DOMINGO IX DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 1,1-12

El Evangelio de Pablo

Yo, Pablo, enviado no de hombres, nombrado apóstol no por un hombre, sino por Jesucristo y por Dios Padre, que lo resucitó de entre los muertos, y conmigo todos los hermanos, escribimos a las Iglesias de Galacia. Os deseamos la gracia y la paz de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo, que se entregó por nuestros pecados para arrancarnos de este perverso mundo presente, conforme al designio de Dios, nuestro Padre. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio. No es que haya otro evangelio, lo que pasa es que algunos os turban para volver del revés el Evangelio de Cristo. Pues bien, si alguien os predica un evangelio distinto del que os hemos predicado —seamos nosotros mismos o un ángel del cielo—, ¡sea maldito! Lo he dicho y lo repito: si alguien os anuncia un evangelio diferente del que recibisteis, ¡sea maldito! Cuando digo esto, ¿busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?; ¿trato de agradar a los hombres? Si siguiera todavía agradando a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Os notifico, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de origen humano; yo no lo he recibido ni aprendido de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre la carta a los Gálatas (Prefacio: PL 35, 2105-2107)

Entendamos la gracia de Dios

El motivo por el cual el Apóstol escribe a los gálatas es su deseo de que entiendan que la gracia de Dios hace que no estén ya sujetos a la ley. En efecto, después de haberles sido anunciada la gracia del Evangelio, no faltaron algunos, provenientes de la circuncisión, que, aunque cristianos, no habían llegado a comprender toda la gratuidad del don de Dios y querían continuar bajo el yugo de la ley; ley que el Señor Dios había impuesto a los que estaban bajo la servidumbre del pecado y no de la justicia, esto es, ley justa en sí misma que Dios había dado a unos hombres injustos, no para quitar sus pecados, sino para ponerlos de manifiesto; porque lo único que quita el pecado es el don gratuito de la fe, que actúa por el amor. Ellos pretendían que los gálatas, beneficiarios ya de este don gratuito, se sometieran al yugo de la ley, asegurándoles que de nada les serviría el Evangelio si no se circuncidaban y no observaban las demás prescripciones rituales del judaísmo.

Ello fue causa de que empezaran a sospechar que el apóstol Pablo, que les había predicado el Evangelio, quizá no estaba acorde en su doctrina con los demás apóstoles, ya que éstos obligaban a los gentiles a las prácticas judaicas. El apóstol Pedro había cedido ante el escándalo de aquellos hombres, hasta llegar a la simulación, como si él pensara también que en nada aprovechaba el Evangelio a los gentiles si no cumplían los preceptos de la ley; de esta simulación le hizo volver atrás el apóstol Pablo, como explica él mismo en esta carta.

La misma cuestión es tratada en la carta a los Romanos. No obstante, parece que hay alguna diferencia entre una y otra, ya que en la carta a los Romanos dirime la misma cuestión y pone fin a las diferencias que habían surgido entre los cristianos procedentes del judaísmo y los procedentes de la gentilidad; mientras que en esta carta a los Gálatas escribe a aquellos que ya estaban perturbados por la autoridad de los que procedían del judaísmo y que los obligaban a la observancia de la ley. Influenciados por ellos, empezaban a creer que la predicación del apóstol Pablo no era auténtica, porque no quería que se circuncidaran. Por esto, Pablo empieza con estas palabras: Me sorprende que tan pronto hayáis abandonado al que os llamó a la gracia de Cristo, y os hayáis pasado a otro evangelio.

Con este exordio, insinúa, en breves palabras, el meollo de la cuestión. Aunque también lo hace en el mismo saludo inicial, cuando afirma de sí mismo que es enviado no de hombres, nombrado apóstol no por un hombre, afirmación que no encontramos en ninguna otra de sus cartas. Con esto demuestra suficientemente que los que inducían a tales errores lo hacían no de parte de Dios, sino de parte de los hombres; y que, por lo que atañe a la autoridad de la predicación evangélica, ha de ser considerado igual que los demás apóstoles, ya que él tiene la certeza de que es apóstol no de parte de los hombres ni por mediación de hombre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 1, 13-2, 10

Vocación y apostolado de Pablo

Hermanos: Habéis oído hablar de mi conducta pasada en el judaísmo: con qué saña perseguía a la Iglesia de Dios y la asolaba, y me señalaba en el judaísmo más que muchos de mi edad y de mi raza, como partidario fanático de las tradiciones de mis antepasados.

Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mí, para que yo lo anunciara a los gentiles, en seguida, sin consultar con hombres, sin subir a Jerusalén a ver a losapóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia, y después volví a Damasco. Más tarde, pasados tres años, subí a Jerusalén para conocer a Pedro, y me quedé quince días con él. Pero no vi a ningún otro apóstol, excepto a Santiago, el pariente del Señor. Dios es testigo de que no miento en lo que os escribo.

Fui después a Siria y a Cilicia. Las Iglesias cristianas de Judea no me conocían personalmente, sólo habían oído decir que el antiguo perseguidor predicaba ahora la fe que antes intentaba destruir, y alababan a Dios por causa mía.

Después, transcurridos catorce años, subí otra vez a Jerusalén en compañía de Bernabé, llevando también a Tito. Subí por una revelación. Les expuse el Evangelio que predico a los gentiles, aunque en privado, a los más representativos, por si acaso mis afanes de entonces o de antes eran vanos. Con todo, ni siquiera obligaron a circuncidarse a mi compañero Tito, que era griego. Di este paso por motivo de esos intrusos, de esos falsos hermanos que se infiltraron para espiar la libertad que tenemos en Cristo Jesús. Querían esclavizarnos, pero ni por un momento cedimos a su imposición, para preservaros la verdad del Evangelio. En cambio, de parte de los que representaban algo (lo que fueran o dejaran de ser no me interesa, que Dios no mira eso), como decía, los más representativos no tuvieron nada que añadirme.

Al contrario, vieron que Dios me ha encargado de anunciar el Evangelio a los gentiles, como a Pedro de anunciarlo a los judíos; el mismo que capacita a Pedro para su misión entre los judíos me capacita a mí para la mía entre los gentiles. Reconociendo, pues, el don que he recibido, Santiago, Pedro y Juan, considerados como columnas, nos dieron la mano a Bernabé y a mí en señal de solidaridad, de acuerdo en que nosotros fuéramos a los gentiles y ellos a los judíos. Una sola cosa nos pidieron: que nos acordáramos de sus pobres, y esto lo he tomado muy a pecho.


SEGUNDA LECTURA

Tertuliano, Tratado sobre la prescripción de los herejes (20, 1-9; 21, 3; 22, 8-10: CCL 1, 201-204)

La predicación apostólica

Cristo Jesús, nuestro Señor, durante su vida terrena, iba enseñando por sí mismo quién era él, qué había sido desde siempre, cuál era el designio del Padre que él realizaba en el mundo, cuál ha de ser la conducta del hombre para que sea conforme a este mismo designio; y lo enseñaba unas veces abiertamente ante el pueblo, otras aparte a sus discípulos, principalmente a los doce que había elegido para que estuvieran junto a él, y a los que había destinado como maestros de las naciones.

Y así, después de la defección de uno de ellos, cuando estaba para volver al Padre, después de su resurrección, mandó a los otros once que fueran por el mundo a adoctrinar a los hombres y bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los apóstoles –palabra que significa «enviados»–, después de haber elegido a Matías, echándolo a suertes, para sustituir a Judas y completar así el número de doce (apoyados para esto en la autoridad de una profecía contenida en un salmo de David), y después de haber obtenido la fuerza del Espíritu Santo para hablar y realizar milagros, como lo había prometido el Señor, dieron primero en Judea testimonio de la fe en Jesucristo e instituyeron allí Iglesias, después fueron por el mundo para proclamar a las naciones la misma doctrina y la misma fe.

De modo semejante, continuaron fundando Iglesias en cada población, de manera que las demás, Iglesias fundadas posteriormente, para ser verdaderas Iglesias, tomaron y siguen tomando de aquellas primeras Iglesias el retoño de su fe y la semilla de su doctrina. Por esto también aquellas Iglesias son consideradas apostólicas, en cuanto que son descendientes de las Iglesias apostólicas.

Es norma general que toda cosa debe ser referida a su origen. Y, por esto, toda la multitud de Iglesias son una con aquella primera Iglesia fundada por los apóstoles, de la que proceden todas las otras. En este sentido son todas primeras y todas apostólicas, en cuanto que todas juntas forman una sola. De esta unidad son prueba la comunión y la paz que reinan entre ellas; así como su mutua fraternidad y hospitalidad. Todo lo cual no tiene otra razón de ser que su unidad en una misma tradición apostólica.

