EDAD MODERNA. FILOSOFIA Y CIENCIAS 1
1. La caracterización de los periodos históricos. Siempre los historiadores al
escribir la historia han buscado una cierta inteligibilidad de la misma, al
menos por razones prácticas de claridad y síntesis. Así, se distinguen etapas o
periodos históricos, y se procura hallar unos caracteres esenciales que sirvan
para diferenciar unos periodos de otros; y eso no se hace sólo por necesidades
prácticas. En los historiadores antiguos predomina con frecuencia el afán
moralizante, sacar lecciones de la Historia, o el político, favorecer o atacar
una determinada situación presente o próxima. La ciencia de la Edad Media
destaca por su afán de verdad, de investigación metafísica y teológica (V.
MEDIA, EDAD III). Dicho afán de objetividad puede decirse que decae al irse
imponiendo el nominalismo (v.) en las escuelas del s. XIV y XV; éste considera
los nombres de las cosas puros flatus vocis sin contenido real, vacía de
realidad los conceptos universales (v.), y sólo atribuye valor y cognoscibilidad
a lo concreto y singular. Evidentemente esta actitud conduce a un escepticismo y
relativismo muy generalizados.
El Renacimiento (v.), con su humanismo (v.), reacciona ante la escolástica
nominalista, y comienza, entre otras cosas, a preocuparse por los estudios de
crítica histórica y por señalar los caracteres específicos de su propia época.
Así esa atención a los problemas prácticos, p. ej., morales y políticos, es uno
de los primeros caracteres que seseñalan. Ello no significa una «vuelta al
hombre» contrapuesta al pensamiento medieval «vuelto a Dios». En primer lugar
porque es imposible resumir en una sola frase o idea ninguna época histórica.
Además Edad Media y nominalismo (v.) no son lo mismo; éste forma una de las
escuelas medievales, que sólo predomina y relativamente al final. Y por último
ni en el Renacimiento hay un olvido de Dios, ni en la Edad Media del hombre;
ello es obvio. Basta considerar las grandes síntesis medievales en Moral y en
Derecho, las fuertes preocupaciones religiosas y espirituales que se desarrollan
en el movimiento humanista, y la abundante literatura moral y religiosa que
abarca toda la E. M.
Dentro de los humanistas del Renacimiento se dan varias tendencias.
Algunas conservan los posos del escepticismo nominalista, y resultan así
escépticas; pero no son las únicas ni las predominantes. La Metafísica y la
Teología se recuperan también, su máximo exponente será la llamada Segunda
Escolástica, en la que la Moral y el Derecho son los temas más desarrollados; y
en ella se dan también varias escuelas o corrientes. Podemos decir que en el
humanismo renacentista hay varias intelecciones de la propia época, al menos en
germen.
Posteriormente, los fautores del movimiento racionalista de la
Ilustración, en el s. XVIII, disocian falsamente Filosofía y Teología y
radicalizan una particular intelección de los «tiempos modernos». Contraponen
Edad Media a M. como épocas específicamente distintas, considerando a aquélla
«teológica» y a ésta «antropológica». Esto es una manifestación más del
racionalismo general de dicho movimiento, que no es necesario analizar aquí (v.
ILUSTRACIÓN; DEÍSMO; RACIONALISMO; NATURALISMO); únicamente importa señalar que
se intenta la «racionalización» de todo, incluso de la historia. El iluminismo
ilustrado tiende a hacer interpretaciones cerradas de las etapas o periodos
históricos como unidades acabadas en sí mismas, plenamente inteligibles con unos
cuantos conceptos racionales que se les atribuyen como característicos. Esta
visión de la Historia se radicaliza aún más con el idealismo (v.), sobre todo de
Hegel (v.), que adoptará después Marx (v.), e incluso con el historicismo (v.).
También los mismos contradictores del idealismo, o del historicismo, llegan a
aceptar en el fondo esta visión de los «periodos históricos», aunque traten de
darles otra interpretación o una valoración distinta.
