TEXTOS PARA NAVIDAD (II)
"Concédenos llegar a la Navidad y poder celebrarla con alegría desbordante" (Colecta). María es la "causa de nuestra alegría" (cf. letanías) porque por ella "hemos recibido a tu Hijo JC, el autor de la vida" (colecta del día 1 de enero). La alegría cristiana no es un estado anímico, ni quiere decir que todas las cosas tengan que salirnos como deseamos. En esta Navidad, por ejemplo, habrá miembros de nuestra comunidad que se verán afectados por situaciones esencialmente dolorosas: la muerte reciente de un hijo, una enfermedad grave... La alegría cristiana no es un velo multicolor que nos esconda los achaques y los sufrimientos: si así fuera, sería evasión y escuela de inmadurez.
Cuando pedimos "poder celebrar la Navidad con alegría desbordante" estamos hablando de aquella alegría que se instala en lo más sensible de nuestro espíritu, allí donde éste entra en comunión con el Espíritu de Dios y es movido por él. "Y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría" (Jn 16, 22). La Navidad trae a todo el pueblo "una gran alegría" (evangelio de la noche" porque "ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres..." (2.lect. id). Por eso, "si Dios está por nosotros, quién contra nosotros?...ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios (manifestado) en Xto Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 31.39).
J.
TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1990, 23
2.TRI/DIALOGO:
Dios habla, Dios se expresa, aunque sea inexpresable. En Dios, la Palabra es la expresión del ser. En el Principio existía la Palabra, en ese principio que es el origen absoluto, puesto que es Dios mismo. Dios existe hablando: Dios es diálogo, palabra intercambiada, comunicación absoluta, comunión perfecta. Por haber aislado nosotros al ser en una sociedad infranqueable, nos cuesta trabajo concebir la Trinidad divina. Pero ésta, aunque sigue siendo un misterio, no es un "problema" para el hombre que vive su propia existencia en el cara a cara interpersonal que le permite hacerse. Dios es palabra dinámica: existe actuando, hasta tal punto de que su Palabra le es consustancial, su otro yo, por así decirlo. Lo de "dijo... y fue hecho" hay que afirmarlo de Dios mismo, y no sólo de sus acciones en el mundo. Dios es, porque él se dice en su Verbo eterno. (...)
El Verbo se hizo carne. Se hizo amor fraterno y amistad, capacidad de perdón y ternura de una mirada. Por sus venas corre sangre de hombre, y de su corazón brota agua viva. Fue a Caná y a la cruz: conoció a Pedro y a Magdalena, a ti y a mí. Después de haber hablado por medio de tantos profetas, Dios se puso a hablar por boca de su Hijo eterno, que es el rostro de su gloria. Su palabra penetró en el hombre, pero con la humildad de un rostro ofrecido, a través del quejido de una voz que se apaga, en la pasión de un hombre que lo arriesga todo, incluso a sí mismo. (...)
Que la celebración de la Palabra y del Pan robustezca en nosotros, cada día, la fe en el Dios hecho hombre, pero también la fe en el hombre, que ha sido llamado a ser hijo de Dios. Un hombre de carne y sangre. ¡Ese hombre eres tú!
DIOS CADA
DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 74
3. NV/FECHA
«Ellos llaman a este día el del nacimiento del Sol invicto. Pero ¿qué más invicto que Nuestro Señor, que ha destruido y vencido a la muerte? Le denominan igualmente día del nacimiento del sol. Pero ¿no es éste, Nuestro Señor, Sol de justicia, de quien escribió Malaquías: Para vosotros que teméis a Dios se levantará su nombre como sol de justicia y la salvación está bajo sus alas?». (Autor siglo lll)
4. NV/POBREZA:
Navidad para el pobre
La Navidad es amor
al más pequeño y más pobre.
La Navidad es ser niño,
hacerse pequeño y pobre.
Navidad es compartir
con el pequeño y el pobre.
Y Navidad es servir
al más pequeño y más pobre.
La Navidad es luchar
contra el que oprime a los pobres.
Navidad es detectar
las causas de que haya pobres.
La Navidad es cantar
la libertad para el pobre.
La Navidad es construir
un mundo en que no haya pobres.
La Navidad es amar,
amar hasta hacerse pobre.
La Navidad es morir
para que vivan los pobres.
Navidad es acoger
a mi Dios, que se hizo pobre.
Navidad es descubrir
a ese Dios que está en los pobres.
CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 101 s.
5.
En este día las tinieblas empiezan a disminuir y, al progresar la luz, los límites de la noche retroceden. No es casualidad que esto ocurra en la fiesta en que la vida divina se manifiesta a los hombres... Tú ves a la noche que llega a su límite extremo -no puede ya ir más lejos-, detenerse y retroceder. Entiéndelo, de la noche oscura del pecado. Esta se había extendido... había alcanzado la cima... Tú ves los rayos del sol más fuertes y al sol más alto que de costumbre. Hay que entender esto de la aparición de la verdadera luz».
San Gregorio NISENO
6.
