DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 26, 1-4. 12-23

Mujer buena y mujer malvada

Dichoso el marido de una mujer buena: se doblarán los años de su vida.

La mujer hacendosa hace prosperar al marido, él cumplirá sus días en paz.

Mujer buena es buen partido que recibe el que teme al Señor: sea rico o pobre, estará contento y tendrá cara alegre en toda sazón.

Mujer adúltera tiene ojos engreídos, y se la conoce en los párpados.

Vigila bien a la moza impúdica, para que no aproveche la ocasión de fornicar; guárdate de sus ojos impudentes, y no te extrañe que te ofenda.

Porque abre la boca como viajero sediento y bebe de cualquier fuente a mano; se sienta frente a cualquier estaca y abre aljaba a cualquier flecha.

Mujer hermosa deleita al marido, mujer prudente lo robustece; mujer discreta es don del Señor: no se paga un ánimo instruido; mujer modesta duplica su encanto: no hay belleza que pague un ánimo casto.

El sol brilla en el cielo del Señor, la mujer bella en su casa bien arreglada; lámpara que luce en candelabro sagrado es un rostro hermoso sobre un tipo esbelto; columnas de oro sobre plintos de plata son piernas firmes sobre pies hermosos.


SEGUNDA LECTURA

San Lorenzo de Brindisi, Homilía 1 en el lunes después de Pentecostés (5-6: Opera omnia, t. 8, 1943, 85-87)

Tanto amó Dios al mundo

Éste es el antídoto contra el mortífero veneno del pecado: una fe verdadera y viva en Cristo, una fe activa en la práctica del amor, del amor, sí, y de la caridad de Dios, ya que quien no tiene la caridad de Dios, no tiene a Dios: El que no ama permanece en la muerte.

Esta es la causa de la condenación, éste es el motivo por el que el mundo merece ser juzgado y condenado: que la luz vino al mundo, Dios se ha hecho hombre, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, la criatura al Creador, los errores, los vicios, los pecados, la muerte a la verdad, a las virtudes, a la gracia y a la vida eterna; prefirieron el mal al bien, llamando al mal bien y al bien mal, que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas.

Atención, pues, hermano, no sea que prefieras las tinieblas a la luz. Algo tienes que amar, pues al corazón le es tan connatural el amor como al fuego el calor y la luz al sol. Como objeto del amor se te proponen la luz y las tinieblas, Dios y el mundo, la virtud y el vicio, la vida y la muerte, el bien y el mal. Mira lo que vas a elegir: si prefieres las tinieblas a la luz, lo amargo a lo dulce, permaneces en la muerte. Dios es luz, el mundo, tiniebla; Dios es oro, el mundo, barro.

¡Ah, por favor, no seamos ingratos! Si Dios nos ama de todo corazón como un padre a sus muy amados hijos, más aún, como una madre amantísima —¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré—, amemos nosotros a Dios, como unos hijos buenos aman al mejor de los padres. Fíjate, oh hombre, cómo te amó Dios, que entregó a su Hijo único por ti, por tu salvación personal: Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí; Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Tanto amó Dios al mundo. Cuando el pueblo de Israel era gravemente oprimido en Egipto por la cruel tiranía del Faraón, Dios, movido a compasión, bajó del cielo y se apareció a Moisés. Se le apareció envuelto en las llamas de un fuego ardentísimo y en medio de las zarzas. ¿Qué significa todo esto? Cuando alguien quiere ponderar su gran amor por el amigo, dice: «¡Por ti me arrojaría al fuego!» Por eso Dios se apareció envuelto en llamas y en medio de las zarzas para demostrarnos el vehementísimo amor que siente por nosotros y que estaba dispuesto a padecer atroces tormentos por nosotros, como lo demuestra la pasión de Cristo.

Por esta razón, cuando bajó a entregarnos la ley, descendió también envuelto en llamas y en medio de tinieblas. Las llamas designan la pasión de las penas; las tinieblas, la muerte y la privación de todos los bienes; pues para dar al hombre la fuerza sobrenatural de observar la ley y así tener acceso a la vida eterna, para esto tenía que venir Dios a sufrir muchos tormentos y a morir. Así es de sabio, próvido, justo, fuerte, paciente, pío, leal el amor divino, adornado de toda clase de virtud.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 27, 25-28, 9

Contra la ira y la venganza

El que guiña el ojo trama algo malo, y nadie lo apartórá de ello; en tu presencia su boca es melosa, admira tus palabras; después cambia de lenguaje y procura cogerte en tus palabras.

