QUAMVIS
NOSTRA
Papa
Pío XI
Carta
al Episcopado Brasileño
27
de Octubre de 1935
Aunque nuestro pensamiento haya sido ya claramente
expresado en los muchos documentos que hemos publicado acerca de este tema, ya
desde Nuestra primera encíclica Ubi arcano Dei, sin embargo, accediendo
al deseo que Nos has manifestado, en tu reciente visita a Roma, te dirigimos
Nuestra palabra de modo especial acerca de materia tan grave. Queremos demostrar
así, una vez más, cuánto Nos importa la colaboración que los seglares pueden
prestar al apostolado de la Jerarquía, no sólo para defender la verdad y la
vida cristiana de tantas insidias que doquier la amenazan, mas también para que
en las manos de sus pastores sean óptimos auxiliares para un mayor progreso
religioso y civil.
Tenemos en primer lugar la persuasión de que la
Acción Católica es una gracia singular de Dios, tanto para los fieles llamados
a colaborar más cerca con la Jerarquía, como para los Obispos y para los
sacerdotes, los cuales encontrarán en las filas de la Acción Católica almas
generosas, prontas a ayudarlos eficazmente en el cumplimiento cada vez mejor y
cada vez más amplio de su apostolado. En efecto, ¿quién no ve que aun en los
países católicos el clero es insuficiente para prestar la debida asistencia a
todos los fieles?
También en ese querido país, en donde la población
está animada de sentimientos de piedad y de religión, ¿cuántas veces tú,
amado Hijo Nuestro, y tus colegas en el episcopado habéis deplorado la escasez
de clero, especialmente secular, en un territorio que, por su configuración
geográfica, por sus condiciones naturales y por su extraordinaria extensión,
exigiría mayor número de sacerdotes que en otras naciones?
2. ¿Y qué diremos, además, del continuo
multiplicarse de las necesidades y de las dificultades en el sagrado ministerio,
que hacen, a veces, casi imposible al ministro del Señor acercarse a todos los
fieles? ¿Qué diremos de los peligros de todo género que amenazan cada vez más
la integridad de la fe y de las costumbres del pueblo cristiano, principalmente
en aquellas naciones en las que, como en el Brasil, junto a tantos y tan grandes
progresos pululan tantos y tan dolorosos gérmenes del mal?
Bien sabemos Nos con cuánto celo tú y ese
episcopado procuráis suscitar y alimentar entre ese buen pueblo las vocaciones
sacerdotales y hacer cada día más eficaces vuestros seminarios para su misión
sublime. Prueba de esto es la fundación del Colegio Brasileño en Roma, hecha
bajo vuestros auspicios y con vuestros medios, que se adorna con el título de
Pontificio y que, como sabéis, Nos es tan querido. Estas vuestras santas
fatigas, bendecidas y fecundadas por la gracia de Dios, darán, sin duda, en el
porvenir frutos preciosos.
Pero más exuberante será la abundancia de tales
frutos si, juntamente a las falanges de sacerdotes -que esperamos serán cada día
más numerosos y más eficaces para el creciente trabajo- se agregasen dóciles
y compactas las de los buenos seglares, los cuales podrán preparar, integrar,
y, en algún punto donde sea necesario, también suplir, especialmente para la
instrucción religiosa de los niños, la obra del sacerdote.
Mas en esta santa batalla, emprendida para defender
y ensanchar el reino de Cristo, como en todas las batallas y en todos los ejércitos,
es menester proceder con orden, método y táctica.
No os será, pues, molesto, Venerables Hermanos, que
añadamos aquí algunos pensamientos y direcciones prácticas, que Nos
aconsejan, no solamente el conocimiento que tenemos de vuestras condiciones y el
deseo vivísimo de veros alcanzar pronto -también en este campo- consoladores
éxitos, mas también Nuestra ya larga experiencia, que Nos ha puesto ante la
vista, en las diversas naciones, los medios más seguros y más adaptados a tal
fin.
