DOMINGO XII DEL TIEMPO ORDINARIO


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Jueces 13, 1-25

Anuncio del nacimiento de Sansón

En aquellos días, los israelitas volvieron a hacer lo que el Señor reprueba, y el Señor los entregó a los filisteos por cuarenta años.

Había en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoj. Su mujer era estéril y no había tenido hijos. El ángel del Señor se apareció a la mujer y le dijo:

«Eres estéril y no has tenido hijos. Pero concebirás y darás a luz un hijo; ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro, porque concebirás y darás a luz un hijo. No pasará la navaja por su cabeza, porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer. El empezará a salvar a Israel de los filisteos».

La mujer fue a decirle a su marido:

«Me ha visitado un hombre de Dios que, por su aspecto terrible, parecía un mensajero divino; pero no le pregunté de dónde era, ni él me dijo su nombre. Sólo me dijo: "Concebirás y darás a luz un hijo; ten cuidado de no beber vino ni licor, ni comer nada impuro, porque el niño estará consagrado a Dios desde antes de nacer hasta el día de su muerte"».

Manoj oró así al Señor:

«Perdón, Señor; que vuelva ese hombre de Dios que enviaste y nos indique lo que hemos de hacer con el niño una vez nacido».

Dios escuchó la oración de Manoj, y el ángel de Dios volvió a aparecerse a la mujer mientras estaba en el campo, y su marido no estaba con ella. La mujer corrió en seguida a avisar a su marido:

«Se me ha aparecido aquel hombre que me visitó el otro día».

Manoj siguió a su mujer, fue hacia el hombre y le preguntó:

«¿Eres tú el que habló con esta mujer?»

El respondió:

«Sí».

Manoj insistió:

«Y una vez que se realice tu promesa, ¿qué vida debe llevar el niño y qué tiene que hacer?»

El ángel del Señor respondió:

«Que se abstenga de todo lo que le prohibí a tu mujer: que no tome mosto, que no beba vino ni licores, ni coma cosa impura; que lleve la vida que dispuse».

Manoj dijo al ángel del Señor:

«No te marches, y te preparamos un cabrito».

Pero el ángel del Señor le dijo:

«Aunque me hagas quedar, no probaré tu comida. Si quieres ofrecer un sacrificio al Señor, hazlo».

Manoj no había caído en la cuenta de que era el ángel del Señor. Manoj le preguntó:

«¿Cómo te llamas, para que cuando se cumpla tu promesa te hagamos un obsequio?»

El ángel del Señor contestó:

«¿Por qué me preguntas mi nombre? Es Misterioso».

Manoj tomó el cabrito y la ofrenda, y ofreció sobre la peña un sacrificio al Señor Misterioso. Al subir la llama del altar hacia el cielo, el ángel del Señor subió también en la llama, ante Manoj y su mujer, que cayeron rostro a tierra. El ángel del Señor ya no se les apareció más. Mano) cayó en la cuenta de que aquél era el ángel del Señor, y comentó con su mujer:

«¡Vamos a morir, porque hemos visto a Dios!» Pero su mujer repuso:

«Si el Señor hubiera querido matarnos no habría aceptado nuestro sacrificio y nuestra ofrenda, no nos habría mostrado todo esto ni nos habría comunicado una cosa así».

La mujer de Manoj dio a luz un hijo y le puso de nombre Sansón. El niño creció y el Señor lo bendijo. Y el espíritu del Señor comenzó a agitarlo en Castrodán, entre Sorá y Estaol.

 

RESPONSORIO                    Lc 1, 13. 15; Jc 13, 3. 5
 
R./ El ángel dijo a Zacarías: «Tu mujer te dará a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Juan; no beberá vino ni licor, y estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre, * porque el niño será nazir de Dios.»
V./ El ángel del Señor se apareció a la esposa de Manóaj y le dijo: «Vas a concebir y a dar a luz un hijo; no pasará la navaja por su cabeza.»
R./ Porque el niño será nazir de Dios.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (17-18: CSEL 3, 279-281)

Pedimos de modo que nuestra oración recabe
la salvación de todos

Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Esta petición, hermanos muy amados, puede también entenderse de esta manera: puesto que el Señor nos manda y amonesta amar incluso a los enemigos y rezar hasta por los que nos persiguen, pidamos asimismo por los que todavía son tierra y aún no han comenzado a ser celestiales, a fin de que también sobre ellos se cumpla la voluntad de Dios, voluntad que Cristo cumplió a la perfección, salvando y rescatando al hombre.

Porque si los discípulos ya no son llamados por él tierra, sino sal de la tierra, y el Apóstol dice que el primer hombre salió del polvo de la tierra y que el segundo procede del cielo, con razón nosotros, que estamos llamados a ser semejantes a nuestro Padre-Dios, que hace salir su sol sobre buenos y malos y manda la lluvia a justos e injustos, siguiendo los consejos de Cristo, oramos y pedimos de manera que nuestra oración recabe la salvación de todos, para que así como en el cielo, esto es, en nosotros, por medio de nuestra fe, se ha cumplido la voluntad de Dios de que seamos seres celestiales, así también en la tierra, es decir, en los que se niegan a creer, se haga la voluntad de Dios, para que quienes son todavía terrenos en fuerza de su primer nacimiento, empiecen a ser celestiales por el nacimiento del agua y del Espíritu.

Continuamos la oración y decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Esto puede entenderse en sentido espiritual o literal, pues de ambas maneras aprovecha a nuestra salvación. En efecto, el pan de vida es Cristo, y este pan no es sólo de todos en general, sino también nuestro en particular. Porque, del mismo modo que decimos: Padre nuestro, en cuanto que es Padre de los que lo conocen y creen en él, de la misma manera decimos: El pan nuestro, ya que Cristo es el pan de los que entramos en contacto con su cuerpo.

Pedimos que se nos dé cada día este pan, a fin de que los que vivimos en Cristo y recibimos cada día su eucaristía como alimento saludable, no nos veamos privados, por alguna falta grave, de la comunión del pan celestial y quedemos separados del cuerpo de Cristo, ya que él mismo nos enseña: Yo soy el pan de vida que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Por lo tanto, si él afirma que los que coman de este pan vivirán para siempre, es evidente que los que entran en contacto con su cuerpo y participan rectamente de la eucaristía poseen la vida; por el contrario, es de temer, y hay que rogar que no suceda así, que aquellos que se privan de la unión con el cuerpo de Cristo queden también privados de la salvación, pues el mismo Señor nos conmina con estas palabras: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros, Por eso pedimos que nos sea dado cada día nuestro pan, es decir, Cristo, para que todos los que vivimos y permanecemos en Cristo no nos apartemos de su cuerpo que nos santifica.
 

RESPONSORIO                    Sal 36, 4.3
 
R. Sea el Señor tu delicia, * y él te dará lo que pide tu corazón.
V./ Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y sé leal.
R. Y él te dará lo que pide tu corazón.

 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro de los Jueces

Perfidia de Dalila y muerte de Sansón

En aquellos días se enamoró Sansón de una mujer de, Vallesorec, llamada Dalila. Los príncipes filisteos fueron a visitarla y le dijeron:

«Sedúcelo y averigua en qué está su gran fuerza y cómo nos apoderaríamos de él para sujetarlo y domarlo. Te daremos cada uno mil cien siclos de plata».

Dalila le dijo a Sansón:

«Anda, dime el secreto de tu gran fuerza, y cómo se te podría sujetar y domar».

Y como lo importunaba con sus quejas día tras día hasta marearlo, Sansón, ya desesperado, le dijo su secreto:

«Nunca ha pasado la navaja por mi cabeza, porque estoy consagrado a Dios desde antes de nacer. Si me corto el pelo, perderé la fuerza, me quedaré débil y seré como uno cualquiera».

Dalila se dio cuenta de que le había dicho su secreto, y mandó llamar a los príncipes filisteos:

«Venid ahora, que me ha dicho su secreto».

Los príncipes fueron allá, con el dinero. Dalila dejó que Sansón se durmiera en sus rodillas, y entonces llamó a un hombre, que cortó las siete guedejas de la cabeza de Sansón, y Sansón empezó a debilitarse, su fuerza desapareció. Dalila gritó:

«¡Sansón, los filisteos!»

El despertó y se dijo:

«Saldré como otras veces y me los sacudiré de encima», sin saber que el Señor lo había abandonado.

Los filisteos lo agarraron, le vaciaron los ojos y lo bajaron a Gaza; lo ataron con cadenas y lo tenían moliendo grano en la cárcel. Pero el pelo de la cabeza le empezó a crecer después de cortado.

Los príncipes filisteos se reunieron para tener un gran banquete en honor de su dios Dagón y hacer fiesta. Cantaban:

«Nuestro dios nos ha entregado a Sansón, nuestro enemigo».

Cuando ya estaban alegres, dijeron:

«Sacad a Sansón, que nos divierta».

Sacaron a Sansón de la cárcel, y bailaba en su presencia. Luego lo plantaron entre las columnas. La gente, al verlo, alabó a su dios:

«Nuestro dios nos ha entregado a Sansón, nuestro enemigo, que asolaba nuestros campos y aumentaba nuestros muertos».

Sansón rogó al lazarillo:

«Déjame tocar las columnas que sostienen el edificio, para apoyarme en ellas».

La sala estaba repleta de hombres y mujeres; estaban allí todos los príncipes filisteos, y en la galería había unos tres mil trescientos hombres y mujeres, viendo bailar a Sansón. El gritó al Señor:

«¡Señor, acuérdate de mí! Dame la fuerza, al menos esta vez, para poder vengar en los filisteos, de un sólo golpe, la pérdida de los ojos».

Palpó las dos columnas centrales, apoyó las manos contra ellas, la derecha sobre una y la izquierda sobre la otra, y al grito de «¡A morir con los filisteos!», abrió los brazos con fuerza, y el edificio se derrumbó sobre los príncipes y sobre la gente que estaba allí. Los que mató Sansón al morir fueron más que los que mató en vida.

Luego bajaron sus parientes y toda su familia, recogieron el cadáver y lo llevaron a enterrar entre Sorá y Estaol, en la sepultura de su padre Manoj. Sansón había gobernado a Israel veinte años.

 

RESPONSORIO                    Sal 42, 1; 30, 4; Jue 16, 28
 
R./ Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad * Tú eres mi roca y mi fortaleza.
V./ Señor, dígnate acordarte de mí, hazme fuerte.
R./ Tú eres mi roca y mi fortaleza.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (19-20: CSEL 3, 281-282)

No os agobiéis por el mañana

El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Puede también interpretarse de esta manera: nosotros que hemos renunciado al mundo y que, fiados en la gracia espiritual, hemos despreciado sus riquezas y pompas, debemos solamente pedir para nosotros el alimento y el sustento. Nos lo advierte el Señor con estas palabras: El que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío. Y el que ha comenzado a ser discípulo de Cristo renunciando a todo, secundando la voz de su maestro, debe pedir el pan de cada día, sin extender al mañana los deseos de su petición, de acuerdo con la prescripción del Señor, que nuevamente nos dice: No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos. Con razón, pues, el discípulo de Cristo pide para sí el cotidiano sustento, él a quien le está prohibido agobiarse por el mañana, pues sería pecar de contradicción e incongruencia solicitar una larga permanencia en este mundo, nosotros que pedimos la acelerada venida del reino de Dios.

El Señor nos enseña que las riquezas no sólo son despreciables, sino incluso peligrosas, que en ellas está la raíz de los vicios que seducen y despistan la ceguera de la mente humana con solapada decepción. Por eso reprende Dios a aquel rico necio que sólo pensaba en las riquezas de este mundo y se jactaba de su gran cosecha, diciendo: Esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Se regodeaba el necio en su opulencia, él que moriría aquella noche; y él, a quien la vida se le estaba escapando, pensaba en la abundante cosecha.

En cambio, el Señor declara que es perfecto y consumado el que, vendiendo todo lo que tiene, lo distribuye entre los pobres, y abre una cuenta corriente en el cielo. Dice que es digno de seguirle y de imitar la gloria de la pasión del Señor, quien, expedito y ceñido, no se deja enredar en los lazos del patrimonio familiar, sino que, desembarazado y libre, sigue él mismo tras los tesoros que previamente había enviado al Señor.

Para que todos y cada uno de nosotros podamos disponernos a un tal desprendimiento, nos enseña a orar de este modo y a conocer, por el tenor de la oración, las cualidades que la oración debe revestir.

 

RESPONSORIO                    Mt 6, 31.32-33
 
R./ No os afanéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? * Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todo eso.
V./ Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
R./ Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todo eso.
 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Comienza el primer libro de Samuel 1, 1-19

Esterilidad y oración de Ana

Había un hombre sufita, oriundo de Ramá, en la serranía de Efraín, llamado Elcaná, hijo de Yeroján, hijo de Elihú, hijo de Toju, hijo de Suf, efraimita. Tenía dos mujeres: una se llamaba Ana y la otra Feniná. Feniná tenía hijos y Ana no los tenía. Aquel hombre solía subir todos los años desde su pueblo para adorar y ofrecer sacrificios al Señor de los ejércitos en Siló, donde estaban de sacerdotes del Señor los dos hijos de Elí: Jofní y Fineés.

Llegado el día de ofrecer el sacrificio, repartía raciones a su mujer Feniná para sus hijos e hijas, mientras que a Ana le daba sólo una ración, y eso que la quería, pero el Señor la había hecho estéril. Su rival la insultaba ensañándose con ella para mortificarla, porque el Señor la había hecho estéril. Así hacía año tras año; siempre que subían al templo del Señor, solía insultarla así. Una vez Ana lloraba y no comía. Y Elcaná, su marido, le dijo:

—Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué te afliges? ¿No te valgo yo más que diez hijos?

Entonces, después de la comida en Siló, mientras el sacerdote Elí estaba sentado en su silla, junto a la puerta del templo del Señor, Ana se levantó y, desconsolada, rezó al Señor, deshaciéndose en lágrimas, e hizo este voto:

—Señor de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de tu esclava, si te acuerdas de mí y no me olvidas, si concedes a tu esclava un hijo varón, se lo ofreceré al Señor para toda la vida y la navaja no pasará por su cabeza.

Mientras repetía su oración al Señor, Elí la observaba. Ana hablaba para sus adentros: movía los labios, sin que se oyera su voz. Elí, creyendo que estaba borracha, le dijo:

—¿Hasta cuándo vas a seguir borracha? Devuelve el vino que has bebido.

Ana respondió:

—No es eso, señor; no he bebido vino ni licores; lo que pasa es que estoy afligida y me desahogo con el Señor. No me tengas por una mujer perdida, que hasta ahora he hablado movida por mi desazón y pesadumbre.

Entonces dijo Elí:

—Vete en paz. Que el Señor de Israel te conceda lo que le has pedido.

Y ella respondió:

—Que tu sierva halle gracia ante ti.

La mujer se marchó, comió y se transformó su semblante. A la mañana siguiente madrugaron, adoraron al Señor y se volvieron. Llegados a Ramá, Elcaná se unió a su mujer Ana, y el Señor se acordó de ella.

 

RESPONSORIO                    1 Sam 1, 11; Sal 112, 9
 
R./ Señor de los ejércitos, si te fijas en la humillación de tu sierva y te acuerdas de mí, y le das a tu sierva un hijo varón, * se lo entrego al Señor de por vida.
V./ El Señor da a la estéril un puesto en la casa, como madre feliz de hijos.
R./ Se lo entrego al Señor de por vida.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (22-23: CSEL 3, 283-285)

Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados

Después de esto, pedimos también por nuestros pecados, diciendo: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Después del alimento, pedimos el perdón de los pecados, para que quien es alimentado por Dios viva en Dios, y no se preocupe únicamente de la vida presente y temporal, sino también de la eterna, a la que sólo puede llegarse si se perdonan los pecados, a los que el Señor llama deudas, como él mismo dice en su evangelio: Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste.

Esta petición nos es muy conveniente y provechosa, porque ella nos recuerda que somos pecadores, ya que, al exhortarnos el Señor a pedir perdón de los pecados, despierta con ellos nuestra conciencia. Al mandarnos que pidamos cada día el perdón de nuestros pecados, nos enseña que cada día pecamos, y así nadie puede vanagloriarse de su inocencia ni sucumbir al orgullo.

Es lo mismo que nos advierte Juan en su carta, cuando dice: Si decimos que no hemos pecado, nos engañamos y no somos sinceros. Pero si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará los pecados. Dos cosas nos enseña en esta carta: que hemos de pedir el perdón de nuestros pecados, y que esta oración nos alcanza el perdón. Por esto, dice que el Señor es fiel, porque él nos ha prometido el perdón de los pecados y no puede faltar a su palabra, ya que, al enseñarnos a pedir que sean perdonadas nuestras ofensas y pecados, nos ha prometido su misericordia paternal y, en consecuencia, su perdón.

El Señor añade una condición necesaria e ineludible, que es, a la vez, un mandato y una promesa, esto es, que pidamos el perdón de nuestras ofensas en la medida en que nosotros perdonamos a los que nos ofenden, para que sepamos que es imposible alcanzar el perdón que pedimos de nuestros pecados si nosotros no actuamos de modo semejante con los que nos han hecho alguna ofensa. Por ello, dice también en otro lugar: La medida que uséis, la usarán con vosotros. Y aquel siervo del evangelio, a quien su amo había perdonado toda la deuda y que no quiso luego perdonarla a su compañero, fue arrojado a la cárcel. Por no haber querido ser indulgente con su compañero, perdió la indulgencia que había conseguido de su amo.

Y vuelve Cristo a inculcarnos esto mismo, todavía con más fuerza y energía, cuando nos manda severamente: Cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra todos, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas. Pero, si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre celestial perdonará vuestros pecados. Ninguna excusa tendrás en el día del juicio, ya que serás juzgado según tu propia sentencia y serás tratado conforme a lo que tú hayas hecho.

Dios quiere que seamos pacíficos y concordes y que habitemos unánimes en su casa, y que perseveremos en nuestra condición de renacidos a una vida nueva, de tal modo que los que somos hijos de Dios permanezcamos en la paz de Dios, y los que tenemos un solo espíritu tengamos también un solo pensar y un mismo sentir. Por esto, Dios tampoco acepta el sacrificio del que no está enconcordia con alguien, y le manda que se retire del altar y vaya primero a reconciliarse con su hermano; una vez que se haya puesto en paz con él, podrá también reconciliarse con Dios en sus plegarias. El sacrificio más importante a los ojos de Dios es nuestra paz y concordia fraterna y un pueblo cuya unión sea un reflejo de la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

 

RESPONSORIO                    Sal 30, 2.4; 24, 18
 
R./ En ti, Señor, me he refugiado, no quede yo confundido para siempre. Tú eres mi roca y mi fortaleza: * me guías y diriges por tu nombre.
V./ Mira mis penas y mis trabajos, perdona todos mis pecados
R./ Me guías y diriges por tu nombre.

 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 1, 20-28; 2, 11-21

Nacimiento y consagración de Samuel

Ana concibió, dio a luz un hijo y le puso por nombre Samuel, diciendo:

—¡Al Señor se lo pedí!

Pasado un año, su marido, Elcaná, subió con toda la familia para hacer el sacrificio anual al Señor y cumplir la promesa. Ana se excusó para no subir, diciendo a su marido:

—Cuando destete al niño, entonces lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre. Su marido Elcaná, le respondió:

—Haz lo que te parezca mejor; quédate hasta que lo destetes. Y que el Señor te conceda cumplir tu promesa.

Ana se quedó en casa y crió a su hijo hasta que lo destetó. Entonces subió con él a la casa del Señor en Siló, y llevó también un toro de tres años, una fanega de harina y un pellejo de vino. El muchacho era pequeño. Mataron el toro y presentaron el niño a Elí. Ana dijo:

—Señor mío, por tu vida, yo soy la mujer que estuvo aquí en pie junto a ti, suplicando al Señor. Por este niño suplicaba y el Señor me ha concedido lo que pedía; por eso yo también se lo cedo al Señor y quedará cedido al Señor mientras viva.

Y adoraron allí al Señor.

Ana volvió a su casa de Ramá, y el niño estaba al servicio del Señor, a las órdenes del sacerdote Elí. En cambio, los hijos de Elí eran unos desalmados: no respetaban al Señor ni las obligaciones de los sacerdotes con la gente. Cuando una persona ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, venía el ayudante del sacerdote empuñando un tenedor, lo clavaba dentro de la olla, o caldero, o puchero, o barreño, y todo lo que enganchaba el tenedor se lo llevaba al sacerdote. Así hacían con todos los israelitas que acudían a Siló. Incluso antes de quemar la grasa, iba el ayudante del sacerdote y decía al que iba a ofrecer el sacrificio:

—Dame la carne para el asado del sacerdote. Tiene que ser cruda, no te aceptaré carne cocida.

Y si el otro respondía:

—Primero hay que quemar la grasa, luego puedes llevarte lo que se te antoje, le replicaba:

—No. O me lo das ahora o me la llevo por las malas.

Aquel pecado de los ayudantes era grave a juicio del Señor, porque desacreditaban las ofrendas al Señor.

Por su parte, Samuel seguía al servicio del Señor y llevaba puesto un roquete de lino. Su madre solía hacerle una sotana, y cada año se la llevaba cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. Y Elí echaba la bendición a Elcaná y a su mujer:

—El Señor te dé un descendiente de esta mujer, en compensación por el préstamo que ella hizo al Señor. Luego se volvían a casa.

El Señor se cuidó de Ana, que concibió y dio a luz tres niños y dos niñas. El niño Samuel crecía en el templo del Señor.

 

RESPONSORIO                    1 Sam 2, 1.2; Lc 1, 46
 
R./ Mi corazón se regocija por el Señor, porque gozo con tu salvación. * No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios.
V./ Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador.
R./ No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (24-25: CSEL 3, 285-286)

Que los que somos hijos de Dios permanezcamos en la paz de Dios

Además, en aquellos primeros sacrificios que ofrecieron Caín y Abel, lo que miraba Dios no era la ofrenda en sí, sino la intención del oferente, y por eso le agradó la ofrenda del que se la ofrecía con intención recta. Abel, el pacífico y justo, con su sacrificio irreprochable, enseñó a los demás que, cuando se acerquen al altar para hacer su ofrenda, deben hacerlo con temor de Dios, con rectitud de corazón, con sinceridad, con paz y concordia. En efecto, el justo Abel, cuyo sacrificio había reunido estas cualidades, se convirtió más tarde él mismo en sacrificio, y así, con su sangre gloriosa, por haber obtenido la justicia y la paz del Señor, fue el primero en mostrar lo que había de ser el martirio, que culminaría en la pasión del Señor. Aquellos que lo imitan, ésos serán coronados por el Señor, ésos serán reivindicados el día del juicio.

Por lo demás, los discordes, los disidentes, los que no están en paz con sus hermanos no se librarán del pecado de su discordia, aunque sufran la muerte por el nombre de Cristo, como lo atestiguan el Apóstol y otros lugares de la sagrada Escritura, pues está escrito: El que odia a su hermano es un homicida, y el homicida no puede alcanzar el reino de los cielos y vivir con Dios. No puede vivir con Cristo el que prefiere imitar a Judas y no a Cristo. ¿Qué clase de delito es este que no puede borrarse ni con el bautismo de la sangre?, ¿qué tipo de crimen es este que no puede expiarse ni con el martirio?

Nos advierte además el Señor lo necesario que es que en la oración digamos: Y no nos dejes caer en la tentación. Palabras con las que se nos da a entender que nada puede el adversario contra nosotros, si previamente no se lo permite Dios; de donde se deduce que todo nuestro temor, devoción y observancia han de orientarse hacia Dios, ya que nada puede el maligno en las tentaciones, sino lo que le fuere concedido.

 

RESPONSORIO                    Rom 14, 19; Sir 17, 12
 
R./ Busquemos, por tanto, lo que fomente la paz * para mutua edificación.
V./ Dios dio a cada uno preceptos hacia su prójimo.
R./ Para mutua edificación.

 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 2, 22-36

Condena de la familia de Elí

Elí era muy viejo. A veces oía cómo trataban sus hijos a todos los israelitas y que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada de la tienda del encuentro. Y les decía:

—¿Por qué hacéis eso? La gente me cuenta lo mal que os portáis. No, hijos, no está bien lo que me cuentan; estáis escandalizando al pueblo del Señor. Si un hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro; pero si un hombre ofende al Señor, ¿quién intercederá por él?

Pero ellos no hacían caso de su padre, porque Dios había decidido que murieran.

En cambio, el niño Samuel iba creciendo, y lo apreciaban el Señor y los hombres.

Un profeta se presentó a Elí y le dijo:

—Así dice el Señor: «Yo me revelé a la familia de tu padre cuando eran todavía esclavos del Faraón en Egipto. Entre todas las tribus de Israel me lo elegí para que fuera sacerdote, subiera a mi altar, quemara mi incienso y llevara el efod en mi presencia, y concedí a la familia de tu padre participar en las oblaciones de los israelitas. ¿Por qué habéis tratado con desprecio mi altar y las ofrendas que mandé hacer en mi templo? ¿Por qué tienes más res-peto a tus hijos que a mí, cebándolos con las primicias de mi pueblo, Israel, ante mis ojos?

Por eso —oráculo del Señor, Dios de Israel—, aunque yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre esta-rían siempre en mi presencia, ahora —oráculo del Señor— no será así. Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian.

Mira, llegará un día en que arrancaré tus brotes y los de la familia de tu padre, y nadie llegará a viejo en tu familia.

Mirarás con envidia todo el bien que voy a hacer; nadie llegará a viejo en tu familia. Y si de a•alguno de los tuyos que sirva a mi altar, se le consumirán los ojos y se irá acabando; pero la mayor parte de tu familia morirá a espada de hombres. Será una señal para ti lo que les va a pasar a tus dos hijos, Jofní y Fineés: los dos morirán el mismo día.

Yo me nombraré un sacerdote fiel, que hará lo que yo quiero y deseo; le daré una familia estable y vivirá siempre en presencia de mi ungido. Y los que sobrevivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él para mendigar algún dinero y una hogaza de pan, rogándole: Por favor, dame un empleo cualquiera como sacerdote, para poder comer un pedazo de pan».

 

RESPONSORIO                    Job 5, 17.18; Heb 12, 5
 
R./ Dichoso el mortal a quien Dios corrige: no rechaces la lección del Todopoderoso, * porque hiere y pone la venda, golpea y cura con su mano.
V./ No rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión.
R./ Porque hiere y pone la venda, golpea y cura con su mano.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (26-27; CSEL 3, 286-287)

Velad y orad

Al demonio se le otorga poder contra nosotros con una doble finalidad: para nuestro castigo cuando pecamos, o para nuestra gloria cuando somos probados. Es lo que sucedió con Job según declaración del mismo Dios, que dice: Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él no lo toques. Y en el evangelio leemos que el Señor dijo duran-te la pasión: No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto.

Cuando rogamos no caer en la tentación, al hacerlo se nos recuerda nuestra debilidad y nuestra fragilidad, para que nadie se vanaglorie insolentemente, para que ninguno se arrogue algo con soberbia o jactancia, para que a nadie se le ocurra apropiarse la gloria de la confesión o de la pasión, cuando el mismo Señor nos hace una llamada a la humildad, diciendo: Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu es decidido, pero la carne es débil. El simple y humilde reconocimiento de nuestra fragilidad nos impulsa a atribuir a Dios todo aquello que con amor y temor de Dios pedimos insistentemente y que él por su misericordia nos concede.

Después de todo esto, nos encontramos, al final de la oración, con una cláusula que engloba sintéticamente todas nuestras peticiones y todas nuestras súplicas. Al final de todo decimos: Mas líbranos del mal, fórmula en la que compendiamos todas las cosas adversas que, en este mundo, puede el enemigo maquinar contra nosotros. La única protección firme y estable contra todo esto es la ayuda de Dios: sólo él puede liberarnos prestando oído atento a nuestras implorantes súplicas. Después de haber dicho líbranos del mal, nada más nos queda ya por pedir: una vez solicitada la protección de Dios contra el mal y obtenida ésta, estamos seguros y a cubierto contra todas las maquinaciones del diablo y del mundo. ¿Quién, en efecto, podrá temer al mundo, teniendo en el mundo a Dios por defensor?

 

RESPONSORIO                    Ef 6, 10-11; cf. Job 7, 1
 
R./ Fortaleceos en el Señor con la fuerza de su poder. * Revestíos con la armadura de Dios, para que podáis resistir a las insidias del demonio.
V./ Una milicia es la vida del hombre sobre la tierra.
R./ Revestíos con la armadura de Dios, para que podáis resistir a las insidias del demonio.

 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 3, 1-21

Vocación de Samuel

El pequeño Samuel servía en el templo del Señor bajo la vigilancia de Elí. Por aquellos días las palabras del Señor eran raras y no eran frecuentes las visiones. Un día estaba Elí acostado en su habitación; se le iba apagando la vista y casi no podía ver. Aún ardía la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó:

—¡Samuel, Samuel!

Y éste respondió:

—¡Aquí estoy!

Fue corriendo a donde estaba Elí, y le dijo:

—Aquí estoy; vengo porque me has llamado.

Respondió Elí:

—No te he llamado, vuelve a acostarte.

Samuel volvió a acostarse. Volvió a llamar el Señor a Samuel. El se levantó y fue a donde estaba Elí, y le dijo:

—Aquí estoy; vengo porque me has llamado.

Respondió Elí:

—No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte. (Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor).

Por tercera vez llamó el Señor a Samuel y él se fue a donde estaba Elí, y le dijo:

—Aquí estoy; vengo porque me has llamado.

Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel:

—Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha».

Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes:

—¡Samuel, Samuel!

El respondió:

—Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

Y el Señor le dijo:

—Mira, voy a hacer una cosa en Israel, que a los que la oigan les retumbarán los oídos. Aquel día ejecutaré contra Elí y su familia todo lo que he anunciado sin que falte nada. Comunícale que condeno a su familia definitivamente, porque él sabía que sus hijos maldecían a Dios y no les reprendió. Por eso juro a la familia de Elí que jamás se expiará su pecado, ni con sacrificios ni con ofrendas.

Samuel siguió acostado hasta la mañana siguiente, y entonces abrió las puertas del santuario. No se atrevía a contarle a Elí la visión, pero Elí lo llamó:

—Samuel, hijo.

Respondió:

—Aquí estoy.

Elí le preguntó:

—¿Qué es lo que te ha dicho? No me lo ocultes. Que el Señor te castigue si me ocultas una palabra de todo lo que te ha dicho.

Entonces Samuel le contó todo, sin ocultarle nada. Elí comentó:

—¡Es el Señor! Que haga lo que le parezca bien.

Samuel crecía, Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse; y todo Israel, desde Dan hasta Berseba, supo que Samuel era profeta acreditado ante el Señor.

 

RESPONSORIO                    Sir 46, 13.15; Is 42, 1
 
R./ Samuel, favorito de su Creador, consagrado como profeta del Señor, nombró un rey y ungió príncipes sobre el pueblo. * Por su fidelidad, se acreditó como profeta; por sus oráculos, fue reconocido fiel vidente.
V./ Mirad a mi siervo, a quien sostengo, mi elegido en quien tengo mis complacencias.
R./ Por su fidelidad, se acreditó como profeta; por sus oráculos, fue reconocido fiel vidente.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (28-29: CSEL 3, 287-288)

Hay que orar no sólo con palabras, sino también
con los hechos

No es de extrañar, queridos hermanos, que la oración que nos enseñó Dios con su magisterio resuma todas nuestras peticiones en tan breves y saludables palabras. Esto ya había sido predicho anticipadamente por el profeta Isaías, cuando, lleno de Espíritu Santo, habló de la piedad y la majestad de Dios, diciendo: Palabra que acaba y abrevia en justicia, porque Dios abreviará su palabra en todo el orbe de la tierra.

En efecto, cuando vino aquel que es la Palabra de Dios en persona, nuestro Señor Jesucristo, para reunir a todos, sabios e ignorantes, y para enseñar a todos, sin distinción de sexo o edad, el camino de salvación, quiso resumir en un sublime compendio todas sus enseñanzas, para no sobrecargar la memoria de los que aprendían su doctrina celestial y para que aprendiesen con facilidad lo elemental de la fe cristiana.

Y así, al enseñar en qué consiste la vida eterna, nos resumió el misterio de esta vida en estas palabras breves y llenas de divina grandiosidad: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.

Además, Dios nos enseñó a orar no sólo con palabras, sino también con los hechos, ya que él oraba con frecuencia, mostrando, con el testimonio de su ejemplo, cuál hade ser nuestra conducta en este aspecto. Leemos, en efecto: Jesús solía retirarse a despoblado para orar. Y también: Subió a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y si oraba él que no tenía pecado, ¿cuánto más no deben orar los pecadores? Y si él pasaba la noche entera velan-do en continua oración, ¿cuánto más debemos velar nos-otros, por la noche, en frecuente oración?

 

RESPONSORIO                    Sal 24, 1-2.5
 
R./ A ti, Señor, levanto mi alma, * en ti confío, Señor, ¡no triunfen mis  enemigos de mí!
V./ Guíame en tu verdad y enséñame, porque tú eres el Dios que me salva, en ti espero todo el día.
R./ En ti confío, Señor, ¡no triunfen mis  enemigos de mí!

 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO

PRIMERA LECTURA

Del libro primero de Samuel 4, 1-18

Captura del arca de Dios y muerte de Elí

La palabra de Samuel se escuchaba en todo Israel.

Por entonces se reunieron los filisteos para atacar a Israel. Los israelitas salieron a enfrentarse con ellos y acamparon junto a Piedrayuda, mientras que los filisteos acampaban en El Cerco. Los filisteos formaron en orden de bátalla frente a Israel. Entablada la lucha, Israel fue derrotado por los filisteos; de sus filas murieron en el campo unos cuatro mil hombres. La tropa volvió al campamento, y los ancianos de Israel deliberaron:

—¿Por qué el Señor nos ha hecho sufrir hoy una derrota a manos de los filisteos? Vamos a Siló, a traer el arca de la alianza del Señor, para que esté con nosotros y nos salve del poder del enemigo.

Mandaron gente a Siló, a por el arca de la alianza del Señor de los ejércitos, entronizado sobre querubines. Los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés, fueron con el arca de la alianza de Dios. Cuando el arca de la alianza del Señor llegó al campamento, todo Israel lanzó a pleno pulmón el alarido de guerra, y la tierra retembló. Al oír los filisteos el estruendo del alarido de guerra, se preguntaron:

—¿Qué significa ese alarido que retumba en el campa-mento hebreo?

Entonces se enteraron de que el arca del Señor había llegado al campamento y, muertos de miedo, decían:

—¡Ha llegado su Dios al campamento! ¡Ay de nosotros! Es la primera vez que nos pasa esto. ¡Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de esos dioses poderosos, los dioses que hirieron a Egipto con toda clase de calamidades y epidemias? ¡Valor, filisteos! . Sed hombres, y no seréis esclavos de los hebreos, como lo han sido ellos de nosotros. ¡Sed hombres, y al ataque!

Los filisteos se lanzaron a la lucha y derrotaron a los israelitas, que huyeron a la desbandada. Fue una derrota tremenda: cayeron treinta mil de la infantería israelita. El arca de Dios fue capturada y ~ los dos hijos de Elí, Jofní y Fineés, murieron.

Un benjaminita salió corriendo de las filas y llegó a Siló aquel mismo día, con la ropa hecha jirones y polvo en la cabeza. Cuando llegó, allí estaba Elí, sentado en su silla, junto a la puerta, oteando con ansia el camino porque temblaba por el arca de Dios. Aquel hombre entró por el pueblo dando la noticia, y toda la población se puso a gritar. Elí oyó el griterío y preguntó:

—¿Qué alboroto es ése?

Mientras tanto, el hombre corría a dar la noticia a Elí. Elí había cumplido noventa y ocho años; tenía los ojos inmóviles, sin poder ver. El fugitivo le dijo:

—Soy el hombre que ha llegado del frente.

Elí preguntó:

—¿Qué ha ocurrido, hijo?

El mensajero respondió:

—Israel ha huido ante los filisteos, ha sido una gran derrota para nuestro ejército; tus dos hijos, Jofní y Fineés, han muerto, y el arca de Dios ha sido capturada.

En cuanto mentó el arca de Dios, Elí cayó de la silla hacia atrás, junto a la puerta; se rompió la base del cráneo y murió. Era ya viejo y estaba torpe. Había sido juez de Israel cuarenta años.

 

RESPONSORIO                    Sal 105; 40.41.45.2
 
R./ Se encendió la cólera del Señor contra su pueblo, y los entregó en manos de las naciones, los dominaron sus adversarios. *  Recordó su alianza con ellos, se arrepintió según su inmenso amor.
V./ ¿Quién contará las hazañas del Señor, hará oír toda su alabanza?
R./ Recordó su alianza con ellos, se arrepintió según su inmenso amor.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro (30-31: CSEL 3, 288-290)

El Señor oraba por nuestros pecados

El Señor, cuando oraba, no pedía por sí mismo —¿qué podía pedir por sí mismo, si él era inocente?—, sino por nuestros pecados, como lo declara con aquellas palabras que dirige a Pedro: Satanás os ha reclamado para criba ros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y luego ruega al Padre por todos diciendo: No sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nos-otros.

Gran benignidad y bondad la de Dios para nuestra salvación: no contento con redimirnos con su sangre, ruega también por nosotros. Pero atendamos cuál es el deseo de Cristo, expresado en su oración: que así como el Padre y el Hijo son una misma cosa, así también nosotros imitemos esta unidad. De donde puede inferirse la gravedad del pecado de quien rompe la unidad y la paz, por cuya conservación rezó el Señor, pues quiere que su pueblo tenga vida, y sabido es que la discordia no tiene cabida en el reino de Dios.

Y cuando nos ponemos en oración, queridos hermanos, debemos vigilar y sumergirnos con toda el alma en la plegaria. Hemos de rechazar cualquier pensamiento carnal o mundano, y nada debe ocupar nuestro ánimo sino tan sólo lo que constituye el objeto de la plegaria. Esta es la razón por la que el sacerdote, antes del Padrenuestro, prepara con un prefacio las mentes de los hermanos, diciendo: Levantemos el corazón, a fin de que al responder el pueblo: Lo tenemos levantado hacia el Señor, quede advertido de que no debe pensar en otra cosa que en el Señor.

Ciérrese el corazón al adversario y ábrase únicamente a Dios, y no consintamos que, durante la oración, el enemigo de Dios tenga acceso a él. Porque frecuentemente nos coge por sorpresa, penetra y, con astucia sutil, aparta de Dios nuestra voluntad orante, de modo que una cosa es la que ocupa nuestro corazón y otra la que expresan nuestros labios, cuando la verdad es que tanto la expresión oral como el ánimo y los sentidos deben orar al Señor con recta intención.

¡Qué desidia dejarse distraer y dominar por pensamientos fútiles y profanos cuando oras a Dios, como si existiera cosa más digna de acaparar tu atención que estar conversando con Dios! ¿Cómo puedes pedir a Dios que te escuche, si ni tú mismo te escuchas? ¿Pretendes que Dios se acuerde de ti cuando rezas, si tú mismo no te acuerdas de ti? Esto es no prevenirte en absoluto contra el enemigo; esto es ofender, con la negligencia en la oración, la majestad de Dios, en el mismo momento en que oras a Dios; esto es vigilar con los ojos y dormir con el corazón, cuando la obligación del cristiano es precisa-mente velar con el corazón mientras duerme con los ojos.

 

RESPONSORIO                    Jer 29, 12.13; Lc 11,9
 
R./ Me invocaréis y vendréis a suplicarme, yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, * porque me buscaréis de todo corazón.
V./ Pedid y se os dará; buscad y hallaréis.
R./ Porque me buscaréis de todo corazón.

 
ORACIÓN
 
Concédenos vivir siempre, Señor, en el amor y respeto a tu santo nombre, porque jamás dejas de dirigir a quienes estableces en el sólido fundamento de tu amor. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.