PEDRO CLAVER, SAN
Misionero jesuita español del s. XVII. N. en Verdú (Lérida) en junio de 1580, m.
en Cartagena (Colombia), el 8 sept. 1654.
Vida y estudios. Recibió el bautismo el 26 jun. 1580, en la parroquia de
Santa María y se le impusieron los nombres de Juan Pedro; dejaría el de Juan
para no confundirse con el de su hermano primogénito. Fue el último de los seis
hijos del matrimonio de Pedro Claver y Minguella y Ana Corberó Claver,
labradores con buena hacienda. En la parroquia de la villa recibió la tonsura (8
dic. 1595) de manos del obispo de Vich, Pedro Jacobo. En la orientación del niño
influyeron, sin duda, entre otras circunstancias, el fallecimiento de su madre
en 1593 y la nueva situación doméstica al contraer su padre segundas y terceras
nupcias; los Claver tenían fundado un beneficio en Verdú; un tío, Juan Claver,
era beneficiado en la próxima villa de Tárrega. Por los años 159697 P. marcha al
Estudio general de Barcelona, donde cursa tres años de Gramática y Retórica.
Asiste como alumno al Colegio de Belén de los jesuitas, fundado por S. Francisco
de Borja. El obispo de aquella diócesis le admite a las órdenes menores. En 1602
ingresa en el noviciado de la Compañía de Jesús de Tarragona y pronuncia los
votos el 8 ag. 1604. Al terminar el noviciado, pasa a Mallorca a estudiar
Filosofía en el Colegio de Montesión. A su llegada (1605) era portero S. Alonso
o Alfonso Rodríguez (v.) quien reafirmó en su vocación a la Compañía, inflamando
su espíritu de ardor misionero. Fueron maestros de P. C. los padres Vaylo y
Arcaina. Pero el más alto e inolvidable magisterio lo recibió de la comunicación
diaria con el hermano Alonso, que, en frase de León XIII, supo lanzar a su
8iscípulo «a una admirable santidad». Retorna a Barcelona para estudiar Teología
(1608). Un acontecimiento confirmó aún la vida religiosa de P. C.: la
beatificación de Ignacio de Loyola por Paulo V (1609), celebrada con grandes
fiestas en todo el principado catalán.
Antes de concluir sus estudios, vio cumplido su anhelo de entregarse a las
misiones (v.) del Nuevo Mundo. En 1610, con licencia del Provincial, se encamina
a Sevilla. A los requerimientos de sus superiores para que se ordene de
subdiácono antes de embarcar, hubo de responder que todavía no se hallaba
suficientemente preparado, ni decidido aún a ser sacerdote. Partió con la
pequeña expedición jesuítica, en el galeón S. Pedro, llevando en su hatillo dos
manuscritos que le diera el hermano Alonso: un pequeño oficio de la Inmaculada y
unos avisos espirituales que habían de ser su más firme guía. Es probable que el
clima tropical y malsano de Cartagena de Indias (ciudad de grandes calores y de
grandes humedades) hiciesen mella en su salud. Lo cierto es que permaneció allí
poco tiempo. Él deseaba, más bien que sacerdote profeso, ser hermano coadjutor,
mas se le ordenó terminar la Teología en el Colegio de Santa Fe de Bogotá, donde
a su llegada (fines de 1610 o principios de 1611), no se explicaba aún esta
materia, hasta la venida del padre Antonio Agustín, año y medio más tarde. De
nuevo (fines de 1614), por razones de salud, le enviaron a Tunja. Hecho el
tercer año de probación, tomó el camino de Cartagena, su residencia definitiva
durante 38 años y en torno a cuyo puerto giraría el resto de su existencia. En
aquella catedral se ordenó, finalmente, de subdiácono y diácono, y le confirió
el sacerdocio (19 mar. 1616) el obispo dominico Pedro de la Vega. Al profesar
los cuatro votos (1622) suscribía la entrega: «Pedro Claver, esclavo de los
negros para siempre».
Apostolado. Procedentes de todas las regiones tropicales llegaban a
Cartagena cada año unos 30.000 esclavos negros para las plantaciones y las minas
de metales preciosos (V. ESCLAVITUD). Alonso Rodríguez había revelado a P. C.
que pasaría a las Indias, al Nuevo Reino, a la ciudad de Cartagena. Pero los
superiores determinaron más en concreto el campo de actividades del fervoroso
catalán: el mundo de los esclavos negros. Se inició ayudando al padre Alonso de
Sandoval, verdadero maestro que publicaría un tratado valioso («Naturaleza,
policía sagrada y profana, costumbres, disciplina y catechismo evangélico de
todos los etíopes», Sevilla 1627), siendo rector del Colegio de Cartagena de
Indias. Aquellas masas de esclavos constituían una pequeña Babel y era necesario
valerse de intérpretes, ya que procedían de países muy diversos. En un principio
Sandoval pedía prestados a sus dueños estos intérpretes auxiliares, pero la
colaboración resultaba difícil (los esclavos perdían horas de trabajo) y se vio
la conveniencia -aparente contradicción- de comprar el Colegio esclavos para
instruirlos y servirse de ellos en la catequesis. A ruegos de P. C. el general
Vitelleschi le autorizaba (Roma 1628) a retener «los ocho o nueve intérpretes
negritos tan necesarios para este ministerio». P. C., por su parte, llegó a
hablar el angolés.
Cuando se acercaba el tiempo de la llegada de un buque negrero, el santo
ofrecía obsequios espirituales al primero que le notificase la noticia. Acudía
presuroso a los navíos y si no habían atracado, iba en una barquilla con sus
intérpretes y se acercaba a aquellos infelices dándoles señales de amistad: «Nos
mostraba rostro amable con mucha risa», declara uno de aquéllos. Visitaba
primeramente el alojamiento de los enfermos; luego el local de los sanos,
aliviando a todos con alimentos, frutas, tabaco, medicinas y caricias. Reunidos
en un local espacioso, iniciaba su original catequesis: levantaba un altar y
encima unos cuadros para darles intuitivamentelas nociones fundamentales:
Trinidad, Encarnación, Muerte y Pasión, Resurrección, Juicio final, Gloria
eterna. A cada grupo de diez les ponía el mismo nombre en el bautismo, a fin de
que entre sí lo recordasen. Uno de los Rectores, al escuchar las explicaciones
de P. C., las consideró demasiado superficiales, y peligrosa la utilización de
aquellas pinturas recargadas de imaginación. Mas al ver los frutos, cesaron las
objeciones. Tarea grande resultaba disponer para el cumplimiento pascual a los
que por vez primera lo hacían y más en particular a los hijos de los esclavos de
los contornos. Pero el apóstol extendía incansable su radio de acción hasta las
poblaciones de Turbana, Turbaco, Santa Rosa de Alipaya, Villanueva o Timiriguaco,
Bayunca, Ponedera, Las Caras, Manglar, Malagana, San Pablo, Palenque... se
alojaba entonces en las chozas de los negros. Nada escapaba a su perspicacia.
Había esclavos comprados por pilotos y marineros que por no satisfacer la gabela
real desembarcaban la mercancía humana fuera del puerto y la introducían en la
ciudad. Cuando se enteraba P. C. mandaba a sus más astutos intérpretes y
manteniendo el secreto de la procedencia, ejercía su ministerio. Los esfuerzos
no eran estériles y ponían de manifiesto el fondo noble de la raza negra: «Hay
que ver la alegría que sienten después de haberse bautizado... No son bestias,
son hombres adultos y como a tales se les ha de dar el bautismo, precediendo de
su parte voluntad y los demás actos necesarios», escribía Sandoval. P. C:
bautizó, según propia confesión, más de 300.000 negros.
Desplegó también una actividad admirable en servicio de los hospitales: el
de S. Sebastián y el de los lazarinos. Como en 1624 la modesta fábrica del
hospital de los leprosos amenazase ruina, P. C. con la aprobación de los
superiores, se dedicó a levantar la capilla nueva: «Durante 30 años, él se
constituyó en su procurador, cura y patrono, administraba los sacramentos y lo
abastecía todo». En contacto inmediato con tanta miseria, sentía la natural
repugnancia y más de una vez consta que hubo de sobreponerse con energía el
espíritu a la carne, hasta lamer, para vencerse a sí mismo, las llagas de sus
negros y leprosos. Fuera de este ámbito que le fue peculiar, llegó a todas las
esferas: la justicia, los escribanos, los comerciantes y especieros, los amos,
los sentenciados a muerte, los cuarteles y los alojamientos, los artesanos, los
niños; sin olvidar a los turcos y moros que remaban en las galeras españolas.
Para todos fue padre y guía, logrando una verdadera proyección social de sus
tareas apostólicas.
De parte de sus hermanos en religión hubo de sobrellevar graves
humillaciones y afrentas, pues más atentos en ocasiones a otros tipos de
apostolado, no siempre supieron apreciar la prodigiosa labor del santo, que más
tarde, en su proceso de beatificación, fue comparado con S. Francisco Javier, S.
Juan Berchmans y S. Alonso Rodríguez. Sin embargo, a veces hasta sus superiores
jesuitas parece que lo tuvieron en poco aprecio. El catálogo secreto, remitido a
Roma desde la Provincia del Nuevo Mundo, contiene un juicio desconcertante. En
1616: «P. Pedro Claver: ingenio mediano; juicio, menos que mediano; prudencia,
corta; experiencia de los negocios, corta; aprovechamiento en las letras,
mediano; talento, sirve para predicar y tratar con los indios». En años
posteriores (1642, 1649, 1651) se le califica «insigne en el ministerio de
catequizar a los negros; adelantamiento espiritual, óptimo».
No dejó escritos ascéticos ni de metodología catequística. Pero ambas
cosas traslucían en su ejemplo: cinco horas de oración cada noche, tres
disciplinas, tres horas de sueño, misa sosegada, interminables horas de acción
pastoral. Desde 1651 quedó inválido hasta su muerte. No se conoce ningún retrato
auténtico del «Apóstol de Cartagena». Beatificado por Pío IX el 21 sept. 1851;
canonizado por León XIII el 15 en. 1888, en compañía de su maestro Alonso
Rodríguez; declarado patrono de las misiones africanas el 7 jul. 1896; se
celebra su fiesta el 9 de septiembre. La condesa María-Teresa Ledochowska fundó
(1894) el «Sodalicio de S. Pedro Claver» para ayudar a las misiones de África.
La república de Colombia le honró (1955) como padre de la nación.
BIBL.: A. DE ANDRADE, La vida del venerable... Pedro Claver, Madrid 1657; 1. FERNÁNDEZ, Apostólica vida del venerable... Pedro Claver, Zaragoza 1666; A. ASTRAIN, Historia de la Compañía de Jesús en España, V, Madrid 1916, 479-495; G. LEDOS, S. Pierre Claver, París 1923, col. «Les saintsu (primera vida crítica); A. LUNN, A Saint in the slave trade, Peter Claver, Londres 1935 (divulg. apolog.); G. PORRAS TROCONIS, Vida de S. Pedro Claver, Bogotá 1954; A. VALTIERRA, El santo que libertó una raza, S. Pedro Claver..., Bogotá 1954; íD, El esclavo de los esclavos, Bogotá 1954; BÉNÉDICTINS DE PARES, S. Pierre Claver, en Vies des saints, 9, París 1950, 180-183; Histoire universelle des missions catholiques (dir. S. Delacroix), Cannes-Estrasburgo 1956-59, vols. II, III, IV; A. RAYEZ, Pietro Claver, en Bibl. Sanct. 10,818-821.
R. ROBRES LLUCH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991