1. Concepto de civilización. Etimológicamente la voz civilización procede
del latín civis, ciudadano, vocablo que alude y designa al habitante de
una ciudad, en contraposición a los pobladores de los campos, denominados
rura. Pero en el Derecho romano se amplía el nombre de ciudadano (212) a
todos los habitantes del Imperio, incluidas las provincias, sin distinguir
entre los del campo y la ciudad. No obstante esta identificación jurídica,
se diferencian por sus costumbres, grado de instrucción, honores, etc.,
los pobladores de ciudades y los del campo, eXIstiendo también matices
entre los primeros, según su status social, económico, etc. Quedan
excluidos del derecho de ciudadanía los esclavos y los hombres libres sin
status civitatis. Los que recibían el derecho de ciudadanía se llamaban
ciudadanos y disfrutaban de derechos públicos y del ius civile.
La existencia del ciudadano supone, ciertamente, la de la ciudad
(v.), en latín civitas. La civilitas, equivalente a urbanddas, se
interpreta como el modo de ser propio de la ciudad y de sus habitantes,
con arreglo a unas normas.
De civilitas deriva la palabra italiana civiltá, con el mismo
significado que la española civilización, pues a pesar de los distintos
significados de esta palabra, casi todos coinciden en su referencia a la
ciudad. Durante mucho tiempo, desde el s. XVII, el adjetivo civilizado era
sinónimo de pulido, instruido, educado; desde el s. XVIII, ilustrado. En
este sentido se usan en francés e inglés los adjetivos poli y polished
respectivamente, derivados a su vez del griego polis (ciudad). Con un
significado de sociable, urbano, atento, se emplea en español la palabra
civil, procedente del latín civilis. Significado parecido a sociabilidad,
urbanidad, tienen los términos civilidad y civismo.
Han sido los franceses los primeros en emplear el término
civilización (civilisation),' derivado del verbo civilizar (civiliser), en
el sentido de progreso material, intelectual, social, etc. Voltaire fue
quien, en Le Siécle de Louis XIV (1751), se refirió antes que nadie a una
civilización de época. Condorcet, en 1787, alude a la civilización como
remedio contra la guerra, la esclavitud y la miseria. Estos y otros
autores hablan de civilización como lo más opuesto a barbarie, concepto
que adquiere gran estima hasta finalizar el s. XVIIl. Marx y Engels, en su
Manifiesto del Partido Comunista (1848) entienden por civilización medios
de subsistencia. Ya en el s. XX, Ferdinand Tbnnies y Alfred Weber engloban
bajo el término civilización todos los medios que permiten al hombre obrar
sobre la naturaleza.
No es posible pretender dar una definición de civilización que
recoja los elementos comunes contenidos en los distintos conceptos de
civilización. Los antropólogos A. L. Kroeber y Clyde Klukhohn enumeran 161
definiciones. Philip Bagby, que se ha dedicado a la antropología cultural,
propone reservar el término civilización a lo relacionado con las
ciudades, en contraposición a cultura como propio del campo no urbanizado,
de modo que la civilización viene a ser una cultura superior. Es muy de
tener en cuenta esta opinión por cuanto se ha dicho anteriormente sobre el
significado etimológico.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define
civilización como «conjunto de ideas, creencias religiosas, ciencias,
artes y costumbres que forman y caracterizan el estado social de un pueblo
o de una raza». Tal definición da idea del concepto que se quiere
expresar, pero falla al referirse a lo racial. Ciertamente, la
civilización no se refiere a un individuo, sino a una colectividad, bien
sea un pueblo (civilización eslava), una nación (civilización española),
un grupo religioso (civilización cristiana), un grupo lingüístico
(civilización árabe), una serie de pueblos de una determinada área
geográfica (civilización europea), pero no una raza, que es sólo el
presupuesto biológico primero. No existe una civilización blanca o
amarilla, ni tampoco puede hablarse de raza europea o española, aunque con
frecuencia circulen estos términos por influencia de doctrinas racistas.