De esta forma llegaron a consagrarse varios tópicos sobre las distintas
«edades», Antigua, Media y M., contraponiendo excesivamente unas a otras,
señalando características peculiares que las quieren cerrar en sí mismas. Son
interpretaciones ideológicas, muchas veces interesadas, que resultan
superficiales, cuando no alejadas de la realidad. Así el mito del «hombre
moderno», de su «madurez», como contrapuesto al medieval, o al antiguo; el
«humanismo» o descubrimiento del hombre y de la subjetividad, cuando en realidad
es en la Edad Media, y antes en la Patrística, donde se descubrió y se tuvo una
clara visión de la dignidad del hombre, una acabada conciencia del valor de la
persona (v.) humana. Igualmente el uso del término «primitivo» con cierto tono
peyorativo o despectivo, confundiendo la falta de desarrollo técnico-material
con la falta de valores espirituales y morales; pero en la realidad pueden darse
pocos conocimientos científicos ' o técnicos y al mismo tiempo un reconocimiento
del valor de la persona o una profundidad y seriedad filosófico-religiosa; así
mismo puede darse un gran desarrollo científico-técnico y ningún progreso moral
o espiritual (v. INVESTIGACIÓN VI, 1).
Lo mismo el mito de lo «nuevo», cuando la mayor parte de la Filosofía de
la E. M. se halla ya planteada en la Media o es heredada de ella. En todo caso
lo más «nuevo» sería el mayor desarrollo de los métodos experimentales en la
ciencia natural, menos cultivada en la Edad Media, y que sólo lentamente
ayudarían a comprender la diversificación de las ciencias y de sus métodos (v.).
Y asimismo el mito la «libertad» que, de forma simplista, según los ilustrados e
idealistas caracterizaría el «espíritu de la filosofía moderna»; más exacto
sería decir que el hombre moderno habla mucho más de libertad y emancipación,
precisamente porque no la tiene. La tuvo más el hombre medieval; la tendencia al
autoritarismo y absolutismo de los Reyes estuvo frenada por la autoridad del
Papado, y por el Derecho divino que estaba sobre unos y otros. Por el contrario,
esa «libertad» en la práctica faltó al «hombre moderno». Se pueden recordar
casos concretos, que no son sólo anécdotas aisladas, sino consecuencia de los
mismos rumbos del pensar; y también de la intolerancia protestante, tanto
luterana como calvinista y de otras sectas; es en la E. M. cuando se crean y se
tratan de justificar el despotismo (v.) y el absolutismo (v.). «Piénsese en las
medidas tomadas por el gobierno de Iqs Países Bajos contra Descartes; en la
actitud del ayuntamiento de Amsterdam contra Spinoza; en la de los regidores de
Górlitz contra Bóhme; en la real orden de Federico Guillermo II contra Kant el 1
oct. 1794; en la Reclamación de la libertad de pensar dirigida a los príncipes
de Europa que la oprimieron hasta el presente de Fichte; en la destitución de
Moleschott y de Büchner, aprobada por el mismo Schopenhauer; en el tono
cortesano y estatal de la filosofía de Hegel; en las excesivas connivencias de
los filósofos con los vaivenes de la política; en las contemporizaciones de
buena diplomacia que han guardado personas y escuelas, aun en asuntos
estrictamente profesionales; y en otras cosas parecidas. Para no decir nada de
las medidas de fuerza en el mismo terreno doctrinal, que no raras veces emanaron
de una política autoritaria en tiempos contemporáneos (nazismo, comunismo)» (1.
Hirschberger, o. c. en bibl., 1, p. 464).
