PELAGIO Y PELAGIANISMO
P., monje del s. V, lega su nombre a una doctrina ascética (pelagianismo) según
la cual el libre albedrío del hombre es capaz de alcanzar las más altas cimas de
la santidad sin necesitar auxilio alguno de la gracia sobrenatural (v.).
1. Vida. Es imposible hacer una biografía completa de P. Su nacimiento,
juventud y ocaso son conjeturales. Inglés de nacimiento -en esto están conformes
S. Jerónimo, S. Agustín, Orosio y Mario Mercator-, su cultura se revela poco
profunda: citas de segunda mano de Virgilio, Terencio, Salustio y Tulio; de los
Padres de Occidente se notan influencias de Tertuliano (v.), Lactancio (v.), S.
Cipriano (v.) y del Ambrosiastro (v.). De su figura física nos queda un boceto
hecho por S. Jerónimo y Mario Mercator: corpulento, anchas espaldas, frente
prominente, cuello de toro, caminar de tortuga (cfr. S. Jerónimo, Dial adv.
Pelag. 3,16: PL 23,614; M. Mercator, Lib. Subnot. 2: PL 48,111; Orosio, Lib.
Apol. 2).
P. sintió pronto la atracción de Roma. Su permanencia en la Ciudad es
prolongada, nos asegura S. Agustín: «In urbe... diutissime vixit» (De grat.
Christ. et pecc. orig. 2,20,24; PL 44,396). No es posible fijar fechas exactas.
En Roma, su vida intachable, su condición de monje, su doctrina moral austera,
su ingenio penetrante, su desprecio por las riquezas y el halo misterioso de su
doctrina, le ganan amigos y discípulos. No faltan senadores, cónsules y
gramáticos, jóvenes de alta posición social y clérigos pertenecientes a la
aristocracia romana. Entre sus amigos se cuentan S. Paulino de Nola, Marcela,
Pamaquio, Melania, Piniano, Proba, Juliana, Albina y la virgen Demetríades (cfr.
S. Jerónimo, Ep. 133,13). Entre los que le siguen en la herejía destacan dos
nombres: Celestio, de noble linaje, abogado de fama (auditorialis scholasticus),
despierto y ambicioso, que se convertirá muy pronto, de discípulo, en maestro y
caudillo del error; Juliano de Eclano, hijo del obispo Memor y de la noble
matrona Juliana, es, según S. Agustín, el arquitecto del sistema pelagiano;
pagado de su elocuencia, orgulloso de su cultura, fanático de la herejía, fue el
caudillo de la rebelión contra el papa Zósimo.
Entre los precursores del error pelagiano descuellan Teodoro de Mopsuestia
(v.) y Rufino el Sirio (cfr. S. Agustín, De grat. Christi... 2,3,3: PL 44,387;
M. Mercator, Lib. Spbnot. praef., 2: PL 48,111). S. Jerónimo, partiendo de sus
relaciones con el ideal estoico de la apatheia, enumera entre los precursores de
la herejía pelagiana a maniqueos y mesalianos, a priscilianistas y originistas,
a Joviniano y Evagrio Póntico. Pero el parentesco, hay que confesarlo, entre la
doctrina de P. y los mencionados errores es muy lejano (cfr. Garnier, Dissert.
VII c. 6: PL 48,681-694).
2. Escritos. Es difícil catalogar la producción literaria de P. Varios de
sus escritos fueron publicados sin nombre de autor y atribuidos a S. Jerónimo,
S. Ambrosio y S. Agustín. Pelagio mismo, en el sínodo de Jerusalén, negó la
paternidad de obras que ciertamente son suyas. Hay también un grupo de escritos
que llevan un nombre misterioso: Fastidius. En la actualidad, merced a los
trabajos de acribia de Zimmer, Casperi, J. Baer, Souter, Dom Morin y Plinval, la
bibliografía pelagiana se conoce con aproximada exactitud. La dividimos en
varios grupos:a) Obras cuya paternidad aceptó Pelagio: 1) Epistula ad Paulinum
Nolanum ('cfr. S. Agustín, De grat. Christ..., 1,35,38; PL 44,378). 2) Ep. ad
Demetriadem (cfr. id, o. c. 1,27,28; 1,37,40; 1,40,44: PL 44,374.378.380; texto
de lacarta en PL 33,1099-2120). 3) Ep. ad Constantium (cfr. id, o. c. 1,34,37;
1,36,39; PL 44,378). 4) Ep. ad Innocentium, exhibens libellum fidei (cfr. id, o.
c. 1,32,35: ib. 377). 5) De libero arbitrio libri quatuor (cfr. id, o. c. 1,28,
29; 1,29,30: ib. 375).
b) Escritos considerados auténticos por la crítica actual: 1) Expositiones
XIII epistolarum Pauli, ed. Souter, en Textes and Studies, IX, Cambridge 1926 (cfr.
