adivinos, que predecían el porvenir. El concepto
de profeta en el Islam es casi sustancialmente el mismo del A. T. En el
Corán (v.) se da el título de profetas a los patriarcas Abraham, Isaac y
Jacob, como depositarios que fueron del culto del Dios único; pero su
ministerio se limitó a su familia. Por eso propiamente los grandes
profetas venerados en el islamismo son Moisés, Jesús y junto a ellos
Mahoma (v.), considerado como «el sello de los profetas» (Corán, 33,40).
Se le atribuyen estas palabras: «Después de mí no habrá más profetas». En
el libro sagrado de los musulmanes figuran diversas referencias a los
profetas (2,254 y 285; 3,74; 6,93; 17, 57; 19,42; 21,7,8 y 25; 33,39).
Importa distinguir entre nabi', «profeta», y rasul, «enviado». Ambos
títulos convienen a los tres últimos personajes susodichos; pero algunos
otros fueron simplemente «enviados» (o apóstoles), encargados de una
misión especial en un pueblo incrédulo. Mahoma pasará a la Historia
universal con la designación de «el Profeta», lo cual implica solamente
una designación nominal, no el reconocimiento de una conceptuación
teológica ni una jerarquía con respecto a los profetas bíblicos (v.
ISLAMISMO).
f) Hebraísmo posbíblico. Especial interés ofrece la consideración
del profeta y la profecía en la literatura talmúdica y cabalística (v.
TALMUD; CABALA). Los términos con que en ellas se designa la profecía son:
áekináh, «divina presencia en este mundo»; rúah ha-gódeá, «espíritu
santo», y bat qól, «eco, voz divina». La profecía, entendida como aptitud
para interpretar la voluntad divina o una presciencia del porvenir, es un
efecto promovido por el espíritu santo. La bat qól designaba una especie
de voz celeste que, según algunas tradiciones talmúdicas y cabalísticas,
se dejaba oír para proclamar la voluntad y los designios divinos, y era en
cierto modo como una sustitución de la profecía. Como siempre, en todas
las doctrinas y disposiciones rabínicas, se busca el entronque bíblico,
suficiente en este caso para demostrar el sentido espiritualista,
completamente alejado del concepto de «profetismo» en otros pueblos de la
antigüedad. La profecía es un don carismático de Dios y se habla de «los
48 profetas y 7 profetisas, que profetizaron después de Moisés en Israel».
Se reconoce asimismo entre los pueblos profanos la existencia de profetas,
conforme al criterio bíblico antes indicado. Sin embargo, no se adjudica a
ningún personaje posbíblico el prestigioso título de profeta después que
«la profecía calló», tras Malaquías, «el sello de los profetas». Después
de él, afirman definitivamente los escritores judíos, el profetismo se
extinguió.
3. Conclusiones. 1a) Sólo abusivamente se emplean los términos
profeta y profetismo refiriéndose a los magos, adivinos o hechiceros que
vemos en la historia de ciertas religiones y pueblos antiguos.
2a) Las doctrinas y referencias del hebraísmo posbíblico y del Islam
dimanan del propio concepto bíblico.
3 a) Las semejanzas que se han señalado en ciertos casos, o
pretendido ver en otros, entre los auténticos profetas de Israel y ese
otro linaje de personas, pese a la identidad de nombre y algunas
coincidencias bastantesuperficiales, no autorizan en modo alguno a
unificar o equiparar ambos fenómenos.
4a) Las coincidencias que pueden revelar algún influjo, tales como
las corporaciones o escuelas de profetas, en sus varias épocas y
modalidades, que aparecen en la historia de Israel, obedecen sencillamente
a un sentido de profesionalismo o institucionalidad no muy claro, pero en
todo caso con fines notoriamente dispares.
BIBL.: E. MANGENOT, Prophétisme,
en DB V,735-747; A. MICHEL, Prophétie, en DTC XIII,708-737; A. GUILLAUME,
Prophety and Divination among the Hebrew and other Semites, Londres 1938;
A. HALDAR, Associations of Cult Prophets among the ancient Semites,
Uppsala 1945; R. CRIADO, La Sagrada Pasión en los Profetas, Madrid-Cádiz
1944; A. GONZÁLEZ NÚÑEZ, Profetas, sacerdotes y reyes, Madrid 1962; J. B.
PRITCHATD, La Sabiduría del Antiguo Oriente, Barcelona 1966; J. GARCÍA
TRAPIELLO, Profetismo «profesional» en el antiguo Israel y en los pueblos
vecinos, «Cultura Bíblica» (1967) 138-151; M. GARCÍA CORDERO, Biblia
comentada, III, Introducción a los libros proféticos, Madrid 1961.
D. GONZALO MAESO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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