En líneas generales puede entenderse por civilización, en un sentido
amplio, la manifestación extensiva de la actividad humana, colectivamente
considerada. Para E. Weber, civilización es equivalente de cultura
material o conjunto de medios materiales y externos que utiliza el hombre.
En este orden de ideas se encuentra la mayor parte de los autores que han
estudiado el fenómeno de civilización, que tienden a usar el término
cultura para aludir a las realizaciones más íntimas y vitales del
progresar humano y el término civilización para referirse a los aspectos
más técnicos y exteriores. Es también frecuente considerar la civilización
como la última fase del proceso cultural, de tal modo que éste desemboca
siempre en la civilización.
Así, todo proceso cultural desemboca en una cultura, y por relación
entre culturas, nace una civilización. Tal es el caso de la occidental,
resultado de las culturas de los pueblos. occidentales, su manifestación
más externa y técnica. Hasta ahora, no es posible hablar de una
civilización universal, porque no se ha llegado a un resultado, a escala
mundial, de las culturas de todos los pueblos de Oriente y Occidente. Pero
la conexión y dependencia de las civilizaciones es cada vez mayor, por
influencia de los medios de comunicación, por contactos más intensivos a
nivel individual, etc.
2. Concepto de cultura. El sentido que hoy día se da corrientemente
a la palabra cultura guarda muy poca relación con su etimología. Del verbo
latino colere (cultivar), en el mundo romano se empleaba la palabra
cultura para las labores agrícolas, es decir, como equivalente del actual
término español agricultura. Por similitud entre el cuidado que había que
tener con la tierra (roturación, siega, siembra, etc.) y con el hombre
para conseguir su formación intelectual, ya desde la Edad Moderna se
comenzó a usar la palabra cultura en el aspecto intelectual que hoy la
consideramos. Y del mismo modo que se habla del cultivo de las facultades
mentales, se habla también del cultivo del espíritu, de cultura religiosa,
etc., debiéndose entender por hombre culto un hombre integralmente
formado, aunque en la práctica se aplica este adjetivo a los que poseen
amplios conocimientos humanísticos. Esto ocurre, en parte, por la
desvalorización que están experimentando las palabras; desvalorización
similar a la de los conceptos, y ocurre también, por un cambio de
apreciación en la jerarquía de valores.
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define la
cultura como «resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y
de afinarse por medio del ejercicio las facultades intelectuales del
hombre». En este sentido, y en contraste con el término más colectivo de
civilización, la cultura se refiere más directa y propiamente al
individuo. Un concepto más amplio y distinto, pero referido también al
individuo, ha elaborado Ch. Dawson, al observar que los elementos
biológicos e intelectuales cooperan en la formación de una cultura.
Teniendo en cuenta esto, define la cultura diciendo que es «un modo de
vida común, es la adaptación particular del hombre a su medio ambiente
natural y a sus necesidades económicas» (La dinámica de la Historia
universal, Madrid 1961, 318). Este autor hace intervenir en la cultura los
mismos factores: genérico (población), geográfico (lugar) y económico
(trabajo), que conforman las especies animales. A estos factores hay que
añadir el psicológico, propio de la especie humana, que libera al hombre
de una dependencia ciega al medio ambiente. Para Ch. Dawson, el lenguaje
es elemento fundamental de la cultura, el que distingue al hombre de los
animales irracionales, el que diferencia una cultura de otra. «El factor
lingüístico es, en cierto sentido, el más importante, puesto que el
lenguaje es el medio psicológico del que se valen los restantes elementos
y mediante el cual adquieren forma y continuidad» (o. c., 319). Cuando
Dawson afirma que el elemento intelectual es «el alma y el principio
formativo de la cultura» coincide con un concepto de cultura ya
generalizado; pero al mismo tiempo que considera la cultura como
manifestación de la vida del espíritu, no pierde de vista la parte que
tiene de respuesta de la vida biológica a las condiciones del medio
ambiente. Este aspecto es digno de tenerse en cuenta, si se quiere
elaborar un concepto amplio de cultura, aplicable a cualquier estadio de
la vida del hombre. Así ocurre con las llamadas culturas primitivas, más
relacionadas con la tierra y lo social que con el intelecto. En síntesis,
Ch. Dawson llega a un concepto de cultura amplio y particularmente
interesante desde el punto de vista sociológico: «en realidad, la cultura
no es ni un proceso puramente físico ni una formación ideal. Es un
conjunto vivo que tiene sus raíces en la tierra y en la vida simple e
instintiva del pastor, del pescador y del labrador no menos que en los
logros superiores del artista y del filósofo; del mismo modo que el
individuo humano combina, en la unidad sustancial de su personalidad, la
vida de la nutrición y la reproducción con las actividades superiores de
la razón y el intelecto» (o. c., 320). liste es, además, un concepto de
cultura cualitativo y no cuantitativo. No mide tampoco la cultura por
cantidad de conocimientos, sino en razón del hombre y sus circunstancias.
