PATRIARCAS BÍBLICOS 1. Patriarcas antediluvianos.
a. Su nombre e historia. En la Biblia se da el calificativo de p. (del griego
patriarjés, de patriá, descendencia, familia, y árjo, mandar) a aquellos
personajes que han sido cabezas de dilatadas y numerosas familias (hebreo, rase
haabot). Los Setenta designan con este término a los jefes de familia israelitas
importantes del tiempo de la monarquía (2 Par 19,8; 26,12). En el apócrifo IV de
los Macabeos, 12,25, se habla de Abraham, Isaac y Jacob y de todos los
patriarcas. En el N. T. reciben este título Abraham (Heb 7,4), los 12 hijos de
Jacob (Act 7,8-9) y David (Act 2,29). Por extensión, el término se aplica a las
10 cabezas de familia, de Adán (v.) hasta Noé (v.), que enumera la tradición
sacerdotal (Gen 5). Junto a este catálogo de nombres, que enlaza a Noé con Adán
por Set (v.), existe otro transmitido por la tradición yahwista (Gen 4,17-24),
con los nombres de los descendientes de Adán por Caín (v.). El siguiente cuadro
sinóptico muestra cómo en el antiguo Israel se llenaba el inmenso espacio desde
Adán hasta Noé y Abraham con una lista de personajes que llevan nombre hebraico
y que aseguraron la posteridad del primer hombre, Adán, creado directamente por
Dios, hasta el advenimiento del diluvio (v.):La tradición yahwista recuerda tres
de los hijos de Adán y Eva: Caín (v.), Abel (v.) y Set (v.). El segundo murió
sin dejar descendencia, por haberlo matado Caín (4,8-25). De Caín nada dice el
texto sacerdotal (Gen 5). Pero el yahwista, atento a señalar las consecuencias
del primer pecado, señala que Caín, «alejándose de la presencia de Yahwéh»
(4,16), habitó la región de Nod (del hebraico nad, vagar, errar), donde conoció
a su mujer, que le dio a Henoc (del hebreo hanak, dedicar, construir). Caín dio
el nombre de su hijo a la ciudad que edificó. No es por azar que se atribuya la
invención de las ciudades a un gran pecador, pues la ciudad forma parte de una
civilización con la cual estuvo en conflicto la religión de Israel (1. Chaine,
Le livre de la Genése, París 1940, 80). A continuación se mencionan otros tres
nombres: Irad, Mehuyael y Metusael, del cual nació Lamec, polígamo y criminal,
que engendró a Yabel (del hebreo yabal, conducir), padre de los que habitan en
tiendas y pastorean ganado mayor (hebreo miqneh), y a Yubal (del hebreo yobel,
carnero, cuerno de carnero), padre de cuantos tocan el kinnor y la flauta.
Todos éstos fueron hijos de Lamec y de Ada. De la otra mujer, Sela, tuvo a
Tubalcaín, «forjador de instrumentos de bronce y de hierro» (4,22) y una hija,
Noema.
Pero Adán y Eva tuvieron hijos con afanes religiosos. En sustitución de
Abel, Dios les dio a Set (v.), cuyo hijo, Enós=hombre, promovió el culto de
Yahwéh. Con la mención de Enós se cierra en el yahwista la lista de los p.
descendientes de Adán. ¿Contenía otros nombres? Seguramente figuraba también en
ella el de Noé, ya que 5,29, actualmente en un contexto sacerdotal, presenta
matiz yahwista.
El catálogo de p. de la tradición sacerdotal (Gen 5,1-32) se ciñe a un
recuerdo descrito en estilo monótono y estereotipado, que sólo se interrumpe con
breves noticias de índole religiosa al hablar de Adán y de Henoc. Como Adán fue
creado a imagen de Dios, esta imagen se conserva en todos sus descendientes. De
Henoc (v.) se dice que «anduvo con Dios», y que desapareció porque se lo llevó
(hebreo laqah) Dios (5,23-24). La frase «andar con Dios» designa una santidad
fuera de lo ordinario (Gen 6,9 Miq 6,8), mayor que la expresada por la fórmula
«andar en la presencia de Dios» (Gen 17,1; 24,10). ¿Dónde se lo llevó Dios? Al
paraíso (Eccli 44,16, quizá sea una adición). Entre los clásicos, la forma
griega metézeken significa que el individuo pasa al rango de los dioses; idea
que no puede compartir el autor sacerdotal, tan celoso de la trascendencia
divina sobre todo lo creado. Dios se lo llevó, pero el texto no dice qué hizo de
él y dónde lo colocó; pero deja entrever que debió de continuar viviendo con
Dios, sin hablar de su muerte.
b. Sus años y su sentido. La lista sacerdotal señala la edad de cada p. al
engendrar a su primogénito, el número de años que vivió después de este
acontecimiento, con la indicación de que engendró otros hijos e hijas, y el
número total de años al morir. Según el texto masorético, desde Adán hasta el
diluvio transcurrieron 1.656 años; según el Pent. Samaritano, 1.307; según los
Setenta, 2.262 (el códice A los rebaja a 2.242). El siguiente cuadro sinóptico
permitirá comprobar el origen de estas divergencias.
En el cuadro sinóptico anterior figuran en la primera columna los años de
cada p. al engendrar a su primogénito; en la segunda, el número total de años de
su vida. Para obtener esta suma total desde Adán hasta el diluvio, hay que
añadir 100 años a la primera columna de cada texto, ya que, según Gen 5,32, Noé
tenía 500 años cuando engendró a su primogénito, y 100 años más tarde comenzó el
diluvio (Gen 7,11). Las variantes que presentan los diversos textos muestran que
el autor del Génesis se encontró ante una tradición muy incierta sobre los años
transcurridos desde la creación de Adán hasta el diluvio. Pero, a sabiendas de
que pisaba terreno muy movedizo e inconsistente, le era necesario llenar con
algunos nombres un periodo prehistórico, del cual desconocía su naturaleza y
duración. No tenía noción alguna de las ciencias geológicas y paleontológicas
que se cultivan hoy día. Lo menos que le importaba era señalar los años precisos
que duró este inmenso periodo anterior al diluvio, del cual desconoce también su
emplazamiento en la Historia; pero, en cambio, tenía sumo interés en apropiarse
el contenido de antiguas tradiciones heterogéneas sobre los p. antediluvianos y
sus años de vida como medio apto para enseñar que entre la revelación primitiva,
hecha al primer hombre, y Abraham (v.), el padre del pueblo escogido, no hubo
solución de continuidad, sino que se transmitió por un grupo de hombres que
permanecieron fieles a Yahwéh y se convirtieron en órgano transmisor de las
verdades fundamentales religiosas y de las promesas mesiánicas que Israel había
recibido en herencia. Para expresar esta idea, empleó un artificio literario y
utilizó en grado máximo el valor simbólico de los números. No es pura casualidad
que los tres p. alabados por su religiosidad (Enós, Henoc, Noé) ocupen
respectivamente en la lista, los números tres, siete y diez. Los 777 años de la
vida de Lamec recuerdan lo que él dice en su canto (Gen 4,24). La cronología de
Cainán está constituida por múltiplos de siete. Es muy significativo que se
mencionen 10 p., por cuanto dicho número significaba para los semitas plenitud y
perfección (L. Arnaldich, o. c. en bibl. 309-10). Con ello quería significar el
autor sagrado que no faltaba ningún anillo en la cadena que enlazaba a Adán con
Noé y Abraham. Los Setenta conocieron la cronología hebraica de los patriarcas
antediluvianos, pero, con el fin de armonizarla con los conocimientos más
perfeccionados que tenían los egipcios de la antigüedad de las civilizaciones,
revisaron los números y los aumentaron sistemáticamente y alargaron el tiempo
transcurrido entre Adán y el diluvio. Así, vemos que asignan 100 años de más a
los cinco primeros p. y al séptimo al engendrar a su primogénito (V. CRONOLOGíA
II; NrúMERO II; TIEMPO IV).
c. Relaciones entre ellos y con otras tradiciones. Otra cuestión plantea
la presencia en la genealogía yahwista y sacerdotal de p. con nombres idénticos
(Adán, Henoc, Lamec) o parecidos (Caín y Cainán; Irad y Yared; Metusael y
Metusalah -Matusalem-). Pudo suceder que la yuxtaposición de ambas tradiciones
diera como resultado la inclusión de un mismo personaje en ambas listas, pero, a
excepción de Adán, para los restantes, puede sostenerse que la identidad de
nombres no significa identidad de personas, tanto más que el Henoc setita tiene
poco parecido con Henoc, hijo de Caín, como tampoco el Lamec sanguinario de los
cainitas con el Lamec de ascendencia setita. La presencia de nombres idénticos
en ambas genealogías sería todavía una prueba más de su carácter simbólico y
artificial, al expresar con ello el contagio de los buenos (los setitas) por el
mal ejemplo de los malos (cainitas) en el terreno religioso.
Otro de los motivos que indujeron al autor del Génesis a reproducir el
catálogo de p. antediluvianos según las diversas tradiciones israelíticas, fue
que circulaban en Babilonia listas semejantes de ocho y diez reyes que reinaron
en la mencionada ciudad desde los orígenes divinos de la realeza hasta el
advenimiento del diluvio. En el texto W. B. 444, se citan ocho reyes, que
reinaron en total 241.200 años. El último de la serie fue Ubara-dudu de Suruppak,
padre de Um-napistim, el héroe del diluvio, según la epopeya de Gilgames (v.).
El texto W. B. 62 contiene 10 nombres de reyes, que reinaron 456.000 años; el
último rey fue Zi-u-sud-du, el héroe del diluvio en el texto de Nippur (S.
Langdon, The Weld-Blundell Collection, en Oxford Editions of Cuneiform
Inscriptions, 1924). El tercer texto, el de Beroso, menciona 10 reyes, con un
reinado total de 432.000 años. El último de todos es Xisutros, que se identifica
con Zi-u-sud-du.
Entre estas listas babilónicas y las de la Biblia existen analogías y
discrepancias. En una y otra aparecen una cronología corta y otra larga;
coinciden en su origen y en su término; el número de personajes es de 10 en W.
B. 62, Beroso y en el relato sacerdotal, y de ocho en W. B. 444 y en la
tradición yahwista. La coincidencia de nombres es muy problemática. La
diferencia es radical al indicarse la función de estos personajes: en la Biblia
son los antepasados de la humanidad; en Babilonia son reyes locales; en
Babilonia el horizonte es nacional, en la Biblia es universal y de índole
estrictamente religiosa. El héroe del diluvio babilónico se salva del cataclismo
y se convierte en inmortal, como los dioses; Noé, salvado de las aguas, sigue
siendo un hombre mortal.
d. Conclusiones. Unidad de la historia de la salvación. De lo dicho,
podemos concluir que la lista de los p. b. antediluvianos no ofrece ningún dato
histórico y geográfico concreto, ni supone una realidad cronológicamente
histórica. Los nombres de los p. son de origen hebreo, lengua posterior a
Abraham. El medio cultural de estos p. no es el Paleolítico (v.), sino el que
existía en Israel en los tiempos en que se formaron estas tradiciones. Nada
sabía el autor sagrado, ni la inspiración (v. BIBLIA III) le dotó de un
conocimiento especial, de las condiciones materiales de vida existentes en los
tiempos prehistóricos; pero le importaba demostrar por una cadena continua de
nombres la unidad de la Historia de la salvación (v.). Con la lista de los p.
antediluvianos, el autor sagrado quiso demostrar que, desde el punto de vista
religioso, no hubo entre Adán y Noé, y entre éste y Abraham, solución de
continuidad; que ningún eslabón faltaba en la inmensa cadena que unía dos fechas
tan distantes, que eran creación del primer hombre y el diluvio. La conexión era
perfecta, lo que expresa el autor al reducir a 10 el número de los patriarcas. A
semejanza de S. Lucas, en la genealogía (v.) de Cristo, quiso el autor sagrado
probar que Israel fue hijo de Noé, hijo de Lamec, hijo de Metuselah, hijo de
Henoc, hijo de Yared, hijo de Malaleel, hijo de Cainán, hijo de Enós, hijo de
Set, hijo de Adán, hijo de Dios (L. Arnaldich, o. c. en bibl. 326). Por la
Biblia no sabremos nunca cuál fue el promedio de vida del hombre paleolítico, ya
que no quiso adoctrinarnos sobre este particular. La ciencia supone que vivía
poco, y que no rebasaba ordinariamente los 40 años. La mortalidad en los
primeros años era grande, y mayor entre las mujeres que entre los hombres. El
reumatismo era casi general; las condiciones de vida, muy duras. Aparentemente,
la longevidad de los p. está en contradicción con todo lo que nos enseña la
paleontología. La Biblia y la ciencia tienen fines inmediatos distintos y siguen
caminos distintos (M. J. Voste, El reciente documento de la Comisión Bíblica,
«Estudios Bíblicos» 7, 1948, 142). V. t.: ALIANZA; HEBREO, PUEBLO.
BIBL.: Además de los comentarios bíblicos v.: P. DHORME, L'aurore de I'histoire babylonienne, «Revue Biblique» (1924), 534-556; B. BONCAMP, Die Bibel im Lichte der Keilschilttorschung, Recilinghausen 1939, 110-130; P. HEINISCH, Probieme der biblischen Urgeschichte, Lucerna 1947; L. ARNALDICH, El origen del mundo y del hombre según la Biblia, Madrid 1958, 304-327; M. BALAGUER, Prehistoria de la salvación, Madrid 1967, 194-208.
LUIS ARNALDICH.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991