DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Tobías 1, 1-25

Piedad del anciano Tobit

Historia de Tobit, hijo de Tobiel, de Ananiel, de Aduel, de Gabael, de la familia de Asiel, de la tribu de Neftalí, deportado desde Tisbé —al sur de Cades de Neftalí, en la Galilea, por encima de Jasor, detrás de la ruta occidental, al norte de Safed— durante el reinado de Salmanasar, rey de Asiria.

Yo, Tobit, procedí toda mi vida con sinceridad y honradez, e hice muchas limosnas a mis parientes y compatriotas deportados conmigo a Nínive, de Asiria.

De joven, cuando estaba en Israel, mi patria, toda la tribu de nuestro padre Neftalí se separó de la dinastía de David y de Jerusalén, la ciudad elegida entre todas las tribus de Israel como lugar de sus sacrificios, en la que había sido edificado y consagrado a perpetuidad el templo, morada de Dios.

Todos mis parientes, y la tribu de nuestro padre Neftalí, ofrecían sacrificios al becerro que Jeroboán, rey de Israel, había puesto en Dan, en la serranía de Galilea; mientras que muchas veces era yo el único que iba a las fiestas de Jerusalén, como se lo prescribe a todo Israel una ley perpetua. Yo corría a Jerusalén con las primicias de los frutos y de los animales, con los diezmos del ganado y la primera lana de las ovejas, y lo entregaba a los sacerdotes, hijos de Aarón, para el culto; el diezmo del trigo y del vino, de aceite, de las granadas, de las higueras y demás árboles frutales se lo daba a los levitas que oficiaban en Jerusalén. El segundo diezmo lo cambiaba en dinero, juntando lo de seis años, y cuando iba cada año a Jerusalén lo gastaba allí. El tercer diezmo lo daba cada tres años a los huérfanos y a las viudas y a los prosélitos agregados a Israel. Lo comíamos según lo prescrito en la ley de Moisés acerca de los diezmos, y según el encargo de Débora, madre de mi abuelo Ananiel (porque mi padre murió, dejándome huérfano).

De mayor, me casé con una mujer de mi parentela llamada Ana; tuve de ella un hijo y le puse de nombre Tobías.

Cuando me deportaron a Asiria como cautivo, vine a Nínive. Todos mis parientes y compatriotas comían manjares de los gentiles, pero yo me guardé muy bien de hacerlo. Y como yo tenía muy presente a Dios, el Altísimo quiso que me ganara el favor de Salmanasar, y llegué a ser su proveedor. Hasta que murió; yo solía ir a Media, y allí hacía las compras en casa de Gabael, hijo de Gabri, en Ragués de Media, y allí dejé en depósito unos sacos con trescientos kilos de plata.

Cuando murió Salmanasar, su hijo Senaquerib le sucedió en el trono. Las rutas de Media se cerraron y ya no pude volver allá.

En tiempo de Salmanasar hice muchas limosnas a mis compatriotas: di mi pan al hambriento y mi ropa al desnudo, y si veía a algún israelita muerto y arrojado tras la muralla de Nínive, lo enterraba. Así, enterré a los que mató Senaquerib al volver huyendo de Judea; el Rey del cielo lo castigó por sus blasfemias, y él, despechado, mató a muchos israelitas; yo cogí los cadáveres y los enterré a escondidas; Senaquerib mandó buscarlos, pero no aparecieron. Un ninivita fue a denunciarme al rey, diciéndole que era yo el que los había enterrado. Me escondí, y cuando me cercioré de que el rey lo sabía y que me buscaban para matarme, huí lleno de miedo. Entonces me confiscaron todos los bienes; se lo llevaron todo para el tesoro real y me dejaron únicamente a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías.

No habían pasado cuarenta días cuando a Senaquerib lo asesinaron sus dos hijos; huyeron a los montes de Ararat, y su hijo Asaradón le sucedió en el trono. Asaradón puso a Ajicar, hijo de mi hermano Anael, al frente de la hacienda pública, con autoridad sobre toda la administración.

Ajicar intercedió por mí y pude volver a Nínive. Durante el reinado de Senaquerib de Asiria, Ajicar había sido copero mayor, canciller, tesorero y contable, y Asaradón lo repuso en sus cargos. Ajicar era de mi parentela, sobrino mío.

Durante el reinado de Asaradón regresé a casa; me devolvieron a mi mujer, Ana, y a mi hijo, Tobías.


SEGUNDA LECTURA

San Máximo de Turín, Sermón 73 (1-4: CCL 23, 305-307)

Todo para gloria de Dios

El buen cristiano debe alabar siempre a su Padre y Señor, y ha de procurar en todo su gloria, como dice el Apóstol: Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. Fijaos cómo ha de ser, según la mente del Apóstol, el almuerzo de los cristianos: en él ha de predominar el manjar de la fe de Cristo sobre las viandas materiales; ha de alimentar más al hombre la frecuente invocación del nombre del Señor que la variada y copiosa aportación de manjares; que la religión sacie mejor al hambriento que el mismo alimento. Todo —dice— para gloria de Dios. Es decir, que Cristo quiere que todos nuestros actos se hagan con él, como cómplice o como testigo. Y la razón es ésta: que las cosas buenas las hagamos con él como autor, y renunciemos a realizar las malas en razón de nuestra unión con él. Quien es consciente de tener a Cristo como compañero, se avergüenza de hacer cosas malas. Cristo en las cosas buenas es nuestra ayuda, en las malas es nuestro conservador.

Por eso, al levantarnos por la mañana, debemos dar gracias al Salvador y, antes de toda acción profana, realizar algún acto de piedad, por haber él velado nuestro descanso y nuestro sueño mientras dormíamos en nuestros lechos. Al levantarnos, pues, debemos dar gracias a Cristo y llevar a cabo, bajo la señal del Salvador, todo el trabajo de la jornada. ¿No es verdad que cuando todavía eras pagano solías escrutar diligentemente los signos e indagar con gran cuidado qué señales eran favorables para tal o cual negocio? No quiero que en adelante yerres cuanto al número. Has de saber que en la única señal de Cristo radica la prosperidad de todas las cosas. Quien en esta señal comenzare a sembrar, conseguirá el fruto de la vida eterna; el que en esta señal emprendiere un viaje, llegará hasta el cielo. Por tanto, hemos de orientar todos nuestros actos inspirados por este nombre, y referir a él todos los movimientos de nuestra vida, pues que, como dice el Apóstol: En él vivimos, nos movemos y existimos.

Igualmente, cuando el atardecer clausura la jornada debemos alabar al Señor con el salterio y cantar melodiosamente himnos a su gloria, a fin de que, consumado el combate de nuestras obras, merezcamos como los vencedores el descanso, y el olvido del sueño sea algo así como la palma debida a nuestras fatigas. A hacer esto, hermanos, no sólo nos impulsa la razón: nos lo aconsejan los mismos ejemplos. ¿No vemos, en efecto, cómo las diminutas avecillas, cuando la aurora abre las puertas a la claridad del día, se ponen a cantar armoniosamente en aquellas especie de celdas que son sus nidos, y lo hacen solícitamente antes de salir, como si quisieran acariciar a su Creador con la suavidad de su canto, al no poder hacerlo con las palabras?; ¿y cómo cada una de ellas, al no poder confesarlo, le rinde el homenaje de su canto, de suerte que parece dar gracias con mayor devoción la que más dulcemente canta? Y ¿no hacen otro tanto al final de la jornada?

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 2, 1-3, 6

La desgracia de Tobit, el hombre justo

En nuestra fiesta de Pentecostés (la fiesta de las Semanas) me prepararon una buena comida. Cuando me pusea la mesa, llena de platos variados, dije a mi hijo, Tobías:

—Hijo, anda a ver si encuentras a algún pobre de nuestros compatriotas deportados a Nínive, uno que se acuerde de Dios con toda su alma, y tráelo para que coma con nosotros. Te espero, hijo, hasta que vuelvas.

Tobías marchó a buscar a algún israelita pobre, y cuando volvió, me dijo:

—Padre.

Respondí:

—¿Qué hay, hijo?

Repuso:

—Padre, han asesinado a un israelita. Lo han estrangulado hace un momento, y lo han tirado ahí, en la plaza.

Yo pegué un salto, dejé la comida sin haberla probado, recogí el cadáver de la plaza y lo metí en una habitación para enterrarlo cuando se pusiera el sol. Cuando volví, me lavé y comí entristecido, recordando la frase del profeta Amós contra Betel: «Se cambiarán vuestras fiestas en luto, vuestros cantos en elegías», y lloré. Cuando se puso el sol, fui a cavar una fosa y lo enterré.

Los vecinos se me reían:

—¡Ya no tiene miedo! Lo anduvieron buscando para matarlo por eso mismo, y entonces escapó; pero ahora ahí lo tenéis, enterrando muertos.

Aquella noche, después del baño, fui al patio y me tumbé junto a la tapia, con la cara destapada porque hacía calor; yo no sabía que en la tapia, encima de mí, había un nido de gorriones; su excremento caliente me cayó en los ojos y se me formaron nubes. Fui a los médicos a que me curaran; pero cuantos más ungüentos me daban, más vista perdía, hasta que quedé completamente ciego. Estuve sin vista cuatro años. Todos mis parientes se apenaron por mi desgracia, y Ajicar me cuidó dos años, hasta que marchó a Elimaida.

En aquella situación, mi mujer, Ana, se puso a hacer labores para ganar dinero. Los clientes le daban el importe cuando les llevaba la labor terminada; el siete de marzo, al acabar una pieza y mandársela a los clientes, éstos le dieron el importe íntegro y le regalaron un cabrito para que lo trajese a casa. Cuando llegó, el cabrito empezó a balar. Yo llamé a mi mujer, y le dije:

—¿De dónde viene ese cabrito? ¿No será robado? Devuélveselo al dueño, que no podemos comer nada robado. Ana me respondió:

—Me lo han dado de propina, además de la paga.

Pero yo no le creía, y abochornado por su acción, insistí en que se lo devolvieran al dueño. Entonces me replicó:

—Y ¿dónde están tus limosnas? ¿Dónde están tus obras de caridad? ¡Ya ves lo que te pasa!

Profundamente afligido, sollocé, me eché a llorar y empecé a rezar entre sollozos:

«Señor, tú eres justo; todas tus obras son justas; tú actúas con misericordia y lealtad, tú eres el juez del mundo. Tú, Señor, acuérdate de mí y mírame; no me castigues por mis pecados, miserrores y los de mis padres, cometidos en tu presencia, desobedeciendo tus mandatos. Nos has entregado al saqueo, al destierro y a la muerte, nos has hecho refrán, comentario y burla de todas las naciones donde nos has dispersado. Sí, todas tus sentencias son justas cuando me tratas así por mis pecados, porque no hemos cumplido tus mandatos ni hemos procedido lealmente en tu presencia. Haz ahora de mí lo que te guste. Manda que me quiten la vida y desapareceré de la faz de la tierra y en tierra me convertiré. Porque más vale morir que vivir después de oír ultrajes que no merezco y verme invadido de tristeza. Manda, Señor, que yo me libre de esta prueba déjame marchar a la eterna morada y no me apartes tu rostro, Señor. Porque más vale morir que vivir pasando esta prueba y escuchando tales ultrajes».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Opúsculo sobre el consuelo de la muerte (Sermón 1, 5-7: PG 56, 297-298)

Jesús es vida incluso para los que abandonan este mundo

El mismo Señor que es incapaz de mentir, clama: Yo soy —dice— la resurrección y la vida: el,que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. Bien clara es, hermanos carísimos, la voz divina: el que cree en Cristo y guarda sus mandatos, aunque haya muerto, vivirá. Abriéndose a esta voz el bienaventurado apóstol Pablo y aferrándose a ella con toda la energía de la fe, enseñaba: No quiero, hermanos —dice—, que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis. ¡Oh admirable expresión la del Apóstol! En una sola palabra y ya antes de exponer la doctrina, da por sentada la resurrección. Pues llama «durmientes» a los que murieron, de modo que, al afirmar que duermen, da por segura su resurrección. Para que no os aflijáis —dice— por los difuntos como los hombres sin esperanza.

Que se aflijan los hombres sin esperanza; alegrémonos, en cambio, nosotros que somos hijos de la esperanza. Y cuál sea nuestra esperanza, lo recuerda el mismo Apóstol diciendo: Si creemos que Cristo ha muerto y resucitado, del mismo modo a los que han muerto en Jesús, Dios los llevará con él. Pues Jesús es para nosotros salvación mientras todavía vivimos en el mundo y, además, vida cuando lo abandonamos. Para mí —dice el Apóstol— la vida es Cristo, y una ganancia el morir. Una ganancia realmente, ya que la muerte prematura nos ahorra las angustias y tribulaciones de una prolongada vida.

