LUZ Y TINIEBLAS
Son dos conceptos profundamente grabados en la psicología del hombre. Dos
conceptos que marcan el contraste diametral de dos realidades irreconciliables.
Donde reina la l., están excluidas las tinieblas. Donde hay tinieblas está
desterrada la l.
Pero la l. es una necesidad vital. Sin ella las cosas quedan en una
relativa inexistencia. Por ello a los griegos les preocupaba la oscuridad, más
que por el efecto óptico, por la consiguiente incapacidad para obrar. Es lo que
Cristo enseñaba en uno de los textos más significativos sobre el tema: «Caminad
mientras tenéis luz..., pues el que camina en tinieblas no sabe por dónde va»
(lo 12,35).
Etimología y significado. La l. y las tinieblas, citadas tan
frecuentemente en la Biblia, forman un grupo característico (cfr. Gen 1,4 ss.
18; Is 5,20.30; Am 5,18 ss; Mt 4,16,6,23 s.; Act 26,18; Rom 2,19; etc.).
Los términos hebreos son or, l. (más de 125 veces) y hoáek, tinieblas
(unas 80 veces). La palabra or está relacionada con el término asirio urru o
itru, el tiempo del día. Significa l., claridad, y puede referirse en sentido
propio a la l. del día (Iob 24,13.16), a la de los astros (Is 18,4; 30,26; Ez
32,7), al resplandor del fuego (Hab 3, 11; lob 36,32; 37,3...). Como sinónimos,
aunque en sentido figurado, se emplean: rasón, complacencia (cfr. Prv 16,15; Ps
144,4), y simháh, alegría (cfr. Ps 97,11; Prv 13,9).
Hosek pertenece a una raíz que significa oscuridad. Suele ir en oposición
a or, y como sinónimos lleva `arf el, niebla, nube oscura (cfr. Dt 4,11), áfeldh,
oscuridad (cfr. Ioel 2,2), salmáweth, sombra de muerte (cfr. lob 3,5). En el N.
T. l. y tinieblas están expresadas por las voces griegas phós y skotos (S. Juan
usa casi exclusivamente skotía). Los autores en los que más abundan estas
nociones son S. Juan y S. Pablo. La l. es citada unas 70 veces y unas 50 las
tinieblas.
Sentido propio. Como es lógico, las palabras l. y tinieblas se emplean en
el A. T. en su sentido propio y original. Luz es entonces el resplandor que
emite un foco luminoso. Así puede referirse el día, quedando entonces
determinada con el complemento «de la mañana» (cfr. Gen 44,3; Idc 16,2; 19,26; 1
Sam 14,36; etc.), pues la mañana se caracteriza por el resplandor que surge del
sol que amanece. Por eso Dios Creador llamó día a la l. (Gen 1,5), y los autores
bíblicos hablan de la l. del sol (Is 18,4; 30, 26; lob 37,21), de la luna (Gen
1,16; Is 13,10; Ez 32,7), de las estrellas (Gen 1,16-18; Is 13,10; Ez 32,7; Ioel
2, 10 ... ), del rayo (lob 37,2 ss.). Lo que no impide que los hebreos tengan la
idea de que la l. y las tinieblas existen por sí mismas (cfr. Gen 1,3-5; lob
39,19). También dentro del sentido propio, los hagiógrafos se refieren a la l.
de los ojos, que es la sabrosa experiencia de la vista (Tob 10,5; Ps 38,11; Prv
15,30): «Dulce es la luz y agradable a los ojos ver el sol» (Eccl 11,7).
Dios y la luz. La l. es obra y don de Dios. No existe hasta que Dios la
crea, ni se mueve hasta que Dios le da órdenes (Bar 3,33). Sin el poder soberano
de Dios todo está sumergido en un caos tenebroso (Gen 1,2). Pero Dios crea la l.
y con ella y en ella son posibles las cosas creadas. Y es que Dios mora en la l.
