1. Las clases sociales en la ciencia social. La palabra c. deriva del
latín classes, de calare, llamar, convocar, en griego kaleis tiene igual
sentido, empleada para denominar a cada uno de los grupos en que los
censores romanos distribuían a los ciudadanos según su fortuna. Aunque el
censo se guiaba por un propósito estadístico, las classes implicaban una
distinción, atendiendo al mayor poder o prestigio social, según la
riqueza. Classicus era el individuo de la c. primera del censo, y de ahí
deriva el sentido enaltecedor que ese adjetivo ha llegado a tener. Con
referencia a la estructura social moderna, la palabra aparece con Adam
Smith («clase pobre» o «clase trabajadora»); y casi por la misma época, el
español Lardizábal, en su Apología (1786), escribía que si un señor casa a
su hija con un mercader o un platero «esto sería confundir las clases».
Otros escritores del s. XII: Ricardo, Saint-Simon, Fourier y, sobre todo,
Marx y Engels, contribuyeron a generalizar la expresión. De este modo, el
vocablo toma su acepción actual en la Sociología europea, indicando una
forma específica y concreta de estratificación social (v.). En Estados
Unidos han tardado bastante más en aceptar el concepto y la teoría,
seguramente porque allí el fenómeno de las c. s. ha tenido y aún tiene
caracteres diversos que en Europa, y todavía lo estudian dentro de la
problemática general de la estratificación social, junto, p. ej., al tema
de las escalas de prestigio, que, como veremos, es algo muy distinto.
2. Alcance histórico de la categoría de «clase». Pero antes de
entrar en su análisis, conviene puntualizar la significación histórica de
las c. s., sobre lo cual encontramos tres grupos de doctrinas: 1) Siempre
ha habido clases, como suele decir el saber vulgar y como confirman los
historiadores que, por lo común, no dejan de estudiar las que ha habido en
cada tiempo y lugar. 2) Se trata de un hecho moderno, que nace con el
capitalismo, como entienden algunos sociólogos (Freyer, Sorokin, Gurvitch).
3) Es un fenómeno que acompaña al mundo de la civilización, pues aunque
mucho antes del capitalismo hubo c. s., no eXIstían, sin embargo, en las
comunidades primitivas. Es la tesis de los marXIstas, singularmente de F.
Engels, el gran colaborador de Marx.
Debajo de cada una de esas tres afirmaciones hay en realidad un
distinto concepto de c. s. e incluso un distinto modo de abordar el tema.
La primera se sitúa a un nivel que está en continuidad con el lenguaje
ordinario; no maneja, pues, un concepto específico de c. s., sino que lo
identifica sin más con la existencia de una cierta diferenciación social,
lo que obviamente ha eXIstido siempre, al menos desde que una sociedad
crece y se estructura. La segunda se sitúa en cambio a un nivel de
análisis científico encaminado precisamente a captar las peculiaridades de
cada momento histórico; maneja así un concepto técnico de c. s.,
entendiendo por tal el tipo de estratificación social que se da en la
sociedad industrial y que, obviamente, presenta analogía con otras
sociedades anteriores, pero que tiene rasgos peculiares. La tercera -la
marXIsta- pretende situarse también a un nivel científico y maneja un
concepto específico de c. s., pero -llevada del apriorismo típico de todo
el proceder marXIsta- lo proyecta sobre toda la historia precedente,
interpretándola, de modo simplificador y arbitrario, como una pugna entre
opresores y oprimidos, reduciendo todo otro hecho a la mera condición de
epifenómeno.
En resumen podemos decir que en toda sociedad (salvo en algunos
pueblos muy primitivos -los del paleolítico inferior o los actuales
fueguinos y otros- en los que hay tan sólo una diversificación de
trabajos) se da una cierta estratificación social, que adquiere caracteres
y resonancias peculiares en cada momento histórico. La determinación
precisa de en qué momento puede aplicarse la noción de c. s. depende de la
precisión con que se la determine, es decir, del número de notas que se
incluyan en el concepto. Lo que nos remite al apartado siguiente. En
cualquier caso esa relativa ambigüedad de la expresión c. s., tal y como
es usada en el lenguaje contemporáneo, debe ser tenida presente si no se
quiere caer en graves equívocos al interpretar libros y declaraciones.