Tal concepto antropológico y ecológico se aleja un tanto del ya
tradicional de cultura referido casi exclusivamente a las facultades
superiores del hombre, que hace que el vulgo traduzca en términos
cuantitativos lo que tan sólo son distintas manifestaciones de cultura.
La relación de un grupo humano con su medio ambiente y sus funciones
determina el carácter de una cultura, objeto de estudio por parte de los
antropólogos y sociólogos. De ahí que, en Antropología, se hable de
cultura material, relacionando íntimamente ésta con el suelo y
entendiéndola como sinónimo de civilización. Ha sido en Alemania donde
primero se ha empleado el término cultura (Kultur) como sinónimo de
civilización. No obstante, J. G. Herder considera como cultura el progreso
intelectual y científico, separado de todo contexto sociológico.
3. Historia de la civilización. Si se parte de la base que
civilización es el resultado y la manifestación más externa de la cultura,
formulamos un concepto dinámico y por ello objeto de la Historia.
Efectivamente, al incorporarse en el s. XII el concepto de civilización a
la Historia, han surgido formas de Historia tales como Historia de la
civilización, objeto y sujeto a la vez de un mismo historiar. Hasta
entonces, sólo se habían ocupado de la civilización, en sí misma, los
sociólogos y filósofos. Consecuencia de la ampliación del campo de
investigación histórica es el nacimiento de la Historia comparada, en cuyo
marco son objeto de estudio y análisis las civilizaciones. Despojar a
éstas de sus accesorios, integrarlas en sus elementos comunes, es un afán
historiográfico que ha dado como fruto síntesis de civilización y ha
permitido elaborar los conceptos de civilización europea, occidental, etc.
Cuando se habla de la civilización europea en África o en América,
se hace referencia a una dinámica de proyección. Ciertamente, es la
cultura, aunque no solamente ésta, la que se proyecta o se intenta
proyectar, pero el acto de proyección y su resultado son civilización. En
el acto de proyección se incluyen elementos que no son propiamente
culturales, vitales, profundos; sino técnicos (medios de transporte,
explotación de minerales), económicos (moneda, comercio), sociales, etc.
En ese despliegue o proyección de la cultura intervienen multitud de
factores: demográficos, ya que un pueblo al crecer numéricamente puede
tender a expander su territorio o a dar origen a un fenómeno de
emigración; económicos, como son la búsqueda de nuevos mercados o de
fuentes de materias primas; ideológicos o filosóficos, por el deseo de
expander la propia concepción de la vida, etcétera. Papel importante han
ocupado los factores religiosos, en la medida concretamente que han puesto
de relieve la unidad radical del género humano. En la historia de la
civilización, globalmente considerada en su acontecer, el afán misionero
de la Iglesia ha dado sentido y espiritualizado una honda actividad
civilizadora condenada de otro modo al fracaso. Y ello porque aun cuando
la civilización es un acto colectivo e institucional (trasplante de
instituciones) se ejerce sobre el hombre en su doble dimensión física y
espiritual, más permanente y decisiva ésta. Las motivaciones científicas y
técnicas constituyen más bien vehículo de civilización y han contribuido a
acelerar el proceso civilizador a partir del s. XVl. Por lo que respecta a
las motivaciones políticas, intervienen en ellas factores psicológicos y
sociológicos nada despreciables.
