PATRIOTISMO. TEOLOGIA MORAL
El patriotismo como virtud. La Teología moral incluye la p. entre las
manifestaciones de la virtud de la piedad (v.), por la que se da la honra debida
a los padres y a la patria. Se establece, pues, una relación de analogía entre
la familia y la patria, dado que ésta es en cierto modo una extensión y
complemento de aquélla. En efecto, la familia (v.) no puede bastarse a sí misma,
ya que necesita insertarse en una sociedad (v.) más amplia, que asegure al
individuo las condiciones indispensables para su desarrollo intelectual, moral,
social y económico, por lo que se suele hablar en este sentido de una especie de
paternidad de la patria: «Después de Dios, son también principios de nuestro ser
y gobierno los padres, ya que de ellos hemos nacido; y la patria, puesto que en
ella nos hemos criado. Por tanto, después de Dios, a los padres y a la patria es
a quienes más debemos» (S. Tomás, Sum. Th. 2-2 g101 al). La virtud de la piedad
no abarca, sin embargo, todo el contenido del p., ya que dentro de él pueden
también incluirsemanifestaciones de otras virtudes, como son la justicia (v.)
legal, la caridad (v.), etc.
La patria (v.) se adquiere ordinariamente por el nacimiento dentro del
territorio de una nación (v.), aunque pueden concurrir -simultánea o
independientementeotros factores que determinen la nacionalidad (v.). En
cualquier caso, el amor a la patria responde a una inclinación natural del
individuo, inclinación que, si bien no reúne por sí sola los requisitos
suficientes para poder ser calificada como virtud cristiana -en efecto, la
virtud moral no es una tendencia ciega, meramente afectiva, sino un hábito
sobrenatural, que perfecciona y eleva. el necesario sustrato humano-, se
inserta, sin embargo, en el orden de la caridad, que nos mueve a amar de modo
especial a quienes están más íntimamente unidos a nosotros.
El p. pertenece a los deberes de orden natural (cfr. León XIII, ene.
Sapientiae christianae, 10 en. 1890) y adquiere con el cristianismo la plenitud
de su significado. El amor a la patria se nos presenta en el A. T. como una
característica constante del pueblo elegido, que siente un legítimo orgullo por
la predilección divina de que ha sido objeto, así como también por su historia y
tradiciones: particularmente significativos, en este sentido, son los libros de
los Macabeos (v.). El N. T. nos presenta a Jesucristo, nacido de la estirpe
regia de David, que «se sometió voluntariamente a las leyes de su nación, y
quiso llevar la vida que era propia de un artesano de su tiempo y de su país» (Conc.
Vaticano 11, Const. Gaudium et spes, 32), y amó a su patria hasta el punto de
llorar por la inminente destrucción de la Ciudad Santa (Mt 23,37 ss.) y
dd_preocúpársé en su Pasión por los males que de ahí se seguirían para su pueblo
(Le 23,27-31). Igualmente S. Pablo proclama con orgullo su condición de
israelita y hace un apasionado panegírico de las posibilidades de salvación de
su pueblo (cfr. 2 Cor 11,22; Rom 11,1 ss.).
Deberes para con la patria. El p. exige, en primer lugar, amor, respeto y
veneración a la propia patria, sentimientos que no se limitan a un afecto vago y
meramente interno, sino que han de traducirse efectivamente en obras, pudiendo
incluso en algún caso llegar hasta el sacrificio de la propia vida.
Sin detenernos en las posibles manifestaciones concretas del p. -que
necesariamente variarán, según las diversas circunstancias-, podemos establecer
como principio general bajo cuya luz han de resolverse las distintas
situaciones, que el bien común (v.) de la patria ha de anteponerse siempre a las
conveniencias personales o de grupo. Con este criterio ha de obrar, p. ej.,
quien se dedica activamente a la política al establecer su programa de actuación
y los medios para llevarlo a cabo, o el ciudadano que debe dar su voto en unas
elecciones, etc. Hemos de añadir que p. no significa de ningún modo concordancia
con el gobierno establecido en la propia patria -con el que cabe legítimamente
estar en desacuerdo-, pero sí ha de llevar por encima de todo a resolver las
posibles discrepancias mediante un modo de actuar que anteponga el bien común a
cualquier consideración personal o de grupo.
