DOMINGO IV DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 1-23

Pedro encarcelado es liberado por un ángel

En aquellos días, el rey Herodes se puso a perseguir a algunos miembros de la Iglesia. Hizo decapitar a Santiago, hermano de Juan. Al ver que esto agradaba a los judíos, mandó detener a Pedro. Era la semana de Pascua. Mandó prenderlo y meterlo en la cárcel, encargando su custodia a cuatro piquetes de cuatro soldados cada uno: tenía intención de ejecutarlo en público, pasadas las fiestas de Pascua. Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él.

La noche antes de que lo sacara Herodes estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado a ellos con cadenas. Los centinelas hacían la guardia a la puerta de la cárcel.

De repente se presentó un ángel del Señor, y se iluminó la celda. Tocó a Pedro en el hombro, lo despertó y le dijo:

—Date prisa, levántate.

Las cadenas se le cayeron de las manos y el ángel añadió:

—Ponte el cinturón y las sandalias.

Obedeció, y el ángel le dijo:

—Échate la capa y sígueme.

Pedro salió detrás, creyendo que lo que hacía el ángel era una visión y no una realidad. Atravesaron la primera y la segunda guardia, llegaron al portón de hierro que daba a la calle, y se abrió solo. Salieron, y al final de la calle se marchó el ángel.

Pedro recapacitó y dijo:

—Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.

Una vez que cayó en la cuenta fue a casa de María, la madre de Juan Marcos, donde había numerosas personas reunidas orando. Llamó a la puerta de la calle, y una muchacha de nombre Rosa fue a ver quién era; al reconocer la voz de Pedro le dio tanta alegría que, en vez de abrir, corrió dentro anunciando que Pedro estaba a la puerta.

Le dijeron:

—Estás loca.

Ella se empeñaba en que sí.

Los otros decían:

—Será un ángel.

Pedro seguía llamando. Abrieron y, al verlo, se queda-ron de una pieza. Con la mano les hizo seña de que se callaran, les contó cómo el Señor lo había sacado de la cárcel y concluyó:

–Avisádselo a Santiago y a los hermanos.

A continuación salió y se fue a otro lugar.

Al hacerse de día se armó un gran alboroto entre los soldados preguntándose qué había sido de Pedro.

Herodes hizo pesquisas, pero no dio con él. Entonces interrogó a los guardias y mandó ejecutarlos. Bajó después de Judea a Cesarea y se quedó allí.

Estaba furioso con los habitantes de Tiro y de Sidón. Se le presentó una comisión, que después de ganarse a Blasto, chambelán real, solicitó la paz, porque recibían víveres del territorio de Herodes.

El día señalado, Herodes, vestido con el manto real, y sentado en la tribuna, les dirigió un discurso. La plebe aclamaba:

—¡Palabras de dios, no de hombre!

Pero de pronto el ángel del Señor lo hirió, por haber usurpado el honor de Dios, y expiró roído de gusanos.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 352 (2: PL 39,1550-1551)

Nadie opta por una vida nueva sin antes arrepentirse de la pasada

En la sagrada Escritura hallamos una triple consideración sobre la obligación de hacer penitencia. Pues nadie se acerca correctamente al bautismo de Cristo, en el que se perdonan todos los pecados, sino haciendo penitencia de la vida pasada. En efecto, nadie opta por una vida nueva sin antes arrepentirse de la pasada. Que los bautizandos deben hacer penitencia es algo que hemos de probar acudiendo a la autoridad de los libros sagrados.

Cuando fue enviado el Espíritu Santo anteriormente prometido y el Señor colmó la fe en su promesa, los discípulos, una vez recibido el Espíritu Santo, se pusieron —como bien sabéis— a hablar en todas las lenguas, de forma que los presentes reconocían en ellas su propio idioma. Pasmados ante semejante prodigio, pidieron a los apóstoles consejos de vida.

Entonces Pedro les exhortó a adorar al que habían crucificado, para que, creyendo, bebieran la sangre que habían derramado persiguiendo. Habiéndoles anunciado a nuestro Señor Jesucristo y reconociendo su propio delito, prorrumpieron en llanto, para que se cumpliera en ellos lo que había predicho el profeta: Revolcábame en mi miseria, mientras tenía clavada la espina. Se revolcaron en la miseria del dolor, mientras se les clavaba la espina del pecado del recuerdo. No creían haber hecho nada malo, pues todavía la interpelante Escritura no había dicho: Mientras Pedro hablaba prorrumpieron en llanto.

