DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Comienza la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-2, 12

Relaciones de Pablo con la Iglesia de Tesalónica

Pablo, Silvano y Timoteo, a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz.

Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones.

Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.

Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda. Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.

Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes. Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Sabéis muy bien, hermanos, que nuestra visita no fue inútil.

A pesar de los sufrimientos e injurias padecidos en Filipos, que ya conocéis, tuvimos valor –apoyados en nuestro Dios– para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición. Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños, sino que Dios nos ha aprobado y nos ha confiado el Evangelio, y así lo predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones. Como bien sabéis, nunca hemos tenido palabras de adulación ni codicia disimulada. Dios es testigo. No pretendimos honor de los hombres, ni de vosotros, ni de los demás, aunque, como apóstoles de Cristo, podíamos haberos hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor.

Recordad si no, hermanos, nuestros esfuerzos y fatigas; trabajando día y noche para no serle gravoso a nadie, proclamamos entre vosotros el Evangelio de Dios. Vosotros sois testigos, y Dios también, de lo real, recto e irreprochable que fue nuestro proceder con vosotros, los creyentes; sabéis perfectamente que tratamos con cada uno de vosotros personalmente, como un padre con sus hijos, animándoos con tono suave y enérgico a vivir como se merece Dios, que os ha llamado a su reino y gloria.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Tratado sobre la carta a los Filipenses (PLS 1, 617-618)

Estad siempre alegres en el Señor

Como acabáis de escuchar en la lectura de hoy, amados hermanos, la misericordia divina, para bien de nuestras almas, nos llama a los goces de la felicidad eterna mediante aquellas palabras del Apóstol: Estad siempre alegres en el Señor. Las alegrías de este mundo conducen a la tristeza eterna; en cambio, las alegrías que son' según la voluntad de Dios durarán siempre y conducirán a los goces eternos a quienes en ellas perseveren. Por ello añade el Apóstol: Os lo repito, estad alegres.

Se nos exhorta a que nuestra alegría, según Dios y según el cumplimiento de sus mandatos, se acreciente cada día más y más, pues cuanto más nos esforcemos en este mundo por vivir entregados al cumplimiento de los mandatos divinos, tanto más felices seremos en la otra vida y tanto mayor será nuestra gloria ante Dios.

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo, es decir, que vuestra santidad de vida sea patente no sólo ante Dios, sino también ante los hombres; así seréis ejemplo de modestia y sobriedad para todos los que en la tierra conviven con vosotros y vendréis a ser también como una imagen del bien obrar ante Dios y ante los hombres.

El Señor está cerca. Nada os preocupe: el Señor está siempre cerca de los que lo invocan sinceramente, es decir, de los que acuden a él con fe recta, esperanza firme y caridad perfecta; él sabe, en efecto, lo que vosotros necesitáis ya antes de que se lo pidáis; él está siempre dispuesto a venir en ayuda de las necesidades de quienes lo sirven fielmente. Por ello, no debemos preocuparnos desmesuradamente ante los males que pudieran sobrevenirnos, pues sabemos que Dios, nuestro defensor, no está lejos de nosotros, según aquello que se dice en el salmo: El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos. Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra el Señor. Si nosotros procuramos observar lo que él nos manda, él no tardará en darnos lo que prometió.

En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no sea que, afligidos por la tribulación, nuestras peticiones sean hechas –Dios no lo permita– con tristeza o estén mezcladas con murmuraciones; antes, por el contrario, oremos con paciencia y alegría, dando constantemente gracias a Dios por todo.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Tesalonicenses 2, 13–3, 13

Amistad de Pablo con los Tesalonicenses

Hermanos: No cesamos de dar gracias a Dios, porque al recibir la palabra de Dios, que os predicarnos, la acogisteis no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.

De hecho, vosotros, hermanos, resultasteis imitadores de las Iglesias de Dios residentes en Judea, en Cristo Jesús, pues vuestros propios compatriotas os han hecho sufrir exactamente como a ellos los judíos, esos que mataron al Señor Jesús y a los profetas, y nos persiguieron a nosotros; esos que no agradan a Dios y son enemigos de los hombres; esos que estorban que hablemos a los gentiles para que se salven, colmando en todo tiempo la medida de sus pecados; pero el castigo los cogerá de lleno.

