(19 mayo 1769-22 sept. 1774). De familia burguesa, Juan Vicente Antonio
Ganganelli (n. en Sant'Angelo in Vado, el 31 oct. 1705) entró en la orden
de los Conventuales de S. Francisco de la que fue nombrado (1741)
definidor general. Consultor del Santo Oficio, Clemente XIII, le hizo
cardenal en 1759. El cónclave que siguió a la muerte del citado Papa y del
que saldría elegido Ganganelli fue, según numerosos historiadores, eJ más
célebre de la Iglesia moderna; en él se evidenciarían las grandes lacras
que ensombrecieron algunas de las facetas del Papado en el s. XVIII.
Vertebrado, en torno a la supresión de la Compañía de Jesús, su desarrollo
presentó una fisonomía más temporal y política que espiritual y
sobrenatural, alcanzando en su decurso las injerencias cesaropapistas y la
rivalidad entre los clanes, en que se hallaba dividido el Colegio
Cardenalicio, el punto culminante en el s. XVIII. Bajo la presión de los
Borbones y Habsburgos fue elegido Clemente XIV, tras haberse comprometido
con los embajadores de dichas casas reales a decretar el fin de los
jesuitas.
Clemente XIV y la Compañía de Jesús (v. JESUITAS I). Su pontificado
estuvo presidido por la cuestión jesuítica. Maniatado por los compromisos
verbales que precedieron a su elección y carente de toda libertad de
maniobra por el estrecho cerco a que fue sometida su gestión por los
Borbones, C. accedió a suprimir la Compañía de Jesús, a pesar de la fuerte
resistencia que le opusieron ciertos medios de la Curia romana, que
llegaron a difundir la opinión de que el Pontífice no tenía poder
suficiente para suprimir una orden religiosa sin la previa aquiescencia de
un concilio universal. La intervención en las medidas preliminares a la
supresión adoptadas por C., de algunos de sus confidentes (Bontempi,
Bischi, etc.), sin prestigio en los círculos romanos, ahondó aún más sus
diferencias con algunos cardenales y ciertos medios de la administración
pontificia. La actitud personal e íntima del papa Ganganelli con relación
a la orden de S. Ignacio ha sido juzgada desde ópticas contrapuestas. Para
ciertos sectores historiográficos, su postura se halló en todo momento
alimentada de una animadversión y un recelo hacia sus componentes, que el
tiempo sólo acentuaría; según otros, cabe distinguir en ella dos fases
bien diferenciadas y delimitadas: una de estima y simpatía con respecto a
su espíritu y a su labor (llegó incluso a promover y dirigir una tesis en
favor de sus miembros) y otra de hostilidad. Por último, algunos de los
estudiosos partidarios de esta segunda corriente sostienen que, aun
después de que la mentalidad del Pontífice entrara en ella, nunca dejó de
albergar afecto y conmiseración hacia la Compañía. Se basan éstos en el
hecho de que su total extinción fuera decretada cuatro años más tarde de
la elevación de C. al Pontificado.
El breve «Dominus ac Redemptor» y la obra de Clemente XIV. Después
de haber lanzado las cortes borbónicas y, en especial, la española (v.
CARLOS III DE ESPAÑA; FLORIDABLANCA, CONDE DE) una última gran ofensiva
sobre el ánimo del Pontífice y tras la adopción de ciertas medidas
preliminares (pesquisas en ciertas de sus instituciones, expulsión de
otras, críticas papales contra los superiores de la Compañía y sus
miembros, etc.), Clemente XIV, por el breve Dominus ac Redemptor (21 jul.
1773), declaró extinguida la que en otros tiempos fuera llamada «Milicia
del Papado». El breve Dominus ac Redemptor exponía los motivos de su
publicación en términos relativamente moderados y neutros respecto a la
ortodoXIa de los jesuitas, dando lugar a numerosos comentarios y polémicas
el que en su texto no figurase el característico motu proprio. La firma
del breve fue acompañada, sin embargo, de múltiples arbitrariedades y
vejaciones para con los miembros de la Compañía. Temeroso de que los
bienes de los jesuitas fueron presa de la codicia de los poderes
temporales, Clemente XIV ordenó a los obispos que se hicieran cargo de
ellos, aunque, en la mayor parte de los casos, tal medida no pudo llevarse
a efecto por haberse apoderado ya de aquellas propiedades los diversos
Estados. Más éXIto alcanzaron de las cortes borbónicas sus instancias para
que fuesen de nuevo incorporados a los Estados Pontificios los enclaves
que éstos tenían en Nápoles y en Francia (Pontecorvo, Benevento, Aviñón y
Condado Venesino) y que le habían sido arrebatados a la Santa Sede a causa
de la firme actitud adoptada por Clemente XII ante las medidas
cesaropapistas aplicadas durante su pontificado por los duques de Parma.
Tanto Federico 11 como Catalina II impidieron la aplicación en sus
respectivos territorios del Dominus ac Redemptor, pudiendo ejercer los
jesuitas en los prusianos su apostolado y actividades hasta que la
Compañía quedó restablecida por la bula Sollicitudo Omnium Ecclesiarum (7
ag. 1814), de Pío VII.
Las controversias y discusiones que suscitó la supresión de los
jesuitas, han oscurecido la tarea acometida por el papa Ganganelli en su
breve pontificado, no exento de directrices ambiciosas y planes acertados
para la vitalidad interna y sobrenatural de la Iglesia. En la misma línea
que Benedicto XIV (v.), Clemente XIV instó al estamento eclesiástico a una
purificación de sus costumbres. De severas costumbres, ofreció el ejemplo
de su vida personal a todos los que exhortaba a seguir el ideal de
renuncia y pobreza de las órdenes regulares. Siguiendo igualmente las
líneas que habían informado el pontificado del papa Lambertini, C. se
esforzó por situar a la Iglesia en un lugar de honor en el desarrollo
científico de la época. Muy culto, promocionó y alentó las ciencias
experimentales y de la naturaleza a través de varias fundaciones y
dotaciones. En el terreno artístico fue creador del Mus. Clementino y
protector y mecenas de grandes figuras (Mengs, Piranesi, Mozart). Su
comprensión de la hora histórica se manifestó también en la clara
percepción del gran potencial destructivo de la vida católica que
encerraban algunas de las doctrinas más características de la segunda
mitad del s. XVIII, como las enciclopedistas y las racionalistas (condenas
de Voltaire, de Bolingbroke), etc. La supresión de la Orden de S. Ignacio,
que concentró la mayor parte de su actividad y le privó de un instrumento
muy eficaz para la realización de su programa pontificio, hizo que las
medidas adoptadas en él quedaran truncadas casi en su totalidad. El
agotamiento del movimiento misional a fines de su vida mostraban cómo la
Iglesia había desertado de una de sus principales tareas por falta de
cuadros competentes y adiestrados. Los últimos días de Clemente XIV
estuvieron envueltos en una gran pesadumbre, siendo acogida su muerte sin
ninguna muestra de dolor por el pueblo romano, que siempre le fue hostil a
causa de la austeridad que impuso a la Hacienda pontificia.
V. t.: JESUITAS 1; REGALISMO; CARLOS I11 DE ESPAÑA.
BIBL.: J. MONTALBÁN, B. LLORCA y
R. GARCÍA VILLOSLADA, Historia de la Iglesia católica, IV, Madrid 1951; P.
HAzARD, El pensamiento europeo en el siglo XVIII, 2 ed. Madrid 1958
(fundamental para la comprensión del clima intelectual que envolvió la
supresión de la Compañía).
J. M. CUENCA TORIBIO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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