PL 30, 669-946; S. Agustín, De pecc. mer. et rem. 3,11,20: PL 44,197). 2) Ep. ad
viduam (Livania la llama M. Mercator, en Commonit. 3,4: PL 48,102-103; Libros de
consuelo y exhortación, escribe S. Agustín, en De gest. Pel. 6,19; PL 44,331. 3)
Liber Testimoniorum seu Eclogárum: fragmentos en PL 23,517-618. 4) De Trinitate.
Fragmentos en M. Martini, «Antonianum» 13 (1938) 319-335. No permiten avanzar un
juicio crítico, ni en qué medida es tributario de Hilario, Novaciano o Dídimo.
Uso exclusivo de la S. E. en sentido literal. 5) De libero arbitrio. En cuatro
libros. Fragmentos en S. Agustín, De grat. Christ...; PL 44,359-410. 6) De
natura. Fragmentos en S. Agustín, De natura et grat.: PL 44,247-290 (cfr.
Agustín, Retract. 2,4). 7) Ep. ad Augustinum. Dos cartas, una al ausentarse de
Cartago y la otra comunicándole la sentencia absolutoria en el Conc. de Lidda (cfr.
De gest. Pel. 26,51; 32,57: PL 44,349.352).
c) Grupo «Fastidius». El estilo y la doctrina son argumentos válidos, en
sentir de J. Baer y C. P. Casperi para atribuir estas obras a ~Pelagio: 1) De
vita christiana (PL 40,1031-1036); casi todos los mss. la atribuyen a S.
Agustín. 2) De divitiis, ed. C. P. Casperi, Briefe, Abhanlugen..., Christiania
1890, 25-67. 3) De castitate, ed. J. C.
Casperi, o. c., 122-187.
4) Oualiter religionis. Id, o. c. 114-115. 5) Dos cartas editadas por C.
P. Casperi según un ms. de Munich, s. viii-ix.
d) Grupo pseudojeronimiano: 1) De divina lege (PL 30, 108-120). 2) De
virginitate (PL 30,13,168-181). 3) De opprobiis ad Ocaeanum (PL 30,41,291-297).
4) Ep. de contemnenda hereditate, y De vera circumcisione (PL 30,12,19,47-52;
194-217). 5) Ep. ad Mercellam (PL 30, 3,52-56). 6) Ep. ad Caelantiam (PL
22,1204-1220). 7) De induratione cordis Pharaonis. - Probable según Plinval (cfr.
Dom Morin, «Rev. Benedictine» 26,1909,167-188).
e) Cartas varias: 1) Ep. exhortatoria (PL 30,239-242). 2) Exhortatio ad
paenitentiam (PL 30,33,249-252). 3) Ad virginem devotam (PL 17,599-604); se
atribuía a S. Ambrosio. 4) De malis doctoribus et operibus f idei, ed. Casperi,
o. c. 67-73. 5) Humanae referunt litterae, id, o. c. 14-21. 6) Ad virginem in
exilium (PL 30,4,51-62).
3. Doctrina. Distinguir, en el aspecto doctrinal, entre el maestro y sus
discípulos no es objetivo ni serio. Celestio y juliano coinciden, en lo
esencial, con P. La diferencia, cuando existe, es de matiz, nota S. Agustín: «Ille
(Celestio) apertior, iste (P.) occultior; ille pertinatior; iste mendacior; vel
certe ille liberior, iste astutior» (De grat. Christ... 2,12,13; PL 44,391). Los
cuatro libros de P. sobre el libre albedrío son prueba irrefutable. La tesis
celestina se identifica con la afirmación pelagiana. Las intemperancias de
lenguaje, sí, son de Celestio o Juliano, pero la doctrina es idéntica en los
tres corifeos del sistema.