Por nuestra parte, hermanos, al poco tiempo de vernos privados de vosotros, lejos con la persona, no con el corazón, redoblamos los esfuerzos para ir a veros personalmente, tan ardiente era nuestro deseo; porque nos propusimos haceros una visita –y en particular, yo, Pablo, más de una vez–, pero Satanás nos cortó el paso. Al fin y al cabo, ¿quién sino vosotros será nuestra esperanza, nuestra alegría y nuestra honrosa corona ante nuestro Señor Jesús cuando venga? Sí, nuestra gloria y alegría sois vosotros.

Por eso, no pudiendo aguantar más, preferí quedarme solo en Atenas y mandé a Timoteo, hermano nuestro y compañero en el trabajo de Dios anunciando el Evangelio de Cristo, para que afianzase y alentase vuestra fe, y ninguno titubease en las dificultades presentes, pues sabéis bien que ése es nuestro destino. Cuando estábamos con vosotros, os predecíamos ya que nos esperaban dificultades, y sabéis que así ocurrió.

Por esa razón, yo no pude aguantar más y envié a uno que se informara de cómo andaba vuestra fe, temiendo que os hubiera tentado el tentador y que nuestras fatigas hubieran resultado inútiles.

Ahora Timoteo acaba de llegar y nos ha dado buenas noticias de vuestra fe y amor mutuo, añadiendo que conserváis buen recuerdo de nosotros y que tenéis tantas ganas de vernos como nosotros de veros. En medio de todos nuestros aprietos y luchas, vosotros, con vuestra fe, nos animáis; ahora nos sentimos vivir, sabiendo que os mantenéis fieles al Señor. ¿Cómo podremos agradecérselo bastante a Dios? ¡Tanta alegría como gozamos delante de Dios por causa vuestra, cuando pedimos día y noche veros cara a cara y remediar las deficiencias de vuestra fe!

Que Dios, nuestro Padre, y nuestro Señor Jesús nos allanen el camino para ir a veros. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente, para que, cuando Jesús, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos, os presentéis santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre.
 

SEGUNDA LECTURA

San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 132 (PLS 1, 244-245)

La multitud de los creyentes
no era sino un solo corazón y una sola alma

Ved qué dulzura y qué delicia, convivir los hermanos unidos. Ciertamente, qué dulzura, qué delicia cuando los hermanos conviven unidos, porque esta convivencia es fruto de la asamblea eclesial; se los llama hermanos porque la caridad los hace concordes en un solo querer.

Leemos que, ya desde los orígenes de la predicación apostólica, se observaba esta norma tan importante: En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo. Tal, en efecto, debe ser el pueblo de Dios: todos hermanos bajo un mismo Padre, todos una sola cosa bajo un solo Espíritu, todos concurriendo unánimes a una misma casa de oración, todos miembros de un mismo cuerpo que es único.

Qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos. El salmista añade una comparación para ilustrar esta dulzura y delicia, diciendo: Es ungüento precioso en la cabeza, que baja por la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento. El ungüento con que Aarón fue ungido sacerdote estaba compuesto de substancias olorosas. Plugo a Dios que así fuese consagrado por primera vez su sacerdote; y también nuestro Señor fue ungido de manera invisible entre todos sus compañeros. Su unción no fue terrena; no fue ungido con el aceite con que eran ungidos los reyes, sino con aceite de júbilo. Y hay que tener en cuenta que, después de aquella unción, Aarón, de acuerdo con la ley, fue llamado ungido.

Del mismo modo que este ungüento, doquiera que se derrame, extingue los espíritus inmundos del corazón, así también por la unción de la caridad exhalamos para Dios la suave fragancia de la concordia, como dice el Apóstol: Somos el buen olor de Cristo. Así, del mismo modo que Dios halló su complacencia en la unción del primer sacerdote Aarón, también es una dulzura y una delicia convivir los hermanos unidos.

La unción va bajando de la cabeza a la barba. La barba es distintivo de la edad viril. Por esto, nosotros no hemos de ser niños en Cristo, a no ser únicamente en el sentido ya dicho, de que seamos niños en cuanto a la ausencia de malicia, pero no en el modo de pensar. El Apóstol llama niños a todos los infieles, en cuanto que son todavía débiles para tomar alimento sólido y necesitan de leche, como dice el mismo Apóstol: Os alimenté con leche, no con comida, porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora.



