DOMINGO III DE PASCUA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 6, 1-17

El Cordero abre el libro de los designios divinos

Yo, Juan, en la visión, cuando el Cordero soltó el primero de los siete sellos, oí al primero de los vivientes que decía con voz de trueno.

«Ven».

En la visión apareció un caballo blanco; el jinete llevaba un arco, le entregaron una corona y se marchó victorioso para vencer otra vez.

Cuando soltó el segundo sello, oí al segundo viviente que decía:

«Ven».

Salió otro caballo, alazán, y al jinete le dieron poder para quitar la paz a la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; le dieron también una espada grande.

Cuando soltó el tercer sello, oí al tercer viviente que decía:

«Ven».

En la visión apareció un caballo negro; su jinete llevaba en la mano una balanza. Me pareció oír una voz que salía de entre los cuatro vivientes y que decía:

«Un cuartillo de trigo, un denario; tres cuartillos de cebada, un denario; al aceite y al vino, no los dañes».

Cuando soltó el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:

«Ven».

En la visión apareció un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el abismo lo seguía. Les dieron potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes.

Cuando soltó el quinto sello, vi, al pie del altar, las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían; clamaban a grandes voces:

«Tú el soberano, el santo y veraz, ¿para cuándo dejas el juicio de los habitantes de la tierra y la venganza de nuestra sangre?».

Dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron que tuvieran calma todavía por un poco, hasta que se completase el número de sus compañeros de servicio y hermanos suyos a quienes iban a matar como a ellos.

En la visión, cuando se abrió el sexto sello, se produjo un gran terremoto, el sol se puso negro como un sayo de pelo, la luna se tiñó de sangre y las estrellas del cielo cayeron a la tierra como caen los higos verdes de una higuera cuando la sacude un huracán. Desapareció el cielo como un volumen que se enrolla, y montes e islas se desplazaron de su lugar. Los reyes de la tierra, los magnates, los generales, los ricos, los potentes y todo hombre, esclavo o libre, se escondieron en las cuevas y entre las rocas de los montes, diciendo a los montes y a las rocas:

«Caed sobre nosotros y ocultadnos de la vista del que está sentado en el trono y de la cólera del Cordero, porque ha llegado el gran día de su cólera y ¿quién podrá resistirle?».

 

RESPONSORIO                    Cf. Ap 6, 9. 10. 11
 
R/. Oí al pie del altar de Dios las voces de los asesinados, que decían: «¿Por qué no vengas nuestra sangre?» Y recibieron la respuesta divina: «Esperad todavía un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos.» Aleluya.
V/. Y entonces dieron a cada uno una vestidura blanca y les dijeron:
R/. «Esperad todavía un poco, hasta que se complete el número de vuestros hermanos.» Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Gregorio Magno, Tratados morales sobre el libro de Job (Lib 2, 11: SC 32, 188-190)

La voz de las almas es su amoroso deseo

La petición de venganza expresada por las almas, ¿qué otra cosa es sino el deseo del juicio final y de la resurrección de los cuerpos? Las grandes voces de las almas son su gran deseo. Cuanto menos vivo es el deseo, tanto menos grita. Y cuanto más fuerte es la voz que hace llegar a los oídos del Espíritu infinito, tanto más plenamente se sumerge en su deseo. El lenguaje de las almas es precisamente su deseo. Pues si el deseo no fuera una especie de lenguaje, no diría el profeta: Señor, tú escuchas los deseos de los humildes.

Ahora bien: siendo así que el talante del que pide suele estar en los antípodas del de aquel a quien se elevan las peticiones, y estando las almas de los santos tan unidas a Dios allá en el hondón del corazón, que en esta unión hallan su descanso, ¿cómo puede afirmarse que piden, cuando nos consta que su voluntad está en perfecta sintonía con la voz de Dios? ¿Cómo puede afirmarse que piden, cuando conocen con seguridad la voluntad de Dios y no ignoran el porvenir? Pues bien: de las almas radicadas en Dios se afirma que piden algo, no en el sentido de que deseen nada que discrepe de la voluntad de aquel en cuya contemplación están inmersas, sino en el sentido de que cuanto más ardientemente le están unidas, tanto más impulsadas se sienten por él a pedirle, lo que saben que él está dispuesto a hacer. Así que sacian su sed en el mismo que provoca su sed; y de un modo para nosotros todavía incomprensible, se sacian ya con la precomprensión de aquello de que hambrean en la plegaria. No irían de acuerdo con la voluntad del Creador, si no pidieran lo que vieren era su voluntad; le estarían menos estrechamente unidas, si llamaran con escaso interés a la puerta del que está dispuesto a dar.