En esa racionalización, o idealización de la Historia, sea de corte
materialista o espiritualista, se llega a pensar que la Historia es la «reina de
las ciencias», que ella sería la que manda. La historia sería como un puro
desarrollo de esencias lógicas, progreso o evolución (he aquí otro par de
tópicos) inevitable y sistemático; se habla más de Historia del pensamiento que
de Historia de los conocimientos. Pero en realidad no es la historia la que hace
a los hombres y sus ideas de esta forma necesaria; son más bien los hombres los
que hacen la historia. No existen ideas o conceptos abstractos, sino hombres
concretos, y no siempre gobernados por la razón y el conocimiento; los hombres
concretos y reales viven y actúan, hacen la historia, a impulsos de la razón y
de la voluntad, de necesidades y de sentimientos, de elecciones de su libertad y
de circunstancias que unas veces se imponen y otras son vencidas, con mayor o
menor responsabilidad. Pero en definitiva, cada hombre es, en general,
responsable de su historia, y aunque ésta puede condicionarle, también él puede
condicionarla. Es así el acontecer histórico más complejo de lo que presenta la
visión idealista. En definitiva, la Historia (v.) no es la ciencia más posible,
sino la más difícil, por no decir casi imposible; no se puede racionalizar tanto
como pretenden las visiones idealistas, que pecan de un simplismo que falsea la
realidad.
En el s. XX, las corrientes idealistas y sus tópicos,aunque se hallan muy
extendidas, han entrado ya en abierta crisis. Los ensayos sobre el «espíritu» de
un pueblo, o de una época, de una nación o de una raza, ya no proliferan tanto.
El cierre de los periodos históricos, y lo que se admitía como caracteres
peculiares distintivos, se ponen en discusión, y con ello los límites estrictos
de esos periodos o edades (p. ej., v. I, 1). En esos análisis hay elementos
valiosos o aprovechables, pero se han de tomar con cautela, como aproximaciones
a la realidad, que es compleja; la historia humana no es sólo obra de la razón,
sino de la voluntad, de la libertad, y de múltiples factores. Los mismos
estudios históricos, cada vez más detallados, sacan a- la luz hechos,
personajes, facetas, etc., que la historiografía influida por el idealismo había
abandonado o desechado al no encajar claramente en sus cerrados esquemas
«lógicos».
2. Las direcciones del conocimiento dentro de la Edad Moderna. Resulta,
por lo dicho, que no es de ninguna forma fácil cortar la Historia en periodos
con características unitarias, y menos en el terreno de la historia de los
conocimientos, que es el tema que aquí se quiere tratar, Desde un punto de vista
de la Historia en general, no sólo de la Historia de las ideas, puede ser más
fácil; hay acontecimientos políticos o sociales, p. ej., guerras,
descubrimientos geográficos o técnicos, etc., que pueden imprimir nuevos rumbos
a los esfuerzos y realizaciones humanas; pero siempre se tratará, al elegir los
límites de una edad o periodo histórico, de una elección más o menos
convencional, que resulte útil para de alguna manera poder escribir la Historia.
Más que los rumbos del conocimiento humano, hechos corno el Concilio unionista
de Florencia (1438), la invención de la imprenta (1443), la conquista de
Constantinopla por los turcos (1453), el descubrimiento de América (1492), la
rebelión de Lutero (1517), o la apertura del Conc. de Trento (1545), pueden
servir de cómodo punto de partida; y como punto final, la Revolución francesa
(1789), la independencia de los países americanos o el desarrollo industrial del
s. XIX. Márgenes fluctuantes, pero generalmente adoptados por los historiadores,
y que pueden servir para historiar el conocimiento y el pensamiento, la
filosofía y las «filosofías», las diversas ciencias.
¿Es el pensamiento y el conocimiento los que van a remolque de estos
hechos? ¿o son los hechos los que van a remolque de las ideas? Ninguna de las
dos preguntas está bien planteada, ni tiene respuesta exacta. Ya se ha señalado
que ni la razón sola marca el rumbo de la historia, ni ésta, los hechos, marcan
necesariamente el rumbo de los conocimientos. No es factible caracterizar a la
E. M., ni a ninguna «Edad», sólo por determinados valores; ya la simple
limitación temporal de éstos incide en apreciaciones subjetivas. Por eso puede
decirse que no hay, hablando con rigor, una «filosofía moderna» de acuerdo con
los tiempos modernos, tal como suele presentarse en los «manuales» y «tratados»
de Historia; hay, en cambio, muchas «filosofías»; como tampoco hay una
«filosofía medieval», sino varias. Y estas «filosofías», unas veces corrientes
filosóficas y otras simples ideologías (v.), tampoco se suceden sin más unas a
otras, sino que se dan a vedes simultáneamente. Ésta es una cuestión capital
para la comprensión de lo que es la Filosofía y de lo que es la Historia de la
Filosofía (v. FILOSOFÍA).