(Dan 2,22), El mismo «es luz» (Ps 27,1; Is 60,19 ss.; Mich 7,8), lo es para los
justos de la era mesiánica y para los elegidos de la era escatológica (Apc
21,23-25; 22,5). Dios está vestido de l. (Ps 104,2) o lleva acompañamiento de
fuego y resplandor (Ps 18,13; 97,4), aunque a veces oculta su ser misterioso
detrás de la oscuridad (cfr. 2 Sam 22,12; 1 Reg 8,12). Pero Yahwéh es fuego
devorador (Ex 24,17; Dt 4,24; 9,3). Y como fuego y en el fuego se presenta a su
pueblo (cfr. Gen 15,17; Ex 13,21; 19,16-18; 24,17; Ez 1,4...). Es el tema de la
Gloria de Dios (v.), que es un efecto sensible de la presencia divina (cfr. 1
Reg 8,10 s.; Ps 50,3; Is 6,4 s.), como sucede en tantas teofanías (v.) descritas
en la Historia Sagrada (cfr. Le 2,9; Mt 17,2 y par.; Act 9, 3; 22,6; 26,13).
Simbolismos de la luz en el Antiguo Testamento. Tres son las nociones o
situaciones que en el A. T. se definen como l.: felicidad, sabiduría y vida.
Entre ellas y la l. se da a veces una real interferencia. a) La felicidad se
manifiesta en la expresión del rostro. Si el rostro es luminoso refleja la
interior alegría del espíritu. Si está oscurecido, apagado, expresa tristeza o
angustia. También los griegos, para indicar la risa, usan gelaó y gelasma, de
una radical (gel, gal) que significa algo brillante, luminoso. Así explica Job
su sonrisa (lob 29,24) y los Proverbios la luz del rostro alegre (Prv 15,30;
16,15). Éste es el motivo por el que los profetas ven la salvación y la alegría
de la era mesiánica como el amanecer de una l. (Is 9,1 ss.; 60,1-3.19 s.; Mich
7,9), o sencillamente como una iluminación Os 58,8.10; 59,9; Ier 13,16; Ps
36,10; 97,11). En este mismo sentido habla la S. E. de la l. del rostro de Dios.
Pues si el humo es símbolo de su furor (Dt 29,20; 2 Sam 22,9; Ps 18,9), la l. es
la expresión de su benevolencia (lob 29,3). Y como la benevolencia se traduce en
paz y prosperidad para el hombre, los salmistas piden a Dios que ilumine su
rostro sobre sus siervos (Ps 4,7; 27,1; 44,4; 67,2; 89,16; 90,8; 119,135), pues
esa l. es argumento de salvación, perdón, misericordia y alegría.
b) La sabiduría. Lo que en el rostro hace la sonrisa, lo realiza la
sabiduría en el espíritu. La ciencia es l., la ignorancia tinieblas. Dios ha
dado a su pueblo la gran enseñanza que es la Ley (Tóráh, ley, significa
enseñanza), y la Ley es una lámpara, una l., una guía para los oscuros caminos
de la vida (ls 51,4; Bar 4,2; Sap 18,4). Como l. así es la sabiduría o
conocimiento de las realidades divinas (Sap 6,23; 7,10). Luz, los consejos que
el hijo recibe de sus padres (Prv 6,23), l., el Siervo de Yahwéh (v.), que
enseñará el camino de la justicia (Is 42,6; 49,6). Y como la justicia es el
acierto en la voluntad de Dios (v.), también la justicia tendrá su luminoso
resplandor (Ps 37,6; Sap 5,6). Y por la l. de Dios llegaremos a la l. (Ps
36,10). Pues «Dios revela lo profundo y lo oculto, conoce lo que está en las
tinieblas y con El mora la luz» (Dan 2,22).
c) La vida (v.) es actividad y la actividad no es posible o queda
disminuida sin la luz. Por eso existe una conexión entre los conceptos de l. y
vida. Pues la vida es l. (lob 33,30; Ps 56,14). Y ver la l. es empezar a vivir (lob
3,16.20; Ps 36,10; Bar 3,20) o volver a la vida (lob 33,28). Morir es dejar de
ver la l. (Ps 38,11; 49,10), pasar de la l. a las tinieblas (lob 18,18). Por eso
en los profetas la l. es algo naturalmente opuesto a la muerte (Is 59,911; ler
13,16). La vida llena de miserias es más bien tinieblas que l. (Lam 3,1 ss.; Iob
20,26). Tales tinieblas envolvieron a los egipcios cuando los sucesos del Éxodo
(Sap 18,1-4).
