DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro del profeta Jonás 1, 1—2, 1.11

Vocación, fuga y naufragio de Jonás

El Señor dirigió la palabra a Jonás, hijo de Amitay: —Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y proclama en ella que su maldad ha llegado hasta mí.

Se levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un barco que zarpaba para Tarsis; pagó el precio y embarcó para navegar con ellos a Tarsis, lejos del Señor.

Pero el Señor envió un viento impetuoso sobre el mar, y se alzó una gran tormenta en el mar, y la nave estaba a punto de naufragar.

Temieron los marineros, e invocaba cada cual a su dios. Arrojaron los pertrechos al mar, para aligerar la nave, mientras Jonás, que había bajado a lo hondo de la nave, dormía profundamente.

El capitán se le acercó y le dijo:

—¿Por qué duermes? Levántate e invoca a tu Dios; quizá se compadezca ese Dios de nosotros, para que no perezcamos.

Y decían unos a otros:

—Echemos suertes para ver por culpa de quién nos viene esta calamidad.

Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás.

Le interrogaron:

—Dinos, ¿por qué nos sobreviene esta calamidad? ¿Cuál es tu oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres?

El les contestó:

—Soy un hebreo; adoro al Señor Dios del cielo, que hizo el mar y la tierra firme.

Temieron grandemente aquellos hombres y dijeron: —¿Qué has hecho? (Pues comprendieron que huía del Señor, por lo que él había declarado).

Entonces le preguntaron:

—¿Qué haremos contigo para que se nos aplaque el mar? Porque el mar seguía embraveciéndose.

El contestó:

—Levantadme y arrojadme al mar, y el mar se os aplacará, pues sé que por mi culpa os sobrevino esta terrible tormenta.

Pero ellos remaban para alcanzar tierra firme, y no podían, porque el mar seguía embraveciéndose.

Entonces invocaron al Señor, diciendo:

—¡Ah Señor, que no perezcamos por culpa de este hombre; no nos hagas responsables de una sangre inocente! Tú eres el Señor que obras como quieres.

Levantaron, pues, a Jonás y lo arrojaron al mar; y el mar calmó su cólera.

Y temieron mucho al Señor aquellos hombres. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos.

El Señor envió un gran pez a que se comiera a Jonás, y estuvo Jonás en el vientre del pez tres días y tres noches
i seguidas.

El Señor dio orden al pez y vomitó a Jonás en tierra firme.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 43 (83-85: PL 14, 1129-1130)

Sobre el signo de Jonás

Mira si también discrepa del evangelio lo que leemos de Jonás que, bajando a lo hondo de la nave, dormía profundamente. En este hecho se nos anticipa una figura de la sagrada pasión. Lo mismo que Jonás dormía en la nave, y roncaba confiado, sin miedo a ser sorprendido, así nuestro Señor Jesucristo, que dio cumplimiento a aquella figura con el sacramento de su muerte, en tiempos del evangelio durmió en la barca; y lo mismo que Jonás estuvo tres días y tres noches seguidas en el vientre del pez, así el Hijo del hombre estuvo tres días y tres noches en el seno de la tierra, en la pasión de su cuerpo. El cual, una vez que se resucitó de la muerte, y sacudió el sueño de su cuerpo resucitando para la salvación universal, visitó a sus discípulos.

Este es, pues, el verdadero Jonás, que dio su vida para redimirnos. Por esa razón fue cogido en vilo y arrojado al mar, para ser capturado y devorado por el pez y, acogido en el vientre del pez, poder evacuar su interior. Si quieres saber de qué pez se trata, escucha a Job que dice: ¿Soy el monstruo marino o el Dragón para que pongas un guardián? ¿Quién es éste? Lo sabrás ciertamente cuando leas que nuestro Señor Jesucristo se llevó cautiva a la cautividad; ya que derrotado el adversario y el enemigo, nosotros, que gemíamos en la cautividad, por Cristo comenzamos a disfrutar de libertad.