Pretender trazar aquí un cuadro, aunque fuera somero, de la historia
de la civilización humana, es tarea ilusoria. Tanto más cuanto que la
historia de la civilización no es una historia lineal, y es incluso
discutible que sea una historia unitaria o reducible a unidad. Lo que el
panorama de la historia real nos ofrece es más el de una multiplicidad de
líneas que se entrecruzan, en el que algunas de ellas mueren o se
extinguen sin dejar continuidad (piénsese, p. ej., en la antigua cultura
egipcia o en la maya), otras triunfan incorporando elementos de culturas
anteriores o limítrofes, pero dejando caer otros, que se pierden, etc. En
el s. XII, bajo la influencia hegeliana, se intentaron varias síntesis
absolutizadoras: todas ellas han sido abandonadas, ya que era claro su
apriorismo. Los autores contemporáneos tienen en ese sentido una
mentalidad más crítica y son más conscientes de la inabarcabilidad de la
historia por parte del hombre. Para obtener no obstante una visión
general, aunque aproXImada, pueden consultarse las voces HISTORIA;
ANTIGUA, EDAD; MEDIA, EDAD; MODERNA, EDAD; CONTEMPORÁNEA, EDAD, así como
los apartados dedicados a la Historia en la voz propia de cada continente.
4. Principios y elementos de la civilización. Si intentamos
preguntarnos cuáles son las fuerzas que mueven el proceso que conduce a la
cultura y la civilización, deberemos responder en última instancia
remitiendo a una sola: el espíritu humano, el hombre en cuanto que se
advierte llamado a una perfección en la que se desplieguen sus
posibilidades nativas y capacitado para dominar el ambiente o mundo que le
rodea ordenándolo a sus fines espirituales. Pero, partiendo de esa
afirmación general, podemos intentar precisar algo más señalando algunas
de las dimensiones de la dinámica humana que está en la raíz del proceso
civilizador.
a) Un primer elemento que puede mencionarse es la tendencia que el
hombre advierte en sí a encauzar lo instintivo. El hombre participa de lo
biológico y de lo animal, que son una fuerza presente en él, pero conoce a
la vez -y en ello estriba su espiritualidad- que esa fuerza instintiva no
es criterio por sí misma, sino que debe ser ordenada a la realización de
los valores que su inteligencia le hace percibir y hacia los que reconoce
que debe orientar su decisión volitiva. La cultura aparece así como
integración de la persona, que asume y unifica todas sus fuerzas nativas
en torno a una unidad espiritual.
Desde esa perspectiva se ha dicho que una de las metas alcanzadas
por la civilización es la supeditación de la sensualidad a la razón.
Supeditación que -importa advertirlo- no es aniquilación ni destrucción,
sino reconciliación armónica. Vemos así el valor y a la vez el riesgo de
la civilización, si degenera en afirmación de un intelectualismo vacío,
desconocedor de la creatividad imaginativa, de la emocionalidad, etc. La
auténtica civilización surge en cambio cuando, afirmado el espíritu, se
ordena según él la totalidad del vivir con todo lo que implica de amistad,
de amor, de juego, de pasionalidad, etc. Pero si debe denunciarse un
intelectualismo mal entendido, debe dejarse a la vez absolutamente claro
que la civilización depende, en su raíz más básica, de la inteligencia
humana, como facultad capaz de abrir el hombre al ser y a los valores. En
la decadencia de algunas civilizaciones (romana, p. ej.), se reflejan las
consecuencias de la liberación sin control de los instintos, del mismo
modo que la actual civilización occidental en evolución se debate en una
lucha entre liberalización y represión, sin haber podido encontrar hasta
el momento el equilibrio, el justo medio, que ha permitido una mayor
continuidad y el asentamiento de las civilizaciones orientales. Los
valores espirituales y religiosos, contra los que reniega parte de
Occidente por influencia del materialismo ateo, por reacción contra formas
de aburguesamiento del espíritu, son los que han dado apoyo y firmeza a
civilizaciones milenarias, los que han liberado internamente al individuo
aun en medio de una sociedad oprimida.
