ANTIOQUÍA DE SIRIA
EN LA SAGRADA
ESCRITURA. Célebre ciudad de la Antigüedad. Alzábase en el lugar
del actual pueblo turco de Antakia, cerca de la frontera con
Siria. Fundada en el 300 a. C. por Seleuco I Nicátor, general de
Alejandro Magno, ejecutando quizá un plan del mismo Alejandro (Libanio),
como monumento a su victoria en Ipsos sobre Antígono. Le puso el
nombre de su padre Antíoco o, según algunos testimonios, de su
hijo que sería luego Antíoco I Soter (293/281-261 a. C.), y por
eso se le llama a veces «la (ciudad) de Antíoco». Para
distinguirla de otras ciudades homónimas, se añade con frecuencia
un determinativo: A. de Siria, A. la de junto a Dafne, A. la de
Seleuco en el Orontes. Quizá por un tiempo llevó el nombre de
Constancio, el hijo de Constantino. Justiniano dio a la ciudad el
nombre de Theoupolis, pero prevaleció siempre el de A. Sus
primeros habitantes fueron colonos griegos del lugar y otros
traídos de Antigonea, 8 Km. al NE, a los cuales se sumó con el
tiempo un contingente oriental. Se extendía por ambas orillas del
Orontes inferior. La descripción de Libanio en su Antiojikós (cfr.
A. J. Festugiére, o. c. en bibl., 23 ss.) en el 360, dice que el
río se bifurcaba a su paso por A. y entre sus brazos, que volvían
luego a juntarse, formaba una isla más o menos circular con
suntuosos edificios, unida al resto de la ciudad, orientada de
naciente a poniente por cinco puentes. Asentada en una fértil y
espaciosa llanura a unos 25 Km. de la costa, tenía en Seleucia
Pieria un puerto para fáciles comunicaciones por mar; convergían
en ella diversas comunicaciones terrestres: la vía que del
Occidente atravesaba Asia Menor y se dirigía a Siria; y arrancaban
de ella otras rutas hacia Mesopotamia y Persia en el E, y hacia
Palestina y Egipto en el S. Una próspera vida comercial fue la
resultante natural de estas circunstancias.
Nació A., según parece, para ser capital del reino de los
Seléucidas en Siria, después de Alejandro Magno, si bien algunos
piensan que, en la mente del fundador, la capital era Seleucia.
Más tarde fue capital de la provincia romana de Siria, cuando en
el 64 a. C. Pompeyo anexionó al Imperio esta provincia que en el
27 a. C. fue cedida a Augusto como provincia imperial gobernada
por un legatus Augusti. A su tiempo fue la primera capital del
cristianismo gentil y, como tal, centro de predicación. Sede de un
prestigioso patriarcado oriental (v. v) y de una importante
escuela teológica en la antigua Iglesia (v. Iv), fue base también
de operaciones para perseguir a los cristianos cuando Juliano el
Apóstata residió allí durante ocho meses (junio 362-marzo 363), y
compuso sus tres libros Contra Christianos. Era uria ciudad lujosa
y artística, dotada de grandiosos monumentos. Los reyes seléucidas
y luego los emperadores romanos, tanto paganos como cristianos,
rivalizaron en embellecerla, siendo considerada la tercera ciudad
más hermosa y populosa, después de Roma y Alejandría. Se la llama
a veces «la grande», «la hermosa». Célebre fue la estatua de la
Tyche de A., esculpida por Eutíquides.