La Filosofía, entendiendo por tal la ciencia más general y abstracta, la
ciencia del ser en general, no es más que una. Pero como una ciencia tan general
como la Filosofía pura o la Metafísica (v.) no es suficiente para la vida
práctica, es preciso siempre concretarla más o menos, descendiendo a la
filosofía social, la teoría política, la ciencia del derecho, filosofía del
arte, la ciencia de la materia y las técnicas, etc., donde es más fácil que se
den corrientes o escuelas distintas. Y estas distintas corrientes o escuelas lo
son por agruparse alrededor de diferentes ideas, o también alrededor de
diferentes personas, con lo que las divergencias entre ellas son mayores o
menores y evolucionan de distintas formas según lo que en cada momento les sirve
de aglutinante principal.
Aparecen así, diferentes corrientes filosóficas o ideológicas, escuelas
científicas, etc., más que distintas filosofías. A su vez esas corrientes o
escuelas valorarán o cultivarán más o menos la Filosofía. Pueden señalarse,
dentro de esos límites de la E. M., como direcciones del conocimiento y
corrientes del pensamiento: el humanismo renacentista; la teología
controversista con los luteranos; el renacimiento de la Filosofía, la Metafísica
y la Teología, con la llamada Segunda Escolástica, que en el terreno práctico se
volcó hacia la Moral y el Derecho; el estudio de la historia y del pensamiento
bíblico; el lulismo; el agustinismo; el cultivo de la ciencia natural
experimental y las interpretaciones que le acompañan; el empirismo; el
racionalismo de los s. XVII y XVIII; el iluminismo ilustrado; la literatura
apologética de esos mismos siglos; la literatura y la Teología espiritual; la
Teología histórica; el desarrollo de la teoría política; etc.
Nos ocuparemos más detenidamente, después, de cada una de estas
corrientes. En todas ellas se da un cultivo y una atención a la Filosofía de un
modo u otro; de una forma más directa en las escuelas de la Segunda Escolástica
y en algunas corrientes racionalistas. Pero es claro, por esa simple
enumeración, que la «filosofía moderna» no puede caracterizarse sólo por el
racionalismo, como pretende la historiografía ilustrada-idealista, y como es
tópico presentarla en los tratados y manuales generales.
Lo que sí puede afirmarse es que en la E. M. se da una mayor fragmentación
de la Filosofía y de las ciencias de la que hubo en la Edad Media. Por una
parte, la Filosofía, lo mismo que la Teología, el Derecho, y las demás ciencias,
eran cultivadas fundamentalmente en las Universidades (v.), una de las grandes
creaciones de la Edad Media (de ahí el nombre general de Escolástica, v., que
viene a significar lo que se hace en las escuelas, luego llamadas
Universidades). En la E. M., la Universidad sigue siendo el principal foco
cultural y de investigación; pero conforme va pasando el tiempo, también fuera
de ella se cultivan la Filosofía, la Teología y las ciencias, que a veces se
desconectan, y, por tanto, tienden a fragmentarse más fácilmente.
Por otro lado también se va haciendo característico en la E. M. el separar
a veces agudamente la Filosofía de la Teología; especialmente en las corrientes
racionalistas, pero también en la Segunda Escolástica y en toda clase de
autores. Ello contribuye a la fragmentación, y además al empobrecimiento de
ambas cuando la distinción es entendida como separación u oposición, o a su
enriquecimiento si la distinción se une a una colaboración. A su vez diversas
ramas de la Filosofía y de la Teología tienden a desarrollarse cada vez más y a
independizarse. Se va produciendo una mayor especialización.