Cuando, compungidos por la espina del recuerdo, preguntaron a los apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer? Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo, para que se os perdonen los pecados. Esta es la primera consideración de la penitencia, típica de los competentes y de los que anhelan llegar al bautismo.

Existe otra: la de cada día. ¿Cuál es su campo de acción? No encuentro medio mejor para indicarlo, que acudir a la oración cotidiana, con la que el Señor nos enseñó a orar, nos manifestó qué es lo que hemos de decir al Padre, y en la que hallamos estas palabras: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Existe otro tipo de penitencia más grave y doloroso, al que son llamados en la Iglesia los técnicamente denominados penitentes, apartados hasta de la participación del sacramento del altar, por miedo a que recibiéndolo indignamente, se coman y beban su propia condenación. La herida es grave: adulterio quizá, tal vez un homicidio, posiblemente algún sacrilegio: la cosa es grave, grave la herida, herida letal, mortífera; pero el médico es omnipotente.

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 12, 24—13,14a

Misión de Saulo y Bernabé

La palabra del Señor cundía y se propagaba. Cuan-do cumplieron su misión, Bernabé y Saulo se volvieron a Jerusalén, llevándose con ellos a Juan Marcos.

En la Iglesia de Antioquía había profetas y maestros: Bernabé, Simeón, apodado el Moreno, Lucio el Cireneo, Manahén, hermano de leche del rey Herodes, y Saulo.

Un día que ayunaban y daban culto al Señor, dijo el Espíritu Santo:

-Apartadme a Bernabé y a Saulo para la tarea a que los he llamado.

Volvieron a ayunar y a orar, les impusieron las manos y los despidieron.

Con esta misión del Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí zarparon para Chipre. Llegados a Salamina, anunciaron la Palabra de Dios en las sinagogas de los judíos, llevando como asistente a Juan.

Atravesaron la isla hasta Pafos y encontraron allí a un mago judío, profeta falso, llamado Bar Jesús; vivía con el procónsul Sergio Pablo, hombre juicioso. El procónsul mandó llamar a Bernabé y a Saulo, con el deseo de escuchar el mensaje de Dios, pero Elimas o el Mago (que eso significa el nombre) les hizo la contra, intentando disuadir de la fe al procónsul. Entonces Saulo, o sea, Pablo, lleno de Espíritu Santo, le soltó mirándolo fijo:

—Tú, plagado de trampas y fraudes, secuaz del diablo, enemigo de todo lo bueno, ¿cuándo dejarás de torcer los caminos derechos de Dios? Pues ahora mismo va a des-cargar sobre ti la mano del Señor, te quedarás ciego y no verás la luz del sol hasta su momento.

Al instante lo envolvieron densas tinieblas, y buscaba a tientas alguien que lo llevara de la mano.

Entonces, al ver aquello, creyó el procónsul, que estaba impresionado por la doctrina del Señor.

Pablo y sus compañeros se hicieron a la vela en Pafos y llegaron a Perge de Panfilia. Juan los dejó y se volvió a Jerusalén. Desde Perge siguieron hasta Antioquía de Pisidia.


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución dogmática Lumen gentium, sobre la Iglesia, del Concilio Vaticano II (III, 28)

Cristo ha hecho partícipes de su consagración
y de su misión a los obispos por medio de los apóstoles

Cristo, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ha hecho partícipes de su consagración y de su misión a los obispos por medio de los apóstoles y de sus sucesores. Ellos han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diverso grado a diversos sujetos de la Iglesia.

Así, el ministerio eclesiástico de divina institución es ejercido en diversas categorías por aquellos que ya desde antiguo se llamaron obispos, presbíteros, diáconos. Los presbíteros, aunque no tienen la cumbre del pontificado y en el ejercicio de su potestad dependen de los obispos, con todo, están unidos a ellos en el honor del sacerdocio y, en virtud del sacramento del orden, han sido consagrados como verdaderos sacerdotes del nuevo Testamento, segúnla imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote, para predicar el evangelio y apacentar a los fieles y para celebrar el culto divino. Participando, en el grado propio de su ministerio, del oficio de Cristo, único Mediador, anuncian a todos la divina palabra. Pero su oficio sagrado lo ejercitan sobre todo en el culto eucarístico o comunión, en donde, representando la persona de Cristo y proclamando su misterio, juntan con el sacrificio de su Cabeza, Cristo, las oraciones de los fieles, representan y aplican en el sacrificio de la misa, hasta la venida del Señor, el único sacrificio del nuevo Testamento, a saber, el de Cristo, que se ofrece al mismo Padre como hostia inmaculada.

Para con los fieles arrepentidos o enfermos desempeñan principalmente el ministerio de la reconciliación y del alivio. Presentan a Dios Padre las necesidades y súplicas de los fieles. Ellos, ejercitando, en la medida de su autoridad, el oficio de Cristo, pastor y cabeza, reúnen la familia de Dios como una fraternidad, animada y dirigida hacia la unidad, y por Cristo en el Espíritu la conducen hasta el Padre, Dios. En medio de la grey le adoran en espíritu y en verdad. Se afanan, finalmente, en la palabra y en la enseñanza, creyendo en aquello que leen cuando meditan en la ley del Señor, enseñando aquello en que creen, imitando aquello que enseñan.

Los presbíteros, como próvidos colaboradores del orden episcopal, como ayuda e instrumento suyo llama-dos para servir al pueblo de Dios, forman, junto con el obispo, un presbiterio dedicado a diversas ocupaciones. En cada una de las congregaciones locales de fieles ellos representan al obispo, con quien están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción de la grey del Señor que se les ha confiado, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan eficaz ayuda a la edificación del cuerpo total de Cristo.



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 14b-43

Discurso de Pablo en la sinagoga de Antioquía de Pisidia

Pablo y sus compañeros entraron el sábado en la sinagoga de Antioquía de Pisidia y tomaron asiento. Acabada la lectura de la ley y los profetas, los jefes de la sinagoga les mandaron a decir:

—Hermanos, si queréis exhortar al pueblo, hablad. Pablo se puso en pie y haciendo seña de que se callaran, dijo:

—Israelitas y los que teméis a Dios, escuchad. El Dios de este pueblo, Israel, eligió a nuestros padres y multiplicó al pueblo cuando vivían como forasteros en Egipto. Los sacó de allí con brazo poderoso; unos cuarenta años los alimentó en el desierto, aniquiló siete naciones en el país de Canaán y les dio en posesión su territorio, unos cuatrocientos años. Les dio jueces hasta el profeta Samuel. Pidieron un rey, y Dios les dio a Saúl, hijo de Quis, de la tribu de Benjamín, que reinó cuarenta años. Lo depuso y nombró rey a David, de quien hizo esta alabanza: «Encontré a David, hijo de Jesé, hombre conforme a mi corazón, que cumplirá todos mis preceptos». Según lo prometido, Dios sacó de su descendencia un salvador para Israel, Jesús. Antes de que llegara, Juan predicó a todo Israel un bautismo de conversión; y, cuando estaba para acabar su vida, decía: «Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien no merezco desatar las sandalias».

Hermanos, descendientes de Abrahán y todos los que teméis a Dios: a vosotros se os ha enviado este mensaje de salvación. Los habitantes de Jerusalén y sus autoridades no reconocieron a Jesús ni entendieron las profecías que se leen los sábados, pero las cumplieron al condenarlo. Aunque no encontraron nada que mereciera la muerte, le pidieron a Pilato que lo mandara ejecutar. Y cuando cum-plieron todo lo que estaba escrito de él, lo bajaron del madero y lo enterraron. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Durante muchos días, se apareció a los que lo habían acompañado de Galilea a Jerusalén, y ellos son ahora sus testigos ante el pueblo.

Nosotros os anunciamos que la promesa que Dios hizo a nuestros padres, nos la ha cumplido a los hijos resucitando a Jesús. Así está escrito en el segundo salmo: «Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy».

Y que lo resucitó de entre los muertos para nunca vol-ver a la corrupción, lo tiene expresado así: «Os cumpliré la promesa que aseguré a David»; por eso dice en otro lugar: «No dejarás a tu fiel conocer la corrupción».

Pero David, cumplida la misión que Dios le dio para su época, murió, se lo llevaron con sus padres y su cuerpo se corrompió. En cambio, aquel a quien Dios resucitó no se corrompió. Por tanto, sabedlo bien, hermanos, se os anuncia el perdón de los pecados por medio de él, es decir, que de todo aquello de que no pudisteis ser justificados con la ley de Moisés, se justifica gracias a él todo el que cree. Cuidado con que os suceda lo que dicen los profetas: «Mirad, escépticos, pasmaos y anonadaos, porque en vuestros días estoy yo haciendo una obra tal, que si os la cuentan no la creeréis».

Al salir les rogaron que el sábado siguiente les hablaran de lo mismo. Cuando se disolvía la asamblea, muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles al favor de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre la segunda carta a los Corintios (cap 2,14: PG 74, 925-926)

Nosotros os anunciamos la promesa que Dios hizo
a nuestros padres

Lo mismo que Cristo fue conducido, en cierto sentido por nosotros al triunfo, cuando sufrió la muerte sobre el leño, y fue consumado por las torturas, de igual modo los apóstoles afirman que triunfan por causa de Cristo cuan-do se hacen presentes en todas partes, se crecen en las tribulaciones y vencen al mundo, porque están dispuestos a soportarlo todo —y, por supuesto, con sumo gusto— por el nombre de Cristo.

En efecto, participan realmente de sus padecimientos y se asocian a la gloria que habrá de revelarse en el futuro. Y si afirman que el triunfo les viene de Dios, no es por-que los expone a los tormentos o los abruma de calamidades, sino porque al predicar a Jesús, según su beneplácito, por todo el orbe de la tierra, se ven envueltos por su causa en todo género de pruebas.

Y cuál sea la fragancia del conocimiento de Dios Padre, difundido por medio de los apóstoles en todo el mundo o –como a ellos les gusta decir– en todo lugar, nos lo enseña en otro texto el mismo Pablo, cuando dice: No nos predicamos a nosotros, predicamos que Jesucristo es Señor, y nosotros siervos vuestros por Jesucristo. Y de nuevo: Pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y a éste crucificado.

Ahora bien, ¿cómo puede ser la fragancia del conocimiento de Dios Padre uno que ha nacido de mujer, que ha soportado la cruz, que fue entregado a la muerte, si bien luego retornó a la vida, si es que Cristo –como algunos piensan– ha de ser considerado como un simple hombre, en todo igual a nosotros y que, como a nosotros, Dios sopló en su nariz aliento de vida? ¿Es que Cristo no va a ser realmente Dios por naturaleza, por el hecho de que estemos convencidos de que el Verbo de Dios asumió la humanidad en orden a la redención?

Porque si no rebasa los límites de nuestra condición, Cristo no puede ser el portador del buen olor de la naturaleza de Dios Padre; ni podrá ser fragancia de inmortalidad el que ha sucumbido a la muerte. ¿En base a qué podría ser Cristo la fragancia del conocimiento del Padre, sino en cuanto se le reconoce y es realmente Dios, aunque pornosotros se haya manifestado en la carne? De no ser así, ¿cómo los predicadores lo hubieran' anunciado al mundo como verdadero Dios por naturaleza? O ¿cómo habrían reconocido a Jesús? ¿Cómo, finalmente, habrían podido afirmar los santos doctores que Dios Padre estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, si no hubiera asumido la humanidad para unirla con el Verbo nacido de Dios, como lo requería la sabia economía de la encarnación?

En efecto, los santos discípulos predican –con las palabras que el Espíritu pone en su boca– el Verbo de Dios, no como si habitara en un hombre, sino como hecho carne, es decir, como unido a una carne dotada de alma racional. De esta suerte, será Señor de la gloria precisamente el que fue crucificado.

Por lo tanto, ya se considere al Verbo de Dios en la carne o sin ella, separadamente o como viviendo entre nosotros, es la fragancia del conocimiento de Dios Padre, puesto que ha derramado en nosotros, mediante su propia naturaleza, el buen olor de aquel de quien procede.



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 13, 44–14, 6

Pablo y Bernabé se dirigen a los gentiles

El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo.

Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contemplaciones:

–Teníamos que anunciaron primero a vosotros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: «Yo te haré luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra».

Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destina-dos a la vida eterna creyeron.

La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras distinguidas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé y los expulsaron del territorio.

Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo.

En Iconio entraron en la sinagoga, como de costumbre, y hablaron de tal modo que creyó un buen número de judíos y de griegos. Los judíos que no se dejaron convencer soliviantaron a los paganos y les malearon el ánimo contra los hermanos. A pesar de todo, se detuvieron allí largo tiempo, hablando con valentía, apoyados en el Señor, que acreditaba su mensaje de gracia realizando por medio de ellos señales y prodigios.

La población de la ciudad se dividió en dos bandos; unos estaban por los judíos, y otros por los apóstoles. Al producirse conatos de parte de los gentiles y de los judíos, a sabiendas de las autoridades, empezaron a moverse con intención de maltratar y apedrear a Pablo y Bernabé; ellos se dieron cuenta de la situación y se escaparon a Licaonia, a las ciudades de Listra y Derbe y alrededores.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 155 (5-66: PL 38, 843-844)

La ley vivificante del Espíritu en Cristo Jesús

Como bien sabéis, el pueblo hebreo celebraba la Pascua con la inmolación del cordero y con los ázimos. En este rito, el cordero simboliza a Cristo y los ázimos, la vida nueva, es decir, sin la vejez de la levadura. Por eso nos dice el Apóstol: Barred la levadura vieja para ser una masa nueva, ya que sois panes ázimos. Porque ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo.

Así pues, en aquel antiguo pueblo se celebraba ya la Pascua, pero no se celebraba todavía en la luz refulgente, sino en la sombra significante. Y a los cincuenta días de la celebración de la Pascua, se le dio la ley en el monte Sinaí, escrita de la mano de Dios.

Viene la verdadera Pascua y Cristo es inmolado: da el paso de la muerte a la vida. En hebreo, Pascua significa paso; lo pone de manifiesto el evangelista cuando dice: Sabiendo Jesús que había llegado la hora de «pasar» de este mundo al Padre. Se celebra, pues la Pascua, resucita el Señor, da el paso de la muerte a la vida: tenemos la Pascua. Se cuentan cincuenta días, viene el Espíritu Santo, la mano de Dios.

Pero ved cómo se celebraba entonces y cómo se celebra ahora. Entonces el pueblo se quedó a distancia, reinaba el temor, no el amor. Un temor tan grande, que llega-ron a decir a Moisés: Háblanos tú; que no nos hable Dios, que moriremos. Descendió, pues, Dios sobre el Sinaí en forma de fuego, como está escrito, pero aterrorizando al pueblo que se mantenía a distancia y escribiendo con su mano en las losas, no en el corazón.

Ahora, en cambio, cuando viene el Espíritu Santo, encuentra a los fieles reunidos en un mismo sitio; no los atemorizó desde la montaña, sino que entró en la casa. De improviso se oyó en el cielo un estruendo como de viento impetuoso; resonó, pero nadie se espantó. Oíste el estruendo, mira también el fuego: también en la montaña aparecieron ambos, el fuego y el estruendo; pero allí había además humo, aquí sólo un fuego apacible.

Vieron aparecer –dice la Escritura– unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería. Escucha a uno hablando lenguas y reconoce al Espíritu que escribe no sobre losas, sino sobre el corazón. Por tanto, la ley vivificante del Espíritu está escrita en el corazón, no en losas; en Cristo Jesús, en el que se celebra realmente la Pascua auténtica, te ha librado de la ley del pecado y de la muerte.

Y el Señor nos dice por boca del profeta: Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la que hice con vuestros padres, cuando los tomé de la mano para sacar-los de Egipto. Y a continuación señala claramente la diferencia existente: Meteré mi ley en su pecho. La escribiré –recalca– en sus corazones. Si, pues, la ley de Dios está escrita en tu corazón, no te aterre desde afuera, sino estimúlete desde dentro. Entonces la ley vivificante del Espíritu te habrá librado, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y de la muerte.



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 14, 8–15, 4

Pablo en Listra

Había en Listra un hombre lisiado y cojo de nacimiento, que nunca había podido andar y estaba siempre sentado. Escuchaba las palabras de Pablo, y Pablo, viendo que tenía una fe capaz de curarlo, le gritó mirándolo:

–Levántate, ponte derecho.

El hombre dio un salto y echó a andar. Al ver lo que Pablo había hecho, el gentío exclamó en lengua de Licaonia:

–Dioses en figura de hombres han bajado a visitarnos.

A Bernabé lo llamaban Zeus y a Pablo, Hermes, por-que se encargaba de hablar. El sacerdote del templo de Zeus que estaba a la entrada de la ciudad, trajo a las puertas toros adornados con guirnaldas, y, con la gente, quería ofrecerles un sacrificio.

Al darse cuenta los apóstoles, Bernabé y Pablo se rasga-ron el manto e irrumpieron por medio del gentío gritando:

–Hombres, ¿qué hacéis? Nosotros somos mortales igual que vosotros; os predicamos la buena noticia para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen. En el pasado dejó que cada pueblo siguiera su camino; aunque siempre se dioa conocer por sus beneficios, mandando la lluvia y las cose-chas a su tiempo, dándoos comida y alegría en abundancia.

Pero llegaron unos judíos de Antioquía y de Iconio y se ganaron a la gente: apedrearon a Pablo y lo arrastraron fuera de la ciudad dejándolo por muerto. Entonces lo rodearon los discípulos: él se levantó y volvió a la ciudad.

Al día siguiente salió Bernabé para Derbe; después de predicar el evangelio en aquellas ciudades y de ganar bastantes discípulos, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios.

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí embarcaron para Antioquía, de donde los habían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la comunidad, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Se quedaron allí bastante tiempo con los discípulos.

Unos que bajaron de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse. Esto provocó un altercado y una violenta discusión con Pablo y Bernabé; y se decidió que Pablo, Bernabé y algunos más subieran a Jerusalén a consultar a los apóstoles y presbíteros sobre la controversia. La Iglesia los proveyó para el viaje; atravesaron Fenicia y Samaría contando a los hermanos cómo se convertían los gentiles y alegrándolos con la noticia.

Al llegar a Jerusalén, la Iglesia, los apóstoles y los presbíteros los recibieron muy bien; ellos contaron lo que habían hecho con la ayuda de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 130 (2: Edit. Maurist. t. 5, 637-638)

El Señor creó y redimió a sus siervos

Él es el pan bajado del cielo; pero es un pan que rehace sin deshacerse, un pan que puede sumirse, pero no con-sumirse. Este pan estaba simbolizado por el maná. Por eso se escribió: Les dio un trigo celeste; y el hombre comió pan de ángeles. Y ¿quién sino Cristo es el pan del cielo? Mas para que el hombre comiera pan de ángeles, se hizo hombre el Señor de los ángeles. Si no se hubiera hecho hombre no tendríamos su carne, no comeríamos el pan del altar. Apresurémonos a tomar posesión de la herencia, de la que tan magnífica prenda hemos recibido.

Hermanos míos: deseemos la vida de Cristo, pues que tenemos en prenda la muerte de Cristo. ¿Cómo no ha de darnos sus bienes el que ha padecido nuestros males? En esta tierra, en este mundo malvado, ¿qué es lo que abunda sino el nacer, el fatigarse y el morir? Examinad las realidades humanas y convencedme si es que estoy equivocado. Considerad, hombres todos, y ved si hay en este mundo algo más que nacer, fatigarse y morir. Esta es la mercancía típica de nuestro país, esto es lo que aquí abunda. A por tales mercancías descendió el divino Mercader.

Y como quiera que todo mercader da y recibe: da lo que tiene y recibe lo que no tiene —cuando compra algo, paga el precio estipulado y recibe el producto comprado–, también Cristo, en este mercado del mundo, da y recibe. Y ¿qué es lo que recibe? Lo que aquí abunda: nacer, fatigar-se y morir. Y ¿qué es lo que dio? Renacer, resucitar y eternamente reinar. ¡Oh Mercader bueno, cómpranos! Mas ¿por qué digo cómpranos, si lo que debemos hacer es darle gracias por habernos comprado?

Nos entregas nuestro propio precio: bebemos tu sangre; nos entregas nuestro propio precio. El evangelio que leemos es el acta de nuestra adquisición. Somos siervos tuyos, criatura tuya somos; nos hiciste, nos redimiste. Comprar un siervo está al alcance de cualquiera, pero crearlo no. Pues bien, el Señor creó y redimió a sus siervos.

Los creó para que fuesen; los redimió para que cautivos no fuesen. Habíamos caído en manos del príncipe de este mundo, que sedujo a Adán y lo hizo esclavo. Y comenzó a poseernos como herencia propia. Pero vino nuestro Redentor y fue vencido el seductor. Y ¿qué es lo que nuestro Redentor hizo con nuestro esclavizador? Para pagar nuestro precio tendió la trampa de su cruz, poniendo en ella como cebo su propia sangre. Sangre que el seductor pudo verter, pero que no mereció beber.

Y por haber derramado la sangre de quien no era deudor, fue obligado a restituir los deudores. Derramó la sangre del Inocente, fue obligado a dejar en paz a los culpables. Pues en realidad el Salvador derramó su sangre para borrar nuestros pecados. La carta de obligación con que el diablo nos retenía fue cancelada por la sangre del Redentor. Amémosle, pues, porque es dulce. Gustad y ved qué bueno es el Señor.



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 15, 5-35

La asamblea de Jerusalén

Algunos fariseos que habían abrazado la fe intervinieron, diciendo:

–Hay que circuncidarlos y exigirles que guarden la ley de Moisés. Los apóstoles y los presbíteros se reunieron a examinar el asunto, pero, como la discusión se caldeaba, se levantó Pedro y dijo:

–Hermanos, desde los primeros días, como sabéis, Dios me escogió para que los gentiles oyeran de mi boca el mensaje del evangelio, y creyeran. Y Dios, que penetra los corazones, mostró su aprobación dándoles el Espíritu Santo igual que a nosotros. No hizo distinción entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones con la fe. ¿Por qué provocáis a Dios ahora imponiendo a esos discípulos una carga que ni nosotros ni nuestros padres hemos podido soportar? No; creemos que lo mismo ellos que nosotros nos salvamos por la gracia del Señor Jesús.

Toda la asamblea hizo silencio para escuchar a Bernabé y a Pablo, que les contaron los signos y prodigios que habían hecho entre los gentiles con la ayuda de Dios. Cuando terminaron, Santiago resumió la discusión diciendo:

—Escuchadme, hermanos: Simón ha contado la primera intervención de Dios para escogerse un pueblo entre los gentiles. Esto responde a lo que dijeron los profetas:

«Después volveré para levantar la choza caída de Da-vid: levantaré sus ruinas y la pondré en pie; para que los demás hombres busquen al Señor, y todos los gentiles que llevarán mi nombre: El Señor lo dice y lo hace, y lo anunció desde antiguo».

Por eso, a mi parecer, no hay que molestar a los gentiles que se convierten; basta escribirles que no se contaminen con la idolatría ni con la fornicación y que no coman sangre de animales estrangulados. Porque durante muchas generaciones, en la sinagoga de cada ciudad, han leído a Moisés todos los sábados y le han explicado.

Los apóstoles y los presbíteros con toda la Iglesia acordaron elegir algunos de ellos y mandarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas Barsabá y a Silas, miembros eminentes de la comunidad, y les entregaron esta carta:

«Los apóstoles, los presbíteros y los hermanos, saludan a los hermanos de Antioquía, Siria y Cilicia convertidos del paganismo. Nos hemos enterado de que algunos de aquí, sin encargo nuestro, os han alarmado e inquietado con sus palabras. Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo. En vista de esto, mandamos a Silas y a Judas, que os referirán de palabra lo que sigue: Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación. Haréis bien en apartaros de todo esto. Salud».


SEGUNDA LECTURA

San Clemente de Roma, Carta a los Corintios (Caps. 36, 1-2; 37-38: Funk 1, 105-109)

Muchos senderos, pero un solo camino

Jesucristo es, amados hermanos, el camino por el que llegamos a la salvación, el sumo sacerdote de nuestras oblaciones, sostén y ayuda de nuestra debilidad. Por él, podemos elevar nuestra mirada hasta lo alto de los cielos; por él, vemos como en un espejo el rostro inmaculado y excelso de Dios; por él, se abrieron los ojos de nuestro corazón; por él, nuestra mente, insensata y entenebrecida, se abre al resplandor de la luz; por él quiso el Señor que gustásemos el conocimiento inmortal, ya que él es el reflejo de la gloria de Dios, tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado.

Militemos, pues, hermanos, con todas nuestras fuerzas, bajo sus órdenes irreprochables. Pensemos en los soldados que militan a las órdenes de nuestros emperadores: con qué disciplina, con qué obediencia, con qué prontitud cumplen cuanto se les ordena. No todos son perfectos, ni tienen bajo su mando mil hombres, ni cien, ni cincuenta, y así de los demás grados; sin embargo, cada uno de ellos lleva a cabo, según su orden y jerarquía, las órdenes del emperador y de los jefes. Ni los grandes podrían hacer nada sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes; la efectividad depende precisamente de la conjunción de todos.

Tomemos como ejemplo a nuestro cuerpo. La cabeza sin los pies no es nada, como tampoco los pies sin la cabeza; los miembros más ínfimos de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a la totalidad del cuerpo; más aún, todos ellos se coordinan entre sí para el bien de todo el cuerpo.

Procuremos, pues, conservar la integridad de este cuerpo que formamos en Cristo Jesús, y que cada uno se ponga al servicio de su prójimo según la gracia que le ha sido asignada por donación de Dios.

El fuerte sea protector del débil, el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, el pobre dé gracias a Dios por haberle deparado quien remedie su necesidad. El sabio manifieste su sabiduría no con palabras, sino con buenas obras; el humilde no dé testimonio de sí mismo, sino deje que sean los demás quienes lo hagan. El que guarda castidad, que no se enorgullezca, puesto que sabe que es otro quien le otorga el don de la continencia.

Pensemos, pues, hermanos, de qué polvo fuimos formados, qué éramos al entrar en este mundo, de qué sepulcro y de qué tinieblas nos sacó el Creador que nos plasmó y nos trajo a este mundo, obra suya, en el que, ya antes de que naciéramos, nos había dispuesto sus dones.

Como quiera, pues, que todos estos beneficios los tenemos de su mano, en todo debemos darle gracias. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 15, 36-16, 15

Comienza el segundo viaje de Pablo

Unos días más tarde, le dijo Pablo a Bernabé:

–¿Por qué no vamos otra vez a ver cómo están los hermanos en todas aquellas ciudades donde anunciamos el mensaje del Señor?

Bernabé quería llevarse con ellos a Juan Marcos, pero Pablo opinaba que a uno que, en vez" de acompañarlos en la tarea, los había dejado plantados en Panfilia, no debían llevarlo. El conflicto se agudizó tanto, que se separaron: Bernabé se llevó a Marcos y se embarcó para Chipre; Pablo, por su parte, escogió a Silas; los hermanos lo encomendaron al favor de Dios, él se marchó y atravesó Siria y Cilicia consolidando las comunidades.

Fue a Derbe y luego a Listra. Había allí un discípulo que se llamaba Timoteo, hijo de un griego y de una judía cristiana. Los hermanos de Listra y de Iconio daban buenos informes de él. Pablo quiso llevárselo y lo circuncidó, por consideración a los judíos de la región, pues todos sabían que su padre era pagano.

Al pasar por las ciudades comunicaban las decisiones de los apóstoles y presbíteros de Jerusalén para que las observasen. Las Iglesias se robustecían en la fe y crecían en número de día en día.

Como el Espíritu Santo les impidió anunciar la palabra en la provincia de Asia, atravesaron Frigia y Galacia. Al llegar a la frontera de Misia, intentaron entrar en Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo consintió. Entonces deja-ron Misia a un lado y bajaron a Tróade.

Aquella noche Pablo tuvo una visión: un macedonio le rogaba: «Ven a Macedonia y ayúdanos».

Inmediatamente decidimos salir para Macedonia, seguros de que Dios nos llamaba a predicarles el evangelio.

Zarpamos de Tróade, rumbo a Samotracia; al día siguiente salimos para Neápolis y de allí para Filipos, colonia romana, capital del distrito de Macedonia. Allí nos de-tuvimos unos días.

El sábado salimos de la ciudad y fuimos por la orilla del río a un sitio donde pensábamos que se reunían para orar; nos sentamos y trabamos conversación con las mujeres que habían acudido. Una de ellas, que se llamaba Lidia, natural de Tiatira, vendedora de púrpura, que adoraba al verdadero Dios, estaba escuchando; y el Señor le abrió el corazón para que aceptara lo que decía Pablo. Se bautizó con toda su familia y nos invitó:

—Si estáis convencidos de que creo en el Señor, venid a hospedaros a mi casa.

Y nos obligó a aceptar.


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre la carta a los Romanos (Cap 15, 7: PG 74, 854-855)

Alcanzó a todos la misericordia divina
y fue salvado todo el mundo

Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo y somos miembros los unos de los otros, y es Cristo quien nos une mediante los vínculos de la caridad, tal como está escrito: El ha hecho de los dos pueblos una sola cosa, derribando con su carne el muro que los separaba: el odio. El ha abolido la ley con sus mandamientos y reglas. Conviene, pues, que tengamos un mismo sentir: que, si un miembro sufre, los demás miembros sufran con él y que, si un miembro es honrado, se alegren todos los miembros.

Acogeos mutuamente —dice el Apóstol—, como Cristo os acogió para gloria de Dios. Nos acogeremos unos a otros si nos esforzamos en tener un mismo sentir; llevan-do los unos las cargas de los otros, conservando la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz. Así es como nos acogió Dios a nosotros en Cristo. Pues no engaña el que dice: Tanto amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo por nosotros. Fue entregado, en efecto, como rescate para la vida de todos nosotros, y así fuimos arrancados de la muerte, redimidos de la muerte y del pecado. Y el mismo Apóstol explica el objetivo de esta realización de los designios de Dios, cuando dice que Cristo consagró su ministerio al ser-vicio de los judíos, por exigirlo la fidelidad de Dios. Pues, como Dios había prometido a los patriarcas que los bendeciría en su descendencia futura y que los multiplicaría como las estrellas del cielo, por esto apareció en la carne y se hizo hombre el que era Dios y la Palabra en persona, el que conserva toda cosa creada y da a todos la incolumidad, por su condición de Dios. Vino a este mundo en la carne, mas no para ser servido, sino, al contrario, para servir, como dice él mismo, y entregar su vida por la redención de todos. El afirma haber venido de modo visible para cumplir las promesas hechas a Israel. Decía en efecto: Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel. Por esto, con verdad afirma Pablo que Cristo consagró su ministerio al servicio de los judíos, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los padres y para que los paganos alcanzasen misericordia, y así ellos también le diesen gloria como a creador y hacedor, salvador y redentor de todos. De este modo alcanzó a todos la misericordia divina, sin excluir a los paganos, de manera que el designio de la sabiduría de Dios en Cristo obtuvo su finalidad; por la misericordia de Dios, en efecto, fue salvado todo el mundo, en lugar de los que se habían perdido.