DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA
Del libro del Génesis 27, 1-29

Isaac bendice a Jacob

Cuando Isaac se hizo viejo y perdió la vista, llamó a su hijo mayor:

—Hijo mío.

Contestó:

—Aquí estoy.

El le dijo:

—Mira, yo soy viejo y no sé cuándo moriré. Toma tus aparejos, arco y aljaba, y sal al campo a buscarme caza; después guisas un buen plato, como sabes que me gusta, y me lo traes para que coma, pues quiero darte mi bendición antes de morir.

Rebeca escuchó la conversación de Isaac con Esaú, su hijo.

Salió Esaú al campo a cazar para su padre.

Y Rebeca dijo a su hijo Jacob:

—Acabo de oír a tu padre, que hablando con tu hermano Esaú le decía: «Tráeme caza y prepárame un guiso sabroso; comeré y después te bendeciré delante del Señor, antes de morirme». Ahora, hijo mío, escucha lo que te digo: Vete al rebaño, tráeme dos cabritos hermosos, y con ellos prepararé un guiso para tu padre, como a él le gusta. Se lo llevarás a tu padre para que coma, y así te bendecirá antes de morir.

Jacob respondió a Rebeca, su madre:

—Mira, mi hermano Esaú es velludo, y yo, en cambio, lampiño. A lo mejor al palparme mi padre descubre que soy un embustero, y me atraería maldición en vez de bendición.

Su madre le dijo:

–Yo cargo con la maldición, hijo mío. Tú obedéceme, ve y tráemelos.

El fue, cogió dos cabritos, se los trajo a su madre, y su madre preparó un guiso sabroso a gusto de su padre.

Rebeca tomó un traje de su hijo mayor, Esaú, el traje de fiesta, que tenía en el arcón, y vistió con él a Jacob, su hijo menor; con la piel de los cabritos le cubrió los brazos y la parte lisa del cuello. Y puso en manos de su hijo Jacob el guiso sabroso que había preparado y el pan.

El entró en la habitación de su padre y dijo:

—Padre.

Respondió Isaac:

—Aquí estoy; ¿quién eres, hijo mío?

Respondió Jacob a su padre:

—Soy Esaú, tu primogénito, he hecho lo que me mandaste; incorpórate, siéntate y come lo que he cazado; después me bendecirás tú.

Isaac dijo a su hijo:

—¡Qué prisa te has dado para encontrarla!

El respondió:

–El Señor, tu Dios, me la puso al alcance.

Isaac dijo a Jacob:

—Acércate, que te palpe, hijo mío, a ver si eres tú mi hijo Esaú o no.

Se acercó Jacob a su padre Isaac, y éste lo palpó, y dijo:

—La voz es la voz de Jacob, los brazos son los brazos de Esaú.

Y no lo reconoció porque sus brazos estaban peludos como los de su hermano Esaú. Y lo bendijo.

Le volvió a preguntar:

—¿Eres tú mi hijo Esaú?

Respondió Jacob:

—Yo soy.

Isaac dijo:

—Sírveme de la caza, hijo mío, que coma yo de tu caza, y así te bendeciré yo

Se la sirvió, y él comió. Le trajo vino, y bebió. Isaac le dijo:

—Acércate y bésame, hijo mío.

Se acercó y lo besó. Y al oler el aroma del traje, lo bendijo, diciendo:

—Aroma de un campo que bendijo el Señor es el aroma de mi hijo: que Dios te conceda el rocío del cielo, la fertilidad de la tierra, abundancia de trigo y vino. Que te sirvan los pueblos, y se postren ante ti las naciones. Sé señor de tus hermanos, que ellos se postren ante ti. Maldito quien te maldiga, bendito quien te bendiga.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (40-43: Funk 1, 109-115)

Los apóstoles salieron a anunciar la llegada
del reino de Dios

Siéndonos, pues, conocido todo esto y habiéndonos asomado a las profundidades del conocimiento divino, hagamos con orden todo lo que el Señor nos ha mandado hacer en los tiempos establecidos. A saber: dejó ordenado que las ofrendas y los ministerios sagrados se llevaran a cabo no a la ligera y sin orden ni concierto, sino a hora y tiempos bien determinados. Estableció incluso, con su voluntad soberana, dónde y por quiénes desea que sean celebradas, a fin de que haciéndolo todo con sensibilidad religiosa y según su beneplácito, sea aceptable a su voluntad. Así pues, quienes en los tiempos prescritos presentan sus ofrendas, ésos son aceptos a Dios y dichosos, pues que jamás yerran los que secundan los mandatos del Señor.

En efecto, al sumo sacerdote se le asignaban funciones bien precisas, los sacerdotes tenían sus propias responsabilidades, y los levitas cumplían sus servicios específicos. Los laicos debían atenerse a las normas establecidas para los laicos.

Procuremos, hermanos, participar con decoro en la acción de gracias, cada cual en su propio puesto, con conciencia recta, mirando de no incumplir las normas que regulan el propio ministerio. No en todas partes, hermanos, se ofrecen sacrificios cotidianos, votivos o de expiación por el pecado, sino únicamente en Jerusalén; y aun en Jerusalén, no en cualquier lugar, sino tan sólo en el atrio del templo, junto al altar, y una vez que el sumo sacerdote y los ministros anteriormente mencionados hubieran inspeccionado atentamente las víctimas. Los transgresores de las normas rituales, que contravienen la voluntad del Señor, son castigados con la muerte.