3. Noción genérica de la clase social. Pocos conceptos hay más
difíciles de definir y precisar, lo cual lleva a que la disparidad de
criterios sea aquí casi inconmensurable (cfr. las obras de L'Homme,
Sorokin o Gurvitch citadas en la bibl.). Para acercarnos a una noción
satisfactoria, conviene caminar con pasos seguros antes de dar una
definición rigurosa. Y esos pasos los daremos subiendo por los siguientes
escalones:
a) La Sociedad humana es una estructura múltiple, en la que, por lo
mismo, rigen simultáneamente varios principios estructurales. Lo que
caracteriza, ante todo, a las c. s. como elementos o partes de la
estructura social (v.) es la verticalidad. La división en grupos
regionales, p. ej., es horizontal y, salvo pruritos regionalistas sin
repercusión en la estructura formal, no se dan regiones altas o superiores
y bajas o inferiores. En las c. s. sucede justamente todo lo contrario.
b) Pero las c. son distintas por completo de las llamadas escalas de
prestigio. Algunos sociólogos, como el inglés Lockwood, siguiendo a Max
Weber, distinguen situación de clase, que viene determinada por la
economía, y status (v.), que alude a la posición de prestigio, según las
valoraciones colectivas. Lo cual no es rigurosamente exacto, pues al
hablar de c. s. se hace referencia a algo donde juegan simultáneamente la
economía y el prestigio. Sí es, en cambio, cierto que el prestigio por sí
solo no basta (un especialista cirujano tiene más prestigio que un médico
corriente, pero sería muy difícil decir que por ello pertenecen a distinta
c.), y para la aparición de lo que entendemos por c. hace falta la
concurrencia de diversos factores, que, además, da lugar a un hecho social
mucho más serio que las simples diferencias de prestigio.
c) Por su parte, un sociólogo norteamericano, Centers, distingue
clase, como grupo psicológico subjetivo (conciencia de c.) y estrato, o
grupo determinado por puras razones objetivas, como la riqueza o la
profesión. A lo cual objetaremos que las c. son cierto tipo de estratos;
es decir, agrupaciones de individuos a base de ciertos datos objetivos,
que determinan el fenómeno subjetivo de la c., pero que no son la única
forma de estratificación. Y con esta aclaración polémica y la del apartado
anterior, podemos ya entrar en el análisis del concepto.
d) Las c. s. suponen siempre una desigualdad entre los hombres. Si
todos fuéramos iguales, no se concebirían. Pero esa desigualdad es, por
decirlo así, prácticamente vivida, en cuanto influye en la vida de
relación social y da lugar a una diferenciación en la conducta con los
demás hombres. Si las desigualdades reales no afectaran a la vida de
relación, tampoco habría c. Por otra parte, esa desigualdad tiene valor
categórico, no individual. Marca lo que es común a diversos grupos de
individuos y que los diferencia de otros grupos, con arreglo a
valoraciones colectivas comunes.
e) ¿En qué dato objetivo se basan las diferencias de c.? Se han dado
varios como clave fundamental: la propiedad (Marx, Bücher), la profesión (Schmoller),
la raza (Gumplowicz), la cultura y educación, etc. En realidad, no se
puede dar una respuesta uniforme y universal. Como dice muy bien un
escritor francés, F. Simiand, el punto de partida objetivo y real de la
diferenciación de estratificación social varía con las sociedades y
depende de los valores que son más estimados en cada una de ellas. En
términos generales, y por lo menos dentro de nuestra historia occidental,
aparecen tres datos reales que han dado lugar a tres tipos históricos
distintos de estructuras: el linaje o la sangre (principio aristocrático
del Antiguo Régimen), la propiedad (criterio burgués del siglo pasado) y
la profesión (que cada vez se destaca más como criterio típico de las
sociedades industriales del s. XX).
f) Los hombres son distintos por su linaje, fortuna o profesión,
pero las c. s. sólo surgen cuando eso se traduce en una conducta de clase,
o sea, cuando los hombres se reconocen especialmente vinculados a otros
con los que mantienen relaciones más íntimas. Así, como decía Gabriel
Tarde, son hechos característicos de la diferencia en c. s. el connubium y
el convivium, el matrimonio y la convivencia. «La clase social es el grupo
dentro del cual nos casamos» (proverbio francés). Pertenecen a la misma c.
s. dos hombres cuyas mujeres se pueden tratar (Ch. Gide). Y recuérdese
cómo ya Lardizábal había puesto el dedo en la llaga, tal como se dijo al
principio. Con la polarización que le caracteriza, el marXIsmo intenta
reducir esa eventual diferenciación de las conductas a un solo polo: el
dominio del poder. Pertenecen a distinta c. -dice- los que, por pertenecer
a uno u otro nivel, mandan a otros o se dejan mandar.
g) Pero la pertenencia a una c. no influye sólo en algunos aspectos
de la vida de relación, tiene también efectos individuales en cuanto
configura una cierta personalidad (v. PERSONALIDAD II). A veces se dice
que el hombre es producto de la cultura en que nace y se desenvuelve; pero
se puede añadir que existen también diferenciaciones sociales, cada una de
las cuales tiene sus pautas de valoración, de educación, de consumo, etc.
