1. Introducción. La primera exigencia que la crítica impone para el
conocimiento de un texto es un análisis literario del mismo. En el caso de
los E. de Mateo (Mt), Marcos (Me) y Lucas (Le), llamados Sinópticos, se
trata de una realidad bastante compleja. Cualquier lector que examine una
Sinopsis de los E., o directamente lea con atención los lugares paralelos
de los tres Sinópticos, advertirá inmediatamente las múltiples
convergencias y divergencias que existen entre las tres narraciones
evangélicas. Surge entonces el problema de las mutuas relaciones entre
ellas y el de la razón de sus diferencias. La exposición de estos hechos y
su explicación objetiva, constituyen la llamada «cuestión sinóptica» o
«problema sinóptico», que nosotros preferimos denominar simplemente «la
tradición sinóptica».
Conocer las mutuas relaciones entre los Sinópticos, y las fuentes de
sus tradiciones, nunca es una mera curiosidad científica. Según los
resultados de esa investigación, se podrá hablar o de «omisiones» o de
«añadiduras»; de referencia histórica o de teología de la historia; de
tradición o de interpretación; etc. Descubriendo la fuente, se pueden
descubrir las leyes que han presidido la composición de cada E., y
entonces aparece mejor la intención del autor inspirado y el sentido de la
Revelación. Conociendo la fuente, un mismo texto se valora mejor que si no
se conociese; entonces se puede hablar de lo que históricamente fue dicho
y de la aplicación actual que se hace de ese texto. Así se conocen más
claramente los presupuestos y las exigencias de la inspiración y de la
inerrancia (v. BIBLIA III y v). Queda también abierto el camino para
documentar las garantías de historicidad de estos documentos
excepcionales.
2. Los hechos. En primer lugar, se encuentran una serie de hechos
que exigen una explicación: Concordancias. Las múltiples convergencias que
existen entre los tres Sinópticos, pueden ser agrupadas bajo . tres
títulos: 1° La materia. Aunque los resúmenes de los evangelistas (Mt 9,35;
Me 6,6; Le 10,1; cfr. lo 21,25) indican que Jesús hizo y dijo cosas que no
están recogidas en los E., sin embargo, hablando en general, los tres nos
han conservado más o menos los mismos hechos y los mismos dichos de Jesús;
los mismos milagros, las mismas parábolas, las mismas discusiones, y los
mismos acontecimientos principales de su vida. De 1070 versículos que
tiene Mt, 740 se encuentran en Me y Le o en uno de ambos. De 1149
versículos que tiene Le, 539 se encuentran en Me y Mt o al menos en uno de
los dos. Los tres tienen en común 330 versículos, es decir, la mitad del
E. de Me, la tercera parte del de Mt, y un poco más de la cuarta del de
Le, es de triple tradición. La quinta parte (235 vers.) de los E. de Mt y
de Le es de doble tradición. 2° El orden. El cuadro general en el cual
está integrado el material evangélico es idéntico en los tres Sinópticos:
preparación del ministerio; ministerio en Galilea; viaje a Jerusalén;
Pasión y Resurrección. El acuerdo mutuo alcanza también a muchas secciones
del E. Todo procede como si hubiese un esquema general para ordenar la
materia. Esta uniformidad, sin embargo, no ha impedido que a veces la
convergencia se dé dentro de un contexto diferente, como cuando
encontramos una concordancia sinóptica alterna (p. ej., Mt 8,23-9,26 y lug.
paralelos). Hablando en general, quienes más concuerdan en el orden son Me
y Le, hasta tal punto que solamente Le introduce su material propio sin
perjudicar el cuadro de Me. 3° La expresión. Los tres Sinópticos tienen un
estilo popular, sencillo y anecdótico; la simple lectura de un trozo de Mt,
Mc o Le, evoca en seguida un estilo distinto de los escritos de S. Juan y
S. Pablo. El acuerdo entre los Sinópticos llega a veces a ser literal,
anotando no solamente los mismos detalles, sino, lo que es más
sorprendente, hasta con las mismas palabras, en el mismo orden, y los
verbos en el mismo tiempo (p. ej., Mt 3,7b-10 y Le 3,7b-9). Hay también
detalles o glosas que no brotan espontáneamente del curso de la narración
y, sin embargo, se encuentran simultáneamente y en el mismo lugar en dos
de los Sinópticos (p. ej., «pues eran pescadores»: Mt 4,18 y Me 1,16). El
acuerdo entre los Sinópticos es mucho más sorprendente cuando
simultáneamente y en el mismo lugar utilizan un hapaxlegómenon, es decir,
un término que tan sólo aparece una sola vez en el N. T., y a veces en
toda la Biblia (p. ej., Mt 9,2.5.15.16 y par¡.). A veces, citando un texto
del A. T. no siguen ni el texto hebreo masorético ni el griego de los
Setenta, y, sin embargo, los tres evangelistas coinciden entre sí en la
reproducción de la misma cita (p. ej., Mt 3,3 y paral.; cfr. Is 40,3).
Diferencias. Simultáneamente a las concordancias, existen también
diferencias, sobre todo de detalle, de tal manera que el número de
versículos literalmente idéntico es pequeñísimo. Se puede afirmar que no
hay ningún versículo de los E. que sea igual en los tres Sinópticos;
idénticos en Mt y Me sólo hay ocho; en Mt y Lc sólo hay seis; en Mc y Lc
tres nada más. Por eso, todos los exegetas dan a estos hechos la
importancia que se merecen, pues precisamente en las diferencias de cada
tradición se descubre la índole literaria peculiar de cada evangelista y
los rasgos que han presidido la composición de la obra (v. III). 1° La
materia. A pesar del enorme material común de los tres Sinópticos, cada
uno de ellos tiene secciones o versículos que les son exclusivos. De una
manera general podemos decir que Mt tiene 333 versículos que son
peculiares suyos; Me 50; y Le 499. Aun dentro del mismo acontecimiento
evangélico, puede existir diverso material: el Padre Nuestro (v.) en Mt
6,9-13 tiene siete peticiones, mientras que en Le 11,1-4 tiene cinco. En
las Bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Le 6,20-23; v.) Mt tiene cuatro más que
Le. 2° El orden. A pesar de ser común a los tres el esquema general del
E., cada uno de ellos a veces sigue un orden propio. Normalmente es Mt
quien sigue un orden más personal. Este hecho tiene como consecuencia una
distinta sucesión de los acontecimientos en uno y otro evangelista. Así,
p. ej., después de la controversia sobre Beelzebul en Mt 12,43-45, viene
la cuestión sobre la verdadera familia de Jesús, mientras que en Le
11,14-26 la misma controversia es seguida por la bienaventuranza a la
madre de Jesús (Le 11,27-28); y el episodio sobre la verdadera familia de
Jesús, lo sitúa Le 8,19-21 después de terminar la explicación de la
parábola del sembrador y amonestar cómo se han de escuchar las parábolas
(Le 8,16-18). Hasta en una misma frase, puede estar el orden cambiado; en
la parábola del sembrador el fruto es descendente en Mt 13,8: ciento,
sesenta, treinta; pero en Me 4,8 es ascendente: treinta, sesenta y cien.
