La C., enseña el Conc. Vaticano II, es el tiempo litúrgico en que los
cristianos se preparan para celebrar el misterio pascual, entregándose más
intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, mediante el recuerdo
o la preparación'del Bautismo y la Penitencia (cfr. Const. Sacrosanctum
Concilium, n. 109). Tal e5 el sentido que actualmente tiene la C. Pero
para poder comprender la dimensión de cada uno de los elementos que la
componen, hemos de seguir su evolución histórica. Aunque ignoramos los
orígenes precisos de la institución de la C., sabemos con certeza que se
ha ido formando por etapas, a partir de la fiesta de la Pascua (v.).
Teniendo presente ese principio, cabe distinguir un doble aspecto en
el proceso que ha seguido el completo desarrollo de la C.: Por una parte,
desde el principio la C. ha representado un periodo destinado a promover
una mayor responsabilización de la vida cristiana, a fomentar una
«conversión» (v.) más profunda y en el sentido más amplio que da a este
término el Evangelio, de «cambio de mentalidad», ayudándose de unos
ejercicios ascéticos. Por otra parte, la C. ha venido a ser un ciclo
litúrgico caracterizado por la intensificación de las celebraciones de la
Palabra de Dios, de la vida sacramental y de la plegaria, refiriéndose
particularmente al compromiso que exige el Bautismo, renovado por la
Penitencia. A pesar de que ambos aspectos coinciden y mutuamente se
complementan, es necesario estudiarlos como capítulos distintos, pues su
evolución no se corresponde exactamente.
El ayuno cuaresmal. Observamos que durante la larga gestación del
tiempo cuaresmal, que no toma cuerpo hasta el s. iv, muchas iglesias de
Occidente y de Oriente, proponen prepararse, para poder participar más
conscientemente de la Pascua, con un «gran ayuno». El ayuno tenía en el
primer tiempo de la Iglesia un sentido mucho más complejo de lo que ha
venido a significar hoy en día. De acuerdo con la S. E., los cristianos lo
consideraban como un signo de purificación ante un encuentro especial con
Dios, como un medio para liberarse de la esclavitud de lo pasajero y
adherirse con más fidelidad a la acción salvífica divina. Muchos
testimonios de la Iglesia primitiva nos hablan de la necesidad del ayuno
en las circunstancias más importantes de la vida cristiana. El ayuno,
además de una privación del alimento, comporta el aumento de la oración y
de la limosna, es decir, signos externos de confianza en Dios y de
desprendimiento (v. AYUNO).
Normalmente las principales celebraciones litúrgicas solían ir
acompañadas de una práctica particular del ayuno. Así contemporáneamente o
poco después de instituirse la primera fiesta que se destaca sobre el
ciclo hebdomadario, la Pascua (v.), vemos aparecer una preparación
caracterizada por el ayuno (v. t. AÑO LITÚRGICO). En el s. iv, este ayuno
se prolonga. Como base de esta extensión se tomó el modelo de Jesucristo:
«Entonces fue llevado Jesús por el Espíritu al desierto... Y habiendo
ayunado cuarenta días y cuarenta noches...» (Mt 4,12). El número de
cuarenta días de ayuno lo había consagrado ya Moisés, quien «subiendo al
monte (del Sinaí), se quedó allí cuarenta días y cuarenta noches... sin
comerni beber» (Ex 24,18 y 32,28), esperando la aparición del Señor;
posteriormente el profeta Elías (v.) sigue el mismo ejemplo antes de
encontrarse con Yahwéh: con la fuerza de una sola comida «anduvo cuarenta
días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, Horeb» (1 Reg 19,8). De ahí
el nombre de C. (del latín quadragesima).
