DOMINGO II DE ADVIENTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 22, 8b-23

Contra la soberbia de Jerusalén y de Sobná

Aquel día, inspeccionabais el arsenal, en el palacio de maderas, y descubríais cuántas brechas tenía la ciudad de David; recogíais el agua del aljibe de abajo, hacíais recuento de las casas de Jerusalén, demolíais casas para reforzar la muralla; entre los dos muros hicisteis un depósito para el agua del aljibe viejo. Pero no os fijabais en el que lo hacía, ni mirabais al que lo dispuso hace tiempo.

El Señor de los ejércitos os invitaba aquel día a llanto y a luto, a raparos y a ceñir sayal; pero ahora: fiesta y alegría, a matar vacas, a degollar corderos, a comer carne, a beber vino, «a comer y a beber, que mañana moriremos».

Me ha revelado al oído el Señor de los ejércitos: «Juro que no se expiará este pecado hasta que muráis» —lo ha dicho el Señor de los ejércitos–.

Así dice el Señor de los ejércitos: «Anda, ve a ese mayordomo de palacio, a Sobná, que se labra en lo alto un sepulcro y excava en la piedra una morada: "¿Qué tienes aquí, a quién tienes aquí, que te labras aquí un sepulcro? Mira: el Señor te aferrará con fuerza y te arrojará con violencia, te hará dar vueltas y vueltas como un aro, sobre la llanura dilatada. Allí morirás, allí pararán tus carrozas de gala, baldón de la corte de tu señor.

Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá.

Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá. Lo hincaré como un clavo en sitio firme, dará un trono glorioso a la casa paterna"».


SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Cap 40: PG 24, 366-367)

Una voz grita en el desierto

Una voz grita en el desierto: «Preparad un camino al Señor, allanad una calzada para nuestro Dios». El profeta declara abiertamente que su vaticinio no ha de realizarse en Jerusalén, sino en el desierto; a saber, que se manifestará la gloria del Señor, y la salvación de Dios llegará a conocimiento de todos los hombres.

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo.

Todo esto se decía porque Dios había de presentarse en el desierto, impracticable e inaccesible desde siempre. Se trataba, en efecto, de todas las gentes privadas del conocimiento de Dios, con las que no pudieron entrar en contacto los justos de Dios y los profetas.

Por este motivo, aquella voz manda preparar un camino para la Palabra de Dios, así como allanar sus obstáculos y asperezas, para que cuando venga nuestro Dios pueda caminar sin dificultad. Preparad un camino al Señor: se trata de la predicación evangélica y de la nueva consolación, con el deseo de que la salvación de Dios llegue a conocimiento de todos los hombres.

Súbete a un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de Jerusalén. Estas expresiones de los antiguos profetas encajan muy bien y se refieren con oportunidad a los evangelistas: ellas anuncian el advenimiento de Dios a los hombres, después de haberse hablado de la voz que grita en el desierto. Pues a la profecía de Juan Bautista sigue coherentemente la mención de los evangelistas.

¿Cuál es esta Sión sino aquella misma que antes se llamaba Jerusalén? Y ella misma era aquel monte al que la Escritura se refiere cuando dice: El monte Sión donde pusiste tu morada; y el Apóstol: Os habéis acercado al monte Sión. ¿Acaso de esta forma se estará aludiendo al coro apostólico, escogido de entre el primitivo pueblo de la circuncisión?

Y esta Sión y Jerusalén es la que recibió la salvación de Dios, la misma que a su vez se yergue sublime sobre el monte de Dios, es decir, sobre su Verbo unigénito: a la cual Dios manda que, una vez ascendida la sublime cumbre, anuncie la palabra de salvación. ¿Y quién es el que evangeliza sino el coro apostólico? ¿Y qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres, y en primer lugar a las ciudades de Judá, que Cristo ha venido a la tierra.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS


 

LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 24, 1-18

Manifestación del Señor en su gran día

Mirad al Señor, que hiende la tierra y la resquebraja, devasta la superficie y dispersa a sus habitantes: lo mismo plebe que sacerdote, esclavo que señor, esclava que señora, comprador que vendedor, prestatario que prestamista, acreedor que deudor. Queda rajada la tierra, despojada del todo, porque el Señor ha pronunciado esta palabra.

Languidece y descaece la tierra, desfallece y descaece el orbe, desfallecen la altura y el suelo de la tierra, empecatada bajo sus habitantes que violaron la ley, quebrantaron los mandatos, rescindieron el pacto perpetuo. Por eso, la maldición se ceba en la tierra, y lo pagan sus habitantes; por eso se consumen los habitantes del orbe, y quedan hombres contados.

Languidece el mosto, desfallece la vid, gime el corazón alegre. Cesa el alborozo de los panderos, se acaba el bullicio de los que se divierten, cesa el alborozo de las cítaras. Ya no beben vino entre canciones, el licor sabe amargo al que lo bebe. La ciudad, desolada, se derrumba; están cerradas las entradas de las casas. Se lamentan en las calles porque no hay vino, han pasado las fiestas, han desterrado el alborozo del país. En la ciudad quedan sólo escombros, y la puerta está herida de ruina.

Sucederá en medio de la tierra y entre los pueblos, como en el vareo de la aceituna o en la rebusca después de la vendimia. Ellos levantarán la voz vitoreando en honor del Señor: Aclamad desde el mar, responded desde oriente, glorificando al Señor; desde las islas del mar, el nombre del Señor, Dios de Israel. Desde el confín de la tierra oímos cánticos: «Gloria al Justo».

Pero yo digo: «¡Qué dolor, qué dolor, ay de mí!». Los traidores traicionan, los traidores traman traiciones. Pánico y zanja y cepo contra ti, habitante del país: el que huya del grito de pánico caerá en la zanja; el que salga del fondo de la zanja quedará cogido en el cepo. Se abren las compuertas de lo alto y retiemblan los cimientos de la tierra.


SEGUNDA LECTURA

San Juan de la Cruz, Subida al monte Carmelo (Libro 2, cap 22, núms. 3-4)

La principal causa por la cual en la ley antigua eran lícitas las preguntas que se hacían a Dios, y convenía que los profetas y sacerdotes quisiesen visiones y revelaciones de Dios, era porque entonces no estaba aún fundada la fe ni establecida la ley evangélica; y así, era menester que preguntasen a Dios y que él hablase, ahora por palabras, ahora por visiones y revelaciones, ahora en figuras y semejanzas, ahora en otras muchas maneras de significaciones. Porque todo lo que respondía y hablaba y obraba y revelaba eran misterios de nuestra fe y cosas tocantes a ella o enderezadas a ella. Pero ya que está fundada la fe en Cristo y manifiesta la ley evangélica en esta era de gracia, no hay para qué preguntarle de aquella manera, ni para qué él hable ya ni responda como entonces.

Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo —que es una Palabra suya, que no tiene otra—, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.

Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.

En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.

Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: «si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.

Porque desde el día que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Éste es mi amado Hijo en que me he complacido; a él oíd, ya alcé yo la mano de todas esas maneras de enseñanzas y respuestas, y se la di a él; oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, más cosas que manifestar. Que si antes hablaba, era prometiéndoos a Cristo; y si me preguntaban, eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en que habían de hallar todo bien, como ahora lo da a entender toda la doctrina de los evangelistas y apóstoles».



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 24, 19–25, 5

El reino de Dios. Acción de gracias

Aquel día se tambaleará y se bamboleará la tierra, temblará y retemblará la tierra, se moverá y se removerá la tierra; vacilará y oscilará la tierra como un borracho, cabeceará como una choza. Tanto le pesará su pecado, que se desplomará y no se alzará más.

Aquel día juzgará el Señor a los ejércitos del cielo en el cielo, a los reyes de la tierra en la tierra. Se van agrupando, presos en la mazmorra, y quedan encerrados; pasados muchos días, comparecerán a juicio. La Cándida se sonrojará, el Ardiente se avergonzará, cuando reine el Señor de los ejércitos en el monte Sión y en Jerusalén, glorioso delante de su senado.

Señor, mi Dios eres tú; te ensalzaré, te daré gracias; porque realizaste maravillas, antiguos designios firmes y seguros. Convertiste la ciudad en escombros, la plaza fuerte en derribo, el castillo enemigo en ruina que jamás será reconstruida.

Por eso te glorifica un pueblo fuerte, la capital de los tiranos te respeta: porque fuiste baluarte del pobre, baluarte del desvalido en la angustia, reparo del aguacero, sombra de la canícula. Porque el ánimo de los tiranos es aguacero de invierno, es canícula estival el tumulto del enemigo: tú mitigas la canícula con sombra de nubes, tú humillas el canto de los tiranos.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (Núm 48)

Índole escatológica de la Iglesia peregrinante

La Iglesia, a la que todos hemos sido llamados en Cristo Jesús y en la cual, por la gracia de Dios, conseguimos la santidad, no será llevada a su plena perfección sino cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando, con el género humano, también el universo entero —que está íntimamente unido al hombre y por él alcanza su fin– será perfectamente renovado en Cristo.

Porque Cristo, levantado en alto sobre la tierra, atrajo hacia sí a todos los hombres; habiendo resucitado de entre los muertos, envió su Espíritu vivificador sobre sus discípulos, y por él constituyó a su cuerpo, que es la Iglesia, como sacramento universal de salvación. Ahora, sentado a la diestra del Padre, actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia, y por ella unirlos a sí más estrechamente y, alimentándolos con su propio cuerpo y sangre, hacerlos partícipes de su vida gloriosa.

Por tanto, la restauración prometida que esperamos ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y por él continúa en la Iglesia, en la cual, por la fe, somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, mientras que, con la esperanza de los bienes futuros, llevamos a cabo la obra que el Padre nos ha confiado en el mundo y trabajamos por nuestra salvación.

La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros, y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza verdaderamente a realizarse, en cierto modo, en el siglo presente, pues la Iglesia, ya en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta, santidad.

Y hasta que lleguen los nuevos cielos y la nueva tierra, en los que tendrá su morada la justicia, la Iglesia peregrinante –en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo– lleva consigo la imagen de este mundo que pasa. Ella misma vive entre las criaturas, que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 25, 6–26, 6

El banquete del Señor. Cántico de los redimidos

El Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera; manjares enjundiosos, vinos generosos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. –Lo ha dicho el Señor–.

Aquel día se dirá: «Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación. La mano del Señor se posará sobre este monte, y Moab será pisoteado en su suelo, como se pisa la paja en el agua del muladar. Allí dentro extenderá las manos, como las extiende el nadador al nadar; pero él humillará su orgullo y los esfuerzos de sus manos. Los altos baluartes de sus murallas los humillará y doblegará, los arrojará al suelo, al polvo».

Aquel día se cantará este canto en el país de Judá: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confia en ti. Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua: doblegó a los habitantes de la altura y a la ciudad elevada; la humilló, la humilló hasta el suelo, la arrojó al polvo, y la pisan los pies, los pies del humilde, las pisadas de los pobres».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre el salmo 109 (1-3: CCL 40, 1061-1063)

Las promesas de Dios se nos conceden por su Hijo

Dios estableció el tiempo de sus promesas y el momento de su cumplimiento.

El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos.

Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros, sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas.

Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silenció en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.

Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación.

Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios —a saber, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza—, no sólo entregó la escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido.

Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por él.

Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció.

Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue creído.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 26, 7-21

Cántico de los justos. Promesa de resurrección

La senda del justo es recta. Tú allanas el sendero del justo; en la senda de tus juicios, Señor, te esperamos, ansiando tu nombre y tu recuerdo.

Mi alma te ansía de noche, mi espíritu en mi interior madruga por ti, porque tus juicios son luz de la tierra, y aprenden justicia los habitantes del orbe.

Si se muestra favor al impío, no aprende justicia: en tierra de honradez obra mal, sin ver la grandeza del Señor.

Señor, tu mano está alzada, pero no la miran; que miren avergonzados tu celo por el pueblo, que un fuego devore a tus enemigos.

