DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 3, 1—4, 14

Promesa al príncipe Zorobabel
y al sumo sacerdote Josué

En aquellos días, el Señor me enseñó al sumo sacerdote, Josué, de pie ante el ángel del Señor. A su derecha estaba Satán acusándolo. El Señor dijo a Satán:

—El Señor te llama al orden, Satán, el Señor que ha escogido a Jerusalén te llama al orden. ¿No es ése un tizón sacado del fuego?

Josué estaba vestido con un traje sucio, en pie delante del ángel. Este dijo a los que estaban allí delante:

—Quitadle el traje sucio.

Y a él le dijo:

—Mira, aparto de ti la culpa y te visto de fiesta.

Y añadió:

—Ponedle en la cabeza una diadema limpia.

Le pusieron la diadema limpia y lo revistieron. El ángel del Señor asistía y dijo a Josué:

—Así dice el Señor: Si sigues mi camino y guardas mis mandamientos, también administrarás mi templo y guardarás mis atrios, y te dejaré acercarte con esos que están ahí. Escucha, pues, Josué, sumo sacerdote, tú y los compañeros que se sientan en tu presencia: Son figuras proféticas; mirad, yo enviaré a mi siervo Germen; la piedra que coloqué ante Josué —sobre una piedra, siete ojos—, en ella grabo una inscripción —oráculo del Señor de los ejércitos—: en un solo día destruiré la culpa de esta tierra. Aquel día —oráculo del Señor de los ejércitos—, se invitarán uno a otro bajo la parra y la higuera.

Volvió el ángel que hablaba conmigo y me despertó como se despierta a uno del sueño, y me dijo:

—¿Qué ves?

Contesté:

—Veo un candelabro de oro macizo con un cuenco en la punta, siete lámparas y siete tubos que enlazan con la punta. Y dos olivos junto a él, a derecha e izquierda.

Pregunté al ángel que hablaba conmigo:

—¿Qué significan, Señor?

El ángel que hablaba conmigo contestó:

—Pero ¿no sabes lo que significan?

Repuse:

—No, Señor.

Entonces él me explicó:

—Esas siete lámparas representan los ojos del Señor, que se pasean por toda la tierra.

Entonces yo pregunté:

—¿Y qué significan esos dos olivos a derecha e izquierda del candelabro?

Insistí:

—¿Qué significan los dos plantones de olivo junto a los dos tubos de oro que conducen el aceite?

Me dijo:

—Pero ¿no lo sabes?

Respondí:

—No, Señor.

Y me dijo:

—Son los dos ungidos que sirven al Dueño de todo el mundo.

Esto dice el Señor a Zorobabel:

—No cuentan fuerza ni riqueza, lo que cuenta es mi espíritu —dice el Señor de los ejércitos—. ¿Quién eres tú, montaña señera? Ante Zorobabel serás allanada. El sacará la piedra de remate entre exclamaciones: «¡Qué bella, qué bella!»

El Señor me dirigió la palabra:

—Zorobabel con sus manos puso los cimientos de esta casa y con sus manos la terminará. Y así sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a vosotros. El que despreciaba los humildes comienzos gozará viendo en manos de Zorobabel la piedra emplomada.
 

SEGUNDA LECTURA

San Máximo Confesor, Cuestiones a Talasio (63: PG 90, 667-670)

La luz que alumbra a todo hombre

La lámpara colocada sobre el candelero, de la que habla la Escritura, es nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera del Padre, que, viniendo a este mundo, alumbra a todo hombre; al tomar nuestra carne, el Señor se ha convertido en lámpara y por esto es llamado «luz», es decir, Sabiduría y Palabra del Padre y de su misma naturaleza. Como tal es proclamado en la Iglesia por la fe y por la piedad de los fieles. Glorificado y manifestado ante las naciones por su vida santa y por la observancia de los mandamientos, alumbra a todos los que están en la casa (es decir, en este mundo), tal como lo afirma en cierto lugar esta misma Palabra de Dios: No se enciende una lámpara para meterla debajo el celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Se llama a sí mismo claramente lámpara, como quiera que, siendo Dios por naturaleza, quiso hacerse hombre por una dignación de su amor.

Según mi parecer, también el gran David se refiere a esto cuando, hablando del Señor, dice: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero. Con razón, pues, la Escritura llama lámpara a nuestro Dios y Salvador, ya que él nos libra de las tinieblas de la ignorancia y del mal.

El, en efecto, al disipar, a semejanza de una lámpara, la oscuridad de nuestra ignorancia y las tinieblas de nuestro pecado, ha venido a ser como un camino de salvación para todos los hombres: con la fuerza que comunica y con el conocimiento que otorga, el Señor conduce hacia el Padre a quienes con él quieren avanzar por el camino de la justicia y seguir la senda de los mandatos divinos. En cuanto al candelero, hay que decir que significa la santa Iglesia, lacual, con su predicación, hace que la palabra luminosa de Dios brille e ilumine a los hombres del mundo entero, como si fueran los moradores de la casa, y sean llevados de este modo al conocimiento de Dios con los fulgores de la verdad.