Ya veis, hermanos: cuanto mayor es el conocimiento que el Señor se dignó concedernos, tanto mayor es el peligro a que estamos expuestos. Los apóstoles nos predicaron el evangelio por encargo de nuestro Señor Jesucristo, Jesucristo fue enviado por Dios. Así pues, Cristo es enviado por Dios y los apóstoles fueron enviados por Cristo: ambas misiones proceden ordenadamente de la voluntad de Dios. De esta forma, recibido el encargo, con la absoluta certeza que les comunicaba la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, confirmados por la palabra de Dios, salieron a anunciar la llegada del reino de Dios con la inquebrantable confianza en el Espíritu Santo. Predicando la Palabra por países y ciudades, nombraron obispos y diáconos, para el servicio de los que iban a aceptar la fe, a aquellos de quienes les constaba, en el Espíritu, la genuina disponibilidad a la fe. Y ni siquiera esta disposición era nueva, pues muchos siglos antes la Escritura había hablado de obispos y diáconos. Leemos, en efecto, en un lugar de la Escritura: Te daré por obispos la paz, y por diáconos la justicia

Y ¿qué tiene de extraño que quienes recibieron de Dios en Cristo este encargo ordenaran a los susodichos ministros, cuando el bienaventurado Moisés –el más fiel de todos mis siervos– consignaba en los libros sagrados todo cuanto le era ordenado por Dios? Y a Moisés le imitaron los demás profetas, dando también ellos testimonio de lo que Dios había sancionado. Moisés, en efecto, habiendo estallado la rebelión a propósito del sacerdocio, y las tribus contendiesen entre sí sobre cuál de ellos debía ostentar este glorioso título, mandó a los jefes de las doce tribus que le trajesen varas y que cada uno escribiera en ellas su nombre. Habiéndolas recibido, hizo con ellas un manojo, sellólo con el sello de los jefes de las doce tribus y lo depositó ante el Señor en la tienda de la alianza. Cerró la tienda, sellando llaves y puertas, y les dijo: «Hermanos, la tribu cuya vara germine, ésa será la que Dios se elige para que ejerza el sacerdocio y realice las funciones sagradas». A la mañana siguiente convocó a todo el pueblo de Israel, seiscientos mil hombres, les mostró los sellos de los jefes de las tribus, abrió la tienda de la alianza y sacó las varas. Y se halló que la vara de Aarón no sólo había germinado, sino que había dado fruto.

¿Qué os parece, queridos? ¿Es que Moisés no sabía ya de antemano lo que iba a suceder? Ya lo creo que lo sabía; pero actuó de esta manera para que no se consolidase la rebelión y para que fuera glorificado el nombre del único verdadero Dios. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 27, 30-45

Esaú, suplantado por Jacob

Apenas terminó Isaac de bendecir a Jacob, mientras salía Jacob de la presencia de su padre, Isaac, su hermano Esaú volvía de cazar. También él preparó un guiso sabroso, y se lo llevó a su padre, y le dijo:

—Padre, incorpórate y come de la caza de tu hijo, y después me bendecirás tú.

Le preguntó Isaac, su padre:

—¿Quién eres tú?

Respondió él:

–Soy Esaú, tu hijo primogénito.

Isaac quedó presa de un terror indescriptible, y preguntó:

—Entonces, ¿quién es el que ha venido y me ha traído la caza? Yo la he comido antes que tú llegaras, lo he bendecido y quedará bendito.

Cuando oyó Esaú las palabras de su padre dio un grito atroz, y, amargado en extremo, dijo a su padre:

–Bendíceme a mí también, padre.

Dijo Isaac:

—Tu hermano ha hecho trampa y se ha llevado la bendición.

Respondió Esaú:

—Con razón se llama Jacob: ya es la segunda vez que me echa la zancadilla; primero me quitó mi privilegio de primogénito y ahora me ha quitado mi bendición.

Y añadió:

—¿No te queda otra bendición para mí?

Respondió Isaac a Esaú:

—Lo he nombrado señor tuyo y he declarado a sus hermanos siervos suyos; le he asegurado el trigo y el vino. ¿Qué puedo hacer por ti, hijo mío?

Respondió Esaú:

—¿Es que sólo tienes una bendición? Bendíceme también a mí, padre mío.

Esaú rompió a llorar a gritos. Isaac, su padre, le dijo:

—En tierra estéril, sin rocío del cielo, tendrás tu morada. Vivirás de la espada y servirás a tu hermano. Pero cuando te rebeles, sacudirás el yugo de tu cuello.

Esaú guardaba rencor a Jacob por la bendición que éste había recibido de su padre, y se decía: «Cuando llegue el luto de mi padre, mataré a mi hermano Jacob».

Le contaron a Rebeca lo que decía su hijo mayor, Esaú, y mandó llamar a Jacob, el hijo menor, y le dijo:

—Esaú, tu hermano; quiere matarte para vengarse. Por tanto, hijo mío, escúchame: huye a Jarán, a casa de Labán, mi hermano, y quédate con él una temporada hasta que se le pase la cólera a tu hermano, hasta que se le pase a tu hermano la ira contra ti y se olvide de lo que has hecho.

Después te haré traer de allí; no quiero verme privada de mis dos hijos en un solo día.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (44-45: Funk 1,115-119)

Los justos sufrieron persecución

Ya nuestros apóstoles conocieron, por nuestro Señor Jesucristo, que surgirían conflictos a propósito del nombre de obispo; por cuya causa, y previendo perfectamente el futuro, nombraron los mencionados obispos y, poco más tarde, establecieron el orden sucesorio, de modo que asumieran su ministerio otros varones probados Por consiguiente, quienes fueron nombrados por ellos y posteriormente por otros varones eximios, con el consentimiento de toda la Iglesia, que irreprochablemente sirvieron a la grey de Cristo con humildad, pacífica y desinteresadamente, y que por mucho tiempo se han granjeado el aprecio de todos: a éstos juzgamos injusto removerlos de su cargo. Cometeríamos, pues, un pecado no leve si deponemos de su puesto a los obispos que han desempeñado su cometido santa e intachablemente. Dichosos los presbíteros que nos han precedido y que obtuvieron una muerte cumplida y fructuosa: no tendrán que temer que nadie les remueva del puesto que se les ha asignado. Lo decimos porque ha llegado a nuestro conocimiento que vosotros habéis depuesto de su cargo a algunos santos varones, que lo ejercían intachable y honorablemente.

Hermanos, sois porfiados, y en lo tocante a la salvación, estáis inflamados de santa emulación. Habéis escudriñado diligentemente la Escritura santa, la verdadera, la inspirada por el Espíritu Santo. No se os oculta que en ella no hay nada injusto ni perverso. No hallaréis que los justos hayan sido rechazados por hombres santos. Los justos, es verdad, padecieron persecución, pero de parte de los inicuos; fueron encarcelados, pero por los impíos; fueron apedreados, pero por los malvados; fueron asesinados, pero por gente movida por un celo criminal e injusto. Todo esto lo soportaron con invicta paciencia.

Y ¿qué diremos, hermanos? ¿Fue Daniel arrojado al pozo de los leones por hombres temerosos de Dios? ¿O es que Ananías, Azarías y Misael fueron echados al horno encendido por quienes practicaban la magnífica y gloriosa religión del Altísimo? ¡De ninguna manera! ¿Quiénes fueron, pues, los que eso hicieron? Fueron hombres abominables y ricos de toda maldad; hombres que actuaron con tanto furor que arrojaron a los tormentos a quienes servían a Dios con pureza y santidad. Ignoraban que el Altísimo es defensor y escudo de quienes con pura conciencia adoran su santísimo nombre. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

En cambio, los que lo soportaron todo con fe y paciencia heredaron gloria y honor, fueron exaltados por Dios y escritos en el libro de su memoria por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 28, 10—29, 14

La escalinata de Jacob

Jacob salió de Berseba en dirección a Jarán.

Casualmente llegó a un lugar y se quedó allí a pernoctar porque ya se había puesto el sol. Cogió de allí mismo una piedra, se la colocó a guisa de almohada y se echó a dormir en aquel lugar. Y tuvo un sueño:

«Una escalinata, apoyada en la tierra, con la cima tocaba el cielo. Angeles de Dios subían y bajaban por ella. El Señor estaba en pie sobre ella y dijo: Yo soy el Señor, el Dios de tu padre Abrahán y el Dios de Isaac. La tierra sobre la que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Tu descendencia se multiplicará como el polvo de la tierra, y ocuparás el oriente y el occidente, el norte y el sur; y todas las naciones del mundo se llamarán benditas por causa tuya y de tu descendencia. Yo estoy contigo; yo te guardaré donde quiera que vayas, y te volveré a esta tierra y no te abandonaré hasta que cumpla lo que he prometido».

Cuando Jacob se despertó dijo:

—Realmente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía. Y, sobrecogido, añadió:

Qué terrible es este lugar: no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo.

Jacob se levantó de madrugada, tomó la piedra que le había servido de almohada, la levantó como estela y derramó aceite por encima. Y llamó a aquel lugar «Casa de Dios»; antes la ciudad se llamaba Almendrales.

Jacob hizo un voto diciendo:

Si Dios está conmigo y me guarda en el camino que estoy haciendo, si me da pan para comer y vestidos para cubrirme, si vuelvo sano y salvo a casa de mi padre, entonces el Señor será mi Dios, y esta piedra que he levantado como estela será una casa de Dios; y de todo lo que me des, te daré el diezmo.

Jacob continuó su viaje al país de los orientales. En campo abierto vio un pozo y tres rebaños de ovejas tumbadas cerca, pues los rebaños solían abrevar del pozo; la piedra que tapaba el pozo era grande, tanto que sólo cuando se reunían allí todos los pastores corrían la piedra de la boca del pozo, abrevaban los rebaños y volvían a tapar el pozo poniendo la piedra'en su sitio.

Jacob les dijo:

Hermanos, ¿de dónde sois?

Respondieron:

Somos de Jarán.

Les preguntó:

¿Conocéis a Labán, hijo de Najor?

Contestaron:

–Sí.

Les dijo:

¿Qué tal está?