3. Ante todo, os recomendamos que pongáis el mayor
empeño en la formación y educación de los que pretendan militar en las filas
de la Acción Católica: formación religiosa, moral y social, que es
indispensable para el que quiera ejercer en el seno de la sociedad moderna una
obra eficaz de apostolado. Por eso, será indispensable comenzar no con grandes
masas, sino con grupos pequeños, bien instruidos y adiestrados, los cuales sean
como fermento evangélico que hará luego fermentar y crecer toda la masa. No
será difícil iniciar así en todas las parroquias este saludable trabajo,
cuidando particularmente con afectuoso interés de los pequeños, cuyas almas
ingenuas pueden fácilmente enderezarse a la práctica de las virtudes
cristianas. Y no menor diligencia hay que usar para atraer a las asociaciones
católicas a los jóvenes, futura esperanza de la patria y de la Iglesia, y a
los hombres, sobre los cuales se apoyan tanto la sociedad familiar como la política.
4. No se recomendará nunca bastante que las
nacientes asociaciones vivan en perfecta armonía y que estén ligadas en la más
estrecha unidad. Las Asociaciones parroquiales, el Consejo diocesano y el
Consejo nacional, deben estar bien entrelazados y compactos, como los miembros
de un solo cuerpo, como las cohortes de un ejército invencible. Unión de
fuerzas, no dispersión; no cualquier fortuita coincidencia de trabajos, sino
conspiración ordenada al bien común; no restricción de las peculiaridades de
una vida que germina y florece espontáneamente, sino gradual aumento de células
y de fuerzas, de modo que en todo el cuerpo brillen la hermosura y la belleza
junto con una adecuada armonía de los miembros.
Sería, por lo tanto, error y daño gravísimo si en
las parroquias o en las diócesis surgiesen asociaciones de fieles con fines análogos
a los de la Acción Católica, pero absolutamente independientes y sin
coordinación alguna con ella, y, peor aún, en mísera oposición. Las pequeñas
ventajas, limitadas a un estrecho círculo de fieles, provenientes de tales
asociaciones, quedarían completamente anuladas por el gravísimo daño que
causarían disgregando y dividiendo las fuerzas católicas, o acaso poniendo a
las unas contra otras; fuerzas que, por la necesidad de nuestros tiempos, deben
estar, como hemos dicho, absolutamente concordes y coordinadas, bajo la dirección
de los Pastores, al servicio de la Iglesia.
5. Esta unidad de fuerzas e impulsos que se ha de
procurar en sumo grado, no impide que, pues la Acción Católica comprende en su
seno a varias clases de ciudadanos, se dé a cada una de ellas un cuidado y
formación peculiar y que se atienda por separado a los agricultores, obreros,
estudiantes, personas cultas y profesionales. Más aún: todo esto, como la
experiencia nos enseña, es absolutamente indispensable si se quiere que la Acción
Católica alcance plenamente su finalidad, que es hacer a cada uno apóstol de
Cristo en el ambiente social en el cual el Señor lo ha colocado. Exhortamos,
sobre todo, que se tenga especialísimo cuidado de las clases humildes,
principalmente de los trabajadores de la industria y de la tierra. Estos, en
verdad, como han formado la predilección del Corazón Divino de Jesús, así se
han atraído en todo tiempo y se atraen la solicitud maternal de la Iglesia, la
cual se siente con entrañas de compasión ante las incomodidades y sufrimientos
de su vida, y está tiernamente inquieta por los graves peligros espirituales a
que los expone una propaganda intensa de doctrinas antirreligiosas y
antisociales, que se ejerce sobre todo entre los humildes.
