SEMANA SANTA

DOMINGO DE RAMOS
EN LA PASIÓN DEL SEÑOR


PRIMERA LECTURA

Del profeta Zacarías 9, 9-12.16-17

¡Alégrate, Jerusalén!

Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica. Destruirá los carros de Efraín, los caballos de Jerusalén, romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.

Por la sangre de tu alianza, libertaré a los presos del calabozo. Volved a la plaza fuerte, cautivos esperanzados; hoy te envío un segundo mensajero.

Aquel día, el Señor los salvará, y su pueblo será como un rebaño en su tierra, como piedras agrupadas en una diadema. ¿Cuál es su riqueza, cuál es su belleza? Un trigo que desarrolla a los jóvenes, un vino que desarrolla a las jóvenes.


SEGUNDA LECTURA

San Ambrosio de Milán, Comentario sobre el salmo 118 (Hom 15, 37-40: PL 15, 1423-1424)

Carguemos con la cruz del Señor para que, crucificando
nuestra carne, destruya el pecado

Quien ama los preceptos del Señor, sujeta con clavos la propia carne, sabiendo que cuando su hombre viejo esté con Cristo crucificado en la cruz, destruirá la lujuria de la carne. Sujétala, pues, con clavos y habrás destruido los incentivos del pecado. Existe un clavo espiritual capaz de sujetar esa tu carne al patíbulo de la cruz del Señor. Que el temor del Señor y de sus juicios crucifique esta carne, reduciéndola a servidumbre. Porque si esta carne rechaza los clavos del temor del Señor, indudablemente tendrá que oír: Mi aliento no durará por siempre en el hombre, puesto que es carne. Por tanto, a menos que esta carne sea clavada a la cruz y se le sujete con los clavos del temor de nuestro Dios, el aliento de Dios no durará en el hombre.

Está clavado con estos clavos, quien muere con Cristo, para resucitar con él; está clavado con estos clavos, quien lleva en su cuerpo la muerte del Señor Jesús; está clavado con estos clavos, quien merece escuchar, dicho por Jesús: Grábame como un sello en tu brazo, como un sello en tu corazón, porque es fuerte el amor como la muerte, es cruel la pasión como el abismo. Graba, pues, en tu pecho y en tu corazón este sello del Crucificado, grábalo en tu brazo, para que tus obras estén muertas al pecado.

No te escandalice la dureza de los clavos, pues es la dureza de la caridad; ni te espante el poderoso rigor de los clavos, porque también el amor es fuerte como la muerte. El amor, en efecto, da muerte a la culpa y a todo pecado; el amor mata como una puñalada mortal. Finalmente, cuando amamos los preceptos del Señor, morimos a las acciones vergonzosas y al pecado.

La caridad es Dios, la caridad es la palabra de Dios, una palabra viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Que nuestra alma y nuestra carne estén sujetas con estos clavos del amor, para que también ella pueda decir: Estoy enferma de amor. Pues también el amor tiene sus propios clavos, como tiene su espada con la que hiere al alma. ¡Dichoso el que mereciere ser herido por semejante espada!

Ofrezcámonos a recibir estas heridas, heridas por las que si alguno muriere, no sabrá lo que es la muerte. Tal es, en efecto, la muerte de los que seguían al Señor, de los cuales se dijo: Algunos de los aquí presentes no morirán sin antes haber visto llegar al Hijo del hombre con majestad. Con razón no temía Pedro esta muerte, no la temía aquel que se decía dispuesto a morir por Cristo, antes que abandonarlo o negarlo. Carguemos, pues, con la cruz del Señor para que, crucificando nuestra carne, destruya el pecado. Es el temor que crucifica la carne: El que no coge la cruz y me sigue, no es digno de mí. Es digno aquel que está poseído por el amor de Cristo, hasta el punto de crucificar el pecado de la carne. Este temor va seguido de la caridad que, sepultada con Cristo, no se separa de Cristo, muere en Cristo, es enterrada con Cristo, resucita con Cristo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES SANTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 11, 18-12, 13

El profeta encomienda su causa a Dios

El Señor me instruyó, y comprendí, me explicó lo que hacían:

«También tus hermanos y tu familia te son desleales, también ellos te calumnian a la espalda; no te fíes aunque te digan buenas palabras».

Yo como cordero manso, llevado al matadero, no sabía los planes homicidas que contra mí planeaban: «Talemos el árbol en su lozanía, arranquémoslo de la tierra vital, que su nombre no se pronuncie más».

Pero tú, Señor de los ejércitos, juzgas rectamente, pruebas las entrañas y el corazón; veré mi venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa, que logre desquitarme de ellos.

Tú, Señor, me examinas y me conoces, y has probado mi actitud frente a ti: apártalos como a ovejas de matanza, resérvalos para el día del sacrificio.

Así sentencia el Señor contra los vecinos de Anatot, que intentan matarte, diciéndote: «¿No profetices en nombre del Señor si no quieres morir a manos nuestras». Así dice el Señor de los ejércitos:

–Yo les tomaré cuentas, sus mozos morirán a espada, sus hijos e hijas morirán de hambre; y no quedará resto de ellos el día de las cuentas, cuando envíe la desgracia a los vecinos de Anatot.

Aunque tú, Señor, llevas la razón cuando pleiteo contigo, quiero proponerte un caso: ¿Por qué prospera el camino de los impíos, por qué tienen paz los hombres desleales? Los plantas, echan raíces, crecen y dan fruto; tú estás cerca de sus labios, lejos de su corazón, pues dicen: «No ve nuestros caminos».

Si corres con los infantes y te cansas, ¿cómo competirás con los caballos? Si en la paz de la tierra te sientes inseguro, ¿qué harás en la espesura del Jordán?

He abandonado mi casa y desechado mi heredad, he entregado al amor de mi alma en manos enemigas; porque mi heredad se había vuelto contra mí, rugiendo como león feroz; por eso lo detesté. Mi heredad se había vuelto un leopardo, y los buitres giraban sobre él: ¡Venid, fieras agrestes, acercaos a comer!

Entre tantos pastores destrozaron mi viña y pisotearon mi parcela, convirtieron mi parcela escogida en desierto desolado, la dejaron desolada, yerma, ¡qué desolación! Todo el país desolado, ¡y a nadie le importaba!

Por todas las dunas de la estepa llegaron salteadores, porque la espada del Señor devora de punta a punta, y ningún ser vivo queda en paz.

¿Hasta cuándo gemirá la tierra y se secará la hierba del campo? Por la maldad de sus habitantes desaparecen el ganado y los pájaros. Sembraron trigo y cosecharon cardos, quedaron baldados en balde, ¡qué miseria de cosecha!, por la ira ardiente del Señor.


SEGUNDA LECTURA

San León Magno, Sermón 71, sobre la resurrección del Señor (1-2: CCL 138A, 434-436)

La muerte de Cristo es fuente de vida

En nuestro último sermón, carísimos hermanos, os invitamos —no inoportunamente, según creo— a una real participación de la cruz de Cristo, de modo que la vida de los creyentes actúe en sí misma el sacramento pascual, y lo que veneramos en la fiesta lo celebremos en la vida. Cuán útil sea esto, vosotros mismos lo habéis podido comprobar, y vuestra misma devoción os ha enseñado lo provechosos que son, así para las almas como para los cuerpos, los ayunos prolongados, la intensificación de la oración y una más generosa limosna. Apenas si habrá quien no haya sacado provecho de este ejercicio y no haya atesorado en el secreto de su corazón algo de lo que justamente pueda alegrarse.

Habiéndonos, pues, propuesto como objetivo en la observancia de estos cuarenta días, experimentar algo del misterio de la cruz en este tiempo de la pasión del Señor, hemos de esforzarnos por conseguir asimismo una participación en la resurrección de Cristo, y pasar —mientras todavía vivimos en el cuerpo— de la muerte a la vida. Pues el signo de todo hombre que pasa de uno a otro estado —cualquiera que sea el tipo de mutación que en él se opere— es el de no ser lo que era, y, nacido, ser lo que no era. Pero lo interesante es saber para quién uno vive y para quién muere, ya que existe una muerte que es fuente de vida y una vida que es causa de muerte. Y sólo en este efímero mundo puede optarse por uno u otro tipo de muerte de modo que la diferencia de la eterna retribución depende de la calidad de las acciones temporales. Hemos, pues, de morir al diablo y vivir para Dios, darnos de baja a la iniquidad, para darnos de alta a la justicia. Sucumba lo viejo, para que nazca lo nuevo. Y puesto que —como dice la Verdad— nadie puede servir a dos señores, sea nuestro señor no el que a los erguidos arrastra a la ruina, sino el que a los abatidos levanta a la gloria.

Dice el Apóstol: El primer hombre, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre celestial. Debemos gozarnos enormemente de esta transformación, mediante la cual pasamos de la innoble condición terrena a la dignidad de la condición celestial, por la inefable misericordia de aquel que, para elevarnos hasta él, descendió hasta nosotros, de suerte que no sólo asumió la sustancia, sino también la condición de la naturaleza pecadora, consintiendo que la divina impasibilidad padeciera en su persona, lo que, en su extrema miseria, experimenta la humana mortalidad.



MARTES SANTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 15, 10-21

Crisis vocacional

¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de pleitos y contiendas para todo el país! Ni he prestado ni me han prestado, y todos me maldicen.

De veras, Señor, te he servido fielmente: en el peligro y en la desgracia he intercedido en favor de mi enemigo; tú lo sabes. Señor, acuérdate y ocúpate de mí, véngame de mis perseguidores, no me dejes perecer por tu paciencia, mira que soporto injurias por tu causa.

Cuando encontraba palabras tuyas, las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, Señor, Dios de los ejércitos.

No me senté a disfrutar con los que se divertían; forzado por tu mano me senté solitario, porque me llenaste de tu ira.

¿Por qué se ha vuelto crónica mi llaga, y mi herida enconada e incurable? Te me has vuelto arroyo engañoso, de aguas inconstantes.

Entonces me respondió el Señor:

—Si vuelves, te haré volver a mí, estarás en mi presencia; si separas lo precioso de la escoria, serás mi boca. Que ellos se conviertan a ti, no te conviertas tú a ellos. Frente a este pueblo te pondré como muralla de bronce inexpugnable: lucharán contra ti y no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte y salvarte —oráculo del Señor—. Te libraré de manos de los perversos, te rescataré del puño de los opresores.


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Sobre los bienes de la paciencia (6-7: CCL III A, 121-122)

Con perseverancia y tesón se tolera todo, para que
en Cristo se consume la plena y perfecta paciencia

El que afirmó haber bajado del cielo para hacer la voluntad del Padre, entre otros maravillosos milagros con que dio pruebas de una majestad divina, fue un fiel trasunto de la paciencia paterna por su admirable mansedumbre. Desde el primer momento de su venida, toda su conducta estuvo sazonada de paciencia. Ante todo, al descender de aquella celestial sublimidad a las cosas terrenas, el Hijo de Dios no desdeñó revestir la carne humana y, no siendo él pecador, cargar con los pecados ajenos; despojándose eventualmente de la inmortalidad consintió en hacerse mortal, para poder morir, él inocente, por la salvación de los no inocentes. El Señor es bautizado por el siervo y el que ha venido a perdonar los pecados no desdeñó lavar su cuerpo con el baño del segundo nacimiento.

Ayuna por espacio de cuarenta días el que sacia a los demás: padece hambre y sed, para que quienes tenían hambre de la palabra y de la gracia fueran saciados con el pan del cielo. Combate con el diablo tentador y, contento de haber vencido a enemigo tan poderoso, se mantiene en el nivel de una victoria dialéctica.

No preside a sus discípulos como a siervos con poder señorial, sino que, siendo benigno y manso, los amó con amor de caridad, e incluso se dignó lavar los pies de los apóstoles, para enseñarnos con su ejemplo que si tal es el comportamiento del Señor con sus siervos, deduzcamos cuál deba ser el del consiervo con sus semejantes e iguales.

Y no debe maravillarnos un tal comportamiento con los que le obedecían, él que fue capaz de soportar a Judas hasta el fin con infinita paciencia, de sentarse a la mesa con el enemigo, de conocer al enemigo doméstico sin delatarlo, de no rehusar el beso del traidor.

Y en la misma pasión y cruz, antes de llegar a la sentencia de muerte y a la efusión de su sangre, cuántas injurias y ultrajes no tuvo que oír con exquisita paciencia, qué vergonzosas insolencias no hubo de tolerar, hasta el punto de ser el blanco de los salivazos de quienes le insultaban, él que con su saliva había poco antes restituido la vista al ciego. Soportó ser flagelado aquel en cuyo nombre los que ahora son sus siervos fustigan al diablo y a sus ángeles; es coronado de espinas el que corona a los mártires con flores de eternidad; es abofeteado con las palmas de la mano quien otorga las verdaderas palmas a los vencedores; es despojado de un vestido terreno quien viste a los demás las vestiduras de la inmortalidad; es abrevado con hiel quien nos trajo el pan del cielo; se le da a beber vinagre a quien nos obsequió con la bebida de la salvación.

Al Inocente, al Justo, más aún, al que es la misma inocencia y la misma justicia, lo consideraron como un malhechor y la verdad fue vejada por falsos testigos; es juzgado el que nos juzgará a todos y el que es la Palabra de Dios se deja conducir en silencio al patíbulo.

Y cuando ante la cruz del Señor los astros se llenen de confusión, se conmuevan los elementos, tiemble la tierra, la noche oscurezca el día para que el sol no obligue a contemplar el crimen de los judíos sustrayendo sus rayos y no dando luz a los ojos, él no habla, no se mueve, no exhibe su majestad ni siquiera durante la pasión: con perseverancia y tesón se tolera todo, para que en Cristo se consume la plena y perfecta paciencia.



MIÉRCOLES SANTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 16, 1-16

Una vida profética

Me vino la palabra del Señor:

—No te cases, no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor a los hijos e hijas nacidos en este lugar, a las madres que los parieron, a los padres que los engendraron en esta tierra:

—Morirán de muerte cruel, no serán llorados ni sepultados, serán como estiércol sobre el campo, acabarán a espada y de hambre, sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra.

Así dice el Señor:

–No entres en casa donde haya luto, no vayas al duelo, no les des el pésame, porque retiro de este pueblo –oráculo del Señor– mi paz, misericordia y compasión. Morirán en esta tierra grandes y pequeños, no serán sepultados ni llorados, ni por ellos se harán incisiones o se raparán el pelo; no asistirán al banquete fúnebre para darle el pésame por el difunto, ni les darán la copa del consuelo por su padre o su madre.

No entres en la casa donde se celebra un banquete para comer y beber con los comensales; porque así dice el Señor de los ejércitos, Dios de Israel:

—Yo haré cesar en este lugar, en vuestros días, ante vosotros, la voz alegre, la voz gozosa, la voz del novio, la voz de la novia.

Cuando anuncies a este pueblo todas estas palabras, te preguntarán: «¿Por qué ha pronunciado el Señor contra nosotros tan terribles amenazas? ¿Qué delitos o pecados hemos cometido contra el Señor, nuestro Dios?», les responderás: Porque vuestros padres me abandonaron —oráculo del Señor—, siguieron a dioses extranjeros, sirviéndolos y adorándolos. A mí me abandonaron y no guardaron mi ley. Pero vosotros sois peores que vuestros padres, cada cual sigue la maldad de su corazón obstinado, sin escucharme a mí. Os arrojaré de esta tierra a un país desconocido de vosotros y de vuestros padres: allí serviréis a dioses extranjeros, día y noche, porque no os haré gracia.

Pero llegarán días —oráculo del Señor— en que ya no se dirá: «Vive el Señor, que sacó a los israelitas de Egipto», sino más bien: «Vive el Señor, que nos sacó del país del norte, de todos los países por donde nos dispersó». Y los haré volver a su tierra, la que di a sus padres.

Enviaré muchos pescadores a pescarlos —oráculo del Señor—, detrás enviaré muchos cazadores a cazarlos por montes y valles, por las hendiduras de las peñas.


SEGUNDA LECTURA

San Atanasio de Alejandría, Libro sobre la encarnación del Verbo contra los arrianos (2-5- PG 26, 987-991)

Sus cicatrices nos curaron

Nos cuenta san Juan que Jesús había dicho: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Pero él —anota el evangelista— hablaba del templo de su cuerpo. Y si es verdad que el Padre lo hizo todo por su Palabra, por su Hijo, no es menos evidente que la resurrección de su carne la llevó a cabo por su mismo Hijo. Luego por medio de él lo resucita y por medio de él le da la vida. En cuanto hombre es resucitado según la carne, y en cuanto hombre recibe la vida, quien actuó como un hombre cualquiera.

Pero él es asimismo quien, en su calidad de Dios, levanta su propio templo y comunica vida a su propia carne. Mientras en una parte nos dice: A quien el Padre consagró y envió al mundo, en otra parte afirma: Por ellos me consagro yo para que también se consagren ellos en la verdad. Y cuando dice: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, habla en representación nuestra, ya que tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Y como dice Isaías: Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores.

Así que no fue abrumado de dolores por su causa, sino por la nuestra; ni fue él abandonado de Dios, sino nosotros; y por nosotros, los abandonados, vino él al mundo. Y cuando dice: Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre», habla del templo de su cuerpo.

No es efectivamente el Altísimo quien es exaltado, sino la carne del Altísimo; y es a la carne del Altísimo a la que se concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre». Y cuando dice: Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado, habla de la carne de Cristo que aún no había sido glorificada. Pues no es glorificado el Señor de la gloria, sino la carne del Señor de la gloria; ésta recibió la gloria cuando junto con él subió al cielo. De ahí que el Espíritu de adopción no se hubiera todavía dado a los hombres, porque las primicias que el Verbo había tomado de la naturaleza humana aún no habían subido al cielo.

Por tanto, cuando la Escritura utiliza expresiones tales como: «el Hijo recibió» o «el Hijo fue glorificado», se refieren a su humanidad, no a su divinidad. Así, mientras unos textos dicen: El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, otros afirman: Como Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.

Dios, que es inmortal, no vino a salvarse a sí mismo, sino a liberarnos a nosotros que estábamos muertos; ni padeció por sí mismo, sino por nosotros. Hasta tal punto que si asumió nuestra miseria y nuestra pobreza, fue con el fin de enriquecernos con su riqueza. Pues su pasión es nuestro gozo; su sepultura, nuestra resurrección; y su bautismo, nuestra santificación. Dice, en efecto: Por ellos me consagro yo, para que también se consagren ellos en la verdad. Y sus sufrimientos son nuestra salvación, pues sus cicatrices nos curaron. El castigo soportado por él es nuestra paz, ya que nuestro castigo saludable cayó sobre él, esto es, él fue castigado para merecernos ,la paz.

Y cuando en la cruz exclama: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu, en él encomienda al Padre a todos los hombres, que en él son vivificados. Somos, de hecho, miembros suyos y, aun siendo muchos miembros, formamos un solo cuerpo, que es la Iglesia. Es lo que dice san Pablo escribiendo a los Gálatas: Porque todos sois uno en Cristo Jesús. Así que, en él, nos encomienda a todos.



JUEVES SANTO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 20, 2-18

Ansiedades del profeta

En aquellos días, Pasjur, hijo de Imer, comisario del templo del Señor, hizo azotar al profeta Jeremías y lo metió en el cepo que se encuentra en la puerta superior de Benjamín, en el templo del Señor. A la mañana siguiente, cuando Pasjur lo sacó del cepo, Jeremías le dijo:

–El Señor ya no te llama Pasjur, sino Cerco de Pavor; pues así dice el Señor: «Serás el pavor tuyo y de tus amigos, que caerán a espada enemiga, ante tu vista; entregaré a todos los judíos en poder del rey de Babilonia, que los desterrará a Babilonia y los matará con la espada. Entregaré todas las riquezas de esta ciudad, sus posesiones, objetos preciosos, los tesoros reales de Judá a los enemigos, que los saquearán, los cogerán y se los llevarán a Babilonia. Y tú, Pasjur, con todos los de tu casa, iréis al destierro, a Babilonia; allí morirás y serás enterrado con todos tus amigos, a quienes profetizabas tus embustes».

Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreír todo el día; todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción». La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije:

«No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.

Oía el cuchicheo de la gente: «Pavor en torno; delatadlo, vamos a delatarlo». Mis amigos acechaban mi traspié: «A ver si se deja seducir, y lo abatiremos, lo cogeremos y nos vengaremos de él».

Pero el Señor está conmigo, como fuerte soldado; mis enemigos tropezarán y no podrán conmigo. Se avergonzarán de su fracaso con sonrojo eterno que no se olvidará. Señor de los ejércitos, que examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón, que yo vea la venganza que tomas de ellos, porque a ti encomendé mi causa.

Cantad al Señor, alabad al Señor, que libró la vida del pobre de manos de los impíos.

Maldito el día en que fui engendrado, el día en que mi madre me parió no sea bendito. Maldito el hombre que anunció a mi padre: «Te ha nacido un varón», dándole una gran alegría. Ojalá hubiera sido ese día como las ciudades que el Señor destruyó sin compasión; escúchese un clamor por la tarde, un alarido al mediodía. ¿Por qué no me mató en el vientre? Habría sido mi madre mi sepulcro, su vientre, preñado por siempre. ¿Por qué salí del vientre, para pasar trabajos y acabar mis días derrotado?


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 23 A, sobre el antiguo Testamento (2-3: CCL 41, 322)

El que era inmortal se revistió de mortalidad
para poder morir por nosotros

Apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atravería uno a morir. Es posible, en efecto, encontrar quizás alguno que se atreva a morir por un hombre de bien; pero por un inicuo, por un malhechor, por un pecador, ¿quién querrá entregar su vida, a no ser

Cristo, que fue justo hasta tal punto que justificó incluso a los que eran injustos?

Ninguna obra buena habíamos realizado, hermanos míos; todas nuestras acciones eran malas. Pero, a pesar de ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios no abandonó a los humanos. Y siendo dignos de castigo, en lugar del castigo que se merecían, les gratificó la gracia que no se merecían. Y Dios envió a su Hijo para que nos rescatara, no con oro o plata, sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha, llevado al matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse simplemente manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia que hemos recibido. Vivamos, por tanto, dignamente, ayudados por la gracia que hemos recibido y no hagamos injuria a la grandeza del don que nos ha sido dado. Un médico extraordinario ha venido hasta nosotros, y todos nuestros pecados han sido perdonados. Si volvemos a enfermar, no sólo nos dañaremos a nosotros mismos, sino que seremos además ingratos para con nuestro médico.

Sigamos, pues, las sendas que él nos indica e imitemos en particular, su humildad, aquella humildad por la que él se rebajó a sí mismo en provecho nuestro. Esta senda de humildad nos la ha enseñado él con sus palabras y, para darnos ejemplo, él mismo anduvo por ella, muriendo por nosotros. En efecto, no habría muerto, si no se hubiera humillado.

¿Quién hubiera podido matar a Dios, si Dios no se hubiera humillado? Y Cristo es Hijo de Dios, y el Hijo de Dios es ciertamente Dios. El es el Hijo de Dios, la Palabra de Dios, de la que dice Juan: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada. ¿Quién hubiera podido matar a aquel por quien se hizo todo y sin el que no se hizo nada? ¿Quién hubiese podido matarlo, si no se hubiera humillado? ¿Y cómo se humilló?

Dice el mismo Juan: La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. Pues la Palabra de Dios no hubiera podido sufrir la muerte. Para poder morir por nosotros, siendo como era inmortal, la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros. Así, el que era inmortal, se revistió de mortalidad para poder morir por nosotros y destruir nuestra muerte con su muerte.

Esto fue lo que hizo el Señor, éste es el don que nos otorgó. Siendo grande, se humilló; humillado, quiso morir; habiendo muerto, resucitó y fue exaltado para que nosotros no quedáramos abandonados en el abismo, sino que fuéramos exaltados con él en la resurrección de los muertos, los que, ya desde ahora, hemos resucitado por la fe y por la confesión de su nombre.



5. SANTO TRIDUO PASCUAL
DE LA MUERTE Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR


VIERNES SANTO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 9,11-28

Cristo, sumo sacerdote, con su propia sangre
ha entrado en el santuario una vez para siempre

Hermanos: Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.

Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

Mirad, para disponer de una herencia, es preciso que conste de la muerte del testador; pues un testamento adquiere validez en caso de defunción; mientras vive el testador, todavía no tiene vigencia. De ahí que tampoco faltase sangre en la inauguración de la primera alianza.

Cuando Moisés acabó de leer al pueblo todas las prescripciones contenidas en la ley, cogió la sangre de los becerros y las cabras, además de agua, lana escarlata e hisopo, y roció primero el libro mismo y después al pueblo entero, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que hace Dios con vosotros». Con la sangre roció, además, el tabernáculo y todos los utensilios litúrgicos. Según la ley, prácticamente todo se purifica con sangre, y sin derramamiento de sangre no hay perdón. Bueno, estos esbozos de las realidades celestes tenían que purificarse por fuerza con tales ritos, pero las realidades mismas celestes necesitan sacrificios de más valor que éstos.

Pues Cristo ha entrado no en un santuario construido por hombres —imagen del auténtico—, sino en el mismo cielo, para ponerse ante Dios, intercediendo por nosotros. Tampoco se ofrece a sí mismo muchas veces —como el sumo sacerdote, que entraba en el santuario todos los años y ofrecía sangre ajena; si hubiese sido así, tendría que haber padecido muchas veces, desde el principio del mundo—. De hecho, él se ha manifestado una sola vez, al final de la historia, para destruir el pecado con el sacrificio de sí mismo. Por cuanto el destino de los hombres es morir una sola vez. Y después de la muerte, el juicio. De la misma manera, Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar los pecados de todos. La segunda vez aparecerá, sin ninguna relación al pecado, a los que lo esperan, para salvarlos.


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Catequesis 3 (13-19: SC 50, 174-177)

El valor de la sangre de Cristo

¿Quieres saber el valor de la sangre de Cristo? Remontémonos a las figuras que la profetizaron y recorramos las antiguas Escrituras.

Inmolad —dice Moisés— un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional, ¿puedesalvar a los hombres dotados de razón?». «Sin duda —responde Moisés—: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor».

Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos.

¿Deseas descubrir aún por otro medio el valor de esta sangre? Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente. Empezó a brotar de la misma cruz y su fuente fue el costado del Señor. Pues muerto ya el Señor, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó con la lanza y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre: agua, como símbolo del bautismo; sangre, como figura de la eucaristía. El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del templo santo, y yo encuentro el tesoro escondido y me alegro con la riqueza hallada. Esto fue lo que ocurrió con el cordero: los judíos sacrificaron el cordero, y yo recibo el fruto del sacrificio.

Del costado salió sangre y agua. No quiero, amado oyente, que pases con indiferencia ante tan gran misterio, pues me falta explicarte aún otra interpretación mística. He dicho que esta agua y esta sangre eran símbolos del bautismo y de la eucaristía. Pues bien, con estos dos sacramentos se edifica la Iglesia: con el agua de la regeneración y con la renovación del Espíritu Santo, es decir, con el bautismo y la eucaristía, que han brotado ambos del costado. Del costado de Jesús se formó, pues, la Iglesia, como del costado de Adán fue formada Eva.

Por esta misma razón, afirma san Pablo: Somos miembros de su cuerpo, formados de sus huesos, aludiendo con ello al costado de Cristo. Pues del mismo modo que Dios hizo a la mujer del costado de Adán, de igual manera Jesucristo nos dio el agua y la sangre salida de su costado, para edificar la Iglesia. Y de la misma manera que entonces Dios tomó la costilla de Adán, mientras éste dormía, así también nos dio el agua y la sangre después que Cristo hubo muerto.

Mirad de qué manera Cristo se ha unido a su esposa, considerad con qué alimento la nutre. Con un mismo alimento hemos nacido y nos alimentamos. De la misma manera que la mujer se siente impulsada por su misma naturaleza a alimentar con su propia sangre y con su leche a aquel a quien ha dado a luz, así también Cristo alimenta siempre con su sangre a aquellos a quienes él mismo ha hecho renacer.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



SÁBADO SANTO


PRIMERA LECTURA

De la carta a los Hebreos 4, 1-13

Empeñémonos en entrar en el descanso del Señor

Hermanos: Temamos, no sea que, estando aún en vigor la promesa de entrar en su descanso, alguno de vosotros crea que ha perdido la oportunidad. También nosotros hemos recibido la buena noticia, igual que los que salieron de Egipto por obra de Moisés; pero el mensaje que oyeron de nada les sirvió, porque no se adhirieron por la fe a los que lo habían escuchado.

En efecto, entramos en el descanso los creyentes, de acuerdo con lo dicho: «He jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso», y eso que sus obras estaban terminadas desde la creación del mundo. Acerca del día séptimo se dijo: «Y descansó Dios el día séptimo de todo el trabajo que había hecho». En nuestro pasaje añade: «No entrarán en mi descanso».

Ya que, según esto, quedan algunos por entrar en él, y los primeros que recibieron la buena noticia no entraron por su rebeldía, Dios señala otro día, «hoy», al decir, mucho tiempo después, por boca de David, lo antes citado: Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón».

Claro que, si Josué les hubiera dado el descanso, no habría hablado Dios de otro día después de aquello; por consiguiente, un tiempo de descanso queda todavía para el pueblo de Dios, pues el que entra en su descanso descansa, él también, de sus tareas, como Dios de las suyas. Empeñémonos, por tanto, en entrar en aquel descanso, para que nadie caiga, siguiendo aquel ejemplo de rebeldía.

Además, la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 12: PG 74, 679-682)

Con su muerte corporal, Cristo redimió la vida de todos

Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía.

Fue contado entre los muertos el que por nosotros murió según la carne; huelga decir que él tiene la vida en sí mismo y en el Padre, pues ésta es la realidad. Mas para cumplir todo lo que Dios quiere, es decir, para compartir todas las exigencias inherentes a la condición humana, sometió el templo de su cuerpo no sólo a la muerte voluntariamente aceptada, sino asimismo a aquella serie de situaciones que son secuelas de la muerte: la sepultura y la colocación en una tumba.

El evangelista precisa que en el huerto había un sepulcro y que este sepulcro era nuevo. Lo cual, a nivel de símbolo, significa que con la muerte de Cristo se nos preparaba y concedía el retorno al paraíso. Y allí, en efecto, entró Cristo como precursor nuestro.

La precisión de que el sepulcro era nuevo indica el nuevo e inaudito retorno de Jesús de la muerte a la vida, y la restauración por él operada como alternativa a la corrupción. Efectivamente, en lo sucesivo nuestra muerte se ha transformado, en virtud de la muerte de Cristo, en una especie de sueño o de descanso. Vivimos, en efecto, como aquellos que –según la Escritura–, viven para el Señor. Por esta razón, el apóstol san Pablo, para designar a los que han muerto en Cristo, usa casi siempre la expresión «los que se durmieron».

Es verdad que en el pasado prevaleció la fuerza de la muerte contra nuestra naturaleza. La muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con un delito como el de Adán, y, como él, llevamos la imagen del hombre terreno, soportando la muerte que nos amenazaba por la maldición de Dios. Pero cuando apareció entre nosotros el segundo Adán, divino y celestial que, combatiendo por la vida de todos, con su muerte corporal redimió la vida de todos y, resucitando, destruyó el reino de la muerte, entonces fuimos transformados a su imagen y nos enfrentamos a una muerte, en cierto sentido, nueva. De hecho esta muerte no nos disuelve en una corrupción sempiterna, sino que nos infunde un sueño lleno de consoladora esperanza, a semejanza del que para nosotros inauguró esta vía, es decir, de Cristo.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS