NATURALEZA, CULTO A LA
Siempre, con mayor intensidad en la Antigüedad, el hombre ha sido sujeto de tres
experiencias, que, sobre todo en algunos periodos o en determinados tipos de
personas, afectaron muy hondamente su sensibilidad: a) Temor ante algunos
fenómenos naturales: rayos, truenos, tormentas, etc. Casi todos estos fenómenos
naturales aparecen ya, p. ej., en los poemas homéricos como término de
comparación con guerreros, combates y dioses, y como cratofanías o
manifestaciones del poder de las supremas divinidades uránicas. En último
término siempre se basan tanto en su poder material, p. ej., el rayo en sí,
capaz de fulminar héroes, hendir árboles o hundir naves, por lo que atemoriza al
hombre, cuanto en su valor expresivo de la presencia del dios celeste con toda
su fuerza irresistible que paraliza las potencias humanas o las galvaniza e
impulsa, según sea considerado presagio favorable o adverso (Homero, Ilíada,
13,320; 16,384-92; 20,51, etc.; Odisea, 5,291-96; 12,403-19, etc.). b) Embeleso
ante fenómenos como los de la noche estrellada, crepúsculos, vegetación
exuberante, despertar primaveral, amenidad de los parajes con sombra, agua,
árboles, flores, aves -oasis, descanso del ancestral nomadismo- (Homero, Ilíada,
6,294; 18,483; Píndaro, Olímpicas, 2,80; Eurípides, Bacantes, 1048; Sófocles,
Edipo en Colono, 668-708, etc.). c) Asombro ante las sobrehumanas fuerzas,
benéficas o catastróficas, de la naturaleza, tanto en su aspecto celeste como
telúrico.
Repercusión religiosa. La naturaleza condicionaba la vida de los
primitivos. La medida en que el hombre la domina por medio de la técnica señala
su distanciamiento de la primitividad. Los pastores-nómadas se encontraban
inermes ante los fenómenos atmosféricos: tormentas, rayos, inclemencias
climatológicas; a su vez, los primitivos labradores, sin instrumentos adecuados,
no podían sacudir el yugo de la humedad y sequía excesivas, heladas, etc. Por
eso parece obvio que, al tratar de concebir la causa primera y de conocerla por
vía racional (v. ANALOGÍA), lo hicieran desde los fenómenos celestes (pastores:
V. DIOS II; RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS) y desde los agrarios (labradores: V.
MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS; DIOS II, 2).
Algurios, desorbitando este influjo en el concepto de la divinidad y en el
origen de todo lo religioso, dieron lugar a las teorías de la mitología natural,
basada principalmente en los mitos naturales grecorromanos y en la mitología
astral (mitos astrales de los babilonios -panbabilonismo-). Los mitólogos de la
naturaleza (A. Kuhn, F. Max Müller, etc.) se fijan en los fenómenos y elementos
naturales: rayo, tormentas, lluvia, aire, agua, fuego, etc.; los mitólobos
astrales (E. Siecke, A. Jeremias, G. Hüssing, etc.) en los astros,
principalmente en la luna y su influjo en el mundo sublunar (panlunarismo).
Ambas teorías son excesivamente radicales e inexactas, al considerar las figuras
míticas y las religiones, dioses, etc., únicamente como personificaciones de los
fenómenos naturales, a los que se honró con veneración religiosa y al no admitir
una influencia religiosa simplemente analógica ni, menos aún, la existencia
anterior de ninguna vivencia proveniente del conocimiento racional o de la
revelación divina (v. MITO Y MITOLOGÍA II, A).
Expuesta esta perspectiva general, se va a analizar, con más detención, el
culto de la naturaleza entendida en sentido restringido, en el telúrico y
agrario o de la vegetación, por ser el más específico y también el más olvidado
en los estudios de historia de las religiones.
Divinización de la naturaleza. La progresiva secularización de la Tierra
incapacita en gran manera al hombre actual para sintonizar el mensaje de honda
sacralidad de la Telus o Tierra, intuido por los hombres de todos los
continentes en el mundo arcaico. En todas las regiones, también en Grecia, Roma
y diversas zonas mediterráneas lo mismo que al pie de los Andes o en las islas
del Caribe, el hombre sintió como numinosa la potencia de la Tierra, ya en sí
misma, ya aunada a los agentes cósmicos, que operan sobre ella (V. TIERRA V). La
Tierra divinizada recibe diversos nombres en el ámbito helénico: Magna Mater,
Cibele, Isis, Atargatis y, sobre todo, Demeter expresiva hasta en su etimología:
De > Ge-meter (Tierra Madre); son los nombres con que era invocada en el culto
minoico, en los misterios de origen minorasiático, en Egipto, Eleusis, etc. En
la arcaica latinidad la tierra sacralizada se llamó Tellus o divinidad femenina
terrestre de gran influjo en la religiosidad romana (Servio, In Georgicas, 1,21;
S. Agustín, Ciudad de Dios, 7,2326). Junto a ella figura, con escaso éxito
cultual, otra divinidad terrestre, pero masculina: «No, dice él (Varrón), sino
que una sola y misma tierra tiene dos potencialidades, una masculina, que
produce las semillas, y otra femenina, que las recibe y alimenta. A la
potencialidad femenina la llama Telus y a la masculina Telumón. ¿Por qué los
pontífices, como él mismo hace notar, añaden otras dos, teniendo así cuatro
divinidades: Telus, Telumón, Altor y Rusor?» (S. Agustín, íb. 7,23,2).
En las religiones propias de tribus y pueblos agrícolas la Madre Tierra,
en sus distintas advocaciones, figurasiempre como suprema diosa y señora de la
naturaleza. Pero si el hombre primitivo veneró el seno fecundo de la Tierra,
«Madre de todas las cosas» (Hornero, Himno, 1 ss.; Píndaro, Nemeas, 6,1-2,
etc.), y la saluda exultante como Virgilio a la tierra itálica (Geórgicas,
2,173: Salue, magna parens frugum, Saturnia Tellus, magna (parens) uirum...),
sobre todo se extasió ante el maravilloso e inesperado alumbramiento de la
naturaleza en primavera con flores, hojas, verdor y afán genésico de los
animales. Este aspecto en su doble vertiente agraria fertilidad, vegetación) y
animal-humana (fecundidad) aparece encarnado y venerado en la serpiente (v.) o,
en época más tardía, en la figura de la joven divinidad: Coré-Persefona, Atis,
Dioniso, Adonis, etc., que «muere y resurge» de modo similar a la serpiente tras
el letargo invernal en sintonía con la vegetación (invierno-primavera).
Un caso paradigmático nos lo ofrece el núcleo más importante de los
misterios de Eleusis (v.): la «pasión» de Demeter. Religión de la Tierra, ésta
es naturalmente la madre: Demeter (Eurípides, Bacantes, 275 ss.; Cicerón, De
natura deorum, 2,26,67). El fruto de la Tierra, su hija, es Persefona o Coré.
Danzaba un día en un prado con las hijas del Océano, cuando una flor, el
narciso, la fascinó; intentó cogerla sin darse cuenta de que la Tierra se abría
y, raptada, quedaba en poder del dios de los muertos (Edóneo, Plutón, Hades).
Demeter ansiosa va en busca de su hija. Informada por Helios, el Sol «que todo
lo ve», conoce su paradero. Consigue de Zeus la devolución de Persefona en el
caso de que no haya comido nada en las entrañas de la tierra. Pero la astucia de
Hades, que la ofrece una granada, frustró su total reintegración a la superficie
terrestre. Con todo, se llegó a un acuerdo: Persefona permanecerá en el interior
como reina del reino de los muertos un tercio del año, al unísono con las
semillas sembradas (invierno), y el resto en el mundo de la luz y de los vivos;
en este tiempo, Demeter derrochará toda su vitalidad por la alegría del
encuentro (primavera), si bien se irá entristeciendo a medida que se acerca la
despedida (otoño). Durante la búsqueda de su hija fue bien recibida en casa de
Céleo-Metanira, reyes de Eleusis; agradecida les enseñó la agricultura y, al
instituir sus misterios, los organiza en Eleusis nombrando sacerdote al rey y
sacerdotisa a la reina (Hornero, Himno a Demeter).
La Madre Tierra y la Vegetación en su relación con el origen, destino y
resurrección de los hombres. La Telus no es una divinidad conceptual sino
sentida en cuanto cuna, vivencia y tumba humana; es la diosa, madre de dioses,
que encierra en sus entrañas el misterio de la vegetación -muerte invernal y
resurrección primaveral-, del cultivo de los campos, de todas las cosas y del
hombre que viene de la tierra y a ella retorna (Cicerón, De natura deorum, 2,26;
la Precatio Terrae Matris, en Anthologia Latina 1,27, ed. Riese); en una
palabra, es la diosa de lo telúrico con todas las resonancias matizadas de
humanidad y sacralidad de este término. En la tierra se esconde el origen y el
destino del hombre, que es tierra, polvo, y en tierra se convierte su cuerpo de
modo definitivo según la antropología materialista y la dualista (V. DUALISMO),
momentáneamente según el dogma católico de la resurrección de los muertos (v.).
El valor completo de lo telúrico explica la idea y la práctica de
in-humar, en-terrar los cadáveres como reintegración al seno maternal de la
Tierra, y la esperanza en la resurrección humana similar al resurgir de las
semillas enterradas en las entrañas de la tierra, creencia tan arraigada en la
religiosidad telúrico-mistérica, especialmente en una de las más intensas
corrientes religiosas de Grecia: los misterios eleusinos. Los epitafios, tanto
griegos como romanos, recogen con sorprendente expresividad todos los aspectos:
terrestre, humano y divino de lo telúrico. Para muestra bastan dos, griego el
uno y romano el otro, inscritos en lápidas funerarias de una mujer y de un
hombre respectivamente: «Soy polvo, la tierra es polvo, la tierra es diosa.
Luego yo no estoy muerta» (Corpus Inscriptionum Latinarum, 6,29609). «Estoy
muerto, el muerto es polvo, el polvo es tierra. Pero, si la tierra es diosa, no
soy muerto sino dios» (H. Dielh, Anthologia Lyrica 1,64). La Tierra, origen
sacral del hombre, es tomada como símbolo mesiánico por el profeta Isaías
(45,8): Aperiatúr terra el germinet Salvatorem y a destino humano en una
intuición religiosa de Sófocles (Edipo en Colono, 1657 ss.): «Entreabriéndose
-en Colono- la tierra, le abrazó dulcemente en sus senos abismales», para
redimir la humanidad pecadora de Edipo en el momento de su muerte y
glorificación. El proceso germinativo sirve a S. Pablo (1 Cor 15,38 ss.) para
aclarar la resurrección corporal, si bien es una simple comparación, despojada
de la eficacia que se le atribuía en los misterios.
Desacralización de la naturaleza. Para la religiosidad telúrico-mistérica
toda la naturaleza estaba divinizada. Al ser vencidos sus miembros por pueblos
de religiones étnico-políticas (indoeuropeos, semitas) se inicia su proceso de
desacralización, pues éstos más que divinizar la naturaleza tendieron a poblarla
de dioses. Una prueba evidente la tendrá el lector de la Theología... escrita
por L. Aneo Cornuto en el a. 60 d. C. que recoge la tradicional mentalidad
mítica. Según esta «teología» el cielo, la tierra, los astros, el mar, todos los
elementos de la naturaleza están en relación especial con algún dios. El
murmullo de los ríos y de la arboleda armoniza con la sonrisa y las travesuras
de ninfas y sátiros. Todos los seres reciben encanto de los dioses y de su
cortejo. Pero la naturaleza en sí misma ha quedado secularizada; su fuerza
divina, diluida antes, se ha como concentrado en unos cuantos elementos
residencia de los seres divinos (sátiros, ninfas, náyades, dioses, planetas:
Mercurio, Marte, Venus, Júpiter, Saturno, etc.) más que divinos en sí mismos,
excepto en algunos casos. Un paso más, y Anaxágoras (s. V a. C.) con sus
seguidores proclamarán que la naturaleza es materia; divino es sólo el nous, que
es pensamiento, no la materia ni sus diversos elementos: sol, luna, etc. (v. SOL
II).
Aunque en el mundo clásico se observan también, por otro cauce, los
síntomas que desplazan la consideración de la tierra de la zona religiosa a la
estética, no obstante, hasta los últimos años del Imperio pervivió el culto
romano a la Tellus. Solamente el espiritualismo cristiano, con su nueva
concepción del mundo, consiguió superar el viejo naturalismo convirtiendo la
tierra en «creatura» de Dios y lugar de peregrinación y trabajo para el hombre.
Después la visión artístico-estética y la científica, sobre todo en algunas de
sus ramas, p. ej., la edafología (v.) - sin duda esta palabra sonaría a
blasfemia y sacrilegio si la oyera el hombre antiguo-, han culminado el proceso
de desacralización de la Telus.
V. t.: DIOS II, 2; TIERRA V; FERTILIDAD II; ÁRBOL II; MISTERIOS Y
RELIGIONES MISTÉRICAS.
BIBL.: A. ALVAREZ MIRANDA, Reflexiones sobre lo telúrico, en Obras, I, Madrid 1959, 435-456; F. KOENIG, Cristo y las religiones de la tierra, I-II, Madrid 1960; M. GUERRA, La serpiente, epifanía y encarnación de la suprema divinidad ctónica: la Madre Telus, «Burgense» 6 (1965) 12-59; A. DIETRICH, Mutter Erde, 3 ed. Leipzig-Berlín 1925; B. ANKERMANN, Die Religion der Naturvólker, en A. BERTHOLET-E. LEHMAN, Lehrbuch der Religionsgeschichte,I, Tubinga 1925; S. EITREM, Eleusinia: les mystéres et I'agriculture, «Symbolae Osloenses», Oslo 1940; W. MANNHARDT, Wald- und Feldkulte, 2 ed. 1-II, 'Leipzig 1904-05; M. ELIADE, Traité d'histoire des religions, 2 ed. París 1968, 229-309.
M. GUERRA GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991