PARTE
SEGUNDA
RESUMEN
DE LA HISTORIA DEL
NUEVO
TESTAMENTO
Anunciación de la Virgen María
81.
Reinando Herodes, por sobrenombre el Grande, vivió en Nazaret, pequeña
ciudad de Galilea, una Virgen santísima, por nombre María, desposada con
José, a quien el Evangelio llama varón justo. Aunque ambos eran descendientes
de los reyes de Judá, y por tanto, de la familia de David, vivían con todo
pobremente y ganaban el sustento con su trabajo.
82.
A esta Virgen fue enviado de Dios el Arcángel Gabriel, que la saludó llena
de gracia, y le anunció que sería Madre del Redentor del mundo. Al oír
estas palabras y a la vista del Ángel, turbóse al principio María; pero
luego, asegurada por él, respondió: He aquí la esclava del Señor, hágase
en mí según tu palabra. En el mismo instante, el Hijo de Dios, por obra
del Espíritu Santo, se encarnó en sus purísimas entrañas, y sin dejar de ser
verdadero Dios, empezó a ser verdadero hombre. Este principio tuvo la
redención del linaje humano.
83.
En el coloquio con el Arcángel supo María que su prima Isabel, mujer
de un sacerdote llamado Zacarías, aunque de edad provecta, había de
tener un hijo. Con santa solicitud fuese María a visitar a su prima en las
montañas de Judea, para congratularse con ella y más aún para servirla como
humilde criada, como lo hizo por tres meses.
Aquí fue done María, respondiendo
al saludo de la prima, que inspira a del Espíritu Santo, la saludó Madre de
Dios, prorrumpió en aquel sublime cántico: Magníficat, que a menudo
canta la Iglesia.
84.
El hijo de Isabel fue Juan Bautista, el santo Precursor del Mesías.
85. En
aquel tiempo se publicó un edicto por el que ordenaba el emperador César
Augusto que todos los vasallos del imperio romano se empadronasen, y que, por
tanto, cada uno acudiese a encabezarse a la ciudad de donde traía su origen.
María y José, por ser de la casa y familia de David, tuvieron que ir a la
ciudad de Belén, donde David había nacido; mas no hallando hospedaje por el
mucho concurso de gente que iba a empadronarse, les fue forzoso recogerse a una
especie de cueva, que servía de establo, no lejos de la ciudad.
86.
Allí fue donde, hacia la medianoche, el Hijo de Dios, hecho hombre por salvar a
los hombres, nació de María Virgen, la cual, envolviéndole en pobres
pañales, lo reclinó en un pesebre o comedero de bestias.
Esta misma noche apareció un
Ángel a unos pastores que velaban en aquella comarca y guardaban su ganado, y
les anunció que era nacido el Salvador del mundo. Los pastores corrieron
atónitos al establo, hallaron al Santo Niño y fueron los primeros en adorarle.
87.
El octavo día del nacimiento, para obedecer a la ley, fue circuncidado el niño
y le fue puesto el nombre de Jesús, según había indicado el Ángel a María,
cuando le anunció el misterio de la Encarnación.
Asimismo, María Santísima, en
obsequio a la ley, que no la obligaba, se presentó a los cuarenta días,
ofreciendo por sí el sacrificio de las mujeres pobres, que era un par de
tórtolas o palominos, y por el Niño Jesús el precio del rescate.
88. Había en el Templo un
santo anciano, por nombre, Simeón, quien había tenido revelación del
Espíritu Santo que no moriría sin ver primero al Cristo del Señor. Tomó en
sus brazos al divino Niño y reconociéndole por su Redentor, le bendijo con
sumo júbilo y le saludó con aquel tierno cántico
Nunc dimittis que la Iglesia
canta al terminar el oficio de cada día.
A este mismo tiempo acudió una piadosísima y anciana viuda, que
viendo al divino Niño se regocijó en su corazón, y así decía maravillas de
El a todos los que esperaban la redención de Israel.
89. Algún tiempo después del
nacimiento de Jesús, entraron en Jerusalén tres Magos o sabios, venidos del
Oriente, y , preguntaron: dónde había nacido el rey de los judíos.
Estando en su tierra, habían observado una estrella extraordinaria, y
por ella, al tenor de una antigua profecía conocida en el Oriente, entendieron
que debía de haber nacido en Judea el Deseado de las gentes; e inspirados por
Dios, y siguiendo el camino indicado por la estrella, vinieron a adorarle.
Reinaba a la sazón en Jerusalén Herodes
el Grande, hombre ambicioso y cruel. Turbóse éste en gran manera a las
palabras de los Magos, y se informó de los príncipes de los sacerdotes en qué
lugar había de nacer el Mesías. Habiendo sabido que ese lugar señalado por
los Profetas era Belén, despachó a los Magos recomendándoles que volviesen
presto, fingiendo que quería también ir allá para adorar al Niño recién
nacido.
Partieron los Magos, e inmediatamente, la estrella que habían visto en
el Oriente volvió a dejarse ver, y les fue guiando a la estancia del divino
infante en Belén, pobre la cual se paró. Entraron en ella, y hallando al Niño
con María su Madre, postrados le adoraron, y abiertos sus tesoros, le
ofrecieron oro, incienso y mirra, reconociéndole como rey, como Dios
y como hombre mortal. Por la noche, avisados en sueños que no volviesen a
Herodes, por otro camino regresaron a su tierra.
90. Herodes esperó en vano a los Magos. Viéndose
burlado, embravecióse en extremo, y esperando en su bárbara
astucia matar a Jesús, mandó se diese muerte a todos los niños de dos años
abajo que hubiese en Belén y su comarca.
Ya antes, un Ángel había
aparecido en sueños a José para avisarle y darle orden que huyese a Egipto.
José, al instante, obedeció, y con María y Jesús fuése a Egipto, donde
estuvo hasta la muerte de Herodes ; después de la cual, avisado de nuevo por el
Ángel, volvió no a Belén en la Judea, sino a Nazaret en Galilea.
91. Llegado
Jesús a los doce años, lleváronle sus padres a Jerusalén a las fiestas de
Pascua, que duraban siete días. Acabadas las fiestas, partiéronse a Nazaret
María y José, pero Jesús, sin que ellos lo supiesen, se-quedó en Jerusalén.
Tras un día de camino lo buscaron en vano entre los parientes y conocidos,
regresaron en seguida afligidos a Jerusalén, y. hallándole al tercer día en
el Templo, sentado entre los doctores oyéndoles y preguntándoles, la Madre
dulcemente le preguntó por qué se había hecho buscar así. La respuesta que
dio Jesús fue la primera declaración de su divinidad: ¿Y por qué me
buscabais? ¿No sabíais que me es preciso estar en las cosas que son de mi
Padre?
Tras esto, volvióse con ellos a
Nazaret. Desde este punto y hasta la edad de treinta años nada particular nos
cuenta de Él el Evangelio, resumiendo toda la historia de aquel tiempo en estas
palabras: Jesús vivía obediente a María y a José, y crecía en edad,
sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.
Por el hecho de haber pasado Jesús
en Nazaret el tiempo de su vida privada, fue llamado más tarde: Jesús
Nazareno.
Bautismo de Jesús y su ayuno en el desierto
92.
Juan, hijo de Zacarías y de Isabel, destinado por Dios, como se dilo, para ser
el Precursor del Mesías y preparar a los judíos a que le recibiesen,
habíase retirado al desierto a hacer vida penitente. Llegado el tiempo de dar
principio a su misión, vestido de pieles de camello y al cinto un ceñidor de
cuero, salió a las riberas del Jordán y comenzó a predicar y bautizar. Su voz
era: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos.
Un día presentóse entre la
muchedumbre del pueblo Jesús, que, llegado a la edad de treinta años, debía
empezar a manifestarse al mundo.
Juan, que le reconoció, quiso al
principio excusarse, pero vencido luego, por el mandamiento de Cristo, le
bautizó. Y he aquí que apenas salió Jesús del agua abriéronse los cielos, y
el Espíritu Santo en figura de paloma bajó sobre El, y se oyó una voz que
decía: Este es mi hijo muy amado.
Recibido el bautismo y guiado por
el Espíritu Santo, fue Jesús al desierto, donde pasó cuarenta días y
cuarenta noches en vigilias, ayunos y oración. Entonces fue cuando quiso ser
tentado del demonio en varias formas, para enseñarnos a vencer las tentaciones.
93.
