Origen. El nombre proviene de cátedra. Se llamó c. la iglesia donde estaba
la cátedra del obispo, cátedra que fue objeto de gran veneración en los
primeros siglos. Tertuliano (s. ii) aconsejaba a los cristianos visitar
las iglesias apostólicas en las cuales todavía presidían las cátedras de
los Apóstoles; S. Agustín (S. V) ponderaba la suerte de las comunidades
cristianas que «merecieron poseer las sedes de los Apóstoles y recibir sus
epístolas». Esta veneración llevó a dedicar fiestas especiales para honrar
la cátedra de S. Pedro en Roma y en Antioquía; veneración que pasó a las
cátedras de los obispos (v.), sucesores de los Apóstoles. De ahí la
importancia que adquirió en seguida la iglesia donde estaba la cátedra del
obispo. En el sínodo de Aquisgrán (803) se llamaba a los obispos
residenciales cathedrales episcopi; y así empezaron a llamarse también sus
respectivas iglesias. Parece que la primera que se cita con el nombre de
c. es la de S. Marcos de Venecia (v. VENECIA Ii), en el s. ix. A la c. se
la llamaba también ecclesia mater, matrix o maior.
Jurídicamente, las c. son de diverso orden según la dignidad de sus
prelados. Hay c. patriarcales, primaciales, metropolitanas o simples,
según que el prelado sea patriarca, primado, arzobispo u obispo. Siguen
las iglesias de los abades y prelados nullius, que tienen rango de
iglesias c., puesto que su prelado se asimila a los obispos residenciales,
y se llaman por eso cuasi-catedrales. En orden inferior están las iglesias
de los vicarios y prefectos apostólicos, y luego las iglesias abaciales,
regidas por un abad secular o regular, y en fin, las iglesias colegiales o
capitulares (v. JERARQUÍA ECLESIÁSTICA II).
Importancia funcional y simbólica. La c. debe ser consagrada
solemnemente, y su aniversario debe celebrarse en todas las iglesias de la
diócesis, que muestran así su dependencia y su cohesión con ella. «El
obispo debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey» y «todos
deben tener en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al
obispo, sobre todo en la iglesia catedral» (Vaticano II, const.
Sacrosanctum Concilium, 41); porque en esas celebraciones, con la
participación plenaria de todo el pueblo en torno a su obispo, es donde
aparece la Iglesia realizándose como «sacramento de unidad». La c. es, por
tanto, la mejor concreción material y expresión plástica de la diócesis
(v.), de la «plebs sancta sub episcopis adunata el ordinata». La c., dice
Paulo VI, es la «imagen de la Iglesia visible que en el mundo entero ora,
canta y adora; y se la ha de tener como signo de aquel Cuerpo Místico
cuyos miembros se unen en trabazón de caridad» (Iubilaeum MaXImum, 26 mayo
1965). Sentado en su cátedra, el obispo preside al pueblo de Dios,
ejerciendo desde ella su oficio de supervisor (episcopos) o vigía. Función
especial del obispo en su c. es la de predicar. Aunque en todos los
cabildos hay un canónigo lectoral encargado de explicar las S. E. y un
magistral encargado de la predicación, la principal responsabilidad recae
sobre el obispo.
Liturgia catedralieia. En la c. se celebran actos litúrgicos que son
característicos y exclusivos de ella: El canto de las horas (v. OFICIO
DIVINO) que realizan los canónigos obligatoriamente todos los días,
juntamente con la misa conventual. La Misa Pontifical, que es la forma más
solemne de la celebración eucarística; «la forma ideal del sacrificio, en
que se reunían con el obispo toda la comunidad cristiana residente en el
mismo lugar, se mantuvo viva en la tradición de la Iglesia occidental
durante muchos siglos, y en Oriente sigue en vigor hasta hoy» (Jungmann);
de esa veneranda costumbre (que al principio debió ser verdadera
concelebración, v.) proviene la Misa Pontifical que el obispo celebra en
algunas grandes solemnidades, con su mitra y sus ornamentos, en un altar
donde arden siete candeleros, y rodeado de la parte más selecta de su
clero. La Misa Crismal del jueves Santo (v. SEMANA SANTA) es otra
celebración característica y solemne; en ella el obispo, rodeado de todo
el cabildo y otros 12 sacerdotes con siete diáconos y subdiáconos, en
representación del clero de la diócesis, consagra el óleo de los enfermos,
el santo crisma y el óleo de los catecúmenos (v. óLEOS, SANTOS). Ese
aceite consagrado será llevado luego en pequeñas ánforas a las parroquias,
y de éstas a otras iglesias de la diócesis, expresándose así la unión
efectiva de todas con la Iglesia Madre. En la c. se administra también con
poderes extraordinarios el sacramento de la Penitencia, ya que en ella
tiene su sede el penitenciario con facultad para absolver de los pecados
reservados al obispo. En la c. es donde se halla el marco propio para el
sacramento de la Confirmación (v.), aunque lo normal sea ahora que el
obispo la administre en su visita pastoral a las parroquias. Ordena el CIC
que, a ser posible, se haga en la c. la ordenación de los nuevos
sacerdotes, ceremonia grandiosa y trascendente que termina con la
concelebración eucarística junto con el obispo. Funciones propias también
del obispo en la c. son la bendición de las candelas en la fiesta de la
Purificación, la de la Ceniza y la de los Ramos.
Importancia jurídica e histórica. El carácter excepcional de Iglesia
Madre que tiene la c. se revela también en otros aspectos. Jurídicamente,
la c. goza privilegios y lleva cargas que han quedado fijados por el CIC:
quiénes tienen la obligación de restaurarlas (can. 1.186), obligación de
proporcionar los utensilios sagrados al obispo (canon 1.303), sucesión de
los bienes del obispo difunto (can. 1.299), procesos relativos a los
derechos y bienes de la c. (can. 1.576, 1.653), exención en caso de
entredicho (can. 2.271), etc. El permiso de guardar la Eucaristía fuera
del altar mayor (can. 1.268) ha dejado de ser un privilegio, ya que las
recientes normas litúrgicas recomiendan esta práctica en cualquier iglesia
(v. SAGRARIO).
Arquitectónicamente, la grandiosidad que la c. adquirió a partir del
s. XII hizo que, más que domus ecclesiae -concepto fundamental y
originario del templo cristiano (V. TEMPLO III)-, fuera considerada como
domus Dei, y esta expresión está en el origen de los términos con que se
designa a la c. en algunas lenguas: Dom, Duomo. Respecto a la c. desde el
punto de vista artístico y arquitectónico, V. TEMPLO IV y V.
V. t.: BASíLICA; DIóCESIS I; OBispo II y III; TEMPLO.
BIBL.: A. D. SERTILLANGES, La
Cathédrale: Sa mission spirituelle, son esthétique, son décor, sa vie,
París 1922; M. RiGHETTI, Historia de la Liturgia, 1, Madrid 1955, 382 ss.;
L. DE ECHEVARRÍA, Visita a la Catedral, Madrid 1962; C. VAGAGGINI, El
obispo y la liturgia, «Concilium» 2 (1965) 7-24; J. PASCHER, El obispo y
el presbiterio, ib. 25-31; J. PLAZAOLA, El arte sacro actual, Madrid 1966.
J. PLAZ.AOLA ARTOLA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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