Así, la c. s. aparece como una sub-ctiltura, que ejerce influencia en
aspectos del comportamiento. Seguramente que obraba determinado por su
propia c. s. aquel personaje de Kipling, recordado por Bergson, que en
plena selva de la India y a solas, «se vestía» por la noche para cenar,
siguiendo el modelo de la c. alta inglesa.
h) Una vez visto todo lo anterior, podemos ya aventurar una
definición de la c. s., cuyo sentido se completará y aclarará con
indicaciones ulteriores: «Clases sociales son categorías en que los
hombres clasifican a los demás y se clasifican a sí mismos, según su
disposición respecto a ciertos datos objetivos (linaje, propiedad,
profesión) y con arreglo a determinados criterios de valoración general
(señorial, burgués, laboral), a efectos de regular su conducta en el trato
social privado (amistades, matrimonios) y en el trato público
(organización del poder, honor social, etc.).
4. Caracteres más importantes. Aun a riesgo de incurrir en alguna
repetición, pero con el fin de aclarar el concepto (siempre un poco
oscuro), destacaremos algunos caracteres propios de la c. s.
A) Pluralidad. Una sola c. es una contradicción en los términos.
Sobre lo que piensan sobre el número de c., lean L'Homme distingue
doctrinas optimistas (cada vez hay más c. s., suavizándose el antagonismo
entre ellas), pesimistas (su número tiende a reducir a dos, llevando al
máXImo la tensión entre ellas; p. ej., el marXIsmo) e inmovilistas (en
términos generales, siempre hay el mismo número, sustancialmente tres:
alta, media y baja). No cabe duda que hay una tendencia natural a este
tripartismo, sin perjuicio de que puedan encontrarse subclases, con
significación menos definida (v. CLASES MEDIAS). El sociólogo alemán R.
Dahrendorf dice que la sociedad presenta dos formas de estructurarse en
c.: dicotómica, en que se perfila netamente una escisión en dos, y
jerárquica, en que más bien se aprecia un continuum que va de abajo arriba
por diversos estratos, diferenciándose poco los más cercanos.
B) Verticalidad, como ya queda dicho. Y un buen punto de partida
para la investigación de cualquier sociedad es comenzar con la
tripartición en alta, media y baja, aunque sea una clasificación meramente
formal. Por eso, cuando aparece, como en el mundo presente, la profesión
como fundamento principal de la c., ha de ser sobre el supuesto de que las
distintas profesiones (o grupos de ellas) implican toma de actitud acerca
de casarse y tener amigos dentro o fuera de ellas, como suponen también
diferentes ingresos, prestigio u honor social y facilidad de acceso al
poder.
C) ¿Son fenómeno subjetivo u objetivo? Es decir, ¿dependen de las
estimaciones de los propios sujetos implicados en la vida social, y, por
tanto, hay que analizar sus psiquismos y su conducta, para conocerlas, o
bien están determinadas por la mera existencia de hechos objetivos,
observables desde fuera? Ejemplos típicos de autores que opinan lo primero
son las doctrinas del norteamericano Centers y del francés Maurice
Halbwachs; expresiones típicas de la segunda se encuentran en Max Weber y
Marx. Como ya vimos, las c. s. son, a la vez, un fenómeno objetivo (sin
diferencias reales no las hay) y subjetivo (sin que esas diferencias
afecten a las actitudes y conducta en la vida de relación, tampoco las
hay). Aquí puede aclararse: a) No es absolutamente necesaria la conciencia
de clase; basta con que el sentimiento discriminador opere desde capas más
o menos subconscientes o preconscientes. En todo caso, la clara toma de
conciencia de c. reforzará el distanciamiento clasista. b) Por un hecho
que es fundamental en la vida interhumana (lo tenido por real es real en
sus consecuecias, como dijo el sociólogo norteamericano Thomas), el error
subjetivo puede fundamentar situaciones de c. que no responden a ningún
dato objetivo (la famosa «sangre azul» de la vieja nobleza no eXIstía;
ciertos grupos obreros, sin estar objetivamente explotados, se sienten
explotados...
D) La importancia del factor subjetivo y la realidad social de las
c. como «conducta» específica justifican las posiciones «técnicas» de
algunos americanos, que tratan de investigar las c. en cada momento y
lugar con criterios modernos. Así, Lloyd Warner dice que para conocer las
c. s. de una comunidad hay que tener en cuenta la participación evaluante
(lo que dicen los entrevistados) y lo que él llama el índice de
características estatutarias, o datos objetivos, uniendo para cada sujeto
cuatro índices parciales: profesión, fuente de ingresos, tipo de
habitación y barrio en que se habita. Por su parte, Barber señala que hay
que atender a tres indicadores de clase: las valoraciones verbales (lo que
responden los interesados); las asociaciones reales (o sea, su conducta
efectiva a efectos de matrimonio, amistades, deferencias personales o
desprecios, etc.); y los símbolos (signos externos con sentido clasista:
el vestir, el modo de entretener los ocios, etc.).
E) ¿Son las c. s. ún factor positivo o negativo en la estructura de
la sociedad? Responde que son factor negativo la teoría marXIsta, que,
partiendo de una posición individualista y materialista, para la que no
cabe más igualdad que la numérica, identifica toda estratificación social
con injusticia, interpretándola como nacida del deseo de las c. altas de
dominar a las débiles. De ahí su identificación de la justicia con la
realización de una sociedad sin c., profetizada como resultado futuro de
la acción comunista. En realidad en los países llamados socialistas las c.
s. no han desaparecido y, aunque Stalin afirmara en 1936 que en la URSS ya
no había c. s., la verdad es que se ha suprimido la vieja estratificación,
pero para sustituirla por otra nueva (como ha sido denunciado por los
mismos comunistas: cfr. La nueva clase del yugoslavo Milovan Djilas y las
declaraciones de otros autores posestalinianos). Digamos en suma que si
bien las c. s. pueden desembocar en una estructuración social injusta
(porque estén cerradas en sí mismas, encubran predominios injustificados,
den lugar a conductas arbitrarias y discriminatorias, cierren las vías al
desarrollo personal o social, etc.), no son siempre injustas en sí mismas.
El problema social no consiste en la eliminación de toda estratificación y
diversificación -lo que implicaría no la consecución de un estado de
justicia, sino una masificación despersonalizadora- sino en la
realización, en cada momento dado, de una estructuración armónica y
equitativa de la sociedad.
F) ¿Es una constante histórica la lucha de clases? Marx, los
marXIstas y algunos que reciben su influencia, dicen que sí. Sin embargo,
como dice Maclver, la lucha es una excepción. Por su parte, Ortega y
Gasset comentaba irónicamente que Marx construyó una falsa historia, se
fijó en el Pathos y no en el Ethos, en las horas dramáticas y no en la
continuidad vital. Se fijó en la historia en sus frenesíes, no en su pulso
normal; y eso, añadía el gran filósofo, no es una historia, «sino más bien
un folletín». La experiencia histórica confirma neta y plenamente esa
posición antimarXIsta. Como dice el sociólogo inglés T. S. Marshall, lo
normal es únicamente la mutua -a veces, envidiosa; otras, neutra-
comparación; los conflictos son más serios, pero mucho menos frecuentes.
En suma, teniendo en cuenta que el fenómeno de las c. fluctúa rápidamente,
no se debe hablar de lucha de c., sino solamente de distancia social
variable, que, a veces, se agudiza hasta la lucha de c. (las dos polis en
guerra, que veía Platón en cada ciudad griega de su tiempo; la situación
del capitalismo del siglo pasado, que contempló Marx); pero que otras se
acorta o es vivida pacíficamente, y que, en algunos momentos, se borra y
desaparece ante el predominio de otras solidaridades (ejemplo típico, por
lo que representó de crisis para la mentalidad marXIsta, fue la
solidaridad de los franceses, obreros o burgueses, frente a los alemanes,
obreros o burgueses, durante la guerra de 1914).
G) ¿Tienen las c. s. alguna organización? Normalmente, no. No son,
estrictamente hablando, un grupo social (v.), aunque sí sean algo más que
un simple número estadístico. Un autor inglés ha dicho que son «cuasigrupo».
No tienen una unidad de acción organizada,pues incluso en el antiguo
régimen la unión de estamentos se hacía más bien en los círculos locales y
no a nivel nacional; pero las c. sí son plataforma para la creación de
grupos de clase (clubs aristocráticos, ateneos obreros, sindicatos, etc.).
H) Forma de acceso a las clases. Se entra en la sociedad y en una
cierta c. por la familia en que se nace: clase de herencia o adscripción;
pero a lo largo de la vida puede cambiarse de clase individualmente o por
vicisitudes familiares (V. MOVILIDAD SOCIAL): clase adventicia o de
adquisición.
H) Quizá un asunto muy importante, que no siempre se tiene en
cuenta, es que las c. s. son elementos o factores de la sociedad y no del
Estado. Surgen de las estimaciones colectivas espontáneas y no de decretos
o leyes, y forman un mundo distinto del centrado en el poder político. En
general, el Estado, al fortalecerse, opera siempre contra la c. En
Francia, desde Richelieu, Mazarino y Luis XIV, la aristocracia conservó
sólo el prestigio social (v.), perdiendo el poder; incluso gobernaban
burgueses como Fouquet, Colbert y ciertas amigas de los monarcas.
Recientemente se ha visto en Inglaterra cómo mandaban los laboristas de
Bevin, mientras la vieja aristocracia conservaba sólo las buenas formas.
1) Aspectos cuantitativos. Entre las c. hay que distinguir la mayor
o menor distancia social (lo que Barber llama «ámbito»), o sea, el abismo
o separación entre la más alta y la más baja; y la forma, o porcentaje de
la población total en cada c. Sobre esto último hay una creencia muy
generalizada de que siempre la c. más numerosa es la baja y que, por
tanto, todas las estructuras de c. tienen forma piramidal (al ser la alta
la menos numerosa). Sin embargo, existen tipos de sociedad que se llaman
de c. medias (v.), donde el mayor porcentaje de participación corresponde
a los estratos medios. Los sociólogos la denominan de forma de diamante y
la representan por un rombo con el eje mayor en vertical. Finalmente, la
cuantificación no debe ocultar los matices cualitativos o diferenciaciones
internas dentro de cada c. Hay especialidades regionales (la c. alta
andaluza es muy distinta de la vizcaína; la c. media catalana lo es de la
castellana, etc.) e incluso locales. Por eso se ha criticado un famoso
estudio del norteamericano Lloyd Warner, Yanquee City, donde se pretende
generalizar a toda la sociedad estadounidense lo investigado en una
localidad de 50.000 hab. Todavía queda por decir que en la diferencia
interna de las c. nunca debe olvidarse la escisión ciudad-campo: las c.
altas, medias o bajas son muy distintas, según que sean rurales o urbanas.
5. Valor relativo de la «clasificación» por clases de los
individuos. Exponemos a continuación un aspecto del máXImo interés en el
análisis cuantitativo-cualitativo del fenómeno de las c. s., sin que la
naturaleza global y general del fenómeno nos haga olvidar que, en último
término, se trata de «clasificación» de individuos y familias. Lo que
hacían los censores romanos a efectos de inscripción en las centurias, lo
hace el público, en general, al inscribir a los demás en la misma o
diferente c., superior o inferior, a la de uno propio o de otra persona.
Pertenecemos a una c. no automáticamente o por acción de fuerzas
naturales, sino por atribución de los demás, que nos asignan nuestra c. de
pertenencia (distinta de la de preferencia: a la que uno quiere o se cree
pertenecer). Pues bien, esa atribución no se realiza con un criterio único
y absoluto. Por lo pronto, no ~ todos coinciden siempre en que un sujeto o
familia pertenece a una misma c.; y la disconformidad es tanto mayor
cuanto más nos encontramos en zonas intermedias, marginales o grises. De
otro lado, se da a veces el esfuerzo del sujeto por buscar a veces una c.
de preferencia que no es la que le corresponde en la estimación de los
demás (y aquí nace el hecho del snobismo), lo que contribuye a la
ambigüedad de toda clasificación por c. Además, en una misma sociedad
suelen regir diversas escalas no coincidentes de estimación sobre las- c.:
se puede ser millonario sin ser de c. alta en el sentido aristocrático y
se puede caer en el ridículo, como el M. Jourdain de Moliére, por querer
estar a la misma altura en todas las escalas no sincronizadas. Finalmente,
y esto es muy importante, no toda conducta social, ni mucho menos, se
sigue con arreglo al canon o pauta de c. Normalmente, cuando vemos a una
persona ahogándose y queremos salvarla, cuando cedemos el asiento a una
anciana, etc., no tenemos en cuenta la c. a que pueda pertenecer una u
otra (aunque algunos sí ceden el asiento a una «señora», pero no a una
mujer del pueblo; y esto sí es conducta de c.).
Esto nos lleva a concluir que la c., la pertenencia a ella y la
conducta de c. no son hechos absolutos sino relativos. Nadie, o muy poca
gente, encaja de modo pleno e inequívoco en una c. s.; además, muchísimos
actos de la vida son ajenos a ese mismo hecho. Podríamos decir que a ambos
lados de esa zona de relatividad se encuentran dos posiciones extremistas:
el desconocimiento ingenuo de la realidad de una estratificación social,
con las consecuencias y, a veces, disfunciones, que de ella pueden
derivar; y el marXIsmo, que quiere someter todo a la idea de c. («como si
toda mujer hubiera de ser considerada como ama de casa o prostituta»,
según dice Karl Mannheim).
6. Las clases sociales en la sociedad contemporánea. Prescindiendo
de cualquier referencia puramente histórica a las castas (v.) y otros
tipos de estratificación social, aludiremos solamente a la situación
inmediatamente anterior a la moderna sociedad industrial; situación que
hay que conocer para entender bien esta última.
En el Antiguo Régimen, anterior a la Revolución francesa y sus
similares de otros países, eXIstían los tres estados o estamentos: nobleza
(v.), clero y estado llano o burguesía. En realidad, la estratificación
era mucho más compleja (v., p. ej., los libros de Domínguez Ortiz sobre la
sociedad españoda en el s. XVIy en el XVII), pues había diversos grados de
nobleza, clero alto y clero bajo, secular y regular, burguesía poderosa y
pequeña burguesía, más la gran masa de la población que quedaba al margen
de los tres estamentos: los labradores y campesinos (v. para las
particularidades de esos estratos: ARISTOCRACIA; BURGUESÍA). Aquí
interesa, como idea general, la de que en el Antiguo Régimen predominaba
el principio señorial (la diferenciación se basa en el linaje), por lo
menos en lo que se refiere a la nobleza; de otro lado, la adscripción a
los estamentos venía determinada por-el Derecho. Las normas que
determinaban quién y cómo se era noble, clérigo y burgués eran formales.
La Revolución democrática va a suponer dos cosas: igualdad de
Derecho, en cuanto que ya no hay c. o privilegios de c. expresamente
sancionados por la ley; y desigualdad de hecho ya que una declaración.
formal hecha por la ley no basta, como es lógico, para roducir
fácticamente la igualdad. En la raíz de la Revolución de fines del XVIn
está el convencimiento, propio del liberalismo (v.) político y económico,
de que el crecimiento de la instrucción y el libre juego de las leyes del
mercado iban a conducir a un proceso según justicia. Ello suponía una
visión altamente ingenua de la realidad. Lo que siguió fue una
estratificación social basada en el principio económico: ricos, personas
medianamente pudientes, pobres. Más aún, negada la posibilidad de que el
Estado interviniera en las materias económicas y desvinculada la economía
de toda regulación ética, se abrían las puertas a los desarreglos que
conoció el capitalismo (v.) con el industrialismo naciente.
Marx analizó esa sociedad, despreció la clase media entonces
existente, y centró su atención en los propietarios industriales y en los
obreros, pronosticando la lucha sin cuartel entre ambos. Esa lucha iba a
estar regida, según él, por la ley de acumulación, que concentraba cada
vez más riqueza y poder en una minoría exigua y creaba una miseria
creciente en la masa proletaria cada vez más numerosa... hasta que esa
masa, no pudiendo resistir más, se sublevaba y establecía su dictadura
sobre la burguesía. El paso siguiente consistía en implantar sobre la
tierra el comunismo paradisíaco de una sociedad sin c.
Los hechos han desmentido totalmente la profecía marXIsta, ya que:
1) Las c. medias (v.) no sólo no han desaparecido, sino que se han hecho
muy fuertes. 2) Por encima de los propietarios corrientes o pequeña
burguesía, que es clase media, se ha alzado la burguesía financiera,
constituyendo prácticamente la c. alta actual. 3) La masa obrera se ha
liberado en muy buena parte de la miseria, divetsificándose en varias
categorías o subclases (v. TRABAJADOR). Y, sobre todo, poco a poco se ha
ido imponiendo el principio laboral o profesional, por el que en el mundo
contemporáneo, extinguido casi totalmente el criterio aristocrático del
linaje y relegado más bien a segundo plano el aspecto puro y simple de
propiedad o economía, las c. s. tienden a ordenarse atendiendo al rango de
las distintas profesiones, o sea, a su prestigio y grado de cultura e
ingresos que proporcionan. En una palabra, las sociedades industrializadas
ya no pueden analizarse según el modelo marXIsta u otro análogo, que, con
más o menos acierto, parte de un examen de la situación social propia del
s. XII, sino mediante una enumeración de grupos profesionales. Las
estadísticas recogen ya, casi sin excepción, ese nuevo tipo de estructura
(v. PROFESIóN).
El sociólogo suizo René Kónig describe ese proceso como tránsito
desde la sociedad de c., estructurada verticalmente, a otro que agrupa
profesiones en sentido más bien horizontal. No es así. Como se dijo, la
nueva estratificación clasista se basa ahora en el diferente nivel de los
grupos profesionales; y todo consiste en determinar dentro de qué c.
