DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 28, 1-28

Sólo Dios es sabio

Job dijo:

«Tiene la plata veneros; el oro, un lugar para refinarlo; el hierro se extrae de la tierra; al fundirse la piedra, sale el bronce. El hombre impone fronteras a las tinieblas, explora los últimos rincones, las grutas más lóbregas; perfora galerías inaccesibles, olvidadas del caminante; oscila suspendido, lejos de los hombres.

La tierra que da pan se trastorna con fuego subterráneo; sus piedras son yacimientos de zafiros, sus terrones tienen pepitas de oro. Su sendero no lo conoce el buitre, no lo divisa el ojo del halcón, no lo huellan las fieras arrogantes ni lo pisan los leones. El hombre echa mano al pedernal, descuaja las montañas de raíz; en la roca hiende galerías, atenta la mirada a todo lo precioso, ataja los hontanares de los ríos y saca lo oculto a la luz.

Pero la sabiduría, ¿de dónde se saca?, ¿dónde está el yacimiento de la prudencia? El hombre no sabe su precio, no se encuentra en la tierra de los vivos. Dice el océano: "No está en mí"; responde el mar: "No está conmigo". No se da a cambio de oro ni se le pesa plata como precio, no se paga con oro de Ofir, con ónices preciosos o zafiros, no la igualan el oro ni el vidrio, ni se paga con vasos de oro fino, no cuentan el cristal ni los corales, y adquirirla cuesta más que las perlas; no la iguala el topacio de Etiopía, ni se compara con el oro más puro.

¿De dónde se saca la sabiduría, dónde está el yacimiento de la prudencia? Se oculta a los ojos de las fieras y se esconde de las aves del cielo. Muerte y abismo confiesan: "De oídas conocemos su fama". Sólo Dios conoce su camino, él conoce su yacimiento, pues él contempla los límites del orbe y ve cuanto hay bajo el cielo. Cuando señaló su peso al viento y definió la medida de las aguas, cuando impuso su ley a la lluvia y su ruta al relámpago y al trueno, entonces la vio y la calculó, la escrutó y la asentó. Y dijo al hombre: "Respetar al Señor es sabiduría, apartarse del mal es prudencia"».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Confesiones (Lib 1,1,1—2, 2; 5, 5: CSEL 33, 1-5)

Nuestro corazón no halla sosiego
hasta que descanse en ti

Grande eres, Señor, y muy digno de alabanza; eres grande y poderoso, tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, parte de tu creación, desea alabarte; el hombre, que arrastra consigo su condición mortal, la convicción de su pecado y la convicción de que tú resistes a los soberbios. Y, con todo, el hombre, parte de tu creación, desea alabarte. De ti proviene esta atracción a tu alabanza, porque nos has hecho para ti, y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti.

Haz, Señor, que llegue a saber y entender qué es primero, si invocarte o alabarte, qué es antes, conocerte o invocarte. Pero, ¿quién podrá invocarte sin conocerte? Pues el que te desconoce se expone a invocar una cosa por otra. ¿Será más bien que hay que invocarte para conocerte? Pero, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo van a creer sin alguien que proclame?

Alabarán al Señor los que lo buscan. Porque los que lo buscan lo encuentran y, al encontrarlo, lo alaban. Haz, Señor, que te busque invocándote, y que te invoque creyendo en ti, ya que nos has sido predicado. Te invoca, Señor, mi fe, la que tú me has dado, la que tú me has inspirado por tu Hijo hecho hombre, por el ministerio de tu predicador.

Y ¿cómo invocaré a mi Dios, a mi Dios y Señor? Porque, al invocarlo, lo llamo para que venga a mí. Y ¿a qué lugar de mi persona puede venir mi Dios? ¿A qué parte de mi ser puede venir el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es que hay algo en mí, Señor, Dios mío, capaz de abarcarte? ¿Es que pueden abarcarte el cielo y la tierra que tú hiciste, y en los cuales me hiciste a mí? O ¿por ventura el hecho de que todo lo que existe no existiría sin ti hace que todo lo que existe pueda abarcarte?