Contestaron:

–Está bien; mira, su hija Raquel llega con el rebaño. El les dijo:

Todavía es pleno día y no es aún tiempo de reunir los rebaños; abrevad las ovejas y dejadlas pastar. Contestaron:

–No podemos hasta que se reúnan todos los pastores; entonces movemos la piedra, destapamos el pozo y abrevamos las ovejas.

Todavía estaba hablando, cuando llegó Raquel con las ovejas de su padre, pues era pastora. Cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán, su tío, se acercó, corrió la piedra de la boca del pozo y abrevó las ovejas de Labán, su tío; después besó a Raquel y rompió a llorar. Jacob explicó a Raquel que era pariente de su padre, hijo de Rebeca.

Ella corrió a contárselo a su padre. Cuando Labán oyó las noticias de Jacob, hijo de su hermana, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó, lo besó y lo llevó a su casa. Allí él contó a Labán todo lo sucedido.

Labán le dijo:

–Eres de mi carne y sangre.

Jacob se quedó con él un mes.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (46, 2-47, 4; 48, 1-6: Funk 1,119-123)

Busque cada uno no sólo su propio interés, sino también
el de la comunidad

Escrito está: Juntaos con los santos, porque los que se juntan con ellos se santificarán. Y otra vez, en otro lugar, dice: Con el hombre inocente serás inocente; con el elegido serás elegido, y con el perverso te pervertirás. Juntémonos, pues, con los inocentes y justos, porque ellos son elegidos de Dios. ¿A qué vienen entre vosotros contiendas y riñas, banderías, escisiones y guerras? ¿O es que no tenemos un solo Dios y un solo Cristo y un solo Espíritu de gracia que fue derramado sobre nosotros? ¿No es uno solo nuestro llamamiento en Cristo? ¿A qué fin desgarramos y despedazamos los miembros de Cristo y nos sublevamos contra nuestro propio cuerpo, llegando a tal punto de insensatez que nos olvidamos de que somos los unos miembros de los otros?

Acordaos de las palabras de Jesús, nuestro Señor. Él dijo, en efecto: ¡Ay de aquel hombre! Más le valiera no haber nacido que escandalizar a uno solo de mis escogidos. Mejor le fuera que le colgaran una piedra de molino al cuello y lo hundieran en el mar, que no extraviar a uno solo de mis escogidos. Vuestra escisión extravió a muchos, desalentó a muchos, hizo dudar a muchos, nos sumió en la tristeza a todos nosotros. Y, sin embargo, vuestra sedición es contumaz.

Tomad en vuestra mano la carta del bienaventurado Pablo, apóstol. ¿Cómo os escribió en los comienzos del Evangelio? A la verdad, divinamente inspirado, os escribió acerca de sí mismo, de Cefas y de Apolo, como quiera que ya desde entonces fomentabais las parcialidades. Mas aquella parcialidad fue menos culpable que la actual, pues al cabo os inclinabais a apóstoles acreditados por Dios y a un hombre acreditado por éstos.

Arranquemos, pues, con rapidez ese escándalo y postrémonos ante el Señor, suplicándole con lágrimas sea propicio con nosotros, nos reconcilie consigo y nos restablezca en el sagrado y puro comportamiento de nuestra fraternidad. Porque ésta es la puerta de la justicia, abierta para la vida, conforme está escrito: Abridme las puertas de la justicia, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los justos entrarán por ella. Ahora bien, siendo muchas las puertas que están abiertas, ésta es la puerta de la justicia, a saber: la que se abre en Cristo. Bienaventurados todos los que por ella entraren y enderezaren sus pasos en santidad y justicia, cumpliendo todas las cosas sin perturbación. Enhorabuena que uno tenga carisma de fe, que otro sea poderoso en explicar los conocimientos, otro sabio en el discernimiento de discursos, otro casto en su conducta. El hecho es que cuanto mayor parezca uno ser, tanto más debe humillarse y buscar no sólo su propio interés, sino también el de la comunidad.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 31, 1-18

Jacob huye de Mesopotamia

Jacob oyó que los hijos de Labán decían

—Jacob se ha llevado toda la propiedad de nuestro padre y se ha enriquecido a costa de nuestro padre.

Jacob tuvo miedo de Labán, porque ya no lo trataba como antes. El Señor dijo a Jacob:

—Vuelve a la tierra de tu padre, tu tierra nativa, y allí estaré contigo.

Entonces Jacob hizo llamar a Raquel y Lía para que vinieran al campo de los rebaños, y les dijo:

—He observado el ademán de vuestro padre, ya no me trata como antes; pero el Dios de mis padres está conmigo. Vosotras sabéis que he servido a vuestro padre con todas mis fuerzas; pero vuestro padre me ha defraudado cambiándome diez veces el salario, aunque Dios no le ha permitido perjudicarme. Pues cuando decía: «Tu salario serán los animales manchados», todo el rebaño paría crías manchadas; cuando decía: «Tu salario serán los animales rayados», todo el rebaño paría crías rayadas. Dios le ha quitado el rebaño a vuestro padre y me lo ha dado a mí. Una vez, durante el celo, vi en sueños que todos los machos que cubrían eran rayados o manchados. El ángel de Dios me llamó en sueños: «Jacob»; yo contesté: «Aquí estoy». El me dijo: «Alza la vista y fíjate; todos los animales que cubren son rayados o manchados; he visto lo que Labán está haciendo contigo. Yo soy el Dios de Betel, donde ungiste una estela y me hiciste un voto. Ahora levántate, sal de esta tierra y vúelve a tu tierra nativa».

