ANTIGUO TESTAMENTO
Teología
1. Noción. Se
designa A. T. al conjunto de 46 libros inspirados (v. BIBLIA III)
y canónicos (v. BIBLIA II), que contienen la revelación divina
escrita (V. REVELACIÓN II y III) anterior a Jesucristo. Estos
libros constituyen la S. E. de los judíos y la primera parte de la
S. E. de los cristianos (V. BIBLIA I).
«Dios amantísimo, buscando y preparando solícitamente la
salvación de todo el género humano, con singular favor se eligió
un pueblo, a quien confió sus promesas. Hecho, pues, el pacto con
Abraham (cfr. Gen 15, 18) y con el pueblo de Israel por medio de
Moisés (cfr. Ex 24, 8), de tal forma se reveló con palabras y con
obras a su pueblo elegido como el único Dios verdadero y vivo, que
Israel experimentó cuáles fueran los caminos de Dios con los
hombres y, hablando el mismo Dios por los profetas, los entendió
más hondamente y con más claridad de día en día, y los difundió
ampliamente entre las gentes (cfr. Ps 21, 28-29; 95, 1-3; Is 2,
1-4; Ier 3, 17). La economía, pues, de la salvación pronunciada,
narrada y explicada por los autores sagrados, se conserva como
verdadera palabra de Dios en los libros del A. T.; por lo cual
estos libros inspirados por Dios conservan un valor perenne» (conc.
Vaticano 11, Const. Dei Verbum, n° 14) (V. ALIANZA; PUEBLO DE
DIOS; ABRARAM; MOISÉS; etc.).
2. Importancia y significación del A. T. «La economía del A.
T. estaba ordenada, sobre todo, para preparar, anunciar
proféticamente (cfr. Lc 24, 44; lo 5, 39; 1 Pet 1, 10) y
significar con diversas figuras (cfr. 1 Cor 10, 11) la venida de
Cristo redentor universal y la del reino mesiánico (v. REINO DE
DIOS). Mas los libros del A. T. manifiestan a todos el
conocimiento de Dios y del hombre, y las formas de obrar de Dios
justo y misericordioso con los hombres, según la condición del
género humano en los tiempos que precedieron a la salvación
establecida por Cristo. Estos libros, aunque contengan también
algunas cosas imperfectas y adaptadas a su tiempo, demuestran, sin
embargo, la verdadera pedagogía divina. Por tanto, los cristianos
han de recibir devotamente estos libros, que expresan el
sentimiento vivo de Dios y en los que se encierran sublimes
doctrinas acerca de Dios y una sabiduría salvadora sobre la vida
del hombre, y tesoros admirables de oración, y en que, por fin,
está latente el misterio de nuestra salvación» (Dei Verbum, 15).
3. Circunstancias de redacción de los escritos del Antiguo
Testamento. Los libros del A. T. se escribieron en diversas
circunstancias históricas y fechas, que van probablemente desde el
s. xiii a. C. (fijación de las primeras leyes, muy reducidas,
dadas por Moisés), hasta fines del s. II o principios del I a. C.
(últimos libros sapienciales, como el de la Sabiduría). La
historia literaria del A. T. ha sido objeto de estudios críticos
desde fines del s. XVIII.
