Comprende los estudios relativos a lo que hay de específico en las
diferentes variedades de individuos y a lo originalmente personal de los
mismos; es, pues, el conocimiento y clasificación de los caracteres, tema
implicado con el de los temperamentos, por lo que existen diversas
clasificaciones según que los autores asimilen más o menos el carácter
(v.) al temperamento (v.) o viceversa.
Ya en la antigua Grecia, Demócrito (v.) quiso enunciar un principio
de c. diciendo en forma rígida que «el carácter de un hombre hace su
destino». Hipócrates (v.) y más tarde Galeno (v.), mediante la teoría de
las cuatro constituciones humorales, plantearon una c. que ha seguido
influyendo de algún modo hasta la medicina del s. XII. Cuatro humores del
organismo: sangre, bilis, atrabilis y pituita, se relacionarían con los
cuatro elementos naturales: fuego, tierra, aire y agua, y determinarían,
según su predominio en el cuerpo, los tan conocidos cuatro caracteres
humanos: el sanguíneo, el colérico, el melancólico y el flemático.
Por otra parte, la escuela francesa, desde Montaigne, se interesó
ampliamente por el estudio. de los caracteres, multiplicándose a partir de
1890 las clasificaciones. Muchos nombres se pueden citar entre los que han
aportado clasificaciones caracterológicas. Entre ellos, los tipologistas o
caracterólogos adheridos preferentemente a la sistematización. En el
centro de estos trabajos merece citarse la clasificación de Groninga,
llamada así porque fue obra de dos profesores de esa Universidad: un
psicólogo, Heymans y un psiquiatra, Wiersma. Y la clasificación de Klages,
en una descripción de la estructura del carácter que comporta tres
elementos: la reactividad, la afectividad y el querer. Más tarde Bleuler
(v.), con la noción de sintonía, considerada como una aptitud para ponerse
al unísono con la vecindad en que uno vive. Y Kretschmer (v.), que
construye una clasificación interesante por su valor histórico y su
concepción humoral: ciclotímicos y esquizotímicos. Posteriormente Eugenio
Minkowski (el psiquiatra y psicólogo francés defensor de las corrientes
antropológicas en la clínica de nuestro tiempo), explica y sistematiza los
caracteres por «la insuficiencia del contacto vital».
Entre las clasificaciones fundadas en la llamada Psicología profunda
(v.) ha alcanzado cierta difusión la de Jung (v.). Los tipos descritos por
el fundador de la Psicología analítica (v.) o de los complejos hacen
referencia a dos disposiciones fundamentales,. la extroversión y la
introversión, de las que dice deben su existencia a una causa
inconsciente, instintiva, algo con raíz biológica precedente. Distingue
Jung dos disposiciones generales de la conciencia, las ya citadas de
extroversión e introversión, y cuatro funciones psicológicas
fundamentales: el pensar, el sentir, el percibir y el intuir. Según
predomine una de estas funciones surgirá el tipo refleXIVo, sentimental,
perceptivo o intuitivo, dentro de cada una de las disposiciones
extravertida e intravertida; es decir, en total se originarán ocho tipos
psicológicos. (V. INTROVERSIÓN Y EXTRAVERSIÓN).
Clasificación fenomenológica. La c. actual se ha desarrollado, sobre
todo, partiendo de los estudios de los psicopedagogos y los fenomenólogos
clínicos. La influencia de estos últimos ha trascendido del ámbito
psicopatológico al sociológico y cultural (v. FENOMENOLOGIA). Por su
importancia en este sentido merece destacarse la c. de Spranger. Teniendo
en cuenta que el carácter corresponde a la capa intelectivo-volitiva de la
personalidad (v.) y siendo la inteligencia (v.) y la voluntad (v.) los
atributos de la vida del espíritu, este autor define el carácter como el
conjunto de actos o vivencias referidos a la cultura. La cultura se
concreta en la dirección de la ciencia, el arte, la economía, la religión,
etc.; en cada una de estas ramas se tiende hacia unos valores
determinados: intelectuales, estéticos, materialmente utilitarios, éticos
y religiosos. Habrá, por tanto, hombres que orienten sus acciones de
manera preferente hacia alguno de estos valores. Así describe Spranger el
hombre teorético, el hombre estético, el económico y el religioso. Pero no
sólo puede el hombre enfrentarse con la naturaleza, sino también con el
otro hombre y frente a su oponente puede adoptar dos posturas: de poder o
de simpatía, dando lugar a otros dos tipos caracterológicos: el hombre
político y el hombre social.