Raquel y Lía contestaron:

—¿Nos queda algo que heredar en nuestra casa paterna? Nos trata como extranjeras después de vendernos y de comerse nuestro precio. Toda la riqueza que Dios le ha quitado a nuestro padre nuestra era y de nuestros hijos. Por tanto, haz todo lo que Dios te manda.

Jacob se levantó, puso a los hijos y a las mujeres en los camellos, y guiando todo el ganado y todas las posesiones que había adquirido en Padán Aram, se encaminó a la casa de su padre, Isaac, en tierra de Canaán.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (49-50: Punk 1, 123-125)

¿Quién será capaz de explicar el vínculo del amor divino?

El que posee el amor de Cristo que cumpla sus mandamientos. ¿Quién será capaz de explicar debidamente el vínculo que el amor divino establece? ¿Quién podrá dar cuenta de la grandeza de su hermosura? El amor nos eleva hasta unas alturas inefables. El amor nos une a Dios, el amor cubre la multitud de los pecados, el amor lo aguanta todo, lo soporta todo con paciencia; nada sórdido ni altanero hay en él; el amor no admite divisiones, no promueve discordias, sino que lo hace todo en la concordia; en el amor hallan su perfección todos los elegidos de Dios, y sin él nada es grato a Dios. En el amor nos acogió el Señor: por su amor hacia nosotros, nuestro Señor Jesucristo, cumpliendo la voluntad del Padre, dio su sangre por nosotros, su carne por nuestra carne, su vida por nuestras vidas.

Ya veis, amados hermanos, cuán grande y admirable es el amor y cómo es inenarrable su perfección. Nadie es capaz de practicarlo adecuadamente, si Dios no le otorga este don. Oremos, por tanto, e imploremos la misericordia divina, para que sepamos practicar sin tacha el amor, libres de toda parcialidad humana. Todas las generaciones anteriores, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por gracia de Dios han sido perfectos en el amor obtienen el lugar destinado a los justos y se manifestarán el día de la visita del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en los aposentos y cierra la puerta por dentro; escóndete un breve instante mientras pasa la cólera; y me acordaré del día bueno y os haré salir de vuestros sepulcros

Dichosos nosotros, amados hermanos, si cumplimos los mandatos del Señor en la concordia del amor, porque este amor nos obtendrá el perdón de los pecados. Está escrito: Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le hansepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito y en cuyo Espíritu no hay falsedad. Esta proclamación de felicidad atañe a los que, por Jesucristo nuestro Señor, han sido elegidos por Dios, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 32, 4-31

La lucha de Jacob

Jacob envió por delante mensajeros a Esaú, su hermano, al país de Seír, al campo de Edom, y les encargó:

—Así diréis a mi señor Esaú: «Esto dice tu siervo Jacob: He vivido con Labán y he estado con él hasta ahora; tengo vacas, asnos, ovejas, siervos y siervas; envío este mensaje a mi señor para alcanzar su favor».

Los mensajeros volvieron a Jacob, diciendo:

—Nos acercamos a tu hermano Esaú, y él salió a nuestro encuentro con cuatrocientos hombres.

Jacob se llenó de miedo y angustia, y dividió en dos campamentos su gente, sus posesiones, ovejas, vacas y camellos, calculando: «Si Esaú ataca un campamento y lo destroza, se salvará el otro». Y rezó: «Dios de mi padre Abrahán, Dios de mi padre Isaac, Señor, que me dijiste: Vuelve a tu tierra nativa, que allí te daré bienes, no merezco los favores ni la lealtad con que has tratado a tu siervo, pues con un bastón pasé este Jordán y ahora llevo dos caravanas; líbrame del poder de mi hermano Esaú, pues temo que venga y mate a las madres con los hijos. Tú me dijiste: Te daré bienes, haré tu descendencia como la arena innumerable de la playa».

Y pasó allí la noche. Luego, de lo que tenía a mano, escogió regalos para su hermano Esaú: doscientas cabras y veinte cabritos, doscientas ovejas y veinte carneros, treinta camellas de leche con sus crías, cuarenta vacas y diez novillos, veinte borricas y diez asnos. Y se los confió a sus criados en rebaños aparte, y les encargó:

–Id por delante, dejando un trecho entre cada rebaño. Y dio instrucciones al primero:

–Cuando te encuentre mi hermano Esaú y te pregunte: ¿De quién eres, adónde vas, para quién es eso que llevas?, responderás: Es de tu siervo Jacob, un regalo que envía a su señor Esaú; él viene detrás.

Lo mismo encargó al segundo y al tercero y a todos los que guiaban los rebaños:

–Esto diréis a Esaú cuando lo encontréis, y añadiréis: Mira, también tu siervo Jacob viene detrás de nosotros.

Pues se decía: «Me lo ganaré con los regalos que van por delante. Después me presentaré a él; quizá me reciba bien».

Los regalos pasaron delante; él se quedó aquella noche en el campamento. Todavía de noche, se levantó, tomó a las dos mujeres, las dos siervas y los once hijos y cruzó el vado de Yaboc; pasó con ellos el torrente e hizo pasar cuanto poseía. Y él se quedó solo.

