DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 10, 6-22

Contra la soberbia

Por ninguna ofensa devuelvas mal al prójimo, no marches por el camino de la soberbia; la soberbia es odiosa al Señor y a los hombres; para los dos es delito de opresión; el imperio pasa de nación a nación a causa de la violencia de la soberbia.

¿Por qué se ensoberbece el polvo y ceniza, si aun en vida se pudren sus entrañas?

Un achaque ligero, y el médico perplejo: hoy rey, mañana cadáver.

Muere el hombre y hereda gusanos, lombrices, orugas, insectos.

Esencia de la soberbia es la rebeldía humana, que aleja el corazón de su Hacedor; pues el pecador es aljibe de insolencia y fuente que mana planes perversos; por eso Dios le envía terribles plagas y lo castiga hasta acabar con él.

Dios derribó del trono a los soberbios y sentó sobre él a los oprimidos; el Señor arrancó las raíces de los pueblos y plantó en su lugar a los oprimidos; el Señor borró las huellas de los pueblos y los destruyó hasta los cimientos; los borró del suelo y los aniquiló y acabó con su apellido en la tierra.

No es digna del hombre la insolencia, ni la crueldad del nacido de mujer.
 

SEGUNDA LECTURA

San Basilio Magno, Tratado [atribuido] sobre el bautismo (Lib 1, 2.3: PG 31,1515-1519)

Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí

El que cree en el Señor y se acredita idóneo para enseñar, es preciso que primero aprenda a abstenerse de todo pecado; después a apartarse de todo lo que, por agradable que pueda parecer, por diversos motivos lo distrae de la obediencia debida al Señor. Pues es imposible que quien comete pecado, se enreda en los negocios de esta vida o anda preocupado por las cosas necesarias para la vida, sea siervo del Señor, ni menos discípulo de aquel que no dijo al joven: Anda, vente conmigo, antes de haberle mandado vender todos sus bienes y dar el dinero a los pobres. Más todavía: ni esto mismo le ordenó, antes de haber confesado; él mismo: Todo esto lo he cumplido.

Por tanto, quien todavía no ha conseguido el perdón de los pecados, ni ha sido purificado de ellos en la sangre de nuestro Señor Jesucristo, sino que sirve al diablo y está encadenado por el pecado que mora en él, no puede servir al Señor, que ha afirmado con sentencia sin apelación posible: Quien comete pecado es esclavo del pecado. El esclavo no se queda en la casa para siempre.

Más aún: el gran beneficio de la bondad divina, concedido mediante la encarnación de nuestro Señor Jesucristo, resulta evidente además por lo dicho en otro lugar con estas precisas palabras: Así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo, todos serán constituidos justos. Y en otro lugar, considerando la bondad de Dios en Cristo, y ésta más admirable todavía, dice: Al que no había pecado, Dios lo hizo expiar nuestros pecados, para que nosotros, unidos a él, recibamos la salvación de Dios.

De los textos aducidos y de otros paralelos, y si no hemos recibido la gracia de Dios en vano, resulta absolutamente necesario que primeramente hemos de liberarnos del dominio del diablo, que al hombre vendido al pecado le induce a cometer el mal que no quiere; y en segundo lugar que cada cual, después de haber renunciado a todas las realidades presentes y a sí mismo, y de haberse apartado de las preocupaciones de la vida, ha de hacerse discípulo del Señor, como él mismo dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga; esto es: hágase discípulo mío.

Y cuando haya sido concedido el perdón de los pecados, entonces el hombre recibirá del que nos ha redimido, de Jesucristo nuestro Señor, la liberación del pecado, de modo que pueda acceder a la Palabra. Y ni aun entonces será cualquiera digno de seguir al Señor, quien no dijo al joven: Anda, vente conmigo, sin antes haberle dicho: Vende lo que tienes y da el dinero a los pobres. Más todavía; ni esto mismo lo ordenó antes de haberse confesado exento de cualquier transgresión, diciendo haber cumplido todo lo que el Señor había dicho.

Por lo cual, en esta materia es asimismo necesario guardar un orden. Pues no se nos enseña a despreciar tan sólo los bienes que por cualquier razón poseemos y que nos son necesarios para la vida, sino que se nos manda despreciar también los derechos y las obligaciones que por ley natural o positiva están vigentes entre nosotros; pues dice Jesucristo nuestro Señor: El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Lo cual hay que entenderlo asimismo del resto de nuestros prójimos, e indudablemente con mucha más razón de los extraños y de aquellos que no profesan nuestra misma fe. Y añade a continuación: El que no coge su cruz y me sigue, no es de digno mí. Y el Apóstol, que ha puesto en práctica todo esto, escribe para nuestra instrucción: El mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 11, 12-30

Confiar en Dios solamente

Hay quien es pobre y vagabundo, anda falto de lo necesario, pero el Señor se fija en él para hacerle bien y lo levanta del polvo, le hace levantar la cabeza, y muchos se asombran al verlo.

Bien y mal, vida y muerte, pobreza y riqueza, todo viene del Señor; sabiduría, prudencia y sensatez proceden del Señor, castigo y camino recto proceden del Señor. La ignorancia y la oscuridad se crearon para los criminales, y el mal acompaña a los malvados; pero el don del Señor es para el justo, y su favor asegura el éxito.

Uno se hace rico a tuerza de privaciones, y le toca esta recompensa: cuando dice: «Ahora puedo descansar, ahora comeré de mis pensiones», no sabe cuánto pasará hasta que lo deje a otro y muera.

Hijo mío, cumple tu deber, ocúpate de él, envejece en tu tarea; no admires las acciones del perverso, espera en el Señor y aguarda su luz; porque está al alcance del Señor enriquecer en un instante al pobre. La bendición del Señor es la suerte del justo, y a su tiempo florece su esperanza.

No digas: «He despachado mis asuntos, y ahora, ¿qué me queda?» No digas: «Ya tengo bastante, ¿qué mal me puede suceder?» El día dichoso te olvidas de la desgracia, el día desgraciado te olvidas de la dicha; fácil es para Dios, a la hora de la muerte, pagar al hombre su conducta. Un mal momento, y te olvidas de los placeres; cuando llega el fin del hombre, se revela su historia. Antes de que muera, no declares dichoso a nadie; en el desenlace se conoce al hombre.
 

SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 494-495)

Siento en mi interior la voz de una agua viva que me
habla y me dice: «Ven al Padre»

Nuestra vida en Cristo nace, es verdad, en este mundo y aquí tiene sus comienzos, pero logrará la perfección y se consumará en el mundo futuro, cuando lleguemos al día sin fin. Pero ni este tiempo presente ni el futuro son capaces de introducir e inocular en las almas de los hombres este tipo de vida de que estamos hablando, a menos que aquí tenga sus comienzos.

Pues lo cierto es que de momento la carne difunde las tinieblas por doquier, y la niebla y la corrupción que allí existen no pueden poseer la incorrupción. Por eso san Pablo pensaba que partir de esta vida para estar con Cristo le era enormemente beneficioso: Por un lado —dice—, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. La vida futura no aportará felicidad alguna a quienes la muerte sorprenda desprovistos de las facultades y de los sentidos necesarios a tal tipo de vida, sino que en aquel mundo feliz e inmortal vivirán muertos y desventurados. Es verdad que amanece el día y que el sol difunde sus luminosos rayos, pero no es ése el momento de que se forme el ojo. De idéntica forma, aquel día a los amigos les será permitido participar en los misterios juntamente con el Hijo de Dios y escuchar de su boca lo que él ha oído a su Padre, pero es absolutamente necesario que esos mismos amigos se acerquen provistos de oídos.

Este mundo presente alumbra al hombre totalmente interior, al hombre nuevo creado a imagen de Dios; y este hombre plasmado y troquelado aquí, una vez ya perfecto, es engendrado para aquel mundo perfecto y que jamás envejece. Lo mismo que el feto vive en las tinieblas y en la noche todo el tiempo que permanece en el claustro materno, y la naturaleza lo va preparando para que pueda respirar al nacer a esta luz y lo dispone para la vida que lo va a recibir conformándolo a determinados cánones o reglas, así ocurre también con los santos. Es lo que dice el apóstol Pablo escribiendo a los Gálatas: Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. Con una diferencia: que los niños nonatos no conocen esta vida, mientras que los bienaventurados, ya en este mundo, conocen muchas cosas del mundo futuro. Y esta diferencia radica en que los primeros todavía no han disfrutado de esta vida, que sólo más tarde conocerán, pues en los oscuros lugares en que de momento habitan, no se filtra ni un rayo de luz, como tampoco tiene noticia de ninguna de las realidades en las que nuestra vida presente se apoya y la sustentan. En cambio, nuestra situación es completamente distinta: como la vida que esperamos está como fusionada y fundida con esta vida, y el sol que allí luce nos alumbra también a nosotros por la bondad de Dios, el ungüento celeste ha sido derramado en las regiones pestilentes y el pan de los ángeles ha sido distribuido también a los hombres.

Por cuya razón, a los hombres santos se les concede, ya en esta vida mortal, no sólo informarse y prepararse para la vida futura, sino incluso vivir y actuar conforme a ella. Conquista la vida eterna, dice Pablo en la primera carta a Timoteo. Y san Ignacio: «Siento en mi interior la voz de un agua viva que me habla y me dice: Ven al Padre».



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 14, 22-15, 10

Felicidad del hombre sabio

Dichoso el hombre que piensa en la sabiduría y pretende la prudencia, el que presta atención a sus caminos y se fija en sus sendas; sale tras ella a espiarla y acecha junto a su portal, mira por sus ventanas y escucha a su puerta, acampa junto a su casa y clava sus estacas junto a su pared, pone su tienda junto a ella y se acomoda como un buen vecino, pone nido en su ramaje y mora entre su fronda, se protege' del bochorno a su sombra y habita en su morada.

El que teme al Señor obrará así, observando la ley alcanzará la sabiduría.

Ella le saldrá al encuentro como una madre y lo recibirá como la esposa de la juventud; lo alimentará con pan de sensatez y le dará a beber agua de prudencia; apoyado en ella no vacilará, y confiado en ella no fracasará; lo ensalzará sobre sus compañeros para que abra la boca en la asamblea; alcanzará gozo y alegría, le dará un nombre perdurable.

No la alcanzan los hombres falsos ni la verán los arrogantes, se queda lejos de los cínicos y los embusteros no se acuerdan de ella; su alabanza desdice en boca de malvado, porque no se la otorga Dios; la boca del sabio la pronuncia y el que la posee la enseña.


SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1: PG 150, 502-503)

A través de los sacramentos, el sol de justicia penetra
en este mundo tenebroso

Según se desprende de cuanto llevamos dicho, la vida en Cristo no es sólo un deseo que se hará realidad en el más allá, sino que está ya presente para los santos, y según ella viven y a ella ajustan su comportamiento. Seguidamente expondremos los motivos por los que se nos concede vivir de tal modo y por qué Pablo habla de andar en una vida nueva; explicaremos también cómo Cristo se une y se adhiere a los que se portan de este modo y cuál es el nombre que hemos de dar a esta realidad.

Así pues, del plan de acción que tenemos entre manos, parte depende de Dios y parte se adjudica a nuestra solicitud y diligencia; la primera es obra exclusivamente suya, la segunda requiere además un denodado esfuerzo por parte nuestra o, si se prefiere, es únicamente realizada por nosotros en la medida en que se apoya en la gracia, en la medida en que no malversamos el tesoro, ni extinguimos la lámpara ya encendida; es decir, cuando nada hacemos que obstaculice la vida y genere la muerte. Todo bien y toda virtud humana se ordena efectivamente a esto: a que nadie vuelva la espada contra sí mismo, ni ponga en fuga la felicidad, ni deponga la corona de su cabeza, pues Cristo mismo en persona es quien, de modo realmente inefable, siembra en nuestras almas la propia esencia de la vida.

Él está realmente presente y fortalece aquellos principios vitales que él nos trajo con su venida.

Y está presente no primariamente porque comulga con nosotros tomando parte en nuestras comidas, nuestros encuentros, o en la diaria convivencia, sino de un modo mucho mejor y más perfecto, gracias al cual, hechos concorpóreos y partícipes de su vida, nos convertimos en miembros suyos, en su pertenencia. Y así como no hay lengua capaz de expresar la bondad que le impulsó a amar hasta a los mismos enemigos, colmándolos de tan inmensos beneficios, y mucho menos todavía la unión con que se entraña con sus amigos, y que supera ampliamente cualquier unión que el alma puede imaginar o expresar, así también la modalidad de su presencia y de su beneficencia es digna de admiración y exclusiva del único que hace maravillas. En efecto, a quienes simbólica y figurativamente —como en representación pictórica— imitan la muerte que él verdaderamente padeció para darnos vida, Cristo la renueva y la instaura en la realidad misma y se la concede a quienes participan de su vida.

De hecho, en los sagrados misterios que simbolizan su sepultura y anuncian su muerte, nosotros somos engendrados, plasmados e íntimamente unidos al Salvador por maravillosa manera. Estos sagrados misterios son los que hacen que —como dice Pablo— en él vivamos, nos movamos y existamos. Efectivamente, el bautismo nos da la oportunidad de ser y subsistir totalmente en Cristo. Este estrecho abrazo lo primero que hace es introducir en la vida a los que yacen en la muerte y en la perdición. Por su parte, la santa unción perfecciona y completa al neonato, comunicándole las energías propias de esta vida. Finalmente, la sagrada Eucaristía contiene y conserva esta vida en todo su vigor. Y es que la misión e incumbencia del pan de vida es conservar a los renacidos y mantener la vida. En resumidas cuentas, que por el pan vivimos, por la unción nos movemos, después de haber recibido en el bautismo la existencia. De esta suerte, vivimos en este mundo visible una vida que está ordenada al mundo invisible, y no precisamente mudando de lugar, sino cambiando de vida y de modo de vivir.

Así pues, por estos santos misterios, como por otras tantas ventanas, penetra en este tenebroso mundo el Sol de justicia, da muerte a la vida según el mundo, nos excita a la vida celestial, y la luz del mundo vence al mundo, realidad que indica mediante estas palabras: Yo he vencido al mundo. En un cuerpo frágil y mortal, él ha injertado una vida estable y eterna.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 15, 11-22

Libertad del hombre

No digas: «Mi pecado viene de Dios», porque él no hace lo que odia; no digas: «El me ha extraviado», porque no necesita de hombres inicuos; el Señor aborrece la maldad y la blasfemia, los que temen a Dios no caen en ella.

El Señor creó al hombre al principio y lo entregó en poder de su albedrío; si quieres, guardarás sus mandatos, porque es prudencia cumplir su voluntad, ante ti están puestos fuego y agua, echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja.

Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos.


SEGUNDA LECTURA

Pedro de Blois, Sermón 54, sobre el sacrificio del altar (PL 207, 720-721)

Cristo por nosotros se hizo pan

La ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. Por tanto, si Cristo es la verdad, mejor, porque él es la verdad, si creemos en Cristo, creamos también a Cristo. Es él mismo el que dice: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; él es el maná reconfortante, él es el cordero que en la ley era inmolado y manducado: efectivamente se nos da en comida y precio el mismo que alimentó a nuestros padres con el maná; nos alimenta con el pan cumpliendo de esta forma lo que está escrito: Comeréis de cosechas almacenadas y sacaréis lo almacenado para hacer sitio a lo nuevo.

Lo almacenado son los sacrificios de la antigua ley, que ofrecían Aarón y sus hijos sacrificando las crías de las ovejas, derramando la sangre de los novillos y de los cabritos. Lo añejo almacenado fueron el pan y el vino ofrecidos por Melquisedec, que prefiguraba el sacramento de Cristo, respecto a quien había jurado el Padre: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. Para hacer sitio a lo nuevo había que sacar los sacrificios legales y comer lo añejo almacenado, en cuanto que el hombre comió pan de ángeles, que Dios, en su bondad, preparó para los pobres desde los tiempos antiguos.

La asunción de nuestra naturaleza es el pan de que nos alimentamos. Porque Cristo ha convertido en trigo el heno de nuestra carne, para alimentarnos con flor de harina. Se ha convertido en pan para nosotros, porque el corazón del hombre hay que sembrarlo y multiplicarlo en un corazón bueno; se ha convertido para nosotros en grano de trigo, en pan que da vigor para consuelo de esta mísera vida, para sostenimiento de la fatiga del camino; es pan en la palabra de doctrina, pan en el ejemplo de la vida, pan de la gracia espiritual, pan de la gloria inacabable. Ésta es —dice-- la nueva alianza sellada con mi sangre.

Esta alianza nos ha sido confirmada con la muerte de Cristo, para que nuestra existencia esté unida a él en una muerte como la suya, muramos al mundo y nuestra vida esté con Cristo escondida en Dios. De acuerdo con esta alianza hemos de ordenar los sacrificios, de modo que el hombre, ofreciéndose en su integridad como hostia viva y agradable a Dios, presente ante todo el sacrificio de lapenitencia. Mi espíritu —dice— es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.

El segundo sacrificio es el ejercicio de la misericordia, sacrificio que en atención a su exquisita excelencia, el Señor no lo llama sacrificio, sino justicia, diciendo: Misericordia quiero y no sacrificios. De este sacrificio está escrito: Ofreced sacrificios de justicia.

Existe un tercer sacrificio que consiste íntegramente en la enjundia y la manteca y que procede de los entresijos del alma y de las profundidades del corazón con exclusividad. Me refiero al sacrificio de alabanza. Deseando el profeta presentar este sacrificio que procede de la fertilidad del corazón y de la plenitud de la caridad, dijo: Me saciaré como de enjundia y de manteca.

El primer sacrificio se refiere a mí, el segundo al prójimo, el tercero a Dios. Pero todos los refiero a Dios y los ofrezco por Dios. No obstante, si queremos ofrecer sacrificios en el régimen de la alianza de Cristo, único es el modo y uno solo el mensaje; el orden es éste: que así como se nos manda encomendar a Dios nuestros afanes, así depositemos la fe de los sacrificios en su palabra. Que el hombre crea más a Cristo que a sí mismo, para que su espíritu sea creíble a Dios, niéguese a sí mismo y siga a Cristo con la esperanza y la fe; porque él es el camino y la verdad y la vida.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 16, 24—17, 14

El hombre, rey de la creación

Escuchadme y aprended sabiduría, prestad atención a mis palabras, voy a exponer con ponderación mi pensamiento y con modestia mi doctrina.

Cuando al principio creó Dios sus obras y las hizo existir, les asignó sus funciones; determinó para siempre su actividad y sus dominios por todas las edades; y no desfallecen ni se cansan ni faltan a su obligación.

Ninguna estorba a su compañera, nunca desobedecen las órdenes de Dios.

Después el Señor se fijó en la tierra y la colmó de sus bienes; cubrió su faz con toda clase de vivientes, que han de volver a ella.

El Señor formó al hombre de tierra y le hizo volver de nuevo a ella; le concedió un plazo de días contados y le dio dominio sobre la tierra; lo revistió de un poder como el suyo y lo hizo a su propia imagen; impuso su temor a todo viviente, para que dominara a bestias y aves.

Les formó boca y lengua y ojos y oídos y mente para entender; los colmó de inteligencia y sabiduría y les enseñó el bien y el mal; les mostró sus maravillas, para que se fijaran en ellas, para que alaben el santo nombre y cuenten sus grandes hazañas.

Les concedió inteligencia, y en herencia una ley que da vida; hizo con ellos alianza eterna enseñándoles sus mandamientos.

Sus ojos vieron la grandeza de su gloria y sus oídos oyeron la majestad de su voz.

Les ordenó abstenerse de toda idolatría y les dio preceptos del prójimo.
 

SEGUNDA LECTURA

Nicolás Cabasilas, Tratado sobre la vida en Cristo (Lib 1 PG 150, 498-499)

La bondad de Dios es inexplicable

El que se une a Dios es un espíritu con él. Lo mismo que la bondad de Dios es inexplicable y su amor para con el género humano rebasa toda capacidad de expresión, por cuanto es únicamente equiparable a la sola bondad divina, así su unión con los que ama supera bajo todos los aspectos cualquiera unión que pudiéramos imaginar, ni puede ser explicada por comparaciones, dada su dignidad.

Por esta razón, la Escritura hubo de recurrir a numerosos ejemplos para expresar aquella estrechísima unión, no bastando uno solo. Unas veces echa mano del simbolismo del morador y la casa, otras del de la vid y los sarmientos, la unión esponsal, o también los miembros y la cabeza, sin que ninguno de ellos satisfaga plenamente, ya que ninguno nos permite captar la verdad en toda su crudeza. La correlación más exacta es la que media entre unión y amor y caridad. Pero, ¿hay algo que pueda equipararse al amor divino?

En segundo lugar, entre las cosas que parece pueden significar la compenetración y la unión, tenemos en primer lugar la unión nupcial y el vínculo existente entre los miembros y la cabeza. Pero incluso estas realidades distan muchísimo y están muy lejos de darnos una idea clara de la unión divina. En efecto, la unión conyugal nunca unirá a los cónyuges hasta el extremo de que uno esté en el otro y en él viva, como vemos que ocurre con Cristo y la Iglesia. Por eso, el santo Apóstol, después de haber dicho del matrimonio: Es éste un gran misterio, añade inmediatamente: Yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia, significando no ser aquéllas, sino éstas las bodas dignas de admiración.

En cuanto a los miembros, están unidos a la cabeza, y viven gracias a esta conexión y cópula, rota la cual mueren. En cambio estos miembros parecen más unidos a Cristo que a su cabeza, y viven más realmente de él que de la ligazón que los une a la cabeza. Buen ejemplo tenemos de ello en los mártires, que gustosos afrontaron la muerte, mientras que no quisieron ni oír hablar de separarse de Cristo. De hecho, ofrecieron con gozo la cabeza y sus miembros al verdugo, pero nadie consiguió apartarlos o alejarlos de Cristo ni por una simple palabra de abjuración.

Ahora bien, ¿quién está tan unido a otro como a sí mismo? Y sin embargo, esta misma unión o fusión es inferior y menos perfecta que aquélla. Cada uno de los espíritus bienaventurados es uno e idéntico a sí mismo, y no obstante está más unido al Salvador que a sí mismo, porque le ama más que a sí mismo. Confirma nuestra manera de pensar Pablo, que deseaba ser un proscrito lejos de Cristo por el bien de los judíos, para de esta suerte acrecer la gloria de Cristo.

Y si tan grande es el amor humano, imposible valorar adecuadamente el amor divino. Porque si los que son malos han sabido dar pruebas de tanta bondad, ¿qué diremos de aquella bondad? Si, pues, el amor es tan excelente y tan eximio, preciso es que la fusión a la que el amor empuja a los amantes humille la inteligencia humana hasta tal punto que no pretenda siquiera intentar captarla acudiendo a parangón o semejanza alguna.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 17, 13-31

Exhortación a la conversión

Los caminos del hombre están siempre en presencia de Dios, no se ocultan a sus ojos.

(Sus caminos desde la niñez se inclinan al mal, no son capaces de transformar en corazones de carne los de piedra).

(Cuando dividió sobre la tierra las naciones) puso un jefe sobre cada nación, pero Israel es la porción del Señor.

(Por ser su primogénito lo educa y porque le dio la luz de su amor no lo abandona).

Todas sus obras están ante él como el sol, sus ojos observan siempre sus caminos; no se le ocultan sus injusticias, todos sus pecados están a su vista.

(El Señor, que es bueno y conoce a su criatura, no los rechaza ni abandona, sino que los perdona).

El Señor guarda, como sello suyo, la limosna del hombre, y su caridad, como niña del ojo.

Después se levantará para retribuirlas y hará recaer sobre ellos lo que merecen.

A los que se arrepienten Dios los deja volver, y reanima a los que pierden la paciencia.

Vuelve al Señor, abandona el pecado, suplica en su presencia y disminuye tus faltas; retorna al Altísimo, aléjate de la injusticia y detesta de corazón la idolatría.

En el Abismo, ¿quién alaba al Señor como los vivos que le dan gracias?

El muerto, como si no existiera, deja de alabarlo, el que está vivo y sano alaba al Señor.

¡Qué grande es la misericordia del Señor y su perdón para los que vuelven a él!

El hombre no es como Dios, pues ningún hijo de Adán es inmortal; ¿qué hay más brillante que el sol? —pues también tiene eclipses— (carne y sangre maquinan el mal).

Dios pasa revista al ejército celeste, cuánto más a los hombres de polvo y ceniza.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Alejandría, Exhortación a los paganos (Cap 10: PG 8, 223-228)

El hombre inmortal es un magnífico himno de Dios

Buscad a Dios, y vivirá vuestro corazón. Quien busca a Dios, negocia activamente su propia salvación. ¿Encontraste a Dios? Posees la vida. Busquemos, pues, a fin de seguir viviendo. La recompensa de la búsqueda es la vida junto a Dios. Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; y digan siempre: «Dios es grande».

El hombre inmortal es un magnífico himno de Dios: está cimentado sobre la justicia y en él se hallan esculpidas las sentencias de la verdad. En efecto, ¿dónde inscribir la justicia sino en el alma prudente?, ¿dónde la caridad?, y el pudor, ¿dónde?, y la mansedumbre, ¿dónde? Tales son, a mi juicio, los divinos caracteres que los hombres han de imprimir en su alma, deben seguidamente considerar la sabiduría como un buen punto de partida para cualquier etapa sobre los caminos de la vida; ver en esta misma sabiduría un puerto de salvación, al abrigo de tempestades; por ella son buenos padres para con sus hijos los que se refugiaron junto al Padre, son buenos hijos para con sus padres los que han conocido al Hijo, son buenos maridos para con sus mujeres los que se acuerdan del Esposo, son buenos amos para con sus criados los que han sido liberados de la peor de las esclavitudes.

Y vosotros que habéis malversado tantos años viviendo en la impiedad, ¿no se os acabará cayendo la cara de vergüenza por haberos comportado más irracionalmente que los animales carentes de razón? Habéis sido primeramente niños, luego adolescentes, después jóvenes, y más tarde hombres, pero jamás virtuosos. Respetad al menos la ancianidad; cuando habéis llegado ya al ocaso de la vida entrad en razón; conoced a Dios aunque no sea más que al final de la existencia, para que este final de vuestra vida ceda el paso al comienzo de vuestra salvación.

Así pues, ¡cuánto mejor es para el hombre no querer apetecer desde un principio lo que está prohibido, que obtener el objeto de sus deseos! Vosotros, por el contrario, no soportáis lo que la salud comporta de austeridad. Y sin embargo, lo mismo que, de entre los alimentos, nos deleitan los que son dulces y los preferimos atraídos por lo agradable de su gusto, y no obstante son los amargos, que hieren e irritan el paladar, los que nos curan y restituyen la salud, e incluso lo amargo de la medicación fortalece y robustece a las personas delicadas de estómago, así también la costumbre nos resulta agradable y nos cosquillea, pero acaba empujándonos al abismo, mientras que la verdad nos eleva al cielo. La verdad es, de entrada, más ruda, pero después es «una excelente nodriza para los jóvefies»; la verdad es un grave y honesto gineceo y un prudente senado. No es de difícil acceso, ni imposible de conseguir; al contrario, está cerquísima y habita en nosotros como en una casa, y, como insinúa simbólicamente aquel hombre adornado de toda clase de sabiduría que fue Moisés, reside en estos tres miembros nuestros: en las manos, en la boca y en el corazón. Aquí tenemos un auténtico símbolo de la verdad, para cuya consecución se necesitan insobornablemente estos tres requisitos: la voluntad, la acción y la palabra.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Ben Sirá 24,1-23

La sabiduría en la creación y en la historia de Israel

La sabiduría se alaba a sí misma, se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus Potestades. En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos, diciendo:

«Yo salí de la boca del Altísimo, como primogénita de todas las criaturas. Yo hice amanecer en el cielo una luz sin ocaso y como niebla cubrí la tierra; habité en el cielo con mi trono sobre columna de nubes; yo sola rodeé el arco del cielo y paseé por la hondura del abismo; regí las olas del mar y los continentes y todos los pueblos y naciones; subyugué con mi valor los corazones de poderosos y humildes. Por todas partes busqué descanso y una heredad donde habitar.

Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: "Habita en Jacob, sea Israel tu heredad".

Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesará jamás. E'n la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me establecí; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad, y resido en la congregación plena de dos santos.

Crecí como cedro del Líbano y como ciprés del monte Hermón, crecí como palmera de Engadí y como rosal de Jericó, como olivo hermoso en la pradera y como plátano junto al agua. Perfumé como cinamomo y espliego y di aroma como mirra exquisita, como incienso y ámbar y bálsamo, como perfume de incienso en el santuario.

Como terebinto extendí mis ramas, un ramaje bello y frondoso; como vid hermosa retoñé: mis flores y frutos son bellos y abundantes. Yo soy la madre del amor puro, del temor, del conocimiento y de la esperanza santa. En mí está toda gracia de camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de virtud.

Venid a mí, los que me amáis, y saciaos de mis frutos; mi nombre es más dulce que la miel, y mi herencia, mejor que los panales. El que me come tendrá más hambre, el que me bebe tendrá más sed; el que me escucha no fracasará, el que me pone en práctica no pecará; el que me honra poseerá la vida eterna».

Todo esto es el libro de la alianza del Altísimo, la ley que nos dio Moisés como herencia para la comunidad de Jacob y como promesa para Israel.


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 4, 6, 3.5.6.7: SC 100, 442.446.448-454)

El Padre es conocido por la manifestación del Hijo

Nadie puede conocer al Padre sin el Verbo de Dios, esto es, si no se lo revela el Hijo, ni conocer al Hijo sin el beneplácito del Padre. El Hijo es quien cumple este beneplácito del Padre; el Padre, en efecto, envía, mientras que el Hijo es enviado y viene. Y el Padre, aunque invisible e inconmensurable por lo que a nosotros respecta, es conocido por su Verbo, y, aunque inexplicable, el mismo Verbo nos lo ha expresado. Recíprocamente, sólo el Padre conoce a su Verbo; así nos lo ha enseñado el Señor. Y, por esto, el Hijo nos revela el conocimiento del Padre por la manifestación de sí mismo, ya que el Padre es conocido por la manifestación del Hijo: todo es manifestado por obra del Verbo.

Para esto el Padre reveló al Hijo, para darse a conocer a todos a través de él, y para que todos los que creyesen en él mereciesen ser recibidos en la incorrupción y en el lugar del eterno consuelo (porque creer en él es hacer su voluntad).

Ya por el mismo hecho de la creación, el Verbo revela a Dios creador; por el hecho de la existencia del mundo, al Señor que lo ha fabricado; por la materia modelada, al Artífice que la ha modelado y, a través del Hijo, al Padre que lo ha engendrado. Sobre esto hablan todos de manera semejante, pero no todos creen de manera semejante. También el Verbo se anunciaba a sí mismo y al Padre a través de la ley y de los profetas; y todo el pueblo lo oyó de manera semejante, pero no todos creyeron de manera semejante. Y el Padre se mostró a sí mismo, hecho visible y palpable en la persona del Verbo, aunque no todos creyeron por igual en él; sin embargo, todos vieron al Padre en la persona del Hijo, pues la realidad invisible que veían en el Hijo era el Padre, y la realidad visible en la que veían al Padre era el Hijo.

El Hijo, pues, cumpliendo la voluntad del Padre, lleva a perfección todas las cosas desde el principio hasta el fin, y sin él nadie puede conocer a Dios. El conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo está en poder del Padre y nos lo comunica por el Hijo. En este sentido decía el Señor: Nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Las palabras se lo quiera revelar no tienen sólo un sentido futuro, como si el Verbo hubiese empezado a manifestar al Padre al nacer de María, sino que tienen un sentido general que se aplica a todo tiempo. En efecto, el Padre es revelado por el Hijo, presente ya desde el comienzo en la creación, a quienes quiere el Padre, cuando quiere y como quiere el Padre. Y, por esto, en todas las cosas y a través de todas las cosas, hay un solo Dios Padre, un solo Verbo, el Hijo, y un solo Espíritu, como hay también una sola salvación para todos los que creen en él.