1. Periodo colonial: 1565-1783. La vida de la Iglesia católica en EE. UU.
comenzó con los conquistadores españoles que fundaron la parroquia de S.
Agustín, Florida, en 1565. En 1598 los franciscanos españoles
evangelizaban los pueblos de Nuevo México, pero en 1680 los indios hopi se
alzaron en armas, mataron a los sacerdotes, e impidieron el
restablecimiento de las misiones. Otros misioneros venidos de México
evangelizaron Arizona en el s. xvii y Texas y California en el s. xviii.
Dos de estos sacerdotes merecen ser citados en particular: el jesuita
Eusebio Kino (v.) y el franciscano junípero Serra (v.; 1713-84). En 1687
Kino establece la primera misión en Arizona y en 1700 construye San Xavier
del Bac, centro misional para el siglo siguiente. A base de sus propias
exploraciones y con mapas hechos por él, proyecta formar dos cadenas de
misiones: la primera desde la Baja California hasta Monterrey en la Alta
California, la segunda que abarcase desde Arizona. Cuando los jesuitas
estaban a punto de culminar el proyecto de Kino, fueron expulsados del
territorio español (1767), entregándose sus misiones a los franciscanos.
Fray junípero es quien, a partir de 1768, dirige las misiones
franciscanas, año en que los españoles deciden establecerse en la Alta
California. En 1769 establece su primera misión en San Diego y en 1770 su
central misional en San Carlos Bor'romeo, en Monterrey.
El Norte de EE. UU. y la Luisiana fueron evangelizados por
misioneros franceses procedentes del Canadá (v. CANADÁ v). En 1613 los
jesuitas tenían una misión en la isla de Monte Desierto frente a la costa
de Maine, pero fue destruida por los ingleses. Los capuchinos (1632-54)
tuvieron varias misiones de indios en Maine, que fueron asimismo
destruidas por los ingleses. En la década de 1680 los jesuitas comenzaron,
con éxito, su misión entre los indios abenaki, que se mantuvo hasta la
independencia americana. En 1642 los jesuitas Isaac Jogues y René Goupil
fueron capturados por los mojaucs en Canadá y llevados a Nueva York (en
aquel entonces colonia holandesa) donde Goupil murió mártir. Jogues
escapó, pero regresó en 1646 para abrir una misión, sufriendo también el
martirio. En 1649, el también jesuita Carlos Garniel corrió la misma
suerte. Los primeros misioneros de Nueva York junto con cinco mártires
canadienses fueron canonizados en 1930 (v. CANADÁ, MÁRTIRES). En la década
de los años 1660 misioneros franceses evangelizaron a los indios de
Wisconsin e Illinois. En 1673, el jesuita Santiago Marquette (1637-75)
acompañó a Luis Joliet a descubrir el nacimiento del Misisipí y a
cartografiar el territorio de la nueva misión. En 1678, el franciscano
Luis Hennepin (1640-1701), con Roberto Chevelier La Salle, exploró la
región ¡,le los Grandes Lagos y el Misisipí. En 1700, había sacerdotes
trabajando en el extremo sur de Luisiana, en una colonia que se trasladó a
dos lugares antes de ser establecida en Nueva Orleáns en 1718.
Pero aparte de las iglesias españolas en el Sudoeste y en Florida y
la cultura francesa en Nueva Orleáns, España y Francia influyeron poco en
la Iglesia de este país. Ninguna de estas dos naciones tuvieron colonias
permanentes a escala de las inglesas. La dificultad de convertir a los
indios y las disputas entre los jesuitas y otros misioneros obstaculizaron
el éxito de las primeras misiones. Más aún, los ingleses y los
norteamericanos que tomaron posesión de las primitivas colonias españolas
y francesas, destruyeron gran parte de los vestigios de sus predecesores,
haciendo poco por evangelizar a los indios. No obstante, los Estados de
Arizona, California y Wisconsin honraron a sus primeros misioneros
erigiendo estatuas a Kino, Fray Junípero y a Marquette en la «Sala de las
Estatuas» del Capitolio.