Señor, tú nos darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas tú. Señor, Dios nuestro, nos dominaron señores distintos a ti; pero nosotros sólo a ti reconocemos, e invocamos tu nombre.

Los muertos no viven, las sombras no se alzan; porque tú los juzgaste, los aniquilaste y extirpaste su memoria.

Señor, multiplicaste el pueblo; multiplicaste el pueblo y manifestaste tu gloria, ensanchaste los confines del país.

Señor, en el peligro acudíamos a ti, cuando apretaba la fuerza de tu escarmiento. Como la preñada cuando le llega el parto se retuerce y grita angustiada, así éramos en tu presencia, Señor: concebimos, nos retorcimos, dimos a luz... viento; no trajimos salvación al país, no le nacieron habitantes al mundo.

¡Vivirán tus muertos, tus cadáveres se alzarán, despertarán jubilosos los que habitan en el polvo! Porque tu rocío es rocío de luz, y la tierra de las sombras parirá.

Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera.

Porque el Señor va a salir de su morada para castigar la culpa de los habitantes de la tierra: la tierra descubrirá la sangre derramada y no ocultará más a sus muertos.


SEGUNDA LECTURA

San Pedro Crisólogo, Sermón 147 (PL 52, 594-595)

El amor desea ver a Dios

Al ver Dios que el temor arruinaba el mundo, trató inmediatamente de volverlo a llamar con amor, de invitarlo con su gracia, de sostenerlo con su caridad, de vinculárselo con su afecto.

Por eso purificó la tierra, afincada en el mal, con un diluvio vengador, y llamó a Noé padre de la nueva generación, persuadiéndolo con suaves palabras, ofreciéndole una confianza familiar, al mismo tiempo que lo instruía piadosamente sobre el presente y lo consolaba con su gracia, respecto al futuro. Y no le dio ya órdenes, sino que con el esfuerzo de su colaboracion encerró en el arca las criaturas de todo el mundo, de manera que el amor que surgía de esta colaboración acabase con el temor de la servidumbre, y se conservara con el amor común lo que se había salvado con el común esfuerzo.

Por eso también llamó a Abrahán de entre los gentiles, engrandeció su nombre, lo hizo padre de la fe, lo acompañó en el camino, lo protegió entre los extraños, le otorgó riquezas, lo honró con triunfos, se le obligó con promesas, lo libró de injurias, se hizo su huésped bondadoso, lo glorificó con una descendencia de la que ya desesperaba; todo ello para que, rebosante de tantos bienes, seducido por tamaña dulzura de la caridad divina, aprendiera a amar a Dios y no a temerlo, a venerarlo con amor y no con temor.

Por eso también consoló en sueños a Jacob en su huida, y a su regreso lo incitó a combatir y lo retuvo conel abrazo del luchador; para que amase al padre de aquel combate, y no lo temiese.

Y asimismo interpeló a Moisés en su lengua vernácula, le habló con paterna caridad y le invitó a ser el liberador de su pueblo.

Pero así que la llama del amor divino prendió en los corazones humanos y toda la ebriedad del amor de Dios se derramó sobre los humanos sentidos, satisfecho de espíritu por todo lo que hemos recordado, los hombres comenzaron a querer contemplar a Dios con sus ojos carnales.

Pero la angosta mirada humana ¿cómo iba a poder abarcar a Dios, al que no abarca todo el mundo creado? La exigencia del amor no atiende a lo que va a ser, o a lo que debe o puede ser. El amor ignora el juicio, carece de razón, no conoce la medida. El amor no se aquieta ante lo imposible, no se remedia con la dificultad.

El amor es capaz de matar al amante si no puede alcanzar lo deseado; va a donde se siente arrastrado, no a donde debe ir.

El amor engendra el deseo, se crece con el ardor y, por el ardor, tiende a lo inalcanzable. ¿Y qué más?

El amor no puede quedarse sin ver lo que ama: por eso los santos tuvieron en poco todos sus merecimientos, si no iban a poder ver a Dios.

