MIRABILE
ILLUD
Encíclica
de PÍO XII
sobre
las Plegarias por la paz del mundo
Del
6 de diciembre de 1950
1.
Clamor de todos por la paz y concordia en medio de la preparación
bélica.
Ese
admirable prodigio de fraternal concordia que han mostrado las notables
multitudes de fieles que han llegado a Roma de casi todas las naciones como
peregrinos devotos durante el curso del Año Santo, encierra a Nuestro parecer
algo así como un clamor de advertencia, un solemne testimonio para todos, de
que los pueblos del mundo no desean la guerra ni la discordia ni los odios, sino
que muy por el contrario, abrigan ardientes deseos de paz y de unidad de las
mentes, y de aquella caridad cristiana que es la única fuente de una era mejor
y más feliz para todos.
Es
Nuestro ardiente deseo que todos escuchen por fin esa advertencia en momentos en
que Nos contemplamos con corazón angustiado, la espantosa preparación en que
se embarcan los pueblos para la guerra, al paso que ya en algunos sitios la
horrenda furia de la matanza recoge su cosecha de vidas valerosas en plena
juventud.
2.
Las ruinas y horrores de una guerra moderna.
¿Pero
es que no se ha demostrado hasta la saciedad que los cruentos conflictos
provocan ruinas indescriptibles, muertes y miserias de todo género? Son tan
mortíferos los instrumentos y las máquinas de la guerra moderna inventados por
el genio del hombre -un ingenio que ciertamente fue creado para otros fines-,
que su sola mención debe inspirar a toda persona sensata un profundo horror,
sobre todo porque no sólo desatan sus golpes contra los ejércitos, sino
también contra los no combatientes, incluyendo a inocentes niños, mujeres,
ancianos y enfermos, y por igual contra edificios sagrados y preciosas
conquistas del arte.
3.
Peligro de una nueva hecatombe y nuevas ruinas.
¿Quién
no se siente horrorizado al pensar siquiera en multiplicar los cementerios
agregando más tumbas a las abiertas por la guerra reciente, o en amontonar
sobre las paredes aún tambaleantes de tantas ciudades y pueblos, más ruinas
todavía? ¿Quién que tenga sentimientos puede dejar de estremecerse ante el
pensamiento de futuras calamidades económicas que en tan alto grado afectan a
casi todos los pueblos, y en particular a las más pobres de las clases y que se
agravan aún más con la pérdida de la riqueza que acompaña por necesidad a
toda guerra?
4.
La angustia y exhortación del Padre Santo ante el peligro.
Nos
que podemos elevar Nuestro ánimo por sobre el torrente de los humanos deseos,
Nos que abrigamos un afecto paternal, para todos los pueblos de todas las
naciones y de todas las razas, y que deseamos conservar inconmovible la paz de
todos para que así progrese su prosperidad cada día, Nos, Venerables Hermanos,
cada vez que vemos la claridad del cielo empañarse con negros nubarrones, cada
vez que percibimos los nuevos peligros de una amenazadora guerra sobre la
humanidad no podemos menos de elevar Nuestra voz para exhortar a todos a dejar
las enemistades, a zanjar las diferencias y a establecer aquella paz verdadera
que, como conviene, pública y sinceramente reconoce y garantiza los derechos de
la Religión, de los pueblos en general y de los ciudadanos en particular.
5.
El hombre solo es incapaz de solucionar los graves problemas.
Sabemos
muy bien con todo, que los simples esfuerzos humanos son incapaces de alcanzar
semejante paz; es necesario ante todo renovar los corazones de los hombres,
reprimir la avaricia y la sensualidad, conciliar los odios y poner
verdaderamente en práctica las normas y las exigencias de la justicia, para
implantar una distribución mejor de la riqueza, cultivar la caridad recíproca
y fomentar en todos las virtudes.
6.
La Religión cristiana practicada solucionaría los problemas.
No
hay nada que conduzca con mayor eficacia y contribuya mejor al logro de este
grandioso objetivo, que la Religión cristiana, cuyos divinos preceptos nos
enseñan que los hombres, como hermanos, forman una familia cuyo Padre es Dios,
de la cual Cristo es el Redentor y por sus divinas gracias el aliento de ella, y
cuya morada eterna es el cielo.