A las cuales el oráculo divino les dijo: Tened calma todavía por un poco, hasta que se complete el número de vuestros compañeros de servicio y hermanos vuestros. Decir a unas almas anhelantes: Tened calma todavía por un poco es hacerles gustar ya, en medio de su ardiente deseo, las primicias de una pacificante consolación; es hacer que la voz de las almas sea su amoroso deseo; es hacer que la respuesta de Dios sea la confirmación en sus deseos, mediante la certeza de la retribución. Su respuesta de que deben esperar un poco hasta que se complete el número de sus hermanos, tiene la misión de inducirles a laaceptación voluntaria de la caritativa moratoria; de modo que, mientras aspiran a la resurrección de la carne, se gocen con el aumento de sus hermanos.

 

RESPONSORIO                    Ap 6, 9-10
 
R./ Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían dado y gritaban con fuerte voz: * ¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar sin tomar venganza por nuestra sangre? Aleluya.
V./ Debajo del trono de Dios todos los santos gritan:
R./¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar sin tomar venganza por nuestra sangre? Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu, y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 7, 1-17

La muchedumbre inmensa marcada con el sello de Dios

Yo, Juan, vi cuatro ángeles, plantado cada uno en un ángulo de la tierra; retenían a los cuatro vientos de la tierra para que ningún viento soplase sobre la tierra ni sobre el mar ni sobre los árboles.

Vi después a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:

«No dañéis a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».

Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel. De la tribu de Judá, doce mil marcados; de la tribu de Rubén, doce mil; de la tribu de Gad, doce mil; de la tribu de Aser, doce mil; de la tribu de Neftalí, doce mil; de la tribu de Manasés, doce mil; de la tribu de Simeón, doce mil; de la tribu de Leví, doce mil; de la tribu de Isacar, doce mil; de la tribu de Zabulón, doce mil; de la tribu de José, doce mil; de la tribu de Benjamín, doce mil marcados.

Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente:

«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».

Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo:

«Amén. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».

Y uno de los ancianos me dijo:

«Esos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?

Yo le respondí:

«Señor mío, tú lo sabrás».

El me respondió:

«Estos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos. Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas.Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos».

 

RESPONSORIO                    Ap 7, 13. 14; 6, 9
 
R/. Esos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y de dónde han venido? Me respondió: Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Aleluya.
V/. Vi al pie del altar de Dios las almas de los asesinados por proclamar la palabra de Dios y por el testimonio que mantenían.
R/. Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Beda el Venerable, Comentario sobre la primera carta de san Pedro (Cap 2: PL 93, 50-51)

Raza elegida, sacerdocio real

Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real. Este título honorífico fue dado por Moisés en otro tiempo al antiguo pueblo de Dios, y ahora con todo derecho Pedro lo aplica a los gentiles, puesto que creyeron en Cristo, el cual, como piedra angular, reunió a todos los pueblos en la salvación que, en un principio, había sido destinada a Israel.

Y los llama raza elegida a causa de la fe, para distinguirlos de aquellos que, al rechazar la piedra angular, se hicieron a sí mismos dignos de rechazo.

Y sacerdocio real porque están unidos al cuerpo de aquel que es rey soberano y verdadero sacerdote, capaz de otorgarles su reino como rey, y de limpiar sus pecados como pontífice con la oblación de su sangre. Los llama sacerdocio real para que no se olviden nunca de esperar el reino eterno y de seguir ofreciendo a Dios el holocausto de una vida intachable.