La especialización, en Derecho o Política, en Teología o en Filosofía, en
Ciencias naturales o en Gnoseología, en Lógica o en Historia, etc., tiende a que
cada rama del saber pretenda la hegemonía y a considerarse como la verdadera
Filosofía. Dispersión del pensamiento, enparte paralelo a la aparición y
afirmación de las nacionalidades (v. I, A, 5). Con la fragmentación y
especialización, y con el afán de predominio de cada especialidad, la historia
de los conocimientos y del pensamiento modernos ofrece un aspecto algo caótico,
con confusiones y equívocos continuos, que la hacen muy difícil de historiar.
Corrientes y autores se critican y polemizan mutuamente, sin aclarar los
equívocos, los métodos y la terminología utilizada, en definitiva sin conocerse
profundamente, situación que es heredada por la Edad Contemporánea.
De ahí que para algunos la E. M. sea como una ruina del conocimiento, una
fragmentación y empobrecimiento de la Filosofía; y para otros sea todo lo
contrario. Pero ninguno de los dos juicios es verdadero. Es preciso intentar una
Historia más real, que distinga las diversas direcciones y corrientes, que las
compare, para poder reconocer qué aportaciones valiosas y verdaderas se hacen a
la Filosofía, qué a otras ciencias, qué cosas permanecen en el terreno de lo
opinable y optativo, y qué debe ser desechado como carente de verdad o de
interés. La tarea no es fácil; ya hemos dicho que la Historia es siempre difícil
y compleja; y más la de los conocimientos y del pensamiento, sobre todo cuando
se dan de hecho confusiones y trasposiciones de métodos (v.). Pero en esta
tarea, que ha de realizarse sin prejuicios de escuela, según nuestro parecer hay
mucho que hacer todavía. Con frecuencia se fluctúa en la distinción entre la
Filosofía misma y otras ciencias, o entre Filosofía e ideologías (v.).
Especialmente, las Historias de las Ciencias naturales suelen ser, hasta ahora,
las más superficiales, con frecuencia aferradas a prejuicios ideológicos
racionalistas o positivistas, que no saben distinguir las ciencias filosóficas y
las ciencias de la naturaleza. Sobre el tema de la clasificación de las ciencias
se ha escrito bastante, pero, aunque en líneas generales hay estudios y
clarificaciones valiosas, necesita continuamente de mayores precisiones y
aclaraciones (v. CIENCIA VII).
Para la historia de los conocimientos y de la Filosofía se tratarán aquí
solamente algunas generalidades de las diversas corrientes y autores, remitiendo
para más detalles a otros artículos de esta Enciclopedia.
3. Los siglos XV y XVI. Son los siglos del Renacimiento (v.), que en el
terreno de la Filosofía y del pensamiento suelen caracterizarse por lo que se
llama el humanismo (v.), y que no es necesario tratar ya aquí. Solamente
recordar que el espíritu humanista tiene un sentido fundamentalmente artístico,
literario y cultural, sin mucha consistencia propiamente filosófica.
Y también hay que destacar que, en el terreno del pensamiento, además de
las preocupaciones estéticas de los humanistas, en estos siglos se encuentran
otras importantes preocupaciones. El nominalismo del s. XIV a la vez que se va
disolviendo, influye poderosamente en los errores teológicos y filosóficos de
Lutero (v.; m. 1546) y Melanchton (v.; m. 1560); pero, con influencias
aristotélicas, Lutero y sus seguidores acabarán creando la «ortodoxia luterana»;
entre ellos, J. Gerhard (1582-1637) afirma decididamente la teología natural.
Casi al mismo tiempo el protestantismo suizo crea la «ortodoxia reformada» por
obra de Zwinglio (v.; m. 1531), Calvino (v.; m. 1564) y otros como M. Bucero
(v.; m. 1551) y T. Beza (v.; m. 1505), que dieron origen a un fuerte legalismo
(v. PROTESTANTISMO II, 1). Una preocupación religiosa y espiritual, si bien
pintoresca y extraña, se manifiesta en los cultivadores de la Cábala (v.) judía
y en el ocultismo (Paracelso, v.; J. Reuchlin, m. 1522; en gran parte también J.