Más importante para el desarrollo de la Iglesia en este país fue la
colonia inglesa de Maryland. En 1629 Jorge Calvert, católico y primer lord
de Baltimore, pidió al rey Carlos 1 que le concediera una carta de
propiedad para establecer una colonia en América con tolerancia religiosa
para sus correligionarios. Aunque Calvert murió en 1632, su hijo Cecilio
consiguió la carta ese mismo año. El 25 mar. 1634, de 200 a 300 colonos
católicos y protestantes, incluyendo dos sacerdotes jesuitas y un hermano,
llegaban a la isla de S. Clemente donde Andrés White dijo la primera misa
en Maryland. Los sacerdotes no sólo se ocupaban de los católicos, sino que
también convirtieron a muchos indios. Al no recibir ninguna ayuda del
gobierno colonial, los sacerdotes (al igual que los demás colonos) se
mantenían cultivando la tierra. Virginia, la vecina colonia protestante,
fue una amenaza para el catolicismo de Maryland, sobre todo durante la
guerra civil inglesa (1642-46), pero en 1649 la Asamblea colonial aprobó
«Un acta referente a la Religión» redactada por C. Calvert, que declaraba
que «ninguna persona o personas, cualesquiera que sean, dentro de esta
Provincia... que profesen la fe de Jesucristo será a partir de ahora
molestada en modo alguno ni se verá perjudicada a causa de o con respecto
a su Religión, ni tampoco en el libre ejercicio de la misma dentro de esta
provincia... no pudiendo en modo alguno ser obligada a creer o ejercer
cualquier otra Religión contra su voluntad...» (J. T. Ellis, Documents...,
o. c. en bibl. 112-113).
En 1683 Tomás Dongan, gobernador católico de Nueva York, colonia
inglesa desde 1664, hizo que se promulgase una ley similar. Aunque había
pocos católicos en la colonia, la ley fue derogada en 1688 cuando Jacobo
II, católico, perdió el trono. En 1691 la familia Calvert perdió la
propiedad de Maryland que se convirtió en una colonia real. Se dictaron
leyes anticatólicas y en 1704 se prohibió la celebración de la misa,
excepto en casas particulares. Aun cuando se privó a los católicos de los
derechos civiles, éstos podían ser propietarios de tierras y muchos
llegaron a hacerse ricos. Cuando se prohibió a los católicos tener
escuelas o enviar a sus hijos a Europa para recibir educación, los
jesuitas abrieron una academia en Bohemia Manor, cerca de la frontera con
Pensilvania, enviando los colonos más ricos a sus hijos al colegio de S.
Omar en Flanders. Desde Maryland los jesuitas se ocupaban también de los
católicos de Pensilvania, donde los cuáqueros concedieron la libertad
religiosa, abriendo en 1733 una iglesia en Filadelfia.
Cuando la revolución por la independencia (1776-83), ya estaba
próxima, el anticatolicismo es muy ambiguo. En septiembre de 1774 el
Congreso Continental protestó por el Acta de Québec del parlamento inglés
concediendo un régimen de tolerancia a los católicos franco-canadienses,
pero en octubre el Congreso pidió a los canadienses que se uniesen a su
protesta. En febrero de 1776 el Congreso envió a dos católicos, Carlos
Carroll (1737-1832) y al P. Juan Carroll (1735-1815), un antiguo jesuita,
con la misión, que fracasó, de inducir a los canadienses a unirse a la
revolución. El 4 jul. 1776, Carlos Carroll, elegido miembro del Congreso
de Maryland, fue uno de los signatarios de la Declaración de Independencia
de EE. UU.
2. Periodo inicial del país independiente: 1783-1865. Civilmente, la
independencia estadounidense afectó directamente a la Iglesia. Durante la
guerra, varios Estados adoptaron leyes garantizando la libertad religiosa.
La Constitución de EE. UU., declaraba que no se había de exigir ninguna
prueba sobre la religión de quienquiera que ostentase un cargo público.
Finalmente, la ratificación de la Primera Enmienda en 1791 prohibía al
Congreso establecer ninguna religión o restringir la libertad religiosa.
Este ambiente de libertad religiosa influyó en el establecimiento de
la jerarquía. La supresión de los jesuitas en 1773 hizo depender del
vicario apostólico del distrito de Londres a los sacerdotes de Maryland,
todos los cuales pertenecían a la Compañía de Jesús. Para acomodar la
organización eclesiástica a la independencia estadounidense, en 1783 y a
través del Nuncio en Francia, Propaganda Fide preguntó a Benjamín
Franklin, representante de EE. UU. en Francia, acerca de la opinión de su
Gobierno de nombrar un vicario apostólico. Franklin contestó que el
Congreso, «de acuerdo con sus poderes y la Constitución no puede ni debe
intervenir en ningún caso en los asuntos eclesiásticos de ninguna secta
religiosa establecida en Norteamérica» (P. Guilday, Life and Times of John
Carroll, Nueva York 1922, 185).