(alta, media, baja), o subclase, entran todas y las diversas profesiones.
En general, se entiende que la c. alta está integrada por los altos
directivos y funcionarios y los que destacan en las profesiones liberales;
la c. media, los funcionarios, empleados, directivos y profesionales
medios; la c. baja, los obreros calificados, semicalificados y peones.
Todo lo anterior se refiere a la estructuración social en los países
occidentales, o, hablando con más propiedad, de las áreas industrializadas
de Europa, América y Oceanía en las que rige un régimen político de tipo
democrático. En los países comunistas existen fuertes diferencias
clasistas, no ya porque -como ocurre en algún caso- pervivan estructuras
anteriores, sino porque la política comunista misma ha dado lugar a nuevas
y profundas diferenciaciones, muy cerradas, por lo demás, como ya antes
decíamos: burócratas del partido, policía política, etc.; sobre la
estructura concreta que reviste la diferenciación de c. en esos países no
pueden, sin embargo, darse muchos datos, ya que, manteniendo sus gobiernos
el principio propagandístico de la abolición de las c., es difícil
realizar estudios científicos al respecto. En los países en vías de
desarrollo de África, Asia, etc., encontramos estructuras que, en algún
punto, presentan analogías con las europeas anteriores a la
industrialización, si bien tienen fisonomía propia; por su peculiaridad
merece ser recordada la estructura de castas (v.) vigente aún, aunque muy
modificada, en la India.
7. Las clases sociales en España. España se encuentra en un momento
de transición de la estructura clásica dominical (de dominio o propiedad)
a la netamente profesional o laborista. Todavía subsisten títulos de
nobleza, pero carecen, como tales «nobles», de influencia o poder político
y resulta normal su trato y matrimonio con personas de c. media, por lo
menos. Los altos directivos, funcionarios y profesionales tienen más bien
psicología de c. media y no parece que hoy en día los españoles se decidan
a considerar como c. alta al gerente de un banco o a un médico famoso.
Según algunos sociólogos, la clase alta española estaría más bien
constituida simplemente por los «muy ricos», los multimillonarios, sin
considerar el origen de su riqueza (claro vestigio de una estructura
social superada en otros países). Añádase que esa c. alta no goza de
excesivo prestigio (es corriente denominarla «oligarquía», término
peyorativo contrapuesto al laudatorio de «aristocracia»).
La clase baja española está integrada sustancialmente por los
obreros manuales, si bien el proceso de industrialización va produciendo
cada vez más trabajadores calificados y altamente calificados, con ciertos
años de estudios, una cultura relativa, ingresos saneados e incluso cierto
orgullo profesional. Éstos más bien deberían entrar en la c. media baja,
como destacó ya hace tiempo el prof. Murillo Ferrol. Por otra parte, no
hay que olvidar que en España la separación entre campo y ciudad es aún
muy notable y, por lo mismo, no pueden agruparse sin distinciones y
matices los obreros del campo y los de la ciudad. La c. media española se
halla en proceso de crecimiento y transformación, como consecuencia del
desarrollo económico y la crisis de ciertas estructuras mentales. Respecto
a la proporción numérica de esas tres clases, hay que tener en cuenta dos
cosas: a) la c. alta es estadísticamente reducida. Hace 15 6 20 años el
estadista Ros Jimeno evaluaba, a base de estimaciones no rigurosas, en
6.120 familias (24.480 personas) el montante de esa c. Quizá sean menos...
y aún queda la duda de si en España, hoy, puede hablarse de auténtica c.
alta que no sea simplemente c. económica; b) la verdadera cuestión
estadística se reduce a determinar los porcentajes de participación de la
c. media y la baja. Sobre lo cual, así, como sobre la composición de la
mesocracia española, nos remitimos al artículo CLASES MEDIAS.
8. Las clases sociales en Iberoamérica. El panorama general puede
resumirse en dos proposiciones: a) el proceso de industrialización todavía
no ha llevado, ni muchos menos, a una estructura suficientemente basada en
grupos profesionales; b) no obstante, los autores que han estudiado el
problema aplican casi siempre el modelo profesional. Consecuencia final es
que los datos y detalles que damos a continuación tienen un valor
relativo. Por lo demás, hay que tener muy presente que la expresión
Iberoamérica podrá indicar una unidad histórica, geográfica y cultural,
pero no así una unidad social y económica. La situación de los diferentes
Estados que la componen es muy variable en ese terreno. F. Debuyst enumera
hasta cuatro grupos de países: 1) Argentina y Uruguay, con población
agrícola inferior al 40% y renta por hab. alrededor de 650 $ (son datos
con más de 10 años de antigüedad). 2) Chile, Venezuela y Cuba, con más
población agrícola y renta nacional variable (los 1.000 $ de Venezuela han
de ser entendidos probablemente desde el punto de vista de la producción,
no del consumo, pues mucha de esa riqueza se consume fuera). 3) México,
Colombia, Brasil, Costa Rica y Panamá, con población agrícola del 70%
aprox. y renta de 400 $. 4) El resto con índices inferiores.