Bdhme, m. 1642); también el neoplatonismo del conocido humanista Pico de la
Mirándola (v.; m. 1533) está contagiado de doctrinas cabalísticas por las que
sentía gran afición. La teología espiritual y mística de Taulero (v.; m. 1361),
Ruysbroeck (v.; m. 1381), la «devotio moderna» (v.) y Kempis (v.; m. 1471)
influyen en la obra de humanistas como L. Vives (v.; m. 1540), S. Tomás Moro
(v.; m. 1535), Erasmo (v.; m. 1536) y otros. Ya en Juan Gerson (v.; m. 1429) y
en Nicolás de Cusa (v.; m. 1464) había habido un intento de síntesis de
espiritualidad y ciencia. A su vez la obra reformadora de S. Teresa de Jesús
(v.; m. 1582) y de S. Juan de la Cruz (v.; m. 1591) y sus profundos escritos
espirituales fueron influyendo por todas partes, contribuyendo con el tiempo al
desarrollo y organización de la Teología espiritual. Hay que mencionar también
aquí a S. Juan de Ávila (v.; m. 1569).
Importantes, por sus repercusiones en el trabajo filosófico y sobre todo
por su desarrollo ulterior en el camino de la diversificación, y especialización
de las ciencias, son las dedicaciones de ciertos autores al método experimental
en la ciencia natural, que es llamada equívocamente Filosofía natural. En los
italianos Jerónimo Cardano (m. 1576), Bernardino Telesio (m. 1588), Francisco
Patricio (m. 1597) y T. Campanella (v.; m. 1639) hay una «filosofía natural»
mezcla de sueños idealistas platónicos y afán de investigar las leyes naturales,
que se radicaliza con Giordano Bruno (v.; m. 1600) en un panteísmo monístico de
tipo neoplatónico. Pero en la línea de las ciencias naturales, especialmente la
Física y la Astronomía, el nombre importante es el de N. Copérnico (v.; m.
1543), a los que se pueden añadir los de Leonardo de Vinci (v.; m. 1519) y Tycho
Brahe (m. 1601); y ya entrando en el s. XVII los de Francis Bacon (v.; m. 1626),
Juan Kepler (v.; m. 1630) y Galileo (v.; m. 1642).
Las preocupaciones por la teoría política y la filosofía jurídica al final
de la Edad Media fueron muy vivas con ocasión del conciliarismo (v.) y las
polémicas subsiguientes acerca del poder papal y del poder real. Conciliaristas
y papalistas fueron autores de obras que tocaban temas de filosofía política y
jurídica junto a la Eclesiología. En el s. XV hay que mencionar la obra del
citado Juan Gerson, y sobre todo la del español Juan de Torquemada (v.; m.
1468). También tiene aquí un puesto el citado card. Nicolás de Cusa, pero su
obra fundamental fue, sin embargo, filosófica y teológica, extraña simbiosis de
teología, platonismo y ciencia de la naturaleza. En el s. XVI, Maquiavelo (v.;
m. 1527) pretende desligar la ética y moral de la política, y aparecen los
maquiavelistas y antimaquiavelistas. Pueden citarse aquí también, al protestante
lean Bodino (v.; m. 1596), que propugnará el absolutismo, como haría Hobbes (v.)
más tarde; las utopías de Campanella, ya citado; y el pensamiento del también
citado humanista Tomás Moro. El nombre más importante en este terreno es el del
español Francisco de Vitoria (v.; m. 1546) considerado fundador del Derecho
internacional; más tarde hay que mencionar a F. Suárez (v.; m. 1617). El
descubrimiento de América y de los nuevos países fue aguijón que impulsó el
estudio del Derecho, de la Teoría política, de las relaciones entre los pueblos,
etc.
Hay, entre los humanistas del s. XVI, aristotélicos (v.) y averroístas
(v.); y también platónicos o neoplatónicos (v. HUMANISMO I, 2); entre los
últimos se pueden añadir aquí el judío luso-español León Hebreo (v.; m. ca.