¿Cómo, pues, yo, que efectivamente existo, pido que vengas a mí, si, por el hecho de existir, ya estás en mí? Porque yo no estoy ya en el abismo y, sin embargo, tú estás también allí. Pues, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. Por tanto, Dios mío, yo no existiría, no existiría en absoluto, si tú no estuvieras en mí. O ¿será más acertado decir que yo no existiría si no estuviera en ti, origen, guía y meta del universo? También esto, Señor, es verdad. ¿A dónde invocarte que vengas, si estoy en ti? ¿Desde dónde puedes venir a mí? ¿A dónde puedo ir fuera del cielo y de la tierra, para que desde ellos venga a mí el Señor, que ha dicho: No lleno yo el cielo y la tierra?

¿Quién me dará que pueda descansar en ti? ¿Quién me dará que vengas a mi corazón y lo embriagues con tu presencia, para que olvide mis males y te abrace a ti, mi único bien? ¿Quién eres tú para mí? Sé condescendiente conmigo, y permite que te hable. ¿Qué soy yo para ti, que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con ingentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?

¡Ay de mí! Dime, Señor, Dios mío, por tu misericordia, qué eres tú para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Díselo de manera que lo oiga. Mira, Señor: los oídos de mi corazón están ante ti; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu victoria». Correré tras estas palabras tuyas y me aferraré a ti. No me escondas tu rostro: muera yo, para que no muera, y pueda así contemplarlo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 29, 1-10; 30, 1.9-23

Job lamenta su desgracia

Job volvió a entonar sus versos, diciendo:

«¡Quién me diera volver a los viejos días, cuando Dios velaba sobre mí, cuando su lámpara brillaba encima de mi cabeza y a su luz cruzaba las tinieblas! ¡Aquellos días de mi otoño, cuando Dios era un íntimo en mi tienda, el Todopoderoso estaba conmigo y me rodeaban mis hijos! Lavaba mis pies en leche, y la roca me daba ríos de aceite.

Cuando salía a la puerta de la ciudad y tomaba asiento en la plaza, los jóvenes, al verme, se escondían, los ancianos se levantaban y se quedaban en pie, los jefes se abstenían de hablar, tapándose la boca con la mano, enmudecía la voz de los notables y se les pegaba la lengua al paladar.

Ahora, en cambio, se burlan de mí muchachos más jóvenes que yo, a cuyos padres habría rehusado dejar con los perros de mi rebaño. Ahora, en cambio, me sacan coplas, soy el tema de sus burlas, me aborrecen, se distancian de mí y aun se atreven a escupirme a la cara. Dios ha soltado la cuerda de mi arco, y, desenfrenados contra mí, me humillan. A mi derecha se levanta una canalla que prepara el camino a mi exterminio; deshacen mi sendero, trabajan en mi ruina y nadie los detiene; irrumpen por una ancha brecha al asalto, en medio del estruendo.

Se vuelven contra mí los terrores, se disipa como el aire mi dignidad y pasa como nube mi ventura. Ahora desahogaré mi alma: Me amenaza de día la aflicción; la noche me taladra hasta los huesos, pues no duermen las llagas que me roen. El me agarra con violencia por la ropa, me sujeta por el cuello de la túnica, me arroja en el fango, y me confundo con el barro y la ceniza.

Te pido auxilio, y no me haces caso; espero en ti, y me clavas la mirada. Te has vuelto mi verdugo y me atacas con tu brazo musculoso. Me levantas en vilo, me paseas y mesacudes en el huracán. Ya sé que me devuelves a la muerte, donde se dan cita todos los vivientes».
 

SEGUNDA LECTURA

San Doroteo de Gaza, Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo (1-2: PG 88, 1695-1699)

La causa de toda perturbación
consiste en que nadie se acusa a sí mismo

Tratemos de averiguar, hermanos, cuál es el motivo principal de un hecho que acontece con frecuencia, a saber, que a veces uno escucha una palabra desagradable y se comporta como si no la hubiera oído, sin sentirse molesto, y en cambio, otras veces, así que la oye, se siente turbado y afligido. ¿Cuál, me pregunto, es la causa de esta diversa reacción? ¿Hay una o varias explicaciones? Yo distingo diversas causas y explicaciones y sobre todo una, que es origen de todas las otras, como ha dicho alguien: «Muchas veces esto proviene del estado de ánimo en que se halla cada uno».

En efecto, quien está fortalecido por la oración o la meditación tolerará fácilmente, sin perder la calma, a un hermano que lo insulta. Otras veces soportará con paciencia a su hermano, porque se trata de alguien a quien profesa gran afecto. A veces también por desprecio, porque tiene en nada al que quiere perturbarlo y no se digna tomarlo en consideración, como si se tratara del más despreciable de los hombres, ni se digna responderle palabra, ni mencionar a los demás sus maldiciones e injurias.

De ahí proviene, como he dicho, el que uno no se turbe ni se aflija, si desprecia y tiene en nada lo que dicen. En cambio, la turbación o aflicción por las palabras de un hermano proviene de una mala disposición momentánea o del odio hacia el hermano. También pueden aducirse otras causas. Pero, si examinamos atentamente la cuestión, veremos que la causa de toda perturbación consiste en que nadie se acusa a sí mismo.

De ahí deriva toda molestia y aflicción, de ahí deriva el que nunca hallemos descanso; y ello no debe extrañarnos, ya que los santos nos enseñan que esta acusación de sí mismo es el único camino que nos puede llevar a la paz. Que esto es verdad, lo hemos comprobado en múltiples ocasiones; y nosotros, con todo, esperamos con anhelo hallar el descanso, a pesar de nuestra desidia, o pensamos andar por el camino recto, a pesar de nuestras repetidas impaciencias y de nuestra resistencia en acusarnos a nosotros mismos.

Así son las cosas. Por más virtudes que posea un hombre, aunque sean innumerables, si se aparta de este camino, nunca hallará el reposo, sino que estará siempre afligido o afligirá a los demás, perdiendo así el mérito de todas sus fatigas.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 31, 1-8.13-23.35-37

Justicia de Job en su vida pasada

Job dijo:

«Yo hice un pacto con mis ojos de no fijarme en las doncellas. A ver, ¿qué suerte reserva Dios desde el cielo, qué herencia el Todopoderoso desde lo alto? ¿No reserva la desgracia para el criminal y el fracaso para los malhechores? ¿No ve él mis caminos, no me cuenta los pasos? ¿He caminado con los embusteros, han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese Dios en balanza sin trampa y comprobará mi honradez. Si aparté mis pasos del camino, siguiendo los caprichos de los ojos, o se me pegó alguna mancha a las manos, ¡que otro coma lo que yo siembre y que me arranquen mis retoños!

Si denegué su derecho al esclavo o a la esclava cuando pleiteaban conmigo, ¿qué haré cuando Dios se levante, qué responderé cuando me interrogue? El que me hizo amí en el vientre, ¿no lo hizo a él?, ¿no nos formó uno mismo a los dos?

Si negué al pobre lo que deseaba o dejé consumirse en llanto a la viuda; si comí el pan yo solo sin repartirlo con el huérfano —yo que desde joven lo cuidé como un padre, yo que lo guié desde niño–; si vi al pobre o al vagabundo sin ropa con qué cubrirse, y no me dieron las gracias sus carnes, calientes con el vellón de mis ovejas; si alcé la mano contra el huérfano cuando yo contaba con el apoyo del tribunal, ¡que se me desprenda del hombro la paletilla, que se me despegue el brazo! Me aterra la desgracia que Dios envía, y me anonada su sublimidad.

¡Ojalá hubiera quien me escuchara! ¡Aquí está mi firma!, que responda el Todopoderoso, que mi rival escriba su alegato; lo llevaría al hombro o me lo ceñiría como una diadema. Le daría cuenta de mis pasos y avanzaría hacia él como un príncipe».
 