Muchas cosas detesto, pero ninguna como a él, porque el Señor mismo lo detesta.

Tira una piedra a lo alto y te caerá en la cabeza: un golpe a traición reparte heridas; el que cava una fosa caerá en ella, el que tiende una red quedará cogido en ella; al que hace el mal se le volverá contra él, aunque no sepa de dónde le viene.

Burlas e insultos le tocarán al insolente, pues la venganza lo acecha como un león.

Los que se alegran de la caída de los buenos se consumirán de pena antes de morir.

El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas.

Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.

¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor?

No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados?

Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados?

Piensa en tu fin y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos.

Recuerda los mandamientos y no te enojes con tu prójimo.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 515-518)

Sobre la victoria de Cristo

El Señor mismo, libre de todo pecado, murió entre los ultrajes del pueblo; y asumiendo como hombre la defensa y tutela de los hombres, aceptó el martirio y liberó a su estirpe de la culpa; dio a los cautivos la libertad, que él, como Dios y Señor, no necesitaba.

Estos son, pues, los caminos a través de los cuales nos llegó la verdadera vida, gracias a la muerte del Salvador. En cuanto al modo de hacer derivar esta vida a nuestras almas, tenemos la iniciación en los misterios, esto es, el baño, la unción y la participación en la sagrada mesa. Cristo viene a quienes esto hicieren, habita en ellos, se une y apega a ellos, elimina el pecado, les comunica su vida y su fortaleza, les hace partícipes de su victoria, corona a los purificados y los proclama triunfadores en la Cena.

Ahora bien, ¿a qué se debe el que la victoria y la corona nos vengan a través del baño, la unción y el banquete, cuando son más bien el premio a la fatiga, al sudor y a los peligros? Pues porque si bien, al participar de estos misterios, no luchamos ni nos fatigamos, sin embargo celebramos su combate, aplaudimos su victoria, adoramos su trofeo y manifestamos nuestro amor al esforzado, eximio e increíble luchador; asumimos aquellas llagas, aquellas heridas y aquella muerte y, en cuanto nos es posible, las reivindicamos como nuestras; y gustamos de la carne del que estaba muerto, pero ha vuelto a la vida. En consecuencia, no disfrutamos ilícitamente de los bienes derivados de aquella muerte y de aquellas luchas.

Esto es exactamente lo que pueden merecernos el baño y la cena: me refiero a una cena sobria y a las modestas delicias de la unción; pues cuando recibimos la iniciación, detestamos al tirano, lo escupimos y nos apartamos de él. Mientras que al fortísimo luchador lo aclamamos, lo admiramos, lo adoramos y lo amamos de todo corazón; y de la sobreabundancia del amor nos alimentamos como de pan, andamos sobrados como de agua.

Resulta, pues, evidente que por nosotros él aceptó esta batalla y que no rehusó morir, para que nosotros venciéramos. Por lo tanto, no es ni ilógico ni absurdo que nosotros consigamos la corona al participar de estos misterios. Nosotros pusimos de nuestra parte todo el ardor y el entusiasmo de que somos capaces, y enterados de que esta fuente tenía la eficacia derivada de la muerte y sepultura de Cristo, lo creímos todos, nos acercamos espontáneamente y nos sumergimos en las aguas bautismales. Cristo no es distribuidor de dones despreciables ni se contenta con mediocridades, sino que a cuantos se acercan a él imitando su muerte y sepultura los recibe con los brazos abiertos, otorgándoles no una corona cualquiera, ni siquiera comunicándoles su propia gloria, sino que se da a sí mismo, vencedor y coronado.

Y cuando salimos de la fuente bautismal, llevamos al mismo Salvador en nuestras almas, en la cabeza, en los ojos, en las mismas entrañas, en todos y cada uno de los miembros, limpio de pecado, libre de toda corrupción, tal como resucitó y se apareció a los discípulos y subió a los cielos; tal como ha de volver a exigirnos cuentas del tesoro confiado.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 29, 1-16; 31, 1-4

Préstamos, limosnas y riqueza

El hombre compasivo presta a su prójimo, el que le echa una mano guarda el mandamiento.

