CRÓNICAS, LIBROS DE LAS
Los libros bíblicos de las C. se
llaman en hebreo Dibré hayamim, «hechos de los días» o «de los años»
(anales). Los Setenta, al traducirlos al griego, les dieron el título de
Paraleipomena, «las cosas omitidas», para dar a entender que los libros
de las C. recogían hechos y datos omitidos en los otros libros
históricos, Samuel y Reyes. La Vulgata mantuvo en un principio el título
griego de los Setenta. San Jerónimo los denominó Crónica de toda la
historia divina, que revalorizó y divulgó después Lutero. Pero ninguno
de estos nombres refleja todo el contenido de los libros de las C.
Las Biblias cristianas distinguen dos libros de las C., que se
citan o con el nombre de Crónicas (1 y 2 Chro) o con el de Paralipómenos
(1 y 2 Par). Primitivamente no formaban más que un solo libro y es muy
probable que C. formara un solo bloque literario con los libros de
Esdras (v.) y Nehemías (v.): el estilo de estos cuatro libros es el
mismo, así como la estructura literaria y el criterio en el uso de las
fuentes; y en los cuatro se descubre la. misma estructura teológica;
además, los versículos con que terminan las C. son los mismos que abren
el libro de Esdras (2 Par 36,2223 y Esd 1,13).
En la Biblia hebrea los libros de las C. ocupan el último lugar,
después de Esd y Neh. En las Biblias griegas y latinas se colocan a
continuación de los libros de los Reyes, antes de Esd y Neh.
Autor. Por los datos de las mismas C., su autor es un hombre
íntimamente relacionado con la vida del Templo de Jerusalén, con su
liturgia, con su canto; conoce los salmos y los considera como
auténticas expresiones de la religiosidad de su pueblo. Y al mismo
tiempo vive el movimiento reformador religioso de su época. Para él la
Ley es el supremo y. absoluto criterio de vida para los judíos (v. LEY
VII, 3); la historia del Pueblo de Dios debe mantenerse dentro de los
cauces que ya desde el principio le señalaron los jefes escogidos por el
Señor y que se describen particularmente en el Pentateuco (v.); escribe
como un reformador empeñado en hacer entender a su pueblo que es una
comunidad religiosa, un Pueblo de Dios (v.).
El Talmud (v.) afirma que Esdras escribió «su libro y las
genealogías de Crónicas hasta él» (Baba Bathra, l5a). Esta afirmación no
es aceptada por los comentaristas, que hallan en las C. criterios y
referencias suficientes para pensar en un autor posterior a Esdras. Pero
lo cierto es que la cronología de Esd y Neh es muy oscura y resulta
difícil precisar bien los años de existencia de Esdras, para tener ahí
un apoyo seguro en orden a argumentar a favor o en contra de la
paternidad literaria de Esdras.
También se ha suscitado la cuestión sobre la pluralidad de
autores; C. Kittel, Rhostein, Von Rad, Welch distinguían varios; Noth,
en cambio, se ha esforzado en probar la unidad de autor. La tesis de
Noth es la mantenida hoy por la mayoría. La variedad de estilos de C. se
explica suficientemente por la diversidad de fuentes empleadas por el
autor.
Fecha de composición. Es difícil precisarla. Un tope seguro es la
terminación del destierro de Babilonia (538 a. C.). Crónicas conoce el
decreto de Ciro que ese año puso fin a la cautividad (2 Par 36,2023).
Habla del Imperio persa como algo pasado y desaparecido (2 Par 36,20).
La genealogía de los descendientes de David (en las lecciones de los
Setenta, Vulgata y siriaca peshitta) llega hasta los a. 300200 a. C. La
lengua y el estilo de las C. son del tiempo posexílico.
Otro tope es el principio del s. ii. Para entonces existían ya los
libros de las C., pues el Eclesiástico (v.), escrito en a. 180 a. C.,
depende literariamente de C. para algunos fragmentos (Eccli 47,211 y 1
Par 1020).
Es difícil precisar más la fecha de C.; Lusseau y Cazelles señalan
los a. 333 al 200 a. C.; la Biblia de Jerusalén, los a. 350 al 333.
Contenido. El material de estos libros es variado; es una síntesis
de la historia de Israel. Los primeros nueve capítulos son la
introducción a toda la obra de C.; contienen unas listas genealógicas de
las tribus de Israel (v.). La tribu de Judá y la de Leví reciben una
atención mayor que las otras. Al final, el autor se polariza en la de
Benjamín, pero para centrarse en Jerusalén, que pertenecía, según los
18,28, a Benjamín. En Jerusalén se va a edificar el templo y se va a
fijar la dinastía de David. Para el cronista son éstos los dos
acontecimientos claves de la historia de Israel.
El resto del libro I (cap. 1029) es la sección central de C.
Narran estos capítulos la historia de David (v.): su persona y sus
instituciones. El autor recoge hechos, noticias y anécdotas aisladas que
para él tienen suma importancia y que reproduce con una luz nueva. Se
entretiene en el hecho de la construcción del Templo que es preparada
por David, según el autor, en todos sus detalles de edificación y
organización (cap. 2129).
El segundo libro de C. dedica los nueve primeros capítulos a
narrar la construcción del Templo. El pensamiento que corre por estos
capítulos es que Salomón (v.) está realizando la obra planeada por
David.
Los demás capítulos (1036) sintetizan la historia del reino de
Judá (v.) en una serie de reformas religiosopolíticas llevadas a cabo
por algunos monarcas. En un vaivén de desórdenes y reformas, la historia
del reino, para el cronista, demuestra la tensión creada entre la
promesa de Natán a David y las debilidades y desviaciones del camino
religioso que sufren los reyes y la nación entera. Los hechos concretos
de los monarcas apenas interesan al autor; sólo se preocupa de los que
tienen alguna relación con la reforma religiosa.
Las grandes reformas de Ezequías y tosías (cap. 2836) merecen una
atención especial. Son reformas profundas en la legislación, Templo,
culto, etc., y que abren un horizonte de esperanza: la profecía de Natán
se mantiene firme y seguirá manteniéndose en el futuro. Esta perspectiva
esperanzadora se describe en el capítulo último (36). A pesar de las
infidelidades de la nación y de los castigos que vendrán sobre ella, el
porvenir es de restauración del Reino de Yahwéh en sus dos elementos
básicos: la Monarquía y el Templo. Este porvenir lo expresa el autor en
el mensaje de Ciro (2 Par 36,23).
Estilo literario. No tienen estos libros un estilo uniforme, sino
que mantienen el de las diversas fuentes empleadas. Sin embargo, se ha
querido englobar la obra del cronista bajo el género literario midrás
(v.): el autor habría recogido algunos datos históricos y objetivos y
los habría compuesto de tal forma que se adaptaran a su objetivo
propuesto.
Las listas genealógicas, con su frialdad y esquematismo, tienen
muy poco atractivo para el lector moderno. El estilo de las narraciones
es, por lo general, incoloro. Realiza el autor adaptaciones de los
hechos históricos para que encajen en su línea ideológica; de ahí
resultan frases sobrecargadas y descripciones de las intervenciones de
la providencia de Dios en la historia del pueblo que cuesta entender
rectamente. El método literario básico que emplea el autor es el de
centrar los acontecimientos del reino en los personajes principales, que
suelen ser los monarcas. A pesar de esto, se encuentran algunos
fragmentos literariamente muy bien logrados, como la oración de Salomón
(2 Par 6,1242) y el irónico y mordaz discurso de Abías (2 Par 13,412).
Las fuentes empleadas en la composición de C. son los libros
bíblicos de Génesis, Números, Deuteronomio, Samuel y Reyes. El autor no
habla de ellos explícitamente. En cambio cita otras fuentes: historia
del vidente Samuel, del profeta Natán, del vidente de Gad (1 Par 29,29),
libro de los reyes de Judá e Israel (2 Par 16,11), historia del profeta
Semaías y del vidente de Iddó (2 Par 13,22), el midrás del libro de los
reyes (2 Par 24,27), etc. Además, el autor emplea tradiciones, recuerdos
conservados oralmente, que él ha encajado en su obra al servicio del
plan propuesto.
Las fuentes secundarias, aunque parecen coincidir con algunos
libros canónicos, no pueden identificarse con ellos. Son fuentes no
canónicas, desconocidas para nosotros. Se discute si las fuentes no
bíblicas son reales o ficticias. En principio no hay motivo para
negarles la existencia. El que aporten hechos distintos de los narrados
en Samuel o Reyes, o los presenten modificados, no es argumento
convincente. Los libros canónicos no agotan los hechos de la historia de
Israel, y al cronista hay que reconocerle la suficiente libertad para
modificar los hechos en función de su propio plan.
No es posible realizar aquí un estudio comparativo de los libros
de las C. con las fuentes canónicas. Baste citar las conclusiones a las
que llega Brunet después de un detenido examen del tema: el cronista es
habitualmente fiel a sus fuentes bíblicas; a veces, hasta la
minuciosidad; en otras ocasiones nuestra gran libertad en el empleo de
las fuentes; incluye tradiciones nuevas que completan la visión dada en
Reyes o Samuel sobre un acontecimiento histórico; son, por lo general,
complementos litúrgicos que manifiestan el celo religioso de los reyes (cfr.
1 Reg 15,924 con 2 Par 14,116,14).
Hay unas modificaciones literarias de C. sobre los libros de los
Reyes (Reg) que patentizan la intencionalidad del autor. Estas
modificaciones se hallan en el punto central de C.: en la oración de
Salomón en la inauguración del Templo. Monarquía y Templo aparecen en
íntima unión, como médula del Reino de Yahwéh. En la oración de Salomón
de Reg, Yahwéh es el Dios de la alianza del Sinaí, el Dios de las
promesas y el que libra al pueblo de Egipto. En la oración de C. se
suprimen las referencias a la liberación del t;xodo y a la alianza del
Sinaí (cfr. 1 Reg 8,21 con 2 Par 6,11; 1 Reg 8,5051 con 2 Par 7,3940).
El motivo último que aduce Salomón para que el Señor le escuche es,
según 1 Reg: «son tu pueblo y tu heredad, los que sacaste de Egipto»; y,
según 2 Par: «acuérdate de las misericordias otorgadas a David, tu
siervo». Véase también la modificación litúrgica introducida en 2 Par
6,13, con respecto a 1 Reg 8,22.
Pensamiento teológico. Todas estas innovaciones de C. sobre sus
fuentes y la misma disposición literaria dada a su obra, descubren el
pensamiento teológico que el autor ha querido expresar. Para
comprenderlo bien es necesario conocer el ambiente religiososocial en
que vivían él y los lectores para los que escribía.
El Pueblo de Dios dependía políticamente de Persia. El gobernador
persa o sátrapa (v.) no residía en Jerusalén, sino en Samaria. En
Jerusalén había sólo un delegado del sátrapa, peha, que no era persa
sino judío y elegido entre los sacerdotes. Delegados persas fueron,
entre otros, Zorobabel (v.) y Nehemías (v.). En Jerusalén eran
gobernados en realidad, pues, por un sacerdote, y normalmente por uno de
la familia de Sadoq que, después del destierro, era la que ejercía la
verdadera autoridad en Judá. Cuidaban los sacerdotes sadoquitas del
servicio del Templo, centro del mundo judío (v. TEMPLO II), de instruir
al pueblo en la Ley de Moisés.
La Ley y el Sacerdote eran, en esta época, las dos autoridades
supremas en las que se apoyaba la vida religiosa judía. Los sacerdotes
eran los pastores del Pueblo. Malaquías y Zacarías, siguiendo la imagen
de Ezequiel, gustan presentarlos bajo este simbolismo; aunque denuncian
también estos profetas la presencia de malos pastores en el Pueblo de
Dios (Zach 11,414; Mal 12). Como se advierte por el final de la profecía
de Zacarías (Zach 14,2021), estaba muy viva en el ambiente la esperanza
mesiánica, concretada en la venida de un pastor bueno, intachable y
salvador de la nación. Los oráculos de jeremías y Daniel alimentan esta
esperanza y son los más empleados por el cronista. Ezequiel centra dicha
esperanza en el Pastor, al que describe con los rasgos de David (Ez
34,23). La figura de David, pastor y rey, objeto de una promesa firme
del Señor, es el eje de toda la reflexión religiosa sacerdotal de esta
época (v. BUEN PASTOR).
Junto a este movimiento sacerdotal se desarrollan, en plano
secundario, otros movimientos religiosos: el sapiencial y el profético.
Estos movimientos, complementarios del sacerdotal, se centran también en
el Templo y en la historia primitiva del Pueblo, tal como la narra el
Pentateuco, y expresan sus ideas a través de los salmos y de las
funciones cultuales.
El autor de los libros de las C. está inmerso en este ambiente
religioso. Quiere que sus contemporáneos descubran en la nación la
comunidad mesiánica que contiene una firme promesa salvadora de Yahwéh.
La promesa es la anunciada a David (v.) por Natán, promesa que el
cronista repite, pero superando todo lo que en la versión de 2 Sam 7
tenía aún de condicional. Ahora es una promesa firme, definitiva,
absoluta (1 Par 17,1014). David y su promesa son el núcleo del nuevo
Pueblo de Dios, comunidad mesiánica, que equivale a comunidad davídica.
Esta comunidad recibe en las C. el nombre de qahal, traducido al griego
por ekklesia.
¿Qué relación tiene la comunidad davídica, qahal, con la comunidad
mosaica, o `edah (en griego, sinagoge) ? La comunidad davídica es la
auténtica continuadora de la comunidad mosaica, y tiene también una
alianza con Yahwéh en su misma base: «¿No sabéis que Yahwéh, el Dios de
Israel, dio el reino de Israel para siempre a David, a él y a sus hijos,
con pacto de sal (=irrompible)?» (2 Par 13,5). La historia de esta
comunidad se centra en David y en su casa o dinastía, como depositariade
la alianza. De ahí que el autor destaque tanto a David como organizador
del nuevo Israel; Salomón es un ejecutor de los planes de su padre, y
los demás reyes (los de Judá, sólo, porque los de Israel se han separado
de la comunidad y no los tiene en cuenta) son también realizadores de
los planes de David y seguidores de sus pasos, y en cuanto tales son
enjuiciados favorable o desfavorablemente (2 Par 29,2; 34,2).
El pasado, anterior a David, se centra también en el monarca.
David asciende, por sus genealogías, hasta los orígenes del pueblo y de
la humanidad. Todas las familias y tribus vienen, como caminos, hasta el
rey David, que es el que tiene la alianza de Yahwéh para formar la
comunidad del Señor. Todo el pasado cobra actualidad en David y se hace
perenne en la comunidad davídica, que el cronista ve ahora realizarse en
los acontecimientos que están viviendo. Esta comunidad, además, no es
algo que se cierra con la vida de los contemporáneos, sino que se abre
al futuro. La comunidad davídica se mantendrá presente, con sus
instituciones básicas, en todos los acontecimientos futuros de la
historia de Israel. La fuerza que tensa toda la historia del Pueblo de
Dios y la hace presente en su totalidad en los sucesos de cada época, es
la alianza davídica, que, para el cronista, se exterioriza en la vida
del Templo y en la fidelidad a la Ley, servidos por los monarcas y
sacerdotes.
Así, el cronista, guiado por Dios, lleva a sus contemporáneos a
ver en los sucesos históricos que están viviendo hechos religiosos de la
historia de la salvación (v.). Las consecuencias de esta reflexión deben
ser: avivar la conciencia de comunidad mesiánica y expresar esta
conciencia en el acto religioso y en la fidelidad a la Ley. Además, y
como una lección que ha dado constantemente la historia del Pueblo, una
actitud de reforma; reforma que debe consistir en una vuelta a Yahwéh, a
la Ley de Moisés y a las instituciones de David.
La comunidad mesiánica no está cerrada en sí misma, sino abierta a
todos los pueblos. Toda la humanidad se reúne en David y toda puede
venir a participar de la alianza davídica y de sus instituciones (2 Par
2,117; 6,32). La comunidad mesiánica de los libros de las C. es una
comunidad ideal que, en cierto modo, se ha realizado en la historia, se
está realizando y se realizará a lo largo de la vida del Pueblo. Las
síntesis históricoteológicas del Deuteronomio son el fundamento de esta
visión, así como de la descripción del Reino de Yahwéh, como un reino de
paz, alegría y goce de los bienes mesiánicos (v. REINO DE DIOS). Es una
comunidad teocrática que tiene a Yahwéh como Rey que desarrolla su
gobierno por medio de David, de los monarcas y de los jefes del Pueblo.
La historia de la salvación, para el cronista, es la historia de una
teocracia, o, más en concreto, la historia de la dinastía davídica, que
existió en el pasado, que existe también ahora en la comunidad
posexílica y que seguirá existiendo siempre, pues llegará un día en que
esta comunidad será regida por el único Pastor, «David, mi siervo» (Ez
36,22).
V. t.: ALIANZA (Religión) II; ANTIGUO TESTAMENTO; PUEBLO DE DIOS;
REINO DE DIOS.
S. GARCÍA RODRÍGUEZ.
BIBL.: Comentarios: L. ARNALDICH, Crónicas, en Biblia Comentada (BAC), II, Madrid 1961; H CAZELLES, Les Liares des Chroniques, en Bible de Jérusalem, París 1954; E. DHORME, Chroniques, en Biblia de la Pléiade, París 1956; 1. M. MYERS, III Chronques, en The Anchor Bible, Nueva York 1965; W. RUDOLPH, Chronikbücher, en Handbuch zum Alten Testament, Tubinga 1965; B. UBACH, III dels Paralipomens, Montserrat 1958; VARIOS, La Sagrada Escritura, A. T. (BAC), III, Madrid 1969.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991