Aunque el principio adoptado no dejaba lugar a dudas, entre las
diferentes comunidades cristianas hubo criterios desiguales en cuanto al
modo de contar los cuarenta días. Es cierto que primitivamente el triduo
pascual (Viernes SantoVigilia Pascual) era como una festividad única que
contenía varias fases (v. SEMANA SANTA); una de ellas era el ayuno. Este
ayuno, intrínseco a la solemnidad pascual, no se debía tener en cuenta al
contar los cuarenta días de la C. La C. duraba, pues, cuarenta días a
partir del jueves que más tarde se llamará jueves Santo. De acuerdo con
esto, la C. empezaba en el actual domingo primero de C. Pero los domingos,
días de alegría, no podían ser considerados de ayuno, como tampoco los
sábados, excepto el Sábado Santo, en las iglesias orientales y en algunas
de Occidente, pues también en ellas el sábado era día festivo. De ahí que
para atenerse más estrictamente al principio de ayunar cuarenta días, se
prolonga el tiempo de C., a la vez que el Viernes y Sábado Santos se van
contando como otros días del tiempo cuaresmal. Al declinar el s. V, en la
iglesia romana se delinea la costumbre de empezar la C. el miércoles antes
del primer domingo de C.: es el miércoles que tomará el nombre de «ceniza»
o «principio del ayuno».
En el s. VII esta práctica ha tomado el carácter de institución; sin
embargo, otras iglesias occidentales no admiten tal adición
complementaria. Actualmente la iglesia milanesa conserva todavía la
costumbre de empezar el ayuno el lunes después del primer domingo de C.;
indicios de esta. costumbre más primitiva han quedado en el Oficio Divino
de la misma liturgia romana. Durante el s. v las iglesias orientales
tenían ya ocho semanas de ayuno (del lunes al viernes). Posiblemente por
influjo de esta tradición oriental, que pasó a Roma a través de las Galias,
la C. romana tuvo una nueva prolongación, aunque no con un ayuno igual al
prescrito por la C.: son las semanas de quincuagésima y de sexagésima (s.
vi). A principios del s. vii se añade otra semana, la de septuagésima.
La práctica del ayuno cuaresmal ha tenido una gran variedad de
formas en el transcurso de la historia. Con más o menos severidad el ayuno
cuaresmal siempre ha consistido en comer una sola vez al día; por la tarde
antiguamente, al mediodía en la Edad Media, sin precisiones en la
legislación actual (CIC, can. 1251). Primitivamente el ayuno cuaresmal
comportaba la abstinencia de ciertos alimentos: de la carne principalmente
y de todo lo que proviene de la vida animal, de los huevos y lacticinios.
También el vino era materia de abstinencia. La mención del pescado es rara
en los antiguos documentos; lo que ha hecho pensar que no era catalogado
entre los alimentos prohibidos. S. Tomás justificaba la facultad de poder
comer pescado porque excita menos las pasiones que la carne (Sum. Th. 22
8147 a8 ad2). Esta opinión, contestada hoy en día, ha continuado
manteniéndose por lo menos en la práctica. El ayuno exigía además
ejercicios especiales de caridad, sobre todo la limosna, y de
mortificación en múltiples órdenes. Aunque el ayuno cuaresmal se aplicaba
igualmente a los diversos miembros de las comunidades cristianas, teniendo
en cuenta la edad y la salud, era más estricto para dos «categorías» de
personas: para los que se preparaban a recibir el Bautismo la vigilia
pascual y para los penitentes públicos.
Las iglesias orientales han conservado mejor el carácter del ayuno
cuaresmal primitivo. En Occidente se fueron sucediendo privilegios,
mitigaciones y distinciones entre el ayuno y la abstinencia (v.). En la
actualidad se ha vuelto a considerar su sentido. De una manera particular
el Vaticano II ha insistido sobre la dimensión social que ha de tener el
ayuno, cual expresión de la penitencia, de la conversión, siempre
necesarias para poder participar más plenamente de la redención de
Jesucristo. Según el mismo Concilio hay que adaptar las prácticas
cuaresmales a las posibilidades y condiciones de los tiempos modernos
(Const. Sacr. Conc. n. 109110). Una primera aplicación y explicación de
estos principios nos las ha ofrecido la Constitución Apostólica
Poenitemini del Papa Paulo VI, en la que se determinan las formas del
ayuno y de la abstinencia más adaptadas a la mentalidad de los cristianos
actuales, se indican las bases bíblicas y teológicas de las
manifestaciones externas de la penitencia, y se abrogan los privilegios y
los indultos (ed. en AAS 58, 1966, 177198).
La liturgia cuaresmal. La plegaria ha sido siempre un efecto
indispensable del ayuno. Por esto lógicamente al ordenarse el aspecto
ascético de la C. se formó paso a paso una liturgia propia para este
tiempo. Los diferentes ritos han desarrollado la liturgia cuaresmal
tomando como punto de partida el significado de la penitencia en general,
del ayuno en particular y del Bautismo. Un estudio comparativo nos
señalaría los elementos que más sobresalen en cada rito. No obstante, aquí
sólo nos referiremos a la liturgia romana, ya que nos ofrece un contenido
que bien podríamos definir como la mejor síntesis de todos los elementos
que constituyen la liturgia cuaresmal en los ritos (v.) orientales y
occidentales.
Observamos que la C. litúrgica romana se ha ordenado por etapas. La
más antigua corresponde a las tres semanas anteriores a la Pascua, en las
que se pone más de relieve que la Pascua es el alma y la meta del ayuno
cristiano cuaresmal. La C. se presenta como la peregrinación del pueblo
cristiano con Jesucristo hacia Jerusalén, donde tendrá lugar la muerte y
la resurrección del Señor: los miércoles, los viernes y los domingos de
estas semanas poseían ya una estructura litúrgica en el s. IV, aunque
entonces únicamente los domingos se celebraba la Eucaristía. Desde fines
del mismo s. IV se va dotando de una liturgia propia el resto de la C.
Pero al crearse formularios y escogerse textos, se mezclan con la
intención principal de la C. otras más concretas, todas ellas dentro de
una perspectiva pascual. Sin dejar de insistir sobre el significado del
ayuno, se relaciona la C. con el Bautismo y con la Penitencia de los
pecadores públicos. Estas nuevas intenciones obedecían a instituciones que
evolucionan en dicha época:La Pascua era la fecha más indicada para
recibir el Bautismo. Lo más normal era que los catecúmenos (v.) llegaran a
la última fase de su preparación los días inmediatos a la Pascua. ¿Por qué
no integrar esta preparación en el ejercicio cuaresmal de la comunidad
cristiana, haciendo así más efectiva la mutua solidaridad? De esta manera
se imprimió un sello bautismal a la C., que se mantuvo en su plena forma
mientras se conservó la institución del catecumenado. Hoy en la liturgia
cuaresmal, a pesar de las adiciones y supresiones posteriores, han quedado
referencias a los ritos de la entrega del Símbolo de la Fe, de los
escrutinios, de las unciones, etc., que señalaban las últimas fases del
catecumenado. Al desaparecer la institución del catecumenado (v.) cuando
se extendió la costumbre de bautizar a los recién nacidos, por efecto de
la gran difusión del cristianismo y consiguiente aumento de las familias
cristianas la perspectiva bautismal de la C. se difumina un poco. Las más
recientes normas litúrgicas prevén que vuelva a ponerse de relieve este
aspecto de la C. De ahí que el conc. Vaticano II urja: «(durante la C.)
úsense con mayor abundancia los elementos bautismales propios de la
liturgia cuaresmal; y, según las circunstancias, restáurense ciertos
elementos de la tradición anterior» (Const. Sacr. Conc. n. 109) (v.
BAUTISMO IV).
La disciplina de la penitencia pública es más antigua que la C.,
pero al organizarse la liturgia cuaresmal, se pensó en aplicarla
particularmente durante este ciclo, marcado ya por la penitencia
extraordinaria de la Iglesia. También la práctica de la penitencia pública
fue cayendo en desuso (v. PENITENCIA IIIV). En la liturgia de C., tal como
ha llegado hasta nosotros, tenemos no obstante algunas referencias a
aquella disciplina, principalmente el día primero de C.: subsiste en éste
el rito de la imposición de cenizas, que es un residuo de otro rito mucho
más complejo, por el que se significaba el comienzo de los ejercicios
impuestos a los penitentes públicos. El Conc. Vaticano II ha destacado
también esta dimensión de la C. Propone que, además de procurar
restablecer algunos elementos concernientes a la penitencia pública, en la
catequesis cuaresmal «se inculque a los fieles, junto con las
consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la penitencia
que detesta el pecado en cuanto que es ofensa a Dios; que no se olvide la
participación de la Iglesia en la acción penitencial y que se encarezca la
oración por los pecadores» (Const. Sacr. Conc. n. 109) (V. PENITENCIA).
La C. litúrgica romana no fue provista de un contenido propio para
todos los días y de la celebración eucarística correspondiente hasta el s.
VIII: Después de los domingos, miércoles y viernes (s. IV-V), poseen una
liturgia propia los lunes (s. V), luego los martes y los sábados (s. VI-VII)
y finalmente los jueves, durante el Pontificado de Gregorio II (715731).
En los estratos más antiguos se constata una estructura más uniforme; con
todo, ésta quedó modificada por las adiciones más recientes, por
desplazamientos y transformaciones de otro género. A este propósito cabe
mencionar un factor externo al contenido de la C. que contribuyó a darle
una nueva orientación. Nos referimos a la costumbre romana de celebrar
cada reunión cuaresmal en un templo diferente de la Ciudad Eterna (los
templos asignados eran llamados «estaciones»). Los recuerdos que
suscitaban las «estaciones» de los mártires allí venerados, de las
dedicaciones, etc dirigieron no pocas veces el criterio de selección de
los formularios litúrgicos. En el Misal promulgado por Paulo VI han
desaparecido las indicaciones de las iglesias estacionales de Roma.
Los temas de la Cuaresma litúrgica. La Pascua constituye el núcleo
donde convergen las diversas intenciones de la C. Es con la visión de la
Pascua, de su mensaje, como todos los elementos desarrollados por la
liturgia cuaresmal se unifican y deben interpretarse. La C. es una toma de
conciencia de las exigencias de la Pascua para los hombres que centran su
fe y su esperanza en lo que ella significa. Por la conversión, por la
penitencia, por la transformación del «hombre viejo» en «hombre nuevo»,
por el «paso» a través del agua del Bautismo, por la comunión con los
hombres, con la Palabra de Dios, con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo,
el misterio de la muerte y de la resurrección del Señor alcanza su
significado efectivo en el hombre. Al analizar detenidamente el conjunto
de textos de la liturgia cuaresmal notamos que se intenta traducir la
esperanza de la participación de la Pascua en una actitud dinámica, de
alegría. Se consideran la penitencia, el ayuno, las privaciones, en su
aspecto más positivo: son condiciones para seguir, liberados de cualquier
esclavitud, el camino trazado por Jesucristo.
Durante los primeros días de la C., la liturgia insiste sobre todo
en el valor de la penitencia y del ayuno de toda la Iglesia, como
expresión de la voluntad de purificar su vida: se ruega a Dios que el
pueblo cristiano siga con fidelidad el ejercicio del ayuno que se impone,
que esta práctica corporal traduzca los sentimientos interiores, que se
manifieste con frutos de buenas obras por las que se renueva
auténticamente la vida cristiana... En el transcurso de la C. se irán
repitiendo y matizando los mismos conceptos (v. especialmente las antiguas
colectas).
Los formularios litúrgicos de la C. siempre han sido muy estimados,
pero en ellos se echaban de menos algunas ideas propias de la finalidad de
este tiempo litúrgico; por eso se han modificado. La elección de las
nuevas lecturas se ha realizado según los temas propios de la C., como
antes se ha expuesto. Se han cambiado algunas que en el Misal anterior
fueron escogidas en atención a la iglesia estacional en la que el Papa
celebraba en Roma el Sacrificio de la Misa.
Se ha tenido muy en cuenta en los nuevos formularios, o en los
retoques que se han hecho a los antiguos, el aspecto positivo de la
penitencia cristiana. Por eso se han sustituido no pocas oraciones de C.
por otras del Misal antiguo que se encontraban en diversas partes del año
litúrgico, que manifestaban mejor ese aspecto; otras se han corregido
según el sentido más uniforme del espíritu de la C. Así, p. ej.: se han
incluido en el Tiempo de C. las colectas del domingo III de Epifanía y las
de los domingos 8, 14, 15, 18 y 23 después de Pentecostés, que insisten
unánimemente en la incapacidad humana de obrar bien sin la gracia divina,
como repetidamente lo afirman las palabras «sin ti»; este reconocimiento
viene completado por las súplicas llenas de confianza en la misericordia
divina, tema muy apropiado para la Cuaresma.