El clero de EE. UU. se opuso a este nombramiento porque un vicario
apostólico no tendría jurisdicción ordinaria; temían la hostilidad
protestante a un obispo y deseaban preservar la propiedad de los jesuitas
hasta que se restableciese de nuevo la orden. Por tanto, Propaganda Fide
nombró a Juan Carroll superior de la misión en EE. UU. el 9 jun. 1784. En
1785 Carroll informó que de 4 millones de estadounidenses sólo había
25.000 católicos atendidos por 24 sacerdotes. A causa de la insuficiencia
de sus facultades, que llevó a que se discutiese su autoridad, los
sacerdotes pidieron a Roma (1788) un obispo con jurisdicción ordinaria, el
cual había de ser elegido por ellos mismos. Al recibir el permiso de la
Santa Sede, eligieron a Carroll como obispo y a Baltimore como su primera
diócesis. Pío VI (v.) ratificó la elección y estableció formalmente la
Jerarquía en su epístola Ex hac apostolicas (6 nov. 1789), el mismo año en
que G. Washington fue proclamado primer presidente de EE. UU. Carroll fue
consagrado obispo el 15 ag. 1790 en Inglaterra.
La diócesis de Carroll abarcaba todos los Estados y territorios de
EE. UU. En el primer Sínodo de Baltimore (1791) se pidió a la Santa Sede
que dividiese la vasta diócesis, estableciéndose una nueva sede en
Filadelfia. Sin embargo, en 1803 Carroll ampliaba su jurisdicción al
territorio de Luisiana, comprado a Francia en 1803. Hasta 1804 la Santa
Sede no dividió la diócesis, haciendo de Baltimore una archidiócesis con
cuatro nuevas diócesis en Filadelfia, Boston, Nueva York y Kentucky. A
pesar de la pesada carga, Carroll proporcionó las necesarias instituciones
educativas, tan descuidadas durante el periodo colonial. En 1789, él y los
otros ex jesuitas fundaron el Georgetown College, el primero católico en
EE. UU. (v. x, 2). En 1971 abrió el seminario de Santa María en Baltimore
bajo la dirección de los sulpicianos. En la labor educativa recibió la
ayuda de Isabel Seton (17741821), una conversa que fundó las Hijas de la
Caridad, la primera orden religiosa femenina nativa. En 1963 Carrol es
beatificado, siendo así el primer beato de este país.
Carroll concibió a la Iglesia estadounidense creciendo por medios
naturales a base de la población nativa, pero la inmigración alteró su
visión y dio a la Iglesia su heterogeneidad y su composición urbana. Entre
1790 y 1860 llegaron a EE. UU. unos 2.057.154 católicos. Este incremento
causó una tensión nacionalista dentro de la Iglesia y una hostilidad por
parte de la población nativa fuera de ella. En este periodo inicial la
tensión nacionalista adoptó la forma de «fidelismo laical», resultante de
imitar los laicos el ambiente democrático que les rodeaba, así como las
prácticas protestantes, y solicitando el derecho a tener iglesias de su
propiedad y a elegir sus pastores. Se produjeron cismas por esta causa en
Nueva York y Filadelfia durante la administración de Carroll, pero el
conflicto se hizo más intenso cuando el sulpiciano francés Ambrose
Marechal (1768-1828), se convirtió en 1817 en el tercer arzobispo de
Baltimore, habiendo por aquellas fechas obispos franceses en Boston,
Bardstown, y en la diócesis de Luisiana y las dos Floridas (rebautizada
con el nombre de diócesis de Nueva Orleáns a partir de 1826).
Muchos laicos, irlandeses de nacimiento o descendientes de
irlandeses, se mostraban resentidos por esta «dominación francesa»,
empleando el «fidelismo» para mantener alejados a los pastores nombrados
por la Jerarquía, impidiendo el nombramiento de un obispo en Filadelfia
desde 1814 a 1819 y creando cismas en aquella ciudad, Nueva York, Norfolk
y Charleston. En 1821, Propaganda Fide nombró a dos sacerdotes irlandeses
para ocupar las nuevas diócesis de Richmond y Charleston que, junto con
los dos obispos irlandeses de Filadelfia y Nueva York, suponían una
nivelación respecto a los cuatro franceses. El «fidelismo» decayó durante
los últimos años de la década de 1820.
En la década de 1830 la inmigración católica volvió a despertar el
anticatolicismo en una forma conocida con el nombre de «nativismo». Los
nativistas fundaron periódicos para realizar campañas contra la Iglesia y
publicaron confesiones atribuidas a ex monjas que hablaban de inmoralidad
en los conventos. Incitados por tales historias y por una campaña dura
contra la Iglesia, el populacho quemó el convento de las ursulinas de
Charleston, Massachusetts, en 1834. Luego se negó a las ursulinas el
derecho a recurrir por los daños sufridos alegando que representaban un
poder temporal extranjero, cargo que refutó el tercer Sínodo Provincial de
Baltimore (1837). En la década de 1840, emigraron a EE. UU. 700.777
católicos incrementándose también proporcionalmente la hostilidad
nativista. Para preservar la fe de los niños católicos, el obispo J.