Se les llama también nación consagrada y pueblo adquirido por Dios, de acuerdo con lo que dice el apóstol Pablo comentando el oráculo del Profeta: Mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor. Pero nosotros, dice, no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma. Y en los Hechos de los apóstoles dice: El Espíritu Santo os ha encargado guardar el rebaño, como pastores de la Iglesia de Dios, que él adquirió con la sangre de su Hijo. Nos hemos convertido, por tanto, en pueblo adquirido por Dios en virtud de la sangre de nuestro Redentor, como en otro tiempo el pueblo de Israel fue redimido de Egipto por la sangre del cordero. Por esto Pedro recuerda en el versículo siguiente el sentido figurativo del antiguo relato, y nos enseña que éste tiene su cumplimiento pleno en el nuevo pueblo de Dios, cuando dice: Para proclamar sus hazañas.

Porque así como los que fueron liberados por Moisés de la esclavitud egipcia cantaron al Señor un canto triunfal después que pasaron el mar Rojo, y el ejército del Faraón se hundió bajo las aguas, así también nosotros, después de haber recibido en el bautismo la remisión de los pecados, hemos de dar gracias por estos beneficios celestiales.

En efecto, los egipcios, que afligían al pueblo de Dios, y que por eso eran como un símbolo de las tinieblas y aflicción, representan adecuadamente los pecados que nos perseguían, pero que quedan borrados en el bautismo.

La liberación de los hijos de Israel, lo mismo que su marcha hacia la patria prometida, representa también adecuadamente el misterio de nuestra redención: Caminamos hacia la luz de la morada celestial, iluminados y guiados por la gracia de Cristo. Esta luz de la gracia quedó prefigurada también por la nube y la columna de fuego; la misma que los defendió, durante todo su viaje, de las tinieblas de la noche, y los condujo, por un sendero inefable, hasta la patria prometida.

 

RESPONSORIO                    1Pe 2, 9; Dt 7,7; 13, 5
 
R/. Vosotros sois una raza elegida, una nación consagrada, un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que os llamó a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.
V/. El Señor os eligió y os rescató de la esclavitud.
R/. Para proclamar las hazañas del que os llamó a entrar en su luz maravillosa. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Oh Dios, que muestras la luz de tu verdad a los que andan extraviados para que puedan volver al buen camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de este nombre, y cumplir cuanto en él se significa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 8, 1-13

Los siete ángeles castigan al mundo

Cuando el Cordero soltó el séptimo sello se hizo silencio en el cielo por cosa de media hora.

Vi a los siete ángeles que están delante de Dios; les dieron siete trompetas. Llegó otro ángel con un incensario de oro, y se puso junto al altar. Le entregaron muchos perfumes, para que aromatizara las oraciones de todos los santos sobre el altar de oro situado delante del trono. Y por manos del ángel subió a la presencia de Dios el humo de los perfumes, junto con las oraciones de los santos.

El ángel cogió entonces el incensario, lo llenó de ascuas del altar y lo arrojó a la tierra: hubo truenos, estampidos, relámpagos y un terremoto. Y los siete ángeles que tenían las siete trompetas se aprestaron a tocarlas.

Al tocar su trompeta el primero, se produjeron granizo y centellas mezclados con sangre, y los lanzaron a la tierra: un tercio de la tierra se abrasó, un tercio de los árboles se abrasó y toda la hierba verde se abrasó.

Al tocar su trompeta el segundo ángel, lanzaron al mar un enorme bólido incandescente: un tercio del mar se convirtió en sangre, un tercio de los seres que viven en el mar murieron y un tercio de las naves naufragaron.

Al tocar su trompeta el tercer ángel, se desprendió del cielo un gran cometa que ardía como una antorcha y fue a dar sobre un tercio de los ríos y sobre los manantiales.

El corneta se llamaba Ajenjo: un tercio de las aguas se convirtió en ajenjo, y mucha gente murió a consecuencia del agua, que se había vuelto amarga.

Al tocar su trompeta el cuarto ángel, repercutió en un tercio del sol, en un tercio de la luna y en un tercio de las estrellas: se entenebreció un tercio de cada uno, y al día le faltó un tercio de su luz, y lo mismo a la noche.

En la visión oí un águila que volaba por mitad del cielo, clamando:

«¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra por los restantes toques de trompeta, por los tres ángeles que van a tocar!».