SEGUNDA LECTURA

San Doroteo de Gaza, Instrucción 7, sobre la acusación de sí mismo (2-3: PG 88, 1699)

La falsa paz de espíritu

El que se acusa a sí mismo acepta con alegría toda clase de molestias, daños, ultrajes, ignominias y otra aflicción cualquiera que haya de soportar, pues se considera merecedor de todo ello, y en modo alguno pierde la paz. Nada hay más apacible que un hombre de ese temple.

Pero quizá alguien me objetará: «Si un hermano me aflige, y yo, examinándome a mí mismo, no encuentro que le haya dado ocasión alguna, ¿por qué tengo que acusarme?»

En realidad, el que se examina con diligencia y con temor de Dios nunca se hallará del todo inocente, y se dará cuenta de que ha dado alguna ocasión, ya sea de obra, de palabra o con el pensamiento. Y, si en nada de esto se halla culpable, seguro que en otro tiempo habrá sido motivo de aflicción para aquel hermano, por la misma o por diferente causa; o quizá habrá causado molestia a algún otro hermano. Por esto, sufre ahora en justa compensación, o también por otros pecados que haya podido cometer en muchas otras ocasiones.

Otro preguntará por qué deba acusarse si, estando sentado con toda paz y tranquilidad, viene un hermano y lo molesta con alguna palabra desagradable o ignominiosa y, sintiéndose incapaz de aguantarla, cree que tiene razón en alterarse y enfadarse con su hermano; porque, si éste no hubiese venido a molestarlo, él no hubiera pecado.

Este modo de pensar es, en verdad, ridículo y carente de toda razón. En efecto, no es que al decirle aquella palabra haya puesto en él la pasión de la ira, sino que más bien ha puesto al descubierto la pasión de que se hallaba aquejado; con ello le ha proporcionado ocasión de enmendarse, si quiere. Este tal es semejante a un trigo nítido y brillante que, al ser roto, pone al descubierto la suciedad que contenía.

Así también el que está sentado en paz y tranquilidad, según cree, esconde, sin embargo, en su interior una pasión que él no ve. Viene el hermano, le dice alguna palabra molesta y, al momento, aquél echa fuera todo el pus y la suciedad escondidos en su interior. Por lo cual, si quiere alcanzar misericordia, mire de enmendarse, purifíquese, procure perfeccionarse, y verá que, más que atribuirle una injuria, lo que tenía que haber hecho era dar gracias a aquel hermano, ya que le ha sido motivo de tan gran provecho. Y, en lo sucesivo, estas pruebas no le causarán tanta aflicción, sino que, cuanto más se vaya perfeccionando, más leves le parecerán. Pues el alma, cuanto más avanza en la perfección, tanto más fuerte y valerosa se vuelve en orden a soportar las penalidades que le puedan sobrevenir.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 32, 1-6; 33,1-22

Disertación de Elihú sobre el misterio de Dios

Los tres hombres no respondieron más a Job, convencidos de que era inocente. Pero Elihú, hijo de Baraquel, del clan de Ram, natural de Buz, se indignó contra Job porque pretendía justificarse frente a Dios. También se indignó contra los tres compañeros, porque, al no hallar respuesta, habían dejado a Dios por culpable. Elihú había esperado mientras ellos hablaban con Job, porque eran mayores que él; pero, viendo que ninguno de los tres respondía, Elihú, hijo de Baraquel, de Buz, indignado, intervino, diciendo:

«Yo soy joven, y vosotros sois ancianos; por eso, intimidado, no me atrevía a exponeros mi saber. Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso: Mira que ya abro la boca y mi lengua forma palabras con el paladar; hablo con un corazón sincero, mis labios expresan un saber acendrado. El soplo de Dios me hizo, el aliento del Todopoderoso me dio vida. Contéstame, si puedes; prepárate, ponte frente a mí. Yo soy obra de Dios, lo mismo que tú; también yo fui modelado en arcilla. No te trastornaré de terror ni me ensañaré contigo.

