LAS HUELGAS, MONASTERIO DE
Al sudoeste de Burgos, como a unos dos kilómetros del centro de la ciudad, en el
ámbito de un amplio y ameno praderío, que era de libre pasto para el ganado «de
huelga» (contrapuesto al de labor), propiedad de los burgaleses de los siglos de
antaño, tiene su asiento la fábrica de este insigne cenobio cisterciense,
panteón de reyes y de príncipes y exponente señero de la Castilla eterna.
Monarcas fundadores. Al matrimonio integrado por los reyes Alfonso VIII el
Noble, de Castilla, glorioso conquistador de Cuenca y debelador del poder
almohade en la batalla de las Navas de Tolosa, y a su esposa la inglesa Leonor
de Aquitania, fémina sosegada y casera, esposa fidelísima, madre amable y
prolífica, y abuela de dos Santos, Fernando rey de España y Luis rey de Francia,
debe la Cristiandad el trascendental legado de la erección de este cenobio,
glorioso luminar de la historia, mausoleo de reyes y de príncipes, y epifanía
gloriosa de la piedra tallada, que en su perennidad vio correr impasible los
años y los siglos. El egregio connubio, en fecha que no es posible marcar
documentalmente, pero que una tradición constante sitúa hacia 1180, resolvió la
construcción del monasterio, como consecuencia feliz de las instancias ante su
augusto esposo de la citada reina, según afirma su bisnieto el Rey Sabio, al
referirnos en una de sus «Cantigas a la Virgen»: «Epois tornous a Castela - De
si en Burgos moraba, - E un Hospital facía, - El, e su moller labraba, - O
monasterio das Olgas». Para la historia auténtica, el hilo de este nuestro
relato tiene su inicio en 3 en. 1187, la misma fecha del solemne documento de
fundación por cuya virtud, la Santidad de Clemente III por Bula Pontificia de
este día, reconoce, aprueba y bendice la nueva fundación; como complemento de
esta Bula, nc podemos omitir la cita de otro documento análogo, otorgado por el
mismo Pontífice en 13 mar. 1188. La importancia de ambos documentos Papales es
indiscutible, yr que en ellos, y de muy especial manera en el primero, tuvieron
su fundamento aquellas desorbitadas prerroga tivas de las que al enjuiciar la
varia personalidad de la Abadesa de Las Huelgas, habremos de ocuparnos; debiera
do, sin embargo, dejar sentado aquí, en aras de la verdac." histórica, que pese
a la tenaz, y un poco gregaria afirma ción sentada por los viejos cronistas de
Las Huelgas, nada real y efectivo se otorgó en estos dos solemnes do cumentos,
para basar en ellos el ejercicio de aquella• desmesuradas facultades que tanto
en el orden eclesiástico como en los gubernativo y judicial, ejerciera en siglos
posteriores la señora Abadesa de Las Huelgas.
Primeras pobladoras. El testimonio unánime, de histo. riadores y
comentaristas, se mostró coincidente en el aserto de que las primeras señoras
que el rey Alfonso VIII eligiera para habitar y regir la santa fundación, fueron
traídas del monasterio cisterciense de Tulebras o de La Caridad, en Navarra,
famoso ya como casa matriz de otras fundaciones. La misma ininterrumpida
tradición nos señala como año de su llegada a Las Huelgas el de 1186, y el
nombre de doña Misol o Marisol como el de la señora con la que se inició la
ilustre galería de abadesas. Como antes ya dijimos, la opinión tradicional fue
unánime y constante; mas esta tradicional manera de enjuiciar se ha visto
contradicha en época reciente, por las razones y las pruebas aportadas por
persona tan autorizada en la tarea de la investigación histórica cual lo fue el
insigne abad de Silos Dom Luciano Serrano, quien en las páginas 307 y 308 del
tomo II del Obispado de Burgos y Castilla primitiva, se pronuncia por la
reivindicación de la solera castellana de las primeras religiosas que en Las
Huelgas vivieron, alegando como argumento dirimente el hecho de que, existiendo
en Castilla conventos cistercienses, como el de San Andrés del Arroyo y otros
varios, no era necesario ir a buscar afuera lo que en casa teníamos. Con todos
los respetos a esta ilustre figura, nos sumamos a los sustentadores de lo
tradicional.
Brevísima descripción arquitectónica. El bellísimo conjunto que constituye
el monumento se integra, fundamentalmente por el nexo iglesia-monasterio, nexo
al que hubieron de añadirse las indispensables dependencias complementarias,
todo ello ubicado en uno u otro de los dos acompases» o plazuelas que
festoneadas por muralla, circundan el recinto. Cosa lógica, la construcción de
la secular mole fue obra parsimoniosa y lenta y por ello, en su fábrica, se
fueron manifestando, consecutivamente, los gustos constructivos de unas cuantas
centurias. Como el más característico de sus rasgos hemos de señalar el que en
Las Huelgas se conjuntan por vez primera, en lo que a la historia del arte
burgalés pueda hacer referencia, los últimos vestigios del románico con los
primeros albores del gótico, cosa fácil de observar en las clustrillas, en la
torre de innegable prestancia militar, en el rosetón del lado oeste del
vestíbulo y en el tímpano de la bellísima portada de ingreso al interior, obra
del maestro inglés Ricardo, con exorno de hojas de vid y acebo. Todo lo demás:
la iglesia en su interior, con tres naves, cinco ábsides y bóveda cupuliforme,
el claustro de San Fernando, la Sala capitular, etc., edificado en fechas
situadas entre 1220 y 1279, encaja en normas constructivas del estilo ojival. En
retablos y altares, con sus decoraciones, discurrren los diversos estilos que
cronológicamente se fueron sucediendo.