Con esto queda explicado el concepto negativo que el A. T. tiene de la
vida de ultratumba (v. MUERTE V). Los muertos dejan de ver la l. y caen en la
inactividad, en el silencio, en el olvido (Ps 88,13; Eccli 9,5.10). El sé'ól o
lugar de los muertos es el lugar de las sombras, la morada de las tinieblas (Is
26,19; Iob 17,13; 38,17; Ps 88,7.13; Sap 18,4). Allí no se tiene l. (Ps 49,20).
De su seno nace la noche (Sap 17,13). Todo el horror que la muerte provocaba
está reflejado en estas amargas expresiones de lob: «Región de tinieblas y de
sombra de muerte, tierra de espantosa confusión, donde la claridad es noche
oscura» (Iob 10,22). Es el significado de la expresión de Cristo «las tinieblas
exteriores» (Mt 8,12; 22,13; 25,30). Recordemos que para los griegos era también
el Hades un lugar de sombras. Y autores como Homero (Ilíada 18,10 s.) y
Eurípides (Aul., 1506 ss.) describen la muerte como la entrada en la oscuridad y
en las tinieblas.
La luz y las tinieblas en el Nuevo Testamento. Importante efi la teología
neotestamentaria es el concepto de l. y frente a él, en una antítesis cabal, las
tinieblas. Con su significado propio y original aparecen sobre todo en los
Sinópticos, Hechos y Apocalipsis. Luz, dice sorprendentemente S. Pablo, es «todo
lo que es manifiesto» (Eph 5,13). Se opone, pues, a lo secreto y oculto (Mt
10,27 y par.) y es lo que permite o facilita la visión, como el día (lo 11,9), o
una lámpara (Lc 8,16; Act 16,29; Apc 18, 23). También es algo que resplandece o
ilumina, como los vestidos del Señor transfigurado (Mt 17,2), el sobrenatural
resplandor en la conversión de S. Pablo (Act 9,3; 22,6; 26,13) o la l. divina
que alumbrará la eternidad de los elegidos (Apc 21,24; 22,5). Lo contrario es un
estado de oscuridad y de sombras, como la madrugada de la Resurrección (lo
20,1), las tinieblas del Viernes Santo (Mt 27,45) o la ceguera de Elimas el Mago
(Act 13,11).
a) La luz y la Revelación. Es un sentido que recuerda el significado
sapiencial del A. T. Pues «la Ley fue el pedagogo que nos llevó a Cristo» (Gal
3,24), y «la sabiduría que predicamos es Cristo crucificado» (1 Cor 1,22 SS.).
Pero Cristo ha venido como l. al mundo (lo 12,46) para anunciar la l. (Act
26,23) y para dar de ella testimonio. Esa l. brilla en el corazón de los fieles
(2 Cor 4,6), que deben «creer en la luz para ser hijos de la luz» (lo 12,36). La
predicación cristiana es, pues, una invitación a pasar de las tinieblas a la l.
(Act 26,18; 1 Pet 2,9).
b) Luz y vida cristiana. Llamados a la l. deben los cristianos vivir «como
hijos de la luz» (Eph 5,8), «caminar en la luz» (1 lo 1,7), «vestidos con las
armas de la luz» (Rom 13,12). Pues si antes caminaban en tinieblas (lo 8,12;
12,35), Cristo ha venido para librarlos de su influencia (lo 8,46). Los mismos
textos sagrados explican el sentido de «andar en la luz», que para S. Juan es
vivir la caridad fraterna (1 lo 1,9-11) y para S. Pablo, dar frutos de «bondad,
justicia y verdad» (Eph 5,9). En el coloquio de Jesús con Nicodemo las obras de
las tinieblas son malas, las de la l. son claras como la verdad y nacen de Dios
(lo 3,19-21). En Act 26,23 la conversión de las tinieblas a la l. es pasar del
poder de Satanás al poder de Dios. Es la idea del autor del Testamento de los
Doce Patriarcas: «Elegid la luz o las tinieblas, la ley del Señor o las obras de
Belial» (Leví 19,1).
c) Antítesis Luz-Tinieblas. La oposición entre la l. y las tinieblas se
acentúa aún más en los escritos del N. T Son como dos situaciones antagónicas:
«¿Qué comunión puede haber entre la luz y las tinieblas?», pregunta S. Pablo (2
Cor 6,14). El contraste entre la vida del infiel y la del cristiano es el mismo
que existe entre las tinieblas y la l. (Eph 5,8). Un cambio radical, como de la
noche al día (Act 26,18; 1 Pet 2,9). Los hijos de la l. no han de tener parte
con las tinieblas (cfr. Lc 11,35 y 16,8; lo 12,36; 1 Thes 5,5). Como antítesis
paralela están los hijos de las tinieblas (1 Thes 5,5), los «hijos de este
siglo» (Lc 16,18), los hijos de la rebeldía (Eph 5,6).