Un hombre luchó con él hasta la aurora, y viendo que no le podía, le tocó la articulación del muslo y se la dejó tiesa mientras peleaba con él.

Y el hombre le dijo:

—Suéltame, que llega la aurora.

Respondió:

—No te soltaré hasta que me bendigas.

Y le preguntó:

—¿Cómo te llarnas?

Contestó:

–Jacob.

Le replicó:

—Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con dioses y con hombres y has podido.

Jacob, a su vez, preguntó:

—Dime tu nombre.

Respondió:

—¿Por qué me preguntas mi nombre?

Y le bendijo.

Jacob llamó a aquel lugar Penuel, diciendo:

—He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (51-52.54: Funk 1, 129.130)

Más le vale al hombre confesar sus caídas
que endurecer su corazón

Roguemos, pues, que nos sean perdonadas cuantas faltas y pecados hayamos cometido seducidos por cualquier aliado del adversario, y aun aquellos que han encabezado sediciones y banderías deben acogerse a nuestra común esperanza. Pues los que, en su conducta, proceden con temor y caridad prefieren sufrir ellos mismos antes que sufran los demás; prefieren que se tenga mala opinión de ellos mismos antes que sea vituperada aquella armonía y concordia que justa y bellamente nos viene de la tradición. Más le vale al hombre confesar sus caídas que endurecer su corazón, como se endureció el corazón de los que acaudillaron la rebelión contra Moisés, el siervo del Señor. Su condenación fue manifiesta, pues bajaron vivos al abismo, y la muerte es su pastor.

El Faraón con todo su ejército y todos los prefectos de Egipto, los carros y sus aurigas, todos quedaron sumergidos en el Mar Rojo y perecieron precisamente porque sus insensatos corazones se habían endurecido no obstante la abundancia de prodigios y milagros que Dios les mostró por mano de Moisés, su siervo.

Hermanos, nada en absoluto necesita el que es Dueño de todas las cosas; nada desea de nadie si no es el sacrificio de nuestra confesión. Dice, en efecto, David, el elegido: Alabaré el nombre de Dios con cantos, y le agradará más que un toro, más que un novillo con cuernos y pezuñas. Y de nuevo dice: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo, e invócame el día del peligro: yo te libraré, y tú me darás gloria. Pues mi sacrificio es un espíritu quebrantado.

Ahora bien, ¿hay entre vosotros alguien que sea generoso?, ¿alguien que sea compasivo?, ¿hay alguno que se sienta lleno de caridad? Pues diga: «Si por mi causa vino la sedición, contienda o escisiones, yo me retiro y voy a donde queráis, y estoy pronto a cumplir lo que la comunidad ordenare, con tal de que el rebaño de Cristo se mantenga en paz con sus ancianos establecidos». El que esto hiciere se adquirirá una grande gloria en Cristo, y todo lugar lo recibirá, pues del Señor es la tierra y cuanto la llena. Así han obrado y así seguirán actuando quienes han llevado un comportamiento digno de Dios, del cual no cabe jamás arrepentirse.



VIERNES

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 35, 1-29

Últimos años de Jacob

Dios dijo a Jacob:

—Anda, sube a Betel, haz allí un altar al Dios que se te apareció cuando huías de tu hermano Esaú.

Jacob dijo a toda su familia y a toda su gente:

—Retirad los dioses extranjeros que tengáis, purificaos y cambiad de ropa; vamos a subir a Betel, donde haré un altar al Dios que me escuchó en el peligro y me acompañó en mi viaje.

Ellos entregaron a Jacob los dioses extranjeros que tenían y los pendientes que llevaban. Jacob los enterró bajo la encina que hay junto a Siquén. Durante su marcha caía el terror de Dios sobre las ciudades de la comarca y no persiguieron a los hijos de Jacob. Jacob, con toda su gente, llegó a Almendral, en tierra de Canaán, que hoy es Betel; levantó allí un altar y llamó al lugar Betel, porque allí se le había revelado Dios, mientras huía de su hermano.

Débora, nodriza de Rebeca, murió y la enterraron junto a Betel, bajo la encina, a la que llamaron Encina del llanto.

Al volver de Padán Aram, Dios se le apareció de nuevo a Jacob, y lo bendijo:

–Tu nombre es Jacob, pero ya no será Jacob; tu nombre será Israel.

Y le puso el nombre de Israel.

Dios añadió:

—Yo soy Dios Todopoderoso, crece, multiplícate: un pueblo, un grupo de pueblos nacerá de ti y saldrán reyes de tus entrañas. La tierra que di a Abrahán y a Isaac te la doy a ti, y a tus descendientes les daré esa misma tierra.

Dios se separó del lugar donde había hablado con él. Jacob erigió una estela de piedra en el lugar donde había hablado con Dios, derramó sobre ella una libación y la ungió con aceite. Y al lugar donde había hablado con Dios lo llamó Betel.

Después se marchó de Betel, y cuando faltaba un buen trecho para llegar a Efrata, Raquel sintió los dolores del parto; y cuando le apretaban los dolores, la comadrona le dijo:

No tengas miedo, que tienes un niño.

Estando para expirar, lo llamó Hijo Siniestro, y su padre lo llamó Hijo Diestro (Benjamín).

Murió Raquel y la enterraron en el camino de Efrata, hoy Belén, y Jacob erigió una estela sobre el sepulcro, que es hasta hoy la estela del sepulcro de Raquel.