 

RESPONSORIO                    Ap 8, 3. 4; cf. 5, 8
 
R/. Un ángel se puso junto al altar del templo con un incensario en su mano, y le entregaron muchos perfumes. Y el humo de los perfumes subió a la presencia de Dios. Aleluya.
V/. Cada ángel tenía unas copas llenas de perfumes que son las oraciones de los santos.
R/. Y el humo de los perfumes subió a la presencia de Dios. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Crisóstomo, Comentario sobre el evangelio san Juan (Lib 4: PG 73, 606-607)

Somos justificados por la gracia

Si todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, ¿cómo no va a ser también un don de la diestra del Padre el conocimiento de Cristo? ¿Cómo no considerar la comprensión de la verdad superior a cualquier otra gracia? El Padre ciertamente no otorga el conocimiento de Cristo a los impuros, ni infunde la utilísima gracia del Espíritu en los que se obstinan en correr tras una incurable incredulidad: no es efectivamente decoroso derramar en el fango el precioso ungüento.

De ahí que el santo profeta Isaías manda a quienes desean acercarse a Cristo que se purifiquen primero dedicándose a cualquier obra buena. Dice en efecto: Buscad al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Fíjate cómo primero nos dice que hay que abandonar los viejos caminos y renunciar a los criminales proyectos, para así conseguir el perdón de los pecados, indudablemente por la fe en Cristo. Pues somos justificados, no por la observancia de la ley, sino por la gracia que nos viene de él y por la abolición de los pecados que nos viene de arriba.

-Pero quizá alguno objete: ¿Qué se oponía a relegar al olvido y conceder a los judíos y a Israel la remisión de los pecados lo mismo que a nosotros? Este parecería ser el comportamiento adecuado de quien es bueno a carta cabal.

-Pero se le puede responder: ¿Cómo entonces mostrarse veraz, cuando nos dijo: No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores para que hagan penitencia?

¿Qué objetar a esto? La gracia del Salvador estaba destinada primeramente a solos los israelitas: pues —como él mismo afirma— sólo fue enviado a las ovejas descarriadas de la casa de Israel. Y ciertamente a los que quisieren aceptar la fe, les estaba igualmente permitido caminar decididos a la vida eterna. Todo el que se portaba honestamente y buscaba la verdad era destinado a salvarse por la fe, ayudado por la gracia de Dios Padre; en cambio los arrogantes fariseos y, con ellos, los pontífices y ancianos de dura cerviz se obstinaban en no creer, por más que habían sido con anterioridad instruidos por Moisés y los profetas.

Mas, habiéndose hecho —a causa de su perversidad—totalmente indignos de la vida eterna, no recibieron la iluminación que procede de Dios Padre. De esto tenemos un precedente en el antiguo Testamento. Lo mismo que se negó la entrada en la tierra prometida a los que en el desierto dudaron de Dios, así también a los que, por la incredulidad, desprecian a Cristo, se les niega el ingreso en el reino de los cielos, del que la tierra prometida era figura.

 

RESPONSORIO                    Rom 3, 21-24; Hch 2, 39
 
R./ Ahora la justicia de Dios se ha manifestado, por la fe en Jesucristo. No hay ninguna distinción: todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, * y son justificados por el don de su gracia, Aleluya.
V./ La promesa es para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.
R./ Y son justificados por el don de su gracia, Aleluya.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, tú que abres las puertas del reino celestial a los que han renacido por el agua y por el Espíritu Santo, acrecienta en tus hijos la gracia que les has dado, para que no se vean privados de tus promesas los que han sido ya purificados de sus culpas. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 9, 1-12

La plaga de las langostas

Yo, Juan, al tocar su trompeta el quinto ángel, vi en la tierra una estrella caída del cielo. Le entregaron la llave del pozo del abismo, y abrió el pozo del abismo; del pozo salió humo como el humo de un gran horno, y con el humo del pozo se oscurecieron el sol y el aire.

Del humo saltaron a la tierra langostas, y se les dio ponzoña de escorpiones. Se les ordenó que no hicieran daño a la hierba ni a nada verde ni a ningún árbol, sino sólo a los hombres que no llevan la marca de Dios en la frente. No se les permitió matarlos, pero sí atormentarlos durante cinco meses; el tormento que causan es como picadura de escorpión. En aquellos días los hombres buscarán la muerte y no la encontrarán, ansiarán morir, y la muerte huirá de ellos.

