La divinidad suprema, dice Virgilio, «escondió el fuego en las entrañas
del pedernal», a fin de que «la experiencia con la reflexión descubriera
poco a poco varias artes» y se desarrollara la inteligencia del hombre
(Geórgicas, 1,130-135), simbolizada por el mismo fuego (mito de Prometeo).
Indiscutiblemente la invención, conservación
y uso del fuego revolucionó la existencia del hombre paleolítico, al
mismo tiempo que es un indicio de su racionalidad; sólo él, no los
animales, presintió su importancia y consiguió someterlo para utilizarlo a
voluntad y de modo permanente. Si se valora la utilidad del fuego en el
ámbito profano (hogar, metalurgia, artes, etc.), su multiplicidad (rayo,
sol, estrellas, cometas, volcanes, fuegos fatuos, etc.) y su valor
metafórico: fuego en los ojos -ira- (Hornero, Ilíada, 12,466), en el
corazón -amor(Apolonio de Rodas, Argonautas, Ese. 2á, libro 3°: Medea
enamorada de lasón), en todo el cuerpo -fiebre- (Aristófanes, Fragmentos,
690 ss.), no extraña su repercusión en el plano religioso. '
El «Fuego-Dios». En la antigüedad hubo sectores, que divinizaron el
fuego: «el fuego es dios», afirma Crisipo (Cicerón, De finibus..., 4,12),
Heródoto (1,31; cfr. 3,16), Estrabón (15,3,13), etc. Son numerosas las
deidades relacionadas con el fuego: Hefesto, Hestía (Grecia), Vulcano,
Vesta (Roma), etc., con categoría de probables resultados de un proceso
antropomorfizador (V. ANTROPOMORFISMO II) de dioses concebidos antes como
fuego. No obstante, los principales dioses-fuego conocidos en la historia
de las religiones se reducen a dos: Agni (v. HINDUISMO) y Atar (v.
MAZDEíSMO; ZOROASTRO). Agni, representado también en forma de hombre de
color rojo, con 3 piernas, 7 brazos y lenguas, es sabio, sacerdote,
protector, dador de inmortalidad, purificador de las faltas, dios del
hogar, de la casa y del clan. Aunque no tan personificado, Atar entre los
persas es fuego que aparece en el dualismo cósmico y ético como sinónimo
de Verdad en lucha con la Mentira encarnada en el dragón Azi Dahaka. El
fuego es el centro del culto persa, al principio al aire libre (Heródoto
1, 131 ss.), después en templos, atendido por los «sacerdotes del fuego»
con un ritual minucioso (boca tapada para no contaminarlo, etc.).
Elemento teofánico. Las teofanías (v.) o
«manifestaciones-apariciones» de los dioses suelen ser ígneas o, por lo
menos, brillantes, luminosas (V. LUZ II): Afrodita (Hornero, Himno a
Afrodita, 86), Dioniso (Eurípides, Bacantes, 1083 ss.), Sérapis (Tácito,
Historias, 4,83), AhuraMazda, etc.; también las del mismo Yahwéh (Ex 3,4
ss.). Instrumento de castigo divino: La función profana del fuego es
ambivalente: positiva (uso doméstico, etc.) y negativa o destructora
(incendios, etc.). Lo mismo ocurre con el fuego en cuanto numinoso
(sagrado); a veces es instrumento de castigo para los malvados tras la
muerte (escatología persa, Tártaro virgiliano: Eneida, 6,543 ss.; etc.).
Elemento funerario: El destino aéreo del alma tras la muerte caracteriza,
en diversas épocas, a las religiones celestes (V. REL. ÉTNICO-POLÍTICAS;
DIOS II). Esta creencia explica que un grupo numeroso de pueblos
practiquen no la inhumación sino la cremación (v.) del cadáver o
incineración al menos durante largos periodos de su historia, a fin de que
el alma ascendiera más fácilmente a su mansión celeste (celtas, cántabros,
germanos, eslavos, persas antes de los aqueménidas, poemas homéricos; pira
y «busto»: de com-bustum=quemado; entre los romanos, caso de Dido en
Cartago: Virgilio, Eneida, 4,504 ss., etc.). Por tratarse de pueblos
nómadas, al menos en su origen, la incineración pudiera deberse también a
otra causa: de esta manera resultaba factible llevar consigo los restos de
los seres queridos.
El fuego, medio de purificación personal y cósmica. Con frecuencia
se empleó el fuego contra influjos dañinos y como medio de catarsis o de
purificación ritual (v. PURIFICACIÓN I). Después de la matanza de los
pretendientes, Ulises purificó su casa con fuego y azufre (Hornero,
Odisea, 22,492 ss.). Con la misma finalidad era usado en el acto lustral
tras el nacimiento de un niño así' como en el sacrificio inicial de las
asambleas (Suidas s. v. Amphidromia y Peristia). Una constante filosófica
(Heráclito, Cleantes, estoicos, etc.) enseña la transformación incesante
del cosmos en ciclos rítmicos y periódicos (Gran Año). Cada ciclo termina
con la ecpyrosis o «con-flagración» en el sentido etimológico y primario
de esta palabra (acción de con-sumirse en llamas), en la cual quedan
destruidas todas las cosas y seres particulares, permaneciendo los dos
principios eternos: la materia y el fuego primordial. Una vez purificado,
comienza de nuevo a rehacerse el mundo con los mismos seres,
acontecimientos y cosas.
Función cosmológica y filosófica del fuego. En la filosofía'antigua
casi nunca falta el fuego como uno de los elementos primordiales y
primigenios del cosmos, ya en combinación con otro: tierra (Parménides:
Diels 1,2,19, 36) u otros: tierra y agua (Órficos: Diels 1,1,a10); agua,
tierra y aire (Empédocles: Diels 1,316,12; Platón, Timeo, 32b), etc.; ya
solo. Todo (dioses, démones, almas, cosas) proviene del fuego, se compone
de fuego y se descompone o resuelve en fuego en el momento de la
configuración final (Heráclito, Hipasos de Metaponto -pitagórico-,
estoicos, etc.: Diels 22b30 y 22a1; Aristóteles, Metaphysica, 984a7;
Simplicio, Physica, 23,33; Cicerón, De natura deorum, 2,29; etc.).
Heráclito y los estoicos (lugares citados) llaman al fuego «Razón, Causa,
Zeus-dios».
El fuego en la religiosidad mistérica. Lo dicho hasta aquí
corresponde a pueblos de cultura y religión celeste (V. RELIGIONES
ÉTNICO-POLÍTICAS; DIOS II), en los cuales, a primera vista, encaja mejor
por ser celestes el rayo, los ignes aeterni=Fuegos eternos o estrellas
(Virgilio, Eneida, 2,154; etc.), cometas, el sol, etc., en numerosos casos
deificados (v. TEOLOGÍA SOLAR). Pero la ascendiente del fuego es tal que
desempeñó también una función relativamente importante en los misterios de
raíces no celestes sino terrestres (V. MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS;
DIOS II, 2), tanto en los ritos de purificación antes de la epoptía (v.
INICIACIóN, RITOS DE) como en diversos actos de signo distinto: misterios
eleusinos celebrados «bajo y con mucho fuego» (Hipólito, Philosophumena,
5,8,40), procesión de mujeres que en estado de exaltación báquica
sumergían antorchas en el río Tíber durante la celebración de las
Bacanales en Roma (Tito Livio, 39,13), hierogamia o matrimonio sagrado
entre el hierofante y la sacerdotisa suprema, personificación de Hades y
Coré, después de haber apagado las antorchas (Asterio 2: PG 40,324; etc.).
Sobre todo abunda el fuego en el mitraísmo, misterio de matiz más celeste
(V. MITRA); en él, mediante determinados ritos, el iniciando se disponía
para «admirar el fuego sagrado» (Mithrae liturgia, 4,15), a contemplar el
Eón «señor, dios-fuego» (ib. 4,21 ss.), al cual en una súplica se le
aplican nueve epítetos seguidos compuestos de pyr-fuego (ib. 8,17 ss.).
El fuego, centro de la familia y de la patria. La fogatahoguera en
las galerías habitadas por el hombre cavernícola, el fogón-hogar en la
casa familiar (cuatro términos derivados del latín focus=fuego), el fuego
sagrado de Vesta (Roma), de Hestía en el Pritaneo (Atenas) o en Egión
(sede de la alianza aquea), etc., fue el centro de la familia, del clan y
de la patria y, de ordinario, el axis mundi o «eje del mundo» familiar,
clánico, tribal y nacional; en griego onfalos o centro umbilical. De él
tomaban los colonizadores de las costas mediterráneas el fuego para las
nuevas fundaciones o colonias (Heródoto, 1,146). Este ignes-fuego era
aeternus, o sea, «continuo» (Pausanias, 5,15,5; Plutarco, Ei apud Delphos,
2,385 c; Virgilio, Eneida, 9,78; Cicerón, Pro M. Fonteio, 47; etc.). Había
algunas personas, de ordinario, mujeressacerdotisas encargadas de cuidar
el fuego tribal o nacional; si por un descuido se apagaba, ocasionaba
grandes calamidades a la familia o pueblo.
BIBL.: O. ALMGREN, Nordische
Felszeichnungen als religiose Urkunden, Francfort 1934, 224 ss.
(simbolismo del hogar en las culturas protohistóricas); H. DIELS, Die
Fragmente der Vorsokrotiker, Berlín 1951-52; C. M. EDSMANN, Feuer, en RGG
2,927928; J. G. FRAZER, Mythus of the Origin of Fire, Londres 1930; J.
HERTEL, Die arische Feuerlehre, I-II Indoiranische Quellen und Forschungen,
6-7, 1925-31; 0. HUTH, Der Feuer der Germanen, «Archiv für
Religionswissenschaft» 36 (1939) 108-134; K. F. JOHANSSON, Ueber die
Altindische Góttin Dhisana, «Skrifter utgifna Vetenkapssagundet i Uppsala»
(1917) 51-55 (sobre el simbolismo sexual del fuego); P. WERNERT, Le róle
du feu dans les rites funéraires des hommes fossiles, «Revue Générale des
Sciences» (1937) 143-182; T. TENTORI, Fuoco, culto del, en Enciclopedia
cattolica, V, Ciudad del Vaticano 1950, 1814-1816.
M. GUERRA GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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