Tú lo has dicho en mi presencia, y yo te he escuchado: "Yo soy puro, no tengo delito; soy inocente, no tengo culpa; pero él halla pretextos contra mí, y me considera su enemigo, me mete los pies en el cepo y vigila todos mis pasos".

Protesto: en eso no tienes razón, porque Dios es más grande que el hombre. ¿Cómo te atreves a acusarlo de que no contesta a ninguna de tus razones? Dios sabe hablar de un modo o de otro, y uno no lo advierte: En sueños o visiones nocturnas, cuando el letargo cae sobre el hombre que está durmiendo en su cama, entonces le abre el oído y lo aterroriza con sus avisos, para apartarlo de sus malas acciones y protegerlo de la soberbia, para impedirle caer en la fosa y cruzar la frontera de la muerte.

Otras veces lo corrige con la enfermedad, con la agonía incesante de sus miembros, hasta que aborrece la comida y le repugna su manjar favorito; se le consume la carne, hasta que no se le ve, y los huesos, que no se veían, se le descubren; su alma se acerca a la fosa, y su vida a los exterminadores».
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 23, 23-24: PL 76, 265-266)

La verdadera enseñanza evita la arrogancia

Escucha mis palabras, Job, presta oído a mi discurso. Esta es la característica propia de la manera de enseñar de los arrogantes, que no saben inculcar sus enseñanzas con humildad ni comunicar rectamente las cosas rectas que saben. En su manera de hablar se pone de manifiesto que ellos, al enseñar, se consideran como situados en el lugar más elevado, y miran a los que reciben su enseñanza como si estuvieran muy por debajo de ellos, y se dignan hablarles no en plan de consejo, sino como quien pretende imponerles su dominio.

A estos tales les dice, con razón, el Señor, por boca del profeta: Vosotros los habéis dominado con crueldad y violencia. Con crueldad y con violencia dominan, en efecto, aquellos que, en vez de corregir a sus súbditos razonando reposadamente con ellos, se apresuran a doblegarlos rudamente con su autoridad.

Por el contrario, la verdadera enseñanza evita con su reflexión este vicio de la arrogancia, con tanto más interés cuanto que su intención consiste precisamente en herir con los dardos de sus palabras a aquel que es el maestro de la arrogancia. Procura, en efecto, no ir a obtener, con una manera arrogante de comportarse, el resultado contrario, es decir: predicar a aquel a quien quiere atacar, con santas enseñanzas, en el corazón de sus oyentes. Y, así, seesfuerza por enseñar de palabra y de obra la humildad, madre y maestra de todas las virtudes, de manera que la explica a los discípulos de la verdad con las acciones, más que con las palabras.

De ahí que Pablo, hablando a los tesalonicenses, como olvidándose de la autoridad que tenía por su condición de apóstol, les dice: Os tratamos con delicadeza. Y, en el mismo sentido, el apóstol Pedro, cuando dice: Estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere, enseña que hay que guardar en ello el modo debido, añadiendo: Pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia.

Y, cuando Pablo dice a su discípulo: De esto tienes que hablar, animando y reprendiendo con autoridad, no es su intención inculcarle un dominio basado en el poder, sino una autoridad basada en la conducta. En efecto, la manera de enseñar algo con autoridad es practicarlo antes de enseñarlo, ya que la enseñanza pierde toda garantía cuando la conciencia contradice las palabras. Por tanto, lo que le aconseja no es un modo de hablar arrogante y altanero, sino la confianza que infunde una buena conducta. Por esto, hallamos escrito también acerca del Señor: Les enseñaba con autoridad,y no como los escribas y fariseos. El, en efecto, de un modo único y singular, hablaba con autoridad, en el sentido verdadero de la palabra, ya que nunca cometió mal alguno por debilidad. El tuvo por el poder de su divinidad aquello que nos comunicó a nosotros por la inocencia de su humanidad.



JUEVES

PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 38, 1-30

Dios confunde a Job

El Señor habló a Job desde la tormenta:

«¿Quién es ese que denigra mis designios con palabras sin sentido? Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás.

¿Dónde estabas cuando cimenté la tierra? Dímelo, si es que sabes tanto. ¿Quién señaló sus dimensiones —si lo sabes— o quién le aplicó la cinta de medir? ¿Dónde encaja su basamento o quién asentó su piedra angular entre la aclamación unánime de los astros de la mañana y los vítores de los ángeles? ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos, y le dije: "Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"?

¿Has mandado en tu vida a la mañana o has señalado su puesto a la aurora, para que agarre la tierra por los bordes y sacuda de ella a los malvados, para que la transforme como arcilla bajo el sello y la tiña como la ropa; para que les niegue la luz a los malvados y se quiebre el brazo sublevado? ¿Has entrado por los hontanares del mar o paseado por la hondura del océano? ¿Te han enseñado las puertas de la muerte o has visto los portales de las sombras? ¿Has examinado la anchura de la tierra? Cuéntamelo, si lo sabes todo. ¿Por dónde se va a la casa de la luz y dónde viven las tinieblas? ¿Podrías conducirlas a su país o enseñarles el camino de casa? Lo sabrás, pues ya habías nacido entonces y has cumplido tantísimos años.

¿Has entrado en los depósitos de la nieve, has observado los graneros del granizo, que reservo para la hora del peligro, para el día de la guerra y del combate? ¿Por dónde se divide el relámpago, por dónde se difunde el viento del este? ¿Quién ha abierto un canal para el aguacero y una ruta al relámpago y al trueno, para que llueva en las tierras despobladas, en la estepa que no habita el hombre, para que se sacie el desierto desolado y brote hierba en el páramo? ¿Tiene padre la lluvia?, ¿quién engendra las gotas del rocío?, ¿de qué senos salen los hielos?, ¿quien engendra la escarcha del cielo, para que seendurezca el agua como piedra y se cierre la superficie del lago?»
 

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 29, 2-4: PL 76, 478-480)

La Iglesia se asoma como el alba

Con razón se designa con el nombre de amanecer o alba a toda la Iglesia de los elegidos, ya que el amanecer o alba es el paso de las tinieblas a la luz. La Iglesia, en efecto, es conducida de la noche de la incredulidad a la luz de la fe, y así, a imitación del alba, después de las tinieblas se abre al esplendor diurno de la claridad celestial Por esto, dice acertadamente el Cantar de los cantares ¿Quién es esta que se asoma como el alba? Efectivamente, la santa Iglesia, por su deseo del don de la vida celestial, es llamada alba, porque, al tiempo que va desechando las tinieblas del pecado, se va iluminando con la luz de la justicia.

Pero, además, si consideramos la naturaleza del amanecer o alba, hallaremos un pensamiento más sutil. El alba o amanecer anuncian que la noche ya ha pasado, pero no muestran todavía la íntegra claridad del día, sino que, por ser la transición entre la noche y el día, tienen algo de tinieblas y de luz al mismo tiempo. Por esto, los que en esta vida vamos en seguimiento de la verdad somos como el alba o amanecer, porque en parte obramos ya según la luz, pero en parte conservamos también restos de tinieblas. Se dice a Dios, por boca del salmista: Ningún hombre vivo es inocente frente a ti. Y también está escrito: Todos faltamos a menudo.

Por esto, Pablo, cuando dice: La noche está avanzada no añade: «El día ha llegado», sino: El día se echa encima. Al decir, por tanto, que, después de la noche, el día se echa encima, no que ya ha llegado, enseña claramente que nos hallamos todavía en el alba, en el tiempo que media entre las tinieblas y el sol.