La clasificación de Spranger no puede aceptarse de modo rígido, como
es evidente, pues aunque cada uno puede efectivamente desarrollar más
alguna de las varias «direcciones» a que está llamado su espíritu, en
realidad tales direcciones no se excluyen mutuamente sino que se
superponen, se autocorrigen, etc.; y algunas, como la que llama religiosa,
o la social, etc., son más que una dirección, son algo que deben o pueden
abarcar toda la vida y cualquier tipo de carácter. Teniendo en cuenta los
límites de esa clasificación, indiquemos las líneas aproximadas de cada
uno de los seis tipos:
El hombre teorético. El mundo que rodea al hombre teorético es
considerado como objeto de conocimiento. Su actitud espiritual se orienta
preferentemente hacia ese afán cognoscitivo. Para él es secundario lo
bello y lo feo, lo útil o lo perjudicial, etc. Las realidades son
simplemente verdaderas o falsas. Una sola cosa le apasiona: el conocer
objetivo. El hombre orientado teoréticamente en exclusividad, se siente
inválido ante los problemas prácticos de la vida. Dentro de la esfera
social, se encuentra como un individualista de silueta inconfundible. La
simpatía hacia los demás, la participación de íntima convivencia es algo
que se contradice con su actitud mental, objetivamente fría. Desde el
punto de vista religioso puede tender a ser dogmático con gran aversión al
misticismo, a lo meramente sentimental, no aprensible en categorías
intelectuales escritas. En sus relaciones humanas, pone la veracidad sobre
todas las cosas: su ética es especialmente la verdad.
El hombre económico. Su mundo está constituido por bienes materiales
de utilidad o no utilidad. Vive enlazado a la Naturaleza, pues de ella
depende el mantenimiento de su vida; de materias y energías aptas para
satisfacer unas necesidades cada vez en aumento. Lo secundario se
convierte en primordial, y lo primordial en urgente. Su situación vital no
se satisface nunca. Para conseguir los bienes que ansía, necesita de una
actividad racional: el trabajo, que sólo será económico cuando en su
resultado último la ganancia de energía supere a la pérdida. El hombre
económico se presenta además en dos formas distintas: como productor y
como consumidor. Si las necesidades son muy modestas o vive en un medio
fácil donde lo suficiente está al alcance de la mano, la actitud económica
se limitará casi por completo al consumo. Más acusado parece el proceso
económico en los que, en algún aspecto, producen para poder, de otro modo,
consumir también. En ellos se manifiesta claramente el balance entre
utilidad y gastos.
Frente a los otros valores, sólo busca conocimientos utilitarios. De
esta suerte, tales actitudes han contribuido considerablemente al
nacimiento y desarrollo de las teorías filosóficas del pragmatismo (v.),
para el cual verdadero o falso equivale a útil o nocivo. Por motivos
económicos se mutila el paisaje, se destruyen obras de arte. Si se
considera lo estético desde el punto de vista económico, es generalmente
bajo el concepto de lujo. Considerado en la esfera social, tiende a ser
egoísta. Lo mismo como dilapidador (consumidor antieconómico) que como
avaro (ahorrador antieconómico). Le interesa el prójimo sobre todo desde
el punto de vista de la utilidad. Y bajo el aspecto religioso, propende a
considerar a Dios como el señor de todas las riquezas y donante de todos
los bienes.
El hombre estético. Para él toda conducta es una pura contemplación
psíquica, es un vagar del alma en lo abigarrado de los objetos dados o
soñados. Pueden distinguirse en este aspecto tres modalidades: individuos
que se entregan a las «impresiones» exteriores de la vida con gozosa
intensidad, hambrientos de vivencias; son los impresionistas de la
existencia, van de impresión en impresión, y de todo sólo aspiran el
aroma. Otros, sin embargo, viven tan vigorosamente su intimidad y el mundo
de sus sentimientos, que salen al encuentro de toda impresión y le prestan
su matiz subjetivo: son los expresionistas. Sólo cuando ambos motivos,
impresión y propio mundo interno, coexisten, puede hablarse propiamente de
hombre estético.
Tales caracteres sienten aversión contra lo puramente conceptual,
pareciéndoles mezquino, sin plasticidad, ni color. Si ahondan en la
realidad es porque la aprehenden con todas las potencias del alma. Tienen
en este sentido, como un órgano más para la comprensión del mundo: una
especie de intuición o presentimiento. Con respecto a los valores
económicos, lo útil y lo estéticamente intuido están en rudo contraste.
En sus relaciones sociales, el vínculo es ligero y fugaz en la
mayoría de los casos; ni necesidades reales ni cuestiones profesionales
aparecen en primer término. Las gentes entran aquí en contacto por medio
de la expresión y de la impresión, produciéndose una momentánea efusión
psíquica. El encanto de esta sociabilidad reside en el libre y fácil
contacto de' individualidades que pueden encontrarse mutuamente
interesantes, pero sin que se establezca (en los casos puros) el menor
vínculo real de interés (v. SENTIMIENTO; AFECTIVIDAD). En la esfera
política concibe el Estado y las instituciones sociales, en el caso
favorable como unas formas y en el desfavorable como cepos o trampas, por
eso es o liberal o anarquista. En lo religioso, el estético puro tiende a
ser un panteísta. Dios es para él la suprema energía ordenadora e
informadora. Y, en su conducta, lo que lo determina es la propia
realización, la propia percepción, la complacencia en sí mismo.
El hombre social. Allí donde el impulso se entrega a los demás
aparece como apremio predominante, se origina una forma vital propia,
característica del hombre social, no vive inmediatamente por sí mismo,
sino por medio de los demás, y no conoce ni reconoce otro poder que el del
amor. En el amor consumado se alzan las compuertas de la
individualización. En él coinciden íntegramente el yo y el tú, el amor
propio y el enajenamiento, el renunciamiento y la libertad.. El yo amante
es como un ultrayo que se recobra y enriquece en el tú. En la ciencia hay
demasiado para el objeto y demasiado poco para el alma; y sobre todo,
quien sólo fríamente estudia al hombre, no percibe las posibilidades en
germen, que un cálido aliento podría hacer brotar. Sólo cuando al entender
se apareja un rasgo de simpatía, de elevación, entrega o de perdón, puede
decirse que nos encontramos en la forma social del carácter. Pero le es
muy difícil al amor ser también justo, pues en la justicia hay siempre
conocimiento y aplicación de leyes universales. De esta suerte se oculta
al prójimo, por amor, una verdad que le es insoportable. Desde una
perspectiva política el espíritu social va a parar irremisiblemente al
anarquismo más o menos idealista. En ninguna otra forma vital es el
tránsito a lo religioso tan inminente como en el hombre social. Si el amor
se extiende a todos los hombres en general, parece acercarse más a las
referencias significativas que caracterizan a la Religión.
El hombre político. Hace de la cualidad formal de ser poderoso, de
disfrutar de poder, como impulso primario, su virtud central. En las
relaciones del hombre político y la comunidad se aprecia un peculiar doble
aspecto: en sí mismo constituye un rudo contraste la voluntad de
predominio sobre los hombres, por una parte, y de otra, el deseo de
ayudarles en su propio interés. En el aspecto religioso el que tiene el
poder puede tender con frecuencia a considerarse un especial siervo o
elegido de Dios.
El hombre religioso. Cuando una vivencia aislada es referida al
sentido total de la vida, puede decirse que tiene un tono religioso. La
médula de la religiosidad consiste en la búsqueda del supremo valor de la
existencia espiritual. Así el hombre religioso es aquel que está orientado
permanentemente en la producción de supremos valores. Esta terminología
es, quizá, la más ambigua de Spranger; en realidad la religiosidad es la
orientación total y general de la vida hacia Dios y su voluntad, a lo que
está obligado todo tipo de hombre, con cualquier carácter (v. RELIGIóN).
Spranger distingue tres tipos de caracteres religiosos: a) místico
inmanente, para quien no hay aspecto de la vida que no tenga algo de
divino, abraza con amor a toda persona y tiene un tributo de simpatía para
todo lo vivo; b) místico trascendente, que encuentra sumo valor en la
negación extrema del mundo, toda ciencia carece de vida por no poder
alcanzar lo perfecto, la belleza es sólo velo sensible tras el que se
ocultan las tentaciones; c) un tipo intermedio entre los dos anteriores.
Distingue también entre los que tienen su propia religiosidad (tipo
«redentor» o «profeta») y los que la tienen aceptada de otros. Si se
compara todo esto con el cristianismo, ya se ve que éste supera y es más
que una conjunción de todo esto, y que esta tipología tiene un valor
bastante relativo.
Otras clasificaciones. Entre las clasificaciones caracterológicas de
los psicopedagogos deben citarse, en primer lugar, las de Le Senne y su
discípulo Le Gall, que, basados en los datos sistematizados en las tesis
de Groninga, ponen nuevamente de actualidad la clasificación aludida.
Para estos autores, el carácter resulta de la combinación de tres
componentes: la primariedad, la emotividad y la actividad. Y, puesto que
hay tres propiedades constitutivas, son posibles ocho combinaciones
caracterológicas: Emotivos inactivos primarios: nerviosos. Emotivos
inactivos secundarios: sentimentales. Emotivos activos primarios:
coléricos. Emotivos activos secundarios: apasionados. Inemotivos activos
primarios: sanguíneos. Inemotivos activos secundarios: flemáticos.
Inemotivos inactivos primarios: amorfos. Inemotivos inactivos secundarios:
apáticos. Esta clasificación, no obstante su pretensión de objetividad, es
principalmente descriptiva y, dado el eclecticismo de sus fundamentos,
requiere para su aplicación cuestionarios excesivamente extensos y
laboriosos.
Por último, Sheldon, profesor de la Univ. de Harvard, expone que
todos los individuos están caracterizados desde el punto de vista
temperamental, por la proporción en que son portadores de cada uno de los
tres componentes aislados y designados por él con el nombre de
viscerotonía, somatotonía y cerebrotonía (v. TEMPERAMENTO).
La c. tiene sus límites, como lo han reconocido sus más eminentes
cultivadores. Entre lo temperamental o constitucionalmente dado, en una
línea que podría situarse entre el viejo Demócrito y Kretschmer, y la
libertad personal que decide el asociarse o no a la propia obra, apenas
verificable en el análisis fenomenológico de una conducta concreta, la c.
no pasará, como ha afirmado Le Senne, de ser «la introducción a una
antropología».
V. t.: PSICOLOGÍA DIFERENCIAL; PSICOLOGÍA EVOLUTIVA; PSICOLÓGICOS,
TIPOS; BIOTIPOLOGíA.
BIBL.: A. LE GALL,
Caracterología, Barcelona 1959; E. SPRANGER, Formas de Vida, «Rev.
Occidente» (1946); V. 14. SHELDON, Las variedades del temperamento, Buenos
Aires 1960; y la Bibl. de los artículos a los que se acaba de remitir.
J. M. POVEDA ARIÑO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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