Es obvio por otra parte que cuando una civilización en lugar de
ordenar toda la vida pasional al servicio de ideales y valores se
convierte en meramente coactiva y represiva, es decir, cuando no se eleva
al hombre sino que se anula la espontaneidad individual, cuando la
sociedad decae en sistema de controles sociales que ahogan la libertad del
individuo, cuando éste se convierte en objeto de enajenación mental, la
civilización en cuyo seno se producen estas circunstancias se encuentra en
crisis, anuncia su propia extinción y deja, en fin, de cumplir la esencial
misión de instrumento al servicio del hombre y para el hombre. Éste es el
caso de antiguas civilizaciones, desaparecidas desde el momento en que
dejaron de prestar un servicio, y sustituidas por otras que aportaban
nueva energía, valores e ideas, realizaciones, en fin, que algunos
historiadores explican por un proceso de difusión cultural (v. Ii).
b) Otro principio que explica el proceso de la aparición y
desarrollo de las civilizaciones es el esfuerzo humano por superar la
necesidad o, en términos más generales, los límites de orden material,
técnico o económico que puede experimentar. El trabajo de los individuos
es uno de los fundamentos de la civilización. Ésta surge, en parte, al
intentar el hombre vencer las dificultades, dominar la naturaleza,
extender su dominio y ampliar zonas de influencia. La civilización es
progreso en el trabajo, que se realiza, por motivos humanos, para
satisfacer cada vez más y mejor las necesidades de la vida. Pero conviene
subrayar que este aspecto civilizador del trabajo aparece con tanta más
fuerza cuando se ha superado el estadio primero de satisfacción de las
necesidades inmediatas. Es entonces cuando el trabajo se revela en todo su
alcance de expresión de la creatividad humana, dando origen al arte (v.),
a la elegancia en el vestido (v.), al gusto por lo aparentemente inútil,
etc. Hay en ello un peligro de que el hombre se pierda en lo superfluo,
denunciado por los moralistas desde siempre y modernamente por los
estudios sociológicos sobre la sociedad de consumo (v.); pero ello es sólo
una desviación de algo en sí positivo: la espiritualidad humana y su
capacidad de expresión.
La civilización puede, desde esta perspectiva, ser definida como
poder sobre la Naturaleza, dominio del medio físico ordenándolo a los
valores morales que sustentan la vida del hombre. Para un estudio más
detenido de estas dimensiones V. TRABAJO HUMANO.
c) Mencionemos un tercer principio: la comunicabilidad humana. El
hombre se relaciona con otros hombres no sólo para satisfacer sus
necesidades individuales, sino llevado de un deseo de comunicación (v.
SOCIEDAD I). El hombre aspira a entrar en relaciones con otros seres, a
comunicar con ellos sus experiencias y sentimientos, encuentra en el amor,
en la amistad, en la mutua compenetración su realización más completa. Y
esto manifiesta de nuevo la enorme importancia que los valores
espirituales tienen en el proceso cultural. Cuando una sociedad, aunque
sea muy elevado su standard técnico, decae en sociedad de masas, carente
de auténtica participación, o en sociedad represiva en la que el temor al
castigo es la condicionante más decisiva del comportamiento humano, factor
de inhibición, que anula la voluntad, enajena la mente y convierte a los
individuos en instrumentos pasivos de civilización, manejados por los
dominadores, entonces el grado de civilización de estas sociedades es
mínimo, aunque materialmente hayan progresado, pues la civilización es tal
sólo cuando está acompañada de la cultura espiritual, es decir, cuando el
progreso material está al servicio de la participación de todos en un
auténtico vivir humano.
5. Factores del desarrollo de las culturas. Como ya antes
señalábamos al precisar el concepto de cultura, es éste un tema muy
estudiado por C. Dawson, que frente al reduccionismo propio del
positivismo (v.) ha estado constantemente preocupado por precisar cómo se
integran los factores materiales y los espirituales en el proceso del
desarrollo cultural humano. Exponemos a continuación sus ideas, citando
casi por entero un resumen hecho por él mismo (cfr. Dinámica de la
historia universal, 14-19).
La cultura -dice- es un sistema común de vida, una adaptación
particular del hombre a su medio ambiente y a sus necesidades económicas.
Tanto en su desarrollo como en sus modificaciones se asemeja a la
evolución de las especies biológicas que se debe fundamentalmente no a un
cambio de estructura, sino a la formación de una comunidad, bien con
nuevas costumbres o en un ambiente nuevo y limitado. Y así, al igual que
cada región natural tiende a poseer sus formas características de vida
vegetal y animal, también poseerá su propio tipo de sociedad humana. Ello
-advierte- no significa que el hombre sea meramente una materia plástica
sometida a la acción de su medio ambiente, antes al contrario el hombre
moldea su medio. Por eso puede decirse que cuanto más inferior es una
cultura, mayor pasividad manifiesta. La cultura superior se revela
mediante su dominio de la condición material en la que nace y se
desarrolla, manifestándose tan dominante y triunfal como un artista frente
a la materia con que trabaja.
Desde esa perspectiva puede decirse que son tres las fuerzas
principales presupuestas, como condición material, para la formación de
una cultura humana. A saber: 1) la raza, es decir, el factor genético; 2)
el medio ambiente, o factor geográfico; y 3) la función o la ocupación, o
sea, el factor económico. Pero existe además un cuarto elemento, el
pensamiento, o factor psicológico, cuya presencia libera al hombre de su
dependencia ciega del medio ambiente, característica de todas las formas
inferiores de vida. Este factor es precisamente el que hace posible la
formación de una reserva siempre creciente de tradiciones sociales, de
forma que los bienes logrados por una generación se transmiten a la
siguiente y los descubrimientos o nuevas ideas de un individuo se
convierten en propiedad común de la sociedad, y es el que da origen a la
cultura. La formación de una cultura se debe a la acción recíproca de
todos esos factores; es una comunidad cuádruple, pues contiene en
proporciones variables comunidades de trabajo y de pensamiento, así como
de lugar y de sangre. Cualquier tentativa de definir el desarrollo social
haciendo uso de una de ellas con exclusión de las demás, conducirá a un
error de determinismo racial, geográfico o económico, o a teorías más o
menos falsas de progreso intelectual abstracto.
Sobre esa base intenta Dawson trazar un cuadro de las líneas de
desarrollo cultural. Frente a la tendencia a limitar la cultura a tipos
sociales inmutables, sostiene que es imposible negar la existencia e
importancia del progreso cultural. Pero añade que ese progreso no es, como
creían los filósofos del s. XVIIt, un movimiento uniforme y continuo,
común a la raza general y tan universal y necesario como las leyes de la
naturaleza, sino que es más bien una realización excepcional debida a un
número de causas distintas que actúan a menudo de forma espasmódica e
irregular. Así como la civilización en sí no es un todo único, sino la
unificación o integración (v. ii) de un número de culturas históricas, el
progreso no es más que la idea abstracta con la que expresamos, por medio
de una simplificación, los cambios múltiples y heterogéneos sufridos por
las sociedades a lo largo de la Historia.
De ahí que, en lugar de una ley uniforme de progreso, sea necesario
distinguir varios tipos principales de evolución cultural. Dawson señala
concretamente cinco:
A) El caso simple del pueblo que crea su propio modo de vida en su
medio ambiente original, sin la intervención de factores humanos ajenos a
él. Un ejemplo de ello son las «preculturas» primitivas formadas de razas,
de las que hemos hablado antes.
B) El caso del pueblo que se establece en un medio ambiente
geográfico nuevo para él y que, en consecuencia, ha de adaptar su cultura
a aquél. Es éste el tipo más simple de evolución cultural, pero, no
obstante, reviste gran importancia. Existe un proceso constante de pueblos
de la estepa que penetran en la zona de los bosques y viceversa, de
montañeses que descienden a la llanura y de pueblos del interior que se
asoman al mar. Cuando las diferencias climáticas entre las dos regiones
son realmente acusadas (como en el caso de la invasión de la India por los
pueblos de las estepas y de las mesetas del Asia central), los resultados
suelen ser sorprendentes.
C) El caso de dos pueblos diferentes, cada uno con su propio modo de
vida y organización social, que se mezclan entre sí, usualmente como
consecuencia de una conquista y, ocasionalmente, de un contacto pacífico.
En cualquier caso, el factor señalado en el caso precedente está también
presente aquí, al menos por lo que a uno de los dos pueblos se refiere.
Por lo demás éste es el caso más típico e importante de las causas de
evolución cultural, ya que en él tiene lugar un proceso orgánico de fusión
y evolución que transforma tanto al pueblo como a la cultura y origina una
nueva entidad cultural en un espacio de tiempo comparativamente breve. De
hecho constituye el punto de partida de todas las floraciones repentinas
de nuevas civilizaciones que nunca dejan de impresionarnos como algo
maravilloso (ejemplo: el caso griego). Si se comparan los diversos
ejemplos que de ese proceso de fusión de pueblos y culturas nos ofrecen
las diferentes edades en distintas partes de la tierra, observamos siempre
que el ciclo de evolución pasa a través de las mismas fases y dura
aproXImadamente el mismo tiempo. Primero tiene lugar un periodo de varios
siglos de crecimiento silencioso durante el cual el pueblo vive de las
tradiciones y de una cultura anterior que, o bien es la que él mismo ha
aportado, o la que ha encontrado en la tierra donde se estableció. Después
sigue un periodo de actividad cultural intensa, en el que florecen
repentinamente nuevas formas de vida originadas por la unión vital de dos
pueblos y culturas diferentes, y en el que contemplamos el despertar de
las formas de la antigua cultura, fertilizada por el contacto de un pueblo
nuevo, o la actividad creadora del pueblo nuevo estimulada por el contacto
con la cultura autóctona. Es un periodo de grandes logros, de vitalidad
exuberante, pero también de violentos conflictos y revueltas, de acción
espasmódica y de brillantes promesas que nunca llegan a cristalizar.
Finalmente, la cultura alcanza su madurez bien por la absorción de
elementos nuevos por parte del pueblo y la cultura originales, o por la
consecución de un equilibrio permanente entre ambos pueblos, es decir, la
estabilización de una nueva variante cultural.
D) El caso del pueblo que adopta ciertos elementos de cultura
material que han sido creados y desarrollados por algún otro pueblo. Este
cambio es comparativamente superficial con respecto al anterior, pero de
gran importancia para demostrar hasta qué punto es activa la acción
recíproca entre las culturas. Así, en el pasado, el empleo de los metales,
la práctica de la agricultura y de la irrigación, el uso de un arma nueva
o del caballo en la guerra, son usos y técnicas que se extendieron con
extraordinaria rapidez de un extremo a otro del mundo antiguo. Más aún,
tales cambios materiales trajeron consigo profundos cambios sociales, ya
que incluso, en ocasiones, alteraron todo el sistema de la organización
social. En nuestra época tenemos otros ejemplos, que van desde la adopción
del caballo por los indios de las llanuras norteamericanas y la
propagación del empleo de las armas de fuego y del vestido europeo entre
los pueblos primitivos, hasta la universal difusión de la técnica
industrial. Cabe observar que tales cambios externos conducen, a menudo,
no hacia el progreso, sino hacia la decadencia social. El hecho de que
todo cambio constructivo debe proceder del interior es una ley cuya
realización se constata fácilmente.
E) El caso del pueblo que modifica su modo de vida a causa de la
adopción de nuevos conocimientos y creencias, o de ciertos cambios en su
interpretación de la vida y en su concepto de la realidad. Caso éste que
termina de subrayar que el proceso de la evolución cultural no es
rígidamente determinativo sino que depende del progreso intelectual y de
la práctica libre de la moral. Algunos historiadores y sociólogos, de
procedencia materialista, hablan como si los productos más preciados de
una cultura fueran los frutos de un organismo social que afianza sus
raíces bajo circunstancias geográficas y etnológicas particulares, como si
las grandes obras del pensamiento y del arte no fueran más que la simple
reproducción, de forma más alambicada, de los resultados de las pasadas
experiencias del organismo. Ciertamente, se debe admitir que toda
condición anterior influye en las posteriores manifestaciones de una
cultura y en el concepto que ésta tiene de la vida y que, por tanto, las
realizaciones culturales de- un pueblo resultan condicionadas, en mayor o
menor medida, por el pasado. Pero esto no se produce de forma mecánica. La
existencia de la razón aumenta el número de posibilidades hacia la
realización del propósito originante. Un impulso ya experimentado que
actúa en un medio ambiente inédito, diferente de aquel al que se había
manifestado en un principio puede ser no una reliquia decadente, sino una
piedra angular para la adquisición de fuerzas nuevas y para la formación
de una comprensión renovada de la realidad. En consecuencia, se produce
una expansión continua en el campo de la experiencia y, en virtud de la
razón, lo nuevo no reemplaza simplemente a lo antiguo, sino que se compara
y combina con él. La historia de la humanidad -o más bien, precisa Dawson,
de la humanidad civilizada- muestra un proceso continuo de integración
que, aunque a veces parezca avanzar irregularmente, nunca cesa en su
movimiento.
En ese proceso -señala el historiador inglés- tiene especial relieve
un factor: el religioso. La religión implica, con especial hondura, una
actitud ante la vida y una visión de la realidad; cualquier modificación
que a ese nivel se produzca trae consigo un cambio en eJ carácter general
de la cultura, como puede comprobarse en el caso de la transformación por
el islamismo de la sociedad pagana arábiga, o en la transformación
introducida por el cristianismo en el mundo greco-romano. Desde esta
perspectiva puede decirse que el profeta y el reformador religioso -en los
que aparece de forma explícita y honda una profundización religiosa- son
quizá los agentes más importantes de la evolución social, y eso aun cuando
ellos mismos sean el vehículo de una tradición antigua, en cuyo núcleo
penetran con particular fuerza.
En resumidas cuentas las grandes fases de la cultura humana están
ligadas a los cambios en la visión que el hombre tiene de la realidad. De
otra parte, y teniendo presente que toda empresa civilizadora implica en
algún grado un dominio del medio circundante, puede decirse a modo de
resumen que los grandes saltos que jalonan la historia humana se dan
cuando la conciencia que el hombre tiene de su ser, de la realidad de
Dios, de la relación con Él, etc., se completan con el descubrimiento de
las leyes de la naturaleza, o más bien con la posibilidad de una
colaboración fructífera entre el hombre y las fuerzas de la naturaleza. Un
fenómeno de ese tipo está presente en todo movimiento cultural, aun en los
más primitivos y, de modo especial, en las culturas superiores.
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CARLOS R. EGUíA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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