Este principio tiene también aplicación para establecer el orden con que
se debe amar a la propia patria, sin ignorar por eso a las demás naciones ni
anteponer su bien particular al bien de toda la comunidad humana. «Cultiven los
ciudadanos con magnanimidad y lealtad el amor a la patria, pero sin estrechez de
miras, de modo que tengan siempre presente y busquen al mismo tiempo el bien de
toda la familia humana» (Gaudium et spes, 75). Es necesario recordar también a
este respecto los principios que, desarrollando la enseñanza propuesta por los
Papas, especialmente desde León XIII, han sido establecidos por Paulo VI en la
enc. Populorum progressio, mostrando la responsabilidad de los ciudadanos y las
naciones por el bien de todos los pueblos de la tierra.
Siempre que se observa la primacía del bien común a que hemos aludido, las
consideraciones expuestas hasta ahora sobre el amor a la patria pueden aplicarse
en igual medida al amor a la propia ciudad o región, etc.
Pecados opuestos al patriotismo: a) Por defecto, la indiferencia -afectiva
o de hecho- ante lo que se refiere a la patria, que en la práctica puede
traducirse tanto en un desinterés por el bien común con una búsqueda egoísta y
exclusiva del bien propio, como en un cosmopolitismo apátrida, fruto en
ocasiones de ideales utópicos. El Conc. Vaticano II hace una llamada a la
responsabilidad de todos los cristianos en este campo: «Los cristianos deben
tener conciencia de la vocación particular y propia que tienen en la comunidad
política; en virtud de esta vocación están obligados a dar ejemplo de sentido de
responsabilidad y de servicio al bien común. Así demostrarán también con los
hechos cómo pueden armonizarse la autoridad y la libertad, la iniciativa
personal y la necesaria solidaridad del cuerpo social, las ventajas de la unidad
combinada con la oportuna diversidad» (Gaudium el spes, 75).
b) Por exceso, el nacionalismo (v.) que, recortando el horizonte, coloca a
la nación como término último de sus ideales y norma suprema de conducta. El
nacionalista busca por encima de todo la grandeza de su nación o, mejor, que su
propia nación sea más grande que las demás; y fácilmente llega a la convicción
de esa superioridad -con el cortejo de errores prácticos que de ahí se pueden
seguir-, pues todo hombre tiende a creer como cierto aquello que desea con
vehemencia. «El amor patrio, que de suyo es fuerte estímulo para muchas obras de
virtud y heroísmo cuando está dirigido por la ley cristiana, es también fuente
de muchas injusticias cuando pasados los justos límites se convierte en amor
patrio desmesurado» (Pío XI, enc. Ubi arcano, 23 dic. 1922).
Por tanto, al p. debe también aplicarse el principio de que la virtud
consiste en el justo medio entre dos extremos opuestos, en nuestro caso la
indiferencia ante lo que se refiere a la patria y el nacionalismo exacerbado:
justo medio que exige un amor intenso y fecundo en obras dentro del justo orden
impuesto por el respeto y los deberes hacia las demás naciones. En otras
palabras, al verdadero p. se opone tanto el egoísmo individual como el
colectivo. Así lo expresa J. Escrivá de Balaguer: «Ser católico es amar a la
Patria, sin ceder a nadie mejora en ese amor. Y, a la vez, tener por míos los
afanes nobles de todos los países. ¡Cuántas glorias de Francia son glorias mías!
Y, lo mismo, muchos motivos de orgullo de alemanes, de italianos, de
ingleses..., de americanos y asiáticos y africanos son también mi orgullo. -
¡Católico! : corazón grande, espíritu abierto» (Camino, 23 ed. Madrid 1965, n°
525).
V. t.: PATRIA; JUSTICIA; SOCIEDAD.
BIBL.: LEóN XIII, Enc. Diuturnum, 29 jun. 1881; íD, Immortale Dei, 1 nov. 1885; íD, Libertas, 20 jun. 1888; íD, Sapientiae christianae, 10 en. 1890; Pío XI, Enc. Ubi arcano, 23 dic. 1922; íD, Caritate Christi compulsi, 13 mayo 1932; PAULO VI, Populorum progressio, 26 mar. 1967.
J. L. GUTIÉRREZ GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991