Ofrenda de un hombre en paro
A tus plantas llego,
Niño adorado,
con la sangre quemada
de un hombre en paro,
de un hombre triste
y desesperado,
que busca y no encuentra
sentirse válido.
Llamo a mil puertas,
pido trabajo,
y nadie recoge
mi grito amargo. (...)
No quiero darte,
mi Niño santo,
esta mi amargura
como regalo.
Quiero ofrecerte,
esperanzado,
--pues nadie las quiere--
mis tristes manos.
Ángel Barquilla Ramiro, O.S.A.
En Cristo se revela la humanidad de Dios y la divinidad del hombre.
Apareció la benignidad y la humanidad de nuestro Salvador (/Tt/03/04). Es el primer misterio que nos revela la Navidad: el misterio de la humanidad de Dios.
La divinidad de Dios no es, pues, «una prisión en la que se complazca en vivir en sí mismo y para sí mismo. Es, más bien, su libertad de ser en sí y para sí mismo, pero al mismo tiempo con nosotros y para nosotros. La libertad de afirmarse, pero también de darse; de poseerse plenamente, pero también de hacerse pequeño. Es todopoderoso, pero con la omnipotencia de la misericordia. Es Señor y, al mismo tiempo, siervo; es el juez y, al mismo tiempo, el acusado; el Rey del hombre en la eternidad y su hermano en el tiempo» (25, 26). Cuando se mira a Jesucristo se descubre que Dios no necesita la negación del hombre para ser afirmado. «En Jesucristo se ha decidido de una vez para siempre que Dios no existe sin el hombre, que no ha querido existir sin el hombre, sino con él y para él». En Jesucristo se nos ha revelado que la verdad de Dios es su filantropía, su amistad hacia los hombres. En Jesucristo se nos revela la humanidad de Dios incluida en su divinidad» (28. 30). Se nos revela «la bondad y humanidad grande de Dios» (Santa Teresa, Vida, 34, 8).
El segundo misterio revelado en la Navidad se refiere a nosotros. La humanidad de Dios revelada en Jesucristo revela a su vez la divinidad del hombre. Porque Dios no se ha quedado acantonado en su divinidad, el hombre no se ve condenado a su humanidad. Porque en Jesucristo Dios bajó de los cielos, el hombre pudo subir a los cielos y estar sentado a la derecha del Padre. En su persona, Jesucristo es el Dios del hombre y como hombre verdadero el fiel interlocutor de Dios; él es a la vez el Señor que se baja hasta comulgar con el hombre y el servidor elevado hasta la comunión con Dios... En su persona Jesucristo es la alianza en su plenitud, el reino de Dios que se ha acercado, en el que Dios habla y el hombre obedece; en el que el honor de Dios brilla en lo alto del cielo... y la paz se hace un acontecimiento en la tierra entre los hombres que él ama» (20, 22). La humanidad de Dios nos revela, por fin, la verdad, la misteriosa verdad de todos los hombres nuestros hermanos, la dignidad de nuestra condición y el valor de nuestras obras y de nuestra cultura. «Porque Dios es humano... el hombre se ve revestido de una distinción enteramente especial. Todo ser dotado de rostro humano... todo hombre, con sus obras y realizaciones, recibe por ese solo hecho una dignidad particular. Desde el momento en que Dios se ha hecho un Dios humano, le ha sido otorgada al hombre una dignidad de la que no le debe privar ningún juicio pesimista, por bien fundado que esté».
«Todo ser humano -incluso el más extranjero, el más despreciado y el más miserable- debe ser considerado por nosotros bajo esta perspectiva y debemos comportarnos con él en función de la decisión eterna según la cual Jesucristo es su hermano y Dios su Padre. Si la persona con quien nos encontramos lo sabe ya, debemos confirmárselo. Si lo ignora o lo ha olvidado, nos corresponde enseñárselo. A partir de la humanidad de Dios no existe otra actitud frente al hombre. Tal actitud equivale al respeto de su derecho y de su dignidad de hombre. Al rehusar tal derecho y tal dignidad a nuestro prójimo, renunciamos a tener a Jesucristo por hermano y a Dios por Padre».
Basada
en K Barth
L'humanité de Dieu
8.q El misterio de la Encarnación –bien lo
sabemos, al menos en el ámbito del conocimiento- significa ante todo: cercanía
de Dios hasta el punto de experimentar lo que es ser humano, significa Amor loco
de Dios hacia cada hombre y mujer, significa certeza de que todo tiene un nuevo
sentido desde Él, significa que el mal inexplicable, la desazón y angustia de
muchas personas, el pesimismo de otros, el dolor de la enfermedad o de la muerte
–que a todos nos ha de alcanzar-, el sin sentido que algunos ven en sus vidas...
todo esto y mucho más no tiene ni la última palabra, ni es la única realidad de
la vida. Frente a esto está el Amor, la fraternidad, la mano tendida al hermano,
el silencio que apoya en esos momentos de dolor, la alegría experimentada con la
felicidad del otro, la ilusión, la esperanza, la salvación...
q Por eso, a los 50 años de nuestro andar como Inspectoría de Santiago el
Mayor, al mirar nuestra asamblea capitular, la cualificación de la misma, lo que
significan nuestras personas en nuestras comunidades salesianas, en nuestras
casas en general, en la relación con nuestros amigos y familiares... me reafirmo
en mi convicción de que tenemos el deber y la capacidad de ser esperanza, la
obligación y la posibilidad de ser suscitadores de esperanza para con todos.