Después de esta preparación. Jesús. para dar comienzo a su vida pública,
volvió a las riberas del Jordán, donde Juan continuaba predicando. Este, al
verle venir, exclamó: He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los
pecados del mundo. Por este y otros testimonios en favor de Jesús repetidos
el día siguiente, dos discípulos de Juan resolvieron seguir al divino Maestro,
quien aquel día los retuvo consigo. Uno de éstos, por nombre Andrés, encontrándose
con su hermano llamado Simón, le llevó a Jesús, que mirándole al
rostro le dijo: Tú eres. Simón, hijo de Juan, en adelante te llamarás
Pedro. Y estos fueron sus primeros discípulos.
94.
Otros muchos, o llamados por El, como Santiago, Juan, Felipe Mateo, o movidos
por su palabra, se resolvieron a seguirle. A los principios no se quedaban de
continuo en su compañía, sino que después de oír sus razonamientos, volvían
a sus familias y quehaceres; sólo algún tiempo después lo dejaron todo para
no abandonarle ya más.
Con algunos de ellos fue una vez
convidado a unas bodas en Caná de Galilea, a las que también había sido
invitada su Madre María. Esta fue la ocasión en que, por intercesión de su
Madre Santísima, mudó una gran cantidad de agua en exquisito y regalado vino.
Este fue el primer milagro de Jesús, por, el que manifestó su propia gloria y
confirmó en la fe a sus discípulos.
95.
De entre estos discípulos escogió después doce, que llamó Apóstoles,
para que estuviesen siempre con El y para enviarlos a predicar, es a saber: Simón,
a quien había dado el nombre de Pedro, y su hermano Andrés; Santiago y
Juan, hijos del Zebedeo; Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo
de Alfeo; Judas Tadeo, Simón Cananeo y Judas Iscariote, el que le
entrego. Por cabeza de los Apóstoles escogió a Simón o Pedro, que habla de
ser luego su Vicario en la tierra.
96.
Acompañado de los Apóstoles y otras veces precedido de ellos, recorrió por
espacio de tres años toda la Judea y Galilea, predicando su Evangelio, y
confirmando su doctrina con infinito número de milagros.
De ordinario, los sábados entraba
en las sinagogas y enseñaba; aunque, si se ofrecía ocasión y coyuntura, no se
desdeñaba de dar sus enseñanzas en cualquier sitio. Leemos, en efecto, que las
turbas le seguían, y que El no sólo predicaba en las casas y plazas, sino
también al aire libre, en los montes y desiertas, a la orilla del mar y desde
el mismo mar, subido a la navecilla de Pedro. El célebre sermón de las ocho
bienaventuranzas se llama cabalmente sermón del monte, por el lugar
donde lo pronunció.
No menos predicaba con el ejemplo
que con las palabras. Admirados de su larga oración, le suplicaron un día sus
discípulos que les enseñase a orar, y Jesús les enseñó la sublime oración
del Padrenuestro.
97.
Por varias razones, y entre ellas para acomodarse a la capacidad de la mayor
parte de su auditorio y a la índole de los pueblos orientales, servíase
ordinariamente Jesús en sus enseñanzas de parábolas o semejanzas. Son
sencillas y sublimes las del hijo pródigo, del samaritano, del buen pastor, de
los diez talentos, de las diez vírgenes, del rico Epulón, del mayordomo
infiel, del siervo que no quiere perdonar, de los remeros de la viña, de los
convidados a las bodas, del grano de mostaza, del sembrador, del fariseo y del
publicano, de los obreros, de la cizaña y otras muy sabidas de los buenos
cristianos que asisten a la explicación del Santo Evangelio que se hace los
domingos en las parroquias.
98.
Comúnmente, después de sus discursos, le presentaba enfermos de todas clases:
mudos, sordos, tullidos, ciegos, leprosos, y El a todos les devolvía la salud.
No sólo en las sinagogas iba
derramando sus gracias y mercedes, sino en cualquier lugar donde se hallaba, en
presentándose ocasión, socorría a los desgraciados que en gran número le
llevaban de toda Palestina y regiones comarcanas, esparciéndose hasta la Siria
la fama de sus milagros. Llevábanle especialmente poseídos del demonio, de los
cuales había no pocos en aquel tiempo y Él los libraba de los espíritus
malignos, que salían gritando: ¡Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios!
99.