P., en sus Comentarios a las 13 cartas paulinas se manifiesta como
exegeta, sobrio, literal. Tres líneas bastan para fijar, con frecuencia, su
pensamiento. Va directo a lo medular, sin digresiones. Su fuente de inspiración
es el Ambrosiastro (v.). En las cartas de dirección espiritual afina P. su
estilo, su verbo se ilumina y roza a veces los límites de la elocuencia. Las
tribulaciones, el abandono del mundo, la vanidad de la vida, la inanidad de las
riquezas, la belleza de la virtud, el esplendor de la virginidad, son temas
preferidos. Aclara, como maestro, dudas; resuelve objeciones, orienta y da
normas de vida interior: es menester abstenerse de toda obra mala, socorrer al
indigente, vestir al desnudo, practicar con alegría las obras de misericordia y,
así, el acicate del premio espolea nuestra pereza.
En las Cartas a Celantia y Demetríades trenza avisos de salud y en el
tratado De la virginidad exige a la joven consagrada una vigilancia sin
desmayos, atención sostenida a las cosas de Dios, dominio de los impulsos del
yo, meditación de la S. E. En todo, incluso en el ayuno y en la oración,
conviene evitar el exceso. La vana ostentación, el orgullo, la adulación, la
malquerencia, los chismes y críticas, los consejos y murmuraciones, son como
áspides, envenenan el alma y matan la virtud.
Hay, pues, que reconocer aspectos positivos en la moral de P. -y esto
explica su éxito inicial en Roma-, pero es curioso constatar una ausencia
absoluta en sus escritos de la Teología de la cruz. Para él la santidad es meta
de propios esfuerzos, sin necesidad de la gracia.
Para exponer críticamente el error pelagiano, de entre los diversos
adversarios de Pelagio, S. Jerónimo (v.) Orosio (v.), M. Mercator y S. Agustín
(v.), seguiremos al Doctor de la gracia como guía en nuestras exploraciones. S.
Agustín es equilibrado y objetivo en la polémica, firme en la doctrina,
bondadoso y compasivo con los autores del error preocupado por atraerlos a la
verdad. En el sermón 294, en el que abre fuego contra la herejía, los llama
hermanos; quiere su bien, no su condenación. En las primeras obras contra los
sembradores de falsas doctrinas silencia el nombre de los culpables y en De
gestis Pelagii, explica a éste su proceder pastoral (cfr. 23,47: PL 44, 347). E
incluso no vacila en dirigirse en un principio a P. con palabras de gran aprecio
y estima, alaba su ingenio, la rectitud de su vida, la elocuencia de su decir;
lo llama amigo. A una carta de P. contesta con expresiones de afecto sentido. El
título es elocuente: «Domino dilectissimo et desideratissimo, fratri Pelagio» (Ep.
146: PL 33,596; cfr. De nat. et grat. 6,6: PL 44,250; Contra 2 Ep. Pel. 2,3,5:
PL 44.573). Preocupado por la objetividad, S. Agustín bebe directamente en las
fuentes. Su palabra es legi (leí). Utiliza siempre documentación de primera mano
y las doctrinas que.impugna se encuentran en obras escritas de Celestio, Juliano
o P. Más aún, para que nadie imagine manipulación en los textos cita palabras
mismas de sus adversarios, incluso cuando son ofensivas y calumniosas para él.
En el a. 416 envía al papa Inocencio la obra de P. De natura para que el
Pontífice juzgue con conocimiento directo (Ep. 177,6: PL 33,767). Si el monje
inglés niega ser suyas obras que corren anónimas, el obispo de Hipona tiene
cuidado en citar tan sólo las que admite haber escrito.
En torno a las grandes cuestiones del pecado original y de la gracia
estalla la tempestad, aunque la primera fase tiene por tema la impecancia
expuesta, p. ej., en la carta De possibilitate non peccandi, en el tratado De
divina lege y en Liber testimoniorum. ¿Es posible vivir sin pecado? En sentir de
P. es un deber realizable. Es precepto formal de la S. E.: «Sed santos». Y Dios
no manda imposibles. La tesis de la impecancia (amartesia) -palabra de cuño
jeronimiano- es usada por P. para anular e invalidar todas las excusas de un
vivir perezoso. El punto clave de la polémica no está sin embargo ahí, sino en
que para P. esa impecancia es obra del solo querer humano, resultado de un
esfuerzo constante, no don de la gracia. En un principio, P. evita del todo la
palabra gracia, y habla tan sólo de ayuda (adiutorium);sólo más tarde, cuando se
ve acorralado, la emplea, pero dando a la palabra un sentido que lo vacía de
contenido. Así en su obra De natura habla de gracia pero entiende por ella sólo
la gracia de la creación («gratia qua creati sumus»: cfr. Agustín, De gest. Pel.