Hoy día se posee ya gran luz acerca de diversos aspectos de
su redacción, aunque todavía quedan buen número de cuestiones
abiertas a estudios ulteriores (v. PENTATEUCO; PROFECÍA Y PROFETAS
I; SABIDURÍA, LIBRO DE LA; SAPIENCIALES, LIBROS). Los libros del
A. T. se escribieron, entre otras, por las siguientes
circunstancias: 1) fijación por escrito de tradiciones orales
ancestrales del pueblo de Israel (v. HEBREOS I), como p. ej. las
historias de los patriarcas (V. PATRIARCAS I); tales tradiciones,
al pasar a escritas, fueron ensamblándose y constituyendo libros,
según diversas necesidades del momento, antes de ser finalmente
integrados en algún conjunto de libros sagrados y canónicos. 2)
Otros libros tuvieron un origen más directamente literario, al
emplear prevalentemente fuentes escritas precedentes; tal es el
caso, p. ej., de los libros de los Reyes (v.), de las Crónicas
(v.) o Paralipómenos, de los Macabeos (v.) y de buena parte del
Pentateuco; en el caso de los libros de los Reyes, p. ej., se
combinaron una especie de crónicas reales con otros escritos de
origen sacerdotal y cúltico y algunas tradiciones de los hechos y
predicación de algunos profetas, como Elías (v.), Eliseo (v.),
Natán, etc.; el resultado del acoplamiento de las diversas fuentes
escritas con otras orales y con los pasajes redaccionales, debidos
a los últimos redactores y compiladores, llegó a constituir los
definitivos libros inspirados o sagrados, que como tales fueron
recibidos por el Pueblo de Dios del A. T. y por la Iglesia (v.
BIBLIA In). 3) Algunos libros del A. T. deben, finalmente, su
origen a la actividad más directamente teológica de los «sabios»
israelitas, almas religiosas, forjadas en la meditación
espiritual, la observación de la naturaleza y de la vida humana y
ejercitadas en la reflexión.
Pero existe un denominador común en todos los libros del A.
T., cualesquiera que fuesen las circunstancias y motivaciones
concretas de su escritura: todos tienen una relación estrecha con
la fe de Israel. Así, p. ej., las tradiciones sobre los antiguos
patriarcas Abraham (v.), Isaac (v.) y Jacob (v.), conservadas
oralmente entre los clanes israelitas a lo largo de los siglos,
fueron finalmente escritas porque aquellos antepasados eran los
detentadores de las promesas divinas de salvación (v. SALVACIÓN II),
tuvieron unas especiales experiencias religiosas, a ellos se les
manifestó Dios (V. TEOFANÍA II) y les habló (v. PALABRA II). En
otros muchos casos, la relación con lo sagrado es aún más
evidente: se trataba de oráculos proféticos (V. PROFECÍA Y
PROFETAS) o bien de la ley Sagrada (v. LEY DE MOISÉS; LEY Ix) que
Dios mandaba a su pueblo (V. PUEBLO DE DIOS; IGLESIA I).
4. Cronología de los escritos del Antiguo Testamento. Los
estudios críticos acerca de los más variados aspectos históricos,
literarios, etc., del A. T., han llegado en nuestros días a no
pocos acuerdos generales relativos a las épocas de redacción de
los libros sagrados. Bien es verdad que los resultados de la
crítica se ven sometidos incesantemente a revisiones y
rectificaciones más o menos notables. Para la mayoría de los
libros esta tabla no puede estimarse como muy precisa o segura,
pero es un auxiliar valioso para enmarcar los libros en su cuadro
histórico y, por ende, para la comprensión de su mensaje
respectivo y de su interpretación. Las razones por las que aún no
se puede establecer una cronología definitiva son varias: 1) los
libros no van fechados; 2) la cronología de la historia bíblica
del A. T. todavía tiene problemas importantes por resolver (v.
CRONOLOGÍA II); la sincronización de acontecimientos no es
suficiente en muchos casos para datar los escritos; 3) la misma
crítica histórico-literaria ha ido mostrando la complejidad
redaccional de gran parte de los libros del A. T.: muchos no se
escribieron de una sola vez, sino a través de un proceso literario
largo, a veces de siglos, por el que a un primitivo núcleo o capa
redaccional, se fueron incorporando otros documentos o tradiciones
orales, se hicieron retoques de aclaración histórica o de
interpretación teológica, etc., hasta llegar a su redacción
definitiva. Para dar una idea de la complejidad redaccional de que
hemos hablado, podría pensarse en el largo proceso de construcción
de alguno de los grandes templos cristianos, que comenzados en el
s. XII O XIII no fueron terminados hasta varios siglos después,
superponiéndose elementos arquitectónicos de variados estilos. Los
intentos de una datación histórica precisa tropiezan así con
dificultades; de ahí que las propuestas hechas por los diversos
autores tengan mucho de hipotético, y muchas de ellas hayan sido
luego desmentidas por descubrimientos posteriores. Recogemos a
continuación un esquema muy difundido entre los exegetas de
mediados del s. XX, advirtiendo que, en general, tiende a retrasar
la fecha de los diversos escritos y a fragmentarlos en etapas, y
que, en más de un punto, es muy discutible y está sujeto a
revisión:
Siglos a. C. Escritos (o tradiciones orales)
XIII Tradiciones orales (usos y costumbres legales,
tradiciones familiares y tribales acerca de los tiempos
patriarcales y siguientes; especie de romances). Primeras
formulaciones legales mosaicas (primera formulación del Decálogo).
XII-XI Algún breve escrito en forma de acta; poemas épicos de
transmisión oral (más tarde puestos por escrito).
X Crónicas reales cortas (incorporadas después a los libros
del A. T.). Comienzo de una actividad literaria escrita.
IX Colección de escritos judaicos, que recoge antiguas
tradiciones, llamada Yahwista (J).
VIII Colección de escritos, de origen nordisraelita, llamada
Elohísta (E). Ambas (J y E) se incorporan más tarde en la
redacción del Pentateuco. VII Algunos oráculos escritos de
jeremías. Comienzo de la actividad literaria de la escuela
Deuteronomista (D).
VI Continuación de la escuela deuteronomista: partes
fundamentales de los posteriores libros de: Josué, jueces, Samuel,
Reyes, Rut. Puesta por escrito parcial de la predicación de los
profetas Amós, Oseas, Isaías, Miqueas, Ageo, Sofonías, Nahum,
Ezequiel.
V Actividad literaria de la escuela Sacerdotal (P) o
Priesterkodex: cuerpos legales y reelaboración de pasajes
narrativos incorporados al Pentateuco y Josué. Puesta por escrito
de la predicación de los profetas Zacarías, Malaquías, Joel,
añadiduras al libro de Isaías. Redacción del libro de Job. Algunos
Salmos.
V-IV Redacción definitiva del Pentateuco (JEDP). Escuela del
Cronista: libros de las Crónicas o Paralipómenos. Desarrollo de la
literatura sapiencia,: libros del Eclesiastés, algunos Salmos.
Segunda parte de Isaías (Deuteroisaías).
III Sigue el desarrollo de la literatura sapiencia,: Otros
Salmos, Cantar de los Cantares, Proverbios. Libros de Ester,
Judit. Se prosigue el Salterio.
II Se terminan el Salterio y Daniel. Se escriben el
Eclesiástico y buena parte de los Macabeos. II-1 Redacción
definitiva del libro de la Sabiduría.
5. Contenido y características generales de los libros del
Antiguo Testamento. Libros históricos. Los llamados libros
históricos, según el estadio definitivo de redacción en que nos
han llegado, comienzan (primeros capítulos del Génesis) por dar
una respuesta religiosa, según la fe veterotestamentaria, al tema
sapiencial de los orígenes del mundo y del hombre, así como a la
historia primitiva de la humanidad (Gen 3-11; v. CREACIÓN I; ADÁN;
EVA; PROTOEVANGELIO). A continuación concentran su mirada sobre
los acontecimientos originales del pueblo de Israel y la historia
de sus patriarcas Abraham (v.), Isaac (v.) y Jacob-Israel (v.)
(Gen 12-50). Con Abraham se dejan los oscuros tiempos
correspondientes a la prehistoria de la humanidad, para entrar en
los históricos, al menos por lo que se refiere al Oriente Medio y
Próximo (a Abraham suele situársele hacia los s. xx-xviil a. C.).
Dios se acuerda de las antiguas promesas hechas a Abraham y a los
patriarcas (v. PATRIARCAS 1, 2) y saca a su pueblo de Egipto «con
mano poderosa», por medio de Moisés. Con los acontecimientos del
éxodo de Egipto y la peregrinación por la península del Sinaí
hacia el país de Canaán (v.), llegamos cronológicamente hasta
finales del s. XIII a. C. Los episodios de esta época están
narrados e interpretados teológicamente en el libro del Éxodo
(v.), al que completan, con ampliaciones parciales narrativas,
teológicas, litúrgicas e incluso con relatos duplicados, los
libros del Deuteronomio (v.), Levítico (v.) y Números (v.). La
entrada y conquista de Canaán, bajo el caudillaje de Josué, es
relatada e interpretada desde una valoración teológica y religiosa
en el libro de Josué (v.). Desde este escrito hasta los dos libros
de los Reyes (v.), pasando por el de los jueces (v.) y los dos de
Samuel (v.), la historiografía israelita nos ha dejado una visión
de su propia historia, única hasta entonces en la literatura
universal.
Parece que estos libros proceden, en su concepción general y
en la estructura básica, de los trabajos de la llamada escuela
Deuteronómica; utilizaron fuentes orales y escritas, y el texto
que dejaron fue más tarde sometido a ciertos retoques, muy leves,
durante el s. v a. C. La escuela Deuteronómica floreció
principalmente en las últimas décadas del s. vil a. C.; sus
maestros, formados en las enseñanzas de los grandes profetas
preexílicos y en ciertos círculos sacerdotales de Jerusalén,
dieron, a impulsos del Espíritu de Dios, una visión
providencialista, profundamente religiosa y teológica de la
historia del pueblo veterotestamentario. Puede decirse -según el
estado actual de las investigaciones- que esta escuela fue la
creadora de una verdadera teología y del género literario de la
historia sagrada o historia de la salvación, género que se
continuará, con unos matices u otros, a lo largo de todos los
escritos sagrados del A. y del N. T.: puede verse un ejemplo de
este género, incluso en un relato tan tardío como el discurso del
protomártir S. Esteban, en el libro de los Hechos de los
Apóstoles, cap. 7.
Pentateuco. De entre los llamados libros históricos del A.
T., los cinco primeros, según el orden lógico en que vienen en las
ediciones de la Biblia (Gen, Ex, Lev, Num y Dt) constituyen un
grupo especial, el Pentateuco (v.), con una significación
destacada dentro del conjuntó de escritos del A. T. El mismo
nombre que los hebreos han dado a estos cinco libros ha-Torah (la
ley), nos indica lo que fundamentalmente ha de buscarse en ellos:
la ley de Israel. Pero no debemos acoplar esta afirmación a la
idea que ahora tenemos de un código legal. En el Pentateuco se
mezclan, de modo a primera vista desconcertante, leyes, historia,
liturgia, oración, teología, epopeya, sabiduría...
En él se narran, en efecto, los inicios de la historia de la
salvación, o, por mejor decir, de las intervenciones a través de
las cuales Dios nos ha revelado su designio salvador y ha
instituido los medios encaminados a él. Comienza en efecto con la
narración de los acontecimientos primordiales: la creación del
mundo y, en él, del primer, hombre y la primera mujer; la llamada
a la intimidad divina; la rebeldía primera del hombre frente a
Dios; el desarrollarse de la humanidad. Tal es el contenido de los
primeros 11 capítulos del Génesis, que son como la prehistoria de
Israel, en cuanto que resumen en trazos muy breves siglos de
historia como introducción que nos permita comprender el contexto
y el sentido de la acción que Dios realiza en Israel mismo. A
partir de ahí el Pentateuco narra la historia de Abraham, de
Isaac, de Jacob y de los demás patriarcas, y posteriormente la
obra de Moisés hasta su llegada a los confines de Palestina. Al
mismo tiempo va recogiendo la constitución de los elementos sobre
los que se basaba la vida posterior del pueblo: la Ley, el culto,
el sacerdocio, etc. De ahí que constituyera para el israelita
fuente constante de referencia, y que sea para el cristiano fuente
de una enseñanza radical.
Escritos proféticos. Otro de los bloques de libros que
hallamos en nuestras Biblias es el constituido por los escritos
proféticos, que nos han conservado una parte -a veces muy pequeña-
de las enseñanzas de los profetas hebreos. Normalmente éstos no
escribieron, pero -de modo parecido a como ocurriría más tarde con
el ministerio público de Jesucristo-, hombres inspirados por Dios
recogieron parte de la predicación de los profetas,
constituyéndose así los libros proféticos. El A. T. en general
atribuye una singular importancia al ministerio de los profetas.
Pero no sólo el A. T., sino el N. T. también.
Así, p. ej., la epístola a los Hebreos (v.) comienza por
estas célebres palabras: «Después de haber hablado Dios
antiguamente a nuestros padres en muchas ocasiones y de diversas
maneras por medio de los profetas, últimamente, en nuestros días,
nos ha hablado a nosotros por el Hijo» (Heb 1, 1-2 a).
Hay que advertir que, junto a estos profetas, cuyas
enseñanzas fueron' recogidas más o menos sistemáticamente formando
un libro en el A. T., se nos, habla de otros profetas, cuya
predicación y noticias biográficas sólo fueron consignadas parcial
y ocasionalmente en medio de otros libros históricos -los de Ios,
Sam, Reg, que por esta misma causa los antiguos hebreos llamaron
profetas priores o anteriores- (p. ej., las noticias del profeta
Natán en 2 Sam, o los ciclos de Elías y Eliseo en 1 y 2 Reg
respectivamente). Para mencionar a los profetas del A. T. suele
usarse convencionalmente el título de profetas escritores para los
primeramente aludidos, y el de profetas no escritores para el
segundo tipo, aun con la impropiedad que evidentemente tienen
tales denominaciones.
En cuanto a las características literarias de los escritos
proféticos, podemos decir que existen tres principales series de
elementos constitutivos: 1) las palabras, discursos u oráculos;
están redactados según diversos procedimientos literarios: o bien
es Dios quien dirige la palabra, o bien es el profeta quiera habla
en nombre de Dios, o bien se trata de ciertas formas literarias
(parábolas, alegorías, enigmas, etc.), con frecuencia en poesía,
mediante las cuales el profeta dirige una enseñanza o advertencia.
2) Pasajes en los que el profeta habla en nombre propio a sus
conciudadanos para exhortarles a la conversión a Dios, tomando
ocasión de las propias experiencias. 3) Relatos en tercera
persona, que se refieren a la vida y enseñanzas del profeta y que
denotan la mano de un redactor distinto del propio profeta. Estas
tres series de elementos, bien clasificadas, ayudan a reconstruir
el proceso redaccional del libro en cuestión y a estudiar su
estructura literaria, para profundizar en el entendimiento de su
mensaje, a partir de su enmarcamiento histórico y literario. Puede
decirse en líneas generales que, con cierta independencia de la
época concreta en que vivió cada profeta, la redacción de los
diversos libros proféticos se desarrolló a lo largo de los s. viti
a principios del tv a. C. Algunos de estos libros recibieron
complementos escritos posteriores, como Is y Dan; notoriamente
este último recibió apéndices y retoques -según se desprende del
estudio interno de su texto hasta el s. u a. C. (Acerca de cada
uno de los profetas y de sus libros respectivos, v. los artículos
dedicados a cada uno de ellos).
Cada uno de los profetas ha aportado, con la luz recibida de
Dios y su experiencia religiosa personal, un impulso a la vida
religiosa del pueblo elegido, ha dado un mensaje que, desde
ciertos aspectos, queda como un luz inextinguible y siempre
actual. Así, p. ej., Amós (primera mitad del s. vnt a. C.) expone,
con validez perenne, las exigencias de la justicia y de la caridad
sociales que implica la verdadera religión; Oseas (mediados del s.
vnt a. C.) enseña de modo sublime cómo Dios es sobre todo amor,
amor profundo y fiel por su pueblo, aun a pesar de las
infidelidades de éste, amor que el profeta expresa por la analogía
y las imágenes del amor del esposo por la esposa; Isaías (segunda
mitad del s. VIII) parte de su visión inicial del trono de Dios,
para envolver su mensaje religioso dentro de la más elevada
concepción de la trascendencia y majestad divinas, etc. Así, cada
mensaje de los profetas tiene una validez perenne y alcanza algún
punto máximo en el conjunto de la revelación, no superado ya sino
por la revelación cumplida de Dios en el Verbo Encarnado,
Jesucristo, la más perfecta y expresiva revelación que Dios ha
hecho de sí mismo a los hombres.
De todos modos, puede decirse también que el mensaje
profético se mueve en tres dimensiones religiosas fundamentales:
la fe en el solo Dios Trascendente Yalh wéh, la santidad (v.) y la
esperanza mesiánica (v. MESÍAS). El mensaje sobre Dios constituye
una profundización, no sólo especulativa, sino también y quizá
primordialmente- práctica, viva, basada en la experiencia
religiosa personal de los profetas y en la tradición secular de
Israel. Yahwéh es el Dios único. Pero no un Dios que habita solo
en el cielo inaccesible: es el Dios Bueno, Misericordioso,
Poderoso, Providente, Creador que hizo los cielos y la tierra y
cuanto en ellos hay, que gobierna sabiamente el universo e
interviene amorosamente en la vida de los hombres: és Nuestro
Padre Dios. Él hace llover sobre los campos, pone límites a los
mares, hace que el Sol y los astros sigan sus senderos, castiga a
los malos y premia a los buenos...
La predicación profética tiende toda ella, y desde diversos
aspectos, a la santidad del hombre como consecuencia de la
santidad de Dios. Por ello, todos los profetas combaten el pecado
(v.) en cualquiera de sus formas y exhortan a la práctica de las
virtudes. En un principio, la virtud (v.) está en razón directa
del cumplimiento sencillo -y a veces simplista- de la Ley. Los
profetas irán interiorizando la religión y la misma práctica de la
Ley. Esa continua purificación de la religión será misión
constante de los profetas, según queda atestiguada en los escritos
que de ellos proceden. En este sentido, también los profetas son
una preparación de la plenitud de la revelación en la vida y
enseñanzas de Jesucristo, y correlativamente, los escritos
proféticos un acercamiento a los Evangelios.
Finalmente, la esperanza mesiánica constituye algo así como
la médula del profetismo escrito. El mesianismo profético es una
esperanza de salvación (v. SALVACIÓN II); ahora bien, salvación
que Dios mismo ofrece y realiza, pero que, al mismo tiempo, exige
la fe (v.) del hombre en Dios -más que las prácticas externas de
la Ley- y la santidad de vida. En una serie de textos parece
hablarse de un mesianismo sin Mesías: es directamente Yahwéh quien
implantará su reinado futuro de justicia y santidad. Pero, en otra
serie, muy abundante de textos, el reino de justicia y santidad
tendrá un Rey-Mesías, que lo instaurará en nombre de Yahwéh. Por
último, otro cielo profético presenta al Mesías no ya como Rey,
sino como el siervo sufriente de Yahwéh (ciclo de profecías del
«poema del siervo» de la segunda parte del libro de Is, Ps 21,
etc.) o como el misterioso personaje del Hijo del hombre (Dan 7).
En todo caso, el reino mesiánico contemplado en los diversos
escritos proféticos será un reinado de felicidad, de restauración
de la justicia original, en el que ya no habrá pecado, donde
desaparecerá toda violencia y dolor (V. REINO DE DIOS). Aunque no
pueda establecerse claramente una evolución de la idea mesiánica,
puede decirse que la primitiva concepción del Mesías como Rey de
la descendencia de David (cfr. 2 Sam 7) adquiere una trascendencia
cada vez mayor. De ello es muestra, p. ej., el ciclo de profecías
del Emmanuel (Is 9, 1-6; 11, 1-9; etc.), donde las expresiones
relativas al Mesías muy difícilmente son reducibles a un personaje
meramente humano.
Libros sapienciales. Los escritos sagrados del A. T. que
constituyen el tercer grupo, se llaman generalmente hagiógrafos,
libros sapienciales (v.) o didácticos y poéticos.
La sabiduría es un género literario muy característico en
todo el antiguo Oriente Medio. Son especialmente conocidas la
sabiduría y la literatura sapiencial del antiguo Egipto, Sumer,
Asiria y Babilonia. La sabiduría oriental constituyó un género que
ante la cultura occidental aparece mixto de experiencias de vida,
filosofía no académica, teología y hasta de las- ciencias de las
relaciones públicas. Esta sabiduría se expresó en diversas formas
literarias y subgéneros: refranes y proverbios, acertijos,
fábulas, historietas, poemas sapienciales... Israel fue asimilando
estas formas de la cultura oriental, pero hizo la traducción a su
propio genio y, sobre todo, con arreglo a su fe y a su
religiosidad. Así, la sabiduría hebrea fue profundamente
religiosa, tendió a integrarse en la actitud religiosa del hombre
ante los acontecimientos de la vida. Y por este camino llegó a ser
vehículo apto para expresarse la Revelación divina. En los libros
sapienciales del A. T. llega a considerarse que la sabiduría (v.)
del hombre no es sino un reflejo pálido, una participación
menguada de la misma Sabiduría divina (cfr. Prv 21, 30). A veces
es la Sabiduría de Dios (V. DIOS IV, 13) la que habla por boca de
algunos hombres. También la Sabiduría divina se manifiesta por las
obras de la Creación y el hombre ha de saber leer en el orden y
grandeza del universo. El hombre intenta sondear la Sabiduría
divina sin poder alcanzarla (cfr. Iob 28, 38 y 39). En los últimos
libros sapienciales del A. T., la Sabiduría divina, que es
atributo de Dios, es presentada con una fuerte personalización
literaria (V. ANTROPOMORFISMO III), aunque distando mucho todavía
de constituir una revelación del misterio de las personas divinas
(V. TRINIDAD, SANTÍSIMA).
Normalmente se incluyen entre los libros sapienciales del A.
T. los siguientes: Iob, Ps, Prv, Eccl, Cant, Sap y Eccli. Hoy día,
los investigadores de la Biblia tienden a ver pasajes sapienciales
en otras muchas partes del A. T., tanto en el Pentateuco como en
los libros proféticos.
BIBL.: CONC. VATICANO II, Constitución Dogmática «Dei Verbum» sobre la divina revelación; Pío XII, Encíclica «Divino afflante Spiritu», 30 sept. 1943, en AAS 35 (1943) 297-326; LEEN XIII, Encíclica «Providentissimus Deus», 18 nov. 1893, en ASS 26 (1893194) 278 ss.; S. MUÑOZ IGLESIAS, Introducción a la lectura del Antiguo Testamento, Madrid 1965; L. ARNALDICII, A. G. LAMADRID, G. PÉREZ, M. SALVADOR y J. M. TuÑóN, Antiguo Testamento, Madrid 1969; A. ROBERT y A. FEUILLET, Introducción a la Biblia, I, Barcelona 1965; VARios, -Verbum Dei. Comentario General a la Sagrada Escritura, I y II, Barcelona 1956; L. BOUYER, La Biblia y el Evangelio, Barcelona 1968; P. DE SÜRGI, Las grandes etapas del misterio de la salvación, 3 ed. Barcelona 1965; Auzou, La tradición bíblica, 2 ed. Madrid 1966; M. DE TUYA, J. SALGUERO, Introducción a la Biblia, Madrid 1967;
J. M. CASCIARo RAMÍREZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991