La palabra de Dios no puede, en modo alguno, quedar oculta bajo el celemín; al contrario, debe ser colocada en lo más alto de la Iglesia, como el mejor de sus adornos. Si la palabra quedara disimulada bajo la letra de la ley, como bajo un celemín, dejaría de iluminar con su luz eterna a los hombres. Escondida bajo el celemín, la palabra ya no sería fuente de contemplación espiritual para los que desean librarse de la seducción de los sentidos, que, con su engaño, nos inclinan a captar solamente las cosas pasajeras y materiales; puesta, en cambio, sobre el candelero de la Iglesia, es decir, interpretada por el culto en espíritu y verdad, la palabra de Dios ilumina a todos los hombres.

La letra, en efecto, si no se interpreta según su sentido espiritual, no tiene más valor que el sensible y está limitada a lo que significan materialmente sus palabras, sin que el alma llegue a comprender el sentido de lo que está escrito.

No coloquemos, pues, bajo el celemín, con nuestros pensamientos racionales, la lámpara encendida (es decir, la palabra que ilumina la inteligencia), a fin de que no se nos pueda culpar de haber colocado bajo la materialidad de la letra la fuerza incomprensible de la sabiduría; coloquémosla, más bien, sobre el candelero (es decir, sobre la interpretación que le da la Iglesia), en lo más elevado de la genuina contemplación; así iluminará a todos los hombres con los fulgores de la revelación divina.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Zacarías 8, 1-17.20-23

Promesa de salvación para Sión

Vino la palabra del Señor de los ejércitos:

«Así dice el Señor de los ejércitos: Siento gran celo por Sión, gran cólera en favor de ella.

Así dice el Señor: Volveré a Sión y habitaré en medio de Jerusalén. Jerusalén se llamará Ciudad Fiel, y el monte del Señor de los ejércitos, Monte Santo.

¡ Así dice el Señor de los ejércitos: De nuevo se sentarán en las calles de Jerusalén ancianos y ancianas, hombres que, de viejos, se apoyan en bastones. Las calles de Jerusalén se llenarán de muchachos y muchachas que jugarán en la calle.

Así dice el Señor de los ejércitos: Si el resto del pueblo lo encuentra imposible aquel día, ¿será también imposible a mis ojos? —oráculo del Señor de los ejércitos—.

Así dice el Señor de los ejércitos: Yo libertaré a mi pueblo del país de oriente y del país de occidente, y los traeré para que habiten en medio de Jerusalén. Ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios con verdad y con justicia.

Así dice el Señor de los ejércitos: Fortaleced las manos, los que escuchasteis aquel día esta palabra de boca de los profetas, el día en que colocaron la primera piedra para construir el templo del Señor. Antes de aquel día, hombres y animales no recibían paga, no había paz para los que iban y venían, a causa del enemigo, y yo excitaba a unos contra otros. Pero ahora no trataré como en días pasados al resto de este pueblo —oráculo del Señor de los ejércitos—. La siembra está segura, la vid dará fruto, la tierra da cosechas, los cielos envían rocío, y todo lo daré en posesión al resto de este pueblo. Así como fuisteis maldición de las gentes, Judá e Israel, así os salvaré y seréis bendición. No temáis, fortaleced las manos.

Así dice el Señor de los ejércitos: Como decretaba desgracias contra vosotros, cuando me irritaron vuestros padres —dice el Señor de los ejércitos—, y no me arrepentía, así me arrepentiré en aquellos días, y decretaré bienes para Judá y Jerusalén: no temáis. Esto es lo que debéis cumplir: Decid la verdad al prójimo. Juzgad rectamente en los tribunales. Que nadie maquine en su corazón contra el prójimo. No améis jurar en falso. Que yo odio todo esto —oráculo del Señor—.

Así dice el Señor de los ejércitos: Todavía vendrán pueblos y vecinos de ciudades populosas; los de una ciudad irán a los de otra y les dirán: «Vamos a aplacar al Señor». «Yo voy contigo a visitar al Señor de los ejércitos». Así vendrán pueblos numerosos y naciones poderosas a visitar al Señor de los ejércitos en Jerusalén y a aplacar al Señor. Así dice el Señor de los ejércitos: En aquellos días, diez hombres de cada lengua extranjera agarrarán a un judío por la orla del manto y le dirán: «Vamos con vosotros, pues hemos oído que Dios está con vosotros».


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Tratado 26 sobre el evangelio de san Juan (4-6: CCL 36, 261-263)

Yo salvaré a mi pueblo

Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre. No vayas a creer que eres atraído contra tu voluntad; el alma es atraída también por el amor. Ni debemos temer el reproche que, en razón de estas palabras evangélicas de la Escritura, pudieran hacernos algunos hombres, los cuales, fijándose sólo en la materialidad de las palabras, están muy ajenos al verdadero sentido de las cosas divinas. En efecto, tal vez nos dirán: «¿Cómo puedo creer libremente si soy atraído?» Y yo les respondo: «Me parece poco decir que somos atraídos libremente; hay que decir que somos atraídos incluso con placer».

¿Qué significa ser atraídos con placer? Sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. Existe un apetito en el alma al que este pan del cielo le sabe dulcísimo. Por otra parte, si el poeta pudo decir: «Cada cual va en pos de su apetito», no por necesidad, sino por placer, no por obligación, sino por gusto, ¿no podremos decir nosotros, con mayor razón, que el hombre se siente atraído por Cristo, si sabemos que el deleite del hombre es la verdad, la justicia, la vida sin fin, y todo esto es Cristo?

¿Acaso tendrán los sentidos su deleite y dejará de tenerlos el alma? Si el alma no tuviera sus deleites, ¿cómo podría decirse: Los humanos se acogen a la sombra de tus alas; se nutren de lo sabroso de tu casa, les das a beber del torrente de tus delicias, porque en ti está la fuente viva y tu luz nos hace ver la luz?

Preséntame un corazón amante, y comprenderá lo que digo. Preséntame un corazón inflamado en deseos, un corazón hambriento, un corazón que, sintiéndose solo y desterrado en este mundo, esté sediento y suspire por las fuentes de la patria eterna, preséntame un tal corazón, y asentirá en lo que digo. Si, por el contrario, hablo a un corazón frío, éste nada sabe, nada comprende de lo que estoy diciendo.

Muestra una rama verde a una oveja, y verás cómo atraes a la oveja; enséñale nueces a un niño, y verás cómo lo atraes también, y viene corriendo hacia el lugar a donde es atraído; es atraído por el amor, es atraído sin que se violente su cuerpo, es atraído por aquello que desea. Si, pues, estos objetos, que no son más que deleites y aficiones terrenas, atraen, por su simple contemplación, a los que tales cosas aman, porque es cierto que «cada cual va en pos de su apetito», ¿no va a atraernos Cristo revelado por el Padre? ¿Qué otra cosa desea nuestra alma con más vehemencia que la verdad? ¿De qué otra cosa el hombre está más hambriento? Y ¿para qué desea tener sano el paladar de la inteligencia sino para descubrir y juzgar lo que es verdadero, para comer y beber la sabiduría, la justicia, la verdad y la eternidad?

«Dichosos, por tanto —dice—, los que tienen hambre' y sed de la justicia —entiende, aquí en la tierra—, porque —allí, en el cielo— ellos quedarán saciados. Les doy ya lo que aman, les doy ya lo que desean; después verán aquello en lo que creyeron aun sin haberlo visto; comerán y se saciarán de aquellos bienes de los que estuvieron hambrientos y sedientos. ¿Dónde? En la resurrección de los muertos, porque yo los resucitaré en el último día».



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 6,1-5.14-22

Construcción del templo y celebración de la Pascua

El rey Darío ordenó investigar en la tesorería de Babilonia, que servía también de archivo, y resultó que en Ecbatana, la fortaleza de la provincia de Media, había un rollo redactado en los siguientes términos:

«Memorandum.

»El año primero de su reinado, el rey Ciro decretó a propósito del templo de Jerusalén: Constrúyase un templo donde ofrecer sacrificios y echen sus cimientos. Su altura será de treinta metros y su ancho de otros treinta. Tendrá tres hileras de piedras sillares y una hilera de madera nueva. Los gastos correrán a cargo de la corona. Además, los objetos de oro y plata de la casa de Dios, que Nabucodonosor trasladó del templo de Jerusalén al de Babilonia, serán devueltos al templo de Jerusalén para que ocupen su puesto en la casa de Dios».

De este modo, los ancianos de Judá adelantaron mucho en la construcción, como habían profetizado el profeta Ageo y Zacarías, hijo de Idó, hasta que por fin la terminaron, conforme a lo mandado por el Dios de Israel y por Ciro, Darío y Artajerjes, reyes de Persia.

El templo se terminó el día tres del mes de marzo, el año sexto del reinado de Darío. Los israelitas —los sacerdotes, los levitas y el resto de los deportados— celebraron con júbilo la dedicación del templo, ofreciendo con este motivo cien toros, doscientos carneros, cuatrocientos corderos y doce machos cabríos —uno por cada tribu—, como sacrificio expiatorio por todo Israel. Asignaron a los sacerdotes y a los levitas las categorías y los órdenes que les correspondían en el culto del templo de Jerusalén, como está escrito en la ley de Moisés.

Los deportados celebraron la Pascua el día catorce del mes de abril; como los sacerdotes y los levitas se habían purificado a la vez, todos estaban puros e inmolaron la víctima pascual para todos los deportados, para los sacerdotes, sus hermanos, y para ellos mismos. La comieron los israelitas que habían vuelto del destierro y todos los que renunciando a la impureza de los colonos extranjeros, se unieron a ellos para servir al Señor, Dios de Israel. Celebraron con gozo las fiestas de los Azimos durante siete días; festejaron al Señor porque, cambiando la actitud del rey de Asiria, les dio fuerzas para trabajar en el templo del Dios de Israel.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Tratado 43 sobre el ayuno cuaresmal (1.2.3.4: CCL 138A, 252.253.254.255)

Somos templo del Dios vivo

Amadísimos, la doctrina apostólica nos amonesta a que, despojándonos de la vieja condición, con sus obras nos renovemos de día en día con un estilo de vida santa. Porque si somos templo de Dios y el Espíritu Santo es el huésped de nuestras almas, según dice el Apóstol: Vosotros sois templo de Dios vivo, hemos de trabajar con gran esmero para que la morada de nuestro corazón no sea indigna de tan gran huésped.

Y así como en las viviendas humanas se provee con encomiable diligencia la inmediata restauración de lo que la infiltración de humedades, la furia de las tormentas o el paso de los años ha deteriorado, de igual forma debemos ejercer una asidua vigilancia para que nada desordenado, nada impuro se infiltre en nuestras almas.

Y si bien es verdad que nuestro edificio no puede subsistir sin la ayuda de su artífice, y nuestra construcción es incapaz de mantenerse incólume sin la previa protección de su Creador, sin embargo, siendo nosotros piedras racionales y material vivo, la mano de nuestro autor nos ha estructurado de modo tal, que el mismo ser que es restaurado colabora con su propio constructor. Por tanto, que la sumisión humana no se sustraiga a la gracia divina nirenuncie a aquel bien sin el cual no puede ser buena. Y si, en la práctica de los mandamientos, hallare algo que le es personalmente imposible o muy difícil, que no se encierre en sí misma, sino recurra al que impone el precepto, pues lo impone precisamente para suscitar el deseo y prestar el correspondiente auxilio, como dice el profeta: Encomienda a Dios tus afanes, que él te sustentará. ¿O es que hay alguien tan insolente y soberbio que se tiene por tan inmaculado o inmune hasta el punto de no necesitar ya de renovación alguna? Una tal persuasión va totalmente descaminada, y encanece, en una insostenible presunción, todo el que se cree inmune de cualquier caída ante los asaltos de la tentación en la presente vida.

Pues aun cuando no hay corazón creyente que ponga en duda que ninguna región ni momento alguno escapa a la divina providencia, y que el éxito de los negocios seculares no depende del poder de las estrellas, que es nulo, sino que todo está regulado por la voluntad infinitamente justa y clemente del Rey soberano, pues como está escrito: Las sendas del Señor son misericordia y lealtad, sin embargo, cuando algunas cosas no suceden a la medida de nuestros deseos y cuando, debido a un error del juicio humano, la causa del inicuo recibe una solución más satisfactoria que la del justo, es realmente difícil y casi inevitable que tales eventos desorienten incluso a los espíritus fuertes, induciéndolos a una murmuración de crítica culpable. Hasta tal punto, que el mismo excelentísimo profeta David confiesa haberse sentido peligrosamente turbado por tales incongruencias. Por consiguiente, ya que son pocos los que poseen una tan sólida fortaleza que les ponga al abrigo de cualquier perturbación provocada por semejantes discriminaciones, y puesto que no sólo la adversidad, sino incluso la prosperidad corrompe a muchos fieles, es menester que despleguemos una diligente solicitud en curar las heridas de que está plagada la humana fragilidad.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 7, 6-28

Misión del sacerdote Esdras

Esdras subió de Babilonia. Era un letrado experto en la Ley que dio el Señor, Dios de Israel, por medio de Moisés. El rey le concedió todo lo que pedía porque el Señor, su Dios, estaba con él.

El año séptimo del rey Artajerjes, subieron a Jerusalén algunos israelitas, sacerdotes, levitas, cantores, porteros y donados. Llegaron a Jerusalén en julio del año séptimo del rey. El uno de marzo decidió salir de Babilonia y el uno de julio llegó a Jerusalén, con la ayuda de Dios, porque Esdras se había dedicado a estudiar la ley del Señor para cumplirla y para enseñar a Israel sus mandatos y preceptos.

Copia del documento que entregó el rey Artajerjes a Esdras, sacerdote-letrado, especialista en los preceptos del Señor y en sus mandatos a Israel:

«Artajerjes, rey de reyes, al sacerdote Esdras, doctor en la ley del Dios del cielo. Paz perfecta, etc.

»Dispongo que mis súbditos israelitas, incluidos sus sacerdotes y levitas, que deseen ir a Jerusalén puedan ir contigo. El rey y sus siete consejeros te envían para ver cómo se cumple en Judá y Jerusalén la ley de tu Dios, que te han confiado, y para llevar la plata y el oro que el rey y sus consejeros han ofrecido voluntariamente al Dios de Israel, que habita en Jerusalén, además de la plata y el oro que recojas en la provincia de Babilonia y de los dones que ofrezcan el pueblo y los sacerdotes al templo de su Dios en Jerusalén. Emplea exactamente ese dinero en comprar novillos, carneros y corderos, con las oblaciones y libaciones correspondientes, y ofrécelos en el altar del templo dedicado a vuestro Dios en Jerusalén. El oro y la plata que sobren lo emplearéis como mejor os parezca a ti y a tus hermanos, de acuerdo con la voluntad de vuestro Dios. Los objetos que te entreguen para el culto del templo de tu Dios los pondrás al servicio de Dios en Jerusalén. Cualquier otra cosa que necesites para el templo te la proporcionarán en la tesorería real.

»Yo, el rey Artajerjes, ordeno a todos los tesoreros de Transeufratina que entreguen puntualmente a Esdras, sacerdote, doctor en la ley del Dios del cielo, todo lo que les pida, hasta un total de tres mil kilos de plata, cien cargas de trigo, cien medidas de vino y cien de aceite; la sal sin restricciones. Hágase puntualmente todo lo que ordene el Dios del Cielo con respecto a su templo, para que no se irrite contra el reino, el rey y sus hijos. Y os hacemos saber que todos los sacerdotes, levitas, cantores, porteros, donados y servidores de esa casa de Dios están exentos de impuestos, contribución y peaje.

»Tú, Esdras, con esa prudencia que Dios te ha dado, nombra magistrados y jueces que administren justicia a todo tu pueblo de Transeufratina, es decir, a todos los que conocen la ley de tu Dios, y a los que no la conocen, enséñasela.

»Al que no cumpla exactamente la ley de Dios y la orden del rey, que se le condene a muerte, o al destierro, o a pagar una multa, o a la cárcel».

