La
Navidad
La Razón - César VIDAL
Sé que es un tópico repetir que la Navidad se ha convertido en
los últimos tiempos en una mera ocasión para el consumo o para recordar lo
molesto que puede resultar reunirse con los parientes. No abundaré en ello. La
Navidad –y esto también es un tópico– significa mucho más. Es, esencialmente, el
recordatorio del acontecimiento que cambió radicalmente la Historia sin
comparación con ningún otro anterior o posterior.
Es cierto que Jesús no nació un 25 de diciembre y que además
tampoco vio la luz en el año primero de nuestra Era. Pero más cierto aún es que
viviríamos en una verdadera jungla humana de no haberse producido su nacimiento.
La cultura clásica podía elevar el acueducto de Segovia, compilar
el derecho romano y unir Europa con un sistema viario excepcional. Sin embargo,
al mismo tiempo, mantenía una institución como la esclavitud y disculpaba el
abandono de niños recién nacidos.
Ser hombre, libre y sano podía implicar una vida más o menos
dichosa. Pero en Roma era rara la familia que tenía más de una hija y de las
criaturas que se lanzaban a las cloacas como hijos no deseados la inmensa
mayoría eran hembras. Por añadidura, cuando se declaraba una epidemia los
primeros en dejar las ciudades eran los médicos y los familiares se esforzaban
en arrojar a los propios abandonados en las cunetas para evitar que los
contagiaran.
Fue el cristianismo el que cambió esa sociedad en la que no había
fútbol y subvenciones pero sí pan y circo, y donde el hermano de Cicerón llegó a
escribir un manual electoral inigualable donde se explicaba cómo ser nominado
candidato por el propio partido y cómo liar a los votantes para salir elegido.
Gracias al cristianismo, la esclavitud desapareció, la moral se
convirtió en sustento del imperio y la mujer fue dignificada. Con el paso de los
siglos, ese mismo cristianismo daría lugar, entre otras cosas, a la salvación de
la herencia clásica, al nacimiento de la universidad, a la doctrina de los
derechos humanos, a la revolución científica y al establecimiento de la
democracia moderna. Sin él, Europa hubiera perecido en manos de los bárbaros
paganos que venían del norte y del este o hubiera sido triturada por los
seguidores de Mahoma. Con él, ha persistido libre y pujante durante siglos
resistiendo, una y otra vez, todas las amenazas totalitarias.
Yo comprendo que haya personas y movimientos que aborrezcan la
Navidad y que quieran convertirla en una insípida fiesta laica –¡como si pudiera
hacerse un pan sin harina o una tortilla sin huevos!– pero ¿qué puede esperarse
de quienes aparecieron ayer en la Historia y además para desencadenar
revoluciones y males sin cuento? No pueden soportar la mención de la Navidad al
igual que a los posesos les revuelve la mención de Jesús. Allá ellos. Yo la
celebro –entre otras cosas– porque recuerda el momento en que Dios intervino
directamente en la Historia y haciéndose hombre permitió, en todos los aspectos,
que los hombres pudieran llegar hasta Dios.