Hughes (1797-1864) de Nueva York y el obispo Francisco P. Kenrick
(1796-1863) de Filadelfia lucharon sin éxito por conseguir ayuda estatal a
las escuelas católicas, así como contra la lectura obligatoria de la
Biblia protestante por los católicos en las escuelas públicas. Esta
campaña fue interpretada como un intento católico para destruir el
protestantismo, lo que llevó a la quema de varias iglesias en Filadelfia
en 1844. Hughes impidió casos similares de violencia en Nueva York,
protegiendo sus iglesias con hombres armados cuando las autoridades
civiles rehusaron prestarles protección. En 1853 se produjeron las últimas
manifestaciones masivas de nativistas cuando se esperaba la llegada del
arzobispo Gaetano Bedini, nuncio en Brasil, a quien el Vaticano envió a
visitar la Iglesia en un momento poco oportuno. El nativismo decayó en
parte debido a que la mayoría de los protestantes no estaban de acuerdo
con él y en parte también porque el país se hallaba, en 1850, dividido
sobre la cuestión de la esclavitud.
Antes de la guerra civil, los católicos (incluyendo a Juan Carroll,
Carlos Carroll y los jesuitas) habían tenido esclavos. Los obispos England
y Kenrick (que llegó a ser arzobispo de Baltimore en 1851 y fue el primer
teólogo de la jerarquía) lamentaron la existencia de la esclavitud, pero
los obispos permanecieron por encima de la polémica política, en parte
porque estaban principalmente dedicados al cuidado de los inmigrantes, y
en parte porque muchos abolicionistas eran también nativistas.
A pesar del nativismo, la Iglesia fue progresando. En 1844 consiguió
dos de sus más distinguidas conversiones: Orestes Brownson (1803-76),
pastor unitario y filósofo (v. vi), e Isaac T. Hecker (1818-88), que entró
en los redentoristas y fundó más tarde la Congregación de S. Pablo
(paulistas) para transmitir la doctrina católica a la América protestante.
Entre 1829 y 1852 la Iglesia celebró siete concilios nacionales, seis
provinciales y uno plenario. En 1860 había 3.103.000 católicos de una
población blanca de 26.922.537, con un total de siete archidiócesis y 40
diócesis. Durante la guerra civil de EE. UU. (186065), los católicos se
fueron ganando la confianza en sus respectivos Estados luchando en ambos
bandos. A petición del presidente Abraham Lincoln, Juan Hughes, que fue el
primer arzobispo de Nueva York en 1850, consiguió la neutralidad de la
Santa Sede en 1862. En 1864 Patricio N. Lynch, obispo de Charleston,
intentó ganar el reconocimiento diplomático de los Estados secesionistas
por parte de Roma. Sin embargo, a pesar de sus diferencias políticas,
ambos prelados permanecieron siendo amigos.
3. «Liberalismo» y «Americanismo»: 1865-1900. A diferencia de muchas
sectas protestantes que se dividieron antes y durante la guerra civil,
permaneciendo separados en la actualidad, el catolicismo conservó su
unidad. El 1 oct. 1866, siete arzobispos, 38 obispos y tres abades
mitrados del Norte y del Sur expresaron su unidad y se reunieron para el
segundo Concilio Plenario que codificó toda la legislación preexistente e
intentó presentar soluciones a los problemas específicamente
estadounidenses. El Concilio adujo la tradición colegial de la Iglesia de
EE. UU. que se remontaba a la década de los años 1780. Los obispos eran
conscientes de que los católicos eran minoría en EE. UU. y deseaban
conservar el control sobre sus propios asuntos.
Durante el periodo de posguerra la Iglesia consiguió un alto grado
de aceptación por parte de la minoría culta estadounidense y la hostilidad
pasó de los ataques contra todos los católicos, hacia los que intentaban
obtener fondos públicos para las escuelas católicas, particularmente. No
obstante, los vestigios de los viejos prejuicios permanecieron en la
American Protective Association, fundada en 1887 para combatir a la
Iglesia y para excluir a los católicos de empleos y cargos públicos.
La inmigración siguió siendo también un problema. Entre 1870 y 1900
llegaron a EE. UU. 3.079.000 católicos europeos; en la década de los años
de 1890 la mayoría de ellos venía de Italia, Austria-Hungría y Polonia.