La santa Iglesia de los elegidos será pleno día cuando no tenga ya mezcla alguna de la sombra del pecado. Será pleno día cuando esté perfectamente iluminada con la fuerza de la luz interior. Por esto, con razón, la Escritura nos enseña el carácter transitorio de esta alba, cuando dice: Has señalado su puesto a la aurora, pues aquel a quien se le ha de asignar su puesto tiene que pasar de un sitio a otro. Y este puesto de la aurora no puede ser otro que la perfecta claridad de la visión eterna. Cuando haya sido conducida a esta perfecta claridad, ya no quedará en ella ningún rastro de tinieblas de la noche transcurrida. Este anhelo de la aurora por llegar a su lugar propio viene expresado por el salmo que dice: Mi alma tiene sed del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? También Pablo manifiesta la prisa de la aurora por llegar al lugar que ella reconoce como suyo, cuando dice que desea morir para estar con Cristo. Y también: Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 40, 1-14; 42, 1-6

Job se somete a la majestad divina

El Señor habló a Job:

«¿Quiere el censor discutir con el Todopoderoso? El que critica a Dios, que responda».

Job respondió al Señor:

«Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada».

El Señor replicó a Job desde la tormenta:

«Si eres hombre, cíñete los lomos; voy a interrogarte, y tú responderás: ¿Te atreves a violar mi derecho o a condenarme, para salir tú absuelto? Si tienes un brazo como el de Dios, y tu voz atruena como la suya, vístete de gloria y majestad, cúbrete de fasto y esplendor, derrama laavenida de tu cólera y abate con una mirada al soberbio, humilla con una mirada al arrogante y aplasta a los malvados; entiérralos juntos en el polvo y encadénalos en la tumba. Entonces yo también te alabaré: "Tu diestra te ha dado la victoria"».

Job respondió al Señor:

«Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti; yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido, hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Escúchame, que voy a hablar, yo te interrogaré, y tú responderás. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza».


SEGUNDA LECTURA

Balduino de Cantorbery, Tratado 6 (PL 204, 466-467)

El Señor discierne los pensamientos
y sentimientos del corazón

El Señor conoce, sin duda alguna, todos los pensamientos y sentimientos de nuestro corazón; en cuanto a nosotros, sólo podemos discernirlos en la medida en que el Señor nos lo concede. En efecto, el espíritu que está dentro del hombre no conoce todo lo que hay en el hombre, y en cuanto a sus pensamientos, voluntarios o no, no siempre juzga rectamente. Y aunque los tiene ante los ojos de su mente, tiene la vista interior demasiado nublada para poder discernirlos con precisión.

Sucede, en efecto, muchas veces, que nuestro propio criterio, u otra persona, o el tentador nos hacen ver como bueno lo que Dios no juzga como tal. Hay algunas cosas que tienen una falsa apariencia de virtud, o también de vicio, que engañan a los ojos del corazón y vienen a ser como una impostura que embota la agudeza de la mente, hasta hacerle ver lo malo como bueno y viceversa; ello forma parte de nuestra miseria e ignorancia, muy lamentable y muy temible.

Está escrito: Hay caminos que parecen derechos, pero van a parar a la muerte. Para evitar este peligro, nos advierte san Juan: Examinad si los espíritus vienen de Dios. Pero, ¿quién será capaz de examinar si los espíritus vienen de Dios, si Dios no le da el discernimiento de espíritus, con el que pueda examinar con agudeza y rectitud sus pensamientos, afectos e intenciones? Este discernimiento es la madre de todas las virtudes, y a todos es necesario, ya sea para la dirección espiritual de los demás, ya sea para corregir y ordenar la propia vida.

La decisión en el obrar es recta cuando se rige por el beneplácito divino, la intención es buena cuando tiende a Dios sin doblez. De este modo, todo el cuerpo de nuestra vida y de cada una de nuestras acciones será luminoso, si nuestro ojo está sano. Y el ojo sano es ojo y está sano cuando ve con claridad lo que hay que hacer y cuando, con recta intención, hace con sencillez lo que no hay que hacer con doblez. La recta decisión es incompatible con el error; la buena intención excluye la ficción. En esto consiste el verdadero discernimiento: en la unión de la recta decisión y de la buena intención.