3° La expresión. Las diferencias entre los Sinópticos alcanzan su máximo
en la expresión y formulación concreta de cada versículo. A pesar de ser
las más uniformes las palabras del Señor, también hay en ellas sus
diferencias (p. ej., Mt 26,26-28 y paral.). Los casos más llamativos, que
aparentemente pueden tener el aspecto de una contradicción, son los
siguientes: Mt 1,7-16 y Le 3,23-31; Mt 10,10; Le 9,3 y Me 6,8-9; Mt 8,28 y
Me 5,2; Le 8,27. Es muy frecuente que palabras iguales o semejantes sean
usadas diferentemente en pasajes paralelos: (a) en dichos de Jesús: p. ej.,
Mt 23,26 y paral.; (b) atribución de las mismas o semejantes palabras a
diferentes locutores: p. ej., Mt 8,8 y paral.; (c) uso de las mismas o
semejantes palabras como parte de un discurso y como parte de la narración
de un evangelista; p. ej., Le 8,46 y paral.; (d) otras variaciones en el
resto de las narraciones sinópticas; p. ej., Mt 14,24 paral. Es curioso el
caso de la frase «nada respondía» que en Me 14,61 está usada ante el Sumo
Sacerdote, en Mt 27,12 ante Pilatos, y en Le 23,9 ante Herodes. Hay a
veces algunas diferencias, también, en el uso de partículas, con diverso
sentido en el mismo lugar, como el «que» de Me 6,35 que tiene sentido
recitativo, cuando en Le 9,12 lo tiene causal.
3. Explicación de los hechos. Los hechos constatados son innegables.
Pero no basta hacer una estadística, hay que interpretarla. Nuestro
propósito es interpretar los hechos objetivamente comprobados, partiendo
siempre de un estudio interno de la documentación existente.
Soluciones antiguas. Las concordancias y diferencias existentes
entre los tres Sinópticos no son un descubrimiento de la exégesis moderna,
sino que han sido siempre percibidas en la Iglesia desde sus orígenes. A
mediados del s. ii, Taciano (v.) publicó un libro llamado Diatessaron o
Armonía de los Cuatro Evangelios; su intención era conciliar los datos
comunes y divergentes, mezclando entre sí y entrelazando los cuatro E.,
obteniendo de esta manera una «narración continua» y «un solo E.». Este
método se ha seguido de diversas maneras hasta nuestros días,
especialmente en las «Armonías» o «Concordancias de los E.», v en las
«Vidas de Jesús». La obra de Taciano fue rechazada por las comunidades
cristianas; no sabemos exactamente si esta condenación se debió a su
carácter de armonización, a las supresiones que introdujo en el texto, o a
la herejía de su autor. En cuanto a las demás Armonías o Concordancias,
aunque reproduzcan íntegramente el texto inspirado, el resultado final no
es «la palabra inspirada de Dios», sino más bien una «obra humana» que ha
tenido como fundamento «la obra de Dios».
Otro intento son las «vidas de Jesús», que tienen indudables
méritos, aunque algunas son un tanto problemáticas en cuanto a su rigor
científico, al seguir un método demasiado literalista, intentando trazar
una cronología precisa en todos sus detalles, etc., lo que conduce a
encerrarse en un falso problema. Los evangelistas, en efecto, querían
narrar lo hecho y dicho por Jesús, pero no con una preocupación de simple
erudición histórica, sino para presentar la «buena nueva» que Jesús
manifestaba y que Él mismo era. De ahí que atiendan mucho más al fondo
mismo de las cosas que a detalles accesorios, sin que por ello,
obviamente, dejen de reflejarlos en la medida en que se ordenan a narrar
lo que realmente importa. Una cronología, etc., para cada acontecimiento,
como la que pretenden a veces las vidas de Jesús, no se encuentra por
regla general en los Evangelios. Digamos finalmente que entre los Santos
Padres que cayeron en la cuenta de las variantes de los E. sinópticos (un
buen ejemplo es S. Agustín, con su De consensu evangelistarum), algunos
intentan buscar soluciones fundadas en la alegoría, el sentido místico,
las figuras de estilo, etc.
La exégesis moderna. Con el desarrollo de la investigación histórica
en la época moderna, se ha abordado el tema de la concordancia entre los
E. sinópticos por la vía de la crítica interna de los documentos. Las
investigaciones han mostrado que es difícil llegar a una solución
definitiva, aunque han apuntado algunas líneas. Hoy se considera un axioma
crítico que la solución del llamado problema sinóptico no se puede
encontrar unilateralmente en la tradición oral, en la comunidad cristiana
primera o en la documentación literaria. Hace falta combinar y matizar los
datos positivos que tenemos. Hagámoslo poniendo así de relieve el profundo
valor histórico de las narraciones evangélicas.
1) La tradición oral. El E., antes de ser un documento escrito, fue
un mensaje oral, confiado a los Apóstoles (Me 16,15; Mt 28,19-20; Col
1,23), los cuales cumplieron su misión proclamándolo oralmente (Act 5,42;
6,4; 10,36; Rom 10,17; Heb 2,3); V. CATEQUESIS 1, TRADICIÓN.
(a) La «parádosis». El término técnico para expresar la tradición,
especialmente la tradición oral es el verbo paradídomi. S. Pablo nos ha
dejado toda una doctrina sobre la parádosis. Hay que recibirla de testigos
cualificados: paralambánein (1 Thes 2,13; 2 Thes 3,6; Gal 1,9.11; Philp
4,9; Col 2,6; 2 Tim 2,2); hay que transmitirla fielmente: paradidónai (1
Cor 11,2.23; 15,3; Rom 6,17); hay que atenerse a ella: katéjein (1 Cor
11,2; 15,2); hay que estar en ella: istánai (1 Cor 15,1; 2 Thes 2,15). La
fe (v.) surge de la predicación viva, y ésta se funda en una misión y
legitimación autoritativa, que en último término anuncia solamente lo que
a su vez ha recibido (1 Cor 11,23; 15,3). Especialmente significativo es
el texto de 2 Tim 2,2: primero está Pablo que ha predicado el E.; después,
Timoteo, discípulo suyo, puesto por él como jefe de una iglesia, el cual
ha escuchado el E. de Pablo; luego vienen los hombres «fieles» para
conservar sin alterarla la tradición que Timoteo les entrega; y,
finalmente, estos hombres han de ser «capaces» ellos mismos, de enseñar a
otros. Así se forman los anillos de la tradición oral. Lo que Pablo exige
a los «ministros de Dios» es que sean «fieles» (1 Cor 4,2; 1 Thes 2,4-8).
Esta doctrina pone de relieve el interés de los primeros cristianos en
subrayar lo bien fundado de su predicación: la tradición tiene su origen
en Jesús y los testigos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor (Gal
3,1; 1 Cor 15,3-8). Las reuniones para celebrar el sacrificio eucarístico
estaban dominadas por la anámnesis, recuerdo y presencia, del Señor Jesús,
vivo y esperado (1 Cor 11,25-26); estas reuniones se prolongaban a veces
hasta la medianoche (Act 20,7), dando así lugar a que quienes comieron y
bebieron con Jesús después de la Resurrección (Act 10,40), pudieran narrar
muchos detalles sobre Él.
(b) Predicación y Evangelio. El contenido de la tradición oral es el
mismo que el de los actuales E., como se ve incluso comparando con los
discursos de Pedro y Pablo en los Hechos (Act). Encontramos dos' series de
sermones: los de Pedro: Act 2,14-36.38-39; 3,12-26; 4,8-12; 10,34-43; y
los de Pablo: Act 13,16-41; 24,10-21; cap. 26. La estructura de cada uno
de estos sermones es la siguiente: Kerigma, proclamación de los
principales hechos y palabras salvíficos de Jesús; escritura, cumplimiento
en Jesús de las palabras proféticas; penitencia, exhortación a un cambio
de la vida consecuente.