Sin embargo, en 1870 la composición de la Iglesia en EE. UU. había sido
determinada por los irlandeses (1.683.791) y católicos alemanes (606.791)
que habían inmigrado desde 1820. Los irlandeses, por cuanto llegaban en
mayor número y hablaban inglés, fueron asimilados más rápidamente en la
sociedad estadounidense y dominaron la Iglesia. El carácter inmigratorio y
la «dominación irlandesa» de la Iglesia de EE. UU. se puede ver bien por
el origen étnico de los 72 prelados que asistieron al tercer Concilio
Plenario de Baltimore en 1884. Sólo 25 habían nacido en EE. UU., de los
cuales 15 eran de origen irlandés. Veinte habían nacido en Irlanda,
mientras que ocho procedían de Alemania, seis de Francia, cuatro de
Bélgica, tres de Canadá, dos de España y uno de Austria, Holanda, Escocia
y Suiza respectivamente. El Congreso aprobó la legislación con que se
gobernó la Iglesia estadounidense hasta la promulgación del CIC en 1917.
Pero la legislación era romana de origen y no afectaba a los
problemas con que se enfrentaba la Iglesia en EE. UU. Entre 1885 y 1900
una serie de sucesos dividieron a la jerarquía en liberales y
conservadores, cuando los alemanes hicieron frente a los de ascendencia
irlandesa y cuando los conservadores se opusieron a los liberales, que
buscaban aprovechar la aceptación general ganada por la Iglesia
estadounidense, para adaptarla a los tiempos modernos y al estilo de vida
de EE. UU. Entre los liberales se encontraba Jaime Gibbons (1834-1921),
arzobispo de Baltimore, el único cardenal desde 1886 a 1911, Juan Ireland
(1838-1918), arzobispo de San Pablo, Juan J. Keane (18391918), obispo de
Richmond y más tarde rector de la Univ. Católica de América, y Denis J.
O'Connell (18491927), rector del American College. Los conservadores más
destacados eran Miguel Corrigan (1839-1902), arzobispo de Nueva York,
Bernardo McQuaid (1823-1909), obispo de Rochester, los obispos alemanes y
los jesuitas.
El deseo de los liberales de americanizar la Iglesia los enfrentó
con los americanos de origen germano. En 1887 Propaganda Fide contestó a
una petición de los alemanes garantizándoles parroquias nacionales
independientes de las inglesas, pero rehusando acceder a su petición de un
vicario general alemán en las diócesis que tuviesen una gran población de
origen alemán. La tensión germanoirlandesa se intensificó con el «cahenslysmo»,
tomado del nombre de Pedro P. Cahensly, secretario de la Sociedad de S.
Rafael, organización (alemana en su origen) dedicada al cuidado de los
emigrantes a EE. UU. Reunida en Lucerna en 1890, la Sociedad envió una
petición a Propaganda Fide que acusaba a la Iglesia estadounidense por
haber perdido 10 millones de inmigrantes por falta de atención, y
solicitaba que cada grupo étnico tuviese obispos en proporción a su
cuantía. Los liberales junto con los conservadores de habla inglesa
replicaron con razón que la cifra de pérdidas era exagerada y la Santa
Sede se negó a acceder a las sugerencias de la petición. El presidente
Benjamín Harrison dio las gracias al card. Gibbons por ahuyentar esta
amenaza de injerencia en la Iglesia estadounidense.
Los liberales se encontraron con la común oposición de todos los
conservadores sobre la cuestión del control estatal de las escuelas
parroquiales. El primer Concilio Provincial de Baltimore (1829) pidió con
urgencia que se estableciesen tales escuelas para conservar la fe de los
niños católicos en un ambiente protestante. El tercer Concilio Plenario
dispuso que cada parroquia había de construir una escuela en un plazo de
dos años. Esto suponía una pesada carga para los seglares que tenían que
pagar impuestos para las escuelas públicas en tanto que no recibían ningún
beneficio por ello. En 1890 Ireland propuso un sistema que ya funcionaba
en otras partes del país, según el cual una parroquia construía una
escuela, examinaba el nivel religioso de los maestros y luego era el
public school board (junta Escolar) el que pagaba los sueldos y daba su
visto bueno a la calificación académica, tanto de los maestros como de los
estudiantes. La propuesta de Ireland y el establecimiento del plan en dos
ciudades de su archidiócesis provocó una controversia tanto en EE. UU.
como en Roma. Los alemanes deseaban retener sus escuelas independientes
del control estatal con el fin de preservar su idioma. Los conservadores
pensaban que el plan concedía demasiado poder al Estado. Aun cuando el
plan de Ireland fue derogado por las autoridades civiles, la Santa Sede lo
sancionó tanto por una carta a Ireland en abril de 1892, como por medio
del arzobispo Francesco Satolli que se reunió con los arzobispos
estadounidenses los días 16 a 19 nov. 1892.