Dos veces, con unos pocos panes milagrosamente multiplicados, dejó hartas y
satisfechas a las turbas que le seguían por el desierto; a las puertas de la
ciudad de Naím resucitó al hijo de una viuda que llevaban a enterrar, y poco
antes de su Pasión resucitó a Lázaro, que hedía ya en la sepultura, pues era
muerto de cuatro días.
100.
Infinito es el número de milagros, muchos de ellos famosísimos, que obró en
los tres años de su predicación, para demostrar que hablaba como enviado de
Dios, que era el Mesías esperado por los Patriarcas y vaticinado. por los
Profetas, que era el mismo Hijo de Dios. Tal se manifestó en su
transfiguración por el resplandor de su gloria y por la voz del Padre que se
proclamaba su Hijo muy amado.
A la vista de, tales milagros,
muchos se convertían y le seguían, muchos le aclamaban y alguna vez le
buscaron para hacerle rey.
101. Estos
triunfos de Jesús despertaron desde el principio la envidia de los escribas y
fariseos, de los príncipes y sacerdotes y de las cabezas del pueblo, envidia
que se aumentó en extremo cuándo él se puso a desenmascarar su hipocresía y
a reprobar sus vicios. No tardaron en perseguirle y desacreditarle hasta
llamarle endemoniado, buscando manera de cogerle en palabras, ya para
desautorizarle ante el pueblo, ya para acusarle al gobernador romano.
Esta envidia fue siempre creciendo
y se exacerbó más cuando, a consecuencia de la resurrección de Lázaro, se
multiplicó grandemente el número de judíos que creían en Él. Entonces
tuvieron consejo para matarle, y el pontífice Caifás terminó con estas
.palabras : Es necesario que un hombre muera por el pueblo y que no perezca
toda la nación; diciendo sin saberlo una profecía, pues en verdad, por la
muerte de Jesús, se había de salvar el mundo.
102.
Finalmente, su aborrecimiento llegó al colmo cuando cerca de la Pascua (era la
cuarta que celebraba en Jerusalén después que empezó su predicación), llena
la ciudad de forasteros que de todas partes venían a la fiesta, sentado Jesús
en un jumentillo entró triunfante y aclamado por el pueblo, que con palmas y
ramos de oliva le habían salido al encuentro, mientras algunos echaban sus
vestiduras al suelo y otros cortaban ramas de los árboles y las esparcían por
el camino.
103.
Entonces los ancianos del pueblo, los príncipes de los sacerdotes y los
escribas, juntándose en casa del pontífice Caifás acordaron prender a Jesús
con engaño y a escondidas, de miedo que las turbas no armasen algún alboroto.
La ocasión no se hizo espetar. Judas Iscariote, uno de los doce Apóstoles,
poseído del demonio de la avaricia, ofreció entregarles el divino Maestro por
treinta monedas de plata.
104.
Era el día en que se debía sacrificar y comer el tendero pascual. Llegada la
hora señalada, vino Jesús a la casa donde Pedro y Juan, mandados por Él
habían dispuesto todo lo necesario para la cena y se sentaron a la mesa.
105.
En esta última cena, Jesús dio a los hombres la mayor prueba de su amor,
instituyendo el Sacramento de la Eucaristía.
106.
Acabada la cena, salió de la ciudad nuestro divino Redentor, acompañado de sus
Apóstoles. Diciéndoles por el camino las cosas más tiernas y dándoles las
enseñanzas más sublimes, fuese según su costumbre al huerto de Getsemaní,
donde, pensando en su próxima pasión, orando y ofreciéndose a su eterno
Padre, sudo viva sangre y fue confortado por un Ángel.
107.
Vino Judas, el traidor, a la cabeza de un escuadrón de gente desaforada, armada
de palos y de espadas, y dio a Jesús un beso, que era la señal convenida para
darlo a conocer.
Jesús, abandonado de los
Apóstoles, que de miedo habían huído, vióse luego preso y atado de aquellos
sayones, y con todo linaje de malos tratamientos fue arrastrado, primero a la
casa de un príncipe de los sacerdotes llamado Anás, y después a la de Caifás,
pontífice quien aquella misma noche juntó el gran Sanedrín, el cual declaró
a Jesús reo de muerte.
108.
Disuelta la junta de los jueces, fue entregado Jesús a los sayones, que durante
aquella noche le injuriaron y ultrajaron con bárbaros tratamientos.
En esta misma dolorosa noche, Pedro
amargó también el Corazón de Jesús negándole tres veces. Pero mirado por
Jesús, volvió en sí y lloró su pecado toda la vida.
109.
Después de amanecer, habiéndose reunido otra vez el Sanedrín, fue llevado
Jesús al gobernador romano Poncio Pilato, a quien el pueblo pidió, a gritos
que lo condenase a muerte. Pilato, reconocida la inocencia de Jesús y la
perfidia de los judíos, buscaba trazas para salvarlo; y debiendo con ocasión
de la Pascua dar libertad a un malhechor, dejó al pueblo que escogiese entre
Jesús y Barrabás. ¡El pueblo escogió a Barrabás!...
Oyendo luego Pilato que Jesús era
galileo, le remitió a Herodes Antipas, de quien fue despreciado y tratado como
loco, y devuelto luego vestido por escarnio con una vestidura blanca.
Por fin, Pilato hízole azotar por
los sayones, los cuales, después de haberle hecho todo Él una llaga, con atroz
insulto le pusieron en la cabeza una corona de espinas, sobre los hombros un
trapo de púrpura, una caña en la mano, y le escarnecieron saludándole por
rey.
Mas no bastando nada de esto para
amansar el furor de sus enemigos y de la plebe amotinada, Pilato le condenó a
morir en cruz.
110.
Jesús, entonces, tuvo que cargar sobre sus espaldas el duro madero de la cruz y
llevarlo hasta el Calvario, donde, desnudo, abrevado con hiel y mirra, clavado
en la cruz y alzado entre dos ladrones anegado en un mar de angustias y dolores,
después de tres horas de penosísima agonía, expiró rogando por los que le
crucificaban, que no por esto dejaron de ensañarse en Él... Aun muerto, le
traspasaron el corazón de una cruel lanzada.
111.
¡No hay mente humana que pueda imaginar, ni lengua capaz de decir lo que Jesús
debió de padecer ya en la noche de su prendimiento, ya en los diversos caminos
de uno a otro tribunal, ya en la flagelación y coronamiento de espinas, ya en
la crucifixión, y finalmente en su prolongada agonía! ... Sólo el amor, que
fue la causa, puede despertar una pálida imagen de todo ello en los corazones
agradecidos.
María Santísima asistió con
sobrehumana fortaleza a la muerte de su divino Hijo, y unió el martirio de su
corazón a los dolores de Él para la redención del linaje humano.
El Padre celestial hizo que
resplandeciese la divinidad de Jesucristo en su muerte, como lo había hecho en
su vida; estando en la cruz oscurecióse el sol y cubrióse la tierra de
espesísimas tinieblas, y al expirar, tembló la tierra con espantoso terremoto,
rasgóse de arriba abajo el velo del templo, y muchos muertos, salidos de los
sepulcros, fueron vistos en Jerusalén y aparecieron a muchos...
112.
Jesús fue crucificado y murió en día de viernes, y la misma tarde, antes de
ponerse el sol, depuesto de la cruz, fue sepultado en un sepulcro nuevo, al que
pusieron sellos y guardas, por temor de que sus discípulos lo robasen.
Al rayar el alba del día que
siguió al sábado, sintióse un gran, terremoto; Jesús había resucitado y
salido glorioso y triunfante del sepulcro. Después de aparecer a la Magdalena,
se dejó ver de los Apóstoles para alentarlas y consolarlos; y algunos Santos
Padres piensan que primero apareció a su Santísima Madre.
113.
Cuarenta días estuvo aún Jesús sobre la tierra después de su resurrección,
mostrándose en diversas apariciones a sus discípulos y conversando con ellos.
Así fortalecía por modos milagrosos a los Apóstoles, confirmábalos en la fe,
comunicábales cosas altísimas y dábales las últimas instrucciones; hasta
que, a los cuarenta días, los reunió en el monte Olivete, y habiéndoles
bendecido, visiblemente y a sus mismos ojos se alzó de la tierra y subió a los
cielos.
114.
Los Apóstoles, siguiendo las órdenes de su divino Maestro, recogiéronse luego
al cenáculo de Jerusalén. Allí, por espacio de diez días, esperaron en
oración al Espíritu Santo que Jesús les había prometido, y que bajó sobre
ellos en forma de lenguas de fuego-la mañana del día décimo, llamado Pentecostés.