Esta oposición presenta un relieve especial en los escritos de Qumrán,
sobre todo en el volumen que lleva por título Guerra de los hijos de la luz
contra los hijos de las tinieblas (1 CM). Son dos formas de vida, dos ejércitos,
dos espíritus, «el de la verdad y el de la justicia» (1 QS 3, 18 ss.). Los hijos
de la verdad andan «en caminos de luz», los de la justicia «en caminos de
tinieblas» (1 QS 3,20 ss.). La lucha actual terminará con la destrucción de las
tinieblas (1 CM 1,8). Entonces habrá dos posibilidades: vida eterna en la l. (1
QS 4,7 s.) y muerte eterna en la región del fuego tenebroso (1 QS 4,12 ss.; 1 QH
3,29 ss.).
d) Luz y tinieblas en S. Juan. Tienen siempre sentido metafórico. El
antagonismo está muy marcado. Dios es l., Cristo viene al mundo como luz. El
mundo es oscuridad y tinieblas. El no aceptar a Cristo es amar las tinieblas más
que la l. (lo 3,19). Cristo, pues, se identifica con la l., una l. que se revela
a los hombres. Cumple así las promesas de un mundo de l. anunciado por los
profetas (cfr. Is 9,1; 60,1-3.19 s.). Sin Dios y sin Cristo queda todo en
tinieblas (cfr. lo 8,12; 12,35.46 s.). Lo mismo que en los escritos de Qumrán,
se trata aquí de abandonar los caminos de las tinieblas para «caminar en la
luz». Y Cristo facilita y exige esa decisión. La salvación está, pues, en pasar
de las tinieblas a la l. (1 lo 2,8-11). Y es que «Dios es luz», como se decía en
el A. T., y «en Él no hay tiniebla alguna» (1 lo 1,5). Es el Padre de las luces
(Iac 1,17). Habita en la l. (1 Tim 6,16). Por eso la incorporación al Evangelio
es una iluminación (lo 1, 9; 2 Cor 4,4; 2 Tim 1,10). Pues si Dios es l., Cristo
es su revelación a los hombres. «Es la luz verdadera» (lo 1,4.9). «Yo soy la luz
del mundo», dice el Señor (lo 8,12; 9,5; 12,46). Con El ha venido al mundo la l.
(lo 3,9; 12,35), l. que es vida (lo 1,4; 8,12). Porque el Verbo que «se ha hecho
carne», que es la l. del mundo, es también «verdad y vida» (lo 14,6; Col 3,4). Y
como el que tiene a Cristo tiene la l., así el que tiene al Hijo tiene la vida
(1 lo 5,12; cfr. lo 8,12; 12,35 ss.).
Lo decían los hombres de Qumrán. La tensión entre la l. y las tinieblas
terminará con la victoria de la luz. El Apocalipsis cierra sus capítulos de
guerras y desgracias con una luminosa apoteosis. Dios será la l. eterna de los
escogidos y el Cordero será su lumbrera (Apc 21,23; 22,5).
BIBL.: A. FEUILLET, Luz, en Enc. Bibl. IV,1106-1112; C. GANCHO, Tinieblas, en Enc. Bibl. VI,1019-1022; J. GENNARO, Exegetica in prologum Joannis secundum maximos Ecclesiae doctores antiquitatis christianae, Roma 1952; J. BONSIRVEN, Cartas de S. Juan, Madrid 1966, 80-85; J. C. BOTT, De notione lucis in scriptis S. Joannis Apostoli, «Verbum Domini» 19 (1939) 81-91,117-122; F. ASENSIO, El Dios de la luz: Avances a través del A. T. y contactos con el N. T., «Analecta Gregoriana», 90 (1958).
G. DEL CERRO CALDERÓN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991