Una tercera fuente de conflictos fue la Univ. Católica de
Norteamérica, establecida por el tercer Concilio Plenario, que quedaba
únicamente bajo la administración de la Jerarquía, y no de una orden
religiosa. El arzobispo Corrigan se opuso en principio porque quería una
Universidad en Nueva York dirigida por los jesuitas. Cuando la Universidad
se abrió en Washington (1889), apoyó la posición liberal en los asuntos
decisivos. Después de varias protestas de los conservadores, León XIII
pidió la renuncia del obispo Keane de su puesto de rector (1896).
También surgieron en EE. UU. problemas sociales que dieron lugar
asimismo a controversias. Como quiera que muchos inmigrantes católicos
eran trabajadores, se integraron en los Knights of Labor (Caballeros del
Trabajo), organización formada para proteger a los trabajadores de los
abusos empresariales. Esta organización fue condenada en Québec como
sociedad secreta prohibida, pero en 1887 el card. Gibbons, con el apoyo de
la mayoría de los metropolitanos de EE. UU., consiguió la autorización de
la Santa Sede. En cambio, al mismo tiempo, los conservadores intentaron
que se incluyeran en el índice los escritos de Enrique George que abogaba
por un único impuesto territorial para remediar la injusticia social y que
contaba con el apoyo de Eduardo McClynn, un sacerdote neoyorquino que fue
luego suspendido y excomulgado por el arzobispo Corrigan. Gibbons ayudado
por los liberales intentó impedir la condena de George, aduciendo que sus
teorías tenían escasa influencia en EE. UU. y que su condenación sólo
haría de él un mártir ante los protestantes. Aunque la Santa Sede condenó
a George, no publicó su condena. Cuando León XIII publicó la Rerum novarum
(1892), McGlynn expresó su conformidad con la encíclica y fue readmitido
en el seno de la Iglesia.
Debido a estas disputas y frecuentes peticiones a Roma, el Vaticano
decidió establecer una delegación apostólica en EE. UU. Esperando ganarse
la aprobación del Papa al programa liberal, Ireland y O'Connell,
secretamente, dieron su conformidad a la delegación, en la primavera de
1892. En octubre de ese año el Papa envió al arzobispo Satolli para
representarle en la Exposición Colombina en Chicago conmemorando el 400
aniversario del descubrimiento de América. En noviembre, Satolli se reunió
con los arzobispos estadounidenses para tratar del problema de las
escuelas y propuso el establecimiento de una delegación apostólica. Aun
cuando todos los metropolitanos, excepto Ireland, se opusieron a . la
idea, Satolli fue designado primer delegado apostólico en EE. UU. el 23
en. 1893.
Para la posición de los liberales fue fundamental la creencia de que
la separación de la Iglesia y el Estado en EE. UU., con la consiguiente
libertad religiosa, beneficiaba a la Iglesia en el ejercicio de su
autoridad. Esta posición, que fue conocida con el nombre de
«americanismo», fue expuesta por O'Connell en un discurso en Friburgo
(Suiza), en 1897. Sin embargo, tuvo también una versión francesa, derivada
de una defectuosa traducción del libro del P. Walter Elliott Vida del
Padre Hecker, el fundador de los paulistas (v. ACTIVIDAD Y ACTIVISMO II).
Los liberales franceses veían en Hecker un modelo de sacerdote moderno que
respondía a la dirección interior del Espíritu Santo más que a la
autoridad de la Iglesia y que modificaba la doctrina católica con el fin
de convertir a los protestantes. Por primera vez en su historia fue
discutida la ortodoxia de la Iglesia estadounidense y el 22 en. 1899 León
XIII publicó la ene. Testem benevolentiae; el Papa elogió la lealtad
católica a EE. UU., pero condenó la doctrina surgida del «libro titulado
La vida de Isaac Tomás Hecker, principalmente por medio de la acción de
aquellos que se encargaron de publicarlo e interpretarlo en un idioma
extranjero, y que ha suscitado controversia no pequeña a causa de ciertas
opiniones allí introducidas relativas a la forma de llevar una vida
cristiana» (1. T. Ellis, Documents, II,538-539). Aun cuando los
conservadores mantenían que los liberales habían abrazado realmente la
herejía, éstos rechazaron con toda razón tal acusación.
4. Siglo XX. La Iglesia estadounidense alcanza su madurez. La
condena del «americanismo» ahogó temporalmente la autosuficiencia de la
Iglesia en EE. UU. Pío X (v.) mencionó específicamente el «americanismo»
como una de las especies de «modernismo» (v.) en su ene. Pascendi Dominici
Gregis (8 sept. 1907). Sin embargo, había signos de recuperación. El 29
jun. 1908 Pío X en la const. apostólica Sapienti Concilio declaró que la
Iglesia estadounidense ya no era un país de misión y lo retiraba de la
jurisdicción de Propaganda Fide. Un hecho significativo de este periodo
fue la formación de la National Catholic Welfare Conference (NCWC). En
1917 los obispos estadounidenses formaron el war council (concilio de la
guerra) para coordinar sus programas durante la I Guerra mundial. En 1919
recibieron el permiso de Benedicto XV (v.) para conservar la organización
como Welfare council (concilio del bienestar) y para celebrar reuniones
anuales. Sin embargo, algunos obispos pensaron que la NCWC violaba su
autoridad local y el Vaticano temió que surgiese una iglesia nacional. El
23 feb. 1922, Pío XI (v.) firmó un decreto disolviendo la NCWC, pero
después de que fue debidamente explicada la Congr. Consistorial la aprobó,
el 22 jun. 1922, siempre y cuando su militancia fuese voluntaria y que se
cambiase la palabra «concilio» que figuraba antes en el título. El 14 nov.
1966, de acuerdo con el decr. Christus Dominus del Conc. Vaticano 11 (v.),
los obispos abolieron el NCWC y formaron la National Conference of
Catholic Bishops (NCCB), de la cual son miembros todos los obispos
estadounidenses ordinarios y titulares. Se reúne semestralmente y mantiene
también comités permanentes para sectores como misiones extranjeras y
medios de comunicación. Para representar a los obispos a nivel nacional y
para proporcionarles información, la U. S. Catholic Conference (USCC)
mantiene departamentos de Educación, Prensa, Acción Social, Asesoría
jurídica, organizaciones laicales, inmigración y juventud.
De 1900 a 1920 la Iglesia estadounidense recibió 3.518.000 católicos
emigrados, principalmente de Europa oriental y meridional, pero en 1924 el
Congreso restringió la inmigración. Por primera vez en un siglo, la
Iglesia de este país consiguió tener un número relativamente estable de
fieles nativos, pudiendo ocuparse de otros asuntos que no fuesen la
inmigración. Ya el 12 feb. 1919 los obispos habían publicado su «Programa
de Reconstrucción Social». Redactado por monseñor Juan A. Ryan (18691945),
profesor de Teología moral en la Univ. Católica, el programa sugería
aplicaciones de la doctrina social católica a EE. UU., acomodando su
economía a la paz. Aunque algunos lo tacharon de socialista, sus
principales sugerencias, tales como salario garantizado, seguridad social,
seguro de desempleo e impuesto sobre la renta, se vieron más tarde
convertidas en leyes.
El segundo Concilio Plenario (1866) pidió que la Iglesia trabajase
con los negros emancipados. Sin embargo, los católicos (tanto el clero
secular como los religiosos y los seglares) ignoraron esta petición y
dejaron el trabajo a organizaciones específicamente fundadas para el
apostolado con los negros, y a unos cuantos individuos aislados. En la
década de los años 40 se aumentó la atención hacia los negros. En 1947 el
card. José E. Ritter (18921967) alzó su voz proclamando la preocupación de
la Iglesia por suprimir la segregación racial en las escuelas católicas de
la archidiócesis de S. Luis. El 14 nov. 1958, la Jerarquía eclesiástica
condenó la segregación y la discriminación. En 1964, en EE. UU., sólo eran
católicos 747.598 negros de un total de 20.300.000.
En 1906 sólo había 14 estadounidenses en misiones, pero en 1911 fue
fundada la primera congregación estadounidense para misiones, la Catholic
Foreign Mission Society (Marykrloll). En 1968 había 9.302 misioneros
estadounidenses, sacerdotes, religiosos y seglares. Igualmente importantes
fueron los progresos en la Liturgia y la Teología. En 1926 el benedictino
Virgilio Michel fundó el Orate Fratres (rebautizada en 1951 con el nombre
de Worshin) y, en 1940, la Conferencia de Liturgia comenzó a celebrar
todos los años sus semanas litúrgicas. En Teología, el jesuita Juan C.