Todo, por consiguiente, debemos hacerlo guiados por la luz del discernimiento, pensando que obramos en Dios ante su presencia.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Job 42, 7-17

Dios rehabilita a Job ante sus adversarios

Cuando el Señor terminó de decir esto a Job, se dirigió a Elifaz de Temán:

«Estoy irritado contra ti y tus dos compañeros, porque no habéis hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job. Por tanto, tomad siete novillos y siete carneros, dirigíos a mi siervo Job, ofrecedlos en holocausto, y él intercederá por vosotros; yo haré caso a Job, y no os trataré como merece vuestra temeridad, por no haber hablado rectamente de mí, como lo ha hecho mi siervo Job».

Fueron Elifaz de Temán, Bildad de Suj y Sofar de Naamat, hicieron lo que mandaba el Señor, y el Señor mostró su favor a Job.

Cuando Job intercedió por sus compañeros, el Señor cambió su suerte y duplicó todas sus posesiones. Vinieron a visitarle sus hermanos y hermanas y los antiguos conocidos, comieron con él en su casa, le dieron el pésame y lo consolaron de la desgracia que el Señor le había enviado; cada uno le regaló una suma de dinero y un anillo de oro.

El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermanos.

Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y satisfecho.


SEGUNDA LECTURA

Santo Tomás de Aquino, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Cap 14, lec. 2)

El camino para llegar a la vida verdadera

Cristo en persona es el camino, por esto dice: Yo soy el camino. Lo cual tiene una explicación muy verdadera, ya que por medio de él podemos acercarnos al Padre.

Mas, como este camino no dista de su término, sino que está unido a él, añade: Y la verdad, y la vida; y, así, él mismo es a la vez el camino y su término. Es el camino según su humanidad, el término según su divinidad. En este sentido, en cuanto hombre, dice: Yo soy el camino; en cuanto Dios, añade: Y la verdad, y la vida, dos expresiones que indican adecuadamente el término de este camino.

Efectivamente, el término de este camino es la satisfacción del deseo humano, y el hombre desea principalmente dos cosas: en primer lugar, el conocimiento de la verdad, lo cual es algo específico suyo; en segundo lugar, la prolongación de su existencia, lo cual le es común con los demás seres. Ahora bien, Cristo es el camino para llegar al conocimiento de la verdad, con todo y que él mismo en persona es la verdad: Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad. Cristo es asimismo el camino para llegar a la vida, con todo y que él mismo en persona es la vida: Me enseñarás el sendero de la vida.

Por esto, el evangelista identifica el término de este camino con las nociones de verdad y vida, que ya antes ha aplicado a Cristo. En primer lugar, afirma que él es la vida, al decir que en la Palabra había vida; en segundo lugar, afirma que es la verdad, cuando dice que era la luz de los hombres, ya que luz y verdad significan lo mismo.

Si buscas, pues, por dónde has de ir, acoge en ti a Cristo, porque él es el camino: Este es el camino, camina por él. Y san Agustín dice: «Camina a través del hombre y llegarás a Dios». Es mejor andar por el camino, aunque sea cojeando, que caminar rápidamente fuera de camino. Porque el que va cojeando por el camino, aunque adelante poco, se va acercando al término; pero el que anda fuera del camino, cuanto más corre, tanto más se va alejando del término.

Si buscas a dónde has de ir, adhiérete a Cristo, porque él es la verdad a la que deseamos llegar: Mi paladar repasa la verdad. Si buscas dónde has de quedarte, adhiérete a Cristo, porque él es la vida: Quien me alcanza alcanza la vida y goza del favor del Señor.

Adhiérete, pues, a Cristo, si quieres vivir seguro; es imposible que te desvíes, porque él es el camino. Por esto, los que a él se adhieren no van descaminados, sino que van por el camino recto. Tampoco pueden verse engañados, ya que él es la verdad y enseña la verdad completa, pues dice: Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Tampoco pueden verse decepcionados, ya que él es la vida y dador de vida, tal como dice: Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante.