AVARICIA
Se menciona entre los siete
pecados llamados capitales, como un vicio que puede ser origen u ocasión
de otros, según indicaba ya Virgilio en su Eneida (3, 53), y con más
autoridad que 61 S. Pablo, al decir que «la raíz de todos los males es
el dinero» (1 Tim 6, 10). S. Gregorio Magno menciona hasta siete
desórdenes morales radicados en la a. (Moraba, 31, 45, 88: PL 76, 621).
Y S. Tomás, manteniendo ese número, le construye una genealogía: el
avaro, perdiendo la sensibilidad para la desgracia del prójimo, se
inquieta buscando codicioso la riqueza para sí; a fin de lograrla
recurre, en caso de necesidad, a la violencia, así como al engaño doloso
e incluso al perjurio; cede al fraude (v.) en los negocios y llega hasta
la traición de las personas, como en el caso de Judas (22, gl18, a8).. Y
aún aparecen en la S. E. más derivaciones de la a., como la adulación y
el materialismo de la vida, según veremos. La a. que tiene por objeto
precisamente el dinero, se denomina codicia.
Noción. Es un apetito desordenado de bienes materiales. Por un
lado induce a la tacañería, escatimando los gastos razonables o
haciéndolos a regañadientes; por otro, a la codicia, que trata de
acumular más y más riquezas por motivos egoístas, sin confianza en la
providencia (v.), contra la recomendación de Jesucristo (cfr. Mt 6,
2534). Está en pugna directa con la liberalidad (v.). Pero se opone
también a la caridad y a la misericordia (v.), poniendo, además, en
peligro el cumplimiento de la justicia.
Las riquezas (v.) no son malas en sí mismas. Se puede disfrutar de
ellas con moderación cristiana cuando las da Dios; pero también han de
comunicarse con el prójimo con generosa esplendidez y obligada caridad,
practicando la beneficencia (v.) y la munificencia, además de cumplir
con los deberes cívicos de tributar fielmente para el bien común y con
el sostenimiento de los servicios religiosos. De ese modo, al practicar
el bien en la tierra, el hombre se enriquece de buenas obras para el
Cielo, atesorando «un excelente fondo, con el que puede adquirir la vida
verdadera» (1 Tim 6, 1719).
Malicia. Vista a la luz de la razón, la a. contradice en primer
lugar a la justicia (v.); pues la acumulación excesiva de bienes
materiales en manos de uno, sin el debido orden al servicio social,
perjudica a su equitativa distribución entre los hombres. Pero
dificulta, además, la ordenación del alma a Dios al privarla del
indispensable desprendimiento de lo terreno y la consiguiente libertad
de los pobres en el espíritu. Esta doble malicia, que los Santos Padres,
en particular S. Basilio, S. Agustín y S. Gregorio, acusaron
fuertemente, aparecerá con multitud de matices en la S. E.
En cuanto ofende a la justicia o a la caridad para con el prójimo
es un pecado grave por su naturaleza (ex genere suo), aunque la gravedad
efectiva depende de la cuantía de la materia en que se violan esas
virtudes; será mortal cuando, con plena responsabilidad, induce a
adquirir bienes lesionando el derecho ajeno en materia grave, o a
retenerlos después de haberlos adquirido de ese modo, o a dejar sin
ayuda una necesidad grave del prójimo. En cuanto cede al egoísmo
materializante, que insensibiliza para los valores espirituales,
contradice a la liberalidad con la tacañería. Ésta no es grave en sí
misma; pero puede serlo en casos especiales, por quebranto notable de la
misericordia corporal (v. LIMOSNA). También oscurece notablemente la
visión espiritual y trascendente de la vida, pudiendo poner en peligro
la suerte eterna, lo cual constituye un atentado respecto de la caridad
para consigo mismo.
La avaricia en la Sagrada Escritura. Tanto en el A. T. como en el
N. T. se condena severamente a cuantos se dejan atraer por el lucro (1
Sam 8, 3), afanándose codiciosamente por juntar «casa con casa, y
anexionarse campo a campo, hasta acaparárselo todo» (Is 5, 8; ler 6, 13;
Ez 22, 12, etc.). Ya el A. T. amonesta a no poner el corazón en el oro (Iob
31, 24), pues «el que ama el oro no se verá justificado» (Eccli 31, 5);
y enseña a pedir a Dios que preserve el corazón humano de ganancia
indebida (Ps 119, 36), porque hay gran peligro de injusticia en las
riquezas, y «el que anda tras el lucro, se extraviará en él» (Eccli 31;
5), y quien se entregue a la rapiña, perderá la vida (Prv 1, 19);
mientras que el que rehúye ganancias fraudulentas morará en las alturas
(Is 33, 15), y «bienaventurado el rico que no se fue tras ganancia
injusta» (Eccli 31, 8).
