PEREZA
Noción. Se entiende por p. la negligencia, tedio o descuido en las cosas a que
estamos obligados, que procede de la repugnancia ante el esfuerzo que el
cumplimiento del deber lleva consigo, y se caracteriza por eJ miedo y la huida
de dicho esfuerzo.
Perezoso no es sólo el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, el ocioso;
sino también el que realiza muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su
obligación concreta: escoge sus ocupaciones según el capricho del momento, las
realiza sin energía, y la mínima dificultad es suficiente para hacerle cambiar
de trabajo. El perezoso es amigo de las «primeras piedras», pero su incapacidad
para un trabajo continuo, metódico y profundo, le impide poner las últimas,
acabar con perfección lo que ha comenzado.
La S. E. hace una viva descripción del perezoso: pasa el día entre dormir,
sestear y descansar (cfr. Prv 6,10), quiere y no quiere cumplir su obligación (ib.
13,4) porque todo le parecen dificultades (ib. 15,19), y así inventa excusas
increíbles: «Fuera hay un león, y si salgo seré muerto» (ib. 20,13). Por eso,
perderá todos sus bienes (ib. 20,4) y su campo -su trabajo y su propia
almaquedará «lleno de ortigas, cubierto de espinas y arruinada la cerca» (ib.
24,31). Le llega a comparar con «la boñiga del buey, que todos los que la tocan,
sacuden las manos» (Eccli 22,2).
Acedía o pereza espiritual. Es la p. que hace referencia a las
obligaciones del hombre con Dios. Acedia etimológicamente significa descuido,
negligencia, tedio; y en este sentido fue usada por los clásicos griegos y
latinos, para significar el descorazonamiento y el cansancio producidos por las
dificultades que no se logran vencer. Los Padres de la Iglesia trataron a menudo
del tema, por ser frecuente entre monjes y anacoretas; S. Juan Crisóstomo la
llama «terrible demonio del mediodía, torpor, modorra y aburrimiento» (Obras,
Tratados Ascéticos, ed. BAC, Madrid 1958, 62).
Tomás sintetiza la doctrina anterior, y define la acedia como «la tristeza
y la abominación o tedio del bien espiritual y divino» (De Malo, qll a2 c); es
una flojedad que conduce al abandono en la vida espiritual, por las dificultades
que lleva consigo. La tristeza que produce comporta un claro desorden: porque es
un desorden entristecerse de lo que es bueno, y los bienes espirituales en
cuanto divinos son los más altos que hay.
La acedia es un pecado contra la caridad. El efecto de la caridad es
alegrarse de las cosas de Dios, mientras que el de la acedia es entristecerse de
los bienes divinos; por eso es un pecado mortal ex genere suo. Para que de hecho
se consume perfectamente el pecado, y, por tanto, sea mortal, no basta sentir
una cierta repugnancia por lo espiritual, que no pasaría de ser un pecado leve;
es necesario que el entendimiento apruebe esta repugnancia, y deteste los bienes
divinos, por las molestias que infligen a la carne. En este caso, además de
pecado grave, se enumera entre los capitales (v. PECADO IV, 4), ya que es punto
de arranque del que proceden muchas acciones pecaminosas. S. Tomás (Sum. Th. 2-2
q35 a4 ad2), siguiendo a S. Gregorio Magno, enumera así los principales pecados
que se derivan de la acedia:a) Desesperación: es ley de vida que el hombre huya
de aquello que le entristece, y el que huye de los bienes espirituales pierde la
esperanza (v.) de alcanzar su último fin.
b) Pusilanimidad: ante las dificultades que se vislumbran en una empresa,
el ánimo se apoca, y no se buscan los medios oportunos -que siempre requieren
esfuerzo- para salir de esa situación.
c) Indolencia ante el deber: por cuanto no se está dispuesto a abandonar
la postura cómoda y la línea de mínimo esfuerzo.
d) Espíritu crítico: contra los bienes espirituales y las personas que nos
empujan hacia ellos; es la malicia y el enfado propios de quien, no queriendo
cambiar su mala conducta, se refugia en decir que son los otros los equivocados.
e) Rienda suelta a la imaginación: el perezoso, al no ser capaz de
realizaciones concretas, deja que su imaginación construya castillos en el aire,
en los que él es protagonista de grandes hazañas; además de ser una pérdida de
tiempo, esas falaces imaginaciones con frecuencia acaban siendo ocasión de
pecado.