Pero tal vez te preguntes: ¿Cómo serán los que resuciten de entre los muertos? Escucha a tu mismo Señor, que dice: Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. Pero ¿a qué evocar el resplandor del sol, cuando es preciso que los fieles se vayan transformando según el modelo de la claridad del mismo Cristo, el Señor? Lo atestigua el apóstol Pablo: Nosotros somos —dice— ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo, él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición gloriosa. Se transformará indudablemente esta carne mortal según el modelo de la claridad de Cristo. Lo mortal se vestirá de inmortalidad, pues se siembra lo débil, resucita fuerte. En adelante, la carne no temerá la corrupción, no padecerá hambre, ni sed, ni enfermedad, ni adversidad. Pues una paz inalterable es también garantía de una firme seguridad de la vida. Pero muy distinta es la gloria de la vida celeste, donde se nos proporcionará un indefectible gozo.

Teniendo todo esto presente en su fina sensibilidad, decía el bienaventurado apóstol Pablo: Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor. Y todavía decía abiertamente enseñando: Mientras vivimos, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. ¿Qué es lo que hacemos nosotros, hombres de poca fe, que nos angustiamos y nos deprimimos cuando alguno de nuestros seres queridos parte para el Señor? ¿Qué es lo que hacemos nosotros, que preferimos peregrinar en este mundo, a ser conducidos a la presencia de Cristo?

Sí, toda nuestra vida no es en realidad más que una peregrinación, pues, al igual que los peregrinos de este mundo, no tenemos morada estable, trabajamos, sudamos, caminamos caminos difíciles, llenos de peligros. Y con todo y estar amenazados por tantos peligros, no sólo no deseamos ser nosotros mismos liberados, sino que nos lamentamos y lloramos como perdidos a los que ya han sido liberados. ¿Qué es lo que Dios nos ha dado por medio de su Unigénito, si todavía tenemos miedo a la causa de la muerte? ¿A qué gloriarnos de haber renacido del agua y del Espíritu, si la partida de este mundo nos contrista? En esto consiste la esencia de la fe cristiana: en esperar, después de la muerte, la verdadera vida; tras la salida, el retorno.

Dando, pues, acogida a las palabras del Apóstol, demos ya confiados gracias a Dios, que nos ha dado la victoria sobre la muerte por Cristo, nuestro Señor, a quien corresponde la gloria y el poder, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 3, 7-25

La desgracia de Sara. Su oración

Aquel mismo día, Sara, la hija de Ragüel, el de Ecbatana de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; porque Sara se había casado siete veces, pero el maldito demonio Asmodeo fue matando a todos los maridos cuando iban a unirse con ella, según costumbre. La criada le dijo:

—Eres tú la que matas a tus maridos. Te han casado ya con siete y no llevas el apellido ni siquiera de uno. Porque ellos hayan muerto, ¿a qué nos castigas por su culpa? ¡Vete con ellos! ¡Que no veamos nunca ni un hijo ni una hija tuya!

Entonces Sara, profundamente afligida, se echó a llorar y subió al piso de arriba de la casa, con intención de ahorcarse. Pero lo pensó otra vez, y se dijo:

—¡Van a echárselo en cara a mi padre! Le dirán que la única hija que tenía, tan querida, se ahorcó al verse hecha una desgraciada. Y mandaré a la tumba a mi anciano padre de puro dolor. Será mejor no ahorcarme, sino pedir al Señor la muerte, y así ya no tendré que oír más insultos.

Extendió las manos hacia la ventana y rezó:

«Bendito eres, Dios misericordioso. Bendito tu nombre por los siglos. Que te bendigan todas tus obras por los siglos. Hacia ti levanto ahora mi rostro y mis ojos. Manda que yo desaparezca de la tierra para no oír más insultos. Tú sabes, Señor, que me conservo limpia de todo pecado con varón, conservo limpio mi nombre y el de mi padre, en el destierro. Soy hija única; mi padre no tiene otro hijo que pueda heredarlo, ni pariente próximo, o de la familia, con quien poder casarme. Ya se me han muerto siete, ¿para qué vivir más? Si no quieres matarme, Señor, escucha cómo me insultan».

En el mismo momento, el Dios de la gloria escuchó la oración de los dos, y envió a Rafael para curarlos: a Tobit, limpiándole la vista, para que pudiera ver la luz de Dios, y a Sara, la de Ragüel, dándola como esposa a Tobías, hijo de Tobit, librándola del maldito demonio Asmodeo (pues Tobías tenía más derecho a casarse con ella que todos los pretendientes). En el mismo momento Tobit pasaba del patio a casa y Sara de Ragüel bajaba del piso de arriba.


SEGUNDA LECTURA

San Germán de Constantinopla, Tratado [atribuido] sobre la contemplación de los bienes eclesiásticos (PG 98, 442-443)

Todos nosotros te glorificamos a ti, Dios nuestro,
en medio de una profunda tranquilidad

Padre nuestro, que estás en los cielos. Realmente él es el Padre de todos nosotros y a todos nos conserva en el ser. ¿Le llamas Padre? Regula tu vida como el Hijo, de que seas grato y puedas complacer a ese Padre tuyo que está en los cielos. Porque, ¿quién mijitando a las órdenes del poderoso príncipe de este mundo y del mundo infernal, que ha adoptado como hijo, se atreverá, con sus malas obras, llamar Padre al Autor y al Señor de todo bien? Consta que este tal a quien llama Padre no es al Señor de los ejércitos, sino al adversario, cuyas obras realiza. Oh hombre, ¿llamas Padre a Dios? Muy bien dicho, pues es Padre y Autor de todos nosotros: pero date prisa en cumplir aquellos deberes que agraden a tu Padre. Si, por el contrario, tus obras son malas, es evidente que invocas al diablo como padre, pues él es el jefe de los malos. Por tanto huye inmediatamente de él, y trata de agradar a tu buen Padre y procreador tuyo.

Santificado sea tu nombre. El nombre es el del Hijo de Dios y que nosotros llevamos. El es Cristo y, nosotros, cristianos, y de su nombre hemos derivado nuestro apellido. Cierto, Dios es realmente santo: lo que pedimos es que su nombre sea santificado en nosotros, lo cual constituye nuestra propia tarea en perfecto acuerdo con la razón:haga santo y absolutamente puro nuestro cuerpo, para que sea hallado irreprochable el día del juicio. ¿Es que tal vez Dios no es santo? Evidentemente que lo es; pero tú oras: Santificado sea tu nombre en mí, para que los hombres vean mis buenas obras y te den gloria a ti, Padre y hacedor mío.

Venga a nosotros tu reino. El reino de Dios es el Espíritu Santo. Lo dice el mismo Señor: El reino de Dios está dentro de vosotros. En efecto, al Espíritu Santo, juntamente con el Padre y con el Hijo, le corresponde reinar, pues él santifica e ilumina a las potestades espirituales y angélicas, a los ejércitos celestiales y a todo hombre que viene al mundo y cree en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El es realmente Rey de la tierra, de todo lo visible e invisible. Pero así como una ciudad asediada por el enemigo pide refuerzos al rey, así también nosotros, asediados por los poderes adversos y por los pecados, recurrimos a Dios en busca de auxilio para que nos libere. ¿Lo llamas Rey? Conviértete en soldado espiritual, de forma que agrades al Rey que te ha enrolado en su ejército. Y ¿qué? ¿Es que Dios no es rey, dado que su reino está por venir? Ciertamente es un rey universal. Pero así como una ciudad asediada... (según el ejemplo antes alegado). Otra explicación: al decir el profeta: Dios reinó sobre las naciones, empleando el pretérito en lugar del futuro, por esta razón rezamos a grandes voces: Venga a nosotros tu reino, Señor, sobre nosotros que somos las naciones.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. La voluntad de Dios Padre es la economía de su Hijo. En el cielo, los ángeles viven en la concordia y en la común armonía: por eso, también nosotros buscamos vivir en un amor sincero. Todo cuanto quieres y persigues, se hace en el cielo: haz lo posible para que esto mismo se haga en la tierra. El sentido es éste: Señor, así como en el cielo se hace tu voluntad, y todos los ángeles viven en paz, y no hay entre ellos ni agredido ni agresor, no hay ni ofendido ni ofensor, no hay quien declare la guerra ni quien la sufra, sino que todos te glorifican en medio de una profunda tranquilidad, paralelamente hágase tu voluntad también entre nosotros los hombres que habitamos la tierra, para que todas las naciones, a una voz y con un solo corazón, te glorifiquemos a ti, hacedor y Padre de todos nosotros.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 4, 1-6.16.20-23; 5, 1-14.21-22

Preparativos para el viaje de Tobías

Aquel día Tobit se acordó del dinero que había depositado en casa de Gabael, en Ragués de Media, y pensó para sus adentros: «He pedido la muerte. ¿Por qué no llamo a mi hijo Tobías y le informo sobre ese dinero antes de morir?» Entonces llamó a su hijo Tobías, y cuando se presentó, le dijo:

—Hazme un entierro digno. Honra a tu madre, no la abandones mientras viva. Tenla contenta y no la disgustes en nada. Acuérdate, hijo, de los muchos peligros que pasó por tu causa cuando te llevaba en su seno. Y cuando muera ella, entiérrala junto a mí en la misma sepultura. Hijo, acuérdate del Señor toda tu vida. No consientas en pecado ni quebrantes sus mandamientos. Haz obras de caridad toda tu vida, y no vayas por caminos injustos, porque a los que obran bien les van bien los negocios. Bendice al Señor Dios en todo momento, y pídele que allane tus caminos y que te dé éxito en tus empresas y proyectos. Porque no todas las naciones aciertan en sus proyectos; es el Señor quien, según su designio, da todos los bienes o humilla hasta lo profundo del abismo.

Bien, hijo, recuerda estas normas; que no se te borren de la memoria.

Y ahora te comunico que en casa de Gabael, el de Gabri, en Ragués de Media, dejé en depósito trescientos kilos de plata. No te apures porque seamos pobres; si temes a Dios, huyes de todo pecado y haces lo que le agrada al Señor, tu Dios, tendrás muchas riquezas.

Tobías respondió a su padre, Tobit:

—Padre, haré lo que me has dicho. Pero ¿cómo podré recuperar ese dinero de Gabael, si ni él ni yo nos conocemos? ¿Qué contraseña puedo darle para que me reconozca y se fíe de mí y me dé el dinero? Además, no conozco el camino de Media.

Tobit le dijo:

—Gabael me dio un recibo, y yo le di el mío, firmamos los dos el contrato, después lo rompí por la mitad y cogimos cada uno una parte, de modo que una quedó con el dinero. ¡Veinte años hace que dejé en depósito ese dinero! Bien, hijo, búscate un hombre de confianza que pueda acompañarte, y le pagaremos por todo lo que dure el viaje. Vete a recuperar ese dinero.

Tobías salió a buscar un guía experto que lo acompañase a Media. Cuando salió se encontró con el ángel Rafael, parado; pero no sabía que era un ángel de Dios. Le preguntó:

—¿De dónde eres, buen hombre?

Respondió:

—Soy un israelita compatriota tuyo y he venido aquí buscando trabajo.

Tobías le preguntó:

—¿Sabes, por dónde se va a Media?

Rafael le dijo:

—Sí. He estado allí muchas veces y conozco muy bien todos los caminos. He ido a Media con frecuencia, parando en casa de Gabael, el paisano nuestro que vive en Ragués de Media. Ragués está a dos días enteros de camino desde Ecbatana, porque queda en la montaña.

Entonces Tobías le dijo:

—Espérame aquí, buen hombre, mientras voy a decírselo a mi padre. Porque necesito que me acompañes; ya te lo pagaré.

El otro respondió:

—Bueno, espero aquí, pero no te entretengas.

Tobías fue a informar a su padre, Tobit:

—Mira, he encontrado a un israelita compatriota nuestro.

Tobit le dijo:

—Llámamelo, que yo me entere de qué familia y de que tribu es, y a ver si es de confianza para acompañarte, hijo. Tobías salió a llamarlo:

—Buen hombre, mi padre te llama.

Cuando entró, Tobit se adelantó a saludarlo. El ángel le respondió:

—¡Que tengas salud!

Pero Tobit comentó:

—¿Qué salud puedo tener? Soy un ciego que no ve la luz del día. Vivo en la oscuridad, como los muertos, que ya no ven la luz. Estoy muerto en vida: oigo hablar a la gente, pero no la veo.

El ángel le dijo:

—Animo, Dios te curará pronto; ánimo.

Entonces Tobit le preguntó:

—Mi hijo Tobías quiere ir a Media. ¿Podrías acompañarlo como guía? Yo te lo pagaré, amigo.

—Él respondió:

—Sí. Conozco todos los caminos. He ido a Media muchas veces, he atravesado sus llanuras y sus montañas; sé todos los caminos.

Tobit le preguntó:

—Amigo, ¿de qué familia y de qué tribu eres? Dímelo. Rafael respondió:

—¿Qué falta te hace saber mi tribu?

Tobit dijo:

—Amigo, quiero saber exactamente tu nombre y apellido. Rafael respondió:

—Soy Azarías, hijo del ilustre Ananías, compatriota tuyo.

Entonces Tobit le dijo:

—¡Seas bien venido, amigo! No te me enfades si he querido saber exactamente de qué familia eres. Ahora resulta que tú eres pariente nuestro, y de muy buena familia. Yo conozco a Ananías y a Natán, los dos hijos del ilustre Semeyas. Iban conmigo a adorar a Dios en Jerusalén, y no han tirado por mal camino. Los tuyos son buena gente. Bien venido, hombre; eres de buena cepa.

Y añadió:

—Te daré como paga una dracma diaria y la manutención, lo mismo que a mi hijo. Acompáñale, y ya añadiré algo a la paga.

Rafael respondió:

—Lo acompañaré. No tengas miedo: sanos marchamos y sanos volveremos; el camino es seguro.

Tobit le dijo:

—Amigo, Dios te lo pague.

Luego llamó a Tobías y le habló así:

—Hijo, prepara el viaje y vete con tu pariente. Que el Dios del cielo os proteja allá y os traiga de nuevo sanos y salvos. Que su ángel os acompañe con su protección, hijo.

Tobías besó a su padre y a su madre y emprendió la marcha, mientras Tobit le decía:

—Buen viaje!


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 10,34: CSEL 33, 265-267)

Ésta es la luz: es una y uno son todos
cuantos la ven y la aman

¡Oh luz!, luz que Tobit veía cuando, ciegos los ojos de la carne, mostraba a su hijo el camino de la vida y lo precedía con el pie de la caridad, que jamás se equivoca; o la luz que veía Isaac cuando, con los ojos carnales cansados y velados por la vejez, mereció bendecir a sus hijos sin conocerlos y conocerlos al bendecirlos; o la que veía Jacob cuando, aquejado también él por sus muchos años casi no veía, proyectó los rayos de su corazón luminoso sobre las generaciones del futuro pueblo, prefiguradas en sus hijos, e impuso sobre sus nietos, los hijos de José, las manos místicamente cruzadas, no en el sentido en que su padre desde fuera rectificaba, sino en el que él interiormente discernía.

Ésta es la luz: es una y uno son todos cuantos la ven y la aman. En cambio, esta luz corporal —de que antes hablaba— sazona con una dulzura halagadora y peligrosa la vida de los ciegos amadores del mundo. Y cuando han aprendido a alabarte por ella, oh Dios, creador del universo, la asumen en tu himno, sin ser asumidos por ella en su sueño: así quiero ser yo. Resisto a las seducciones de los ojos, para evitar que se me enreden los pies con los cuales avanzo por tus caminos, y levanto hacia ti mis ojos invisibles, para que tú saques mis pies de la red. Tú los sacas una y otra vez, pues caen en la red. Tú no cesas de sacarlos, mientras yo no ceso de enredarme en las acechanzas tendidas por todas partes, pues no dormirás ni reposarás, tú que eres el guardián de Israel.

¡Qué de cosas, realmente innumerables, elaboradas por los más variados artes y oficios: —en vestido, calzado, vasos y otros objetos por el estilo, también pinturas y una variada gama de objetos de cerámica, que van mucho más allá de la necesidad, de la conveniencia y de un discreto simbolismo— no han añadido los hombres a los naturales atractivos de los sentidos, perdiéndose exteriormente tras las obras de sus manos, abandonando interiormente al que los creó y destruyendo lo que son por creación! Yo, en cambio, Dios mío y gloria mía, también por esto te dedico un himno y ofrezco un sacrificio al que por mí se sacrifica, porque las bellezas que, a través del alma, plasman las manos del artista, tienen su origen en aquella Belleza que planea sobre las almas y por la cual, día y noche, suspira mi alma.

Ahora bien, los artistas y los seguidores de las bellezas exteriores toman la suprema belleza como criterio estético de sus obras, pero no por criterio moral de su uso. Y no obstante, esa norma está allí, pero no la ven: está allí para que no tengan que ir lejos en su busca y reserven para ti su fortaleza, sin necesidad de disiparla en tan enervantes como agotadoras pesquisas. Y yo mismo que digo y me doy cuenta de estas cosas, me enredo a veces en estas bellezas, pero tú me librarás, Señor, me librarás porquetengo ante tus ojos tu bondad. Pues yo me dejo cazar miserablemente, pero tú me librarás misericordiosamente: unas veces sin yo darme cuenta, pues apenas si estaba a punto de caer; otras con dolor, por haber caído completamente.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 6,1-22

El viaje de Tobías

Cuando salieron el muchacho y el ángel, el perro se fue con ellos. Caminaron hasta que se les hizo de noche, y acamparon junto al río Tigris. El muchacho bajó al río a lavarse los pies, y un pez enorme saltó del río intentando arrancarle un pie. Tobías dio un grito, y el ángel le dijo:

—¡Cógelo, no lo sueltes!

Tobías sujetó al pez y lo sacó a tierra. Entonces, el ángel le dijo:

—Abrelo, quítale la hiel, el corazón y el hígado, y guárdalos, porque sirven como remedios; los intestinos, tíralos. El chico abrió el pez y juntó la hiel, el corazón y el hígado, luego asó un trozo de pez, lo comió y saló el resto. Siguieron su camino juntos hasta llegar a Media. Entonces Tobías preguntó al ángel:

—Amigo Azarías, ¿qué remedios se sacan del corazón, del hígado y de la hiel del pez?

El ángel respondió:

—Si a un hombre o a una mujer le dan ataques de un demonio o un espíritu malo, se queman allí delante el corazón y el hígado del pez, y ya no le vuelven los ataques. Y si uno tiene nubes en los ojos, se le unta con la hiel; luego se sopla y se cura.

Habían entrado ya en Media, y estaban cerca de Ecbatana, cuando Rafael dijo al chico:

—Amigo Tobías.

El respondió:

—¿Qué?

Rafael dijo:

—Hoy vamos a hacer noche en casa de Ragüel. Es pariente tuyo, y tiene una hija llamada Sara. Es hija única. Tú eres el pariente con más derecho a casarse con ella y a heredar los bienes de su padre. La muchacha es formal, decidida y muy guapa, y su padre es de buena posición.

Luego siguió:

—Tú tienes derecho a casarte con ella. Escucha, amigo. Esta misma noche hablaré al padre acerca de la muchacha, para que te la reserve como prometida. Y cuando volvamos de Ragués hacemos la boda. Estoy seguro de que Ragüel no va a poner obstáculos ni la va a casar con otro. Se expondría a la pena de muerte, según la ley de Moisés, sabiendo como sabe que su hija te pertenece a ti antes que a cualquier otro. De manera que escucha, amigo. Esta misma noche vamos a tratar acerca de la muchacha y hacemos la petición de mano. Luego, cuando volvamos de Ragués, la recogemos y la llevamos con nosotros a tu casa.

Tobías le dijo:

—Amigo Azarías, he oído que ya se ha casado siete veces, y todos los maridos han muerto en la alcoba la noche de bodas cuando se acercaban a ella. He oído decir que los mataba un demonio, y como el demonio no le hace daño a ella, pero mata al que quiere acercársele, yo, como soy hijo único, tengo miedo de morirme y de mandar a la sepultura a mis padres del disgusto que les iba a dar. Y no tienen otro hijo que pueda enterrarlos.

El ángel le preguntó:

—¿Y no te acuerdas de las recomendaciones que te hizo tu padre: que te casaras con una de la familia? Mira, escucha, amigo, no te preocupes por ese demonio; tú cásate con ella; sé que esta misma noche te la darán como esposa. Y cuando vayas a entrar en la alcoba, coge un poco del hígado y del corazón del pez y échalo en el brasero del incienso. Al esparcirse el olor, en cuanto el demonio lo huela, escapará y ya no volverá a aparecer cerca de ella. Cuando vayas a unirte a ella, levantaos antes los dosy orad pidiendo al Señor del cielo que os conceda su misericordia y que os proteja. No temas, que ella te está destinada desde la eternidad; tú la salvarás, ella irá contigo, y pienso que te dará hijos muy queridos. No te preocupes.

Al oír Tobías lo que iba diciendo Rafael, y que Sara era pariente suya, de la familia de su padre, le tomó cariño y se enamoró de ella.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Sermón sobre la ascensión de Cristo (PG 46, 690-691)

Éste es el grupo que busca al Señor

¡Qué agradable compañero es el profeta David en todos los caminos de la vida humana! ¡Qué apropiado para todas las edades espirituales! ¡Qué cómodo resulta para cualquier grado o condición de las almas que avanzan por los caminos del espíritu! Juega con los que ante Dios son niños o muchachos; se asocia a los hombres maduros en el combate y la lucha; instruye a la juventud; sostiene a los ancianos. Se pone al servicio de todos: arma de los soldados, es entrenador de púgiles, palestra de los luchadores, corona de los vencedores; animador en los banquetes; en los funerales, consuelo de los que lloran.

En uno de estos salmos quiere que seas oveja llevada a pastar por Dios y goces de este modo de la abundancia de todos los bienes, teniendo a disposición hierba, pienso y agua refrescante. Este pastor modelo se te ofrece como alimento, tienda, camino, guía, todo, y oportunamente distribuye su gracia en cualquier necesidad. Con todo lo cual David enseña a la Iglesia que lo primero que debes hacer es convertirte en oveja del buen pastor, conducido a los pastos y a las fuentes de la divina doctrina mediante una buena catequesis de iniciación, para que seas sepultado por el bautismo con él en la muerte, sin que una muerte semejante tenga por qué darte miedo.

Esta, en realidad, no es la verdadera muerte, sino su sombra y su imagen. Pues aunque camine —dice— en las sombras de la muerte, nada temo a lo malo que pudiera ocurrirme, porque tú vas conmigo. Además, el cayado del espíritu consuela. Pues el Espíritu es el Consolador. A continuación, ofrece un místico banquete, aderezado en oposición a la mesa de los demonios, ya que mediante la idolatría los demonios atormentaron la vida de los hombres y a los demonios se opone la mesa del Espíritu. A este propósito, unge la cabeza con el óleo del espíritu, añadiendo el vino que alegra el corazón; infunde en el alma aquella sobria embriaguez y, apartando la mente de las cosas caducas e inestables, la conduce a las eternas. Realmente, el que está bajo los efectos de una tal embriaguez, permuta esta breve vida por la inmortalidad, y habita en la casa del Señor por años sin término.

Después de habernos obsequiado en uno de los salmos tan espléndidamente, en otro que le sigue inmediatamente levanta el ánimo a placeres todavía mayores y más perfectos, cuyo significado os voy a explicar, si os parece, en pocas palabras.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena. Oh hombre, ¿qué tiene, pues, de extraño que nuestro Dios haya aparecido en la tierra y haya vivido entre los hombres? El fue quien creó y fundó la tierra. Por tanto nada tiene de insólito ni de absurdo que el Señor venga a su propia casa. Porque no ha plantado su tienda en tierra extraña, sino en la que él mismo fabricó y dio consistencia, el que fundó la tierra sobre los mares e hizo que estuviera afianzada sobre las corrientes fluviales. Y ¿cuál fue la razón de su venida? No otra sino la de conducirte sobre el monte, liberado ya de la vorágine del pecado y triunfalmente sentado sobre la carroza del reino, es decir, sobre el cortejo de las virtudes.

En efecto, no te es lícito subir a aquel monte, si no te haces acompañar por el cortejo de las virtudes, fueras de manos inocentes, estuvieres exento de toda culpa; si, siendo limpio de corazón, apartares tu alma de toda vanidad y no engañares a tu prójimo dolosamente. La bendición será el premio de una tal ascensión; a éste, Dios le abrirá los tesoros de su misericordia. Este es el grupo que buscaal Señor, ascendiendo 'a lo alto por la escala de la virtud, del grupo que viene a tu presencia, Dios de Jacob.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 7,1.9-20;8,4-16

Boda de Tobías y Sara

Al llegar a Ecbatana, le dijo Tobías:

—Amigo Azarías, llévame derecho a casa de nuestro pariente Ragüel.

El ángel lo llevó a casa de Ragüel. Lo encontraron sentado a la puerta del patio; se adelantaron a saludarlo, y él les contestó:

—Tanto gusto, amigos; bien venidos.

Luego los hizo entrar en casa. Ragüel los acogió cordialmente y mandó matar un carnero.

Cuando se lavaron y bañaron, se pusieron a la mesa. Tobías dijo a Rafael:

—Amigo Azarías, dile a Ragüel que me dé a mi pariente Sara.

Ragüel lo oyó, y dijo al muchacho:

—Tú come y bebe y disfruta a gusto esta noche. Porque, amigo, sólo tú tienes derecho a casarte con mi hija, Sara, y yo tampoco puedo dársela a otro, porque tú eres el pariente más cercano. Pero, hijo, te voy a hablar con toda franqueza. Ya se la he dado en matrimonio a siete de mi familia, y todos murieron la noche en que iban a acercarse a ella. Pero bueno, hijo, tú come y bebe, que el Señor cuidará de vosotros.

Tobías replicó:

—No comeré ni beberé mientras no dejes decidido este asunto mío.

Ragüel le dijo:

—Lo haré. Y te la daré como prescribe la ley de Moisés. Dios mismo manda que te la entregue, y yo te la confío. A partir de hoy, para siempre, sois marido y mujer. Es tuya desde hoy para siempre. ¡El Señor del cielo os ayude esta noche, hijo, y os dé su gracia y su paz!

Llamó a su hija, Sara. Cuando se presentó, Ragüel le tomó la mano y se la entregó a Tobías, con estas palabras:

—Recíbela conforme al derecho y a lo prescrito en la ley de Moisés, que manda se te dé por esposa. Tómala y llévala enhorabuena a casa de tu padre. Que el Dios del cielo os dé paz y bienestar.

Luego llamó a la madre, mandó traer papel y escribió el acta del matrimonio: «Que se la entregaba como esposa conforme a lo prescrito en la ley de Moisés». Después empezaron a cenar.

Ragüel llamó a su mujer, Edna, y le dijo:

—Mujer, prepara la otra habitación, y llévala allí.

Edna se fue a arreglar la habitación que le había dicho su marido. Llevó allí a su hija y lloró por ella. Luego, enjugándose las lágrimas, le dijo:

—Animo, hija. Que el Dios del cielo cambie tu tristeza en gozo. Animo, hija.

Y salió.

Cuando Ragüel y Edna salieron, cerraron la puerta de la habitación. Tobías se levantó de la cama y dijo a Sara:

—Mujer, levántate, vamos a rezar pidiendo a nuestro Señor que tenga misericordia de nosotros y nos proteja.

Se levantó, y empezaron a rezar pidiendo a Dios que los protegiera. Rezó así:

«Bendito eres, Dios de nuestros padres, y bendito tu nombre por los siglos de los siglos. Que te bendigan el cielo y todas tus criaturas por los siglos. Tú creaste a Adán, y como ayuda y apoyo creaste a su mujer, Eva: de los dos nació la raza humana. Tú dijiste: "No está bien que el hombre esté solo, voy a hacerle alguien como él que le ayude". Si yo me caso con esta prima mía no busco satisfacer mi pasión, sino que procedo lealmente. Dígnate apiadarte de ella y de mí, y haznos llegar juntos a la vejez».

Los dos dijeron:

—Amén, amén.Y durmieron aquella noche.

Ragüel se levantó, llamó a los criados y fueron a cavar una fosa; pues se dijo:

—No sea que haya muerto, y luego se rían y se burlen de nosotros.

Cuando terminaron la fosa, Ragüel marchó a su casa, llamó a su mujer y le dijo:

—Manda a una criada que entre a ver si está vivo; porque si está muerto, lo enterramos, y así nadie se entera.

Encendieron el candil, abrieron la puerta y mandaron dentro a la criada. Entró y encontró a los dos juntos, profundamente dormidos, y salió a decir:

—Está vivo, no ha ocurrido nada.

Entonces Ragüel alabó al Dios del cielo:

«Bendito eres, Dios, digno de toda bendición sincera. Seas bendito por siempre. Bendito eres por el gozo que me has dado: no pasó lo que me temía, sino que nos has tratado según tu gran misericordia».


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Homilía 14 (CCL 122, 95-96)

El tiempo de las bodas es aquel en que, por el misterio
de la encarnación, el Señor se unió a la Iglesia

El que nuestro Señor y Salvador, invitado a unas bodas, no sólo se dignara aceptar la invitación, sino que además hiciera allí un milagro para que continuase la alegría de los convidados, al margen del simbolismo de los celestes misterios, confirma incluso literalmente la fe de los que rectamente creen.

Efectivamente, si el tálamo inmaculado y unas bodas celebradas con la debida castidad implicasen culpabilidad, el Señor no habría acudido a ellas y menos habría querido consagrarlas con el primero de sus signos. Ahora bien, como quiera que la castidad conyugal es buena, la continencia vidual mejor, y óptima la perfección virginal, con el fin de dar su visto bueno a la libre elección de todos los estados, distinguiendo sin embargo el mérito de cada uno de ellos, se dignó nacer del inviolado seno de la virgen María, es bendecido poco después por las proféticas palabras de Ana, la viuda, y, ya joven, es invitado a la celebración de unas bodas, bodas que él honra con la exhibición de su poder.

Pero la alegría del celeste simbolismo va mucho más allá. En efecto, el Hijo de Dios, que había de obrar milagros en la tierra, acudió a unas bodas para enseñarnos que él en persona era aquel de quien bajo la figura del sol, había cantado el salmista: El sale como el esposo de su alcoba, contento como un héroe, a recorrer su camino. Asoma por un extremo del cielo, y su órbita llega al otro extremo. Y él mismo, en cierto pasaje, dice de sí mismo y de sus fieles: ¿Es que pueden guardar luto los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que se lleven al novio y entonces ayunarán.

Y realmente, la encarnación de nuestro Salvador, ya desde el momento en que comenzó a ser prometida a los padres, ha sido siempre esperada entre las lágrimas y el luto de muchos santos, hasta su venida. Paralelamente, una vez que, después de la resurrección, hubo subido al cielo, toda la esperanza de los santos está pendiente de su retorno. Y sólo durante el tiempo en que vivió entre los hombres, no pudieron éstos llorar ni guardar luto, puesto que tenían ya con ellos, incluso corporalmente, al que espiritualmente amaron. Así pues, el esposo es Cristo, su esposa es la Iglesia, los hijos del esposo, o sea, de su unión nupcial, son cada uno de sus fieles; el tiempo de las bodas es aquel en que, por el misterio de la encarnación, el Señor se unió a su Iglesia.

No fue, pues, por casualidad, sino debido a un auténtico misterio, por lo que acudió a unas bodas en la tierra, celebradas a estilo humano, el que descendió del cielo a la tierra para desposarse con la Iglesia por amor espiritual: su tálamo fue el seno de su madre virginal, en el que Dios se unió a la naturaleza humana, y del cual salió como el esposo a desposarse con la Iglesia. El primer lugar donde se celebraron los festejos nupciales fue Judea, en donde elHijo de Dios se dignó hacerse hombre, donde quiso consagrar a la Iglesia con la participación de su cuerpo, donde la confirmó en la fe con el don de su Espíritu; pero cuando todos los pueblos fueron llamados a la fe, el gozo festivo de estas mismas bodas alcanzó hasta los límites del orbe de la tierra.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Tobías 10, 8-11, 17

La vuelta a casa de Tobías

Cuando pasaron los catorce días de fiesta que Ragüel había jurado hacer a su hija por la boda, Tobías fue a decirle:

—Déjame marchar, porque estoy seguro de que mi padre y mi madre piensan que no volverán a verme. Te ruego, padre, que me dejes marchar a mi casa. Ya te dije en qué situación los dejé.

Ragüel respondió:

—Quédate, hijo, quédate conmigo. Yo mandaré un correo a tu padre, Tobit, con noticias tuyas.

Pero Tobías repuso:

—No, no. Por favor, déjame volver a mi casa.

Entonces Ragüel, sin más, entregó a Tobías su mujer, Sara, y la mitad de sus bienes, criados y criadas, vacas y ovejas, burros y camellos, ropa, dinero y vajilla. Los despidió sanos y salvos, diciéndole a Tobías:

—Salud, hijo. Que tengas buen viaje. El Señor del cielo os guíe, a ti y a tu mujer, Sara. A ver si antes de morirme puedo ver a vuestros hijos.

Luego dijo a su hija, Sara:

—Ve a casa de tu suegro. Desde ahora ellos son tus padres, como los que te hemos dado la vida. ¡Ojalá puedas honrarlos mientras vivan! Vete en paz, hija. A ver si mientras vivo no oigo más que buenas noticias tuyas.

Los abrazó y les dejó marchar.

Edna se despidió de Tobías:

—Hijo y pariente querido, que el Señor te lleve a casa. A ver si antes de morirme puedo ver a vuestros hijos. Delante de Dios te confío a mi hija, Sara. No la disgustes nunca. Anda en paz, hijo. Desde ahora yo soy tu madre y Sara tu hermana. ¡Ojalá viviéramos todos juntos toda la vida!

Los besó y los despidió sanos y salvos.

Así marchó Tobías de casa de Ragüel, sano y salvo, alegre y alabando al Señor de cielo y tierra, rey del universo, por el éxito del viaje.

Cuando estaban cerca de Casarín, frente a Nínive, dijo Rafael:

—Tú sabes en qué situación quedó tu padre. Vamos a adelantarnos a tu mujer y preparar la casa en lo que llegan los demás.

Caminaron los dos juntos, y Rafael le dijo:

—Ten a mano la hiel.

(El perro fue detrás de ellos).

Ana estaba sentada, oteando el camino por donde tenía que llegar su hijo. Tuvo el presentimiento de que llegaba, y dijo al padre:

—Mira, viene tu hijo con su compañero:

Rafael dijo a Tobías antes de llegar a casa:

—Estoy seguro de que tu padre recuperará la vista. Úntale los ojos con la hiel del pez; el remedio hará que las nubes de los ojos se contraigan y se le desprendan. Tu padre recobrará la vista y verá la luz.

Ana fue corriendo a arrojarse al cuello de su hijo, diciéndole:

—Te veo, hijo, ya puedo morirme.

Y se echó a llorar.

Tobit se puso en pie, y, tropezando, salió por la puerta del patio. Tobías fue hacia él con la hiel del pez en la mano; le sopló en los ojos, le agarró la mano y le dijo:

—Animo, padre.

Le echó el remedio, se lo aplicó y luego con las dos manos le quitó como una piel de los lagrimales. Tobit se le arrojó al cuello, llorando, mientras decía:

—Te veo, hijo, luz de mis ojos.

Luego añadió:

«Bendito sea Dios, bendito su gran nombre, benditos todos sus santos ángeles. Que su nombre glorioso nos proteja, porque si antes me castigó ahora veo a mi hijo,Tobías».

Tobías entró en casa contento y bendiciendo a Dios a voz en cuello. Luego le contó a su madre lo bien que les había salido el viaje: traía el dinero y se había casado con Sara, la hija de Ragüel:

—Está ya cerca, a las puertas de Nínive.

Tobit salió al encuentro de su nuera, hacia las puertas de Nínive. Iba contento y bendiciendo a Dios, y los ninivitas al verlo caminar con paso firme y sin ningún lazarillo, se sorprendían. Tobit les confesaba abiertamente que Dios había tenido misericordia y le había devuelto la vista.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 en la fiesta de Todos los Santos (2-3.6; Opera omnia, Edit. Cister. t. 5, 1968, 362-363.365)

Apresurémonos al encuentro de los que nos esperan

Otro tipo de santidad que, a lo que creo, ha de ser honrado de modo especial es el de los que vienen de la gran tribulación y han blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero: éstos, después de numerosos combates, triunfan ya coronados en el cielo, por haber competido según el reglamento. ¿Existe todavía un tercer género de santos? Sí, pero oculto. Porque hay santos que todavía militan, que todavía luchan; aún corren, sin haber logrado todavía el premio.

Quizá alguien me tache de temerario al llamar santos a estos tales; y sin embargo yo conozco a uno de éstos que no se avergonzó de decir a Dios: Protege mi vida, porque soy santo. Así también el Apóstol: confidente de los secretos divinos, dice más claramente: Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio para ser santos. He aquí la diversidad de nombres con que es denominada la santidad: unos son llamados santos porque han conseguido ya la perfección de la santidad; a otros, en cambio, se les llama santos por la sola predestinación a la santidad.

Una santidad de este tipo sólo Dios la conoce; está oculta, y ocultamente en cierto modo es celebrada. A decir verdad, el hombre no sabe si Dios lo ama o lo odia, y todo lo que el hombre tiene por delante resulta incierto. Celebremos, pues, a estos santos en el corazón de Dios, porque el Señor conoce a los suyos y sabe muy bien a quiénes eligió desde el principio. Celebrémosles también ante aquellos espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación; pues a nosotros se nos prohíbe alabar a un hombre mientras vive. Y ¿cómo podría ser segura la alabanza, cuando ni la misma vida es segura? El atleta no recibe el premio si no compite conforme al reglamento, dice aquella celestial trompeta. Y escucha ahora las condiciones de la competición de boca del mismo Legislador: El que persevere hasta el final se salvará. No sabes quién va a perseverar, desconoces quién competirá conforme al reglamento, ignoras quién conseguirá la corona.

Alaba la virtud de aquellos cuya victoria es ya segura; ensalza con devotos cánticos a aquellos de cuyas coronas puedes con seguridad congratularte. Su recuerdo, cual otras tantas chispas, mejor dicho, como ardentísimas antorchas, enciende en las almas fervorosas un vivísimo deseo de verlos y abrazarlos.

Nos espera aquella asamblea de los primogénitos y nos despreocupamos de ella; nos desean los santos y no les hacemos ni caso; los justos nos esperan y nosotros conscientemente los ignoramos. Despertémonos, hermanos, de una vez; resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, aspiremos a los bienes de arriba. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos al encuentro de los que nos esperan, anticipémonos con el deseo del alma a los que nos esperan.