Constaba de cuatro distritos con sendas murallas hasta que
Antíoco Epífanes (175-164) encerró los cuatro dentro de unas solas
defensas. Por sus habitantes, era cosmopolita: helenos de
Occidente y sirios orientales, cada grupo con su lengua y
religión. Júpiter y Apolo eran las divinidades de los helenos, y
los otros adoraban a Baal y a la diosa-madre (Astarté, Atergatis),
en la que los helenos podían ver su Artemisa; se practicaba
también el culto de los misterios (V. MISTERIOS Y RELIGIONES
MISTÉRICAS). Es de señalar una colonia judía, veteranos en un
principio de Seleuco, con su religión y culto. Flavio Josefo (Bellum
judaicunt, VII, 46-52) refiere una visita a A. en el 70, que fue
la ocasión de una manifestación antijudía. S. Juan Crisóstomo
calcula en 200.000 los habitantes de A. sin contar niños y
esclavos. No concuerdan otros testimonios. Los terremotos del 526
y del 528, y el saqueo de Cosroes en el 540 marcan el fin de la A.
antigua. En el 611 cae bajo los persas. Sigue el dominio árabe en
el 638. El principado de A. con los cruzados comienza en 1098 y
termina en 1268 por la victoria de Bibars. La decadencia es rápida
y A. se reduce a un pueblo.
En el Antiguo Testamento. Está asociada con la guerra de
liberación de los Macabeos (v.). Por 1 y 2 Mach sabemos que
Lisias, general sirio, puso fin a su campaña en Judea para
apoderarse de A., donde Felipe se había hecho con el poder a la
muerte de Antíoco Epífanes (164 a. C.) (1 Mach 6, 63). Narra 1
Mach 11, 13, que Ptolomeo VI Filometor de Egipto se ciñó en A. la
corona de Asia. Jonatán Macabeo envió a A., a petición del rey
Demetrio, 3.000 escogidos soldados judíos que defendieron al rey
contra la población hostil de A. (ib., 11, 56). Judas Macabeo debe
comparecer en A. ante el rey por intrigas de Demetrio y Alcimo (2
Mach 4, 27). Unido al nombre e importancia de A. está el título
«antioqueno» que Jasón solicitó de Antíoco Epífanes para los
habitantes de Jerusalén (2 Mach 4, 9). Ser «registrados como
antioquenos» era una distinción y privilegio. Éstos constituían la
ciudad helenista de Jerusalén y eran preferidos en algunos casos (cfr.
ib., vers. 19).
En el Nuevo Testamento. Los judíos de A. leían sus libros
sagrados en griego y habían encontrado simpatías en la población
local. Un prosélito «antioqueno» fue en Jerusalén uno de los siete
primeros diáconos (Act 6, 5). Los cristianos «helenistas»
perseguidos en Jerusalén (Act 8, 1) llegaron hasta A. predicando
el cristianismo. En A. predican a *los gentiles también, por
primera vez al parecer (no obstante Act 10-11). El caso llegó a
Jerusalén en tono de denunció. S. Bernabé (v.), helenista, enviado
a informarse, aprobó lo hecho, se quedó a trabajar en A. y trajo
también de Tarso a S. Pablo (v.); trabajaron allí un año entero (Act
11, 19-26). Fue en A. también donde los adeptos de la nueva
religión fueron por primera vez llamados cristianos (v.
CRISTIANOS, PRIMEROS I). A la Iglesia de A. fueron a trabajar
«profetas» o predicadores de Jerusalén; uno de ellos lanzó la idea
de una colecta para la comunidad de Jerusalén, que fue entregada,
hacia el 44, por Bernabé y Pablo. El pasaje de Act 13, 1 ss.
permite entrever el desarrollo de la comunidad de A. (ministros,
culto, prácticas penitenciales; se advierte el nombre de Lucio,
que alguien identificaría con Lucas, v.). En A. se organiza la
misión en gran escala entre gentiles. De aquí parte Pablo y aquí
regresa de sus expediciones (la tercera termina con el arresto en
Jerusalén). La misión fue, sin duda, costeada en buena parte por
la comunidad de A. Aquí se suscitan también las primeras
controversias doctrinales y pastorales: el problema de la
circuncisión (v. CIRCUNCISIÓN II) y obligatoriedad de la Ley (v.
LEY DE MOISÉS) para los cristianos del paganismo (Act 1, 15 ss.;
Gal 2, 11 ss.). La causa fue que en A. misionaban también
elementos extremistas venidos de Jerusalén. A la Iglesia de A. fue
enviado también el primer documento emanado por el pleno de la
autoridad eclesiástica, promulgado por Judas y Silas (Act 15,
22-33).
La comunidad de A., madre del movimiento misionero, adquiere
cada vez más importancia. El mismo S. Pedro se presenta en A. en
un cierto momento no posterior al a. 57 (Gal 2, 1), si bien se
ignora el porqué. Varias noticias de la tradición, recogidas
especialmente por Eusebio de Cesarea (cfr. Historia Ecclesiastica,
III, 36: PG 20, 288), señalan que Pedro fue obispo de A., por más
o menos tiempo, seguido por Evodio y S. Ignacio (v.), e incluso
que Pedro fundó aquella Iglesia. La concordancia entre los
diversos datos no es evidente. Los problemas religiosos originados
en A. muestran que el elemento pagano fue muy pronto considerable
y aun preponderante. No se conoce la suerte de la comunidad
judío-cristiana (V. JUDEO-CRISTIANOS).
BIBL.: G. DOWNEY, A History of Antioch in Syria from Seleucus to the Arab Conquest, Princeton 1961 (abundante bibl.); A. 1. FESTUMÉRE, Antioche paienne et chrétienne, París 1959; C. H. KRAELING, The Iewish Community at Antioch, «Journal of Biblical Literature» 51 (1932) 130-160; C. O. MuELLER, Antiquitates Antiochenae, Gotinga 1839; J. LASsus, Antioche, touilles profondes, 1934-1938; París 1967, 45-75; G. DOWNEY, Antioch in the Age of Theodosius the Great, Norman 1962.
M. MIGUÉNS ANGUEIRA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
ANTIOQUIA DE SIRIA II
Categoría: Religión Cristiana
PATRIARCADO DE
ANTIOQUÍA. Primeros años del cristianismo. La ciudad de A.. era de
las más apropiadas para convertirse en un centro de primer rango
en el cristianismo naciente. Bajo los Emperadores romanos contaba
con unos 200.000 hab. y gozaba de privilegiada situación. A partir
del s. iI era frecuentemente sede de la corte imperial. Célebre
por sus escuelas y su comercio, podía considerarse como la
verdadera capital de lo que se llamaba entonces el Oriente: la
región geográfica que se extendía, bajo el Imperio romano, desde
el Éufrates hasta Egipto.
Desde el punto de vista cristiano, A. comenzaría a sonar muy
pronto. Un grupo de cristianos escapados de Jerusalén a raíz de la
persecución violenta que siguió al martirio de S. Esteban (a. 34),
atravesaron Judea y Samaría, llegaron hasta Fenicia y luego,
navegando a lo largo de la costa, alcanzaron Chipre y A. Por toda
esta parte había colonias judías, a las que casi exclusivamente
anunciaban el mensaje evangélico (V. CRISTIANOS, PRIMEROS I).
Entre todas se distinguiría la cristiandad de A. Su primera
colonia cristiana era celosa y emprendedora; y no contenta con
atender a la población judía, se había lanzado a predicar. el
mensaje de la salvación a los gentiles, muchos de los cuales
pasaron al cristianismo, como relata el libro de los Hechos: «Los
que con motivo de la persecución, suscitada por lo de Esteban, se
habían dispersado, llegaron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, no
predicando la palabra más que a los judíos. Pero había entre éstos
algunos hombres de Chipre y de Cirene que, llegando a Antioquía,
predicaron también a los griegos (gentiles), anunciándoles al
Señor Jesús. La mano del Señor estaba con ellos, y un gran número
creyó y se convirtió al Señor» (Act 11, 19-21).
En A., pues, la cristiandad quedó formada de judíos y de
gentiles, éstos en buen número. El hecho llegó hasta Jerusalén,
donde seguían reunidos los Apóstoles, y decidieron enviar en su
nombre y con su autoridad a S. Bernabé (v.), como principal
responsable de la nueva Iglesia de A., que llegó a ser cuna de
todas las demás Iglesias del Imperio romano, y cuartel general de
operaciones de los primeros misioneros en el mundo pagano.