En toda esta vasta obra de sabia organización será
utilísimo escoger y preparar, según la posibilidad, en cada una de las diócesis,
sacerdotes y grupos de seglares, de buena formación doctrinal y de celo
ferviente por la salvación de las almas, devotísimos del Papa y de los
Obispos, los cuales, como fervorosos misioneros de la Acción Católica, bajo la
dirección del Episcopado y por su mandato, vayan a visitar parroquias de su diócesis
o de otras, si allí fueren llamados, para demostrar claramente la excelencia y
las ventajas de la Acción Católica; para asistir y colaborar, sobre todo, en
la formación de buenos dirigentes (condición necesaria para la vida y
florecimiento de las asociaciones); para dirigir, finalmente, y coordinar
actividades y proyectos a fin de que cada asociación consiga plenamente su fin
propio, sin detrimento de las demás. No se descuide instruir en esta forma de
apostolado a los alumnos de los Seminarios; adiéstrense pronto los sacerdotes,
especialmente los jóvenes, aun enviándoles a estudiar la Acción Católica en
aquellas naciones donde ésta ha hecho ya felices experiencias y recogido
copiosos frutos.
6. Mas para que así los sacerdotes, y los
religiosos de uno y otro sexo, como los mismos seglares tengan una preparación
cada día más idónea para la Acción Católica, creemos que ha de contribuir
muhco el que con frecuencia se celebren reuniones y congresos, en forma de jornadas
o de semanas, según se acostumbra ya en algunos sitios, consagradas al
estudio y a la oración; y ello no sólo con carácter nacional, sino aun
simplemente diocesanas o parroquiales, de tal modo que los así reunidos, tanto
por los piadosos ejercicios y la meditación de las cosas divinas como por las
lecciones y las conferencias acomodadas a los tiempos y necesidades, a cargo de
sociólogos y de miembros destacados de la Acción Católica, sean ardientemente
estimulados al apostolado, a la vez que profundamente formados en las verdaderas
doctrinas de la Iglesia.
Conviene, asimismo, que se organicen tales
reuniones, especializadas para las diversas clases o grupos de personas, esto
es, jóvenes, estudiantes, hombres católicos y mujeres católicas, obreros y
profesionales -médicos, juristas, abogados, comerciantes, industriales, etc.-;
asimismo habrá otras singularmente consagradas a sacerdotes, religiosos y
religiosas, educadores y profesores, etc. Y todo ello de tal modo que en estas
reuniones se traten principalmente los problemas que más interesen a cada una
de las clases o profesiones, atendiendo a la piedad y al apostolado propio de la
Acción Católica.
Bien conocemos Nos, amado Hijo Nuestro y Venerables
Hermanos, que, especialmente en los comienzos, son no pocas ni pequeñas las
dificultades que se oponen a esta empresa tan noble como necesaria. Mas conviene
recordar bien aquellas palabras que, inspirado divinamente, pronunció el Apóstol
de las Gentes: Omnia possum in eo qui me confortat.
Por ello, si todos los eclesiásticos y los fieles
seglares, que se consagran a la Acción Católica, poniendo en Dios toda su
esperanza y su confianza, respondieren plenamente a las gracias divinas a la vez
que, asiduos e inteligentes, consagraren su trabajo a cada uno de los cometidos
de la Acción Católica, aun a aquellos que parecen de la menor importancia, no
duden que recibirán del Señor también todos los demás auxilios, aun los más
extraordinarios, para poder llevar a cabo felizmente todas las empresas. Por lo
contrario, en vano trabajarán por renovar la ciudad cristiana, si con ellos
mismos no edificare el Señor al mismo tiempo.
Y, además de los celestiales auxilios, no faltarán
otros a la Acción Católica. En efecto, la Acción Católica no impide ni
perturba otros géneros de bienes y piadosas empresas, y mucho menos las
destruye o desbarata; antes, por lo contrario, suscita, fomenta y dirige todas
las clases y formas de lo bueno y de lo recto; por lo cual ella misma busca
espontáneamente y asocia consigo a las demás fuerzas, instituciones e
iniciativas que, aun separadas de ella, trabajan asimismo por el bien de las
almas.
7. Auxilio muy grande y muy eficaz, sin duda alguna,
para la Acción Católica, será el de las muchas familias religiosas, de uno y
otro sexo, que han prestado ya señalados servicios a la Iglesia para bien de
las almas de esa nación. Tal auxilio lo darán siempre no sólo con sus
oraciones incesantes, sino también contribuyendo generosamente con su
actividad, aunque no tengan propiamente cura de almas. En particular, tanto los
religiosos como las religiosas ayudarán a la Acción Católica, si procuran
preparar para ella, desde su más tierna edad, a los niños y niñas que educan
en sus escuelas y colegios. Primero, hay que atraer suavemente a los
adolescentes para que se inclinen hacia el apostolado; luego exhortarlos con
asiduo y diligente empeño a ingresar en las asociaciones de Acción Católica;
las cuales, si no existen, convendrá que los mismos religiosos las promuevan.
Ningún método mejor, ni facilidad alguna mayor, para formar la juventud en la
Acción Católica que la posibilidad que ofrecen las escuelas y los colegios.
Semejante formación será muy útil aun para los mismos colegios, porque es fácil
comprender cuánto provecho pueden sacar, los alumnos de una escuela o
instituto, de sus compañeros educados en el espíritu de la Acción Católica.
Y ello aprovechará aun a las mismas almas de los jóvenes que se preparan para
la Acción Católica; porque, como tantas veces hemos dicho, al estar bien
formados en la doctrina católica y fortificados con la gracia, aun aquellas
mismas asociaciones, que les defenderán previsoras en la edad más peligrosa,
les serán una defensa y un apoyo contra los muchos y graves peligros con que se
han de encontrar en medio de la sociedad en que han de convivir: los afrontarán
con fortaleza, los superarán con un espíritu invicto.
Y así, con un mismo método, aun las mismas
asociaciones consagradas al cultivo de la piedad o a la mayor difusión de la
cultura religiosa y también a cualquier actividad de apostolado social, se
convertirán verdaderamente en fuerzas auxiliares de la Acción Católica, y,
aun conservando cada una íntegramente su campo de acción, afirmarán, con los
mejores auspicios, aquella inteligencia cordial, aquella coordinación y
mutua comprensión, que hemos recomendado tantas veces.
La Acción Católica, ayudada así eficazmente y
sabiamente ordenada, será de verdad aquel ejército pacífico que ha de
combatir la santa batalla para instaurar y promover el reino de Cristo, que es
reino de justicia, de paz y de amor. Por lo tanto, la Acción Católica, aunque
ha de evitar -según lo manda su propia naturaleza- toda actividad e intereses
de los partidos políticos, que, como muchas veces hemos repetido, causaría
gravísimos daños a toda actividad religiosa, contribuirá real y eficazmente a
la prosperidad de la patria y de sus ciudadanos, llegando a ser "como el
camino y método que usa la Iglesia para comunicar a las naciones toda suerte de
beneficios"[i].
8. Rogamos, finalmente, al Señor con todo fervor
que haga fructificar las nobles fatigas que tú, amado Hijo Nuestro y tus
colegas en el Episcopado, dócilmente secundados y seguidos por el clero y los
seglares católicos, sobrelleváis, para establecer en toda la nación este
poderoso medio de regeneración cristiana, a fin de que pronto en todas las diócesis
se formen estas hermosas falanges de valerosos soldados de Cristo, que marchen a
la defensa de los intereses de Dios y de la Iglesia y lleven a todas partes el
"sentir de Cristo", prenda y garantía de bienestar para los
individuos, las familias y la sociedad.
A fin de que la obra que habéis empezado obtenga
feliz y eficaz éxito, imploramos de Dios oportunos auxilios para vosotros. Sea
prueba de este Nuestro augurio, y al mismo tiempo testimonio de Nuestro especial
afecto, la Bendición Apostólica, que os damos con afecto en el Señor, a ti,
querido Hijo Nuestro, y a vosotros, Venerables Hermanos, y pueblo confiado a
vuestros cuidados, especialmente a aquellos que se dedican a la Acción Católica.
Dado en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de
Nuestro Señor Jesucristo Rey, el 27 de octubre de 1935, año decimocuarto de
Nuestro Pontificado.
PIO
XI