Presta a tu prójimo cuando lo necesita, y paga pronto lo que debes al prójimo; cumple la palabra y séle fiel, y en todo momento obtendrás lo que necesitas.

Muchos procuraron obtener un préstamo y perjudicaron al que les prestó: hasta conseguirlo le besan las manos, ante las riquezas del prójimo humillan la voz; a la hora de devolver dan largas y piden una prórroga.

Importunando, apenas recobrará la mitad, y lo considerará un hallazgo; en otro caso se quedará sin dinero y se habrá echado un enemigo de balde, que le pagará con maldiciones e insultos, con injurias, en vez de honor.

Muchos se retraen no por maldad, sino temiendo que los despojen sin razón.

Con todo, sé generoso con el pobre, no le des largas en la limosna; por amor a la ley recibe al menesteroso, y en su indigencia no le despidas vacío; pierde tu dinero por el hermano y el prójimo, no lo eches a perder bajo una piedra; invierte tu tesoro según el mandato del Altísimo, y te producirá más que el oro; guarda limosnas en tu despensa, y ellas te librarán de todo mal; mejor que escudo resistente o poderosa lanza, lucharán contra el enemigo a tu favor.

Las vigilias del rico acaban con su salud, la preocupación por el sustento aleja el sueño, la enfermedad grave no le deja dormir.

El rico trabaja para amasar una fortuna, y descansa acumulando lujos; el pobre trabaja, y le faltan las fuerzas, y si descansa, pasa necesidad.


SEGUNDA LECTURA

Beato Guerrico de Igny, Sermón en la solemnidad de Todos los Santos (5.6.7: SC 202, 508.510.512.514)

¡Oh preclara herencia de los pobres!

Gloriémonos, hermanos, de ser pobres por Cristo; pero procuremos ser humildes con Cristo. Nada más detestable que un pobre soberbio, nada más miserable: pues ahora lo atenaza la pobreza y la soberbia lo esclavizará para siempre. En cambio, un pobre humilde, si bien es abrasado y purificado en el crisol de la pobreza, exulta con el refrigerio que le procura la riqueza de la conciencia, se consuela con la promesa de una santa esperanza, sabiendo y experimentando que es suyo el reino de Dios, que lo lleva ya dentro de sí como en germen o en raíz, a saber, como primicia del Espíritu y prenda de la herencia eterna.

Le habéis sacado, si no me equivoco, gusto a vuestra tarea: adquiriendo los bienes supremos a cambio de cosas despreciables y dignas tan sólo de ser arrojadas por la ventana. Efectivamente, no reina Dios por lo que unp come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo. Y si estamos convencidos de esto, ¿por qué confesamos paladinamente que el reino de Dios está dentro de nosotros? Lo que está dentro de nosotros es realmente nuestro, pues nadie puede arrebatárnoslo contra nuestra voluntad.

¡Oh preclara herencia de los pobres!, ¡oh dichosa posesión de quienes nada tienen! Ciertamente no sólo nos proporcionas todo cuanto necesitamos, sino que abundas entoda clase de gloria, desbordas todo tipo de alegría, como la medida rebosante que os verterán: Realmente tú traes riqueza, fortuna copiosa y bien ganada.

Vosotros, pues, que sois amigos de la pobreza y os es grata la humildad de espíritu, habéis recibido de la Verdad inmutable la seguridad de poseer el reino de los cielos, aseverando, que es vuestro y guardándooslo fielmente en depósito, a condición sin embargo de que vosotros mismos conservéis en vuestro pecho esta esperanza hasta el final con la cooperación de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea el honor y la gloria por todos los siglos de los siglos.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 35, 1-21

Sinceridad en el culto a Dios

El que observa la ley hace una buena ofrenda, el que guarda los mandamientos ofrece sacrificio de acción de gracias, el que hace favores ofrenda flor de harina, el que da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

Apartarse del mal es agradable a Dios, apartarse de la injusticia es expiación.

No te presentes a Dios con las manos vacías: esto es lo que pide la ley.

La ofrenda del justo enriquece el altar, y su aroma llega al Altísimo.

El sacrificio del justo es aceptado, su ofrenda memorial no se olvidará.

Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas; cuando ofreces, pon buena cara, y paga de buena gana los diezmos.

Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más.

No lo sobornes, porque no lo acepta, no confíes en sacrificios injustos; porque es un Dios justo que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; mientras corren las lágrimas por las mejillas y el gemido se añade a las lágrimas, sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía 4 (PG 51, 179-180)

Piensa en qué misterios te es dado participar

Qué duda cabe de que la asiduidad en escuchar la sagrada predicación es cosa buena; pero esta obra buena resultaría perfectamente inútil, si no fuera acompañada de la utilidad que se deriva de la obediencia.

Por tanto, para que no os reunáis aquí en vano, debéis trabajar con gran celo —como varias veces os he pedido encarecidamente y no me cansaré de repetirlo— por traer aquí otros hermanos, por exhortar a los que yerran, por aconsejar y no sólo de palabra, sino también con el ejemplo. La doctrina que se expone es de mayor peso si va avalada por la conducta y el tenor de vida. Aunque no pronuncies palabra, con sólo salir de la asamblea litúrgica y manifestar a los hombres que no asistieron a la sinaxis, a través de tu talante exterior, de la mirada, de la voz, de tu modo de andar y de toda la modesta compostura del resto del cuerpo el provecho que de la reunión has recabado, es ya una valiosa exhortación y un consejo.

Pues hemos de salir de aquí como si saliéramos del Santo de los santos, como caídos del cielo, hechos más modestos, filosofando, diciendo y haciéndolo todo moderada y comedidamente. De modo que al ver la esposa a su marido de vuelta de la asamblea, el padre al hijo, el hijo al padre, el siervo a su señor, el amigo al amigo, el enemigo al enemigo, todos caigan en la cuenta de la utilidad que hemos sacado de esta reunión: y se darán cuenta si advierten que volvéis más sosegados, más pacientes y más religiosos.

Piensa en qué misterios te ha sido dado participar, tú que estás ya iniciado, con quiénes ofreces aquel místico canto, con quiénes entonas el himno tres veces santo. Demuestra a los profanos que has danzado con los Serafines, que perteneces al pueblo celestial, que formas parte del coro de los ángeles, que has conversado con el Señor, que te has reunido con Cristo. Si de tal modo nos comportáramos, no necesitaríamos de discursos para con los que no asistieron a nuestra asamblea, sino que del provecho que nosotros hemos sacado se darían cuenta del propio perjuicio, y acudirían prontamente para poder disfrutar de idénticas ventajas.

Cuando vieren con sus propios ojos la hermosura de vuestra alma, aun cuando fueren los más estúpidos de los hombres, arderán en deseos de vuestra eximia belleza. Si ya la belleza corporal es capaz de suscitar la admiración en los espectadores, mucho más puede conmoverles la hermosura del alma, e incitarles a un parecido celo.

Adornemos, pues, nuestro hombre interior, y recordemos en la calle lo que aquí se dijere: allí es donde las circunstancias nos exigen no echarlo en olvido. Como el atleta demuestra en la arena lo que ha aprendido en la palestra, así también nosotros debemos manifestar en nuestras relaciones exteriores lo que aquí hubiéramos oído.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 38, 25-39,15

Comparación entre los oficios manuales
y el estudio de la sabiduría

El ocio del escritor aumenta su sabiduría, el que está poco ocupado se hará sabio. ¿Cómo se hará sabio el que agarra el arado y su orgullo es manejar la aguijada?

El que guía los bueyes, dirige los toros y no habla más que de novillos; se desvela por arreglar el establo y se preocupa de trazar los surcos.

Lo mismo el artesano y el tejedor, que emplean la noche como el día.

Los que esculpen relieves de sellos procurando variar el diseño se esfuerzan por imitar la vida y se desvelan por terminar la tarea.

Lo mismo el herrero, sentado junto al yunque, mientras estudia el trabajo del hierro; el soplo del fuego le seca la carne, mientras brega en el calor del horno; el ruido del martillo lo ensordece, mientras se fija en el modelo de la herramienta; se esfuerza por dar término a su tarea y se desvela por perfilar la obra.