Murray (1904-67) contribuyó en el sector de las relaciones Iglesia-Estado
ayudando a redactar el decreto del Conc. Vaticano II sobre libertad
religiosa. El jesuita Gustavo Weigel (m. 1965) fue en los EE. UU. un
pionero del movimiento ecuménico.
Aunque los católicos constituyen casi el 25% de la población y aun
cuando muchos tienen título universitario, no han contribuido en la
proporción debida en las esferas social, académica e intelectual. Sin
embargo, los laicos tomaron parte activa en la política durante el s. xix,
tanto a nivel municipal como estatal, llegando a ocupar puestos por
designación en el equipo presidencial y en el Tribunal Supremo de EE. UU.
Pero el anticatolicismo parecía querer imponer que ningún católico fuese
elegido Presidente; en 1928 influyó en la derrota de Alfredo E. Smith
(1873-1944), el primer católico designado candidato para ese puesto. En
1948 volvió a surgir con la formación de «Protestantes y otros americanos
unidos para la separación de Iglesia y Estado», concebido para
contrarrestar los esfuerzos de los católicos en obtener ayuda oficial para
sus instituciones y para paliar la actividad política de los católicos. No
obstante en 1960, a pesar de alguna propaganda anticatólica, John F.
Kennedy (191763) fue elegido presidente de EE. UU. A ello pudieron
contribuir varios factores. En primer lugar, la mayoría de los
estadounidenses no comparten los prejuicios del pasado; a lo que puede
unirse un mayor y mejor conocimiento del catolicismo por los viajes
pontificios, el Vaticano 11, etc. La elección simbolizó la final
asimilación de la Iglesia en la sociedad estadounidense.
En junio de 1968 los católicos en EE. UU. eran 47.468.333 de una
población total de 198.130.276. Había seis cardenales, 26 arzobispos y 235
obispos administrando 27 archidiócesis y 125 diócesis, a lo que hay que
sumar un arzobispo y siete obispos del rito oriental; 59.803 sacerdotes,
incluyendo 22.350 religiosos; 12.261 hermanos y 176.341 hermanas; 18.064
parroquias; 561 seminarios diocesanos y de órdenes religiosas con 39.838
seminaristas; 305 Escuelas superiores y universidades católicas
comprendiendo 433.960 estudiantes; 2.275 Institutos católicos de Enseñanza
Media con 1.089.272 estudiantes, y 10.757 escuelas elementales con
4.164.504 estudiantes.
BIBL.: J. T. ELLIS, ed.,
Documents oj American Catholic History, Chicago 1967; íD, A Guide to
American Catholic History, Milwaukee 1959; P. GUILDAY, ed., The National
Pastorals of the American Hierarchy (1792-1919), Washington 1923; T.
HUGHES, History oj the Society o( Jesus in North America: Colonial and
Federal, III y IV: Documents, Nueva York 1907-17; H. S. SMITH, R. T. HANDY
y L. A. LOETSCHER, American Christianity: An Historical Interpretation
with Representative Documents, Nueva York 1960; R. G. THWAITES, Jesuit
Relations and Allied Documents, 73 vols., Cleveland 1896-1901; J. T. ELLIS,
American Catholicism, Nueva York 1956; J. G. SHEA, The Catholic Church in
the United States, 4 vol., Nueva York 1886-92; C. E. OLMSTEAD, History oj
Religion in the United States, Nueva jersey 1960; J. T. ELLIS, Catholics
in Colonial America, Baltimore 1965; T. O. HANLEY, Their Rights and
Liberties. The Beginnings oj Religious and Political Liberties in Maryland,
Maryland 1959; P. GUILDAY, A History of the Councils oj Baltimore,
1791-1884, Nueva York 1932; íD, The Lije and Times of John Carroll,
Archbishop oj Baltimore, 1735-1815, Nueva York 1927; R. A. BILLINGTON, The
Protestant Crusade: 1800-1860, Nueva York 1938; J. HIGHAM, Strangers in
the Land: Patterns oj American Nativism 1860-1925, Nueva York 1965; J. 1.
HENNESEY, The Frist Council oj the Vatican: The American Experience, Nueva
York 1963; C. J. BARRY, The Catholic Church and German Americans,
Milwaukee 1953; R. D. CROss, The Emergence oj Liberal Catholicism in
America, Cambridge (Mass.) 1958; T. T. Mc Avoy, The Great Crisis in
American Catholicism, 1895-1900, Chicago 1957; F. L. BRODERICK, Right
Reverend New Dealer: John A. Ryan, Nueva York 1963; W. A. OSBORNE,
Segregated Covenant: Race Relations and American Catholics, Nueva York
1957.
GERALD FOGARTY.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
|