También se ha cuidado que las oraciones, y en general todo el
formulario litúrgico de la C., reflejen el tema principal de la Pascua, ya
que la C. es una preparación a la misma. Son también varias las oraciones
que aluden al sentido escatológico de la C. y de la Pascua; sin embargo,
el tema escatológico, llegada a la plenitud del Reino de Cristo, sólo se
encuentra unas 10 veces en toda la C., mientras que en el tiempo litúrgico
siguiente, el Tiempo Pascual, se repite con gran frecuencia. Otras
oraciones hacen alusión a la necesidad de alimentarse de la Palabra de
Dios (como las del domingo II y miércoles de la II semana de C.),
especialmente durante ese periodo.
El Misal insiste en que las prácticas penitenciales de la C. han de
ayudar a una mejor conversión interior, a una verdadera renovación
espiritual. Son muchos los textos litúrgicos antiguos y modernos que
recuerdan que los ayunos corporales han de favorecer y expresar un ayuno
interior de todo lo que nos impide seguir fielmente a Jesucristo.
Las oraciones sobre las ofrendas en el tiempo de C. son oraciones
propias, especialmente escogidas para estos días. En las poscomuniones los
temas principales son losreferentes por una parte a la purificación del
mal, del pecado, de las malas costumbres, y por otra al refuerzo en el
bien y crecimiento en la vida cristiana, es decir, los aspectos
«negativos» y «positivos» de la salvación. Otro aspecto interesante es que
en las oraciones de C., especialmente en la de los domingos, se alude con
frecuencia al «misterio de Cristo» en su sentido global.
En las lecturas se subraya mucho el tema de la Alianza (v.) o
economía de las intervenciones divinas en la historia de la salvación. El
tema aparece principalmente en los domingos de C., a través de la
«memoria» de algunos acontecimientos de la historia sagrada: las
relaciones del hombre con su Dios y la aproximación libre y gratuita de
Dios hacia el hombre, descritas en los domingos cuaresmales, dan una
visión de la historia de la salvación muy aleccionadora, por ser tan
significativas para la comunidad cristiana. Una pequeña rúbrica en los
domingos III, IV y V de C. permite escoger entre dos perícopas del
Evangelio. De este modo se tiene la posibilidad de leer cada año la gran
trilogía del Evangelio de S. Juan que desarrolla el tema del Bautismo, tan
tradicional en la liturgia cuaresmal y en la pastoral actual. Así lo
prescribía el Sacramentario Gelasiano del s. vil. Los pasajes del
Evangelio son los siguientes: lo 4,542; 9,141; 11,145.
BIBL.: La Caréme, préparation á
la nuit pascale, «La MaisonDieu» 31 (1952); A. CHAVASSE, El ciclo pascual,
en La Iglesia en oración, Barcelona 1964, 740760; E. FLICOTEAux, Le sens
du Caréme, París 1956; R. POELMAN, Le signe biblique des 40 jours, París
1961; A. NOCENT, Contemplar su gloria, Cuaresma, Barcelona 1966; TH.
MAERTENS1. FRISQUE, Nueva guía de la asamblea cristiana, III, Madrid 1970;
Cuaresma, catecumenado para nuestro tiempo, Madrid 1965; Montons á ]érusalem,
París 1953; SCHUSTER, Liber Sacramentorum, 3 vol., Turín 1920; M. RIGHETTI,
Historia de la Liturgia, I, 3 ed. Madrid 1969; M. GARRIDO BONAÑO, Curso de
Liturgia, Madrid 1961, 452 ss. V. t. en la bibl. del art. AÑO LITÚRGICO lo
correspondiente a Cuaresma.
A. ARGEMI ROCA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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