Origen del Patriarcado. Por mediación de Bernab6 iría más
tarde a A, el recién convertido Saulo, y luego el mismo S. Pedro
que establecería en la ciudad romanohelena su primera cátedra
pontifical. Así, la A. cristiana no tardaría en alcanzar en
Oriente la misma importancia que la A. civil romana (v. I). S.
Pablo (v.) la constituiría centro principal de sus misiones. S.
Pedro (v.),' figura como el primero de sus obispos, al que sucedió
Evodio, y a éste el gran obispo Ignacio, justamente llamado de A.,
y martirizado bajo el gobierno de Trajano (v. IGNACIO DE ANTIOQUÍA,
SAN). Eusebio de Cesarea (v.) nos ha conservado la larga lista de
sus sucesores: Heron, Comelio, Eros, Teófilo, Maximino, este
último ya a finales del s. iI. A. extendía su autoridad desde
Egipto hasta el i:ufrates. Contaba hasta 11 provincias
eclesiásticas diferentes, y más de 150 obispados sufragáneos, y se
reconocían dependientes las Iglesias de Persia y de Georgia,
fundadas por sus misioneros. A. seguía una liturgia especial,
llamada siriaca (v. vi), que habrían de seguir luego diversas
Iglesias, aunque acabaría cediendo en importancia ante la liturgia
de Bizancio (v. CONSTANTINOPLA IV).
Ante el crecimiento constante de la nueva sede de
Constantinopla, A. fue perdiendo importancia, tanto más cuanto que
comenzaron a aparecer dentro de ella algunas herejías, como la de
Arrio (v.); a ello se añadía la fijación de la capital oriental
del Imperio en Constantinopla, quedando reducida a simple capital
de una provincia. Por lo mismo, sus obispos hubieron de defender
sus derechos de privilegio contra Constantinopla (v.), que
comenzaba a defender su primado de jurisdicción sobre todas las
Iglesias del Imperio romano de Oriente. Más tarde, por otro lado,
la amistad del obispo antioqueno Juan con el de Constantinopla
Nestorio, y la condenación de la nueva herejía nestoriana en Éfeso
el a. 431 (V. NESTORIO Y NESTORIANISMO), indispondría en parte a
los católicos ortodoxos contra A., ya constituida en Patriarcado
(V. PATRIARCAS II, 1).
La paz constantiniana, juntamente con el reconocimiento de
la Iglesia cristiana y de su libertad, trajo una era de progreso y
florecimiento. Doce años más tarde, el 325, se reunía el primer
conc. ecuménico en Nicea (v.), al que acudieron 20 obispos de
Celesiria, entre ellos el de A. El mismo conc. de Nicea concedería
facultades especiales al obispo antioqueno, constituido poco
después en Patriarca. Como tal, tenía jurisdicción particular
sobre toda la «Diócesis civil» romana de Oriente, en la que
quedaban comprendidas las provincias romanas de Siria, Fenicia,
Palestina, Arabia, Cilicia, Isauria, Osrhoene y Eufrasiana o
Mesopotamia, que constituirían el Patriarcado de A. A continuación
del titular venían los metropolitanos obispos de las capitales de
provincias, que debían confirmar la elección de los obispos de
cada ciudad. Existían las metrópolis de Cesarea, Scytopolis,
Pella, Tiro, Tarso, Edesa, Apamea, Hierápolis, Bostra, Anazarabe,
Seleucia, Isauria, Damasco, Amida, Sergiópolis y Dara. De estas 12
metrópolis dependían 125 obispados, a los que había que añadir aún
otras cinco metrópolis autocéfalas: Beryto (Beirut), Emesa,
Laodicea, Samosata y Tiro, y los seis obispados situados en la
provincia de la misma A.: Berea (Apolo), Chalcis, Seleucia,
Anazarba, Baltos y Gabala, más los de Salamías y Barcousios, que
no dependían de ningún metropolitano. La jurisdicción de A. era
pues extensísima desde Palestina y Asia Menor, hacia el Oriente.