MARTES


PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Tesalolicenses 4, 1-18

Vida santa y esperanza en la resurrección

Hermanos: Por Cristo Jesús os rogamos y exhortamos: Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios; pues proceded así y seguid adelante. Ya conocéis las instrucciones que os dimos, en nombre del Señor Jesús.

Esto quiere Dios de vosotros: una vida sagrada, que os apartéis del desenfreno, que sepa cada cual controlar su propio cuerpo santa y respetuosamente, sin dejarse arrastrar por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios. Y que en este asunto nadie ofenda a su herrnano ni se aproveche con engaño, porque el Señor venga todo esto, como ya os dijimos y aseguramos. Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino sagrada. Por consiguiente, el que desprecia este mandato no desprecia a un hombre, sino a Dios, que os ha dado su Espíritu Santo.

Acerca del amor fraterno no hace falta que os escriba porque Dios mismo os ha enseñado a amaron los unos a los otros. Como ya lo hacéis con todos los hermanos de Macedonia. Hermanos, os exhortamos a seguir progresando: esforzaos por mantener la calma, ocupándoos de vuestros propios asuntos y trabajando con vuestras propias manos, como os lo tenemos mandado. Así vuestro proceder será correcto ante los de fuera y no tendréis necesidad de nadie.

Hermanos, no queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijáis como los hombres sin esperanza. Pues si creemos que Jesús ha muerto y resucitado, del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con él.

Esto es lo que os decimos como palabra del Señor: Nosotros, los que vivimos y quedamos para cuando venga el Señor, no aventajaremos a los difuntos. Pues él mismo, el Señor, cuando se dé la orden, a la voz del arcángel y al son de la trompeta divina, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que aún vivimos, seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire. Y así estaremos siempre con el Señor.

Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Homilía sobre las delicias de la vida futura (6: PG 51, 352-353)

Comportémonos de modo que, arrebatados en la nube,
estemos siempre con el Señor

Cristo había prometido la resurrección de los cuerpos, la inmortalidad, el encuentro con él en el aire, el rapto en la nube: estas realidades nos las demuestra con los hechos. ¿De qué modo? Después de muerto, resucitó, y durante cuarenta días convivió con sus discípulos para consolidar su certeza y mostrarles cómo serán nuestros cuerpos después de la resurrección.

Asimismo, el Señor, que, por la boca de Pablo, dijo: Seremos arrebatados con ellos en la nube, al encuentro del Señor, en el aire, también esto lo demostró con las obras. En efecto, después de la resurrección, estando para subir al cielo, en presencia de sus discípulos, lo vieron levantarse —dice— hasta que una nube se lo quitó de la vista. Ellos estaban con los ojos fijos en el cielo, viéndolo irse. Lo mismo ocurrirá con nuestro cuerpo: será consustancial al suyo, puesto que ambos proceden de un elemento común: cual es la cabeza, tal será el cuerpo; cual es el principio, así será el fin. Haciendo clara referencia a este tema, decía Pablo: El transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su cuerpo glorioso.

Por tanto, si es conforme al modelo, recorrerá idéntica trayectoria y se elevará igualmente en las nubes. Espera tútambién esto mismo en la resurrección. Y como hasta aquel momento el tema del reino de los cielos era un tema no demasiado claro para el auditorio, por eso, subiendo al monte, se transfiguró en presencia de sus discípulos, mostrándoles un anticipo de la gloria futura y, veladamente, como en un espejo de adivinar, les mostró cómo había de ser nuestro cuerpo futuro.

Examinadas, pues, estas realidades, instruidos por las palabras y adoctrinados por lo que han visto nuestros ojos, comportémonos, carísimos, de modo que, arrebatados en la nube, estemos siempre con el Señor, y salvados por su gracia, gocemos de los bienes futuros, que todos nosotros consigamos alcanzar en Cristo Jesús, Señor nuestro, con el cual el Padre, juntamente con el Espíritu Santo, reciba la gloria, el imperio, el honor, la adoración, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.



