Vida. Teólogo y uno de los fundadores del monaquismo occidental. N. hacia
el a. 365, C. fue «natione Scytha» (Genadio, De viris illustribus, cap.
62), lo que probablemente correspondería a la Escitia menor, la actual
Dobrucha (Dobrogea) en Rumania, una región bilingüe, en donde el griego y
el latín estaban igualmente en uso. Siendo joven aún, ca. 382 ó 383, llegó
a Belén y comenzó la vida monástica. Decidió visitar Egipto juntamente con
su amigo Germán. Subieron hasta la parte más próxima de Sceté, en donde
moraba la «congregación» del sacerdote Pafnucio. Allí aprendió C. «las
cimas de la vida monástica» (Collationes, 3,1). Visitó también las Celdas
y debió pasar por Nitria. Su permanencia en Sceté duró hasta que se
produjo la crisis origenista (v. ORíGENES Y ORIGENIsmo). Hacia el a. 400
C. y Germán se retiraron a Constantinopla, en donde Juan Crisóstomo ordenó
a C. diácono y a Germán sacerdote. En el a. 405 llegaron a Roma con una
carta de apelación en favor de Crisóstomo. La permanencia en Roma se
prolongó diez años. C. entabló amistad con el futuro papa S. León y
probablemente fue ordenado sacerdote. Poco después del a. 415 llegó a
Marsella, donde fundó dos monasterios. Tenía gran ascendiente en los
círculos eclesiásticos y desempeñó una función de primer orden en las
disputas sobre la gracia sobrenatural. S. Próspero le atacó en su Contra
Collatorem; sin embargo, C. se calló. La fecha de su muerte, fijada por
Petschenig en el a. 435, no debe apartarse mucho de la verdad.
Obras. Cuando C. llegó a Marsella, se le rogó «que narrara las
costumbres que había visto observar en los monasterios de Egipto y de
Palestina» (Institutiones, prefacio). La primera obra, Instituta
coenobiorum (Institutiones, De institutis coenobiorum) es un tratado del
hábito de los monjes, de la regla de la oración, del renunciamiento y de
la lucha contra los vicios principales (glotonería, impureza, avaricia,
cólera, tristeza, acidia, ansiedad, vanagloria, soberbia). Las Collationes
se compone de 24 conferencias, distribuidas en tres partes (10, 7, 7). El
autor pone en escena a 15 célebres personajes para dar una visión de
conjunto «de las enseñanzas y preceptos de los antiguos» (ib., 24, 1). Son
un verdadero tratado de perfección. De Incarnatione Domini contra
Nestorium está escrita a petición del archidiácono León, el futuro papa
romano. En el prefacio, publicado en el a. 430, C. presenta «los libros de
las conferencias espirituales» como «acabadas desde hace tiempo». Las
Institutiones, que forman cuerpo con ellas, no han podido precederlas en
mucho tiempo. En el umbral de la gran decadencia, la lengua latina de C.
es de buena tinta y su estilo es digno de consideración. Sin embargo,
debió adaptar el latín a las nuevas ideas para reproducir las
conversaciones de los grandes ancianos de Egipto.
Doctrina. Para C., como para sus maestros alejandrinos, el problema
de la perfección (v.) es el de la asimilación a la perfección divina. «Nihil
bonum nisi deitas sola» (Collationes, 23,3). Dios es completamente simple.
Toda obra, aunque sea laudable, dispersa el espíritu. La contemplación
(v.) simplifica el espíritu. Su grado supremo, «la oración pura», «la
oración de fuego», «la oración silenciosa», es «un estado más sublime, más
elevado, unión de la contemplación de solo Dios y de una ardiente caridad»
(ib., 9,18), el estado del alma despojada de los vicios, pero también de
toda imaginación, de toda forma, de todo elemento discursivo (ib., 10,5).
El órgano de este conocimiento espiritual es el principale cordis (el noús
éjemonikón de Orígenes) iluminado por la conciencia que es «exploratrix
internorum motuum» (ib., 19,11).
La ciencia espiritual ha resultado difícil por la mutabilidad de
nuestro espíritu, efecto del pecado original (ib., 23,13) y por las
tentaciones del demonio (ib., 9,6). El remedio se encuentra en la lectura
meditada de la S. E. que alimenta la memoria y por medio de ella purifica
el corazón. C. tiene también en gran estima la enseñanza de los
«antiguos», la tradición y condena a esos religiosos que quieren ser
superiores antes de haber sido discípulos (Institutiones, 2,3). La
Escritura, sin embargo, es múltiple; es necesario escoger alguna fórmula
muy simple, repetirla lo más frecuentemente posible y guardarla como un
tesoro. Para C. esta fórmula es el «Deus in adiutorium meum intende» (Ps
69,2), que es un arma contra los demonios y conduce a la «oración
perpetua», a las gracias más sublimes (Collationes, 10,8-10).
La theoria, en cuanto «ciencia espiritual», debe ser precedida de la
praxis; la scientia actualis conduce y dispone a la scientia theoretica (ib.,
14,4). La «ciencia práctica» comprende dos grados: el conocimiento de los
vicios (v.) y de sus remedios y el conocimiento de las virtudes (v.). C.
está conforme con la tradición cuando identifica prácticamente la acción
diabólica con la de los vicios. La táctica propia contra cada vicio se
encuentra analizada minuciosamente en los ocho últimos libros de las
Institutiones. El combate espiritual ha venido a ser para el hombre
después del pecado original una necesidad en función de la cual se
organiza toda la disciplina monástica (v. MoNAQUISMo). El libre arbitrio
es la facultad de escoger entre los pensamientos que se le ofrecen (Collationes,
1,19).
C. llama a los monjes «renunciantes» (Institutiones, 4,1). El primer
grado es renunciar a los bienes exteriores, el segundo nos aparta de
nuestros vicios. Tal es lo propio del cenobita: él «crucifica sus gustos»
(Collationes, 19,8). El tercer grado es el ideal del anacoreta (v.
ANACORETISMO): «apartar nuestro espíritu del universo visible para
contemplar sólo las cosas futuras» (ib., 3,6).
Así como el vicio se define por su relación al diablo, la virtud es
el lazo que une a Dios, «aquello por lo que hacemos de nuestro corazón un
súbdito de Cristo» (ib., 1,13). C. sólo tenía que invocar a S. Pablo para
recordar que la caridad es la «fuente de las virtudes» (ib., 3,8) y que
sobre ella se mide la perfección, la «madurez» de las almas. El amor de
Dios es ante todo «contemplación» y sólo se dispersa en las «obras» en
razón de la «iniquidad» de los hombres para socorrerlos (ib., 1,10).
C., al tratar del tema de la gracia (v.), recoge terminología
griega, y piensa que no hace más que repetir la enseñanza tradicional
cuando sostiene que la iniciativa del acto virtuoso puede pertenecer al
hombre y que éste puede de esa forma atraer la gracia sobrenatural con un
comienzo de buena voluntad (ib., 13,11). En realidad no comprendió las
razones teológicas de fondo que movían a S. Agustín. Representa C. una
preocupación pastoral, acertada en su finalidad, pero que, al faltarle
rigor metafísico, desemboca en expresiones desacertadas.
Un siglo después de la muerte de C., el conc. de Orange condena la
doctrina sobre la gracia por él defendida, poniendo de relieve que todos
los bienes que hay en nosotros -y entre ellos el fundamental del buen uso
de la libertad- lo recibimos de Dios. La condena no acarrea un
desprestigio para otros aspectos de su obra. S. Cesáreo de Arlés (v.), el
animador del concilio, se inspira en las Institutiones; la regla de S.
Benito (cap. 42 y 73) recomienda la lectura de las Collationes y de las
Institutiones. Tampoco el decreto de Gelasio (PL 49,163), que coloca las
obras de C. entre los apócrifos, suprime su influencia en la teología
espiritual. De hecho, son, junto con la Vida de S. Antonio de Atanasio
(v.), los documentos más instructivos sobre el primitivo monaquismo. C. es
venerado como santo en la iglesia griega (su fiesta se celebra el 28 ó el
29 de febrero) y en Occidente en la diócesis de Marsella el 23 de julio.
V. t.: MONAQUISMO; PELAGIO Y PELAGIANISMO; SEMIPELAGIANISMO.
BIBL.: Ediciones: De institutis
coenobiorum: en PL 49; M. PETSCHENIG, en CSEL XVII; J. C. GUY, en Sources
Chrétiennes 109, París 1965. Collationes: en PL 49; M. PETSCHENIG, en CSEL
XIII; E. PICHERY, en Sources Chrétiennes 42, 54, 64, París 1955-59. De
Incarnatione Domini: en PL 50; M. PETSCHENIG, en CSEL XVII. Trad.
españolas L. M, y P. M. SANSEGUNDO, en «Colección Neblí», Instituciones,
Madrid 1957; Colaciones, t. I y II, Madrid 1958 y 1962.
TOMÁS SPIDLIK.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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