6,16; 10,22: PL 44,325.333). En otros textos distingue en la dinámica humana, el
poder, el querer y la acción. Nos dirá «educamos el poder en la naturaleza, el
querer en el libre arbitrio, el ser en el efecto» (S. Agustín, De grat. Christ.,
et pecc. org., 1,4,5: PL 44,382). El poder es un don de Dios, el querer y el
obrar es patrimonio del hombre. P. admite la gracia natural y la externa de la
Revelación, de la ley, de los milagros de Cristo, su ejemplo divino, su doctrina
salvadora. Ayuda Dios con sus exhortaciones a la virtud, con sus preceptos,
incluso con sus luces interiores, pero no con la inspiración de la gracia
preveniente, que es dulzura de amor casto, impulso al bien, moción de nuestro
querer; gracia que define Agustín como «inspiración de amor, para que hagamos
con santo amor lo que hemos conocido» (Contra 2 Ep. Pel. 4,5,11: PL 44, 617).
Esta gracia es extraña a los pelagianos. Admitan esta gracia y cesará toda
controversia entre nosotros, escribe S. Agustín (cfr. De grat. Christ. et p. o.,
1,47,52; ib. 383-384).
La gracia, en el sistema pelagiano, es efecto, no causa de nuestros
méritos; fe, justificación, perseverancia final, no son dones de Dios, sino
trenzada corona de esfuerzos. No temen contradecir al Apóstol que afirma: «non
ex operibus» (no por las obras), ni a los incontables testimonios de la S. E. en
los que la no-exigencia es elemento esencial de la gracia. Se comprende que no
haya, en esta doctrina, lugar para una predestinación (v.) (cfr. S. Agustín, De
praed. sanct. 18,36: PL 44,987; De haer., 88: PL 42,48). Existe, sí, en Dios
presciencia, pero no predestinación; conocimiento, pero no decisión.
Toda la ética de P. se funda en el poder del libre albedrío, no en la
gracia divina: la oración de petición y la actitud de reconocimiento de nuestra
dependencia de Dios para obtener de Él el bien obrar, no consigue entenderlas.
El hombre -dice- se basta a sí mismo: si quiero, peco, si no quiero, no peco; y
para ello no necesito de la ayuda de Dios. O mejor dicho, no se necesita más
ayuda que la que Dios le dio al hombre al crearle como ser dotado de libertad.
Creado por Dios el hombre es autónomo, vive con independencia de Dios, que se
limitará al final de la vida con premiar o castigar el buen o mal uso de la
libertad.
Refiriéndose a las diversas edades o etapas de la historia de la
salvación, afirma P. que la libertad permanece en el hombre intacta después del
pecado de Adán, que no es en nosotros hereditario. El ejemplo de nuestro primer
padre fue, sí, pernicioso para todos, pero no es una mancha en el alma. La
crítica que hace P. del cap. V de la Carta de S. Pablo a los Romanos, es un
modelo de parcialidad y sutileza. Las penalidades de esta vida, enfermedades y
muerte, son consecuencia sólo de nuestro pecar personal. La muerte de mi alma es
pena de mi pecado, la del cuerpo es condición humana. Adán, pecara o no, fue
creado mortal y los niños viven hoy como Adán antes de su transgresión (cfr. S.
Agustín, De nat. et grat. 19,21; 20,22; 21-23; 22-24; 29,33; 30,34; 31,35;
32,36, 33,37; 34,38; 35,40; 54,63 ss.; 55,65; 56,66; 57,67; 58,68; 59,69: PL 44,
256-258; 263-266; 277-282; Contra Iul. 1,5,20: PL 44,653; De grat. Christ. et p.
o. 2,14,15; ib., 392).