MIÉRCOLES

PRIMERA LECTURA

De la primera carta a los Tesalonicenses 5, 1-28

Conducta de los hijos de la luz

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar.

Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas.

Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados. Los que duermen, duermen de noche, los borrachos se emborrachan de noche; en cambio, nosotros, que pertenecemos al día, estemos despejados y armados: la fe y el amor mutuo sean nuestra coraza, la esperanza de la salvación nuestro casco. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo; él murió por nosotros, para que, despiertos o dormidos, vivamos con él. Por eso, animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis.

Os rogamos, hermanos, que apreciéis a ésos de vosotros que trabajan duro, haciéndose cargo de vosotros por el Señor y llamándoos al orden. Mostradles toda estima y amor por el trabajo que hacen. Entre vosotros tened paz.

Por favor, hermanos, llamad la atención a los ociosos, animad a los apocados, sostened a los débiles, sed pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos.

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía, sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos de toda forma de maldad.

Que el mismo Dios de la paz os consagre totalmente, y que todo vuestro espíritu, alma y cuerpo sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Hermanos, rezad también por nosotros. Saludad a todos los hermanos con el beso ritual. Os conjuro por el Señor a que leáis esta carta a todos los hermanos.

La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con vosotros.


SEGUNDA LECTURA

Diadoco de Foticé, Capítulos sobre la perfección espiritual (6.26.27.30: PG 65, 1169.1175-1176)

El discernimiento de espíritus
se adquiere por el gusto espiritual

El auténtico conocimiento consiste en discernir sin error el bien del mal; cuando esto se logra, entonces el camino de la justicia, que conduce al alma hacia Dios, sol de justicia, introduce a aquella misma alma en la luz infinita del conocimiento, de modo que, en adelante, va ya segura en pos de la caridad.

Conviene que, aun en medio de nuestras luchas, conservemos siempre la paz del espíritu, para que la mente pueda discernir los pensamientos que la asaltan, guardando en la despensa de su memoria los que son buenos y provienen de Dios, y arrojando de este almacén natural los que son malos y proceden del demonio. El mar, cuando está en calma, permite a los pescadores ver hasta el fondo del mismo y descubrir dónde se hallan los peces; en cambio, cuando está agitado, se enturbia e impide aquella visibilidad, volviendo inútiles todos los recursos de que se valen los pescadores.

Sólo el Espíritu Santo puede purificar nuestra mente; si no entra él, como el más fuerte del evangelio, para vencer al ladrón, nunca le podremos arrebatar a éste su presa. Conviene, pues, que en toda ocasión el Espíritu Santo se halle a gusto en nuestra alma pacificada, y así tendremos siempre encendida en nosotros la luz del conocimiento; si ella brilla siempre en nuestro interior, no sólo se pondrán al descubierto las influencias nefastas y tenebrosas del demonio, sino que también se debilitarán en gran manera, al ser sorprendidas por aquella luz santa y gloriosa.

Por esto dice el Apóstol: No apaguéis el Espíritu, esto es, no entristezcáis al Espíritu Santo con vuestras malas obras y pensamientos, no sea que deje de ayudaros con su luz. No es que nosotros podamos extinguir lo que hay de eterno y vivificante en el Espíritu Santo, pero sí que él contristarlo, es decir, al ocasionar este alejamiento entre él y nosotros, queda nuestra mente privada de su luz y envuelta en tinieblas.

La sensibilidad del espíritu consiste en un gusto acertado, que nos da el verdadero discernimiento. Del mismo modo que, por el sentido corporal del gusto, cuando disfrutamos de buena salud, apetecemos lo agradable, discerniendo sin error lo bueno de lo malo, así también nuestro espíritu, desde el momento en que comienza a gozar de plena salud y a prescindir de inútiles preocupaciones, se hace capaz de experimentar la abundancia de la consolación divina y de retener en su mente el recuerdo de su sabor, por obra de la caridad, para distinguir y quedarse con lo mejor, según lo que dice el Apóstol: Y ésta es mi oración: Que vuestro amor siga creciendo más y más en penetración y en sensibilidad para apreciar los valores.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Comienza la segunda carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-12

Saludo y acción de gracias

Pablo, Silvano y Timoteo a los tesalonicenses que forman la Iglesia de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesu' cristo. Os deseamos la gracia y la paz de Dios Padre y del Señor Jesucristo.

Es deber nuestro dar continuas gracias a Dios por vosotros, hermanos; y es justo, pues vuestra fe crece vigorosamente, y vuestro amor, de cada uno por todos y de todos por cada uno, sigue aumentando. Esto hace que nos mostremos orgullosos de vosotros ante las Iglesias de Dios, viendo que vuestra fe permanece constante en medio de todas las persecuciones y luchas que sostenéis.

Así se pone a la vista la justa sentencia de Dios, que pretende concederos su reino, por el cual bien que padecéis; ya que será justo a los ojos de Dios pagar con aflicción a los que os afligen y con alivio a vosotros, los afligidos, junto con nosotros, cuando el Señor Jesús se revele, viniendo del cielo con sus poderosos ángeles, en medio de un fuego llameante, para hacer justicia contra los que se niegan a reconocer a Dios y a responder al Evangelio denuestro Señor Jesús; su castigo será la ruina definitiva, lejos de la presencia del Señor y del esplendor de su fuerza, cuando venga él aquel día, para que en sus santos se manifieste su gloria, y en todos los que creyeron sus maravillas; y vosotros creísteis nuestro testimonio.

Teniendo esto presente, pedimos continuamente a nuestro Dios que os considere dignos de vuestra vocación, para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; para que así Jesús, nuestro Señor, sea glorificado en vosotros, y vosotros en él, según la gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Jerusalén, Catequesis 13 (1.3.6.23: PG 33, 771-774.779.799.802)

Que la cruz sea tu gozo también en tiempo
de persecución

Cualquier acción de Cristo es motivo de gloria para la Iglesia universal; pero el máximo motivo de gloria es la cruz. Así lo expresa con acierto Pablo, que también sabía de ello: Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo.

Fue, ciertamente, digno de admiración el hecho de que el ciego de nacimiento recobrara la vista en Siloé; pero, ¿en qué benefició esto a todos los ciegos del mundo? Fue algo grande y preternatural la resurrección de Lázaro, cuatro días después de muerto; pero este beneficio lo afectó a él únicamente, pues, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo estaban muertos por el pecado? Fue cosa admirable el que cinco panes, como una fuente inextinguible, bastaran para alimentar a cinco mil hombres; pero, ¿en qué benefició a los que en todo el mundo se hallaban atormentados por el hambre de la ignorancia? Fue maravilloso el hecho de que fuera liberada aquella mujer a la que Satanás tenía ligada por la enfermedad desde hacía dieciocho años; pero, ¿de qué nos sirvió a nosotros, que estábamos ligados con las cadenas de nuestros pecados?

En cambio, el triunfo de la cruz iluminó a todos los que padecían la ceguera del pecado, nos liberó a todos de las ataduras del pecado, redimió a todos los hombres.

Por consiguiente, no hemos de avergonzarnos de la cruz del Salvador, sino más bien gloriarnos de ella. Porque el mensaje de la cruz es escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para nosotros salvación. Para los que están en vías de perdición es necedad, mas para nosotros, que estamos en vías de salvación, es fuerza de Dios. Porque el que moría por nosotros no era un hombre cualquiera, sino el Hijo de Dios, Dios hecho hombre.

En otro tiempo, aquel cordero sacrificado por orden de Moisés alejaba al exterminador; con mucha más razón, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo nos librará del pecado. Si la sangre de una oveja irracional fue signo de salvación, ¿cuánto más salvadora no será la sangre del Unigénito?

El no perdió la vida coaccionado ni fue muerto a la fuerza, sino voluntariamente. Oye lo que dice: Soy libre para dar mi vida y libre para volverla a tomar. Tengo poder para entregar mi vida y tengo poder para recuperarla. Fue, pues, a la pasión por su libre determinación, contento con la gran obra que iba a realizar, consciente del triunfo que iba a obtener, gozoso por la salvación de los hombres; al no rechazar la cruz, daba la salvación al mundo. El que sufría no era un hombre vil, sino el Dios humanado, que luchaba por el premio de su obediencia.

Por lo tanto, que la cruz sea tu gozo no sólo en tiempo de paz; también en tiempo de persecución has de tener la misma confianza; de lo contrario, serías amigo de Jesús en tiempo de paz y enemigo suyo en tiempo de guerra. Ahora recibes el perdón de tus pecados y las gracias que te otorga la munificencia de tu rey; cuando sobrevenga la lucha, pelea denodadamente por tu rey.

Jesús, que en nada había pecado, fue crucificado por ti; y tú, ¿no te crucificarás por él, que fue clavado en la cruz por amor a ti? No eres tú quien le haces un favor a él, ya que tú has recibido primero; lo que haces es devolverle el favor, saldando la deuda que tienes con aquel que por ti fue crucificado en el Gólgota.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Tesalonicenses 2, 1-17

El día del Señor

Os rogamos, hermanos, a propósito de la venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestra reunión con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima.

Que nadie en modo alguno os desoriente. Primero tiene que llegar la apostasía y aparecer la impiedad en persona, el hombre destinado a la perdición, el que se enfrentará y se pondrá por encima de todo lo que se llama Dios o es objeto de culto, hasta instalarse en el templo de Dios, proclamándose él mismo Dios. ¿No recordáis que, estando aún con vosotros, os hablaba de esto? Sabéis lo que ahora lo frena, para que su aparición llegue a su debido tiempo. Porque esta impiedad escondida está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo frena, aparecerá el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el aliento de su boca y aniquilará con el esplendor de su venida.

La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, y con toda la seducción que la injusticia ejerce sobre los que se pierden, en pago de no haber aceptado el amor de la verdad que los habría salvado. Por eso, Dios les manda un extravío que los incita a creer a la mentira; así, todos los que no dieron fe a la verdad y aprobaron la injusticia serán llamados a juicio.

Por vosotros, en cambio, debemos dar continuas gracias a Dios, hermanos amados por el Señor, porque Dios os escogió como primicias para salvaros, consagrándoos con el Espíritu y dándoos fe en la verdad. Por eso os llamó por medio del Evangelio que predicamos, para que sea vuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que Jesucristo, nuestro Señor, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza, os consuele internamente y os dé fuerzas para toda clase de palabras y de obras buenas.

SEGUNDA LECTURA

Homilía 18 de un autor espiritual del siglo IV (7-11: PG 34, 639-642)

Llegaréis a vuestra plenitud,
según la plenitud total de Cristo

Los que han llegado a ser hijos de Dios y han sido hallados dignos de renacer de lo alto por el Espíritu Santo y poseen en sí a Cristo, que los ilumina y los crea de nuevo, son guiados por el Espíritu de varias y diversas maneras, y sus corazones son conducidos de manera invisible y suave por la acción de la gracia.

A veces lloran y se lamentan por el género humano y ruegan por él con lágrimas y llanto, encendidos de amor espiritual hacia el mismo.

Otras veces, el Espíritu Santo los inflama con una alegría y un amor tan grandes que, si pudieran, abrazarían en su corazón a todos los hombres, sin distinción de buenos o malos.

Otras veces experimentan un sentimiento de humildad que los hace rebajarse por debajo de todos los demás hombres, teniéndose a sí mismos por los más abyectos y despreciables.

Otras veces, el Espíritu les comunica un gozo inefable.

Otras veces son como un hombre valeroso que, equipado con toda la armadura regia y lanzándose al combate, pelea con valentía contra sus enemigos y los vence. Así también el hombre espiritual, tomando las armas celestiales del Espíritu, arremete contra el enemigo y lo somete bajo sus pies.

Otras veces, el alma descansa en un gran silencio, tranquilidad y paz, gozando de un excelente optimismo y bienestar espiritual y de un sosiego inefable.

Otras veces, el Espíritu le otorga una inteligencia, una sabiduría y un conocimiento inefables, superiores a todo lo que pueda hablarse o expresarse.

Otras veces no experimenta nada en especial.

De este modo, el alma es conducida por la gracia a través de varios y diversos estados, según la voluntad de Dios, que así la favorece, ejercitándola de diversas maneras, con el fin de hacerla íntegra, irreprensible y sin mancha ante el Padre celestial.

Pidamos también nosotros a Dios, y pidámoslo con gran amor y esperanza, que nos conceda la gracia celestial del don del Espíritu, para que también nosotros seamos gobernados y guiados por el mismo Espíritu, según disponga en cada momento la voluntad divina, y para que él nos reanime con su consuelo multiforme; así, con la ayuda de su dirección y ejercitación y de su moción espiritual, podremos llegar a la perfección de la plenitud de Cristo, como dice el Apóstol: Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Cristo.



SÁBADO

PRIMERA LECTURA

De la segunda carta a los Tesalonicenses 3, 1-18

Exhortaciones y consejos

Por lo demás, hermanos, rezad por nosotros, para que la palabra de Dios siga el avance glorioso que comenzó entre vosotros, y para que nos libre de los hombres perversos y malvados, porque la fe no es de todos. El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Maligno. Por el Señor, estamos seguros de que ya cumplís y seguiréis cumpliendo todo lo que os hemos enseñado. Que el Señor dirija vuestro corazón, para que améis a Dios y tengáis la constancia de Cristo.

En nombre de nuestro Señor Jesucristo os mandamos: no tratéis con los hermanos que llevan una vida ociosa y se apartan de las tradiciones que recibieron de nosotros.

Ya sabéis cómo tenéis que imitar nuestro ejemplo: no vivimos entre vosotros sin trabajar, nadie nos dio de balde el pan que comimos, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar.

Cuando vivimos con vosotros os lo mandamos: El que no trabaja, que no coma. Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a ésos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan.

Por vuestra parte, hermanos, no os canséis de hacer el bien, y si alguno no hace caso de lo que decimos en la carta, señaladlo con el dedo y hacedle el vacío, para que se avergüence. No que lo tratéis como a un enemigo, sino que le llaméis la atención como a un hermano.

Que el Señor de la paz os dé la paz siempre y en todo lugar. El Señor esté con todos vosotros.

La despedida va de mi mano, Pablo; ésta es la contraseña en toda carta; ésta es mi letra. La gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos vosotros. Amén.
 

SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 33-36)

La actividad humana

La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre, pues éste, con su actuación, no sólo transforma las cosas y la sociedad, sino que también se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Un desarrollo de este género, bien entendido, es de más alto valor que las riquezas exteriores que puedan recogerse. Más vale el hombre por lo que es que por lo que tiene.

De igual manera, todo lo que el hombre hace para conseguir una mayor justicia, una más extensa fraternidad, un orden más humano en sus relaciones sociales vale más que el progreso técnico. Porque éste puede ciertamente suministrar, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero no es capaz de hacer por sí solo que esa promoción se convierta en realidad.

De ahí que la norma de la actividad humana es la siguiente: que, según el designio y la voluntad divina, responda al auténtico bien del género humano y constituya para el hombre, individual y socialmente considerado, un enriquecimiento y realización de su entera vocación.

Sin embargo, muchos de nuestros contemporáneos parecen temer que una más estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión sea un obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades o de la ciencia. Si por autonomía de lo terreno entendemos que las cosas y las sociedades tienen sus propias leyes y su propio valor, y que el hombre debe irlas conociendo, empleando y sistematizando paulatinamente, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía, que no sólo reclaman los hombres de nuestro tiempo, sino que responde además a la voluntad del Creador. Pues, por el hecho mismo de la creación, todas las cosas están dotadas de una propia consistencia, verdad y bondad, de propias leyes y orden, que el hombre está obligado a respetar, reconociendo el método propio de cada una de las ciencias o artes.

Por esto, hay que lamentar ciertas actitudes que a veces se han manifestado entre los mismos cristianos, por no haber entendido suficientemente la legítima autonomía de la ciencia, actitudes que, por las contiendas y controversias que de ellas surgían, indujeron a muchos a pensar que existía una oposición entre la fe y la ciencia.

Pero si la expresión «autonomía de las cosas temporales» se entiende en el sentido de que la realidad creada no depende de Dios y de que el hombre puede disponer de todo sin referirlo al Creador, todo aquel que admita la existencia de Dios se dará cuenta de cuán equivocado sea este modo de pensar. La criatura, en efecto, no tiene razón de ser sin su Creador.