DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 18, 1-33

Promesa del nacimiento de Isaac e intercesión de Abrahán
en favor de Sodoma

El Señor se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, mientras él estaba sentado a la puerta de la tienda, porque hacía calor. Alzó la vista y vio tres hombres en pie frente a él. Al verlos, corrió a su encuentro desde la puerta de la tienda y se prosternó en tierra, diciendo:

—Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo. Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un pedazo de pan para que cobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a vuestro siervo.

Contestaron:

—Bien, haz lo que dices.

Abrahán entró corriendo en la tienda donde estaba Sara y le dijo:

—Aprisa, tres cuartillos de flor de harina, amásalos y haz una hogaza.

El corrió a la vacada, escogió un ternero hermoso y se lo dio a un criado para que lo guisase en seguida. Tomó también cuajada, leche y el ternero guisado, y se lo sirvió. Mientras él estaba en pie bajo el árbol, ellos comieron.

Después le dijeron:

—¿Dónde está Sara, tu mujer?

Contestó:

—Aquí, en la tienda.

Añadió uno:

—Cuando vuelva a verte, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

Sara lo oyó, detrás de la entrada de la tienda. (Abrahán y Sara eran ancianos, de edad muy avanzada, y Sara ya no tenía sus períodos). Y Sara se rió por lo bajo, pensando:

«Cuando ya estoy seca, ¿voy a tener placer, con un marido tan viejo?».

Pero el Señor dijo a Abrahán:

¿Por qué se ha reído Sara, diciendo: «¿De verdad que voy a tener un hijo, ya tan vieja?». ¿Hay algo difícil para Dios? Cuando vuelva a visitarte por esta época, dentro del tiempo de costumbre, Sara habrá tenido un hijo.

Pero Sara, que estaba asustada, lo negó.

–No me he reído.

El replicó:

No lo niegues, te has reído.

Los hombres se levantaron y miraron hacia Sodoma; Abrahán los acompañaba para despedirlos. El Señor pensó:

«¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer? Abrahán se convertirá en un pueblo grande y numeroso; con su nombre se bendecirán todos los pueblos de la tierra; lo he escogido para que instruya a sus hijos, su casa y sus sucesores, para mantenerse en el camino del Señor haciendo justicia y derecho; y así cumplirá el Señor a Abrahán lo que le ha prometido».

El Señor dijo:

La acusación contra Sodoma y Gomorra es fuerte y su pecado es grave: voy a bajar, a ver si realmente sus acciones responden a la acusación; y si no, lo sabré.

Los hombres se volvieron y se dirigieron a Sodoma, mientras el Señor seguía en compañía de Abrahán.

Entonces Abrahán se acercó y dijo a Dios:

¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti tal cosa! Matar al inocente con el culpable, de modo que la suerte del inocente sea como la del culpable, ¡lejos de ti! El juez de todo el mundo, ¿no hará justicia?

El Señor contestó:

—Si encuentro en la ciudad de Sodoma cincuenta inocentes, perdonaré a toda la ciudad en atención a ellos. Abrahán respondió:

Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?

Respondió el Señor:

—No la destruiré, si es que encuentro allí cuarenta y cinco.

Abrahán insistió:

Quizá no se encuentren más que cuarenta.

El Señor respondió:

En atención a los cuarenta no lo haré.

Abrahán siguió hablando:

–Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran treinta?

Contestó el Señor:

No lo haré si encuentro allí treinta.

Insistió Abrahán:

Me he atrevido a hablar a mi Señor. ¿Y si se encuentran sólo veinte?

Respondió el Señor:

En atención a los veinte no la destruiré.

Abrahán continuó:

Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más. ¿Y si se encuentran diez?

Contestó el Señor:

En atención a los diez no la destruiré.

Cuando terminó de hablar con Abrahán, el Señor se fue, y Abrahán volvió a su puesto.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (18-20: Funk 1, 85-89)

El Señor del universo ha querido que reinara la paz
y la concordia

¿Y qué diremos de David, tan espléndidamente acreditado por Dios? Dios habló de él en estos términos:

Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón; lo he ungido con óleo sagrado. Pero también él le dice a Dios: Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa.

Así pues, la humildad y sumisión obediencial de tantos y tales varones, que consiguieron de Dios un tan brillante testimonio, no sólo nos ha hecho mejores a nosotros, sino asimismo a las precedentes generaciones, y a todos cuantos, con temor y verdad, acogieron sus palabras. Habiendo, pues, participado de tantos, tan gloriosos e ilustres hechos, emprendamos nuevamente la carrera hacia la meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y no perdamos de vista al que es Padre y Creador de todo el mundo, y tengamos puesta nuestra esperanza en la munificencia y exuberancia del don de la paz que nos ofrece. Contemplémoslo con nuestra mente y pongamos los ojos de nuestra alma en la magnitud de sus designios, sopesando cuán bueno se muestra él para con todas sus criaturas.

Los astros del firmamento obedecen en sus movimientos, con exactitud y orden, las reglas de él recibidas; el día y la noche van haciendo su camino, tal como él lo ha determinado, sin que jamás un día irrumpa sobre otro. El sol, la luna y el coro de los astros siguen las órbitas que él les ha señalado en armonía y sin transgresión alguna. La tierra fecunda, sometiéndose a sus decretos, ofrece, según el orden de las estaciones, la subsistencia tanto a los hombres como a los animales y a todos los seres vivientes que la habitan, sin que jamás desobedezca el orden que Dios le ha fijado.

Los abismos profundos e insondables y las regiones más inescrutables obedecen también a sus leyes. La inmensidad del mar, colocada en la concavidad donde Dios la puso, nunca traspasa los límites que le fueron impuestos, sino que en todo se atiene a lo que él le ha mandado. Pues al mar le dijo el Señor: Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas. Los océanos, que el hombre no puede penetrar, y aquellos otros mundos que están por encima de nosotros obedecen también a las ordenaciones del Señor.

Las diversas estaciones del año, primavera, verano, otoño e invierno, van sucediéndose en orden, una tras otra. El ímpetu de los vientos irrumpe en su propio momento y realiza así su finalidad sin desobedecer nunca; las fuentes, que nunca se olvidan de manar y que Dios creó para el bienestar y la salud de los hombres, hacen brotar siempre de sus pechos el agua necesaria para la vida de los hombres; y aun los más pequeños de los animales, uniéndose en paz y concordia, van reproduciéndose y multiplicando su prole.

Así, en toda la creación, el Dueño y soberano Creador del universo ha querido que reinara la paz y la concordia, pues él desea el bien de todas sus criaturas y se muestra siempre magnánimo y generoso con todos los que recurrimos a su misericordia, por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.


EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 19, 1-17.23-29

La destrucción de Sodoma

Los dos ángeles llegaron a Sodoma por la tarde. Lot, que estaba sentado a la puerta de la ciudad, al verlos, se levantó a recibirlos y se prosternó rostro a tierra. Y dijo:

–Señores míos, pasad a hospedaros a casa de vuestro siervo. Lavaos los pies y por la mañana seguiréis vuestro camino.

Contestaron:

—No; pasaremos la noche en la plaza.

Pero él insistió tanto, que pasaron y entraron en su casa. Les preparó comida, coció panes y ellos comieron. Aún no se habían acostado, cuando los hombres de la ciudad rodearon la casa: jóvenes y viejos, y toda la población hasta el último, Y le gritaban a Lot:

–¿Dónde están los hombres que han entrado en tu casa esta noche? Sácalos para que nos acostemos con ellos.

Lot se asomó a la entrada, cerrando la puerta al salir, y les dijo:

–Hermanos míos, no seáis malvados. Mirad, tengo dos hijas que no han tenido que ver con hombres; os las sacaré para que las tratéis como queráis, pero no hagáis nada a esos hombres que se han cobijado bajo mi techo.

Contestaron:

—Quítate de ahí; este individuo ha venido como inmigrante y ahora se mete a juez. Pues ahora te trataremos a ti peor que a ellos.

Y empujaban a Lot intentando forzar la puerta. Pero los visitantes alargaron el brazo, metieron a Lot en casa y cerraron la puerta. Y a los que estaban a la puerta, pequeños y grandes, los cegaron, de modo que no daban con la puerta.

Los visitantes dijeron a Lot:

Si hay alguien más de los tuyos, yernos, hijos, hijas, a todos los tuyos de la ciudad sácalos de este lugar. Pues vamos a destruir este lugar, porque la acusación presentada al Señor contra él es muy seria, y el Señor nos ha enviado para destruirlo.

Lot salió a decirles a sus yernos –prometidos a sus hijas–:

Vamos, salid de este lugar, que el Señor va a destruir la ciudad.

Pero ellos se lo tomaron a broma. Al amanecer, los ángeles urgieron a Lot:

–Vamos, toma a tu mujer y a tus dos hijas que están aquí, para que no perezcan por culpa de Sodoma.