115.
Ellos entonces, mudados en otros hombres, empezaron dé repente a hablar
diversas lenguas, según el mismo Espíritu les movía a hablar. Aquellos días
moraban en Jerusalén judíos de todas las naciones; una multitud de ellos
acudió a presenciar aquel prodigio, y en un sermón que hizo San Pedro sobre
las profecías verificadas en la persona de Jesucristo y los milagros obrados
por Él, convirtiéronse tres mil oyentes.
Algunos días después, el mismo
Pedro, junto con el Apóstol San Juan, tras una milagrosa curación de un
tullido de nacimiento, hablando a aquella multitud de judíos, trajo a la fe
otros cinco mil.
No sólo en Jerusalén, sino en
toda la Judea, donde predicaban los Apóstoles, iba creciendo el número de los
creyentes.
116.
Pero luego los ancianos del pueblo y los príncipes de los sacerdotes comenzaron
a perseguir a los Apóstoles, y llamados y reprendidos ásperamente, les
intimaron que no hablasen más de Jesús. Ellos respondían: No podemos
callar lo que hemos visto y oído; juzgad vosotros mismos si es lícito obedecer
a los hambres, desobedeciendo a Dios; los prendieron, con todo, y
maltratáronlos; hicieron morir al diácono San Esteban bajo una tempestad de
piedras; y los Apóstoles, alegres por haber sido dignos de padecer por
Jesucristo, se alentaron más a predicar, y crecía sin cesar el número de los
que se convertían.
117.
El más célebre de los convertidos al Evangelio fue Saulo, llamado después Pablo,
natural de Tarso, que fue primero enemigo furioso y perseguidor de los
cristianos, y después, tocado del poder divino, vino a ser vaso de
elección, el más celoso y trabajador che los Apóstoles.
Increíbles son los caminos,
fatigas y tribulaciones de este prodigio de la gracia para dar a conocer el
nombre y doctrina de Jesucristo entre los gentiles: de donde se llama Doctor
de las gentes. Predicando la fe, no con el aparato de la humana sabiduría,
sino con la virtud de Dios que la confirmaba con milagros, convertía a los
pueblos, por más que fuese constantemente acusado por los enemigos de la cruz
de Cristo. Estas acusaciones le llevaron providencialmente a Roma, donde pudo
predicar el Evangelio a los judíos que allí residían y a los gentiles.
Después de otras peregrinaciones, se restituyó a Roma, y coronando allí su
apostólica vida con el martirio, fue degollado imperando Nerón, el mismo que
hizo crucificar a San Pedro.
118.
Nos quedan de él 14 cartas, escritas la mayor parte a las varias iglesias qua
había fundado, y son otra señal de la misión apostólica que le dio
Jesucristo; pues, como observa San Agustín, están escritas con tanta
elevación, lucidez, profundidad y unción que revelan el espíritu de Dios.
119.
Después de haber predicado el Evangelio en Judea, según el mandamiento de
Jesucristo, los Apóstoles se separaron y fueron a predicarlo por todo el mundo:
San Pedro, cabeza del Colegio apostólico, se dirigió a Antioquía,
donde los que creían en Jesucristo comenzaron a llamarse Cristianos. De
Antioquía pasó a Roma, y allí estableció su sede, sin trasladarla ya a otro
lugar. El fue Obispo de Roma, y en la misma ciudad acabó su vida como
arriba se indicó, con un glorioso martirio, siendo emperador Nerón.
Los sucesores de
San Pedro en la Sede romana heredaron la suprema potestad de Maestro infalible
de la Iglesia que el Señor le había conferido, de fuente de toda jurisdicción
y de protector y defensor de todos los cristianos. Por esta razón se llaman
justamente con el nombre de Papas, que quiere decir Padres, y se
han sucedido sin interrupción en la cátedra de Pedro hasta nuestros días.
120. Todos los Apóstoles, concordes y unánimes en comunión con Pedro, predicaban por todas partes la misma fe; las gentes se convertían y dejaban la idolatría, de suerte que en breve se llenó el mundo de cristianos, para cuyo gobierno los Apóstoles iban poniendo Obispos que continuasen su ministerio.