La negación del pecado original (v. PECADO III) es constante en P. Basta
leer su Comentario al cap. V de la Carta a los Romanos, el De natura, y el De
libero arbitrio (cfr. S. Agustín, De nat. et grat., 9,10; 41,48: PL 44,231; 270;
De grat. Christ. et pecc. orig., 2,13,14: PL 44,367). En consecuencia, los niños
recién nacidos no pueden ser bautizados «in remissionem peccatorum». Donde no
hay culpa, no puede haber perdón. A los que argumentan contra él alegando la
práctica de la Iglesia universal de administrar el Bautismo (v.) a los párvulos,
responde diciendo que esa práctica no es un rito estéril, pues si bien la vida
eterna puede obtenerse sin el bautismo, éste abre las puertas del Reino de los
cielos, con lo que reduce los efectos del Bautismo a la colación de un
suplemento de gloria. Otras veces, y remitiendo a un texto de S. Juan
Crisóstomo, enumera entre los efectos del Bautismo, amén de la posesión del
Reino, la iluminación espiritual, la filiación adoptiva, la incorporación a
Cristo. Todo menos el perdón de los pecados (cfr. S. Agustín, Op. imp. contra
Iul., 1,53; 5,9; 6,36: PL 45,1076.1439.1591 ss.).
El error de P. se extiende también a la cristología (v.). Si no hay pecado
original, ni gracia sobrenatural, no hay redención (v.) y la obra de Cristo no
es una realidad salvadora.
En resumen, el pelagianismo niega: el don de inmortalidad («posse non mori»)
en Adán antes de prevaricar; la existencia del pecado original y sus
consecuencias en el género humano (ignorancia, concupiscencia, malicia y
debilidad), la necesidad de la gracia interna preveniente y su absoluta
gratuidad; afirma: la victoria sobre el pecado como fruto del propio esfuerzo;
la incompatibilidad entre gracia y libre albedrío; la posibilidad de alcanzar,
sin especial don divino, un estado de impecancia. La naturaleza no está viciada
y el hombre puede por sí mismo escalar las cimas de la santidad. Se comprende
que la Pasión y muerte de Cristo nada restaure, al no haber deterioro. No
renacemos de la muerte a la vida por el bautismo, pues no existe muerte, ni vida
nueva, ni gracia por Cristo, que es maestro del mundo, pero no redentor de los
hombres (cfr. S. Agustín, De haer, haer. 88: PL 42,4748); M. Mercator, Subnot.
praef, 5: PL 48,114-115).
4. Condena. La Iglesia intervino pronto. La primera acusación tuvo lugar
en África donde P. y Celestio se habían refugiado después de la invasión de Roma
por Alarico (a. 410). Esa acusación tuvo lugar el a. 411, ante Aurelio de
Cartago. El acusador fue Paulino de Milán, primer biógrafo de S. Ambrosio;
Celestio debe explicar su doctrina y lo hace reafirmando sus teorías; y los
Padres pronuncian contra él sentencia de excomunión. Los partidarios de P. salen
de la ciudad «condenados, no convencidos», como observa S. Agustín (De grat.
Christ. et p. o. 2,3,4; PL 44,387-388). Hacia el 413 P. aparece en Éfeso y es
ordenado sacerdote sin renunciar a sus principios, ni a su proselitismo. El 416
choca con el obispo de Constantinopla, Ático, y ha de abandonar también este
refugio. S. Agustín no interviene en estas primeras escaramuzas. Su primera obra
antipelagiana, De peccatorum meritis et remissione (412) aborda el problema de
la gracia, el misterio del pecado y la teoría de la impecancia.
En Palestina el aura del triunfo sonríe a P. Una asamblea de 14
sacerdotes, reunida en Jerusalén por su obispo Juan, le es favorable y sin
sentenciar se envían a Roma las Actas. Poco después, Heros y Lázaro, obispos
exiliados, presentan por escrito el libelo de acusación con textos tomados del
libro de los Testimonios, de una carta de P. a cierta viuda (Livania) y un
número de máximas celestianas; se reúne en Lidda un sínodo deobispos. Ninguno de
los acusadores comparece y P. da explicaciones, admite la necesidad de la
gracia, y -como observa S. Agustín- anatematiza en Celestio lo que él mismo
defiende en sus obras (cfr. De gratia Christi et p. o., 2,12,13-21: PL
44,391-396). Los Padres se dan por satisfechos sin penetrar a fondo en la
cuestión, comprueban la ortodoxia de las palabras y sentencian en su favor.
Sínodo miserable lo llama S. Jerónimo, mientras S. Agustín, en su libro De
gestis Pelagii (PL 44,319,360), disculpa, por mal informados, a los Padres
reunidos en Lidda.