S. Gregorio Magno pone en guardia contra el peligro de la p. espiritual:
«Al perezoso se le ha de hacer saber que muchas veces, cuando no queremos hacer
oportunamente las cosas que podemos, poco después, cuando queremos, ya no
podemos; porque la desidia del alma, cuando no se sacude con oportuno ardor,
aumenta furtivamente con el sopor, el cual hace decaer totalmente el deseo de
bien (...). Se dice que la pereza hace venir el sueño porque cuando se deja de
querer obrar bien, poco a poco se pierde además el cuidado de pensar bien. Por
lo que acertadamente se añade: Y el alma negligente padecerá hambre; porque el
alma, cuando no aspira con ardor a lo más alto, se derrama perezosa por los
bajos deseos; y por lo mismo que se dispensa de someterse a disciplina, se
derrama en deseos de placeres» Obras, Regla Pastoral, ed. BAC, Madrid 1958,
174-175).
En pocas palabras el Señor pinta un cuadro de la acedia en la parábola de
los talentos (Mt 25,14-30): el mal siervo quiere disculpar su p. -no haber hecho
fructificar los dones recibidos-, acusando a su Señor de excesiva severidad,
pero de nada valen sus excusas, y ha de oír el juicio que merece su acción:
«Arrojadle a las tinieblas exteriores, allí será el llanto y crujir de dientes».
Esta enseñanza estaba muy clara en los primeros cristianos, a los que exhortaba
S. Pablo: «No seáis flojos en cumplir vuestro deber. Sed fervosorosos de
espíritu, acordándoos que al Señor es a quien servís» (Rom 12,11).
Por eso, se puede decir que la acedia es el primer obstáculo para alcanzar
la santidad, porque hace abandonar la lucha ascética (v.), rechaza todo tipo de
ayuda y se dispersa en la búsqueda del placer sensible: es el principio de la
tibieza (v.). Además «el hombre triste se porta mal en todo momento. Y lo
primero en que se porta mal es en que contrista al Espíritu Santo, que le fue
dado alegre al hombre. En segundo lugar, comete una iniquidad, por no dirigir
súplicas a Dios ni alabarle; y, en efecto, jamás la súplica del hombre triste
tiene virtud para subir al altar de Dios» (Pastor de Hermas, Mandamientos,
X,3,2, en Padres Apostólicos, ed. BAC, Madrid 1950, 994-995).
Causa y gravedad de la pereza. Aunque la acedia es e¡ tipo de p. más
grave, también la negligencia en los deberes humanos es un pecado, que casi
siempre se encuentra en la base de la anterior.
En los adolescentes (v.), es frecuente la tentación de abandono de las
obligaciones y el temor a soportar esfuerzos que, en sí mismos, son normales: es
el tiempo en que despiertan, y aún no se han consolidado, las fuerzas de la
razón, la libertad y la responsabilidad. Por eso, puede ocurrir que poseyendo
las energías apropiadas, no se utilicen de forma correcta: no se sabe decidir,
ni pasar de la decisión a la acción, o bien resulta difícil continuar en la obra
comenzada; en estos casos, suele haber un factor de mala educación anterior, que
conviene corregir apenas detectado. Normalmente, sin embargo, su responsabilidad
moral todavía no es plena; y necesitan, de modo especial, que se les ayude con
la corrección y el estímulo. También más adelante, a lo largo de la vida, una
situación de falta de salud, que merma las fuerzas del alma, puede llevar a
exagerar subjetivamente las dificultades en el cumplimiento del deber; y
entonces, junto a los remedios ascéticos normales, será aconsejable una época de
más descanso y distensión.
El desorden provocado por el pecado original lleva consigo que todos los
hombres tiendan a rechazar el esfuerzo que supone realizar un bien debido, y que
haya en todos un principio de p.; el pecado consiste en dejar que se desarrolle
este principio, y conduzca a acciones u omisiones desordenadas. Así considerada,
la p. no se opone a ninguna virtud concreta, sino a todas, y, por tanto, no es
un vicio especial: será un pecado de omisión (si lleva a omitir o descuidar un
deber preciso) o de comisión (si conduce a violar positivamente la ley natural o
divina). Así, p. ej., en cuanto produce tristeza, se opone a la alegría (v.); en
cuanto empuja a un desordenado amor al bien corporal, es una forma de
sensualidad (v.); y, en cuanto lleva a disminuir el rendimiento en el trabajo,
se opone a la laboriosidad (v.).
La gravedad de las acciones perezosas depende de las obligaciones cuyo
cumplimiento rechaza. Sin embargo, el hábito de p., aunque en un principio no
conduzca por sí mismo a pecados graves, puede ser funesto para la persona, por
todo el reato de malas inclinaciones que lleva consigo: la complicación del alma
y la mentira (v.), con que se intenta disminuir el propio deber; la disipación
en pensamientos inútiles y, muchas veces, dañinos; y sobre todo la ociosidad,
«madre de todos los vicios», como indica el dicho popular. El Señor se refiere
al rigor con que serán tratados los perezosos cuando dice: «Todo árbol que no dé
buen fruto, será cortado y arrojado al fuego» (Mt 7,19). Él mismo dio ejemplo de
vida de trabajo, que debe ser imitada por los cristianos.
Remedios. 1) Para la acedia: La p. como pecado capital se vence «con la
diligencia y fervor en el servicio de Dios» (Catecismo Mayor de S. Pío X, n°
963). Diligencia viene de diligere, amar; efectivamente, el amor a Dios, y a los
bienes espirituales por ser de Dios, es el que vencerá el cansancio que produce
la acedia. Esta diligencia y fervor se debe concretar en algunos puntos:a)
Fortaleza (v.) para perseverar en la búsqueda de los bienes espirituales, a
pesar de las dificultades que se encuentren; por eso, es bueno proponerse un
plan de normas de piedad (v.) -empezando por pocas cosas-, y vivirlo fielmente.
b) Guarda de los sentidos, para no desparramarse hacia el exterior; es
importante el recogimiento de la vista, la mortificación (v.) de la comodidad y
el gusto, etc., pero quizá más importante es el control de la imaginación, para
que no vague sin sentido.
c) Confianza en el Señor, pues «quien ha empezado en vosotros la buena
obra, la llevará a cabo hasta el día de Jesucristo» (Philp 1,6). La frecuente
consideración de la filiación divina (v.), y de que Dios Padre quiere para cada
uno de sus hijos lo mejor, puede ser un buen estímulo contra la acedia.
d) Acudir asiduamente a la Virgen María que es «la causa de nuestra
alegría», para que disipe la tristeza del corazón, cuando amenaza con aparecer.
e) Confesión sacramental frecuente, y si es posible con confesor fijo.
Quizá es ésta la recomendación más importante, ya que una buena dirección
espiritual (v.) hará que se concreten, en la práctica, las indicaciones
anteriores.
2) Para la pereza en lo humano: Son los mismos que para la acedia, aunque
aquí convendrá concretar algunos matices:a) Persuasión de que el tiempo es de
Dios, que nos lo ha prestado -como los talentos de la parábola- para que lo
administremos: es el instrumento para modelar el perfil de nuestra eternidad;
cada instante tiene un valor propio irreemplazable.
b) Diligencia en el trabajo (v.); «no dejes para mañana lo que puedas
hacer hoy»: comenzar las fosas con ganas es tener hecho más de la mitad.
c) Un trabajo intenso no significa ritmo vertiginoso: la precipitación es
una manera de perder el tiempo; las cosas se deben hacer con orden, dedicándoles
el tiempo que su importancia requiera.
d)- «Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a
hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza. Si, con la ayuda de Dios, te
vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada. ¡Desmoraliza tanto
sentirse vencido en la primera escaramuza! » (J. Escrivá de Balaguer, Camino, n°
191). Este «minuto heroico» no se debe limitar al primero del día, también se
puede vivir al empezar y terminar el trabajo, a la hora de cumplir un acto de
piedad, etc. Pequeños detalles semejantes a éste, que ayudan a enreciar el
carácter, son fundamentales en la lucha contra la p.
e) Alejar los pensamientos inútiles.
f) Evitar a toda costa el ocio (v.), en su sentido peyorativo, teniendo en
cuenta que descansar no es no hacer nada, sino realizar actividades que
comporten menos esfuerzo: hacer deporte, cultivar una afición, etc.
V. t.: PECADO IV (Pecados capitales); LABORIOSIDAD.
BIBL.: 1. CASIANO, Instituciones, ed. Rialp, Madrid 1959; S. TOMÁS, Sum. Th. 2-2 q35; fD, De Malo qll; S. ALFONSO Ma DE LIGORIo, Theologia Moralis, 11, Roma 1907, 766-767; M. PRÜMMER, Manuale Theologiae Moralis, Barcelona 1946, 296-298; C. GANCHO, Pereza, en Ene. Bibl. V,1027; G. BARDY, Acédie, en DSAM 1,166-169; E. VANSTEENBERGUE, Paresse, en DTC XI,20232030; I. COLOSIO, Come nasce 1'accidia, «Riv. di Ascetica e Mistica» 2 (1957) 266-287; 3 (1958) 528-546.
ENRIQUE COLOM.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991