Además, la misma oración del santo Jonás nos dice que se trata de los misterios de la pasión del Señor. Dice efectivamente: En el peligro grité al Señor y me escuchó desde el vientre del abismo. ¿Te has fijado que no dice: desde el vientre del pez, sino: desde el vientre del abismo? Pues el Señor no bajó al vientre del pez, sino al vientre del abismo para que los que estaban en el abismo fueran liberados de cadena perpetua.

Y ¿quién es el que sacrificó al Señor un sacrificio de alabanza y de aclamación, sino el príncipe de todos los sacerdotes, que por todos nosotros hizo votos al Señor y los cumplió? Sólo él pudo obtener semejante resultado. Pues lo mismo que Jonás fue arrojado al mar y el mar calmó su cólera, así también nuestro Señor Jesucristo vino a este mundo para salvar al mundo, pacificando por su sangre todos los seres, los del cielo y los de la tierra. Así que con su venida redimió a todos los hombres y con sus obras —resucitando muertos, sanando enfermos, infundiendo en el corazón del hombre el temor de Dios— los incitó al culto de Dios. Él fue quien, por nosotros, sacrificó al Señor un sacrificio de salvación, y ofreció víctimas dignas de nuestra conversión; él fue el que se durmió y se despertó.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jonás 3, 1—4, 11

Conversión de los ninivitas
y airada reacción de Jonás contra Dios

De nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás:

—Levántate y vete a Nínive, la gran capital, y pregona allí el pregón que te diré.

Se levantó Jonás y fue a Nínive, como le había mandado el Señor. (Nínive era una ciudad enorme, tres días hacían falta para atravesarla). Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día pregonando:

—¡Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada!

Los ninivitas creyeron a Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños.

Llegó la noticia al rey de Nínive: se levantó del trono, dejó el manto, se vistió de sayal y se sentó en tierra, y mandó proclamar a Nínive en nombre suyo y del gobierno:

—Que hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni beban; vístanse de sayal hombres y animales; invoquen con ahínco a Dios, conviértase cada cual de su mala vida y de las injusticias cometidas. ¡Quién sabe si Dios se arrepentirá y nos dará respiro, si aplacará el incendio de su ira, y no pereceremos!

Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, se compadeció y se arrepintió de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.

Jonás sintió un disgusto enorme, y estaba irritado. Oró al Señor en estos términos:

—Señor, ¿no es esto lo que me temía yo en mi tierra? Por eso me adelanté a huir a Tarsis, porque sé que «erescompasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que te arrepientes de las amenazas». Ahora, Señor, quítame la vida; más vale morir que vivir.

Respondióle el Señor:

—¿Y tienes tú derecho a irritarte?

Jonás había salido de la ciudad, y estaba sentado al oriente. Allí se había hecho una choza y se sentaba a la sombra, esperando el destino de la ciudad.

Entonces hizo crecer el Señor un ricino, alzándose por encima de Jonás para darle sombra y resguardarlo del ardor del sol. Jonás se alegró mucho de aquel ricino.

Pero el Señor envió un gusano, cuando el sol salía al día siguiente, el cual dañó el ricino, que se secó. Y cuando el sol apretaba, envió el Señor un viento solano bochornoso; el sol hería la cabeza de Jonás, haciéndole desfallecer. Deseó Jonás morir, y dijo:

—Más vale morir que vivir.

Respondió el Señor a Jonás:

—¿Crees que tienes derecho a irritarte por el ricino? Contestó él:

—Con razón siento un disgusto mortal.

Respondióle el Señor:

—Tú te lamentas por el ricino, que no cultivaste con tu trabajo, y que brota una noche y perece la otra. Y yo, ¿no voy a sentir la suerte de Nínive, la gran ciudad, que habitan más de ciento veinte mil hombres, que no distinguen la derecha de la izquierda, y en la que hay gran cantidad de ganado?


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Jonás (Cap 3, 23—4, 29: PG 71, 631.638)

El Señor es pronto a la misericordia
y salva a los que hacen penitencia

Y vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida. El Señor es pronto a la misericordia y salva a los que hacen penitencia, perdona inmediatamente los antiguos pecados, y cuando los hombres dejan de pecar, él también deja de airarse y planea cosas mejores. Y al comprobar que el alma hace buenos propósitos, se revela manso, difiere la condena y otorga el perdón. Pues dice la verdad cuando afirma: ¿Por qué queréis morir, casa de Israel? —oráculo del Señor—. No me complazco en la muerte del que muere, sino en que cambie de conducta y viva. Cuando, en cambio, habla de la «maldad» con que había amenazado, no has de entenderlo en sentido de «perfidia», sino más bien como equivalente a «ira», de donde emana la aflicción prometida. Pues nuestro Dios no comete la maldad, él que tanto ama la virtud.

¡Oh incomparable e incomprensible clemencia! ¿Dónde encontrar palabras capaces de ensalzarla debidamente? ¿Con qué boca podremos entonar dignos cantos de acción de gracias al misericordioso y buen Dios? Aleja de nosotros nuestros delitos, etc. Fíjate, por favor, cómo Jonás, a destiempo y sin razón, se muestra disgustado, cuando lo correcto, y cual convenía a una persona santa, hubiera sido aplaudir la conducta del Señor y secundar con entusiasmo sus designios. Si tú te lamentas —dice—, más aún, sientes un disgusto mortal porque se te secó el ricino, que brota una noche y perece la otra, ¿cómo no voy a sentir yo la suerte de una gran metrópoli, donde habitan más de ciento veinte mil hombres, que por su edad no alcanzan a distinguir la derecha de la izquierda? Los niños, en efecto, no saben todavía distinguir estas cosas: por eso es justo ser más benévolos con ellos, porque no han pecado. Pues, ¿qué? ¿Qué pecados podían haber cometido quienes todavía no distinguían sus manos?

Cuando a continuación hace mención de los animales de carga y cree justo tener compasión de ellos, esta actitud es consecuencia de su gran bondad. Pues si el justo se compadece de las almas de los mismos jumentos, y esto cede en su honor, ¿qué de extraño tiene que el Dios del universo perdone y se compadezca también de los justos?

Lo mismo Cristo: dándose a sí mismo como precio de redención, salvó a todos: pequeños y grandes, sabios eignorantes, ricos y pobres, judíos y griegos. Por eso, podemos decir con pleno derecho: Tú socorres a hombres y animales, Señor: ¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 9, 1—10, 2

Promesa de salvación para Sión

Una palabra del Señor en territorio de Jadrac, con residencia en Damasco; porque al Señor le pertenecen la capital de Siria como todas las tribus de Israel; y también la vecina Jamat; y Tiro y Sidón, las habilísimas. Tiro se construyó una fortaleza, amontonó plata como polvo, y oro como barro de la calle; pero el Señor la desposeerá, arrojará al mar sus riquezas, y ella será pasto del fuego.

Ascalón, al verlo, temblará; Gaza se retorcerá; y también Ecrón, por el fracaso de la que era su esperanza. Perecerá el rey de Gaza; Ascalón quedará deshabitada. En Asdod habitarán bastardos; y aniquilaré el orgullo de los filisteos. Les arrancaré la sangre de la boca y las comidas nefandas de los dientes: entonces un resto de ellos será de nuestro Dios, será como una tribu de Judá, y Ecrón como los jebuseos.

Pondré una guarnición en mi casa contra los que merodean, y no volverá a pasar el tirano, porque ahora vigilo con mis ojos.

Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.

Por la sangre de tu alianza, libertaré a los presos del calabozo. Volved a la plaza fuerte, cautivos esperanzados; hoy te envío un segundo mensajero. Tenderé a Judá como un arco y lo cargaré con Efraín; Sión, te convierto en espada de campeón, e incitaré a tus hijos contra los de Grecia.

El Señor se les aparecerá disparando saetas como rayos, el Señor tocará la trompeta y avanzará entre huracanes del sur. El Señor de los ejércitos será su escudo; se tragarán como carne a los honderos, beberán como vino su sangre, se llenarán como copas o como salientes del altar.

Aquel día, el Señor los salvará, y su pueblo será como un rebaño en su tierra, como piedras agrupadas en una diadema. ¿Cuál es su riqueza, cuál es su belleza? Un trigo que desarrolla a los jóvenes, un vino que desarrolla a las jóvenes.

Implorad del Señor las lluvias tempranas y tardías, que el Señor envía los relámpagos y los aguaceros, da pan al hombre y hierba al campo. En cambio, los fetiches prometen en vano, los agoreros ven falsedades, cuentan sueños fantásticos, consuelan sin provecho. Por eso, vagan perdidos como ovejas sin pastor.


SEGUNDA LECTURA

San Andrés de Creta, Sermón 9, sobre el domingo de Ramos (PG 97, 1002)

Mira a tu rey, que viene a ti justo y victorioso

Digamos, digamos también nosotros a Cristo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor, el rey de Israel! Tendamos ante él, a guisa de palmas, nuestra alabanza por la victoria suprema de la cruz. Aclamémoslo, pero no con ramos de olivos, sino tributándonos mutuamente el honor de nuestra ayuda material. Alfombrémosle el camino, pero no con mantos, sino con los deseos de nuestro corazón, a fin de que, caminando sobre nosotros, penetre todo él en nuestro interior y haga que toda nuestra persona sea para él, y él, a su vez, para nosotros. Digamos a Sión aquella aclamación del profeta: Confía, hija de Sión, no temas: Mira a tu rey que viene a ti; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica.

El que viene es el mismo que está en todo lugar, llenándolo todo con su presencia, y viene para realizar en ti la salvación de todos. El que viene es aquel que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan, para sacarlos del error de sus pecados. No temas. Teniendo a Dios en medio, no vacilarás.

Recibe con las manos en alto al que con sus manos ha diseñado tus murallas. Recibe al que, para asumirnos a nosotros en su persona, se ha hecho en todo semejante a nosotros, menos en el pecado. Alégrate, Sión, la ciudad madre, no temas: Festeja tu fiesta. Glorifica por su misericordia al que en ti viene a nosotros. Y tú también, hija de Jerusalén, desborda de alegría, canta y brinca de gozo. ¡Levántate, brilla (así aclamamos con el son de aquella sagrada trompeta que es Isaías), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!

¿De qué luz se trata? De aquella que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre. Aquella luz, quiero decir, eterna, aquella luz intemporal y manifestada en el tiempo, aquella luz invisible por naturaleza y hecha visible en la carne, aquella luz que envolvió a los pastores y que guió a los Magos en su camino. Aquella luz que estaba en el mundo desde el principio, por la cual empezó a existir el mundo, y que el mundo no la reconoció. Aquella luz que vino a los suyos, y los suyos no la recibieron.

¿Y a qué gloria del Señor se refiere? Ciertamente a la cruz, en la que fue glorificado Cristo, resplandor de la gloria del Padre, tal como afirma él mismo, en la inminencia de su pasión: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo glorificará. Con estas palabras identifica su gloria con su elevación en la cruz. La cruz de Cristo es, en efecto, su gloria y su exaltación, ya que dice: Cuando yo sea elevado, atraeré a todos hacia mí.



MIERCOLES

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 10, 3—11, 3

Liberación y regreso de Israel

Así dice el Señor:

«Contra los pastores se enciende mi cólera, tomaré cuentas a los machos cabríos. El Señor de los ejércitos cuidará de su rebaño, la casa de Judá, y hará de él su corcel real en la batalla. Ellos proveerán remates y estacas para las tiendas, ellos, los arcos guerreros y los capitanes; todos juntos serán como soldados que pisan el lodo de la calle en la batalla; pelearán porque el Señor está con ellos, y los jinetes saldrán derrotados. Haré aguerrida a la casa de Judá, daré la victoria a la casa de José, los repatriaré pues me dan lástima, y serán como si no los hubiera rechazado. Yo soy el Señor, su Dios, que les responde.

Efraín será como un soldado, se sentirá alegre, como si hubiera bebido; sus hijos, al verlo, se alegrarán, se sentirán gozosos con el Señor. Silbaré para reunirlos, pues los redimí, y serán tan numerosos como antes. Si los dispersé por varias naciones, allá lejos criarán hijos, se acordarán de mí y volverán.

Los repatriaré desde Egipto, los reuniré en Asiria, los conduciré a Galaad y al Líbano, y no les quedará sitio. Entonces atravesarán un mar hostil: golpearé el mar agitado, y se secará el fondo del Nilo. Será abatido el orgullo de Asiria y arrancado el cetro de Egipto; con la fuerza del Señor, avanzarán en su nombre». Oráculo del Señor.

Abre tus puertas, Líbano, que el fuego se cebe en tus cedros. Gime, ciprés, que ha caído el cedro, han talado los árboles próceres; gemid, encinas de Basán, que ha caído la selva impenetrable. Oíd: gimen los pastores, porque han asolado sus pastos; oíd: rugen los leones, porque han aso-lado la espesura del Jordán.


SEGUNDA LECTURA

Agustín de Hipona, Sermón 21 (1-4: CCL 41, 276-278)

El corazón del justo se gozará en el Señor

El justo se alegra con el Señor, espera en él, y se felicitan los rectos de corazón. Esto es lo que hemos cantado con la boca y el corazón. Tales son las palabras que dirige Dios a la mente y la lengua del cristiano: El justo se alegra no con el mundo, sino con el Señor. Amanece la luz para el justo —dice otro salmo—, y la alegría para los rectos de corazón. Te preguntarás el porqué de esta alegría. En un salmo oyes: El justo se alegra con el Señor, y en otro: Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón.

¿Qué se nos quiere inculcar? ¿Qué se nos da? ¿Qué se manda? ¿Qué se nos otorga? Que nos alegremos con el Señor. ¿Quién puede alegrarse con algo que no ve? ¿O es que acaso vemos al Señor? Esto es aún sólo una promesa. Porque, mientras sea el cuerpo nuestro domicilio, estamos desterrados lejos del Señor. Caminamos sin verlo, guiados por la fe. Guiados por la fe, no por la clara visión ¿Cuán-do llegaremos a la clara visión? Cuando se cumpla lo que dice Juan: Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.

Entonces será la alegría plena y perfecta, entonces el gozo completo, cuando ya no tendremos por alimento leche de la esperanza, sino el manjar sólido de la posesión. Con todo, también ahora, antes de que esta posesión llegue a nosotros, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión, podemos alegrarnos ya con el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión.

Ahora amamos en esperanza. Por esto, dice el salmo que el justo se alegra con el Señor. Y añade, en seguida, porque no posee aún la clara visión: y espera en él.

Sin embargo, poseemos ya desde ahora las primicias del Espíritu, que son como un acercamiento a aquel a quien amamos, como una previa gustación, aunque tenue, de lo que más tarde hemos de comer y beber ávidamente.

¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si él está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Amalo, y se te acercará; ámalo, y habitará en ti. El Señor está cerca. Nada os preocupe. ¿Quieres saber en qué medida está en ti, si lo amas? Dios es amor.

