Padre y Doctor de la Iglesia. N. ca. el 314 en Jerusalén o en sus
alrededores y m. el 18 mar. 387. Su fiesta se celebra el 18 de marzo. Se
le conoce por sus Catequesis.
Datos biográficos. De vasta formación intelectual, como lo
demuestran sus conocimientos de astronomía, geografía y anatomía humana
(Catequesis, VI,3; XVI,22; IV,22 y IX,15), fue ordenado sacerdote ca. el
343 por su obispo MáXImo. A petición de éste, C. pronuncia sus catequesis
durante la Cuaresma y Semana pascual del 348; entre este mismo año y el
351 se puede fijar la fecha de su consagración como obispo de Jerusalén.
Son conocidas las circunstancias de su promoción al episcopado. Recibe su
consagración de manos del arriano Acacio, obispo de Cesarea. Alguien ha
querido ver en este hecho una actitud arrianizante de C. (cfr. Sócrates,
Hist. Eccl. 11,38; PG 67,324; Sozomenos, Hist. Eccl. IV,20; PG 67,1173).
De opinión contraria es Teodoreto de Ciro (v.) que tiene a C. como
defensor valiente de la fe apostólica y como hombre digno de la gracia del
episcopado (cfr. Teodoreto, Hist. Eccl. 11,22 y V,9; PG 82,1064 y 1217).
Poco tiempo debía de reinar la paz en la sede de Je. rusalén; en C.
coincidía: a) el haber sido consagrado por Acacio; b) precisamente para la
sede de Jerusalén y, por tanto: «Ut qui est in Aelia episcopus, honoretur:
habeat honoris consequentiam, metropoli propria dignitate servata» (canon
VII del conc. de Nicea: Mansi 2,671); y c) su. calidad de católico
convencido que si bien enseñaba en sus Catequesis la unidad de naturaleza
del Padre y el Hijo nunca nombró las palabras Arrio (v.), arrianismo y
homousios. En seguida comenzó el conflicto entre Acacio y C. Acusado de
haber vendido ornamentos legados por Constantino a su Iglesia, se
aprovecha Acacio para deponer a C. Pero éste no comparece ante su
metropolitano sino que, apoyado por Constancio, apela a un tribunal
superior. Por contumacia es depuesto en un sínodo de Jerusalén (a. 357) y
tiene que retirarse a Tarso. Es rehabilitado en el conc. de Seleucia (a.
359) y desterrado por Acacio al año siguiente. Gracias al emperador
Juliano y después de dos años de destierro, C. puede regresar a Jerusalén
y emprender de nuevo sus tareas. El a. 367 el emperador Valente lo
destierra por tercera vez; su destierro dura ahora 11 años. El a. 379,
reinando Teodosio, vuelve de nuevo a su sede de Jerusalén y el 381
participa en el conc. de Constantinopla.
Obras. El escrito principal de la pluma de C. son sus Catequesis (PG
33,331-1180) que, por razón del auditorio a que iban dirigidas, se dividen
en dos grupos: 1) la Pro-catequesis y 18 Catequesis destinadas a los
catecúmenos que debían recibir el bautismo en las próximas fiestas de
Pascua; 2) las cinco Catequesis mistagógicas dirigidas a los neófitos. Las
primeras las pronunció durante la Cuaresma y las otras en la semana de
Pascua. No existe sentencia unánime en cuanto al año en que fueron
pronunciadas; S. jerónimo las sitúa como pronunciadas por C. en su
adolescencia (cfr.: De viris illustribus, 112; PL 23,705-707); otros dicen
que hacia el 347, cuando C. sólo era sacerdote; también se ha señalado el
350, en el comienzo de su episcopado. Hay que notar las serias razones que
los críticos aducen hoy contra la autenticidad de las Catequesis
mistagógicas; las objeciones que presentan provienen de la tradición
manuscrita, de la tradición literaria o pertenecen al campo litúrgico. J.
Quasten encuentra la misma dificultad tanto en admitir como en negar la
autenticidad de tales Catequesis (cfr. Initiation aux Péres de l'Eglise,
111, París 1962, 515).
Obras de C. son también: la homilía In paralyticum juxta piscinan
jacentem (PG 33,1131-1154), cuatro fragmentos de homilías (PG
33,1181-1182) y la Carta al emperador Constancio (PG 33,1165-1176). La
homilía sobre la Purificación de la Santísima Virgen es espúrea.
Doctrina. Es difícil querer compendiar la doctrina de C. en torno a
unas líneas características puesto que, catequista como era, su enseñanza
abarca los principios todos de la fe.