Porque lo creo firmemente, porque siento que tenemos ese deber y esa gozosa
responsabilidad me permito preguntar en voz alta:
§ ¿Nos atrevemos a decir que no tenemos futuro? ¿Nos atrevemos con
mirada creyente, habiendo celebrado el misterio de la Encarnación de Dios en su
Hijo, a decir que no tenemos futuro?
§ ¿Acaso nos atrevemos a decir desde la Fe, con Fe, que este no es el
mundo en el que Dios nos quiere, y que los niños, adolescentes y jóvenes de hoy
no son los que Dios quiere para nosotros?
§ ¿Es posible que con mirada creyente no veamos que Dios nos sigue
acompañando al escribir nuestra historia, nuestra pequeña historia de salvación
personal e inspectorial más allá de las circunstancias, los recursos, el número
de los que hemos sido o somos?
§ ¿Es posible que a pesar de ser “hombres de religión” pensemos, y
actuemos de hecho como si todo dependiera de nosotros y por eso vemos imposible
esto, aquello, y lo otro...?
§ ¿Será posible que no haya motivos de esperanza a pesar de que uno se
sienta con menos fuerzas físicas que antes, aumenten las medicinas y las
operaciones quirúrgicas entre los hermanos de las comunidades, sea más difícil
la tarea pastoral porque los jóvenes están más lejos de los valores que queremos
transmitir, y el número de novicios sea menor de los que querríamos tener o
creemos necesitar para los obras que ya tenemos...?
§ ¿Acaso desde la Fe pueden ser estos los datos que nos maten la
esperanza, que nos hagan caer en la humana tentación de la supervivencia...?
Siempre me gustó un fragmento de un texto capitular que tiene ya la solera de
los años. Se escribió en 1972, en el XX Capítulo General Especial Salesiano. En
su mensaje final a todos los hermanos de la Congregación se decía: “Quizá
nosotros nos sentimos como asustados ante el cúmulo de problemas que llegan
hasta las mismas raíces de la Fe, de la Congregación, de la Iglesia. Pero no por
ello ha de desvanecerse nuestra esperanza. Antes bien, es la hora de la
verdadera esperanza. Lo cual no quiere decir que cerremos los ojos a las
dificultades, sino que abramos el corazón a la Palabra de Dios, que no pasa, y
bajemos al mundo con la seguridad de su presencia. Unidos pongamos esperanza y
valor” (XXCGES, nº 770).
Mi invitación a cada uno de vosotros, hermanos, en los 50 años de vida como
Inspectoría, en la celebración del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios,
y también en la realidad cotidiana de mañana y del día siguiente.., es la de ser
portadores de esperanza –porque nuestra esperanza se fundamente en la Fe- y es
también invitación, si ante el Señor lo creemos necesario, a convertirnos en lo
que tengamos del:
-Escepticismo que mata cualquier sueño ilusionante.
-Horizontalismo que nos hace vivir lo que no somos como consagrados.
-Laicismo, que es bien diferente del diálogo y del encuentro con el mundo y los
jóvenes de hoy, desde lo que somos y vivimos.
-De la desesperanza, que es pérdida de lo que un día nos llenó, nos movió y nos
trajo hasta aquí.
Si once seguidores de Jesús, pescadores o gentes de oficios, sin la filosofía,
teología y estudios técnicos que nosotros tenemos hoy, temerosos de su entorno y
con mensajes totalmente contraculturales a los de su momento y tiempo... fueron
capaces de transmitir una experiencia de Fe que incluso ha prendido en nosotros,
¿qué no podremos hacer nosotros a la hora de despertar ilusión, esperanza, ganas
de vivir, a la hora de acompañar a quien no tiene perspectiva alguna en su vida,
a la hora de ayudar a crecer a ese adolescente o joven que incluso siente que no
tenemos nada o casi nada que pueda interesarle...?
...Porque en una cosa estaremos de acuerdo: ¿En el caso de aquellos once y en el
nuestro, el Señor Jesús, en quien hemos puesto nuestra confianza, por quien
hemos comprometido nuestra vida, es el mismo, verdad?
Seamos pues portadores de esperanza, suscitadores de la verdadera Esperanza, la
que hunde sus raíces en el Señor de la Vida.
Quizá sin saberlo se espere de nosotros que seamos transmisores de esta
convicción. Tenemos en nosotros toda la fuerza que nos da el vivir reunidos en
el nombre del Señor y sentirnos guiados por el Espíritu, para seguir delineando
estos caminos de fidelidad.
Que así sea.
Homilía de clausura de la Inspectoría Salesiana 2004