Las langostas tienen aspecto de caballos aparejados para la guerra; llevan en la cabeza una especie de corona dorada y la cara parece de hombre; las crines son como pelo de mujer y los dientes parecen de león. Tienen el pecho como corazas de hierro, y el fragor de sus alas diríase el fragor de carros con muchos caballos que corren al combate. Tienen colas con aguijones, como el escorpión, y en la cola la ponzoña para dañar a los hombres durante cinco meses. Están a las órdenes de un rey, el ángel del abismo; en hebreo su nombre es Abaddón, en griego Apolíon, y significa «el Exterminador».

El primer ay ha pasado; quedan todavía dos.

 

RESPONSORIO                            Jl 2, 30. 32; Mc 13, 33
 
R./ Haré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego, columnas de humo. * Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Aleluya.
V./ Vigilad y estad alerta. pues no sabéis cuándo será el momento.
R./ y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Ireneo de Lyon, Tratado contra las herejías (Lib 5, 2, 2-3: SC 153, 30-38)

La eucaristía, arras de la resurrección

Si la carne no se salva, entonces el Señor no nos ha redimido con su sangre, ni el cáliz de la eucaristía es participación de su sangre, ni el pan que partimos es participación de su cuerpo. Porque la sangre procede de las venas y de la carne y de toda la substancia humana, de aquella substancia que asumió el Verbo de Dios en toda su realidad y por la que nos pudo redimir con su sangre, como dice el Apóstol: Por su sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados.

Y, porque somos sus miembros y quiere que la creación nos alimente, nos brinda sus criaturas, haciendo salir el sol y dándonos la lluvia según le place; y también porque nos quiere miembros suyos, aseguró el Señor que el cáliz, que proviene de la creación material, es su sangre derramada, con la que enriquece nuestra sangre, y que el pan, que también proviene de esta creación, es su cuerpo, que enriquece nuestro cuerpo.

Cuando la copa de vino mezclado con agua y el pan preparado por el hombre reciben la Palabra de Dios, se convierten en la eucaristía de la sangre y del cuerpo de Cristo y con ella se sostiene y se vigoriza la substancia de nuestra carne, ¿cómo pueden, pues, pretender los herejes que la carne es incapaz de recibir el don de Dios, que consiste en la vida eterna, si esta carne se nutre con la sangre y el cuerpo del Señor y llega a ser parte de este mismo cuerpo?

Por ello bien dice el Apóstol en su carta a los Efesios: Somos miembros de su cuerpo, hueso de sus huesos y carne de su carne. Y esto lo afirma no de un hombre invisible y mero espíritu —pues un espíritu no tiene carne y huesos—, sino de un organismo auténticamente humano, hecho de carne, nervios y huesos; pues es este organismo el que se nutre con la copa, que es la sangre de Cristo, y se fortalece con el pan, que es su cuerpo.

Del mismo modo que el esqueje de la vid, depositado en tierra, fructifica a su tiempo, y el grano de trigo, que cae en tierra y muere, se multiplica pujante por la eficacia del Espíritu de Dios que sostiene todas las cosas, y así estas criaturas trabajadas con destreza se ponen al servicio del hombre, y después, cuando sobre ellas se pronuncia la Palabra de Dios, se convierten en la eucaristía, es decir, en el cuerpo y la sangre de Cristo; de la misma forma nuestros cuerpos, nutridos con esta eucaristía y depositados entierra, y desintegrados en ella, resucitarán a su tiempo, cuando la Palabra de Dios les otorgue de nuevo la vida para la gloria de Dios Padre. El es, pues, quien envuelve a los mortales con su inmortalidad y otorga gratuitamente la incorrupción a lo corruptible, porque la fuerza de Dios se realiza en la debilidad.

