Hija de una de las familias más nobles y distinguidas de Génova, la de los
Fieschi (su padre, Santiago Fieschi, fue virrey de Nápoles), n. en dicha
ciudad en 1447. La vida de esta santa la analiza y sintetiza con
objetividad de historiador Pérez de Urbel en su Año Cristiano: «Una
tragedia doméstica, un conflicto psicológico y, como solución, un idilio
místico». Pero, en verdad, fue esto último solamente, un idilio místico,
al que siempre se llega por caminos de oscuridad y de terribles
padecimientos. La eficacia divina de la Providencia es, en estos
menesteres, invariable y segura como la verdad.
C. sintió la vocación mística desde los primeros años de su vida. De
niña era ya inclinada al retiro, a la oración y a las mortificaciones
corporales. A los 13 años pretendió ingresar en las monjas agustinas,
donde había profesado una hermana suya, pero no la admitieron por ser
demasiado joven. A pesar de estos prematuros deseos de total alejamiento
del mundo, tres años después consintió en desposarse, según los planes de
su madre y hermanos (su padre había muerto ya) por compromisos familiares.
Ya hemos dicho que pertenecía a una de las dos familias más nobles de
Génova, la de los Fieschi. La otra era la de los Adorni. Una y otra
continuaban entre ellas las luchas seculares e inmoderadas ambiciones, que
se remontaban ya a las desencadenadas entre güelfos y gibelinos (v.). Para
acabar de una vez con intrigas y resentimientos, alguien sugirió la unión
de las dos familias. Así se concertó el matrimonio de una Fieschi, C., con
un Adorni, Julián.
Es de suponer que C. no se casó a medias, aunque de niña fueran
otras sus inclinaciones. Pero ocurrió que su marido era de carácter
violento, muy amigo de fiestas y, sobre todo, dominado por el vicio del
juego. Y surgió el conflicto: a los cinco años de matrimonio, Julián
abandonó a su esposa. C. vivió algún tiempo después de esta separación
recluida en su casa y sola. Hay quien habla de crisis, de que incluso Dios
se le ocultó totalmente y de que hasta perdió el gusto por las prácticas
de piedad. Lo cierto es que, siguiendo el consejo de sus parientes, se dio
luego a la vida de sociedad, de lo cual se arrepintió pronto y muy
amargamente, como puede verse en el cap. VI de sus Diálogos. Allí dice,
entre otras cosas, hablando con su cuerpo y su amor propio: «Buscando bajo
vuestra dirección ciertos consuelos que yo creía necesarios, he caído en
la superficialidad».
Buscó, pues, en vano, las alegrías del mundo en la vida de sociedad.
Tenía otra sed. Nada del mundo podía tranquilizarla. Y así pasó otros
cinco años mortales, desorientada y triste. Entonces pidió a Dios una
enfermedad, unos meses de cama, que le dieran tiempo y serenidad para
poner orden en su espíritu. No vino la enfermedad. Pero vino Dios;
súbitamente, una luz extraordinaria, de auténtica contemplación infusa al
parecer, le dio el conocimiento sobrenatural de sí misma y de Dios, que es
el tormento purificador y la fuente de las inefables delicias de los
místicos. Dios le hizo sentir el atractivo de su gracia, y desde entonces
el fuego del amor divino fue abrasándolo todo en ella, hasta no quedar ni
afición a criatura alguna, ni señal de egoísmo (Diálogos. parte I, cap.
7). Ya en las cumbres de la contemplación solía decir: «Ojalá que pudiese
explicar esta unión perdida por el hombre, que ha olvidado el sentido de
todos los nombres de amor, de aniquilación, de transformación, de dulzura,
de suavidad, de amabilidad. He visto lo que los ojos no pueden ver. He
oído lo que los oídos no pueden oír» (o. c., parte III, cap. 11).
Con las dulzuras y tormentos de la vida mística, unió C. una
extraordinaria actividad en favor de los pobres y enfermos, famosa en la
historia. Fue en Génova la madre de los necesitados de toda condición.
Alternó también un apostolado intenso en las almas, atraídas por su
santidad y por las luces extraordinarias que no podía ocultar. Así
consiguió que su marido dejara su desordenada vida, se hiciera terciario
franciscano como ella y muriera en sus brazos con señales evidentes de
sincero arrepentimiento.
C. tiene dos opúsculos: Diálogos entre el alma y el cuerpo, al que
hemos hecho referencia en varias citas, y Tratado del Purgatorio. El
primero contiene algo así como una autobiografía de la santa y unas normas
ascéticas para lograr la unión del alma con Dios. El Tratado del
Purgatorio es una verdadera joya doctrinal, que esclarece original y
profundamente este dogma católico. La doctrina de la santa sobre el
Purgatorio no tiene, naturalmente, ni valor de dogma ni de revelación;
pero ha tenido siempre en la tradición cristiana un valor muy grande (Ch.
Moeller, Literatura del siglo XX y Cristianismo, I, p. 456. Señala allí
también el autor que este tratado influyó decisivamente en el principio de
la conversión de Julien Green). S. Roberto Belarmino (v.), en su Tratado
del Purgatorio, lib. II, cap. VII, cita esta frase de S. Tomás (en 4
Sent., cuest. I, art. I): «En lo referente a la doctrina del purgatorio no
determinado por la Iglesia hay que atenerse a lo que es más conforme con
lo dicho y revelado por los santos». Y consta que este doctor de la
Iglesia (S. Roberto), lo mismo que S. Francisco de Sales, tenía en gran
estima las revelaciones de C. (Vida de S. Catalina de Génova, 194 ss.).
Según C., la purificación del purgatorio es de la misma naturaleza que las
purificaciones de los místicos aquí, cuando pasan por las noches de los
sentidos y del espíritu. No es mecánica. Y es, además, deseada por las
almas que, aunque sufren una especie de infierno, están penetradas de
alegría misteriosa, que aumenta a medida que progresa la purificación.
C., después de larga y dolorosa enfermedad, m. en Génova, el 14 sept.
1510. Su cuerpo, guardado en urna de plata, está en la iglesia del
hospital de Pammatone, en Génova, en el que ella practicó por largos años
su heroica caridad. En 1676, la Sagrada Congregación de Ritos ordenó la
revisión de sus escritos, que fueron aprobados por Inocencio XI el 14 de
junio de ese año. Fue canonizada por Clemente XII el 30 abr. 1737.
V. t.: PURIFICACIÓN III.
BIBL.: UN PRESBÍTERO DE REUS,
Vida de Santa Catalina de Génova, sacada de los autos de su canonización,
Barcelona 1852; V. DA FINALMARINA, S. Caterina da Génova, Trattato del
Purgatorio, ed. crítica, Génova 1929; G. DE CóRDOBA, Del Solar
franciscano, Madrid 1957; G. D. GORDINI y A. CARDINAL[, Caterina da Genova,
en Bibl. Sanct. 3,984-990.
ÁNGEL DE NOVELÉ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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