Le estuvo sometido también el obispado de Jerusalén hasta que fue
erigido Patriarcado.
Patriarcados de Antioquía. Desde el s. Iv, en que la región
de A. se vio envuelta en la herejía arriana, y más tarde en la
monofisita, A. tuvo sus patriarcas y obispos herejes monofisitas;
aunque los jerarcas rectamente ortodoxos pudieron sostenerse algún
tiempo bajo el dominio bizantino (v. MONOFISISMO II). El sucederse
de herejías y cismas explica la existencia de hasta cinco
Patriarcados distintos en A., a saber: 1) el greco-melquita
(disidente), de rito bizantino; 2) el greco-melquita católico,
también de rito bizantino; 3) el maronita católico; 4) el sirio
católico, de la rama de los mónofisitas pasados con el tiempo al
catolicismo, y 5) el siro jacobita de los monofisitas propiamente
dichos (v. MELQUITAS; MARONITAS; JACOBITAS; SIRIA VII).
Naturalmente, todos los respectivos Patriarcas defendieron,
y aún hoy día lo hacen, sus títulos, como los verdaderos sucesores
de los primitivos Patriarcas antioquenos. Respecto a ello existe
una interesante y reciente controversia: cfr. C. L. Spiessens, en
la rev. «L'Orient Syrien», 1962, p. 389-434, que después de un
amplio estudio concluye en la legitimidad del Patriarca melquita
ortodoxo; y J. Nasrallah, Sa Béatitude Maximos IV et la succession
apostolique du Siége d Antioche, París 1963 (número especial del «Bulletin
de la Paroisse Grecque Catholique Saint Julien le Pauvre»), que
defiende detalladamente la legitimidad del melquita católico
(entonces el conocido Maximos IV, recientemente fallecido ya
cardenal), como sucesor directo del patriarca Cirilo VI Tanás,
primer Patriarca melquita unido (1724).
Para los distintos Patriarcados antioquenos, que hemos
enumerado, v. SIRIA VII. Con respecto al Patriarcado melquita
católico, diremos que Cirilo VI se retiró al Líbano, donde comenzó
una labor eficaz de unión, que se añadía a la ya existente en las
dos ciudades de Aleppo y de Damasco. Puede decirse que desde
Cirilo VI no se ha interrumpido la serie de patriarcas melquitas
católicos de A. Cirilo VI moría en 1759, sin haber sido reconocido
como patriarca por las autoridades civiles. Al ser concedida en
1829 la emancipación civil a todos los católicos súbditos de los
otomanos, ya pudieron estos católicos agruparse en una verdadera
comunidad en torno a su propio patriarca. Cuando los egipcios
ocuparon Siria (18321841), el patriarca Maximos III Mazloum
(1833-55) aprovechó la ocasión para transferir a Damasco, en 1833,
la sede patriarcal, donde sigue aún. La situación actual de este
Patriarcado melquita católico de A. es la siguiente: seis
metropolías, Aleppo, Beirut, Bosra, Damasco, Homs y Tiro; un
arzobispado, el de Laodicea; y seis eparquías: Akka, Baalbeck,
Baniyas, Saida (Sidón), Trípoli y Zahleh; con 279 parroquias, 182
sacerdotes seculares, 126 religiosos, y 202.581 fieles, según
estadísticas oficiales de 1962.
BIBL.: A. SANTOS, iglesias de Oriente, 11, Repertorio Bibliográfico, Santander 1963, 190-192 sobre los melquitas ortodoxos; 312-314 sobre los melquitas católicos (se reseñan diversas obras sobre ellos); v. t. la bibl. del art. SIRIA VII.
A. SANTOS HERNÁNDEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991