Israel se marchó de allí y acampó al otro lado de Torre del Rebaño.

Mientras vivía Israel en aquella tierra, Rubén fue y se acostó con Bilha, concubina de su padre; Israel se enteró (y se disgustó mucho).

Los hijos de Jacob fueron doce. Hijos de Lía: Rubén, primogénito de Jacob, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José y Benjamín. Hijos de Bilha, la sierva de Raquel: Dan y Neftalí. Hijos de Zilpa, la sierva de Lía: Gad y Aser. Estos son los hijos de Jacob nacidos en Padán Aram.

Jacob volvió a casa de Isaac, su padre, a Mambré, en Villa Arba, hoy Hebrón, donde había residido Abrahán e Isaac. Isaac vivió ciento ochenta años; expiró, murió y se reunió con los suyos, anciano y colmado de años, y lo enterraron Esaú y Jacob, sus hijos.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (56, 1-2.16; 57, 1-2; 58,1-2: Funk 1, 131-135)

Obedezcamos a su nombre santísimo y glorioso

Oremos, pues, también nosotros por quienes hubieran incurrido en algún fallo, para que se les conceda la docilidad y la humildad necesarias para someterse, no a nosotros, sino a la voluntad de Dios. De esta manera, el recuerdo misericordioso que de ellos hacemos ante Dios y sus santos, les será provechoso y perfecto. Aceptemos, queridos, la corrección, que nadie debe tomar a mal. Las advertencias que mutuamente nos hacemos unos a otros son buenas y sobremanera provechosas, pues nos unen a la voluntad de Dios. Ya veis, hermanos, qué gran favor es ser corregidos por el Señor; pues como Padre bueno que es, nos castiga para que, mediante su piadosa corrección, consigamos su misericordia.

Así pues, los que habéis sido los responsables de la sedición, someteos obedientemente a vuestros ancianos y recibid la corrección con espíritu de penitencia, doblando las rodillas de vuestro corazón. Aprended la sumisión, deponiendo la arrogancia jactanciosa y altanera de vuestro lenguaje, pues os tiene más cuenta ser pequeños y considerados en el rebaño de Cristo que, por un puntillo de pundonor, ser excluidos de su esperanza.

Obedezcamos, pues, a su nombre santísimo y glorioso, evitando de este modo las amenazas que la Sabiduría profiere contra los desobedientes. Así habitaremos confiadamente a la sombra del dulcísimo nombre de su majestad.

Aceptad nuestro consejo, que no os pesará. Porque tan cierto como que vive Dios y vive nuestro Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, fe y esperanza de los elegidos, que todo el que cumpliere prontamente y en asidua humildad y justicia los mandatos y preceptos propuestos por Dios, será seleccionado y contado en el número de los que se salvan por Jesucristo, por medio del cual se le da a Dios la gloria por los siglos de los siglos.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 37, 2-4.12-36

José, vendido por sus hermanos

Sigue la historia de Jacob.

José tenía diecisiete años y pastoreaba el rebaño con sus hermanos; ayudaba a los hijos de Bilha y Zilpa, mujeres de su padre, y un día trajo a su padre malos informes acerca de sus hermanos. Israel amaba a José más que a todos los demás hijos, por ser él el hijo de la ancianidad. Le había hecho una túnica larga. Vieron sus hermanos cómo le prefería su padre a todos ellos y le aborrecieron hasta el punto de no poder siquiera saludarle.

Sus hermanos trashumaron a Siquén con los rebaños de su padre.

Israel dijo a José:

Tus hermanos deben estar con los rebaños en Siquén; ven, que te voy a mandar adonde están ellos.

José le contestó:

—Aquí me tienes.

Su padre le dijo:

—Ve a ver cómo están tus hermanos y el ganado, y tráeme noticias.

Y lo envió desde el valle de Hebrón, y José se fue hacia Siquén.

Un hombre lo encontró dando vueltas por el campo, y le preguntó:

—¿Qué buscas?

Contestó José:

—Busco a mis hermanos; por favor, dime dónde están pastoreando.

El hombre respondió:

—Se han marchado de aquí, y les he oído decir que iban hacia Dotán.

José fue detrás de sus hermanos y los encontró en Dotán. Ellos le vieron de lejos y, antes de que se les acercara, conspiraron contra él para matarle, y se decían mutuamente:

Por ahí viene el soñador. Ahora, pues, venid, matémosle y echémosle en un pozo cualquiera y diremos que algún animal feroz lo devoró. Veremos entonces en qué paran sus sueños.

Rubén trató de librarlo de sus manos y les dijo:

–No le quitemos la vida. (Deseaba devolverlo a su padre). Y añadió:

Arrojadlo a un pozo, pero no le hagáis daño.

Cuando llegó José, sus hermanos lo despojaron de la túnica y lo arrojaron a un pozo sin agua. Estaban comiendo, cuando vieron a lo lejos una caravana de ismaelitas, que venían de Galaad, con los camellos cargados de especias —tragacanto, resina de lentisco y láudano— e iban a Egipto. Judá dijo entonces a sus hermanos:

¿Qué ganamos con matar a nuestro hermano y ocultar su sangre? Vendámoslo a los ismaelitas y no pongamos en él las manos; al cabo, hermano nuestro y carne nuestra es

Al llegar los mercaderes sacaron a José del pozo y se lo vendieron por veinte monedas de plata. Y los mercaderes llevaron a José a Egipto.