El kerigma (v.) tiene cuatro elementos básicos: bautismo de Juan;
actividad en Galilea; actividad en Jerusalén; Pasión y Resurrección. Estos
elementos de la predicación de Pedro y Pablo (cfr. también Act 1,21-22)
constituyen precisamente la estructura general de los Sinópticos:
geografía: Galilea, Judea; cronología: desde el bautismo de Juan hasta la
ascensión; actividad: predicación, curaciones, muerte, resurrección;
anuncio: unción del Espíritu Santo, cumplimiento de las profecías, señorío
universal de Jesús, remisión de los pecados... Además, en Act 2,22 se
habla también de «... milagros, prodigios y señales que Dios hizo por Él,
en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis», que constituye también
la materia evangélica; y en Act 23,31 S. Pablo habla en general de «las
cosas acerca del Señor Jesucristo». En la predicación, también se repetían
palabras del Señor conocidas como tales; S. Pablo dice una vez: «a los que
están unidos en matrimonio, les mando, no yo, sino el Señor: la mujer no
se separe de su marido... » (1 Cor 7,10); en otra ocasión dice: «el Señor
ordenó a aquellos que anuncian el E.» (1 Cor 9,14); y en 1 Thes 4,15 dice:
«he aquí, en efecto, lo que tenemos que deciros acerca de la palabra del
Señor.... El mismo S. Pablo ha conservado una frase de Jesús, que no
figura en los E.: «porque El mismo dijo: causa más felicidad dar que
recibir» (Act 20,35). Así, pues, con la predicación primitiva existían
también narraciones sobre los milagros, prodigios, señales, y frases de
Jesús, lo cual confirma que la predicación tiene el mismo contenido que el
E. La forma arcaica de las expresiones (Act 2,22.32.36; 3,13.15.21-23)
indica que la unidad de la predicación en la primera comunidad cristiana
existía ya desde su origen. La fórmula de 1 Cor 15,3 tradidi quod et
accepi (entregué lo que recibí) indica que lo transmitido es lo que ha
predicado, y el resumen de esta tradición y de esta predicación es la
muerte y resurrección de Jesús (1 Cor 15,3-8) que es el núcleo sustancial
de los E. y de la predicación de Pedro y Pablo en los Act.
Lo que acabamos de decir se refiere sólo a la estructura general
externa de los E.; hay además en la predicación a la primera comunidad un
dinamismo interno que corresponde exactamente al ritmo que preside el
interior de los E. Reduciéndolo a sus puntos esenciales encontramos: un
hecho vivido: la Pascua (v.), un hecho intermedio: Pentecostés (v.), un
hecho esperado: la Parusía (v.). Estos tres hechos están enraizados en las
profecías de la Sagrada Escritura. Se observa además una tensión fuerte:
la esperanza se ordena a la Parusía, con la que todo se consuma; lo que se
anuncia es la Pascua y lo que la ha seguido, y en ello se centra el
Evangelio. En primer lugar hay una serie de hechos sorprendentes: los
Apóstoles hablan en lenguas extranjeras (Act. 2,4.11); un tullido es
curado en el Templo (Act 3,1-10); audacia en proclamar que el Supremo
Tribunal ha condenado a un inocente (Act 4,13-20; 5,28). Pedro da la
interpretación de estos tres hechos: no están bebidos (Act 2,15); la
curación no se ha producido por propio poder (Act 3,12); hay que obedecer
a Dios antes que a los hombres (Act 5,29); ésta es la explicación
negativa. La razón positiva es que Jesús, a quien crucificaron, está vivo
(Act 2,22-24.36; 3,13-15; 4,10; 5,30-31; 10,39-40; 13,27-30), y ellos lo
pueden atestiguar porque lo han visto (Act 2,32; 3,15; 5,32; 10,39-41; cfr.
1,8; 4,33). Así resulta que la tradición evangélica es el eco, amplificado
por el Espíritu Santo, los sucesos y hechos de la Pascua: la Muerte y
Resurrección del Señor. Han llegado a los últimos tiempos (Act 2,17; cfr.
1 Cor 7,29-31; 10,11); ha llegado el Espíritu Santo que anunciaron los
profetas (Act 3,24), especialmente loel (Act 2,17-21; cfr. Ioel 3,1-5),
para cumplir las promesas hechas a los padres (Act 13,32-33; 26,6; etc.).
Jesús ha sido constituido «Kyrios y Cristo», «Señor y Mesías» (Act
2,36); los hombres deben hacer penitencia (Act 2,38; 3,19.26; 5,31; 10,43;
13,38-39; v. CoNVERSIóN; PENITENCIA). En nombre de las Escrituras, piden
una fe en el E. (Act 8,26-38; 17,2-3; 18,24-28; 26,22-23); Jesús es el que
anunciaron los profetas (Act 3,21; 10,43; 26,27), el que anunciaron Moisés
y los profetas (Act 26,22), y las Sagradas Escrituras (Act 17,2.11). Entre
los profetas que anunciaron el Mesías (v.), Isaías (v.) ocupa un lugar
privilegiado (Act 8,32-33; 3,13.26; 4,27.30; 3,14; 22,14; etc.). Estas
citas del A. T. las aducen, más que en sentido directo como «demostración»
de los hechos que anuncian, para situar esos hechos dentro de la historia
de la salvación. La Pascua queda así interpretada a la luz del plan
salvífico de Dios, dentro del cual Jesús tiene un valor absoluto como
kyrios. El mensaje de esta predicación consiste esencialmente en la
proclamación del señorío de Jesús, y en invitar a adorarlo. Éste es el
contenido de las confesiones de fe (1 Thes 1,5.9-10; 4,14; 5,910; 1 Cor
12,3; Rom 4,25; 6,5.8; 8,34; 10,9; 2 Cor 13,4; Eph 2,5-6) y de los
primeros himnos cristológicos (1 Tim 3,16; Phil 2,6-11; Col 1,15-20). Éste
es el mensaje de la primitiva predicación, la fe de la primera Iglesia, y
el núcleo de los E. sinópticos. Hay tal unidad entre el E. y el
«testimonio» (v.) que los Apóstoles daban en su predicación, que ambos
términos se cambian el uno por el otro (1 Thes 1,5 y 2 Thes 1,10; 2,14; 1
Cor 2,1 y 9,14; 15,14-15), y en otros casos están asociados llegando a
significar «dar testimonio del E.» (Mt 24,14; Act 20,24; cfr. 1 Cor 2,1).
Cuando este testimonio se hace como proclamación oficial anunciando la
salvación a los no creyentes, tiene el carácter de kerigma (Gal 2,2; Col
2,23; 1 Thes 2,9; cfr. Le 4,18.19,43.44); cuando se hace como doctrina
para quienes ya han acogido el testimonio evangélico, entonces tiene el
carácter de enseñanza, catequesis (1 Cor 4,17; 2 Thes 2,15; 2 Tim 2,2).
Con estas dos formas de testimonio terminan los Act (28,30-31), y con
ellas nace la tradición evangélica.
(c) El estilo oral. Los E. Sinópticos tienen características propias
del estilo oral oriental: cadencia en el ritmo, artificios nemotécnicos,
repeticiones, aliteraciones, asonancias, rimas, proverbios, comparaciones,
imágenes, paronomasia, simetría, paralelismo, antítesis, parataxis, etc.