Argentina. Según el estudio de Gino Germani (Estruclura social de la
Argentina, Buenos Aires 1955), la c. superior (grandes propietarios
rurales y alta burguesía industrial y financiera) es, como en España,
estadísticamente insignificante; no representaría más que el 0,7% de la
población activa total; la c. media superior (propietarios medios,
funcionarios, empleados medios y superiores, directivos, técnicos y
profesionales) representa el 6,6%; la c. media inferior (empleados
subalternos, pequeños propietarios agrícolas o urbanos) asciende al 32,9%;
y la c. baja o popular (en gran mayoría asalariados, con cierto predominio
de obreros industriales) el 59,8%. Naturalmente, la distribución regional
de esos tres elementos sociales varía, pero sin duda tiene interés anotar
cómo desde 1914 a 1947 (según Bunge, cit. por Germani) se ha producido una
evolución caracterizada por el aumento de las c. medias, sobre todo en las
ciudades.
Chile. Con motivo de un estudio sobre El problema de la familia en
Chile («Rev. MeXIcana de Sociología», a. XX, n° 2, mayo-agosto, 1958),
Óscar Alvarez Andrés nos da la siguiente distribución por c.: alta (vieja
aristocracia, nueva aristocracia agro-financiera y gran burguesía
capitalista), 120.000 familias; media (funcionarios, directivos y
gerentes, empleados, pequeños propietarios y artesanos), 500.000 familias;
baja (obreros), 800.000 familias, de ellas 350.000 de obreros de ciudad,
otros tantos del campo y 100.000 de mineros.
México. Según José E. Iturriaga (cit. por Debuyst), en 1940 la c.
alta comprendía el 1,05% de la población; la media, el 15,87 y las c.
populares, el 83,08. En éstas predominaban, con mucho, los elementos
rurales, mientras que, en aquellas dos, las subclases urbanas eran más
numerosas. No obstante, un trabajo de R. Flores Talavera (La población de
México), en el «Bol. de la Sociedad MeXIcana de Geografía y Estadística»,
3, 1957, 343-69), con referencia a las profesiones, da estas cifras:
obreros, 35,6%; empleados, 10,68%; patronos, 0,80°/0; trabajadores por
cuenta propia, 41,08%; familiares en convivencia, 11,70%.
V. t.. CONVIVENCIA SOCIAL Y POLÍTICA; ESTRATIFICACIÓN SOCIAL;
DISCRIMINACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA; INDICADORES SOCIALES; MASA; OLIGARQUfA;
PROMOCIÓN SOCIAL; SOCIEDAD; ARISTOCRACIA; BURGUESIA; CLASES MEDIAS.
BIBL.: O. SPENGLER, La decadencia
de Occidente, 1I, Madrid 1958, cap. IV (exposición filosófica y
apasionada, pero de enorme atractivo); G. GURVITCH, El concepto de clases
sociales de Marx a nuestros días, Buenos Aires 1957; R. DAHRENDORF, Las
clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial, Madrid 1962 (el
mejor estudio del problema actual de las c. s.); P. A. SOROKIN, Sociedad,
cultura y personalidad, Madrid 1960, 4, parte; P. LAROQUE, Les classes
sociales, París 1955; J. L'HoMME, Le probléme des classes sociales, París
1938; E. PIN, Les classes sociales, París 1962; G. BOLACHI, Teoria delle
clasei soccaai, Roma 1963; R. BENDIX y S. M. LIPSET (dir.), Class, Status
and Power, Glencoe 1953; R. S. CENTERS, Psychology of social Class,
Princeton 1949; M. HALBWACHs, Esquisse d'une psychologie des classes
sociales, París 1956; B. BARBER, Estratificación social, Buenos Aires
1964; L. REISSMAN, Les classes sociales aux États Unis, París 1963; A.
INKELESS y K. GEIGER, Soviet Society. A Book of Reading, Boston 1961, cap
V, 62 y 63; A. PERPIÑÁ, ¿Hacia una sociedad sin clases?, Madrid s. f.; F.
DEBUYST, Las clases sociales en América latina, Bogotá 1962; FOESSA (ed.),
Informe sociológico sobre la situación social de España, Madrid 1966 y
1970.
A. PERPIÑÁ RODRíGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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