La impresión de esta sentencia oriental fue en la Iglesia africana penosa
y, su reacción, fulminante. Dos concilios, Cartago y Milevi (416), rechazan en
sus actas los errores de la nueva herejía y en sendas cartas enviadas a Roma
denuncian a P. y Celestio como autores de doctrinas perniciosas. Inocencio I
aprueba las decisiones de los concilios africanos y lanza anatema contra ambos
herejes: es éste el primer documento oficial en el que P. y Celestio son objeto
de una excomunión solidaria. S. Agustín, en un sermón a sus fieles, exclama (23
sept. 417): «Causa finita est, utinam aliquando f iniatur et error» (Serm.
131,10). Alborozo al ver confirmada su fe, inquietud de pastor ante la probable
reacción del error, que no se hace esperar. P. envía a Inocencio I una profesión
de fe, que recibe Zósimo, su inmediato sucesor (18 mar. 417). Celestio presenta
en persona su, Libellus fidei; Zósimo se deja convencer por la aparente
ortodoxia y protestas de sumisión; escribe a Aurelio, pone en entredicho la fama
de Heros y Lázaro, acusa de precipitación a los Padres africanos y les invita a
reconsiderar la causa. África insiste en la cuestión dogmática y en la sentencia
de Inocencio I. S. Jerónimo, desde Belén, hace llegar un mensaje de adhesión (Ep.
141 y 142). En el a. 418, en Cartago, 214 obispos, en ocho cánones famosos,
condenan las tesis principales del pelagianismo y proclaman con claridad el
dogma del pecado original y la necesidad del bautismo de los niños «in
remissionem peccatorum» (can. 2), rechazan como inaceptable la idea de una vida
eterna como lugar intermedio entre el cielo y el hades (can. 3), insisten en la
necesidad de la gracia preveniente y adiuvante (can. 4), gracia que es eficaz y
nos hace querer el bien (can. 5), y termina condenando la teoría de la
impecancia (can. 7-8). Refutación sistemática, perfecta, del error pelagiano (Denz.Sch.
222-230). Ante esos testimonios Zósimo comprende que ha obrado con precipitación
y en carta circular -Tractoria (Denz.Sch. 231)- confirma las decisiones del Conc.
cartaginense.
P. desaparece de la escena sin dejar huella. ¿Cuándo y dónde murió?
¿Persistió en su error? Una frase de S. Agustín parece indicarlo (Ep. 196,7).
Celestio huye de Roma y erró por Oriente hasta morir en lugar ignorado. En la
historia del pelagianismo posterior al a. 418 la figura central es Juliano de
Eclano, caudillo de los obispos italianos que rehusaron firmar la Tractoria de
Zósimo. Inferior al maestro pero luchador incansable (en ocasiones grosero y
calumniador), y hábil polemista. In disputatione loquacissimus, in contentione
calumniosissimus, in professione fallacissimus, dirá S. Agustín (Op. imp. contra
lul., 4,50; PL 45,1368). Sin embargo, el error ha sido vencido. Aún intervendrán
en episodios aislados el papa Celestino (Denz.Sch. 237 y 238-249), el Conc. de
Éfeso (a. 431, Denz.Sch. 267-288), que pronuncia anatema contra Celestio,
Pelagio, cte., y, más tarde, el segundo Conc. de Orange (529) que corta esa
derivación del pelagianismo a la que se designa con el nombre de
semipelagianismo (v.). (cfr. Denz.Sch. 371 ss.).
V. t.: NATURALISMO; SEMIPELAGIANISMO; AGUSTÍN, SAN; GRACIA SOBRENATURAL
11, 2; PECADO III, B; MÉRITO; ASCETISMO II.
BIBL.: Fuentes: Datos históricos en: S. AGUSTÍN, De gestis Pelagii; De gratia Christi e peccato original¡; Contra duas epístolas pelagianorum: PL 44,319-360; 359-410; 549-638; Ep. 156. 157.175.176.177.186.191.194: PL 33,673-674; 758.762.764.772.813. 869.874; S. IERÓNIMO, Ep. 132, ad Ctesiphontem, 138.139.141.142. 143; PL 22,1147.1164.1165.1179.1180.1181; Dialogus adversus pelagianos: PL 23,495-590; P. OROSio, Lib. Apologeticus, Ed. Zansmeister, CSEL- 5,1882; M. MERCATOR, Comnionitorium: PL 48, 65; Lib. Subnotationum in verba luliani, ib., 109. Acerca de los concilios: MANSI, t. 4; excelente colección de documentos en PL 45,1679-1792; textos escogidos en A. Brueckner, Quellen zur Geschichte des pelagian. Streites, Tubinga 1906.
L. ARIAS ÁLVAREZ..
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991