Y como no se decidía, les agarraron de la mano a él, a su mujer y a las dos hijas –el Señor los perdonaba–, los sacaron fuera y le dijeron:

–Ponte a salvo; no mires atrás. No te detengas en la vega; ponte a salvo en los montes, para no perecer. Salía el sol cuando Lot llegó a Zoar.

El Señor hizo llover sobre Sodoma y Gomorra azufre y fuego desde el cielo. Arrasó aquellas ciudades y toda la vega; los habitantes de las ciudades y la hierba del campo.

La mujer de Lot miró atrás, y se convirtió en estatua de sal.

Abrahán madrugó y se dirigió al sitio donde había estado delante del Señor. Miró en dirección de Sodoma y Gomorra, toda la extensión de la vega, y vio humo que subía del suelo, como humo de horno.

Cuando el Señor destruyó las ciudades de la vega, se acordó de Abrahán y sacó a Lot de la catástrofe, al arrasar las ciudades en que había vivido Lot.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (21, 1—22, 5; 23, 1-2: Funk 1, 89-93)

No nos apartamos nunca de la voluntad de Dios

Vigilad, amadísimos, no sea que los innumerables beneficios de Dios se conviertan para nosotros en motivo de condenación, por no tener una conducta digna de Dios y por no realizar siempre en mutua concordia lo que le agrada. En efecto, dice la Escritura: El Espíritu del Señor es lámpara que sondea lo íntimo de las entrañas.

Consideremos cuán cerca está de nosotros y cómo no se le oculta ninguno de nuestros pensamientos ni de nuestras palabras. Justo es, por tanto, que no nos apartemos nunca de su voluntad. Vale más que ofendamos a hombres necios e insensatos, soberbios y engreídos en su hablar, que no a Dios.

Veneremos al Señor Jesús, cuya sangre fue derramada por nosotros; respetemos a los que dirigen nuestras comunidades, honremos a nuestros presbíteros, eduquemos a nuestros hijos en el temor de Dios, encaminemos a nuestras esposas por el camino del bien. Que ellas sean dignas de todo elogio por el encanto de su castidad, que brillen por la sinceridad y por su inclinación a la dulzura, que la discreción de sus palabras manifieste a todos su recato, que su caridad hacia todos sea patente a cuantos temen a Dios, y que no hagan acepción alguna de personas.

Que vuestros hijos sean educados según Cristo, que aprendan el gran valor que tiene ante Dios la humildad y lo mucho que aprecia Dios el amor casto, que comprendan cuán grande sea y cuán hermoso el temor de Dios y cómo es capaz de salvar a los que se dejan guiar por él, con toda pureza de conciencia. Porque el Señor es escudriñador de nuestros pensamientos y de nuestros deseos, y su Espíritu está en nosotros, pero cuando él quiere nos lo puede retirar.

Todo esto nos lo confirma nuestra fe cristiana, pues el mismo Cristo es quien nos invita, por medio del Espíritu Santo, con estas palabras: Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor. ¿Hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella.

El Padre de todo consuelo y de todo amor tiene entrañas de misericordia para con todos los que lo temen y, en su entrañable condescendencia, reparte sus dones a cuantos a él se acercan con un corazón sin doblez. Por eso, huyamos de la duplicidad de ánimo, y que nuestra alma no se enorgullezca nunca al verse honrada con la abundancia y riqueza de los dones del Señor.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 21, 1-21

Nacimiento de Isaac

El Señor se fijó en Sara, como había dicho. El Señor cumplió a Sara lo que le había prometido. Ella concibió, le dio un hijo al viejo Abrahán en el tiempo que había dicho Dios. Abrahán llamó Isaac al hijo que le había nacido, que le había dado Sara. Abrahán circuncidó a su hijo Isaac al octavo día, como le había mandado Dios. Tenía cien años Abrahán cuando le nació su hijo Isaac. Sara le dijo:

–Dios me ha hecho bailar de alegría, y el que se entere bailará conmigo.

Y añadió:

–¡Quién le habría dicho a Abrahán que Sara iba a criar hijos! Y, sin embargo, le he dado un hijo en su vejez.

El chico creció y lo destetaron. Y Abrahán dio un gran banquete el día que destetaron a Isaac.

Pero Sara vio que el hijo de Hagar, la egipcia, y de Abrahán jugaba con Isaac; y dijo a Abrahán:

Expulsa a esa criada y a su hijo; porque el hijo de esa criada no va a repartir la herencia con mi hijo Isaac.

Abrahán se llevó un disgusto, pues era hijo suyo. Pero Dios dijo a Abrahán:

No te aflijas por el muchacho y la criada: haz todo lo que dice Sara, porque Isaac es quien continúa tu descendencia. También al hijo de la criada lo convertiré en un gran pueblo; pues es descendiente tuyo.

Abrahán madrugó, tomó pan y un odre de agua, se lo cargó a hombros de Hagar y la despidió con el muchacho. Ella marchó y fue vagando por el desierto de Berseba. Cuando se le acabó el agua del odre, colocó al niño debajo de unas matas; se apartó y se sentó a solas, a la distanció de un tiro de arco. Pues se decía: «No puedo ver morir a mi hijo». Y se sentó aparte. El niño rompió a llorar. Dios oyó la voz del niño y el ángel de Dios llamó a Hagar desde el cielo, y le dijo:

¿Qué te pasa, Hagar? No temas; porque Dios ha oído la voz del chico, allí donde está. Levántate, toma al niño y agárrale fuerte de la mano, porque haré que sea un pueblo grande.

Dios le abrió los ojos, y divisó un pozo de agua; fue allá, llenó el odre y dio de beber al muchacho. Dios estaba con el muchacho, que creció, habitó en el desierto y se hizo un experto arquero; vivió en el desierto de Farán, y su madre le buscó una mujer egipcia.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (24, 1-5; 27, 1—29, 1)

Dios es fiel en sus promesas

Consideremos, amadísimos hermanos, cómo Dios no cesa de alentarnos con la esperanza de una futura resurrección, de la que nos ha dado ya las primicias al resucitar de entre los muertos al Señor Jesucristo. Estemos atentos, amados hermanos, al mismo proceso natural de la resurrección que contemplamos todos los días: el día y la noche ponen ya ante nuestros ojos como una imagen de la resurrección: la noche se duerme, el día se levanta; el día termina, la noche lo sigue. Pensemos también en nuestras cosechas: ¿qué es la semilla y cómo la obtenemos? Sale el sembrador y arroja en tierra unos granos de simiente, y lo que cae en tierra, seco y desnudo, se descompone; pero luego, de su misma descomposición, el Dueño de todo, en su divina providencia, lo resucita, y de un solo grano saca muchos, y cada uno de ellos lleva su fruto.

Tengamos, pues, esta misma esperanza y unamos con ella nuestras almas a aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. Quien nos prohibió mentir, ciertamente no mentirá, pues nada es imposible para Dios, fuera de la mentira. Reavivemos, pues, nuestra fe en él y creamos que todo está, de verdad, en sus manos.

Con una palabra suya creó el universo, y con una palabra lo podría también aniquilar. ¿ Quién puede decirle: «qué has hecho»? O ¿quién puede resistir la fuerza de su brazo? El lo hace todo cuando quiere y como quiere, y nada dejará de cumplirse de cuanto él ha decretado. Todo está presente ante él, y nada se opone a su querer, pues el cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra; sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón.

Siendo, pues, así que todo está presente ante él y que él todo lo contempla, tengamos temor de ofenderlo y apartémonos de todo deseo impuro de malas acciones, a fin de que su misericordia nos defienda en el día del juicio. Porque ¿quién de nosotros podría huir de su poderosa mano? ¿Qué mundo podría acoger a un desertor de

Dios? Dice, en efecto, en cierto lugar, la Escritura: ¿Adónde iré lejos de tu aliento, adónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro. ¿En qué lugar, pues, podría alguien refugiarse para escapar de aquel que lo envuelve todo?

Acerquémonos, por tanto, al Señor con un alma santificada, levantando hacia él nuestras manos puras e incontaminadas; amenos con todas nuestras fuerzas al que es nuestro Padre, amante y misericordioso, y que ha hecho de nosotros su pueblo de elección.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 22,1-19

Sacrificio de Isaac

Después de estos sucesos, Dios puso a prueba a Abrahán llamándolo:

¡Abrahán!

El respondió:

–Aquí me tienes.

Dios le dijo:

–Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio en uno de los montes que yo te indicaré.

Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el sacrificio y se encaminó al lugar que le había indicado Dios. Al tercer día, levantó Abrahán los ojos y descubrió el sitio de lejos. Y Abrahán dijo a sus criados:

—Quedaos aquí con el asno; yo y el muchacho iremos hasta allá para adorar a Dios, y después volveremos con vosotros.

Abrahán tomó la leña para el sacrificio, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.

Isaac dijo a Abrahán, su padre:

–Padre.

Él respondió:

Aquí estoy, hijo mío.

El muchacho dijo:

—Tenemos fuego y leña, pero ¿dónde está el cordero para el sacrificio?

Abrahán contestó:

Dios proveerá el cordero para el sacrificio, hijo mío. Y siguieron caminando juntos.

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí un altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:

—¡Abrahán, Abrahán!

El contesta:

Aquí me tienes.

El ángel le ordenó:

No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo. Abrahán llamó aquel sitio «El Señor provee»; por lo que se dice aún hoy «el monte donde el Señor provee».

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:

Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

Abrahán volvió a sus criados, y juntos se pusieron en camino hacia Berseba, y Abrahán se quedó a vivir en Berseba.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (30.31.32: Funk 1, 97-101)

Busquemos en Dios nuestra alabanza,
no en nosotros mismos

Siendo, pues, una porción santa, practiquemos todo lo concerniente a la santidad, huyendo la calumnia, la impureza y los abrazos culpables, las borracheras, el prurito de novedades, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes.

Busquemos la compañía de aquellos que han recibido la gracia de Dios. Revistámonos de concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por medio de nuestras obras que con nuestras palabras. Porque está escrito: ¿Va a quedar sin respuesta tal palabrería?, ¿va a tener razón el charlatán? Bendito el hombre nacido de mujer, corto en días; no seas excesivo en tus palabras. Busquemos nuestra alabanza en Dios, no en nosotros mismos, pues Dios detesta a los que se alaban a sí mismos. Que el testimonio de nuestras buenas obras nos venga de los demás, como ocurrió con nuestros padres, que fueron justos. La temeridad, la arrogancia y la presunción son el patrimonio de los que Dios ha maldecido; mientras que la moderación, la humildad y la mansedumbre son el lote de los que Dios ha bendecido.

Procuremos hacernos dignos de la bendición divina y veamos cuáles son los caminos que nos conducen a ella. Consideremos aquellas cosas que sucedieron en el principio. ¿Cómo obtuvo nuestro padre Abrahán la bendición? ¿No fue acaso porque practicó la justicia y la verdad por medio de la fe? Isaac, sabiendo lo que le esperaba, se ofreció confiada y voluntariamente al sacrificio. Jacob, en el tiempo de su desgracia, marchó de su tierra, a causa de su hermano, y llegó a casa de Labán, poniéndose a su servicio; y se le dio el cetro de las doce tribus de Israel.

El que considere con cuidado cada uno de estos casos comprenderá la magnitud de los dones concedidos por Dios. De Jacob, en efecto, descienden todos los sacerdotes y levitas que servían en el altar de Dios; de él desciende Jesús, según la carne; de él, a través de la tribu de Judá, descienden reyes, príncipes y jefes. Y en cuanto a las demás tribus de él procedentes, no es poco su honor, ya que el Señor había prometido: Multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo.

Vemos, pues, cómo todos éstos alcanzaron gloria y grandeza no por sí mismos ni por sus obras ni por sus buenas acciones, sino por el beneplácito divino. También nosotros, llamados por su beneplácito en Cristo Jesús, somos justificados no por nosotros mismos ni por nuestra sabiduría o inteligencia, ni por nuestra piedad ni por las obras que hayamos practicado con santidad de corazón, sino por la fe, por la cual Dios todopoderoso justificó a todos desde el principio; a él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 24, 1-27
Abrahán manda buscar una mujer para Isaac

Abrahán era viejo, de edad avanzada, el Señor lo había bendecido en todo. Abrahán dijo al criado más viejo de su casa, que administraba todas sus posesiones:

Pon tu mano bajo mi muslo, y júrame por el Señor Dios del cielo y de la tierra que cuando le busques mujer a mi hijo, no la escogerás entre los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a mi tierra nativa, y allí buscarás mujer a mi hijo Isaac.

El criado contestó:

Y si la mujer no quiere venir conmigo a esta tierra, ¿tengo que llevar a tu hijo a la tierra de donde saliste? Abrahán replicó:

–De ninguna manera lleves a mi hijo allá. El Señor Dios del cielo, que me sacó de la casa paterna y del país nativo, que me juró: «A tu descendencia daré esta tierra», enviará su ángel delante de ti, y traerás de allí mujer para mi hijo. Pero si la mujer no quiere venir contigo, quedas libre del juramento. Sólo que a mi hijo no lo lleves allá.

El criado puso su mano bajo el muslo de Abrahán, su amo, y le juró hacerlo así.

Entonces el criado cogió diez camellos de su amo, y llevando toda clase de regalos de su amo, se encaminó a Siria Entrerríos, ciudad de Najor. Hizo arrodillarse a los camellos fuera de la ciudad, junto a un pozo, al atardecer, cuando suelen salir las aguadoras. Y dijo:

–Señor Dios de mi amo Abrahán, dame hoy una señal propicia y trata con amor a mi amo Abrahán. Yo estaré junto a la fuente cuando las muchachas de la ciudad salgan a por agua. Diré a una de las muchachas: Por favor, inclina tu cántaro para que beba. La que me diga: Bebe tú, que voy a abrevar a tus camellos, ésa es la que has destinado para tu siervo Isaac. Así sabré que tratas con amor a mi amo.

No había acabado de hablar, cuando salía Rebeca —hija de Betuel, el hijo de Milcá, la mujer de Najor, el hermano de Abrahán— con el cántaro al hombro. La muchacha era muy hermosa y doncella; no había tenido que ver con ningún hombre. Bajó a la fuente, llenó el cántaro. Y subió.

El criado corrió a su encuentro y le dijo:

Déjame beber un poco de agua de tu cántaro.

Ella contestó:

Bebe, señor mío.

Y en seguida bajó el cántaro al brazo y le dio de beber. Cuando terminó le dijo:

Voy a sacar también para tus camellos, para que beban todo lo que quieran.

Y en seguida vació el cántaro en el abrevadero, corrió al pozo a sacar más y sacó para todos los camellos. El hombre la estaba mirando, en silencio, esperando a ver si el Señor daba éxito a su viaje o no.

Cuando los camellos terminaron de beber, el hombre tomó un anillo de oro de cinco gramos de peso, y se lo puso en la nariz, y dos pulseras de oro de diez gramos, y se las puso en las muñecas. Y le preguntó:

–Dime de quién eres hija y si en casa de tu padre encontraremos sitio para pasar la noche.

Ella contestó:

Soy hija de Betuel, el hijo de Milcá y Najor.

Y añadió:

Tenemos abundancia de paja y forraje y sitio para pasar la noche.

El hombre se inclinó, adorando al Señor, y dijo:

Bendito sea el Señor Dios de mi amo Abrahán, que no ha olvidado su amor y lealtad con su siervo. El Señor me ha guiado a la casa del hermano de mi amo.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (33-34: Funk 1, 101-103)

Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en Dios

¿Qué haremos, pues, hermanos? ¿Cesaremos en nuestras buenas obras y dejaremos de lado la caridad? No permita Dios tal cosa en nosotros, antes bien, con diligencia y fervor de espíritu, apresurémonos a practicar toda clase de buenas obras. El mismo Hacedor y Señor de todas las cosas se alegra por sus obras. El, en efecto, con su máximo y supremo poder, estableció los cielos y los embelleció con su sabiduría inconmensurable; él fue también quien separó la tierra firme del agua que la cubría por completo, y la afianzó sobre el cimiento inamovible de su propia voluntad; él, con sólo una orden de su voluntad, dio el ser a los animales que pueblan la tierra; él también, con su poder, encerró en el mar a los animales que en él habitan, después de haber hecho uno y otros.

Además de todo esto, con sus manos sagradas y puras, plasmó el más excelente de todos los seres vivos y el máselevado por la dignidad de su inteligencia, el hombre, en el que dejó la impronta de su imagen. Así, en efecto, dice el Señor: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Y creó Dios al hombre; hombre y mujer los creó. Y, habiendo concluido todas sus obras, las halló buenas y las bendijo, diciendo: Creced, multiplicaos. Démonos cuenta, por tanto, de que todos los justos estuvieron colmados de buenas obras, y de que el mismo Señor se complació en sus obras. Teniendo semejante modelo, entreguémonos con diligencia al cumplimiento de su voluntad, pongamos todo nuestro esfuerzo en practicar el bien.

El buen operario toma con alegría el pan que se ha ganado con su trabajo; en cambio, el perezoso e indolente no se atreve a mirar a su amo a la cara. Es necesario, por tanto, que estemos siempre dispuestos a obrar el bien, pues todo cuanto poseemos nos lo ha dado Dios. El, en efecto, ya nos ha prevenido, diciendo: Mirad, el Señor Dios llega, y viene con él su salario para pagar a cada uno su propio trabajo. De esta forma, pues, nos exhorta a nosotros, que creemos en él con todo nuestro corazón, a que, sin pereza ni desidia, nos entreguemos al ejercicio de las buenas obras. Nuestra gloria y nuestra confianza estén siempre en él; vivamos siempre sumisos a su voluntad y pensemos en la multitud de ángeles que están en su presencia, siempre dispuestos a cumplir sus órdenes. Dice, en efecto, la Escritura: Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes y gritaban diciendo: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria!».

Nosotros, pues, también con un solo corazón y con una sola voz, elevemos el canto de nuestra común fidelidad, aclamando sin cesar al Señor, a fin de tener también nuestra parte en sus grandes y maravillosas promesas. Porque él ha dicho: Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 24, 33-41.49-67

Isaac se casa con Rebeca

Cuando al criado de Abrahán le ofrecieron de comer, él rehusó:

No comeré hasta explicar mi asunto.

Y le dijeron:

Habla.

Entonces él comenzó:

Yo soy criado de Abrahán. El Señor ha bendecido inmensamente a mi amo y le ha hecho rico; le ha dado ovejas y vacas, oro y plata, siervos y siervas, camellos y asnos. Sara, la mujer de mi amo, ya vieja, le ha dado un hijo, que lo hereda todo. Mi amo me tomó juramento: Cuando le busques mujer a mi hijo, no la cogerás de los cananeos, en cuya tierra habito, sino que irás a casa de mi padre y mis parientes y allí le buscarás mujer a mi hijo. Yo le contesté: ¿Y si la mujer no quiere venir conmigo? El replicó: el Señor a quien agrada mi proceder, enviará un ángel contigo, dará éxito a tu viaje y encontrarás mujer para mi hijo en casa de mi padre y mis parientes; pero quedarás libre del juramento si, llegado a casa de mis parientes, no te la quieren dar: entonces quedarás libre del juramento. Por tanto, decidme si queréis o no queréis portaros con amor y lealtad con mi amo para actuar en consecuencia.

Labán y Betuel le contestaron:

Es cosa del Señor, nosotros no podemos responderte ni sí ni no. Ahí tienes a Rebeca, tómala y vete, y sea la mujer del hijo de tu amo, como el Señor ha dicho.

Cuando el criado de Abrahán oyó esto, se postró en tierra ante el Señor. Después sacó ajuar de plata y oro y vestidos y se los ofreció a Rebeca, y ofreció regalos al hermano y a la madre. Comieron y bebieron él y sus compañeros, pasaron la noche, y a la mañana siguiente se levantaron y dijeron:

Permitidme que vuelva a mi amo.

El hermano y la madre replicaron:

Deja que la chica se quede con nosotros unos diez días, después se marchará.

Pero él replicó:

–No me detengáis, después que el Señor ha dado éxito a mi viaje; permitidme volver a mi amo. Vamos a llamar a la chica y preguntarle su opinión.

Llamaron a Rebeca y le preguntaron:

¿Quieres ir con este hombre?

Ella respondió:

Sí.

Entonces despidieron a Rebeca y a su nodriza, al criado de Abrahán y a sus compañeros.

Y bendijeron a Rebeca:

Tú eres nuestra hermana, sé madre de miles y miles; que tu descendencia conquiste las ciudades enemigas.

Rebeca y sus compañeras se levantaron, montaron en los camellos y siguieron al hombre; y así se llevó a Rebeca el criado de Abrahán.

Isaac se había trasladado del «Pozo del que vive y ve» al territorio del Negueb. Una tarde salió a pasear por el campo; al alzar la vista vio que venían unos camellos. Rebeca, a su vez, alzó los ojos, y, viendo a Isaac, se apeó del camello, y dijo al criado:

¿Quién es aquel hombre que viene por el campo a nuestro encuentro?

El criado respondió:

Es mi señor.

Entonces ella tomó el velo y se cubrió.

El criado contó a Isaac todo lo que había hecho. Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de su madre Sara, la tomó por mujer y la amó tanto que se consoló de la muerte de su madre.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (35-36: Funk 1, 105-107)

¡Qué grandes y maravillosos son los dones de Dios!

¡Qué grandes y maravillosos son, amados hermanos, los dones de Dios! La vida en la inmortalidad, el esplendor en la justicia, la verdad en la libertad, la fe en la confianza, la templanza en la santidad; y todos estos dones son los que están ya desde ahora al alcance de nuestro conocimiento. Y ¿cuáles serán, pues, los bienes que están preparados para los que lo aman? Solamente los conoce el Artífice supremo, el Padre de los siglos; sólo él sabe su número y su belleza.

Nosotros, pues, si deseamos alcanzar estos dones, procuremos, con todo ahínco, ser contados entre aquellos que esperan su llegada. Y ¿cómo podremos lograrlo, amados hermanos? Uniendo a Dios nuestra alma con toda nuestra fe, buscando siempre, con diligencia, lo que es grato y acepto a sus ojos, realizando lo que está de acuerdo con su santa voluntad, siguiendo la senda de la verdad y rechazando de nuestra vida toda injusticia, maldad, avaricia, rivalidad, malicia y fraude, chismorreos y murmuraciones, odio a Dios, soberbia, presunción, vanagloria y falta de sensibilidad para la hospitalidad. Quienes esto hacen, se hacen odiosos a Dios; y no sólo los que lo hacen, sino también quienes lo aplauden y consienten. Dice, en efecto, la Escritura: Dios dice al pecador: «¿Por qué recitas mis preceptos, y tienes siempre en la boca mi alianza, tú que detestas mi enseñanza, y te echas a la espalda mis mandatos?».

Este es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, Jesucristo, el Sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. Por él podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por él vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por él se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es el reflejo de la gloria de Dios, tanto más encumbrado sobre los ángeles cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Está, efectivamente, escrito: Envía a sus ángeles como a los vientos, a sus ministros como al rayo. En cambio, hablando de su Hijo, el Señor se expresa así: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy; pídemelo: te daré en herencia las naciones, en posesión los confines de la tierra. Y de nuevo: Siéntate a mi derecha mientras pongo a tus enemigos por estrado de tus pies. Y ¿quiénes son los enemigos? Los hombres perversos, que se oponen a su voluntad.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 25, 7-11.19-34

Muerte de Abrahán. Nacimiento de Esaú y Jacob

Abrahán vivió ciento setenta y cinco años. Abrahán expiró y murió en buena vejez, colmado de años, y se reunió con los suyos. Isaac e Ismael, sus hijos, lo enterraron en la cueva de Macpela, en el campo de Efrón, hijo de Sojar, el hitita, frente a Mambré. En el campo que compró Abrahán a los hititas fueron enterrados Abrahán y Sara, su mujer.

Muerto Abrahán, Dios bendijo a su hijo Isaac, y éste se estableció en «Pozo del que vive y ve».

Descendientes de Isaac, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac. Cuando Isaac cumplió cuarenta años tomó por esposa a Rebeca, hija de Betuel, el arameo, de Padán Aram, hermana de Labán, el arameo. Isaac rezó a Dios por su mujer, que era estéril. Dios lo escuchó, y Rebeca, su mujer, concibió. Pero las criaturas se agitaban en su vientre, y ella dijo:

—¿Y para esto he concebido yo?

Y fue a consultar al Señor, el cual respondió:

—Dos naciones hay en tu vientre, dos pueblos se separan en sus entrañas. Un pueblo vencerá al otro, el mayor servirá al menor.

Cuando llegó el parto, ella tenía gemelos en el vientre Salió primero uno, todo rojo, peludo como un manto, y lo llamaron Esaú. Salió después su hermano agarrando con la mano al talón de Esaú, y le llamaron Jacob. Isaac tenía sesenta años cuando nacieron.

Crecieron los chicos. Esaú se hizo experto cazador, hombre rústico, mientras que Jacob era un honrado beduino. Isaac prefería a Esaú, porque le gustaba comer la caza, y Rebeca prefería a Jacob. Un día que Jacob estaba guisando un potaje, volvió Esaú del campo, agotado. Esaú dijo a Jacob:

Dame un plato de esa cosa roja, que estoy agotado. Por eso se llamó Rojo (Edom).

Jacob le contestó:

Si me lo pagas hoy con los derechos de primogénito...

Esaú dijo:

—Estoy que me muero, ¿qué me importan los derechos de primogénito?

Jacob le dijo:

Júramelo primero.

Y él se lo juró, y vendió a Jacob los derechos de primogénito. Entonces Jacob dio a Esaú pan y potaje de lentejas; él comió y bebió, y se puso en camino. Así malvendió Esaú sus derechos de primogénito.


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (37-38: Funk 1, 107-109

Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo

Militemos, pues, hermanos, con todas nuestras fuerzas, bajo sus órdenes irreprochables. Pensemos en los soldados que militan a las órdenes de nuestros emperadores: con qué disciplina, con qué obediencia, con qué prontitud cumplen cuanto se les ordena. No todos son perfectos, ni tienen bajo su mando mil hombres, ni cien, ni cincuenta, y así de los demás grados; sin embargo, cada uno de ellos lleva a cabo, según su orden y jerarquía, las órdenes del emperador y de los jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente de la conjunción de todos.

Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo.

Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios.

El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sal?io manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino que deje que sean los demás quienes lo hagan. El que guarda castidad, que no se enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este mundo, obra suya, en el que, ya antes de que naciéramos, nos había dispuesto sus dones.

Como quiera, pues que todos estos beneficios los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.