Las Huelgas, panteón de reyes y de príncipes. Es algo indiscutible que la
intención primera de los reyes fundadores fue, juntamente con la de dar prueba
palmaria de religiosidad, la de erigir adecuado lugar para el reposo eterno de
sus cuerpos y de los herederos que en pos de ellos vinieren. Pese a la realidad
de este empeño, la historia nos enseña que las cosas no han sucedido así, ya que
la reconquista de Sevilla por el rey San Fernando y el natural cariño que por
esta ciudad sintiera el monarca, le impulsaron a disponer allí su enterramiento,
cortando así prematuramente el hilo de afección que hubiera debido unir al
monasterio con los reyes y reinas de Castilla. Pocos, muy pocos son los reyes
que en Las Huelgas esperan la resurrección de sus cuerpos: los reyes fundadores,
Alfonso y Leonor, y sus dos hijos Enrique I y Berenguela I. Todos los demás que
allí descansan fueron Infantes o Infantas de Castilla, siendo inadmisible la
aseveración que hace en él dormir eternamente los despojos mortales de Alfonso
VII el Emperador, Sancho III el Deseado y Alfonso X el Sabio, los dos primeros
enterrados en Toledo y el tercero en Sevilla.
Las tres naves del templo sirvieron de cenotafio. La central cobija como
pieza de honor el mausoleo doble de los fundadores; la nave del Evangelio o de
Santa Catalina es panteón de varones, la de la Epístola o de San Juan
Evangelista, acogió en su recinto sepulcros femeninos. No debemos cerrar este
capítulo sin dejar consignado que en el pórtico o atrio de la iglesia, existen
otras seis sepulturas anónimas, llamadas tradicionalmente de «Caballeros
Cruzados de las Navas». Tal aseveración no es admisible desde el momento en que
el insigne Gómez Moreno asegura «que uno, el más artístico, surmontado por
airoso baldaquino, encierra en su interior cenizas femeninas».
La abadesa de Las Huelgas. Plugo a la Providencia que la majestuosidad de
la fábrica de este monasterio, se viese gobernada por una egregia figura
femenina sobre la que se fueron acumulando los más altos y extraños privilegios
y honores. Aquella cabecera de los despachos y bulas abaciales en los que
machaconamente se nos dice: «con jurisdicción omnímoda, privativa, quasi
episcopal, nullius diocesis», es la más paladina confesión de poderío, a manos
femeninas confiado. En efecto, pudo la abadesa, en el correr del tiempo,
conferir beneficios, castigar y proceder contra los predicadores atrevidos,
castigar, asimismo, a los regulares que delinquiesen, conocer-y pasar las
dispensaciones que venían de Roma, examinar la actitud de escribanos, conocer en
causas matrimoniales y civiles, aprobar a los confesores de sus súbditos, juntar
sínodo y redactar constituciones sinodales. En cuanto a lo civil, extendía su
jurisdicción a más de 60 villas y lugares, ejerciendo en ellas el mero mixto
imperio, la percepción de tributos, el nombramiento de alcaldes, notarios y
alguaciles, teniendo a su lado un alcalde mayor quien fallaba en las
apelaciones; la acuñación de moneda forera y muchos otros más derechos que
ejercitó también sobre los freyres del Hospital del Rey, siendo además superiora
jerárquica de otros 12 monasterios. Como un símbolo más de su jurisdicción, se
adornaba en los actos solemnes con la mitra y el báculo. El número sucesivo de
abadesas llegó hasta 151, desde doña Misol, en 1187, hasta la ilustrísima señora
Da María del Rosario Díaz de la Guerra, su actual abadesa. De ellas, las 37
primeras lo fueron perpetuas, y las restantes a partir de 1587, con la única
excepción de Da Juana de Austria, la hija del vencedor de Lepanto, que lo fue de
por vida (1611-20), trienales.
Museo de Ricas Telas. Cerremos esta grata evocación de belleza y grandezas
pretéritas, dedicando unas breves líneas a este valiosísimo acervo de arte y de
riqueza, que a expensas y bajo la dirección del Patrimonio Artístico Nacional,
se instaló en 1949 en una artística Sala de este monasterio. Aun cuando el
insigne cenobio fue concienzudamente saqueado y profanado sus enterramientos por
las tropas napoleónicas, con los ricos vestigios de ropas medievales encontradas
en ellos, y de modo especialísimo con los inestimables ejemplares contenidos en
el mausoleo dedicado al Infante Don Fernando de la Cerda, primogénito del rey
Sabio, mausoleo que por hallarse defendido y semioculto por otro delantero se
libró de aquel pillaje, se ha establecido el más original, exhaustivo y
grandioso conjunto de telas medievales, árabes las más y mudéjares y castellanas
el resto. Con ellas, armónicamente distribuidas en 18 vitrinas, se han puesto al
alcance de investigadores y curiosos estos tan bellos como aleccionadores
recuerdos del pasado; muestrario que llega hasta su cumbre en las prendas que
cubrían la momia del precitado Infante. Las vitrinas que se cuentan de la VIII a
la XI, encierran piezas únicas, cuales son: la aljuba, el cinto, o talabarte,
pieza quizá la más insigne de todo lo allí expuesto; la espada, el sudario, el
birrete, tan bello como artístico; los acicates y anillo del precitado Infante.
En síntesis, quien guste de lo bello o sienta curiosidad por las cosas
pretéritas, goce, por vista de ojos, en la contemplación de tanta maravilla.
BIBL.: Flórez 27,287-308; l. AGAPITo REVILLA, El Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, Valladolid 1903; A. RODRfGUEZ LóPEz, El Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, Burgos 1907; l. ESCRIVÁ DE BALAGUER, La Abadesa de las Huelgas, Madrid 1944.
J. GARCÍA RÁMILA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991