Lo mismo el alfarero, sentado al trabajo, hace girar el torno con los pies, siempre preocupado por su tarea y trabajando para producir mucho; con el brazo modela la arcilla y ablanda su resistencia con los pies; se esfuerza por terminar el barnizado y se desvela por tener caliente el horno.

Todos éstos se fían de su destreza y son expertos en su oficio; sin su trabajo la ciudad no tiene casas ni habitantes ni transeúntes; con todo, no los eligen senadores ni descuellan en la asamblea, no toman asiento en el tribunal ni discuten la justa sentencia, no exponen su doctrina o su decisión ni entienden de proverbios; aunque mantienen la vieja creación, ocupados en su trabajo artesano.

En cambio, el que se entrega de lleno a meditar la ley del Altísimo indaga la sabiduría de sus predecesores y estudia las profecías, examina las explicaciones de autores famosos y penetra por parábolas intrincadas, indaga el misterio de proverbios y da vueltas a enigmas.

Presta servicio ante los poderosos y se presenta ante los jefes, viaja por países extranjeros probando el bien y el mal de los hombres; madruga por el Señor, su creador, y reza delante del Altísimo, abre la boca para suplicar pidiendo perdón de sus pecados.

Si el Señor lo quiere, él se llenará de espíritu de inteligencia; Dios le hará derramar sabias palabras, y él confesará al Señor en su oración; Dios guiará sus consejos prudentes, y él meditará sus misterios; Dios le comunicará su doctrina y enseñanza, y él se gloriará de la ley del Altísimo.

Muchos alabarán su inteligencia, que no perecerá jamás; nunca faltará su recuerdo, y su fama vivirá por generaciones; los pueblos contarán su sabiduría, y la asamblea anunciará su alabanza; mientras vive, tendrá renombre entre mil, que le bastará cuando muera.
 

SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 2: PG 70, 975-978)

En Cristo nos convertimos en una criatura nueva

El mismo nombre de «iglesia» connota ya una pluralidad de personas que creen en Cristo: ministros y pueblo, pastores y doctores, súbditos. Todos éstos fueron a su debido tiempo renovados en Cristo, a saber, cuando el Señor Dios brilló en nuestros corazones. Entonces sí, entonces fuimos conducidos a una novedad de vida, de costumbres y de instituciones, y también de culto.

Nos despojamos del inveterado hábito de pecar y, en Cristo, nos convertimos en una criatura nueva, iniciados en sus leyes y pedagogía y conducidos a una conducta noble y amable. Por lo cual, el sapientísimo Pablo escribe a los llamados por medio de la fe, y unas veces les dice: Despojaos de la vieja condición humana, corrompida por deseos de placer, y revestíos de la nueva condición, que se va renovando como imagen de su creador. Y otras añade: No os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.

Nos habla asimismo de crucificar nuestra vieja condición humana, para revestirnos de la nueva mediante una conducta y una vida en Cristo. Renovémonos, pues, también en razón del culto: unos —los seguidores del culto judío— abandonando las sombras y las figuras; pues en lo sucesivo ya no recurrirán a las víctimas de toros y del incienso, sino a fragantísimos sahumerios espirituales y no materiales, otros —los requisados y reclutados de entre las multitudes paganas— pasarán a ritos mejores: a aquellos ritos sin confrontación posible, debido a su incomparable elevación y a su misma excelencia.

En efecto, ya no tendrán que soportar la antigua opacidad de la mente, sino que, una vez recibida la divina e inteligible iluminación, se convertirán en santos y verdaderos adoradores. Dejarán de adorar a la criatura y a la materia muda e insensible, renunciarán a las adivinaciones y encantamientos y, para decirlo de una vez, dejando las costumbres más repugnantes y abandonando las pasiones mas execrables, estarán adornados de todas las virtudes y serán expertos en la doctrina de la verdad. Esta renovación nos atañe a nosotros; el ser nuevas criaturas es obra de Cristo.

El Dios del universo ha prometido que salvará con salvación eterna a todos, es decir, tanto a los que son hijos de Abrahán según la carne, como a los que son considerados hijos de Abrahán en virtud de la promesa, a fin de que se abstengan de acciones innobles e indecorosas, y esto permanentemente. En efecto, depuesto en Cristo el profano pecado y desatado el yugo de la diabólica tiranía, habiendo repudiado al mismo tiempo la corrupción y habiéndonos revestido de la incorrupción, permaneceremos para siempre en estas condiciones. Efectivamente, el pecado ya no nos insultará más, ni Satanás podrá someternos nuevamente a la antigua tiranía. E incluso el imperio de la muerte será enteramente subvertido, desapareciendo para siempre, sometido en Cristo, por quien y con quien le sea dado a Dios Padre la gloria y el poder, juntamente con el Espíritu Santo por siglos eternos. Amén.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 42, 15-26; 43, 29-37

La gloria de Dios en la creación

Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que he visto: por la palabra de Dios son creadas y de su voluntad reciben su tarea.

El sol sale mostrándose a todos, la gloria del Señor se refleja en todas sus obras. Aun los santos de Dios no bastaron para contar las maravillas del Señor. Dios fortaleció sus ejércitos, para que estén firmes en presencia de su gloria.

Sondea el abismo y el corazón, penetra todas sus tramas, declara el pasado y el futuro y revela los misterios escondidos. No se le oculta ningún pensamiento ni se le escapa palabra alguna.

Ha establecido el poder de su sabiduría, es el único desde la eternidad; no puede crecer ni menguar ni le hace falta un maestro. ¡Qué amables son todas tus obras!, y eso que no vemos más que una chispa.

Todas viven y duran eternamente y obedecen en todas sus funciones. Todas difieren unas de otras, y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¿quién se saciará de contemplar su hermosura?

Aunque siguiéramos, no acabaríamos; la última palabra: «El lo es todo». Encarezcamos su grandeza impenetrable, él es más grande que todas sus obras; el Señor es temible en extremo, y son admirables sus palabras.

Los que ensalzáis al Señor, levantad la voz, esforzaos cuanto podáis, que aún queda más; los que alabáis al Señor, redoblad las fuerzas, y no os canséis, porque no acabaréis.

¿Quién lo ha visto, que pueda describirlo?, ¿quién lo alabará como él es? Quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco hemos visto de sus obras. Todo lo ha hecho el Señor, y a sus fieles les da sabiduría.


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Sermón contra los paganos (40-42: PG 25, 79-83)

El Verbo del Padre embellece, ordena y contiene
todas las cosas

El Padre de Cristo, santísimo e inmensamente superior a todo lo creado, como óptimo gobernante, con su propia sabiduría y su propio Verbo, Cristo, nuestro Señor y salvador, lo gobierna, dispone y ejecuta siempre todo de modo conveniente, según a él le parece adecuado. Nadie ciertamente negará el orden que observamos en la creación y en su desarrollo, ya que es Dios quien así lo ha querido. Pues, si el mundo y todo lo creado se movieran al azar y sin orden, no habría motivo alguno para creer en lo que hemos dicho. Mas si, por el contrario, el mundo ha sido creado y embellecido con orden, sabiduría y conocimiento, hay que admitir necesariamente que su creador y embellecedor no es otro que el Verbo de Dios.

Me refiero al Verbo que por naturaleza es Dios, que procede del Dios bueno, del Dios de todas las cosas, vivo y eficiente; al Verbo que es distinto de todas las cosas creadas, y que es el Verbo propio y único del Padre bueno; al Verbo cuya providencia ilumina todo el mundo presente por él creado. El, que es el Verbo bueno del Padre bueno dispuso con orden todas las cosas, uniendo armónicamente lo que era entre sí contrario. El, el Dios único y unigénito, cuya bondad esencial y personal procede de la bondad fontal del Padre, embellece, ordena y contiene todas las cosas.

Aquel, por tanto, que por su Verbo eterno lo hizo todo y dio el ser a las cosas creadas no quiso que se movieran y actuaran por sí mismas, no fuera a ser que volvieran a la nada, sino que, por su bondad, gobierna y sustenta toda la naturaleza por su Verbo, el cual es también Dios, para que, iluminada con el gobierno, providencia y dirección del Verbo, permanezca firme y estable, en cuanto que participa de la verdadera existencia del Verbo del Padre y essecundada por él en su existencia, ya que cesaría en la misma si no fuera conservada por el Verbo, el cual es imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura; por él y en él se mantiene todo, lo visible y lo invisible, y él es la cabeza de la Iglesia, como nos lo enseñan los ministros de la verdad en las sagradas Escrituras.

Este Verbo del Padre, omnipotente y santísimo, lo penetra todo y despliega en todas partes su virtualidad, iluminando así lo visible y lo invisible; mantiene él unidas en sí mismo todas las cosas y a todas las incluye en sí, de tal manera que nada queda privado de la influencia de su acción, sino que a todas las cosas y a través de ellas, a cada una en particular y a todas en general, es él quien les otorga y conserva la vida.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 51, 1-17

Acción de gracias a Dios, que libra a los suyos
de la tribulación

Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre.

Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales. Me auxiliaste con tu gran misericordia: del lazo de los que acechan mi traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros: del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.

Cuando estaba ya para morir y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal. Desde la tierra levanté la voz y grité desde las puertas del abismo, invoqué al Señor:

«Tú eres mi padre, tú eres mi fuerte salvador, no me abandones en el peligro, a la hora del espanto y turbación; alabaré siempre tu nombre y te llamaré en mi súplica».

El Señor escuchó mi voz y prestó oído a mi súplica, me salvó de todo mal, me puso a salvo del peligro. Por eso doy gracias, y alabo y bendigo el nombre del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Isaías (Lib 4, Sermón 4: PG 70, 1090-1091)

Demos gracias a Dios Padre que nos ha sacado
del dominio de las tinieblas

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. No está fuera de propósito, sino en perfecta sintonía con una correctísima exposición, aplicar estas palabras al coro de los santos apóstoles, e incluso a todos los que creen en el Señor, Cristo Jesús, han sido instruidos por el Espíritu y, en consecuencia, tienen el ánimo y la mente ampliamente iluminados; que fueron hechos partícipes de los divinos carismas y merecieron contemplar, con los ojos puros del alma, las profundidades de la Escritura divinamente inspirada; y que consiguieron una recta y evangélica forma de vivir, una prudencia y un conocimiento típicos de los santos.

Pues bien, todos éstos, al entonar odas gratulatorias, afirman haber recibido una lengua de iniciado, esto es, una lengua que les permite hablar con conocimiento de causa y explicar correctamente los misterios divinos: que les permite discernir cuándo y cómo es oportuno servirse de palabras de aliento. Es lo que hicieron los discípulos del Señor cuando inundaron y saturaron los ánimos y los corazones con la sana e inmaculada doctrina de la fe cristiana, y presentaron a cuantos se acercaron a escuchar ladivina predicación, uno u otro aspecto del mensaje evangélico atendiendo a las necesidades de cada oyente.

Pues a los que todavía eran niños les ofrecieron acertadamente la leche de una sencilla instrucción o el discurso catequético; en cambio, a los que habían alcanzado la edad del hombre perfecto y habían llegado a la medida de Cristo en su plenitud, les dieron un manjar sólido y altamente nutritivo. Esta fue realmente la lengua de iniciado y el don de ciencia para saber cuándo conviene hablar; dicen habérseles dado por la mañana, esto es, en el ánimo y en el corazón el esplendor del día, la iluminación de la luz divina e inteligible, la aparición del lucero del alba. Comprenderemos mejor esto con las palabras de san Pablo, que escribe: Damos gracias a Dios Padre, que nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su celeste caridad en la luz.

En efecto, el dios de este mundo ha cegado a los infieles, para que la luz del evangelio de Cristo no brillara para ellos. En cambio, para nosotros ha salido el sol de justicia, envolviendo las mentes en la divina luz, de suerte que seamos llamados hijos de la luz y lo seamos realmente. Pues en el momento mismo en que aceptemos la fe en Cristo y Cristo nos ilumine con su luz, se nos da por añadidura un oído especial, es decir, una facultad y una capacidad de oír insólita e inusitada. Por ejemplo: nosotros estamos convencidos de que la ley desempeña una función de pedagogo; y cuando escuchamos la ley de Moisés, esa misma ley la comprendemos con otros oídos, traducimos los símbolos a la realidad y transformamos la sombra en un germen de contemplación espiritual. Pues, mediante Cristo, la disciplina, es decir, la predicación evangélica y su mistagogía, nos enseña a interpretar espiritualmente la ley, y podríamos decir que abre los oídos de los que creyeron en Cristo.