Y por esto mismo, el amor que anhela ver a Dios, aunque carezca de juicio, lo que sí tiene es un afán de piedad.

Moisés se atreve por ello a decir: Si he obtenido tu favor enséñame tu gloria.

Y otro dice también: Déjame ver tu figura. Incluso los mismos gentiles modelaron sus ídolos para poder contemplar con sus propios ojos lo que veneraban en medio de sus errores.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 27, 1-13

La viña del Señor volverá a ser cultivada

Aquel día castigará el Señor con su espada, grande, templada, robusta, al Leviatán, serpiente huidiza, al Leviatán, serpiente tortuosa, y matará al Dragón marino.

A la viña hermosa le cantaréis: «Yo, el Señor, soy su guardián. Con frecuencia la riego, para que no falte su hoja, la guardo noche y día.

No me enfado más: si brotan zarzas y cardos, saldré a luchar contra ellos. Si se acoge a mi protección, que haga las paces conmigo, que haga las paces conmigo».

Llegarán días en que Jacob echará raíces, Israel echará brotes y flores, y sus frutos cubrirán la tierra. ¿Lo ha herido como hiere a los que lo hieren? ¿Lo ha matado como mueren los que lo matan? Lo castigas espantándolo y expulsándolo, arrollándolo con viento impetuoso, como al tamo en día de solano.

Con esto se expiará la culpa de Jacob, y éste será el fruto de alejar su pecado: convertir las piedras de los altares en piedra caliza triturada, y no erigir cipos ni estelas. La plaza fuerte está solitaria, como mansión desdeñada, abandonada como un desierto. Allí pastan novillos, se tumban y consumen sus ramas. Al secarse el ramaje, lo quiebran, vienen mujeres y le prenden fuego. Porque es un pueblo insensato; por eso su Hacedor no se apiada, su Creador no los compadece.

Aquel día, el Señor trillará las espigas desde el Gran Río hasta el Torrente de Egipto; pero vosotros, israelitas, seréis espigados uno a uno.

Aquel día, el Señor tocará la gran trompeta, y vendrán los dispersos del país de Asiria y los prófugos del país de Egipto, para postrarse ante el Señor en el monte santo de Jerusalén.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 5,19, 1; 20, 2; 21, 1: SC 153, 248-250.260-264)

Eva y María

El Señor vino y se manifestó en una verdadera condición humana que lo sostenía, siendo a su vez ésta su humanidad sostenida por él, y, mediante la obediencia en el árbol de la cruz, llevó a cabo la expiación de la desobediencia cometida en otro árbol, al mismo tiempo que liquidaba las consecuencias de aquella seducción con la que había sido vilmente engañada la virgen Eva, ya destinada a un hombre, gracias a la verdad que el ángel evangelizó a la Virgen María, prometida también a un hombre.

Pues de la misma manera que Eva, seducida por las palabras del diablo, se apartó de Dios, desobedeciendo su mandato, así María fue evangelizada por las palabras del ángel, para llevar a Dios en su seno, gracias a la obediencia a su palabra. Y si aquélla se dejó seducir para desobedecer a Dios, ésta se dejó persuadir a obedecerle, con lo que la Virgen María se convirtió en abogada de la virgen Eva.

Así, al recapitular todas las cosas, Cristo fue constituido cabeza, pues declaró la guerra a nuestro enemigo, derrotó al que en un principio, por medio de Adán, nos había hecho prisioneros, y quebrantó su cabeza, como encontramos dicho por Dios a la serpiente en el Génesis: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.

Con estas palabras se proclama de antemano que aquel que había de nacer de una doncella y ser semejante a Adán habría de quebrantar la cabeza de la serpiente. Y esta descendencia es aquella misma de la que habla el Apóstol en su carta a los Gálatas: La ley se añadió hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa.

Y lo expresa aún con más claridad en otro lugar de la misma carta, cuando dice: Pero cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer. Pues el enemigo no hubiese sido derrotado con justicia si su vencedor no hubiese sido un hombre nacido de mujer. Ya que por una mujer el enemigo había dominado desde el principio al hombre, poniéndose en contra de él.

Por esta razón el mismo Señor se confiesa Hijo del hombre, y recapitula en sí mismo a aquel hombre primordial del que se hizo aquella forma de mujer: para que así como nuestra raza descendió a la muerte a causa de un hombre vencido, ascendamos del mismo modo a la vida gracias a un hombre vencedor.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías 29, 1-8

Juicio de Dios contra Jerusalén

¡Ay Ariel, Ariel, ciudad que sitió David! Añadid años a años, gire el ciclo de las fiestas, y asediaré a Ariel, y habrá llanto y lamento. Serás para mí como Ariel, y te sitiaré como David, te estrecharé con trincheras y alzaré baluartes contra ti.

Humillada, hablarás desde el suelo y tu palabra sonará apagada desde el polvo; como voz de fantasma desde el suelo, desde el polvo, susurrará tu palabra. Será como polvareda el tropel de tus enemigos, como nube de tamo el tropel de tus agresores.

Pero de improviso, de repente, te auxiliará el Señor de los ejércitos, con trueno y terremoto y gran estruendo, con huracán y vendaval y llamas devoradoras. Acabará como sueño o visión nocturna el tropel de los pueblos que combaten a Ariel, sus trincheras, sus baluartes, sus sitiadores.

Como sueña el hambriento que come, y se despierta con el estómago vacío; como sueña el sediento que bebe, y se despierta con la garganta reseca, así será el tropel de los pueblos que combaten contra el monte Sión.


SEGUNDA LECTURA

Beato Isaac de Stella, Sermón 51 (PL 194, 1862-1863.1865)

María y la Iglesia

El Hijo de Dios es el primogénito entre muchos hermanos, y, siendo por naturaleza único, atrajo hacia sí muchos por la gracia, para que fuesen uno solo con él. Pues da poder para ser hijos de Dios a cuantos lo reciben.

Así pues, hecho hijo del hombre, hizo a muchos hijos de Dios. Atrajo a muchos hacia sí, único como es por su caridad y su poder: y todos aquellos que por la generación carnal son muchos, por la regeneración divina son uno solo con él.

Cristo es, pues, uno, formando un todo la cabeza y el cuerpo:.uno nacido del único Dios en los cielos y de una única madre en la tierra; muchos hijos, a la vez que un solo hijo.

Pues así como la cabeza y los miembros son un hijo a la vez que muchos hijos, asimismo María y la Iglesia son una madre y varias madres; una virgen y muchas vírgenes.

Ambas son madres, y ambas vírgenes; ambas concibieron sin voluptuosidad por obra del mismo Espíritu; ambas dieron a luz sin pecado la descendencia de Dios Padre. María, sin pecado alguno, dio a luz la cabeza del cuerpo; la Iglesia, por la remisión de los pecados, dio a luz el cuerpo de la cabeza. Ambas son la madre de Cristo, pero ninguna de ellas dio a luz al Cristo total sin la otra.

Por todo ello, en las Escrituras divinamente inspiradas, se entiende con razón como dicho en singular de la virgen María lo que en términos universales se dice de la virgen madre Iglesia, y se entiende como dicho de la virgen madre Iglesia en general lo que en especial se dice de la virgen madre María, y lo mismo si se habla de una de ellas que de la otra, lo dicho se entiende casi indiferente y comúnmente como dicho de las dos.

También se considera con razón a cada alma fiel como esposa del Verbo de Dios, madre de Cristo, hija y hermana, virgen y madre fecunda. Todo lo cual la misma sabiduría de Dios, que es el Verbo del Padre, lo dice universalmente de la Iglesia, especialmente de María, y singularmente de cada alma fiel.

Por eso dice la Escritura: Y habitaré en la heredad del Señor. Heredad del Señor que es universalmente la Iglesia, especialmente María y singularmente cada alma fiel. En el tabernáculo del vientre de María habitó Cristo durante nueve meses; hasta el fin del mundo, vivirá en el tabernáculo de la fe de la Iglesia; y, por los siglos de los siglos, morará en el conocimiento y en el amor del alma fiel.