 

RESPONSORIO                            Cfr. Jn 6,48-51
 
R./ Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que ha bajado del cielo: * quien lo come no puede morir. Aleluya.
V./ Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Sí uno come de este pan vivirá para siempre.
R./ Quien lo come no puede morir. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Protege, Señor, a tu pueblo y, ya que le has dado la gracia de la fe, concédele la participación eterna en la resurrección de tu Hijo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 9,13-21

La plaga de la guerra

Yo, Juan, al tocar su trompeta el sexto ángel, oí una voz que salía de los ángulos del altar de oro que está delante de Dios. Le decía al sexto ángel, al que tenía la trompeta:

«Suelta a los cuatro ángeles que están atados junto al gran río, el Éufrates».

Quedaron sueltos los cuatro ángeles que estaban reservados para matar en tal hora, día, mes y año a la tercera parte de la humanidad. Las tropas de caballería contaban doscientos millones; el número lo oí.

En la visión vi así a los caballos y a sus jinetes: llevaban corazas de fuego, jacinto y azufre; las cabezas de los caballos parecían cabezas de león, y por la boca echaban fuego, humo y azufre. Estas tres plagas, es decir, el fuego, el humo y el azufre que echan por la boca, mataron a la tercera parte de la humanidad. Los caballos tienen su ponzoña en la boca y también en la cola, pues las colas parecen serpientes con cabezas, y con ellas dañan.

El resto de los hombres, los que no murieron por estas plagas, tampoco se arrepintieron: no renunciaron a las obras de sus manos, ni dejaron de rendir homenaje a los demonios y a los ídolos de oro y plata, bronce, piedra y madera, que no ven ni oyen ni andan. No se arrepintieron tampoco de sus homicidios ni de sus maleficios ni de su lujuria ni de sus robos.

 

RESPONSORIO                    Hch 17, 30. 31; Jl 1, 13. 14
 
R/. Que todos los hombres en todas partes se conviertan. Porque Dios tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia. Aleluya.
V/. Ministros de Dios, reunid a todos los habitantes de la tierra y clamad al Señor.
R/. Porque Dios tiene señalado un día en que juzgará el universo con justicia. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Efrén de Nísibe, Sermón 20 sobre nuestro Señor (3-4.9: Opera, ed. Lamy, 1, 152-158.166-168)

La cruz de Cristo, salvación del género humano

Nuestro Señor fue conculcado por la muerte, pero él, a su vez, conculcó la muerte, pasando por ella como si fuera un camino. Se sometió a la muerte y la soportó deliberadamente para acabar con la obstinada muerte. En efecto, nuestro Señor salió cargado con su cruz, como deseaba la muerte; pero desde la cruz gritó, llamando a los muertos a la resurrección, en contra de lo que la muerte deseaba.

La muerte le mató gracias al cuerpo que tenía; pero él, con las mismas armas, triunfó sobre la muerte. La divinidad se ocultó bajo los velos de la humanidad; sólo así pudo acercarse a la muerte, y la muerte le mató, pero él, a su vez, acabó con la muerte. La muerte destruyó la vida natural, pero luego fue destruida, a su vez, por la vida sobrenatural.

La muerte, en efecto, no hubiera podido devorarle si él no hubiera tenido un cuerpo, ni el abismo hubiera podido tragarle si él no hubiera estado revestido de carne; por ello quiso el Señor descender al seno de una virgen para poder ser arrebatado en su ser carnal hasta el reino de la muerte. Así, una vez que hubo asumido el cuerpo, penetró en el reino de la muerte, destruyó sus riquezas y desbarató sus tesoros.

Porque la muerte llegó hasta Eva, la madre de todos los vivientes. Eva era la viña, pero la muerte abrió una brecha en su cerco, valiéndose de las mismas manos de Eva; y Eva gustó el fruto de la muerte, por lo cual la que era madre de todos los vivientes se convirtió en fuente de muerte para todos ellos.

Pero luego apareció María, la nueva vid que reemplaza a la antigua; en ella habitó Cristo, la nueva Vida. La muerte, según su costumbre, fue en busca de su alimento y no advirtió que, en el fruto mortal, estaba escondida la Vida, destructora de la muerte; por ello mordió sin temorel fruto, pero entonces liberó a la vida, y a muchos juntamente con ella.

El admirable hijo del carpintero llevó su cruz a las moradas de la muerte, que todo lo devoraban, y condujo así a todo el género humano a la mansión de la vida. Y la humanidad entera, que a causa de un árbol había sido precipitada en el abismo inferior, por otro árbol, el de la cruz, alcanzó la mansión de la vida. En el árbol, pues, en que había sido injertado un esqueje de muerte amarga, se injertó luego otro de vida feliz, para que confesemos que Cristo es Señor de toda la creación.