Si
se pusieran realmente en práctica estos preceptos como es debido entonces sin
duda alguna la vida pública y privada se verían libres de guerras y
sediciones; no habría alzamientos ni conculcaciones de la libertad religiosa y
civil; y brillaría, en cambio, una estabilidad pacífica, fundada en el orden
debido y la justicia, señoreando en las inteligencias y los corazones de
los hombres, abriendo una senda segura hacia una prosperidad en continuo
aumento.
7.
La oración, a ejemplo de nuestros antepasados.
Es
ciertamente una tarea difícil, pero necesaria, tan necesaria que no permite
dilación alguna; antes bien exige que se la emprenda cuanto antes. Si es
difícil, más difícil de lo que puede hacer la humana capacidad, entonces
debemos recurrir a la oración y a las súplicas ante el Padre Celestial,
repitiendo lo que a través de las edades hicieron nuestros padres en momentos
de grandes crisis, con resultados felices y saludables.
Por
lo tanto os urgimos y exhortamos vivamente, Venerables Hermanos, para que
propiciéis preces públicas y para que invitéis a vuestros fieles a orar por
la paz y la concordia entre los pueblos; para que bajo el manto de la Religión
se levante por decirlo así una cruzada santa que conjure la lucha abominable
que amenaza a toda la humana familia con tantos peligros.
8.
Por intercesión de la Santísima Virgen.
Sabéis
indudablemente que Nos celebramos el sacrificio eucarístico a la medianoche que
marca el comienzo de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima
Virgen MARÍA, y que Nuestra voz suplicante ha sido escuchada de muchos por
medio del mensaje de la Radio. Hemos querido que los fieles, unidos al Vicario
de Cristo, pidan al Padre de las Misericordias, por intercesión de la
poderosísima Virgen Madre de Dios, preservada de la mancha del pecado original,
que al fin se aplaquen los odios, se suavicen las disputas, equitativamente,
para que la luz de una paz genuina y real brille sobre todas las naciones.
9.
Plegarias por la paz en la Novena de la Natividad.
Nos
deseamos, además, que con el mismo celo espiritual por esta causa, se digan
insistentes plegarias durante la Novena de imploración que se acostumbra
celebrar en preparación de la fiesta solemne de la Natividad del Niño Jesús,
para pedir del Divino Infante que la paz anunciada a los hombres de buena
voluntad sobre su cuna sagrada por los coros angélicos[1],
resplandezca en todo el mundo y se arraigue profundamente en todas partes.
10.
Preces por la Iglesia y los perseguidos.
Y
que no se omitan las fervientes súplicas al Redentor recién nacido, por la
intercesión de su Santísima Madre, para que la Religión Católica, el más
seguro fundamento de la sociedad y de la cultura, goce de la libertad que se le
debe en todas las naciones, y para que, los que sufren persecución por la
justicia[2],
los que han caído en la prisión, o expulsados de sus hogares y de su
Patria vagan en la incertidumbre, cuando no languidecen en el cautiverio, porque
defendieron valientemente los derechos de la Santa Iglesia, reciban con
abundancia el consuelo celestial y se les conceda al fin la hora feliz que han
venido esperando con ardiente ansia e intenso deseo.
11.
Un llamado al clero y a los fieles.
No
dudamos, Venerables: Hermanos, de que con vuestra pastoral solicitud y vuestra
acostumbrada diligencia comunicaréis esta Nuestra paternal exhortación a
vuestro clero y fieles en la forma que mejor os parezca; de igual modo Nos
sentimos seguros de que todos Nuestros amadísimos la Hijos en Cristo
corresponderán a ella en todo el mundo con alegría y buena voluntad.
12.
Bendición Apostólica.
Entre
tanto, que la Bendición Apostólica, que amantes en el Señor os impartimos
como prenda de Nuestra paternal benevolencia, sea para todos y cada uno de
vosotros, Venerables Hermanos, a vuestros compatriotas, y para aquellos en
particular que dan con abundancia sus oraciones suplicantes por Nuestras
intenciones, una fuente de gracias celestiales.
Dado en Roma, junto a San Pedro a 6 de Diciembre de 1950, año duodécimo de Nuestro Pontificado. Pío XII.