Es también muy típica la forma oral del maschal que puede consistir en un
dicho popular, en una máxima gnómica, un discurso, un epigrama, una
sátira, un enigma, una semejanza, una parábola, o una alegoría. Todo este
aparato literario se encuentra ya en los profetas, y en los libros
sapienciales, los cuales pronunciaron sus oráculos o dictaron sus
sentencias en forma oral, viva y popular, que después fue recogida por
escrito. Entre los múltiples ejemplos evangélicos que se podrían citar,
pueden consultarse Me 4,22; 7,7-8; Mt 7,24-27.28; 11,17.21-24; 10,40;
23,12. No se encuentran discursos oratorios, ni disertaciones de tipo
especulativo, destinadas a construir un sistema coherente, o a hacer
desaparecer las aparentes contradicciones. El estilo es de máximas o
sentencias, de frases breves o sencillas; no se utiliza la formulación
abstracta, sino la concreta (p. ej., Mt 5,39-41). El arte de la repetición
hace que la imagen sea más penetrante y permita al espíritu reposar y
balancearse en un ritmo literario (p. ej., Mt 7,7-8). En la confesión de
Pedro, en Cesarea de Filipo, también aparece bien el ritmo (Mt 16, 17-19);
el paralelismo se ve muy bien en las palabras que clausuran el Sermón de
la Montaña (Mt 7,24-27). En el estilo oral, las proposiciones están
normalmente coordinadas mediante la partícula «y», evitando las
dificultades de las frases subordinadas. Las narraciones están construidas
según unos modelos, con esquemas muy simples, que dan a la narración una
estructura breve y estereotipada (p. ej., Me 11,1-4 comparado con Me
14,13-16). Hay frases sapienciales (Mt 5,14); proféticas (Mt 13,16);
legislativas (Mt 10,11), que tienen una formulación apta para ser
memorizadas; más nemotécnico es todavía el Maschal (Mt 12,40). La
perfección y continuidad del estilo oral hizo posible que las palabras de
Jesús se conservasen en la memoria y se transmitiesen fielmente de viva
voz. Como además, muchas de las cosas que dijo Jesús estaban ligadas a
circunstancias o hechos particulares de su. vida (p. ej., un viaje, una
discusión, un milagro, etc.), la repetición de una frase de Jesús llevaba
consigo la narración del hecho en el que se pronunció. Por necesidades
nemotécnicas o catequísticas, y también por las leyes internas de la
tradición oral, estas narraciones se fueron uniformando y esquematizando.
Así, p. ej., la vocación de los Apóstoles, tiene siempre el mismo módulo
(Me 1,16-20; Mt 4.18-22; Le 5,1-11). Hay milagros narrados según un
parecido esquema: presentación del caso difícil, profesión de fe,
intervención de Jesús con palabras o gestos, curación, alegría del pueblo
y alabanza coral. Hay también narraciones que siguen un cliché del A. T.
como, p. ej., la Infancia del E. de Le (cfr. también Mt 2,13 ss. y Ex
4,19; Me 6,30 ss. y 2 Reg 4,42; v. Iv). El contenido de la tradición oral
ha quedado así fijado en una forma literaria que transmite fielmente la
realidad.
(d) Fidelidad en la variedad. Es indudable que la narración de
cualquier hecho o frase transmitido por tradición oral recibe ciertas
modificaciones de expresión que luego caracterizarán a esas tradiciones;
así, p. ej., es frecuente el cambio de estilo indirecto al directo,
adquiriendo así la narración un aspecto más vivo; otras veces se añaden
detalles de interés, o se omiten otros que son accidentales; se
individualiza cada vez más a los personajes, llegando incluso a
duplicarlos (p. ej., los posesos de Gadara, los ciegos de Jericó, los
ángeles del Sepulcro); o se les prestan palabras que expliciten sus
sentimientos. Algunas escenas, que por su naturaleza se desarrollan
alrededor de un mismo tema, se elaboran popularmente en torno a una
estructura fija, convirtiéndose así en una especie de género literario, p.
ej., narraciones de milagros.
La existencia que el E. ha tenido bajo la forma de tradición oral,
no implica para nada que su contenido haya sido sustancialmente
modificado. En primer lugar, porque es proverbial la tenacidad y fidelidad
de la memoria oriental, especialmente la de los rabinos (v.) del tiempo de
Jesús que estaban habituados a transmitir la enseñanza y a recibirla en
forma nemotécnica. Ya que Jesús se presentó en su forma externa como un
rabino, es de suponer, y los E. lo confirman, que en su ministerio Jesús
empleó los métodos didácticos de los rabinos de la época. Además el
periodo de tiempo de la existencia únicamente oral del E. es muy limitado.
En segundo lugar, el origen de esta tradición oral está en los testigos
oculares y ministros de la palabra (Lc 1,2). Los Doce Apóstoles (v.)
fueron constituidos «testigos» (=testimonios) por el mismo Jesús (Lc
24,48; Act 1,8). Los términos martyr, martyrein, martyrion, martyría,
aparecen constantemente en el origen de la tradición oral (Act 1,2.22;
2,32; 3,15; 5,22; 10,39.41; 13,31; 22,15.20; 26,16). Estas palabras
incluyen, ya en el uso del A. T., un doble elemento: el testigo debe
conocer los hechos por experiencia, y debe responder de la verdad de su
testimonio con toda la fuerza de su persona. Según la primera comunidad
cristiana, para ser «testigo» de Cristo hacía falta haber presenciado
ocularmente lo que Jesús hizo, desde el principio de su vida pública hasta
la Ascensión (Act 1,22; 10,39), especialmente los acontecimientos que
sucedieron a su Resurrección (Act 2,32; 3,15; 10,41). En la coincidencia
de los testigos urgía el dar testimonio con «fidelidad» (1 Cor 4,2),
«audaz libertad» (1 Thes 2,2; 2 Cor 3,12), y con «transparencia
cristalina» (2 Cor 2,17). Los Hechos de los Apóstoles fijan su atención en
tres personajes que son, Pedro, Esteban y Pablo; los tres son llamados
«testigos» (Act 22,20; 22,15; 26,16); es decir, Lc sistematiza la actitud
de la Iglesia naciente de esta expresión.
El testigo no sólo afirma la realidad de un hecho, sino la
significación del mismo (cfr. 1 Cor 15,3-5; Rom 4,25), lo cual le hace a
veces perder cronología para introducirse en la dimensión de la salvación.
Para ser testigo hay que ser elegido (Act 1,26), es decir, investido de lo
alto (cfr. Lc 24,48; Act 1,8; 10,41; 13,31). El testimonio se refiere
principalmente a la Resurrección (Act 2,32; 3,154,33; v.), que junto con
la Ascensión (v.) culmina la vida de Jesús; pero también testifica sobre
la vida terrestre de Jesús (Act 10,37-43) con el cual el testigo ha de
haber convivido (Mc 3,14). Los testigos afirman que el Kyrios resucitado
es el Jesús de Nazaret, y anuncian el significado de este hecho. El
testimonio (v.) que dan estos testigos es el mismo que da Jesús a través
del Espíritu (Act 6,10; Lc 21,15) que el mismo les prometió (Lc 24,49; Act
1,8). Este Espíritu se manifiesta a través de la predicación ya en el día
de Pentecostés (Act 2,4; cfr. 2,32); ellos tienen la convicción de que
actúan bajo el Espíritu (Act 4,31), y ellos juntamente con el Espíritu
Santo, son los que atestiguan los hechos que anuncian (Act 5,32). S. Pedro
dice expresamente: «porque no fue siguiendo artificiosas fábulas como os
dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino
como quienes han sido testigos oculares de su majestad» (2 Pet 1,16 ss.;
cfr. Tit. 1,14; 1 Tim 1,3-4; 4,17).
2) La comunidad cristiana primera. Otro de los elementos
indispensables para la interpretación y solución de la cuestión sinóptica
es la comunidad cristiana en la cual nacieron los evangelistas (v. IGLESIA
I, 2).