Entre tanto, Rubén volvió al pozo, y al ver que José no estaba allí, se rasgó las vestiduras; volvió a sus hermanos y les dijo:

–El muchacho no está, ¿adónde voy yo ahora?

Ellos cogieron la túnica de José, degollaron un cabrito y empapando en sangre la túnica se la enviaron a su padre con este recado: Esto hemos encontrado, mira a ver si es la túnica de tu hijo o no. El, al reconocerla, dijo:

–Es la túnica de mi hijo; una fiera lo ha devorado, ha descuartizado a José.

Jacob rasgó su manto, se ciñó un sayal e hizo luto por su hijo muchos días. Todos sus hijos e hijas intentaron consolarlo, pero él rehusó el consuelo, diciendo:

De luto por mi hijo bajaré a la tumba.

Y su padre lloró.

Entre tanto, los madianitas lo vendieron en Egipto a Putifar, ministro y jefe de la guardia del Faraón.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (59, 1–60,4; 61, 3: Funk 1, 135-137)

La oración de los fieles

Si alguno no obedeciera a lo que el Señor mismo os ha dicho por mediación nuestra, sepa que incurrirá en culpa y correrá un peligro realmente grave. En cuanto a nosotros, seremos inocentes de tal pecado, y no cesaremos de pedir y de rogar para que el Artífice de todas las cosas conserve íntegro en todo el mundo el número de sus elegidos, por mediación de su amado siervo Jesucristo, por quien nos llamó de las tinieblas a la luz, de la ignorancia al conocimiento de la gloria de su nombre.

Haz que esperemos en tu nombre, tú que eres el origen de todo lo creado; abre los ojos de nuestro corazón, para que te conozcamos a ti, el solo altísimo en las alturas, el santo que reposa entre los santos; que terminas con la soberbia de los insolentes, que deshaces los planes de las naciones, que ensalzas a los humildes y humillas a los soberbios, que das la pobreza y la riqueza, que das la muerte, la salvación y la vida, el solo bienhechor de los espíritus y Dios de toda carne; que sondeas los abismos, que ves todas nuestras acciones, que eres ayuda de los que están en peligro, que eres salvador de los desesperados, que has creado todo ser viviente y velas sobre ellos; tú que multiplicas las naciones sobre la tierra y eliges de entre ellas a los que te aman por Jesucristo, tu Hijo amado, por quien nos has instruido, santificado y honrado.

Te pedimos, Señor, que seas nuestra ayuda y defensa. Libra a aquellos de entre nosotros que se hallan en tribulación, compadécete de los humildes, levanta a los caídos, socorre a los necesitados, cura a los enfermos, haz volver a los miembros de tu pueblo que se han desviado; da alimento a los que padecen hambre, libertad a nuestros cautivos, fortaleza a los débiles, consuelo a los pusilánimes; que todos los pueblos de la tierra sepan que tú eres Dios y no hay otro, que Jesucristo es tu siervo, y que nosotros somos tu pueblo, el rebaño que tú guías.

Tú has dado a conocer la ordenación perenne del mundo, por medio de las fuerzas que obran en él; tú, Señor, pusiste los cimientos de la tierra, tú eres fiel por todas las generaciones, justo en tus juicios, admirable por tu fuerza y magnificencia, sabio en la creación y providente en el gobierno de las cosas creadas, bueno en estos dones visibles y fiel para los que en ti confían, benigno y misericordioso; perdona nuestras iniquidades e injusticias, nuestros pecados y delitos.

No tomes en cuenta todos los pecados de tus siervos y siervas, antes purifícanos en tu verdad y asegura nuestros pasos, para que caminemos en la piedad, la justicia y la rectitud de corazón, y hagamos lo que es bueno y aceptable ante ti y ante los que nos gobiernan.

Más aún, Señor, ilumina tu rostro sobre nosotros, para que gocemos del bienestar en la paz, para que seamos protegidos con tu mano poderosa, y tu brazo extendido nos libre del pecado y de todos los que nos aborrecen sin motivo.

Da la concordia y la paz a nosotros y a todos los habitantes del mundo, como la diste a nuestros padres, que piadosamente te invocaron con fe y con verdad, pues obedecemos a tu nombre omnipotente y santísimo, así como a nuestros príncipes y gobernantes de la tierra.

Tú, Señor, les has dado la regia potestad por tu fuerza magnífica e inenarrable, para que conociendo la gloria y el honor que tú les otorgaste, nos sometamos a ellos sin oponernos a tu voluntad. Dales, Señor, la salud, la paz, la concordia, la firmeza, para que sin tropiezo ejerzan la potestad que les concediste. Porque tú, Señor, celeste rey de los siglos, das a los hombres gloria, honor y potestad sobre las cosas de la tierra. Guía, Señor, su consejo según lo que a ti te parece bien, a fin de que administrando piadosamente, en paz y en mansedumbre, la potestad que les has conferido, te tengan propicio.

A ti, el único que puede concedernos estos bienes y muchos más, te ofrecemos nuestra alabanza por Jesucristo, pontífice y abogado de nuestras almas, por quien sea a ti la gloria y la majestad, ahora y por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.