Bendito sea el Señor, Dios de nuestros padres, que movió al rey a dotar el templo de Jerusalén y me granjeó su favor, el de sus consejeros y el de las autoridades militares. Animado al ver que el Señor, mi Dios, me ayudaba, reuní a algunos israelitas importantes para que subiesen conmigo.


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nisa, Carta sobre la virginidad (Cap 24: PG 46, 414-416)

Tú que has sido crucificado juntamente con Cristo,
ofrécete a Dios como sacerdote sin tacha

Puestos los ojos en aquel que es perfecto, con ánimo valeroso y confiado emprende esta magnifica navegación sobre la nave de la templanza, pilotada por Cristo e impulsada por el soplo del Espíritu Santo.

Si es ya cosa grave cometer un solo pecado, y si precisamente por ello juzgas más seguro no arriesgarte a una meta tan sublime, ¿cuánto más grave no será hacer del pecado la ocupación de la propia existencia, y vivir absolutamente alejado del ideal de una vida pura? ¿Cómo es posible que quien vive inmerso en la vida terrena y está satisfecho con su pecado, escuche la voz de Cristo crucificado, muerto al pecado, que le invita a seguirle llevando a cuestas la cruz cual trofeo arrancado al enemigo, si no se ha dignado morir al mundo ni mortificar su carne? ¿Cómo puedes obedecer a Pablo, que te exhorta con estas palabras: Presenta tu cuerpo como hostia viva, santa, agradable a Dios, tú que tienes al mundo por modelo, tú que, ni transformado por un cambio de mentalidad ni decidido a caminar por esta nueva vida, te empeñas en seguir los postulados del hombre viejo?

¿Cómo puedes ejercer el sacerdocio de Dios tú que has sido ungido precisamente para ofrecer dones a Dios? Porque el don que debes ofrecer no ha de ser un don totalmente ajeno a ti, tomado, como sustitución, de entre los bienes de que estás rodeado, sino que ha de ser un don realmente tuyo, es decir, tu hombre interior, que ha de ser cual cordero inocente y sin defecto, sin mancha alguna ni imperfección. ¿Cómo podrás ofrecer a Dios estas mismas cosas, tú que no observas la ley que prohíbe que el impuro ejerza las funciones sagradas? Y si deseas que Dios se te manifieste, ¿por qué no escuchas a Moisés, que ordenó al pueblo abstenerse de las relaciones conyugales si quería contemplar el rostro de Dios?

Si estas cosas se te antojan baladíes: estar crucificado junto con Cristo, presentarte a ti mismo como hostia para Dios, convertirte en sacerdote del Altísimo y ser considerado digno de aquel grandioso resplandor de Dios, ¿qué cosas más sublimes podremos recomendarte si incluso las realidades que de ellas se seguirían van a parecerte deleznables? Del estar crucificado junto con Cristo se sigue la participación en su vida, en su gloria y en su reino; y del hecho de presentarse a Dios como oblación se consigue la conmutación de la naturaleza y dignidad humana por la angélica.

Ahora bien, el que es recibido por aquel que es el verdadero sacrificio y se une al sumo príncipe de los sacerdotes queda, por eso mismo, constituido sacerdote para siempre y la muerte no le impide permanecer indefinidamente. Por su parte, el fruto de aquel que se considera digno de ver a Dios no puede ser otro que éste: que se le considere digno de ver a Dios. Esta es la meta suprema de la esperanza, ésta es la plenitud de todo deseo, éste es el fin y la síntesis de toda gracia y promesa divina y de aquellos bienes inefables, que ni la inteligencia ni los sentidos son capaces de percibir.

Esto es lo que ardientemente deseó Moisés, esto es lo que anhelaron muchos profetas, esto es lo que ansiaron ver los reyes: pero únicamente son considerados dignos los limpios de corazón, que por eso mismo se les considera y son dichosos, porque ellos verán a Dios. Deseamos que tú te conviertas en uno de éstos, que, crucificado junto con Cristo, te ofrezcas a Dios como sacerdote sin tacha; que, convertido en sacrificio puro de castidad mediante una total y pura integridad, te prepares, con su ayuda, a la venida del Señor, para que también tú puedas contemplar, con corazón limpio, a Dios, según la promesa del mismo Dios y Salvador nuestro Jesucristo, con quien sea dada la gloria al Dios todopoderoso, juntamente con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de Esdras 9, 1-9.15—10, 5

Disolución de los matrimonios prohibidos por la ley

Más adelante se me acercaron las autoridades para decirme:

—El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas han cometido las mismas abominaciones que los pueblos paganos, cananeos, hititas, fereceos, jebuseos, amonitas, moabitas, egipcios y amorreos; ellos y sus hijos se han casado con extranjeras, y la raza santa se ha mezclado con pueblos paganos. Los jefes y los consejeros han sido los primeros en cometer esta infamia.

Cuando me enteré de esto, me rasgué los vestidos y el manto, me afeité la cabeza y la barba y me senté desolado.

Todos los que respetaban la ley del Dios de Israel se reunieron junto a mí al enterarse de esta infamia de los deportados. Permanecí abatido hasta la hora de la oblación de la tarde. Pero al llegar ese instante acabé mi penitencia, y con los vestidos y el manto rasgados caí de rodillas, alcé mis manos al Señor, mi Dios, y dije:

—Dios mío, me avergüenzo y sonrojo de levantar mi rostro hacia ti, porque estamos hundidos en nuestros pecados y nuestro delito es tan grande que llega al cielo. Desde los tiempos de nuestros padres y hasta, el día de hoy hemos sido gravemente culpables, y por nuestros pecados nos entregaste a nosotros, a nuestros reyes y a nuestros sacerdotes en manos de reyes extranjeros, y a la espada, al cautiverio, al saqueo y al oprobio, como ocurre hoy. Pero ahora, en un instante, el Señor, nuestro Dios, se ha compadecido de nosotros, dejándonos algunos supervivientes y otorgándonos un resto en su lugar santo; nuestro Dios ha iluminado nuestros ojos y nos ha reanimado un poco en medio de nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero nuestro Dios no nos abandonó en nuestra esclavitud; nos granjeó el favor de los reyes de Persia y nos dio ánimo para levantar el templo de nuestro Dios y restaurar sus ruinas, concediéndonos un valladar en Judá y Jerusalén.

Señor, Dios de Israel, este resto que hoy sigue con vida demuestra que eres justo. Nos presentamos ante ti como reos, pues después de lo ocurrido no podemos enfrentarnos contigo.

Mientras Esdras, llorando y postrado ante el templo de Dios, oraba y hacía esta confesión,'una gran multitud de israelitas —hombres, mujeres y niños— se reunió junto a él llorando sin parar.

Entonces Secanías, hijo de Yejiel, descendiente de Elam, tomó la palabra y dijo a Esdras:

—Hemos sido infieles a nuestro Dios al casarnos con mujeres extranjeras de los pueblos paganos. Pero todavía hay esperanza para Israel. Nos comprometeremos con nuestro Dios a despedir todas las mujeres extranjeras y a los niños que hemos tenido de ellas, según decidas tú y los que respetan los preceptos de nuestro Dios. Cúmplase la ley. Levántate, que este asunto es competencia tuya y nosotros te apoyaremos. Actúa con energía.

Esdras se puso en pie e hizo jurar a los príncipes de los sacerdotes, a los levitas y a todo Israel que actuarían de esta forma. Ellos lo juraron.


SEGUNDA LECTURA

De una homilía antigua (Hom 6, 1-3: PG 34, 518-519)

Sobre el fundamento de la oración

Los que se acercan a Dios deben orar en gran quietud, paz y tranquilidad, sin acudir a gritos ineptos o confusos, sino dirigiéndose al Señor con la intención del corazón y la sobriedad del pensamiento.

Pues no es conveniente que el siervo de Dios viva en semejante estado de agitación, sino en la más completa tranquilidad y sabiduría, como dice el profeta: En ése pondré mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis palabras.

Leemos que en los días de Moisés y de Elías, mientras que, en las apariciones con que fueron favorecidos, la majestad del Señor se hacía preceder de gran aparato de trompetas y de diversos prodigios, sin embargo, la misma venida del Señor se daba a conocer y se manifestaba en la paz, la tranquilidad y la quietud. Después —dice— se oyó una brisa tenue, y en ella estaba el Señor. De donde es lícito concluir que el descanso del Señor está en la paz y en la tranquilidad.

El cimiento que colocare el hombre y los comienzos con que comenzare permanecerán en él hasta el fin. Si comenzare a rezar con voz demasiado elevada y quejumbrosa, mantendrá idéntica costumbre hasta el final. Aunque, como quiera que el Señor está lleno de humanidad, sucederá que incluso a éste tal le prestará su auxilio. Es más, será la gracia misma la que lo mantendrá hasta el final en su manera de hacer, si bien es fácil de comprender que este modo de rezar es propio de los ignorantes ya que, amén del fastidio que produce en los demás, ellos mismos acusan turbación mientras oran.

Ahora bien, el verdadero fundamento de la oración es éste: vigilar los propios pensamientos y rezar con mucha tranquilidad y paz, de suerte que los demás no sufran escándalo de ningún tipo. Así pues, el que habiendo obtenido la gracia de Dios y la perfección, continuare hasta el final orando en la tranquilidad, será de gran edificación para muchos, porque Dios no quiere desorden, sino paz. En cambio, los que rezan a voz en grito se asemejan a los charlatanes y no pueden rezar en cualquier parte, ni en las iglesias, ni en las plazas; a lo sumo en lugares solitarios, donde se despachan a su gusto.

Por el contrario, los que rezan en la tranquilidad, edifican a todos donde quiera que oren. Debe el hombre emplear todas sus energías en controlar sus pensamientos y cortar por lo sano toda ocasión de imaginaciones peligrosas; debe concentrarse en Dios, sin abandonarse al capricho de los pensamientos, sino recoger estos pensamientos dispersos un poco por todas partes, sometiéndolos a una labor de discernimiento, distinguiendo los buenos y los malos. Es, pues, necesaria una gran dosis de diligente atención del espíritu, para saber distinguir las sugestiones externas provocadas por el poder del adversario.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de Nehemías 1, 1—2, 8

Nehemías es enviado por el rey a Judea

Autobiografía de Nehemías, hijo de Jacalías:

El mes de diciembre del año veinte me encontraba yo en la ciudad de Susa cuando llegó mi hermano Jananí con unos hombres de Judá. Les pregunté por los judíos que se habían librado del destierro y por Jerusalén. Me respondieron:

—Los que se libraron del destierro están en la provincia pasando grandes privaciones y humillaciones. La muralla de Jerusalén está en ruinas y sus puertas consumidas por el fuego.

Al oír estas noticias lloré e hice duelo durante unos días ayunando y orando al Dios del cielo con estas palabras:

—Señor, Dios del cielo, Dios grande y terrible, fiel a la alianza y misericordioso con los que te aman y guardan tus preceptos: ten los ojos abiertos y los oídos atentos a la oración de tu siervo, la oración que día y noche te dirijo por tus siervos, los israelitas, confesando los pecados que los israelitas hemos cometido contra ti, tanto yo como la casa de mi padre. Nos hemos portado muy mal contigo, no hemos observado los preceptos, mandatos y decretos que ordenaste a tu siervo Moisés. Pero acuérdate de lo que dijiste a tu siervo Moisés: «Si sois infieles os dispersaré entre los pueblos; pero si volvéis a mí y ponéis en práctica mis preceptos, aunque vuestros desterrados se encuentren en los confines del mundo, allá iré a reunirlos y los llevaré al lugar que elegí para morada de mi nombre». Son tus siervos y tu pueblo, los que rescataste con tu gran poder y fuerte mano. Señor, mantén tus oídos atentos a la oración de tu siervo y a la oración de tus siervos que están deseosos de respetarte. Haz que tu siervo acierte y logre conmover a ese hombre.

Yo era copero del rey.

Era el mes de marzo del año veinte del rey Artajerjes. Tenía el vino delante y yo tomé la copa y se la serví. Nunca me había presentado ante él con cara triste. Y me dijo el rey:

—¿Qué te pasa que estás triste? Tú no estás enfermo, sino preocupado.

Me llevé un susto enorme y respondí al rey:

—Viva el rey eternamente. ¿Cómo no he de estar triste cuando la ciudad donde se hallan enterrados mis padres está en ruinas y sus puertas consumidas por el fuego?

El rey dijo:

—¿Qué es lo que pretendes?

Me encomendé al Dios del cielo y contesté al rey:

—Si a su majestad le parece bien, y si está satisfecho de su siervo, déjeme ir a Judá y reconstruiré la ciudad donde están enterrados mis padres.

El rey y la reina, que estaba sentada a su lado, me preguntaron:

—¿Cuánto durará tu viaje y cuándo volverás? Al rey le pareció bien la fecha que le indiqué y me dejó ir.

Pero añadí:

—Ruego a su majestad que me den cartas para los gobernadores de Transeufratina, para que me faciliten el viaje hasta Judá. Y una carta dirigida a Asaf, encargado de los bosques reales, para que me suministren vigas de madera para los portones de la ciudadela del templo para el muro de la ciudad y para la casa donde me voy a instalar.

Por un favor de Dios, el rey me lo concedió todo.


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 5 sobre la Ascensión del Señor (Opera omnia, Edit Cister. t. 5, 149-150)

Esperamos la celestial consolación

Con una grandeza de ánimo realmente digna de encomio, el pequeño rebaño, privado de la estimulante presencia del Pastor, pero sin dudar lo más mínimo de que él se cuidaba de ellos con paternal solicitud, llamaba a las puertas del cielo con devotas súplicas, en la seguridad de que las oraciones de los justos penetrarían en él, y de que el Señor no desoiría las súplicas de los pobres o de que no retornarían sin el acompañamiento de copiosas bendiciones. E insistían con paciente perseverancia, según el dicho del profeta: Si tarda, espera, porque ha de llegar sin retrasarse.

Con razón, pues, el oído de Dios escuchó la disposición de su corazón y no frustró la esperanza de quienes se mostraron magnánimos, longánimes y unánimes. Estas virtudes son testimonio irrecusable de fe, esperanza y caridad. En efecto, es evidente que la esperanza genera la longanimidad y la caridad da origen a la unanimidad. Pero ¿es igualmente cierto que la fe hace al hombre magnánimo? Sí, por cierto, y sólo ella. Pues todo aquello de lo que uno blasona, sin la fe como fundamento, no se apoya en aquella sólida grandeza de alma, sino sobre una cierta ventosa afectación o inane presunción. ¿Quieres escuchar a un hombre magnánimo? Dice: Todo lo puedo en aquel que me con forta.

Imitemos, hermanos, esta triple preparación si deseamos obtener la medida rebosante del Espíritu. Y si bien a cada uno —excepto a Cristo— se le ha dado el Espíritu con medida, sin embargo da la impresión de que el cúmulo de la medida rebosante excede en cierto modo la medida.

La magnanimidad se hizo patente en nuestra conversión; sea igualmente evidente la longanimidad en la consumación y la unanimidad en nuestro tenor de vida. Aquella celestial Jerusalén desea ser instaurada con almas de este temple, a quienes no falte ni la grandeza de la fe en asumir el yugo de Cristo, ni la longanimidad de la esperanza en el perseverar, ni la cohesión de la caridad, que es el ceñidor de la unidad consumada.



SABADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de Nehemías 2, 9-20

Nehemías prepara la reconstrucción de las murallas de Jerusalén

El rey me proporcionó también una escolta de oficiales y jinetes, y cuando me presenté a los gobernadores de Transeufratina, les entregué las cartas del rey.

Cuando el joronita Sanbalat y Tobías, el siervo amonita, se enteraron de la noticia, les molestó que alguien viniera a preocuparse por el bienestar de los israelitas

Llegué a Jerusalén y descansé allí tres días. Luego me levanté de noche con unos pocos hombres, sin decir a nadie lo que mi Dios me había inspirado hacer en Jerusalén. Sólo llevaba la cabalgadura que yo montaba. Salí de noche por la puerta del Valle, dirigiéndome a la Fuente del Dragón y a la Puerta de la Basura; comprobé que las murallas de Jerusalén estaban en ruinas y las puertas consumidas por el fuego. Continué por la Puerta de las Fuentes y la alberca real. Como allí no había sitio para la cabalgadura subí por el torrente, todavía de noche, y seguí inspeccionando la muralla. Volví a entrar por la Puerta del Valle y regresé a casa. Las autoridades no supieron adónde había ido ni lo que pensaba hacer. Hasta entonces no había dicho nada a los judíos, ni a los sacerdotes, ni a los notables ni a las autoridades, ni a los demás encargados de la obra. Entonces les dije:

—Ya veis la situación en que nos encontramos: Jerusalén está en ruinas y sus puertas incendiadas. Vamos a reconstruir la muralla de Jerusalén y cese nuestra ignominia.

Les conté cómo el Señor me había favorecido y lo que me había dicho el rey. Ellos dijeron:

—Venga, a trabajar.

Y pusieron manos a la obra con todo entusiasmo.

Cuando se enteraron el joronita Sanbalat, Tobías, el siervo amonita, y el árabe Guesen, empezaron a burlarse de nosotros y a zaherirnos, comentando:

—¿Qué estáis haciendo? ¿Rebelaros contra el rey?

Les repliqué:

—El Dios del cielo hará que tengamos éxito. Nosotros, sus siervos, seguiremos construyendo. Y vosotros no tendréis terrenos, ni derechos, ni un nombre en Jerusalén.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el libro del profeta Miqueas (Cap 3, 35-36; 37; 40; 41: PG 71, 689-692; 694; 702-703; 705)

Llama al Monte Sión «madre de los primogénitos»;
en ella estaremos juntamente con Cristo

Mirad, yo coloco en Sión una piedra probada, angular, preciosa: quien crea en ella no quedará defraudado. Y si bien los arquitectos de Sión desecharon esta piedra probada y preciosa, sin embargo es ahora la piedra angular. Efectivamente, Cristo reinó sobre gentiles y circuncisos, a quienes, además, transformó en un hombre nuevo, haciendo las paces por su cruz y formando con ellos como un solo ángulo por la concordia del Espíritu. Pues está escrito: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo.

Y como quiera que mediante la santidad y la fe se conformaron plenamente con esta suma y preciosísima piedra angular, es correcto e imbuido de sabiduría lo que escribió san Pedro: También vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu, para ser templo santo, morada de Dios, por el Espíritu.

Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor. En estas mismas palabras aparece ya con toda claridad la profecía que pronunciaba la constitución de la Iglesia con gente procedente del paganismo. Eliminado el Israel según la carne, habiendo cesado los sacrificios legales, suprimido el sacerdocio levítico, reducido a cenizas aquel famosísimo templo y destruida Jerusalén, Cristo fundó la Iglesia de la gentilidad y, como quien dice, al final de los tiempos, es decir, al final de este mundo, en ese momento se hizo uno de nosotros. Así pues, llama «monte» a la Iglesia, que es la casa de Dios vivo. Es realmente encumbrada, porque en ella no hay absolutamente nada bajo o vil, sino que el conocimiento de las verdades divinas la eleva a alturas sublimes. Por su parte, la vida misma de los que son justificados en Cristo y santificados por el Espíritu está construida a gran altura.

A nosotros nos interesa Cristo y hemos de considerar sus oráculos como el camino recto. En su compañía andaremos el camino no tan sólo en el mundo presente y en el pasado, sino sobre todo en el futuro. Es doctrina segura: los que ahora padecen juntos, caminarán siempre juntos, juntos serán glorificados, juntos reinarán. Interesa con especial apremio Cristo a todos aquellos que nada aman tanto como a Cristo, a los que dan esquinazo a las hueras distracciones del mundo, buscan con particular ahínco la justicia y lo que a él pueda agradarle, y miran de sobresalir en la virtud. Tenemos de esto un modelo en san Pablo, quien escribe: Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

Insiste nuevamente el profeta en que Israel no puede abandonar toda esperanza. Es verdad que fue castigado y rechazado o arrojado por su gravísima impiedad, como enemigo de Dios, como execrable y profano adorador de los ídolos, como culpable de no pocos homicidios. Dieron muerte a los profetas y, para colmo, colgaron de la cruz al mismo salvador y libertador universal. Y aun así, en atención a los padres, un resto consiguió la misericordia y la salvación, convirtiéndose en un gran pueblo.

En efecto, interpretar como pueblo numerosísimo la multitud de los justificados en Cristo, es legítimo y totalmente justo. Su verdadera nobleza, aquella que puede granjearle la admiración, reside en los bienes del alma y en la rectitud de corazón, es decir, en la santificación, la esperanza en Cristo, una fe genuina de admirable poder,una estupenda paciencia, ser el reino de Cristo en persona y adherirse a él como a único' maestro. Pues uno es nuestro Maestro: Cristo. Llama «monte de Sión» a la Jerusalén celestial, madre de los primogénitos, donde estaremos en compañía de Cristo.