PARTE
TERCERA
BREVE
NOTICIA DE LA HISTORIA ECLESIÁSTICA
121.
Pero la fe cristiana tenía que pasar por durísimas pruebas para que se viese
manifiestamente que venía de Dios y que sólo Dios la sustentaba. En los tres
primeros siglos de su existencia, a saber, en el transcurso de trescientos
años, muchas y terribles persecuciones se levantaron contra los
discípulos de Jesucristo por orden de los emperadores romanos.
No era continua la guerra suscitada
contra los cristianos, pero tras cortos intervalos recrudecía, y entonces los
requerían para que diesen razón de su fe; constreñíanlos a ofrecer incienso
a los ídolos, y si se negaban a ello, los sujetaban a todo linaje de infamias,
penas y tormentos que la humana malicia podía inventar, y hasta a la misma
muerte.
122.
Ellos no daban motivo de enojo a sus enemigos; juntábanse para sus devociones y
para asistir al divino Sacrificio comúnmente en lugares subterráneos; oscuros
y solitarios que aun subsisten en Roma y en otras partes, y se llaman cementerios
o catacumbas. Mas no por esto evitaban los peligros de muerte. Innumerable
muchedumbre de ellos dieron testimonio, con el derramamiento de su
sangre, de la fe de Jesucristo, por cuya confirmación habían muerto los
Apóstoles y sus imitadores. Por esto se llaman mártires, que quiere
decir testigos. La Iglesia reconocía estas preciosas víctimas de la fe,
recogía sus cadáveres, dábales honrosa sepultura en los santos lugares de
dormición o dormitorios, y los admitía al honor de los altares.
123.
La Iglesia no gozó de sólida paz hasta el emperador Constantino, quien
vencedor de sus enemigos y favorecido y alentado por una visión del cielo,
publico edictos dando a todos libertad de abrazar la religión cristiana; los
cristianos volvían a entrar en posesión de los bienes que les hablan
confiscado; nadie podía inquietarlos por razón de su fe; no debían en
adelante ser excluidos de los cargos y empleos del Estado; podían levantar
iglesias; y el mismo emperador costeó a veces la fábrica de ellas.
Los confesores de la fe que estaban
en las cárceles salieron libres, los cristianos empezaron a celebrar sus
reuniones con público esplendor y los mismos gentiles sentíanse atraídos a
glorificar al verdadero Dios.
124.
Constantino, vencido su postrer competidor, quedó dueño del mundo romano, y
vióse la cruz de Jesucristo ondear resplandeciente en las banderas del imperio.
Dividió después el imperio en oriental
y occidental, haciendo de Bizancio, sobre el Bósforo, una
nueva capital, que hermoseó y llamó Constantinopla (a. d. C. 330). Esta
metrópoli vino a ser presto una nueva Roma, por la autoridad imperial que en
ella residía.
Entonces el espíritu de orgullo y
novelería se apoderó de algunos eclesiásticos constituidos allí en alta
dignidad, los cuales ambicionaban el primado del Papa y de toda la Iglesia de
Jesucristo. De allí surgieron gravísimos conflictos durante muchos siglos, y
finalmente el desastroso Cisma, con que el Oriente se separó del
Occidente (siglo IX) sustrayéndose en gran parte de la divina autoridad del
Pontífice Romano, que es el sucesor de San Pedro. Vicario de Jesucristo.
125. Cuando
salía victoriosa de la guerra exterior del paganismo y vencía la prueba de
feroces persecuciones, la Iglesia de Jesucristo, salteada por enemigos
interiores, entraba en la guerra intestina, mucho más terrible. Guerra prolija
y dolorosa, que empeñada y atizada por malos cristianos, hijos suyos
degenerados, no ha llegado aún a su termino, pero de la cual saldrá la Iglesia
triunfadora, conforme a la palabra infalible de su divino Fundador a su primer
Vicario en la tierra, el apóstol San Pedro: Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella. (Mateo XVI, 18.)
126.
Ya en los tiempos apostólicos había habido hombres perversos que, por interés
y ambición, turbaban y corrompían en el pueblo la pureza de la fe con
abominables errores. Opusiéronse a ellos los Apóstoles con la predicación,
con los escritos y con las infalibles sentencias del primer Concilio que
celebraron en Jerusalén.
127.
Desde entonces acá, no ha cesado el espíritu de las tinieblas en sus
ponzoñosos ataques contra la Iglesia y las divinas verdades de que es
depositaria indefectible; y suscitando constantemente nuevas herejías, ha ido
atentando uno tras otro contra todos los dogmas de la cristiana religión.
128.
Entre otras, han sido tristemente famosas las herejías de Sabelio, que
impugnó el dogma de la Santísima Trinidad; de Manes, que negó la
Unidad de Dios y admitió en el hombre dos almas; de Arrio, que no quiso
reconocer la divinidad de nuestro Señor Jesucristo; de Nestorio, que
rehusó a la Santísima Virgen la excelsa dignidad de Madre de Dios y
distinguió en Jesucristo dos personas; de Eutiques, que en Jesucristo no
admitió más que una naturaleza; de Macedonio, que combatió la
divinidad del Espíritu Santo; de Pelagio que atacó el dogma del pecado
original y de la necesidad de la gracia; de los Iconoclastas, que
rechazaron el culto de las Sagradas Imágenes y de las Reliquias de los Santos;
de Berengario, que se opuso a la presencia real de nuestro Señor
Jesucristo en el Santísimo Sacramento; de Juan Hus, que negó el primado
de San Pedro y del Romano Pontífice, y finalmente la gran herejía del Protestantismo
(siglo XVI), forjada y propagada principalmente por Lutero y Calvino. Estos
novadores, con rechazar la Tradición divina, reduciendo toda la revelación a
la Sagrada Escritura, y con sustraer la misma Sagrada Escritura al legítimo
magisterio de la Iglesia para entregarla insensatamente á la libre
interpretación del espíritu privado, demolieron todos los fundamentos de la
fe, expusieron los Libros Santos a las profanaciones de la presunción y de la
ignorancia y abrieron la puerta a todos los errores.
129.
El Protestantismo o religión reformada, como orgullosamente la llaman
sus fundadores, es el compendio de todas las herejías que hubo antes de él,
que ha habido después y que pueden aún nacer pira ruina de las almas.
130.
Con una lucha que dura sin tregua hace veinte siglos, no ha cesado la Iglesia
católica de defender el depósito sagrado de la verdad que, Dios le ha
encomendado y de amparar a los fieles contra la ponzoña de las heréticas
doctrinas.
131.
A imitación de los Apóstoles, siempre que lo ha exigido la pública necesidad,
la Iglesia, congregada en Concilio ecuménico o general, ha definido con
toda claridad la verdad católica, la ha propuesto como dogma de fe a sus hijos,
y ha arrojado de su seno a los herejes, lanzando contra ellos la excomunión y
condenando sus errores.
El Concilio ecuménico o general
es una augusta asamblea a la cual llama el Romano Pontífice a todos los
Obispos del universo y a otros Prelados de la Iglesia, presidida por el mismo
Papa en persona o por sus legados. A esta asamblea que representa a toda la
Iglesia docente, le está prometida la asistencia del Espíritu Santo, y sus
decisiones en materia de fe y de costumbres, después de confirmadas por el Sumo
Pontífice, son seguras e infalibles como la palabra de Dios.
132.
El Concilio que condenó el protestantismo fue el Sacrosanto Concilio de
Trento, denominado así por la ciudad donde se celebró.
133.
Herido con esta condenación, el protestantismo vio desenvolverse los gérmenes
de disolución que llevaba en su viciado organismo: las discusiones lo
desgarraron, multiplicáronse las sectas, que, dividiéndose y
subdividiéndose, lo redujeron a menudos fragmentos. Al presente, el nombre de
protestantismo no significa ya una creencia uniforme y extendida, sino que
encierra un amontonamiento, el más monstruoso, de errores privados e
individuales, recoge todas las herejías y representa todas las, formas de
rebelión contra la santa Iglesia católica.
134.
Con todo, el espíritu protestante, que es espíritu de desaforada libertad y de
oposición a toda autoridad, no dejó de difundirse, y se alzaron muchos hombres
que, hinchados con una ciencia vana y orgullosa o enseñoreados de la ambición
y del interés, no dudaron en forjar o dar aliento a teorías trastornadoras de
la fe, de la moral y de toda autoridad divina y humana.
135.
El Sumo Pontífice Pío IX, después de haber condenado en el Syllabus
muchas de las proposiciones más capitales de esos temerarios cristianos, para
aplicar la segur a la raíz del mal, había convocado en Roma un nuevo Concilio
ecuménico. Comenzó felizmente su obra ilustre y benéfica en las primeras sesiones,
que se celebraron en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano (de donde le
vino el nombre de Concilio Vaticano I), cuando en 1870, por las
vicisitudes de los tiempos, tuvo que suspenderlas.
136. Es
de esperar que, sosegada la tempestad que agita momentáneamente a la Iglesia,
podrá el Romano Pontífice anudar y llevar a cabo la obra providencial del
Santo Concilio, y que, deshechos los errores que ahora combaten a la Iglesia y a
la sociedad civil, podremos ver pronto la verdad católica brillar con nueva luz
y alumbrar el mundo con sus eternos resplandores.
137. Aquí
termina este nuestro resumen, pues no es posible seguir paso a paso los varios
sucesos de la Iglesia, complicados con los acontecimientos políticos, sin decir
cosas menos acomodadas a la común inteligencia, y sin desviarnos del fin y
blanco de estas páginas.
El cristiano de buena voluntad
provéase de un buen Compendio de Historia Eclesiástica de autor
católico, y para elegirlo válgase del consejo de su párroco o de un docto
confesor. - Lea con espíritu de sencillez y humildad cristiana, y verá
resplandecer en su madre la Iglesia los caracteres con que nuestro Señor
Jesucristo ha distinguido a la única verdadera Iglesia que El fundó, que son: Una,
Santa, Católica v Apostólica.
138.
UNA. - Verá resplandecer la unidad de la Iglesia en el
ejercicio no interrumpido de la fe, de la esperanza y de la caridad. Verá en
veinte siglos de vida, siempre joven y floreciente que cuenta la Iglesia, tantas
generaciones, tanta muchedumbre de hombres, diversos en índole, nacionalidad y
lenguas, unidos en una sociedad gobernada siempre por una misma y perpetua jerarquía,
profesar unas mismas . creencias, confortarse con unas mismas esperanzas,
participar de comunes plegarias y de unos mismos sacramentos, bajo la dirección
de los legítimos pastores. Verá la jerarquía eclesiástica, formada de
tantos miles de obispos y sacerdotes, conservarse estrechamente unida en la
comunión y obediencia del Romano Pontífice, que es la cabeza divinamente
establecida, y recibir de él las divinas enseñanzas para comunicarlas al
pueblo con perfecta unidad de doctrina. ¿De dónde tan maravillosa
unión? De la presencia y asistencia de Jesucristo, que dijo a sus Apóstoles: He
aquí que Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos.
139.
SANTA. - El fiel que lea con rectitud de corazón la Historia
Eclesiástica, verá resplandecer la santidad de la Iglesia, no sólo en
la santidad esencial de su cabeza invisible Jesucristo, en la santidad de
los sacramentos, de la doctrina, de las Corporaciones religiosas, de muchísimos
de sus miembros. sino también en la abundancia de los dones celestiales, de los
sagrados carismas, de las profecías y milagros con que el Señor (negándolos a
las demás sociedades religiosas) hace brillar a la faz del mundo la dote de la
santidad, de que está exclusivamente ataviada su única Iglesia.
Quien lee con ánimo desapasionado
la Historia Eclesiástica, queda atónito al contemplar la acción visible de la
divina Providencia, que ha comunicado a la Iglesia la santidad y la vida,
y vela por su conservación. Ella fue la que, desde los primeros siglos, suscito
aquellos grandes hombres, gloria inmortal del Cristianismo que, llenos de
sabiduría y sobrehumana virtud, combatieron victoriosamente las herejías y
errores al paso que iban apareciendo: Santos Padres y Doctores que
brillarán como estrellas por perpetuas eternidades, en frase bíblica;
de cuyo unánime consentimiento podemos deducir y reconocer la Tradición y
el sentido de las Sagradas Escrituras.
Y asombra no menos ver levantarse
providencialmente, en tiempo y lugar oportuno, aquellas Ordenes regulares, aquellas
religiosas familias, aprobadas y bendecidas por la Iglesia, en las cuales
ya desde el siglo IV florecía la vida cristiana y se aspiraba a la perfección
evangélica, practicando los divinos consejos pon los santos votos de castidad,
pobreza y obediencia.