Pero es sobre todo el N. T. el que describe la verdadera situación
del hombre ante los bienes terrenos. Jesucristo amonesta a guardarse de
toda codicia, porque «aun en la abundancia, la vida de uno no está
asegurada en sus bienes» (Act 12, 13), como muestra la parábola del rico
que se prometía neciamente un disfrute prolongado de sus riquezas; así
de insensato es el que atesora para sí, y no se enriquece en orden a
Dios (Le 12, 16.21). Jesucristo previene contra el afán de amontonar
tesoros materiales en la tierra, porque se pueden perder; o quedar sin
gozarlos, al tronchar Dios inesperadamente la vida del avaro (Le 12,
1621; Ecc1i 11, 19). Induce en cambio a colocar tesoros espirituales en
el cielo, «donde no hay polilla ni herrumbre ni ladrones» (Me 6, 1920).
El motivo principal es que «donde está tu tesoro allá estará tu
corazón» (Mt 6, 21), de suerte que «no se puede servir a dos señores, a
Dios y al dinero» (Mt 6, 24). Por lo cual concluye S. Pablo que «ni los
ladrones ni los avaros heredarán el Reino de Dios» (1 Cor 6, 10). Y es
que la raíz más íntima de la desviación del avaro está en que «las
preocupaciones del mundo y la seducción de sus riquezas ahogan la
Palabra de Dios, que queda sin fruto» (Mt 13, 22; Rom 1, 29), por cuanto
«la avaricia seca el alma» (Eccli 14, 9).
A1 desplazar su corazón de Dios al dinero (cfr. Le 16, 13), el
avaro comete, según S. Pablo, una especie de idolatría (Col 3, 5),
corrompiendo su alma como la corrompe con la impureza (cfr. Eph 4, 19;
5, 3). Por eso las epístolas pastorales, establecido el principio
ilustrativo de que «nadie que se dedica a la milicia se enreda en los
negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado» (1 Tim
3, 5), prescriben que los ministros del Reino de Dios sean «desprendidos
del dinero» (1 Tim 3, 3; 1 Thes 2, 5), y no «dados a los negocios» (Tit
1, 7) que trabajen «no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón»
(1 Pet 5, 2), en antítesis con los falsos profetas, que trafican con los
bienes por codicia (2 Pet 2, 3.14).
Remedio contra la avaricia. No es fácil, porque se disfraza o de
prudencia, exagerando la necesidad de prevenirse para el futuro, o de
piedad familiar, alegando que debe mirar por los herederos.
Fundamentalmente el remedio esta en vivir el espíritu de la primera
bienaventuranza y de todo el sermón de la montaña: pobreza de espíritu (Mt
5, 3; Lc 6, 20), puesto el corazón en los bienes celestiales (Mt 6,
1921); tomar las riquezas no como fin, sino como medio cuando el Señor
las da (Eccli 31, 811; 1 Tim 6, 1719); siempre sin solicitud excesiva, y
con la circunspección de quien está convencido de los riesgos que
implican, pues «muchos se arruinaron por causa del oro, su perdición la
tenían delante» (Eccli 31, 6; v. t. Bar 3, 1819; Mt 19, 24; 1 Tim 6, 9).
Pero sobre todo los orientará e iluminará el ejemplo de Cristo; que
«siendo rico, por nosotros se hizo pobre» (2 Cor 8, 9); que en su vida
pública vivió sin tener donde reclinar su cabeza (Mt 8, 20; Lc 9, 5758);
que exigió desprendimiento de lo terreno para seguirle en una forma de
vida más puramente evangélica (Mt 19, 2129).
S. Francisco de Sales traduce así el sentimiento del Evangelio:
«Si estáis inclinados a la avaricia, pensad con frecuencia en la locura
de este pecado, que nos hace esclavos de lo que ha sido creado para
servirnos; pensad que a la muerte, en todo caso, será menester perderlo
todo, dejándoselo a quien, tal vez, lo malversará o se servirá de ello
para su ruina y perdición» (Introducción a la vida devota, IV, 10).
V. t.: RIQUEZA; LIMOSNA; FRAUDE' CONCUPISCENCIA.
M. ZALBA ERRO.
BIBL.: G. VANN, Money, «Furrow» 13 (1962) 151159; P. RossANO, De conceptu Pleonexia in Novo Testamento, «Verbum Domi ni» 32 (1954) 357365; N. ALEXANDRE, Tractatus de peccatís, e. 5, en J. P. MIGNE, Theologiae cursus completus, t. 11, París 1929, 819951; J. SCHMID, Geiz und Habsucht, en LTK 4, 628629; A. BEUGNET, Avarice, en DTC 1, 26232627; P. LUMBRERAS, Avarizia, en Enciclopedia Cattolica, II, Ciudad del Vaticano 1949, 507508.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991