(a) Comunidad jerárquica. El mismo día de Pentecostés S. Pedro tuvo
su primer discurso (Act 2,14). Entre los oyentes había «partos, medos,
elamitas, los que habitan en Mesopotamia, Judea, Capadocia, el Ponto y
Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y las partes de Libia que están contra
Cirene, y los forasteros romanos judíos y prosélitos, cretenses y árabes»
(Act 2,9'-ll); se convirtieron y se bautizaron en aquel día unos tres mil
(Act 2,41); así aparece Jerusalén como la cuna del cristianismo. De esta
célula madre nacerán después las comunidades de Judea, Samaria y Galilea,
Fenicia y Chipre, Antioquía, Asia Menor, Grecia y Roma. La iglesia de
Jerusalén está reunida en torno a los Doce Testigos (Act 5,12-13); los
Doce ocupan un lugar privilegiado en la enseñanza (Act 2,42), en la
utilización de los bienes (Act 4,34-37), etc.; mentirles a ellos era
mentir al Espíritu Santo (Act 5,3); los Apóstoles (v.) son quienes reúnen
a la comunidad cristiana para la elección de los siete diáconos (Act
6,2-4); dentro del grupo de los Doce, S. Pedro habla en nombre de todos (Act
1,15; 2,14.37-38; 3,4.6.12; 4,8; 5,2-3.15. 29; etc.; V. PRIMADO DE SAN
PEDRO). La Iglesia, estando jerarquizada, está al abrigo de influencias
extrañas a Jesús. El hecho de que Pedro y Juan vayan a Samaria (Act 8,14)
prueba que sólo ellos podían terminar la obra que Felipe, uno de los siete
diáconos (Act 6,5), había empezado evangelizándoles y bautizándoles (Act
8,16). Bernabé va a Antioquía (Act 11,22), y más tarde van Judas, Silas,
Bernabé y Pablo (Act 15,25 ss.). Ha habido conversiones al cristianismo y
surgen comunidades cristianas en Judea, Galilea y Samaria (Act 9,31);
Pedro las visita todas (Act 9,32) como en viaje de inspección pastoral; va
de Jerusalén a Lydda (Act 9,32-35), y continúa hasta Joppe .(Act 9,38).
Así la jerarquía dirige o controla la expansión del cristianismo. El caso,
inaudito para entonces, de la introducción del centurión romano dentro del
grupo judeocristiano se debe a Pedro (Act 10,1-48; cfr. 11,1-18). Cuando
hay dudas, se recurre a los Apóstoles (Act 15,2), y éstos deciden
autoritativamente (Act 15,7 ss.); el mismo S. Pablo contrasta su E. con el
de los otros Apóstoles, en especial con S. Pedro (Gal 1,18; 2,1-2). Las
dificultades que pudiera tener una comunidad (1 Cor 1,10-12), las
diferencias entre Pablo y Bernabé (Act 15,36-40; cfr. Gal 2,13), o incluso
entre Pablo y Pedro (Gal 2,11-14), no afectan para nada la unidad de la
tradición. Entre la iglesia madre de Jerusalén y las iglesias filiales,
existen continuas relaciones (Act 11,27 ss.; 15,2; 18,22; 1 Cor 16,3; 2
Cor 8,14); en Cesarea con Pedro (Act 10,1-48; 1J-l5); en Antioquía con
Bernabé (Act 11,22) y con Pedro (Gal 2,11); también con Pedro en Corinto
(1 Cor 1,12); con Pablo ocurre lo mismo. Queda así asegurada la cabeza de
cada Iglesia, y la continuidad de la tradición, aunque se haya producido
para entonces la dispersión, y la Iglesia sea también, de hecho, universal
y católica (V. t. JERARQUÍA ECLESIÁSTICA).
(b) Comunidad bilingüe. Aunque la comunidad madre de la fe cristiana
es Jerusalén, y no es ninguna comunidad helenística, sin embargo, el
mensaje cristiano que originalmente fue predicado por Jesús y sus
discípulos en arameo, nos ha llegado en griego. La iglesia de Jerusalén
tenía entre sus miembros a judíos helenistas, ya desde el día de
Pentecostés (Act 2,9-11). Estos helenistas constituían una parte bastante
notable de los primeros cristianos jerosolimitanos, pues se ve las
dificultades que causaron sus viudas en relación con el trato que recibían
las de los hebreos (Act 6,1-7); ello dio ocasión a la elección de los
siete diáconos helenistas. La importancia que en esta comunidad tenían los
helenistas se puede comprobar por la actividad de S. Esteban (Act
6,8-7,60) que provocó la lapidación (Act 7,58) y la persecución contra la
iglesia de Jerusalén y su dispersión (Act 8,1). La lengua de los E. es del
mismo grupo que el griego popular de la época (v. GRECIA XIII); además, un
índice de hasta qué punto pudo el helenismo penetrar en el judaísmo, lo
tenemos en Filón (v.) y en Flavio Josefo (v.). Resumiendo, ya desde su
origen, la comunidad de Jerusalén aparece por lo menos como bilingüe. Esto
explica por qué en la tradición sinóptica hay diferencias que sólo se
explican a partir del arameo, como expresión de un pensamiento semítico
traducido a la lengua griega.
(c) Comunidad litúrgica. Los dos actos principales de los primeros
cristianos fueron la Eucaristía (v.) y el Bautismo (v.). La celebración
del sacrificio eucarístico, que era llamada «fracción del pan» (Act 2,42;
1 Cor 10,16), constituía un acontecimiento importantísimo en la vida de
los cristianos (1 Cor 11,23-25). El Bautismo constituía una gran fiesta
litúrgica (Act 2,41; 8,36-39; 9,18; 10,4748; 19,5; 22,16); mediante las
aguas bautismales se consagraba el catecúmeno (v.) a Cristo (Rom 6,3; Gal
3,27; 1 Cor 6,11; 10,2), y después se cantaban himnos bautismales
invocando «el nombre del Señor Jesús» (Eph 5,14; 1 Tim 3,16; 1 Pet 1,3-5;
2,22-25; 3,18-22; 5,5-9). Había también oraciones (Act 2,42), presididas
por los Apóstoles (cfr. Act 4,24-30); aclamaciones (v.) litúrgicas como
maranatha (1 Cor 16,22; Apoc 22,20); imposición de las manos (Act 8,17;
6,6; 13,2-3). En los Sinópticos aparecen secciones que parecen reflejar en
su formulación un contexto cultual, como, p. ej., la multiplicación de los
panes (Mt 14,13-21): el hecho de que las palabras sean casi iguales a las
de la Eucaristía (Mt 26, 26-27 y paral.) prueba ya que se trata de un
texto con cierto carácter litúrgico. Además el evangelista Mc habla de los
panes y luego repite lo de los peces; Lc dice al mismo tiempo panes y
peces y luego repite lo de los peces; o sea Lc dice al mismo tiempo panes
y peces sin distinguir, como hace Me, dos tiempos, dando la impresión de
que Jesús dio los panes y los peces a la vez. Mi, después de mencionar
panes y peces, sólo dice de los panes que fueron entregados callando lo de
los peces. Este detalle de Mt parece indicar que la expresión es
cúlticolitúrgica, y que ya los peces no pertenecían al ágape (v.)
cristiano de la tarde.
(d) Comunidad catequística. La existencia de la catequesis puede
verse en Act 2,42: «perseveraban en oír la enseñanza (la didajé) de los
Apóstoles». Lc en el prólogo de su E. (1,4) dice a Teófilo que le escribe
«para que conozca la indudable certeza de las palabras en las que ha sido
catequizado (enseñado)», lo cual quiere decir que la catequesis tenía como
objeto el contenido del E. de Lc, es decir, los hechos y los dichos, la
muerte y la resurrección del Señor. Ahora bien, al narrar el E., la
catequesis puede influir en su redacción. Así, mientras históricamente
parece que los discípulos trataban a Jesús sólo de rabbi (Mc 4,38; Le
8,24), en el mismo pasaje, en un texto catequístico de Mt (8,25; cfr. Mt
17,4.15) le tratan de Kyrios. No es fácil precisar los casos en que algo
de esto pueda ocurrir; también hay que tener en cuenta el afán de
fidelidad a la tradición, a lo recibido, que no favorece estos cambios (cfr.
lo dicho antes sobre la tradición). Sin embargo, puede comprobarse cómo,
en algún caso, parte del vocabulario usado por los evangelistas se debe a
la primera catequesis cristiana. Las palabras de Jesús a veces han sido
sistematizadas con objeto de constituir una didajé, es decir, un conjunto
de la enseñanza de Cristo para la catequesis cristiana; tal es el caso del
Sermón de la Montaña (Mt cap. 5-7; cfr. 7,28). Con frecuencia se comprueba
en el E. cómo la intención de los evangelistas no es sólo transmitir un
hecho, sino también interpretarlo y expresar su contenido, lo cual indica
un interés catequético.
De aquí proviene también el interés parenético, exhortativo (v.
PARÉNESIS), que asimismo ha influido en el estilo y redacción. Así, p. ej.,
a veces, en la catequesis lo importante no es el marco cronológico de una
frase del Señor, sino precisamente saber lo que Él dijo; éste es el caso
de secciones aisladas del E., que se relacionaban también con problemas
actuales de los cristianos como, p. ej., sobre el ayuno (Mt 9,14-17),
sobre las purificaciones (Mt 15,1-20), el divorcio (Mt 19,1-12). El
interés catequístico influirá muchas veces en la ordenación y presentación
del material que ofrece la tradición; así, p. ej., la tempestad calmada es
en Mc 4,35-41 narrada subrayando su carácter de milagro; en Mt 8,23-27 se
acentúa que es una lección a los discípulos, un paradigma catequístico de
lo que puede acontecer durante el seguimiento; para aclarar este sentido
Mt introduce en el contexto inmediato anterior dos perícopas sobre el
seguimiento (Mt .8, 19-22).
(e) Comunidad misionera. En su primera predicación misional S. Pedro
dice: «Jesús de Nazareth, varón probado por Dios entre vosotros con
milagros, prodigios y señales que Dios hizo por Él en medio de vosotros» (Act
2,22); es decir, en la presentación del mensaje cristiano se hace recurso
a la narración de «milagros, prodigios y señales». En otro lugar, también
S. Pedro dice de Jesús cómo «lo ungió Dios con el Espíritu Santo y con
poder, y cómo pasó haciendo bien y curando a todos los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con Él» (Act 10,38); es otra frase de la
primera predicación en la cual se resume la actividad salvífica de Jesús.
Estas frases tienen un sentido teológico, porque anuncian la salvación que
Dios hace en Jesús, y al mismo tiempo un sentido apologético (v.), porque
intiman la aceptación del mensaje en virtud de los signos que se han hecho
«en medio de vosotros». Este procedimiento misional ya está atestiguado en
el E. (Le 7,18-23; 10,13-15; 11,20), en la misma predicación de Jesús. Las
dos frases que antes hemos citado de la predicación kerigmática de Pedro,
son un resumen de la actividad taumatúrgica de Jesús, el cual hizo otros
muchos signos (lo 20,30). El E. recoge algunos de ellos, que vienen a ser
como uno o dos ejemplos de cada clase: curaciones de ciegos (Mt 9,27-31;
Mc 8,22-26), de paralíticos (Mt 8,5-13; 9,1-8; 12,9-14), de los leprosos (Mt
8,1-4; Le 17-11-19), de sordomudos (Mc 7,31-37), de varias clases de
enfermedades; fiebre (Mt 8,14-15), flujo de sangre (Mt 9,20-22),
hidropesía (Lc 14,1-6); resurrecciones de muertos (Mt 9,23-26; Lc
7,11-17); curaciones en forma de exorcismo: el epiléptico (Mt 17,14-21),
varios posesos (Mi 9,32-34; Lc 11,14-15), la mujer encorvada (Le 13,10-17)
(v. MILAGRO). La selección de estos ejemplos no está hecha en orden a
destacar lo maravilloso, o a facilitar meros datos biográficos, sino a dar
testimonio de su fe en Jesús Señor y Salvador, como se ve, p. ej., en la
tempestad calmada (Mt 8,23-27), o en el andar sobre las aguas (Mt
14,24-33).
El aspecto teológico de los milagros aparece más claro cuando
después de hacer una relación de milagros (Mt 8,1-16; judíos, paganos y
creyentes), se concluye con una cita del A. T. (Mt 8,17 cita a Is 53,4),
que sirve de interpretación de la figura de Jesús (como salvador de todos
los hombres). En otros textos aparece mejor el sentido de controversia que
adquiría el hecho misional, al contrastar con la negativa de los oyentes a
aceptar el mensaje. En la sinagoga de Tesalónica, S. Pablo «discutió con
ellos (con los judíos) sobre las Escrituras, explicándoselas y probando
cómo era preciso que el Mesías padeciese y resucitase de entre los
muertos, y que este Mesías es Jesús, a quien yo os anuncio» (Act 17,2-3);
era costumbre de S. Pablo el entrar a predicar a Jesús en las sinagogas
los sábados, y los judíos discutían con él sobre las Escrituras (Act 17,2;
cfr. Act 13,5.14.42.44; 14,1; 16,13; 17,10.17; 18,4-19; 19-8; 28,17.23);
estas discusiones debieron estar muy generalizadas, pues ya S. Esteban las
tuvo en la sinagoga llamada de los libertos (Act 6,9); discusión llena de
referencias a la Sagrada Escritura. Estas polémicas han dejado rastro en
los E. al conservar discusiones de los judíos con Jesús (Mt 22, 15-46) y
al ver cómo su muerte estuvo ocasionada por estas disputas (Mc 2,1-3,6);
en las discusiones se utiliza el argumento de Escritura (Mt 7,29; Mc 1,22;
Mi 22,1416). Utilizando la Sagrada Escritura, los cristianos expresan su
fe con vocabulario bíblico del A. T. Así, p. ej., la Cruz es la «madera»
maldecida por la ley (Dt 21,23; Act 5,30; 10,39; 13,29; Gal 3,13; 1 Pet
2,24); Jesús es el Siervo de Yahwéh anunciado por Is (Act 3,13.26;
4,27.30; v. SIERVO DE DIOS); el Santo, el justo (Act 3,14; 7,52; 22,14);
el Jefe o Príncipe o Guía que conduce a la vida (Act 3,15; 5,31). Lo mismo
ocurre en los E., como, p. ej., la muerte de Judas, que recuerda a la de
Ajitofel (2 Sam 17,23; cfr. Ps 55), se expresa a la luz de las profecías
de jeremías 32,6 y de Zacarías 11,12-13 (Mt 27,9-10; cfr. Act 1,16.20).
En el trato misional con los paganos, se tenía buen cuidado de que
no confundiesen a Jesús con una divinidad del Olimpo, y por eso, aunque se
predicaba el «Hijo de Dios», se les hacía ver el monoteísmo (Act 14,15 ss.;
17,24 ss.). Para no inducirles a error, Lc 9,24 omite la transfiguración
(v.) de Mc 9,2 y Mt 17,2; para no herirles, el tratamiento que los
gentiles reciben en Lc es más benigno que en Mt y Mc y procede ya de un
universalismo poseído. En el trato con los judíos se citaba más el
cumplimiento de los vaticinios proféticos (Mt 1,23 con Is 7,14; 4,14 con
Is 8,23-9,1; Mt 12,17 con Is 42,1-4; Mt 13,14 con Is 6,9-10; etc.).
(f) Comunidad viva. La aceptación de la fe (v.) es de suyo
independiente de las consecuencias que puede tener; sin embargo, una vez
aceptada, condiciona todas las circunstancias y acontecimientos de la
vida. Precisamente porque la profesión de fe cristiana no era una mera
proclamación de enunciados teóricos, ni tampoco un mero recuerdo y memoria
de un Jesús histórico meramente humano, sino la persuasión de la presencia
del Kyrios, de Jesús Señor y Salvador en medio de los cristianos, por eso
había que urgir el vivir según lo recibido. Así nacieron problemas de
orden práctico, como, p. ej., el creado por la comunidad de bienes (Act
6,1-6); o de orden teológico, como el valor de la Ley Mosaica con ocasión
de la conversión del pagano Cornelio (Act cap. 10-11). En el E. se
encuentran soluciones de problemas vitales de los primeros cristianos:
sobre la validez de la Ley (Mt 5,17-48); sobre las purificaciones externas
(Mt 15,1-20); sobre el ayuno (Mt 9,14-17; 11,16-18); sobre el sábado (Mt
12,1-7,8,14); sobre el divorcio (Mt 19, 1-12; Mc 10,1-12); sobre la
actitud cristiana ante el poder estatal (Mc 12,13-17; Mt 22,15-22; Lc
20,20-26); sobre la existencia de los pecadores dentro de la comunidad
cristiana (Mt 13,24-30.47-52; Lc 19,1-10; 7,36-50). Las palabras de Jesús
son las que deciden la cuestión. Por eso, lo esencial en muchos casos no
era saber dónde y cuándo dijo tal cosa Jesús, sino saber qué había dicho
en relación a aquel problema concreto.
De esta manera, los dichos y los hechos de Jesús se perpetuaban en
la tradición, pero perdiendo a veces algo de su marco histórico y
cronológico. Esto permite que un mismo tema pueda ser aplicado a
situaciones diversas, como, p. ej., la parábola de la oveja perdida, que
en Lc 15,3-7 (cfr. Lc 15,8-24) es una respuesta a las murmuraciones
farisaicas de que Jesús comía con los pecadores, mientras que en Mt
18,12-14 es aplicada en un ambiente comunitario al cuidado de los
pequeñuelos, es decir, a los débiles de la comunidad. Este desdoblamiento
de las palabras y pensamientos de Jesús, no es una infidelidad histórica,
pues el reflexionar sobre unos dichos o unos hechos, deduciendo su
múltiple contenido, es otra manera de afirmarlos. Tanto el kerigma como la
catequesis se adaptaba a las circunstancias y a los oyentes, según fuesen
hebreos o paganos, infieles, catecúmenos o cristianos, según fuese
instrucción doctrinal o exhortación cristiana. Lo inteligentemente
-divinamente asistida- que fue llevada a cabo esta adaptación, se puede
apreciar en el discurso de S. Pedro (Act 2,22 ss.), la oración de los
fieles de Jerusalén (Act 4,24-30); el discurso del diácono Esteban (Act
7,2-53); las palabras del diácono Felipe (Act 8,30-33); el discurso de S.
Pedro en Antioquía de Pisidia (Act 13,16-41) para los judíos; el discurso
de S. Pedro por la conversión de Cornelio (Act 10,34-43); los discursos de
S. Pablo en Listra (Act 14, 15 ss.) y en el Areópago (Act 17,21-31) para
los gentiles; el discurso en Mileto (Act 20,18-35) para los cristianos.
3) Documentación literaria. Cualquiera que sea la interpretación que
se dé al hecho sinóptico, es necesario recurrir a fuentes presinópticas
escritas. La tradición oral asegura el origen del material sinóptico; la
comunidad primitiva asegura su conservación y transmisión. Pero no basta:
si la tradición oral o la catequesis cristiana estuviera estereotipada y
fija, no se explicarían bien las diferencias sinópticas; si fuese más bien
genérica, no se explicarían las convergencias, frecuentemente hasta
literales.
(a) Existencia de documentos. El prólogo de Lc (l,l) habla de
«muchos» que han emprendido la tarea de componer una narración de los
acontecimientos que han tenido cumplimiento entre nosotros...». Cualquiera
que sea la traducción de polloí («varios» o «muchos»), indica la
existencia de algunas relaciones evangélicas presinópticas.
El material evangélico actual puede dividirse en «unidades
literarias aisladas de las demás» (perícopas), es decir, con una unidad
interna en sí misma, y una unión puramente formal con la unidad que la
precede y la sigue. Las fórmulas de transición que generalmente señalan
los límites de cada unidad son de varios géneros: -Cronológicas:
«entonces» (Mt), «y en seguida» (Mc), «y sucedió» (Lc); en realidad, estas
fórmulas no tienen siempre valor temporal, como tampoco «en aquel tiempo»,
«en aquellos días». Así, p. ej., el caso de Mt 3,1 inmediatamente después
de la Infancia de Jesús; lo mismo ocurre con la conjunción «y» que a veces
no realiza sino una conjunción artificial (cfr. Mt 1,40-45 comparado con
Mt 3,2). -Topográficas: «en la montaña» (Mt 5,1), «a la orilla del mar» (Mt
13,1), «en una barca» (Mt 13,2), «saliendo» (Mt 13,1; 14,14; 15,21; 24,1),
«partiendo de allí» (Mt 4,21; 9,9.27: 11,1; 12,9.15; 13,53; 14,13;
15,21.29; 19,15); el carácter genérico de las indicaciones hace suponer
que a veces son medios literarios para pasar a otra unidad; mientras no
haya conflicto con datos de otro evangelista, hay que retener esos datos,
pero siempre teniendo en cuenta cuál es la intención de cada autor; así,
p. ej., en Mt 5,1 (en conflicto aparente con Le 6,17) la montaña es más un
dato teológico que topográfico, a pesar de su realidad histórica.
-Explicativas: «habiendo Jesús terminado estas palabras» (Mt 7,28; cf. Mt
11,1; 13,53; 19,1; 26,1), «habiendo oído que Juan había sido entregado» (Mt
4,12; cf. Mt 14,13), «se admiraban las multitudes de su doctrina» (Mt
7,28; 22,33); estas y otras frases semejantes son reflexiones que hace el
evangelista al empezar a terminar una sección; pueden tener diverso
sentido en un sitio y en otro; p. ej.: «viendo a las multitudes» en Mt
5,1; 8,19 y 9,36 sirve para introducir una doctrina; en Mt 9,23 y 14,14
introduce milagros; en Mt 5,1 intenta una instrucción a los discípulos, y
en Mt 8,18 es para buscar la soledad.
Todas estas fórmulas de transición permiten más o menos delimitar
las diversas unidades de que se compone el E. escrito. Su carácter
genérico o vago, y a veces artificial, hace suponer que su autoridad sea
con frecuencia la de servir de lazo de unión para empalmar las unidades
que existieron independientemente, antes de su inserción en los E.
escritos. Al exegeta, pues, le será legítimo un estudio aislado e
independiente de cada perícopa, y después una investigación para
determinar los motivos que el autor inspirado ha tenido para insertar esa
unidad en un determinado contexto y no en otro. Puede también hacer un
estudio general de todas las perícopas que pertenezcan al mismo género
literario. Asimismo ha de saber enmarcar cada perícopa en la finalidad de
los demás textos del mismo autor, y en la fidelidad histórica, sin olvidar
el E. en su conjunto, así como la revelación e inspiración bíblica en
general (v. INTERPRETACIóN i1).
(b) Colección de documentos: Las unidades literarias se habrían ido
agrupando unas con otras. A veces de forma un tanto provisional, como, p.
ej., el milagro de la hemorroísa y el de la hija de Jairo (Mt 9,18-26), y
otras veces, las más frecuentes, en grupos de verdaderas colecciones que
giran alrededor de un tema. Así, p; ej., el Sermón de la Montaña (Mt 5-7)
parece una colección de Lógia (dichos) del Señor para responder a las
necesidades de la comunidad cristiana en orden a la enseñanza de los
catecúmenos y recién bautizados; el Discurso de Misión (Mt 10) sugiere una
colección de frases del Señor referentes a la misión; y el capítulo de las
parábolas (Mi 13), una agrupación de varias de las que pronunció el Señor.
Hay también una serie de perícopas que tienen como tema común Juan
Bautista y además hay entre ellas una comunidad de estilo, el estilo
profético; son las referentes a la predicación del precursor, bautismo de
Jesús, elogio del Bautista, controversia entre las dos comunidades (la de
Jesús y la del Bautista), la austeridad requerida para entrar en el Reino,
y la narración de la muerte del Bautista. Los elementos de esta colección
parece que actualmente están dispersos en otras colecciones, como la
trilogía de la predicación de Juan, bautismo de Jesús y tentaciones en el
desierto. Los milagros de Jesús también han sido a veces agrupados en una
colección, que abarca en Mt los capítulos 8 y 9; dentro de esta colección
hay otra pequeña que es llamada «jornada de Cafarnaún» que corresponde a
Me 1,21-38. Otra serie de milagros están unidos «en torno al lago de
Genesareth» (Me 4,35-5,43). Las controversias también han sido agrupadas;
cinco de ellas, las galilaicas, han debido ser utilizadas por Me 2,1-3,6;
otras, las jerosolimitanas, por Me 11,27-33 y 12,23-37. En las primeras se
describía a Jesús como maestro injustamente perseguido por quienes no
aceptaban su doctrina; en las segundas más bien se describía a Jesús como
un maestro que «tapaba la boca» a sus enemigos. Las maldiciones contra los
escribas y fariseos están agrupadas en Mt 23, lo mismo que las palabras
referentes a los tiempos escatológicos están en Mt 24-25.
Los centros de coordinación de estas colecciones, son diversos: unas
veces es un tema (p. ej., doctrina, milagros, misión, parábolas,
escatología, vocación, oración, etcétera); otras veces es una persona (p.
ej., el Bautista, los escribas y fariseos); otras, un lugar geográfico
(Galilea, el lago de Genesareth, Jerusalén), o un acontecimiento
extraordinario (p. ej., la Pasión, la Resurrección). Normalmente, el punto
de interés es el catequístico, buscando para ello las «palabras del
Señor».
Debido a los cambios o matizaciones que cada unidad haya podido
sufrir al ser introducida en una colección, el exegeta tiene que caer en
la cuenta de que no todos los datos son cronológicos o temporales, sino
muchas veces literarios. Así, p. ej., el dato temporal por el que parece
que un día Jesús dijo una parábola después de otra (Mt 13,1.53) es
meramente literario, es decir, redaccional; en estos casos ocurre que
parábolas del Señor que fueron pronunciadas en diversas circunstancias,
son reunidas en una «narración continua», etc. Por eso, el hecho de que
una frase aparezca detrás de otra, no significa por sí mismo que
cronológicamente aquélla precedió a ésta; la conexión que puede haber sido
creada literariamente, mediante «palabras de unión» o «por atracción de
ideas», p. ej., el Padrenuestro, posiblemente ha sido narrado por Mt junto
al Sermón de la Montaña, atraído por la palabra «perdonar» (Mt 14-15). Al
ser introducida una unidad en otro contexto, ésta puede producir diversos
efectos: -aparentes contradicciones (por ejemplo, Mt 10,5 y 10,12);
-cambios de temática o de destino (p. ej., Mt 5,15, Me 4,21 y Le 8,16)-;
comentarios (p. ej., Mt 13,24-30 y 13,38-42). Es difícil determinar con
precisión qué colecciones han preexistido a los E. actuales, y cuáles son
obra de los evangelistas. Sin embargo, hay razones para suponer que
algunas de ellas son anteriores.
(c) Otros documentos. La tradición eclesiástica habla de un original
arameo escrito por el apóstol Mateo, que es sustancialmente equivalente al
actual E. de S. Mateo. Ese texto sería el principal documento utilizado
por los tres actuales Sinópticos, bien sea directa, bien sea
indirectamente. Decimos el principal, por tener su origen en un apóstol,
por ser el primero ya estructurado, y por ser el más extenso. Además del
E. arameo de Mt, los autores modernos suelen admitir, a partir del hecho
sinóptico, la existencia de «otros documentos presinópticos» que han sido
utilizados como fuentes por los tres evangelistas, sobre todo por Mt y Le.
La razón es que el Mt arameo y su traducción griega no son suficientes
para explicar toda la tradición sinóptica, especialmente cuando se trata
de doble tradición simple. Lo que ya es difícil, quizá imposible, es la
determinación del número y cualidades de esos documentos presinópticos.
Mientras la crítica literaria no llegue a un conocimiento general sobre
este particular, preferimos retener la existencia de una pluralidad
indeterminada de documentos, sin apreciar ni su número ni su extensión.
4. Unidad e historicidad de los Evangelios. Con esta larga
exposición hemos querido documentar una conclusión fundamental: las
coincidencias literarias de los E. sinópticos entre sí, lo mismo que las
diferencias que se observan en el orden de los relatos y en otros aspectos
de las respectivas redacciones (y lo mismo cabe decir de los tres
sinópticos en comparación con el de S. Juan, v.), tienen su fundamento
coherente en la misma índole de los E.: éstos han sido escritos -bajo la
inspiración del Espíritu Santo- por sus hagiógrafos respectivos sobre la
amplia y firme base de la tradición apostólica. Los estudios críticos
histórico-literarios vienen así a ser una ayuda racional en apoyo de lo
que la fe enseña sobre la unidad y la verdad histórica de los Evangelios.
En las cuatro narraciones se nos transmite una misma verdad, concordemente
enseñada por todos, ya que, como dice S. Ireneo, el Señor «nos dio su
Evangelio bajo cuatro formas, pero sostenido por un solo Espíritu» (Adversus
haereses, 3,11,8). Y esa verdad corresponde fielmente a lo realmente
acontecido: «La santa madre Iglesia -dice el Conc. Vaticano II-, firme y
constantemente, ha mantenido y mantiene que los cuatro Evangelios, cuya
historicidad afirma sin vacilar, transmiten fielmente lo que Jesús, Hijo
de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la
salvación humana, hasta el día en que fue elevado al cielo (cfr. Act
1,1-2). Los Apóstoles ciertamente después de la Ascensión del Señor
predicaron a sus oyentes lo que El había dicho y hecho, con aquella más
plena inteligencia de que ellos gozaban, instruidos por los
acontecimientos gloriosos de Cristo y enseñados por la luz del Espíritu de
la verdad. Los autores sagrados escribieron los cuatro Evangelios
seleccionando algunas cosas de entre las muchas que ya se transmitían de
palabra o por escrito, sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la
condición de la Iglesia, y conservando el estilo propio de la
proclamación: de esa forma nos comunicaron cosas verdaderas y genuinas
acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacando las cosas de su memoria o del
testimonio de quienes `desde el principio habían sido testigos oculares y
ministros de la palabra', para que conozcamos `la verdad' de las palabras
acerca de las cuales hemos sido enseñados (cfr. Le 1,24)» (Const. Dei
Verbum, 19).
V. t.: ÁGRAFA Y LOGUIA DE JESÚS; CATEQUESIS I; CRISTIANOS, PRIMEROS;
TRADICIÓN (Teología); etc.
BIBL.: En castellano: J.
SCHEIFLER, Así nacieron los Evangelios, Bilbao 1964 (abundante bibl.); D.
YUBERo GALINDO, La formación de los Evangelios, Madrid 1966; VARIOS,
Evangelios, ed. Casa de la Biblia, Madrid 1968; A. GEORGE, Conocer a
Jesucristo, 2 ed. Barcelona 1969; J. CAGA, De los Evangelios al Jesús
histórico, Madrid 1971; B. C. BUTLER, El problema sinóptico, en VARIOS,
Verbum Dei, 111, 2 ed. Barcelona 1960, n° 610 ss.; J. A. UBIETA, El
kerigma apostólico y los Evangelios, «Estudios Bíblicos» I8 (1959) 21-61.
E. PASCUAL CALVO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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