1535), y el médico Miguel Servet (v.; m. 1553) hecho quemar vivo por Calvino;
Sebastián Fox Morcillo (v.; m. 155960), también español, fue más ecléctico. Hay
también enel s. xvi rebrotes de escepticismo filosófico y metafísico, propios
del nominalismo, que de alguna forma trató de superar el citado card. Nicolás de
Cusa, aunque no lo logró del todo. Merecen ser citados: el francés Miguel de
Mantaigne (v.; m. 1592) más valioso como escritor que como filósofo, pero que
ejercería gran influjo; su amigo Pierre Charron (1541-1603); y aparentemente el
médico español Francisco Sánchez (v.; m. 1623), aunque fue más bien un crítico
que no llegó a recorrer los caminos de la ciencia que él proponía. De otros
médicoshumanistas españoles, Juan Huarte de San Juan (v.; m. 1588-89) fue
equilibrado en muchos puntos y escéptico en otros; A. Gómez Pereira (v.; m.
1588) fue ecléctico y algo extravagante. Para el LULISMO, V. LULISTAS.
La Teología viene estimulada por líneas que se influyen mutuamente: por
una parte la controversia con Lutero y los protestantes, por otra el
redescubrimiento y actualización de la Suma Teológica de S. Tomás, y,
finalmente, los estudios y ediciones escriturísticas. En la Teología
controversista, centrada principalmente en los temas y errores protestantes, hay
que citar nombres como los alemanes A. Alveldt (v.; m. 1532), N. Ferber (v.; m.
1525), J. Hoogtraeten (v.; m. 1527), J. Cocleo (v.; m. 1552), J. M. Eck (v.; m.
1543), y S. Pedro Canisio (v.; m. 1597); los españoles Alfonso de Castro (v.; m.
1558), Andrés Vega (m. 1560), y Gregorio de Valencia (v.; m. 1603); el polaco S.
Hosius (v.; m. 1579), los ingleses W. Allen (v.; m. 1594) y Tomás Stapleton (m.
1598) junto a S. Tomás Moro (v.; m. 1535) y a S. Juan Fisher (v.; m. 1535); los
italianos Ambrosio Catarino (v.; m. 1553) y A. Possevino (v.; m. 1624); el
holandés M. Beccanus (v.; m. 1624). Entrando ya en el s. XVII, hay que citar al
card. S. Roberto Belarmino (v.; 15421621) autor de notables obras teológicas y
eclesiológicas, y el también card. francés David du Perron (m. 1618) que dejó un
tratado sobre la Eucaristía y valiosas obras de controversia. Desde el punto de
vista más estrictamente filosófico, lo más destacado del Renacimiento es el
comienzo de la llamada Segunda Escolástica; nombres como el de Capreolo,
Cayetano, el Ferrariense, Cano y Báñez producen un notable florecimiento de la
Filosofía y de la Teología; especialmente la Escuela de Salamanca, penetrada de
humanismo y de la mejor tradición filosófica y teológica, realiza logros
definitivos. Pero todo ello desborda el s. XVI y merece capítulo aparte.
Al mismo tiempo, exponente del deseo de la «vuelta a las fuentes» del
humanismo, los estudios bíblicos, las ediciones de los textos originales y de
traducciones de la S. Escritura se multiplican. El mayor relieve lo tiene la
edición de la Biblia políglota Complutense de Cisneros (1514 ss.), la primera y
maestra de las demás, de la de Arias Montano (1568 ss.) y las de los siglos
posteriores (V. BIBLIA VI, 8). De los escrituristas, aparte de los trabajos
filológicos de muchos humanistas, como Lorenzo Valla (m. 1457), Erasmo, los que
trabajaron en la Políglota Complutense como Alfonso de Zamora (v.; m. 1531) y
algún otro, hay que mencionar a Cayetano y a los jesuitas Alfonso Salmerón (v.;
m. 1586), Juan de Maldonado (v.; m. 1553) y el card. Francisco de Toledo (v.; m.
1596); más tarde Cornelio a Lápide (v.; m. 1637). Son también conocidas las
traducciones de la Biblia de Lutero y de otros autores protestantes y católiCOS
(V. BIBLIA VI, 9).
BIBL.: V. MODERNA, EDAD III. FILOSOFIA Y CIENCIAS. 2
JORGE IPAS.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991