DOMINGO DE PASCUA
DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Hoy, la Vigilia pascual reemplaza el Oficio de Maitines. Los que no han asistido a la Vigilia lean, por lo menos, cuatro lecturas, con sus cánticos y oraciones. Conviene usar las que aquí se ponen.

Los Maitines comienzan directamente por las lecturas.

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del Exodo 14, 15-15, 1

Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto

En aquellos días, dijo el Señor a Moisés.

«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los israelitas que se pongan en marcha. Y, tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los israelitas entren en medio del mar a pie enjuto. Que yo voy a endurecer el corazón de los egipcios para que los persigan, y me cubriré de gloria a costa del Faraón y de todo su ejército, de sus carros y de los guerreros. Sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del Faraón, de sus carros y de los guerreros».

Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube de delante se desplazó de allí y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de los israelitas. La nube era tenebrosa, y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran trabar contacto.

Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y se dividieron las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto, mientras que las aguas formaban muralla a derecha e izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución, entrando tras ellos, en medio del mar, todos los caballos del Faraón y los carros con sus guerreros.

Mientras velaban al amanecer, miró el Señor al campamento egipcio, desde la columna de fuego y nube, y sembró el pánico en el campamento egipcio. Trabó las ruedas de sus carros y las hizo avanzar pesadamente. Y dijo Egipto:

«Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto».

Dijo el Señor a Moisés:

«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».

Y extendió Moisés su mano sobre el mar; y al amanecer volvía el mar a su curso de siempre. Los egipcios, huyendo, iban a su encuentro, y el Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del Faraón, que lo había seguido por el mar. Ni uno solo se salvó. Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar; las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda.

Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Israel vio la mano grande del Señor obrando contra los egipcios, y el pueblo temió al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.

Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron este canto al Señor:


SEGUNDA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel 36, 16-28

Derramaré sobre vosotros un agua pura
y os daré un corazón nuevo

Me vino esta palabra del Señor:

«Hijo de Adán, cuando la casa de Israel habitaba en su tierra, la profanó con su conducta, con sus acciones; como sangre inmunda fue su proceder ante mí. Entonces derramé mi cólera sobre ellos, por la sangre que habían derramado en el país, por haberlo profanado con sus idolatrías. Los esparcí entre las naciones, anduvieron dispersos por los países; según su proceder, según sus acciones los sentencié.

Cuando llegaron a las naciones donde se fueron, profanaron mi santo nombre; decían de ellos: "Estos son el pueblo del Señor, de su tierra han salido".

Sentí lástima de mi santo nombre, profanado por la casa de Israel en las naciones a las que se fue.

Por eso, di a la casa de Israel: "Esto dice el Señor: No lo hago por vosotros, casa de Israel, sino por mi santo nombre, profanado por vosotros, en las naciones a las que habéis ido. Mostraré la santidad de mi nombre grande, profanado entre los gentiles, que vosotros habéis profanado en medio de ellos; y conocerán los gentiles que yo soy el Señor –oráculo del Señor–, cuando les haga ver mi santidad al castigaros.

Os recogeré de entre las naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra. Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios"».


TERCERA LECTURA

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 6, 3-11

Cristo, una vez resucitado de entre los muertos,
ya no muere más

Hermanos: Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo

fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Porque, si nuestra existencia está unida a él en una muerte como la suya, lo estará también en una resurrección como la suya.

Comprendamos que nuestra vieja condición ha sido crucificada con Cristo, quedando destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros, libres de la esclavitud al pecado; porque el que muere ha quedado absuelto del pecado.

Por tanto, si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre; y su vivir es un vivir para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.


CUARTA LECTURA

Lectura del santo evangelio según san Mateo 28, 1-10

Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea

En la madrugada del sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y de pronto tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago y su vestido blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos.

El ángel habló a las mujeres:

«Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos y va pordelante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis". Mirad, os lo he anunciado».

Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; impresionadas y llenas de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.

De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos».

Ellas se acercaron, se postraron ante él y le abrazaron los pies. Jesús les dijo:

«No tengáis miedo: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».



6. TIEMPO PASCUAL

LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Comienza el libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-26

Aparición y ascensión del Señor

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios.

Una vez que comían juntos les recomendó:

—No os alejéis de Jerusalén; aguardad a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.

Ellos le rodearon preguntándole:

—Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?

Jesús contestó:

—No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los confines del mundo.

Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

—Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse.