Me dirás: «¿Qué es el amor?» El amor es el hecho mismo de amar. Ahora bien, ¿qué es lo que amamos? El bien inefable, el bien benéfico, el bien creador de todo bien. Sea él tu delicia, ya que de él has recibido todo lo que te deleita. Al decir esto, excluyo el pecado, ya que el pecado es lo único que no has recibido de él. Fuera del pecado, todo lo demás que tienes lo has recibido de él.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 11, 4—12, 8

Parábola de los pastores

Así dice el Señor, mi Dios:

«Apacienta las ovejas para la matanza, los compradores las matan impunemente, los vendedores dicen: "¡Bendito el Señor! Me hago rico"; los pastores no las perdonan. No perdonaré más a los habitantes del país —oráculo del Señor—. Entregaré a cada cual en manos de su prójimo, en manos de su rey; ellos devastarán la tierra, sin que haya quien los salve».

Yo, entonces, apacenté el rebaño de ovejas para la matanza, por cuenta de los tratantes de ganado. Tomé dos varas: a una la llamé Hermosura; a la otra la llamé Concordia, y apacenté el ganado. Eliminé los tres pastores en un mes: estaba yo irritado con ellos, y ellos conmigo, y dije:

«Ya no pastorearé; quien quiera morir, que muera; la que quiera perecer, que perezca; las que queden se comerán unas a otras».

Tomé la vara Hermosura y la rompí, para romper mi alianza con los pueblos. Al terminar aquel día la alianza, los tratantes de ovejas que me vigilaban comprendieron que había sido palabra del Señor. Yo les dije:

«Si os parece, pagadme salario; y, si no, dejadlo».

Ellos pesaron mi salario: treinta dineros. El Señor me dijo:

«Échalo en el tesoro del templo: es el precio en que me aprecian».

Tomé, pues, los treinta dineros, y los eché en el tesoro del templo. Rompí la segunda vara, Concordia, para romper la hermandad de Judá e Israel. El Señor me dijo:

«Toma tus aperos de un pastor torpe, porque yo suscitaré un pastor que no vigile a los que se extravían ni bus-que lo perdido, ni cure lo quebrado, ni alimente lo sano, sino que se coma la carne del ganado cebado, arrancándole las pezuñas. Ay del pastor torpe, que abandona el rebaño; la espada contra su brazo, contra su ojo derecho; su brazo se secará, se apagará su ojo derecho».

Oráculo. Palabra del Señor para Israel. Oráculo del Señor que desplegó el cielo, cimentó la tierra y formó el espíritu del hombre dentro de él:

«Mirad: voy a hacer de Jerusalén una copa embriaga-dora para todos los pueblos vecinos; también Judá estará en el asedio de Jerusalén.

Aquel día, haré de Jerusalén una piedra caballera para todos los pueblos: cuando se alíen contra ella todas las naciones del mundo, el que intente levantarla se herirá con ella.

Aquel día —oráculo del Señor—, haré que se espanten los caballos y se asusten los jinetes; pondré mis ojos en Judá y cegaré los caballos de los paganos. Las tribus de Judá se dirán: «Los vecinos de Jerusalén cobran fuerzas gracias al Señor de los ejércitos, su Dios».

Aquel día, haré de las tribus de Judá un incendio en la espesura, una tea en las gavillas: se cebarán a derecha e izquierda en todos los pueblos vecinos; mientras Jerusalén seguirá habitada en su sitio. El salvará las tiendas de Judá como antaño: así ni la dinastía davídica ni los vecinos de Jerusalén mirarán con orgullo a Judá».

Aquel día, escudará el Señor a los vecinos de Jerusalén: el más flojo será un David, el sucesor de David será un dios, un ángel del Señor al frente de ellos.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, comentario sobre el Cantar de los cantares (Cap 2: PG 44, 802)

Oración del buen pastor

¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? (toda la humanidad, que cargas-te sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues —dice el texto sagrado—, dónde pasto-reas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciar-me del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 12, 9-12a; 13, 1-9

La salvación en Jerusalén

Así dice el Señor:

«Aquel día, me dispondré a aniquilar a los pueblos que invadan a Jerusalén. Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasa-ron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito.