El único medio seguro de saber qué es lo que predicaron los apóstoles, es decir, qué es lo que Cristo les reveló, es el recurso a las Iglesias fundadas por los mismos apóstoles, las que ellos adoctrinaron de viva voz y, más tarde, por carta.

El Señor había dicho en cierta ocasión: Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; pero añadió a continuación: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena; con estas palabras demostraba que nada habían de ignorar, ya que les prometía que el Espíritu de la verdad les daría el conocimiento de la verdad plena. Y esta promesa la cumplió, ya que sabemos por los Hechos de los apóstoles que el Espíritu Santo bajó efectivamente sobre ellos.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 2, 11–3, 14

El justo vivirá por su fe

Hermanos: Cuando Pedro llegó a Antioquía, tuve que encararme con él, porque era reprensible. Antes de que llegaran ciertos individuos de parte de Santiago, comía con los gentiles; pero cuando llegaron aquéllos, se retrajo y se puso aparte, temiendo a los partidarios de la circuncisión. Los demás judíos lo imitaron en esta simulación, tanto que el mismo Bernabé se vio arrastrado con ellos a la simulación.

Ahora que, cuando yo vi que su conducta no cuadraba con la verdad del Evangelio, le dije a Pedro delante de todos:

«Si tú, siendo judío, vives a lo gentil y no a lo judío, ¿cómo fuerzas a los gentiles a las prácticas judías?».

Nosotros éramos judíos de nacimiento, no de esos paganos pecadores. Pero comprendimos que el hombre no se justifica por cumplir la ley, sino por creer en Cristo Jesús. Por eso, hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe de Cristo y no por cumplir la ley. Porque el hombre no se justifica por cumplir la ley. Ahora, si por buscar la justificación por medio de Cristo resultamos también nosotros unos pecadores, ¿qué?, ¿está Cristo al servicio del pecado? Ni pensarlo; o sea, que, si construyo de nuevo lo que demolí una vez, demuestro yo mismo ser culpable. Por mi parte, para la ley yo estoy muerto, porque la ley me ha dado muerte; pero así vivo para Dios. Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y, mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero, si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil.

¡Insensatos gálatas! ¿Quién os ha embrujado? ¡Y pensar que ante vuestros ojos presentamos la figura de Jesucristo en la cruz! Contestadme a una sola pregunta: ¿recibisteis el Espíritu por observar la ley, o por haber respondido a la fe? ¿Tan estúpidos sois? ¡Empezasteis por el espíritu para terminar con la carne! ¡Tantas magníficas experiencias en vano! Si es que han sido en vano.

Vamos a ver: Cuando Dios os concede el Espíritu y obra prodigios entre vosotros, ¿por qué lo hace? ¿Porque observáis la ley, o porque respondéis a la fe? Lo mismo que con Abrahán, que creyó a Dios, y eso le valió la justificación.

Comprended, por tanto, de una vez que hijos de Abrahán son los hombres de fe. Además, la Escritura, previendo que Dios justificaría a los gentiles por la fe, le adelantó a Abrahán la buena noticia: «Por ti serán benditas todaslas naciones». Así que son los hombres de fe los que reciben la bendición con Abrahán, el fiel.

En cambio, los que se apoyan en la observancia de la ley tienen encima una maldición, porque dice la Escritura: «Maldito el que no cumple todo lo escrito en el libro de la ley». Que en base a la ley nadie se justifica ante Dios es evidente, porque lo que está dicho es que «el justo vivirá por su fe», y la ley no arranca de la fe, sino que «el que la cumple vivirá por ella».

Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros un maldito, porque dice la Escritura: «Maldito todo el que cuelga de un árbol». Esto sucedió para que, por medio de Jesucristo, la bendición de Abrahán alcanzase a los gentiles, y por la fe recibiéramos el Espíritu prometido.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Homilía 8 sobre el libro del Génesis (6.8.9: PG 12, 206-209)

El sacrificio de Abrahán

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos. El hecho de que llevara Isaac la leña de su propio sacrificio era figura de Cristo, que cargó también con la cruz; además, llevar la leña del sacrificio es función propia del sacerdote. Así, pues, Cristo es, a la vez, víctima y sacerdote. Esto mismo significan las palabras que vienen a continuación: Los dos caminaban juntos. En efecto, Abrahán, que era el que había de sacrificar, llevaba el fuego y el cuchillo, pero Isaac no iba detrás de él, sino junto a él, lo que demuestra que él cumplía también una función sacerdotal.