Entonces, los apóstoles se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Llegados a casa subieron a la sala, donde se alojaban: Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón de Celotes, y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos.

Uno de aquellos días había reunidas unas ciento veinte personas. Pedro se puso de pie en medio de los hermanos y dijo:

—Hermanos, tenía que cumplirse lo que el Espíritu Santo, por boca de David, había predicho en la Escritura, acerca de Judas, que hizo de guía a los que arrestaron a Jesús. Era uno de nuestro grupo y compartía el mismo servicio. Con la paga del crimen compró un terreno, se despeñó, reventó por medio y se esparcieron sus entrañas. El hecho se divulgó entre los vecinos de Jerusalén, y aquel terreno lo llamaron en su lengua Hacéldama, o sea, «cementerio», porque en el libro de los Salmos está escrito: «Que su morada quede desierta y que nadie habite en ella». Pero dice también: «Que su cargo lo ocupe otro». Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba, hasta el día de su ascensión.

Propusieron dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. Y rezaron así:

—Señor, tú penetras el corazón de todos; muéstranos a cuál de los dos has elegido para que, en este servicio apostólico, ocupe el puesto que dejó Judas para marcharse al suyo propio.

Echaron suertes, le tocó a Matías, y lo asociaron a los once apóstoles.


SEGUNDA LECTURA

San Hipólito de Roma, Homilía 6 en la Pascua [atribuida] (1,5: PG 59, 735, 743-746)

¡Oh mística largueza! ¡Oh Pascua divina!

Ya brillan los rayos de la sagrada luz de Cristo, ya aparecen las puras luminarias del Espíritu puro, que nos abren los tesoros de la gloria celeste y de la regia divinidad. Disipóse la densa y oscura noche, y la odiosa muerte ha sido relegada a la oscuridad; a todos se les brinda la vida, todo rebosa de luz indeficiente y los que van naciendo entran en posesión del universo de los renacidos: y el nacido antes de la aurora, grande e inmortal, Cristo, resplandece para todos más que el sol. Por eso, en él nos ha amanecido a los creyentes un día rutilante, interminable, eterno, la Pascua mística, ya prefigurada y celebrada por la ley; la Pascua, obra admirable de la fuerza y el poder de la divinidad, es realmente la fiesta y el memorial legítimo y sempiterno: es paso de la pasión a la impasibilidad, de la muerte a la inmortalidad, de la juventud a la madurez; es curación tras la herida, resurrección tras la caída, ascensión tras el descenso. Así es como Dios realiza cosas grandes, así es como de lo imposible crea cosas estupendas, para demostrar que él es el único que puede todo lo que quiere.

Y así, haciendo uso de su regio poder, rompe, después de la vida, las ataduras de la muerte, como cuando gritó: Lázaro, ven afuera, o Niña, levántate, para mostrar la eficacia de su poder. Por eso se entregó totalmente a la muerte: para matar en sí mismo a esa fiera voraz y deshacer el nudo insoluble. En aquel cuerpo impecable, incansablemente buscaba la muerte los manjares que le son propios: miraba a ver si había en él voluptuosidad, ira, desobediencia, si había finalmente pecado, que es el alimento preferido de la muerte: El aguijón de la muerte es el pecado. Pero como no encontraba en él nada de qué alimentarse, prisionera de sí misma y extenuada por falta de alimento, ella misma fue su propia muerte, tal como muchos justos venían anunciando y profetizando que sucedería cuando el Primogénito resucitase de entre los muertos. El permaneció efectivamente tres días bajo tierra, a fin de salvar en sí mismo a todo el género humano, incluso a los que existieron antes de la ley.

Las mujeres fueron las primeras en ver al Resucitado. Para que así como fue una mujer la que introdujo en el mundo el primer pecado, fuera asimismo la mujer la primera en anunciar al mundo la vida. Por eso las mujeres oyen la voz sagrada, Alegraos, para que el dolor primero fuera suplantado por el gozo de la resurrección; y para que los incrédulos dieran fe a su resurrección corporal de entre los muertos. Cuando hubo transformado en hombre celestial la imagen entera del hombre viejo que había sumido, entonces subió al cielo llevando consigo aquella imagen de esta forma transformada. Y viendo las potencias angélicas aquel magnífico misterio de un hombre que ascendía juntamente con Dios, gozosas recibieron el encargo de gritar a los ejércitos celestiales: ¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas: va a entrar el Rey de la gloria.

Y ellas a su vez, viendo un nuevo milagro, es decir, a un hombre unido a Dios, gritan y dicen: ¿Quién es ese Rey de la gloria? Y las potencias angélicas interrogadas vuelven a contestar: El Señor de los ejércitos: él es el Rey de la gloria, el héroe valeroso, el héroe de la guerra.

¡Oh mística largueza! ¡oh solemnidad espiritual! ¡oh Pascua divina, que desciende del cielo a la tierra y de nuevo asciende desde la tierra! ¡oh Pascua, nueva iluminación de las lámparas, decoro virginal de las candelas! Por eso, ya no se extinguen las lámparas de las almas, pues por un efecto divino y espiritual en todos es visible el fuego de la gracia, alimentado por el cuerpo, el espíritu y el óleo de Cristo.

Te rogamos, pues, Señor Dios, Cristo, rey espiritual y eterno, que extiendas tus manos poderosas sobre tu santa Iglesia y sobre tu pueblo santo, defendiéndolo, custodiándolo y conservándolo siempre. Exhibe ahora tus trofeos en favor nuestro, y concédenos la gracia de poder cantar con Moisés el canto de victoria, porque tuya es la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.



MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 1-21

Llegada del Espíritu Santo. Primer discurso de Pedro

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.

Se encontraban entonces en Jerusalén, judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma. Enormemente sorprendidos preguntaban:

—¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene; algunos somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las maravillas de Dios en nuestra propia lengua.

No acertando a explicárselo, se preguntaban atónitos:

—¿Qué quiere decir esto?

Otros se burlaban:

—Están bebidos.

Pedro, de pie con los Once, pidió atención y les dirigió la palabra:

—Judíos y vecinos todos de Jerusalén, escuchad mis palabras y enteraos bien de lo que pasa. Estos no están borrachos, como suponéis; no es más que media mañana. Está sucediendo lo que dijo el profeta Joel:

En los últimos días –dice Dios– «derramaré mi Espíritu sobre todo hombre: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros jóvenes tendrán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y sobre mis siervos y siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días» y profetizarán. «Haré prodigios» arriba «en el cielo» y signos abajo «en la tierra: sangre, fuego, columnas de humo. El sol se hará tinieblas, la luna se teñirá de sangre antes de que llegue el día del Señor, grande y deslumbrador. Pero cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán».


SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Tratado sobre la solemnidad de la Pascua (4-5: PG 24, 698-699)

Con razón en estos días desbordamos de gozo,
como si ya estuviéramos con el Esposo

Éstas son las nuevas enseñanzas, antiguamente envueltas en símbolos, pero sacadas recientemente a plena luz. Y también nosotros inauguramos cada año esta solemnidad con unos períodos cíclicos de preparación. Así, antes de la fiesta y como preparación para la misma, nos ejercitamos en las prácticas cuaresmales, a imitación de los santos Moisés y Elías, iterando luego la fiesta misma año tras año. Emprendido de este modo el camino hacia Dios, nos ceñimos cuidadosamente la cintura con el ceñidor de la templanza y, protegiendo cautamente los pasos de nuestra alma, iniciamos –bien calzados– la carrera de nuestra vocación celestial; y usando la vara de la palabra divina y no tan sólo el poder intercesor de la oración para repeler a los enemigos, con toda alegría y decisión nos aventuramos por la senda que nos lleva al cielo, haciéndonos pasar de las cosas de esta tierra a las celestiales, de la vida mortal a la inmortalidad.

De esta forma, realizado felizmente este «paso», nos espera otra solemnidad aún mayor –solemnidad que los hebreos llaman Pentecostés– y que es imagen del reino de los cielos. Dice, en efecto, Moisés: A partir del día en que metas la hoz en la mies, contarás siete semanas y de la nueva cosecha presentarás al Señor panes nuevos. Con esta figura profética se simbolizaba: por la mies, la vocación de los gentiles, y por los panes nuevos, las almas ofrecidas a Dios por los méritos de Cristo, así como las Iglesias integradas por paganos, por cuyo motivo se organizan los máximos festejos ante el acatamiento de Dios, rico en misericordia. Pues recolectados por las racionales hoces de los apóstoles, congregadas todas las Iglesias de la tierra como gavillas en la era, formando un solo cuerpo por el concorde sentir de la fe, sazonados con la sal de las doctrinas y mandatos divinos, regenerados por el agua y el fuego del Espíritu Santo, somos ofrecidos por Cristo como panes festivos, apetitosos y gratos a Dios.

Así pues, confrontados los proféticos símbolos de Moisés con la autenticidad de una realidad de más santos efectos, hemos aprendido a celebrar una solemnidad más gozosa que la que se nos transmitió, cual si ya estuviéramos reunidos con nuestro Salvador, como si gozáramos ya de su reino. Por ese motivo, durante estas fiestas no se nos permite ninguna práctica ascética, sino que se nos estimula a presentar la imagen del descanso que esperamos disfrutar en el cielo. Por cuya razón ni nos arrodillamos en la oración ni nos afligimos con el ayuno. Pues a quienes fue concedida la gracia de resucitar en Dios, no parece oportuno que sigan postrándose en tierra; ni que los que han sido liberados de las pasiones, sufran lo mismo que quienes todavía son esclavos de sus apetitos.

Por eso, tras la Pascua y al término de siete íntegras semanas, celebramos la fiesta de Pentecostés; de la misma manera que, previamente a la fiesta de Pascua y durante un período de seis semanas, aguantamos varonilmente las prácticas cuaresmales. Pues el número seis es, por así decirlo, un número que se traduce en actividad y eficacia. Por esta razón se dice que Dios creó en seis días todas las cosas. Con razón, pues, a las fatigas que supusieron la preparación de la primera solemnidad les siguen las siete semanas preparatorias de la segunda solemnidad, en que se nos concede un largo período de descanso, simbolizado por el número siete.

Considerando, pues, los santos días de Pentecostés como una imagen del futuro descanso, no sin razón nuestras almas desbordan de gozo, e incluso condescendemos con nuestro cuerpo, concediéndole un respiro, como si ya estuviéramos con el Esposo. Por lo cual no nos está permitido ayunar.



MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 22-41

Discurso de Pedro sobre la crucifixión
y resurrección de Cristo

El día de Pentecostés se presentó Pedro con los Once, levantó la voz y dirigió la palabra:

–Escuchadme, israelitas: Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis. Conforme al plan previsto y sancionado por Dios, os lo entregaron, y vosotros, por mano de paganos, lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio, pues David dice:

«Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia».

Hermanos, permitidme hablaros con franqueza: el patriarca David murió y lo enterraron, y conservamos su sepulcro hasta el día de hoy. Pero era profeta y sabía que Dios le había prometido con juramento sentar en su trono a un descendiente suyo; cuando dijo que no lo abandonaría a la muerte y que su carne no conocería la corrupción, hablaba previendo la resurrección del Mesías. Pues bien, Dios resucitó a este Jesús y todos nosotros somos testigos.

Ahora, exaltado por la diestra de Dios, ha recibido el Espíritu Santo, que el Padre había prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo.

David no ha subido al cielo, y, sin embargo, dice.

«Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies».

Por tanto, todo Israel esté cierto de que el mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.

Estas palabras les traspasaron el corazón, y preguntaron a Pedro y a los demás apóstoles:

–¿Qué tenemos que hacer, hermanos?

Pedro les contestó:

—Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa vale para vosotros y para vuestros hijos y, además, para todos los que llame el Señor Dios nuestro, aunque estén lejos.

Con éstas y otras muchas razones les urgía y los exhortaba diciendo:

—Escapad de esta generación perversa.

Los que aceptaron sus palabras se bautizaron, y aquel día se les agregaron unos tres mil.


SEGUNDA LECTURA

Orígenes, Comentario sobre la carta a los Romanos (Lib 4,7: PG 14, 986-988)

Si alguien ha sido reconciliado por la sangre de Cristo,
que no se relacione más con lo que es enemigo de Dios

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra, pues el que se conduce de esta manera, da pruebas de creer en el que resucitó a nuestro Señor Jesucristo de entre los muertos y a éste tal la fe realmente se le cuenta en su haber. Pues es imposible que a quien retenga en sí una dosis cualquiera de injusticia, la justicia se le cuente en su haber, aunque crea en el que resucitó al Señor Jesús de entre los muertos, ya que la injusticia nada puede tener en común con la justicia, como nada tiene que ver la luz con las tinieblas ni la vida con la muerte. Por tanto, a los que creen en Cristo, pero no se despojan de la vieja condición humana, con sus obras injustas, la fe no se les puede apuntar en su haber.

Paralelamente podemos afirmar que lo mismo que al injusto no se le puede contar la justicia en su haber, así tampoco al impúdico la honestidad, al inicuo la equidad, al avaro la liberalidad, ni al impío puede imputársele la piedad, mientras no deponga la vetusta vestimenta de los vicios y se revista de la nueva condición creada según Dios y que se va renovando como imagen de su creador, hasta llegar a conocerlo.

Fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación, para demostrarnos que también nosotros hemos de aborrecer y desechar todo aquello por lo que Cristo fue entregado. Porque si creemos que Cristo fue entregado por nuestros pecados, ¿cómo no considerar extraño y hostil todo tipo de pecado, por el que sabemos que nuestro Redentor fue entregado a la muerte? En efecto, si nuevamente entablamos relaciones de interés o de amistad con el pecado demostramos no valorar debidamente la muerte de Cristo Jesús, toda vez que abrazamos y secundamos lo que él expugnó y venció.

Así que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. Porque si hemos resucitado con Cristo, que es la justicia, y andamos en una vida nueva, y vivimos según la justicia, Cristo resucitó para nuestra justificación. Pero si todavía no nos hemos despojado de la vieja condición humana, con sus obras, sino que vivimos en la injusticia, me atrevo a decir que Cristo no ha resucitado aún para nuestra justificación ni fue entregado por nuestros pecados. Y si estoy convencido de esto, ¿cómo amo lo que a él le llevó a la muerte? Si creo que él ha resucitado para mi justificación, ¿cómo me deleito en la injusticia? Luego Cristo justifica únicamente a los que, a ejemplo de su resurrección, emprendieron una nueva vida, y rechazan como causa de muerte, los viejos vestidos de la injusticia y de la iniquidad.

Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos: y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Pero para mejor penetrar el sentido de las palabras del Apóstol, examinemos qué significa la palabra «paz», la paz que nos viene por nuestro Señor Jesucristo.

Dícese que hay paz donde nadie disiente, donde nadie está en desacuerdo, donde no hay ni hostilidad ni barbarie. Así pues, nosotros que en un tiempo fuimos enemigos de Dios, siguiendo las consignas del enemigo hostil, del diablo, si ahora arrojamos sus armas, estamos en paz con Dios, pero esto gracias a nuestro Señor Jesucristo, quien por la ofrenda de su sangre, nos reconcilió con Dios. Por tanto, si alguien está en paz con Dios y ha sido reconciliado por la sangre de Cristo, que no se relacione en adelante con lo que es enemigo de Dios.



JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 2, 42—3, 11

La primitiva comunidad; curación del paralítico

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes, y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos; celebrando la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.

Un día subían Pedro y Juan al templo, a la oración de media tarde, cuando vieron traer a cuestas a un lisiado de nacimiento. Solían colocarlo todos los días en la Puerta Hermosa del templo para que pidiera limosna a los que entraban.

Al ver entrar en el templo a Pedro y Juan, les pidió limosna. Pedro, con Juan a su lado, se le quedó mirando y le dijo:

—Míranos.

Clavó los ojos en ellos esperando que le darían algo. Pedro le dijo:

—No tengo plata ni oro, te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar.

Agarrándolo de la mano derecha, lo incorporó. Al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos, se puso en pie de un salto, echó a andar y entró con ellos en el templo por su pie, dando brincos y alabando a Dios. La gente lo vio andar alabando a Dios; al caer en la cuenta de que era el mismo que pedía limosna sentado en la Puerta Hermosa, quedaron estupefactos ante lo sucedido.

Mientras el hombre seguía aún con Pedro y Juan, la gente asombrada acudió corriendo al Pórtico de Salomón donde ellos estaban.


SEGUNDA LECTURA

Eusebio de Cesarea, Tratado sobre la solemnidad de Pascua (7.9.10-12: PG 24, 702-706)

Constantemente somos saciados con el cuerpo del Salvador
y constantemente participamos de la sangre del Cordero

Los seguidores de Moisés inmolaban el cordero pascual una vez al año, el día catorce del primer mes, al atardecer. En cambio, nosotros, los hombres de la nueva Alianza, que todos los domingos celebramos nuestra Pascua, constantemente somos saciados con el cuerpo del Salvador, constantemente participamos de la sangre del Cordero; constantemente llevamos ceñida la cintura de nuestra alma con la castidad y la modestia, constantemente están nuestros pies dispuestos a caminar según el evangelio, constantemente tenemos el bastón en la mano y descansamos apoyados en la vara que brota de la raíz de Jesé, constantemente nos vamos alejando de Egipto, constantemente vamos en busca de la soledad de la vida humana, constantemente caminamos al encuentro con Dios, constantemente celebramos la fiesta del «paso» (Pascua).

Y la palabra evangélica quiere que hagamos todo esto no sólo una vez al año, sino siempre, todos los días. Por eso, todas las semanas, el domingo, que es el día del Salvador, festejamos nuestra Pascua, celebramos los misterios del verdadero Cordero, por el cual fuimos liberados. No circuncidamos con cuchillo nuestro cuerpo, pero amputamos la malicia del alma con el agudo filo de la palabra evangélica. No tomamos ázimos materiales, sino únicamente los ázimos de la sinceridad y de la verdad. Pues la gracia que nos ha exonerado de los viejos usos, nos ha hecho entrega del hombre nuevo creado según Dios, de una ley nueva, de una nueva circuncisión, de una nueva Pascua, y de aquel judío que se es por dentro. De esta manera nos liberó del yugo de los tiempos antiguos.

Cristo, exactamente el quinto día de la semana, se sentó a la mesa con sus discípulos, y mientras cenaba, dijo: He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros antes de padecer. En realidad, aquellas Pascuas antiguas o, mejor, anticuadas, que había comido con los judíos, no eran deseables; en cambio, el nuevo misterio de la nueva Alianza, de que hacía entrega a sus propios discípulos, con razón era deseable para él, ya que muchos antiguos profetas y justos anhelaron ver los misterios de la nueva Alianza. Más aún, el mismo Verbo, ansiando ardientemente la salvación universal, les entregaba el misterio Y, que todos los hombres iban a celebrar en lo sucesivo, y declaraba haberlo él mismo deseado.

La pascua mosaica no era realmente apta para todos los pueblos, desde el momento en que estaba mandado celebrarla en lugar único, es decir, en Jerusalén, razón por la cual no era deseable. Por el contrario, el misterio del Salvador, que en la nueva Alianza era apto para todos los hombres, con toda razón era deseable.

En consecuencia, también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua, purificando nuestras mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los panes ázimos de la verdad y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que se es por dentro, y la verdadera circuncisión, rociando las jambas de nuestra alma con la sangre del Cordero inmolado por nosotros, con miras a ahuyentar a nuestro exterminador. Y esto no una sola vez al año, sino todas las semanas.

Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello de su preciosa sangre.



VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 3, 12–4, 4

Discurso de Pedro sobre la glorificación de Jesús, Hijo de Dios

Pedro, al ver a la gente, les dirigió la palabra:

–Israelitas, ¿qué os llama la atención?, ¿de qué os admiráis?, ¿por qué nos miráis como si hubiéramos hecho andar a éste con nuestro propio poder o virtud? El Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, al que vosotros entregasteis y rechazasteis ante Pilato, cuando había decidido soltarlo. Rechazasteis al santo, al justo, y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, y nosotros somos testigos.

Como éste que veis aquí y que conocéis ha creído en su nombre, su nombre le ha dado vigor: su fe le ha restituido completamente la salud, a vista de todos vosotros.

Sin embargo, sé que lo hicisteis por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo: pero Dios cumplió de esta manera lo que había predicho por los profetas, que su Mesías tenía que padecer. Por tanto, arrepentíos y convertíos, para que se os borren vuestros pecados; a ver si el Señor manda tiempos de consuelo, y envía a Jesús, el Mesías que os estaba destinado. Aunque tiene que quedarse en el cielo hasta la restauración universal que Dios anunció por boca de los santos profetas antiguos.

Moisés dijo: «El Señor Dios sacará de entre vosotros un profeta como yo: escucharéis todo lo que os diga, y quien no escuche al profeta será excluido del pueblo». Y desde Samuel, todos los profetas anunciaron también estos días.

Vosotros sois los hijos de los profetas, los hijos de la alianza que hizo Dios con nuestros padres, cuando le dijo a Abrahán: «Tu descendencia será la bendición de todas las razas de la tierra». Dios resucitó a su siervo y os lo envía en primer lugar a vosotros, para que os traiga la bendición si os apartáis de vuestros pecados.

Mientras hablaban al pueblo se presentaron los sacerdotes, el comisario del templo y los saduceos, indignados de que enseñaran al pueblo y anunciaran la resurrección de los muertos por el poder de Jesús. Les echaron mano y, como ya era tarde, los metieron en la cárcel hasta el día siguiente. Muchos de los que habían oído el discurso, unos cinco mil hombres, abrazaron la fe.


SEGUNDA LECTURA

Dídimo de Alejandría, Tratado sobre la Trinidad (Lib 2,14: PG 39, 710-718

El bautismo nos hace inmortales y nos deifica

Bautismo auténtico es el que, después de la aparición o visible manifestación del Hijo y del Espíritu Santo, ejerce su acción liberadora cada día o, mejor, a cada hora o, para expresarme con mayor exactitud, a cada momento; sobre todos los que descienden a las aguas bautismales; sobre todo tipo de pecado y para siempre. Además, este bautismo, a los que ya son hermanos por la gracia, los convierte en primogénitos y recién nacidos, sin exceptuar ni a los de corta edad ni a los de edad avanzada. Incluso a quienes —según la prudencia humana— no se les confían las riquezas terrenas por no ofrecer suficiente garantía de seguridad, bien por su escasa, bien por su excesiva edad, incluso a éstos se les hace entrega con plena seguridad de todo el patrimonio divino, hasta el punto de que cantan alborozados: El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas. Y: Preparas una mesa ante mí enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.

El mismo ángel que removía el agua era precursor del Espíritu Santo; y Juan es paralelamente llamado ángel del Señor, fue constituido precursor del Señor, y bautizaba en el agua. Y el crisma con que fueron ungidos Aarón y Moisés y posteriormente todos cuantos eran ungidos con la cuerna sacerdotal —y que por razón del crisma fueron denominados «cristos», es decir, ungidos—, eran tipo del crisma santificado que nosotros recibimos. Crisma que aunque fluya corporalmente, espiritualmente aprovecha. Pues tan pronto como la fe de la Trinidad beatísima desciende sobre nuestro corazón, la palabra del Espíritu sobre nuestra boca y el sello de Cristo brilla en nuestra frente; tan pronto como se ha recibido el bautismo y nos ha confirmado el crisma, inmediatamente –repito– encontramos propicia a la Trinidad, ella que es por naturaleza la dispensadora de todos los bienes; inmediatamente viene a nosotros, y en el mismo momento los espíritus inmundos se retiran de los que ya están limpios, cede el interés por los asuntos mundanos, huye de nosotros todo tipo de pasiones corporales, se nos perdonan todos los delitos, nuestros nombres son inscritos en libros indelebles, se nos dispensan los bienes celestiales: tanto, que la misma Trinidad, inefablemente generosa y próvida como es, queriendo ser el principio de toda obra buena, previene y antecede incluso nuestros proyectos de bondad.

Llamarán santos a todos los inscritos en Jerusalén entre los vivos; porque el Señor lavará la suciedad de los hijos y de las hijas de Sión, y fregará la sangre de en medio de ellos, con el soplo del juicio, con el soplo ardiente. En su primera carta, nos enseña Pedro que si antiguamente el bautismo, que no era sino una figura, salvaba, con mucha mayor razón el bautismo, que es la realidad, nos hace inmortales y nos deifica. Escribe, en efecto; Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús, que llegó al cielo, se le sometieron los ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.

Nosotros que vamos transformándonos en espirituales, no sólo vemos y percibimos estas cosas, sino que gratuitamente somos iluminados por el Espíritu Santo, y disfrutamos de ellas cada vez que participamos del Cuerpo de Cristo y degustamos la fuente de la inmortalidad.



SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los apóstoles 4, 5-31

Pedro y Juan ante el Sanedrín

Al día siguiente se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los senadores y los letrados; éntre ellos el sumo sacerdote Anás, Caifás y Alejandro, y los demás que eran familia de sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a Pedro y a Juan y los interrogaron:

—¿Con qué poder o en nombre de quién habéis hecho eso?

Pedro, lleno de Espíritu Santo, respondió:

—Jefes del pueblo y senadores, escuchadme: Porque le hemos hecho un favor a un enfermo, nos interrogáis hoy para averiguar qué poder ha curado a ese hombre; pues quede bien claro a todos vosotros y a todo Israel que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos: por su nombre, se presenta éste sano ante vosotros. Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular: ningún otro puede salvar; bajo el cielo no se nos ha dado otro nombre que pueda salvarnos.

Estaban sorprendidos viendo el aplomo de Pedro y Juan, sabiendo que eran hombres sin letras ni instrucción, y descubrieron que habían sido compañeros de Jesús. Pero viendo junto a ellos al hombre que habían curado, no encontraron respuesta. Les mandaron salir fuera del consejo, y se pusieron a deliberar:

—¿Qué vamos a hacer con esta gente? Es evidente que han hecho un milagro: lo sabe todo Jerusalén y no podemos negarlo; pero para evitar que se siga divulgando, les prohibiremos que vuelvan a mencionar a nadie ese nombre.

Los llamaron y les prohibieron en absoluto predicar y enseñar en nombre de Jesús. Pedro y Juan replicaron:

—¿Puede aprobar Dios que os obedezcamos a vosotros en vez de a él? Juzgadlo vosotros. Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído.

Repitiendo la prohibición los soltaron. No encontraron la manera de castigarlos, porque el pueblo entero daba gloria a Dios por lo sucedido, ya que el hombre curado por el milagro tenía más de cuarenta años.

En cuanto los pusieron en libertad, Pedro y Juan volvieron al grupo de los suyos, y les contaron lo que les habían dicho los sumos sacerdotes y los senadores. Al oírlo, toclos juntos invocaron a Dios en voz alta:

–Señor, tú hiciste el cielo, la tierra, el mar y todo lo que contiene; tú inspiraste a tu siervo, nuestro padre David, para que dijera: «¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean un fracaso? Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías». Así fue: en esta ciudad se aliaron Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y el pueblo de Israel contra tu santo siervo, Jesús, tu Ungido; realizaron el plan que tu autoridad había determinado. Ahora, Señor, mira cómo nos amenazan, y da a tus siervos valentía para anunciar tu Palabra; mientras tu brazo realiza curaciones, signos y prodigios, por el nombre de tu santo siervo Jesús.

Al terminar la oración, tembló el lugar donde estaban reunidos, los llenó a todos el Espíritu Santo, y anunciaban con valentía la Palabra de Dios.


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Sermón 45 sobre el Antiguo Testamento (5: CCL 41, 519-520)

¿Qué mejor noticia podemos dar que ésta:
el Salvador ha resucitado?

¿Qué es la Iglesia? El Cuerpo de Cristo. Añádele la cabeza y tendrás un hombre completo. Cabeza y cuerpo forman un solo hombre. ¿Quién es la cabeza? Aquel que nació de la Virgen María, que asumió una carne mortal sin pecado, que fue abofeteado, flagelado, despreciado y crucificado por los judíos, que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. El es la cabeza de la Iglesia, él es el pan que procede de aquella tierra. Y, ¿cuál es su cuerpo? Su esposa, esto es, la Iglesia. Serán los dos una sola carne. Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. Así se expresó también el Señor en el evangelio, cuando dijo hablando del varón y de la mujer: De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Quiso por tanto que fuesen un solo hombre Dios-Cristo y la Iglesia. Allí está la cabeza, aquí los miembros. No quiso resucitar con los miembros, sino antes que ellos, para motivar la esperanza de los miembros. Y si la cabeza quiso morir, fue para ser el primero en resucitar, el primero en subir a los cielos, de modo que los demás miembros depositaran la esperanza en su Cabeza, y aguardaran el cumplimiento en sí mismos de lo que previamente se había realizado en su cabeza.

¿Qué necesidad tenía Cristo de morir, él la Palabra de Dios, por la que se hizo todo y de la que se ha escrito: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo? Y, sin embargo, fue crucificado, fue escarnecido, herido por la lanza, sepultado. Por medio de la Palabra se hizo todo.

Pero como se dignó ser la cabeza de la Iglesia, ésta podría haber desesperado de la propia resurrección, de no haber asistido a la resurrección de su cabeza. Fue visto primero por las mujeres, quienes se lo anunciaron a los hombres. Fueron las mujeres las primeras en ver al Señor resucitado, y el evangelio fue anunciado por las mujeres a los futuros apóstoles y evangelistas, y por mediación de las mujeres les fue anunciado Cristo. La palabra evangelio significa buena noticia. Los que dominan el griego, saben qué quiere decir evangelio. Así pues, evangelio equivale a buena noticia. ¿Qué mejor noticia podemos dar que ésta: que ha resucitado nuestro Salvador?