Cristología. Resulta arbitrario tildar a C. de arrianismo. Para él,
Cristo es verdadero Dios en el mismo sentido que el Padre y uno con Él.
Este Hijo único de Dios ha bajado del Cielo a la tierra por nuestros
pecados y ha tomado una humanidad con los mismos sentimientos que la
nuestra. Ha nacido de la Virgen santa y del Espíritu Santo; se hizo hombre
no aparentemente, sino realmente. En efecto, si la encarnación hubiera
sido sólo aparente de igual manera habría sido nuestra salvación. Cristo
era doble: hombre visiblemente y Dios invisiblemente; como hombre, comió
como comemos nosotros, pero como Dios alimentó a 5.000 hombres con cinco
panes; como hombre murió, pero como Dios resucitó a un hombre muerto desde
hacía cuatro días.
Eclesiología. La doctrina sobre la Iglesia se encuentra por doquier
en las Catequesis. La Iglesia es Madre y Maestra de la verdad. Es un
misterio en el que se hallan inmersos, y es el medio ambiente vital ya que
el Espíritu, fuente de toda santidad, solamente obra en ella. En la
doctrina de C., Cristo, Iglesia y Espíritu Santo están íntimamente unidos.
Cristo funda la Iglesia y el Espíritu Santo es quien la santifica. Cristo
trae a la humanidad un misterio de salvación que continúa el Espíritu
Santo en la Iglesia.
Espíritu Santo. De la única divinidad del Padre participan el Hijo y
el Espíritu Santo y a cada uno corresponde una personalidad distinta. En
las dos Catequesis que C. dedica al Espíritu Santo, ofrece a los
catecúmenos una noción viva y personal de la gracia; identifica el pecado
con el demonio y la gracia con el Espírtu Santo; el Espíritu es el
santificador de todo lo que hizo el Padre por medio del Hijo. C. se sirve
de la imagen del agua para explicar la vitalidad variada del Espíritu en
cada uno de los miembros de la Iglesia; y, así, explica a sus catecúmenos
la acción del Espíritu a través de la historia bíblica.
Bautismo. C. llama al Bautismo «sello santo e indeleble». Sus
efectos son el perdón de todos los pecados y la adopción de hijos de Dios.
Nadie puede salvarse si no es por el Bautismo o por el martirio. Pone
constantemente el Bautismo en relación con el misterio de la muerte y
resurrección de Cristo; pl es quien murió y resucitó; nosotros, en cambio,
no hemos muerto y resucitado realmente, sino sólo en figura, aunque
nuestra salvación fue en realidad. Como el Bautismo de Cristo, el nuestro
es una fuerza para combatir los poderes del enemigo.
Confirmación. Es, sobre todo, el sacramento del Espíritu Santo. Éste
sella las almas de quienes lo reciben y los introduce en el ejército del
gran Rey. Mediante la crismación nos hace copartícipes de la victoria de
Cristo sobre Satán. C. atribuye al Espíritu Santo la fuerza de predicar el
Evangelio y de iluminar a los demás.
Eucaristía. La Comunión es la continuación de la participación
progresiva en los misterios de Cristo. Todo el que comulga llega a ser
concorpóreo y consanguíneo de Cristo; es cristóforo y partícipe de la
divina naturaleza. La presencia real de Cristo en la Eucaristía ha sido
posible merced a un cambio sustancial de los elementos. Y la epíclesis o
invocación del Espíritu Santo sobre la ofrenda pidiendo su conversión en
el Cuerpo y Sangre de Cristo es la causa eficiente de la Eucaristía.
También hace referencia al aspecto sacrificial de la Eucaristía.
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S. Cyrille de Jérusalem dans les luttes provoquées par l'arianisme, «Rév.
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Cyrille de Jérusalem, Catéchéte, París 1959; L. CROSS, St. Cyril of
Jerusalem's Lectures on the Christian Sacraments. The Procatechesis and
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VONA, Ciriilo di Gesuralemme, en Bibl. Sanct. 3,1318-1320; A. A.
STEPHENSON, St. Cyril ol Jerusalem and the Alexandrian Heritage, «Theological
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Theologicae Lovanienses» 40 (1964) 48-71; W. TELFFR, Cyril o( Jerusalem
and Nemesius o/ Emesa, Westminster 1956; H. A. WOLFSON, Philosophical
linplications of the Theology of Cyril of J., «Dumbarton Oaks Papers» 11
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J. IBÁÑEZ IBÁÑEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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