¿Qué es lo que sigue? Isaac —continúa la Escritura—dijo a Abrahán, su padre: «Padre». Esta es la voz que el hijo pronuncia en el momento de la prueba. ¡Cuán fuerte tuvo que ser la conmoción que produjo en el padre esta voz del hijo, a punto de ser inmolado! Y, aunque su fe lo obligaba a ser inflexible, Abrahán, con todo, le responde con palabras de igual afecto: «Aquí estoy, hijo mío». El muchacho dijo: «Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el sacrificio?». Abrahán contestó: «Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío».

Resulta conmovedora la cuidadosa y cauta respuesta de Abrahán. Algo debía prever en espíritu, ya que dice, no en presente, sino en futuro: Dios proveerá el cordero; al hijo que le pregunta acerca del presente le responde con palabras que miran al futuro. Es que el Señor debía proveerse de cordero en la persona de Cristo.

Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!». Él contestó: «Aquí me tienes». El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios». Comparemos estas palabras con aquellas otras del Apóstol, cuando dice que Dios no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. Ved cómo Dios rivaliza con los hombres en magnanimidad y generosidad. Abrahán ofreció a Dios un hijo mortal, sin que de hecho llegara a morir; Dios entregó a la muerte por todos al Hijo inmortal.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Creo que ya hemos dicho antes que Isaac era figura de Cristo, mas también parece serlo este carnero. Vale la pena saber en qué se parecen a Cristo uno y otro: Isaac, que no fue degollado, y el carnero, que sí fue degollado. Cristo es la Palabra de Dios, pero la Palabra se hizo carne.

Cristo padeció, pero en la carne; sufrió la muerte, pero quien la sufrió fue su carne, de la que era figura este carnero, de acuerdo con lo que decía Juan: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La Palabra permaneció en la incorrupción, por lo que Isaac es figura de Cristo según el espíritu. Por esto, Cristo es, a la vez, víctima y pontífice según el espíritu. Pues el que ofrece el sacrificio al Padre en el altar de la cruz es el mismo que se ofrece en su propio cuerpo como víctima.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 3, 15-4, 7

El oficio de la ley

Hermanos: Hablo desde el punto de vista humano: un testamento debidamente otorgado nadie puede anularlo ni se le puede añadir una cláusula. Pues bien, las promesas se hicieron a Abrahán y a su descendencia (no se dice: «y a los descendientes», en plural, sino en singular: «y a tu descendencia», que es Cristo).

Quiero decir esto: Una herencia ya debidamente otorgada por Dios no iba a anularla una ley que apareció cuatrocientos treinta años más tarde, dejando sin efecto la promesa; pues, en caso que la herencia viniera en virtud de la ley, ya no dependería de la promesa, mientras que a Abrahán Dios le dejó hecha la donación con la promesa.

Entonces, ¿para qué la ley? Se añadió para denunciar los delitos, hasta que llegara el descendiente beneficiario de la promesa, y fue promulgada por ángeles, por boca de un mediador; pero este mediador no representa a uno solo, mientras que Dios es uno solo. Entonces, ¿contradice la ley a las promesas de Dios? Nada de eso. Si se hubiera dado una ley capaz de dar vida, la justificación dependería realmente de la ley.

Pero no, la Escritura presenta al mundo entero prisionero del pecado, para que lo prometido se dé por la fe en Jesucristo a todo el que cree.

Antes de que llegara la fe estábamos prisioneros, custodiados por la ley, esperando que la fe se revelase. Así, la ley fue nuestro pedagogo hasta que llegara Cristo y Dios nos justificara por la fe. Una vez que la fe ha llegado, ya no estamos sometidos al pedagogo, porque todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.

Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y, si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.

Quiero decir: mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, pues, aunque es dueño de todo, lo tienen bajo tutores y curadores, hasta la fecha fijada por su padre. Igual nosotros, cuando éramos menores, estábamos esclavizados por lo elemental del mundo.

Pero, cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción. Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: «¡Abba!» (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Carta 35 (4-6.13: PL 16 [ed. 1845] 1078-1079. 1081)

Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo

Dice el Apóstol que el que, por el espíritu, hace morir las malas pásiones del cuerpo vivirá. Y ello nada tiene de extraño, ya que el que posee el Espíritu de Dios se convierte en hijo de Dios. Y hasta tal punto es hijo de Dios, que no recibe ya espíritu de esclavitud, sino espíritu de adopción final, al extremo de que el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para testificar que somos hijos de Dios. Este testimonio del Espíritu Santo consiste en que él mismo clama en nuestros corazones: «¡Abba!» (Padre), como leemos en la carta a los Gálatas. Pero existe otro importante testimonio de que somos hijos de Dios: el hecho de que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo; es coheredero con Cristo el que es glorificado juntamente con él, y es glorificado juntamente con él aquel que, padeciendo por él, realmente padece con él.

Y, para animarnos a este padecimiento, añade que todos nuestros padecimientos son inferiores y desproporcionados a la magnitud de los bienes futuros, que se nos darán como premio de nuestras fatigas, premio que se ha de revelar en nosotros cuando, restaurados plenamente a imagen de Dios, podremos contemplar su gloria cara a cara.

Y, para encarecer la magnitud de esta revelación futura, añade que la misma creación entera está en expectación de esa manifestación gloriosa de los hijos de Dios, ya que las criaturas todas están ahora sometidas al desorden, a pesar suyo, pero conservando la esperanza, ya que esperan de Cristo la gracia de su ayuda para quedar ellas a su vez libres de la esclavitud de la corrupción, para tomar parte en la libertad que con la gloria han de recibir los hijos de Dios; de este modo, cuando se ponga de manifiesto la gloria de los hijos de Dios, será una misma realidad la libertad de las criaturas y la de los hijos de Dios. Mas ahora, mientras esta manifestación no es todavía un hecho, la creación entera gime en la expectación de la gloria de nuestra adopción y redención, y sus gemidos son como dolores de parto, que van engendrando ya aquel espíritu de salvación, por su deseo de verse libre de la esclavitud del desorden.

Está claro que los que gimen anhelando la adopción filial lo hacen porque poseen las primicias del Espíritu; y esta adopción filial consiste en la redención del cuerpo entero, cuando el que posee las primicias del Espíritu, como hijo adoptivo de Dios, verá cara a cara el bien divino y eterno; porque ahora la Iglesia del Señor posee ya la adopción filial, puesto que el Espíritu clama: «¡Abba!» (Padre), como dice la carta a los Gálatas. Pero esta adopción será perfecta cuando resucitarán, dotados de incorrupción, de honor y de gloria, todos aquellos que hayan merecido contemplar la faz de Dios; entonces la condición humana habrá alcanzado la redención en su sentido pleno. Por esto, el Apóstol afirma, lleno de confianza, que en esperanza fuimos salvados. La esperanza, en efecto, es causa de salvación, como lo es también la fe, de la cual se dice en el evangelio: Tu fe te ha salvado.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 4, 8-31

La herencia divina y la libertad de la nueva alianza

Hermanos: Antes, cuando no sabíais de Dios, os hicisteis esclavos de seres que por su naturaleza no son dioses. Ahora que habéis reconocido a Dios, mejor dicho, que Dios os ha reconocido, ¿cómo os volvéis de nuevo a esos elementos sin eficacia ni contenido? ¿Queréis ser sus esclavos otra vez como antes? Respetáis ciertos días, meses, estaciones y años; me hacéis temer que mis fatigas por vosotros hayan sido inútiles.

Poneos en mi lugar, hermanos, por favor, que yo, por mi parte, me pongo en el vuestro. En nada me ofendisteis. Recordáis que la primera vez os anuncié el Evangelio con motivo de una enfermedad mía, pero no me despreciasteis ni me hicisteis ningún desaire, aunque mi estado físico os debió tentar a eso; al contrario, me recibisteis como a un mensajero de Dios, como a Jesucristo en persona. Siendo esto así, ¿dónde ha ido a parar aquella dicha vuestra? Porque hago constar en vuestro honor que, a ser posible, os habríais sacado los ojos por dármelos. ¿Y ahora me he convertido en enemigo vuestro por ser sincero con vosotros?

El interés que ésos os muestran no es de buena ley; quieren aislaros para acaparar vuestro interés. Sería bueno, en cambio, que os interesarais por lo bueno siempre y no sólo cuando estoy ahí con vosotros. Hijos míos, otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. Quisiera estar ahora ahí y matizar el tono de mi voz, pues con vosotros no encuentro medio.

Vamos a ver, si queréis someteros a la ley, ¿por qué no escucháis lo que dice la ley? Porque en la Escritura secuenta que Abrahán tuvo dos hijos, uno de la esclava y otro de la libre; el hijo de la esclava nació de modo natural, y el de la libre por una promesa de Dios.

Esto tiene un significado: Las dos mujeres representan dos alianzas. Agar, la que engendra hijos para la esclavitud, significa la alianza del Sinaí. El nombre de Agar significa el monte Sinaí, de Arabia, y corresponde a la Jerusalén de hoy, esclava ella y sus hijos. La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre, como dice la Escritura: «Alégrate, estéril, que no das a luz, rompe a gritar, tú que no conocías los dolores de parto, porque la abandonada tiene más hijos que la que vive con el mundo».

Y vosotros, hermanos, sois hijos por la promesa, como Isaac. Ahora bien, si entonces el que nació de modo natural perseguía al que nació por el Espíritu, lo mismo ocurre ahora. Pero, ¿qué añade la Escritura? «Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque el hijo de la esclava no compartirá la herencia con el hijo de la libre».

Resumiendo, hermanos, no somos hijos de la esclava, sino de la mujer libre.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Comentario sobre la carta a los Gálatas (37-38: PL 35, 2131-2132)

Hasta ver a Cristo formado en vosotros

Dice el Apóstol: «Sed como yo, que, siendo judío de nacimiento, mi criterio espiritual me hace tener en nada las prescripciones materiales de la ley. Ya que yo soy como vosotros, es decir, un hombre». A continuación, de un modo discreto y delicado, les recuerda su afecto, para que no lo tengan por enemigo. Les dice, en efecto: En nada me ofendisteis, como si dijera: «No penséis que mi intención sea ofenderos».

En este sentido, les dice también: Hijos míos, para que lo imiten como a padre. Otra vez me causáis dolores de parto —continúa—, hasta que Cristo tome forma en vosotros.

Esto lo dice más bien en persona de la madre Iglesia, ya que en otro lugar afirma: Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos.

Cristo toma forma, por la fe, en el hombre interior del creyente, el cual es llamado a la libertad de la gracia, es manso y humilde de corazón, y no se jacta del mérito de sus obras, que es nulo, sino que reconoce que la gracia es el principio de sus pobres méritos; a éste puede Cristo llamar su humilde hermano, lo que equivale a identificarlo consigo mismo, ya que dice: Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis. Cristo toma forma en aquel que recibe la forma de Cristo, y recibe la forma de Cristo el que vive unido a él con un amor espiritual.

El resultado de este amor es la imitación perfecta de Cristo, en la medida en que esto es posible. Quien dice que permanece en Cristo –dice san Juan– debe vivir como vivió él.

Mas como sea que los hombres son concebidos por la madre para ser formados, y luego, una vez ya formados, se les da a luz y nacen, puede sorprendernos la afirmación precedente: Otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros. A no ser que entendamos este sufrir de nuevo dolores de parto en el sentido de las angustias que le causó al Apóstol su solicitud en darlos a luz para que nacieran en Cristo; y ahora de nuevo los da a luz dolorosamente por los peligros de engaño en que los ve envueltos. Esta preocupación que le producen tales cuidados, acerca de ellos, y que él compara a los dolores de parto, se prolongará hasta que lleguen a la medida de Cristo en su plenitud, para que ya no sean llevados por todo viento de doctrina.

Por consiguiente, cuando dice: Otra vez me causáis dolores de parto, hasta que Cristo tome forma en vosotros, no se refiere al inicio de su fe, por el cual ya habían nacido, sino al robustecimiento y perfeccionamiento de la misma. En este mismo sentido, habla en otro lugar, con palabras distintas, de este parto doloroso, cuando dice: La carga de cada día, la preocupación por todas las Iglesias.


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 5, 1-25

La libertad en la vida de los creyentes

Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncida tiene el deber de observar la ley entera. Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es obra del Espíritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús, da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor.

Con lo bien que corríais, ¿quién os cortó el paso para que no siguieseis la verdad? Ese influjo no venía del que os llama. Una pizca de levadura fermenta toda la masa.

Respecto de vosotros yo confío en que el Señor hará que estéis en pleno acuerdo con esto, pero el que os alborota, sea quien sea, cargará con su sanción. Por lo que a mí toca, hermanos, si es verdad que sigo predicando la circuncisión, ¿por qué todavía me persiguen? Ea, ya está neutralizado el escándalo de la cruz. ¡Ojalá se mutilasen del todo esos que os soliviantan!

Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente.

¿Quién enferma sin que yo enferme?; ¿quién cae sin que a mí me dé fiebre?



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 5, 1-25

La libertad en la vida de los creyentes

Hermanos: Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud. Mirad lo que os digo yo, Pablo: si os circuncidáis, Cristo no os servirá de nada. Lo afirmo de nuevo: el que se circuncida tiene el deber de observar la ley entera. Los que buscáis la justificación por la ley habéis roto con Cristo, habéis caído fuera del ámbito de la gracia. Para nosotros, la esperanza de la justificación que aguardamos es obra del Espíritu, por medio de la fe, pues, en Cristo Jesús, da lo mismo estar circuncidado o no estarlo; lo único que cuenta es una fe activa en la práctica del amor.

Con lo bien que corríais, ¿quién os cortó el paso para que no siguieseis la verdad? Ese influjo no venía del que os llama. Una pizca de levadura fermenta toda la masa.

Respecto de vosotros yo confío en que el Señor hará que estéis en pleno acuerdo con esto, pero el que os alborota, sea quien sea, cargará con su sanción. Por lo que a mí toca, hermanos, si es verdad que sigo predicando la circuncisión, ¿por qué todavía me persiguen? Ea, ya está neutralizado el escándalo de la cruz. ¡Ojalá se mutilasen del todo esos que os soliviantan!

Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor. Porque toda la ley se concentra en esta frase: «Amarás al prójimo como a ti mismo». Pero, atención: que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente.

Yo os lo digo: andad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais. En cambio, si os guía el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley.

Las obras de la carne están patentes: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, envidias, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, discordias, borracheras, orgías y cosas por el estilo. Y os prevengo, como ya os previne, que los que así obran no herederán el reino de Dios.

En cambio, el fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí. Contra esto no va la ley. Y los que son de Cristo Jesús han crucificado su carne con sus pasiones y sus deseos. Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu.

SEGUNDA LECTURA

San Gregorio de Nacianzo, Sermón 7, en honor de su hermano Cesáreo (23-24: PG 35, 786-787)

Santa y piadosa es la idea de rezar por los muertos

¿Qué es el hombre para que te ocupes de él? Un gran misterio me envuelve y me penetra. Pequeño soy y, al mismo tiempo, grande, exiguo y sublime, mortal e inmortal, terreno y celeste. Con Cristo soy sepultado, y con Cristo debo resucitar; estoy llamado a ser coheredero de Cristo e hijo de Dios; llegaré incluso a ser Dios mismo.

Esto es lo que significa nuestro gran misterio; esto lo que Dios nos ha concedido, y, para que nosotros lo alcancemos, quiso hacerse hombre; quiso ser pobre, para levantar así la carne postrada y dar la incolumidad al hombre que él mismo había creado a su imagen; así todos nosotros llegamos a ser uno en Cristo, pues él ha querido que todos nosotros lleguemos a ser aquello mismo que él es con toda perfección; así entre nosotros ya no hay distinción entre hombres y mujeres, bárbaros y escitas, esclavos y libres, es decir, no queda ya ningún residuo ni discriminación de la carne, sino que brilla sólo en nosotros la imagen de Dios, por quien y para quien hemos sido creados y a cuya semejanza estamos plasmados y hechos, para que nos reconozcamos siempre como hechura suya.

¡Ojalá alcancemos un día aquello que esperamos de la gran munificencia y benignidad de nuestro Dios! El pide cosas insignificantes y promete, en cambio, grandes dones, tanto en este mundo como en el futuro, a quienes lo aman sinceramente. Sufrámoslo, pues, todo por él y aguantémoslo todo esperando en él, démosle gracias por todo (él sabe ciertamente que, con frecuencia, nuestros sufrimientos son un instrumento de salvación); encomendémosle nuestras vidas y las de aquellos que, habiendo vivido en otro tiempo con nosotros, nos han precedido ya en la morada eterna.

¡Señor y hacedor de todo, y especialmente del ser humano! ¡Dios, Padre y guía de los hombres que creaste! ¡Arbitro de la vida y de la muerte! ¡Guardián y bienhechor de nuestras almas! ¡Tú que lo realizas todo en su momento oportuno y, por tu Verbo, vas llevando a su fin todas las cosas según la sublimidad de aquella sabiduría tuya que todo lo sabe y todo lo penetra! Te pedimos que recibas ahora en tu reino a Cesáreo, que como primicia de nuestra comunidad ha ido ya hacia ti.

Dígnate también, Señor, velar por nuestra vida, mientras moramos en este mundo, y, cuando nos llegue el momento de dejarlo, haz que lleguemos a ti preparados por el temor que tuvimos de ofenderte, aunque no ciertamente poseídos de terror. No permitas, Señor, que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de ti, nos sintamos como arrancados y expulsados de este mundo, como suele acontecer con los hombres que viven entregados a los placeres de esta vida, sino que, por el contrario, alegres y bien dispuestos, lleguemos a la vida eterna y feliz, en Cristo Jesús, Señor nuestro, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Gálatas 5, 25-6, 18

Avisos sobre la caridad y el celo

Hermanos: Si vivimos por el Espíritu, marchemos tras el Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros.

Hermanos, incluso si a un individuo se le cogiera en algún desliz, vosotros, los hombres de Espíritu, recuperad a ese tal con mucha suavidad; estando tú sobre aviso, no vayas a ser tentado también tú. Arrimad todos el hombro a las cargas de los otros, que con eso cumpliréis la ley de Cristo. Por supuesto, si alguno se figura ser algo, cuando no es nada, él mismo se engaña. Cada cual examine su propia actuación, y tenga entonces motivo de satisfacción refiriéndose sólo a sí mismo, no refiriéndose al compañero, pues cada uno tendrá que cargar con su propio bulto.

Cuando uno está instruyéndose en la fe, dé al catequista parte de sus bienes.

No os engañéis, con Dios no se juega: lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembra para la carne, de ella cosechará corrupción; el que siembra para el espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna.

Por lo tanto, no nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. En una palabra: mientras tenemos ocasión, trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia de la fe.

Fijaos qué letras tan grandes, son de mi propia mano.

Esos que intentan forzaros a la circuncisión son ni más ni menos los que desean quedar bien en lo exterior; su única preocupación es que no los persigan por causa de la cruz de Cristo, porque la ley no la observan ni los mismos circuncisos; pretenden que os circuncidéis para gloriarse en vuestra carne.

Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre el Israel de Dios.

En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vuestro espíritu, hermanos. Amén.


SEGUNDA LECTURA

Gualterio de San Víctor, Sermón 3 [atribuido] sobre la triple gloria de la Cruz (Sermón 3,5.6.7.9: CCL CM 30, 252.253.254.255)

El soldado de Cristo debe renunciar a su propia voluntad

Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo. Por la gracia de Cristo, el mundo, es decir, las concupiscencias del mundo están crucificadas, mortificadas, extinguidas, de forma que no reinen en mí ni me dominen ni me arrastren en pos de sí; y yo al mundo, por los males que tolero.

Para que el mundo esté crucificado para nosotros y en nosotros, y nosotros para el mundo, el Señor nos amonesta con estas palabras: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, esto es, crucifique en sí al mundo, y cargue con su cruz, es decir, crucifíquese para el mundo. Pues lo mismo es que el mundo esté crucificado para sí que negarse a sí mismo, y tanto da estar crucificado para el mundo como cargar con la cruz. Si ya resulta difícil renunciar a nuestros planes, es decir, a los proyectos largamente acariciados, mucho más difícil es negarse a sí mismo, esto es, renunciar a la propia voluntad. Lo cual es, no obstante, necesario, si queremos seguir a Cristo. El soldado de Cristo debe, en efecto, renunciar a su propia voluntad en pro de la voluntad de otro, y no sólo debe abandonar una voluntad mala por una buena, sino incluso su propia buena voluntad por la voluntad buena del otro.

El imitador de Cristo no sólo debe abandonar la propia voluntad ante la voluntad del superior, sino ante la voluntad del igual y hasta del inferior. Renunciar a la propia voluntad ante la voluntad del mayor, ésta es la voluntad buena de Dios; posponer la propia voluntad a la voluntad del igual, ésta es la voluntad agradable de Dios; abandonar la propia voluntad en beneficio de la voluntad del menor, ésta es la voluntad perfecta de Dios.

Y cargue con su cruz, es decir, tolere lo amargo y lo duro por la justicia y la verdad. Esta es la enseñanza de Cristo: huir los placeres de la vida y vivir austeramente. Sabéis de sobra, hermanos, que, en la cítara, la cuerda se tiende flanqueada por dos listones de madera, pero para que suene bien antes debe secarse. Así también, nuestro citarista David secó en el desierto, al calor del sol, la cuerda de su carne, ayunando cuarenta días con sus cuarenta noches. Y entonces, perfectamente seca, la extendió en la cruz, la tocó con los dedos del amor, entonó un cántico de amor, moduló la voz de la compasión y prometió un acorde de misericordia, diciendo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. ¡Oh qué gran benignidad la del benignísimo Jesús, que en semejante trance tan benignamente oró por tan malignos enemigos!