Véase por la historia que estas religiosas
familias, en el transcurso de los siglos, han ido constantemente y van ahora
sucediéndose y renovándose con un fin siempre santo, sirviéndose de los
medios acomodados a la época ; ora la oración, ora la enseñanza, ora el
ejercicio del ministerio apostólico, ora el cumplimiento variado y múltiple de
las obras de caridad. Como su santa madre la Iglesia, están sujetas a bravas
persecuciones, que a menudo y por algún tiempo las oprimen. Pero como tales
institutos pertenecen a la esencia de la Iglesia por, la actuación de los
consejos evangélicos, por esto no pueden perecer del todo. Y es cosa averiguada
por la experiencia, que la tribulación las purifica y rejuvenece„ y
renaciendo en otra parte, se multiplican y producen más copiosos frutos,
quedando siempre como una fuente inexhausta de la santidad de la Iglesia.
140.
CATÓLICA. -Verá con amargura el fiel que hartas veces, en el
curso de los siglos, muchedumbre inmensa de cristianos, acaso naciones enteras,
se desasieron miserablemente de la unidad de la Iglesia, pero verá también que
Dios enviaba sucesivamente a otras gentes y a otras naciones la luz del
Evangelio por medio de hombres apostólicos, encargados por Él, como lo fueron
los Apóstoles, de guiar las almas a la eterna salvación. Y se consolará al
reconocer que el Señor se digna confiar en nuestro siglo este apostolado a
centenares y miles de sacerdotes, de religiosos de todas las Ordenes, de
vírgenes que le están consagradas, los cuales recorren las tierras y los mares
del viejo y del nuevo mundo para dilatar el reino de Jesucristo. Por donde
sería un error dar fe a las baladronadas de los incrédulos: que el Catolicismo
va extinguiéndose en el mundo, como si ya los hombres no atendiesen a otra cosa
que al progreso de las ciencias y .las artes. Por el contrario, resulta
claramente de las estadísticas que el número total de los católicos en las
cinco partes del mundo, no obstante las persecuciones y dificultades de todo
género, crece cada año, y es de esperar que haciéndose cada día más
fáciles los medios de comunicación, y con el favor divino, no habrá luego
tierra accesible donde en una modesta iglesia y alrededor de un pobre misionero
no haya un grupo de cristianos unidos de pensamiento y de corazón con sus
hermanos de todo el mundo, y, por medio de los Obispos o Vicarios apostólicos
legítimamente enviados por la Sede Romana, ligados a la misma en unidad de fe y
de comunión. Y esto es lo que se llama catolicidad de la Iglesia. Ella
sola puede llamarse católica o universal, esto es, de todo tiempo y de
todo lugar.
141.
APOSTÓLICA. - Al recorrer la historia eclesiástica, verá el
fiel sucederse entre increíbles dificultades tantos Romanos Pontífices que,
revestidos en la persona de Pedro de las mismas prerrogativas que a él le dio
Jesucristo, van comunicando también la jurisdicción a los sucesores de los
demás Apóstoles, de los cuales ninguno se separó jamás de Pedro, como ahora
ninguno podrá separarse de la Sede Romana sin dejar de pertenecer a la Iglesia,
que por esto se dice y es realmente apostólica.
142.
En la Historia Eclesiástica aprenderá el fiel a conocer y evitar a los
enemigos de la Iglesia y de su fe. En el transcurso de los siglos se hallará
con asociaciones o sociedades tenebrosas y secretas, que con varios
nombres se fueron organizando, no ya para glorificar a Dios eterno, omnipotente
y bueno, sino para derribar su culto y sustituirlo (cosa increíble, pero
verdadera) por el culto del demonio.
No se maravillará de que los
legítimos sucesores de San Pedro, sobre quien fundó Jesucristo su Iglesia,
hayan sido y aun sean al presente, objeto de aborrecimiento, de escarnio y
aversión por parte de los herejes e incrédulos, debiendo asemejarse más al
divino Maestro que dijo: Si a Mí me han perseguido también a vosotros os
perseguirán. Pero la verdad que verá deducirse de la historia, es ésta;
que los primeros Papas por varios siglos fueron justamente ensalzados al honor
de los altares, habiendo muchos entre ellos que derramaron su sangre por la fe,
que casi todos los demás brillaron por sus egregias dotes de sabiduría y
virtud, siempre atentos a enseñar, defender y santificar al pueblo cristiano,
siempre pronto, como sus predecesores, a perder la vida por dar testimonio de la
palabra de Dios. ¿Qué importa (desgraciadamente también entre los doce hubo
un Apóstol malvado), qué importa que entre tantos haya habido muy pocos menos
dignos de ascender a la Suprema Sede, donde toda mancilla parece gravísima?
Dios lo permitió para dar a conocer su poderío en sostener a la Iglesia,
conservando a un hombre infalible en la enseñanza, aunque falible en su
conducta personal.
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