Aquel día, será grande el luto en Jerusalén, como el luto de Hadad-Rimón en el valle de Meguido. Hará duelo el país, familia por familia.

Aquel día, se alumbrará un manantial, a la dinastía de David y a los habitantes de Jerusalén, contra pecados e impurezas.

Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos—, aniquilaré de la tierra los nombres de los ídolos, y no serán invocados. Y lo mismo haré con sus profetas, y el espíritu impuro, lo aniquilaré. Si se pone uno a profetizar, le dirán el padre y la madre que lo engendraron: "No quedarás vivo, porque has anunciado mentiras en nombre del Señor"; y el padre y la madre que lo engendraron lo tras-pasarán porque pretendió ser profeta.

Aquel día, se avergonzarán los profetas de sus visiones y profecías, y no vestirán mantos peludos para engañar. Dirán: "No soy profeta, sino labrador; desde mi juventud, la tierra es mi ocupación". Le dirán: "¿Qué son esas heridas entre tus brazos?" Y él responderá: "Me hirieron en casa de mis amantes".

Álzate, espada, contra mi pastor, contra mi ayudante —oráculo del Señor—. Hiere al pastor, que se dispersen las ovejas, volveré mi mano contra las crías. En toda la tierra — oráculo del Señor— serán exterminados dos tercios y que-dará una tercera parte. Pasaré a fuego esa tercera parte, la purificaré como se purifica la plata, la depuraré como se acrisola el oro. El invocará mi nombre, y yo le responderé; yo diré: "Pueblo mío", y él dirá: "Señor, Dios mío"».


SEGUNDA LECTURA

San Juan Eudes, Tratado sobre el reino de Jesús (Parte 3, 4: Opera omnia 1, 310-312)

El misterio de Cristo en nosotros y en la Iglesia

Debemos continuar y completar en nosotros los estados y misterios de la vida de Cristo, y suplicarle con frecuencia que los consume y complete en nosotros y en toda su Iglesia.

Porque los misterios de Jesús no han llegado todavía a su total perfección y plenitud. Han llegado, ciertamente, a su perfección y plenitud en la persona de Jesús, pero no en nosotros, que somos sus miembros, ni en su Iglesia, que es su cuerpo místico. El Hijo de Dios quiere comunicar y extender en cierto modo y continuar sus misterios en nosotros y en toda su Iglesia, ya sea mediante las gracias que ha determinado otorgarnos, ya mediante los efectos que quiere producir en nosotros a través de estos misterios. En este sentido, quiere completarlos en nosotros.

Por esto, san Pablo dice que Cristo halla su plenitud en la Iglesia y que todos nosotros contribuimos a su edificación y a la medida de Cristo en su plenitud, es decir, a aquella edad mística que él tiene en su cuerpo místico, y que no llegará a su plenitud hasta el día del juicio. El mismo apóstol dice, en otro lugar, que él completa en su carne los dolores de Cristo.

De este modo, el Hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida. Quiere llevar a término en nosotros los misterios de su encarnación, de su nacimiento, de su vida oculta, formándose en nosotros y volviendo a nacer en nuestras almas por los santos sacramentos del bautismo y de la sagrada eucaristía, y haciendo que llevemos una vida espiritual e interior, escondida con él en Dios.

Quiere completar en nosotros el misterio de su pasión, muerte y resurrección, haciendo que suframos, muramos y resucitemos con él y en él. Finalmente, completará en nosotros su estado de vida gloriosa e inmortal, cuando haga que vivamos, con él y en él, una vida gloriosa y eterna en el cielo. Del mismo modo, quiere consumar y completar los demás estados y misterios de su vida en nosotros y en su Iglesia, haciendo que nosotros los compartamos y participemos de ellos, y que en nosotros sean continuados y prolongados.

Según esto, los misterios de Cristo no estarán completos hasta el final de aquel tiempo que él ha destinado para la plena realización de sus misterios en nosotros y en la Iglesia, es decir, hasta el fin del mundo.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 14,1-21

Tribulaciones y gloria de Jerusalén
en los últimos tiempos

Así dice el Señor:

«Mirad que llega el día del Señor, en que se repartirá, botín en medio de ti. Movilizará a todas las naciones contra Jerusalén: conquistarán la ciudad, saquearán las casas, violarán a las mujeres; la mitad de la población marchará al destierro, el resto del pueblo no será expulsado de la ciudad. Porque el Señor saldrá a luchar contra esas naciones, como cuando salía a luchar en la batalla.

Aquel día, asentará los pies sobre el monte de los Olivos, a oriente de Jerusalén, y los dividirá por el medio con una vega dilatada de levante a poniente; la mitad del monte se apartará hacia el norte, la otra mitad hacia el sur. El valle de Hinón quedará bloqueado, porque el valle entre los dos montes seguirá su dirección. Y vosotros huiréis, como cuan-do el terremoto en tiempos de Ozías, rey de Judá. Y vendrá el Señor, mi Dios, con todos sus consagrados.

Aquel día no habrá luz, sino frío y hielo. Será un día único, conocido del Señor. Sin día ni noche, pues por la noche habrá luz.

Aquel día brotarán aguas de vida de Jerusalén, la mitad hacia el mar oriental, la mitad hacia el mar occidental, en verano como en invierno.

El Señor reinará sobre todo el orbe; aquel día será el Señor único, y único será su nombre. Todo el país se allanará, desde Gaba hasta Rimón, al sur de Jerusalén. Esta ciudad estará alta y habitada, desde la Puerta de Benjamín hasta la Puerta Vieja, y hasta la Puerta de los Picos, desde la torre de Jananel hasta las Bodegas del Rey. Habitarán en ella, y no será destruida, sino que habitarán en Jerusalén con seguridad.

A todos los pueblos que lucharon contra Jerusalén el Señor les impondrá el siguiente castigo: se les pudrirá la carne mientras estén en pie, se les pudrirán los ojos en las cuencas, se les pudrirá la lengua en la boca.

Aquel día, los asaltará un pánico terrible enviado por el Señor: cuando uno agarre la mano de un camarada, el otro volverá su mano contra él. Hasta Judá luchará con Jerusalén. Arrebatarán las riquezas de los pueblos vecinos: plata, oro y trajes innumerables. Los caballos, mulos, asnos, camellos y demás animales que haya en los campamentos sufrirán el mismo castigo.

Los supervivientes de las naciones que invadieron Jerusalén vendrán cada año a rendir homenaje al Rey, al Señor de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de las Chozas. La tribu que no suba a Jerusalén a rendir homenaje al Rey no recibirá lluvia en su territorio. Si alguna tribu egipcia no acude, el Señor la castigará como castiga a los que no van a celebrar la fiesta de las Chozas. Esa será la pena de Egipto y de las naciones que no vengan a celebrar la fiesta de las Chozas.

Aquel día, aun los cascabeles de los caballos llevarán escrito: "Consagrado al Señor"; los calderos del templo serán tan santos como las bandejas del altar. Todo caldero en Jerusalén y en Judá estará consagrado al Señor de los ejércitos. Los que vengan a sacrificar los usarán para guisar en ellos.

Y, aquel día, ya no habrá mercaderes en el templo del Señor de los ejércitos».


SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Conferencia sobre el Credo (Opúsculos teológicos 2, Turín 1954, pp. 216-217)

Me saciaré de tu semblante

Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén». Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.

La vida perdurable consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante.

Esta unión consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es por-que en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que des-canse en ti».

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por esto, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto, dice el Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colma-do su gozo. Me saciaré de tu semblante; y también: Él sacia de bienes tus anhelos».

Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí super-abundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía suma-mente agradable, ya que cada cual verá a los demás bien-aventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como del suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.