¡A ti la gloria, a ti que con tu cruz elevaste como un puente sobre la misma muerte, para que las almas pudieran pasar por él desde la región de la muerte a la región de la vida!

¡A ti la gloria, a ti que asumiste un cuerpo mortal e hiciste de él fuente de vida para todos los mortales!

Tú vives para siempre; los que te dieron muerte se comportaron como los agricultores: enterraron la vida en el sepulcro, como el grano de trigo se entierra en el surco, para que luego brotara y resucitara llevando consigo a otros muchos.

Venid, hagamos de nuestro amor una ofrenda grande y universal; elevemos cánticos y oraciones en honor de aquel que, en la cruz, se ofreció a Dios como holocausto para enriquecernos a todos.

 

RESPONSORIO                    1 Cor 15, 55-56.57; cf. 2 Cor 4, 13.14
 
R./ ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado. * ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Aleluya.
V./ Teniendo el espíritu de fe, creemos que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con él.
R./ ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Dios todopoderoso y eterno, que en estos días de pascua nos has revelado más claramente tu amor y nos has permitido conocerlo con más profundidad, concede a quienes has librado de las tinieblas del error adherirse con firmeza a las enseñanzas de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 10, 1-11

Es confirmada la vocación del vidente

Yo, Juan, vi otro ángel vigoroso que bajaba del cielo envuelto en una nube; el arco iris aureolaba su cabeza, su rostro parecía el sol y sus piernas columnas de fuego. Llevaba en la mano un librito abierto. Plantó el pie derecho en el mar y el izquierdo en la tierra y dio un grito estentóreo, como rugido de león; al gritar él, hablaron las voces de los siete truenos. Cuando hablaron los siete truenos, me dispuse a escribir, pero oí una voz del cielo que decía:

«Guárdate lo que han dicho los siete truenos, no lo escribas ahora».

El ángel que había visto de pie sobre el mar y la tierra levantó la mano derecha al cielo y juró por el que vive por los siglos de los siglos, por el que creó el cielo y cuanto contiene, la tierra y cuanto contiene, el mar y cuanto contiene:

«Se ha terminado el plazo; cuando el séptimo ángel empuñe su trompeta y dé su toque, entonces, en esos días, llegará a su término el designio secreto de Dios, como lo anunció a sus siervos, los profetas».

La voz del cielo que había escuchado antes se puso a hablarme de nuevo, diciendo:

«Ve a coger el librito abierto de la mano del ángel que está de pie sobre el mar y la tierra».

Me acerqué al ángel y le dije:

«Dame el librito».

El me contestó:

«Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor».

Cogí el librito de mano del ángel y me lo comí; en la boca sabía dulce como la miel, pero, cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago. Entonces me dijeron:

«Tienes que profetizar todavía contra muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes».

 

RESPONSORIO                    Ap 10, 7; Mt 24, 30
 
R/. Cuando dé su toque la trompeta, llegará a su término el designio secreto de Dios, como lo anunció a sus siervos, los profetas. Aleluya.
V/. Entonces brillará en el cielo la señal del Hijo del hombre, y verán al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad.
R/. Como lo anunció a sus siervos, los profetas. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 4, cap 2: PG 73, 563-566)

Cristo entregó su cuerpo para la vida de todos

«Por todos muero —dice el Señor—, para vivificarlos a todos y redimir con mi carne la carne de todos. En mi muerte morirá la muerte y conmigo resucitará la naturaleza humana de la postración en que había caído.

Con esta finalidad me he hecho semejante a vosotros y he querido nacer de la descendencia de Abrahán para asemejarme en todo a mis hermanos».

San Pablo, al comprender esto, dijo: Los hijos de una misma familia son todos de la misma carne y sangre, y de nuestra carne y sangre participó también él; así, muriendo, aniquiló al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo.

Si Cristo no se hubiera entregado por nosotros a la muerte, él solo por la redención de todos, nunca hubiera podido ser destituido el que tenía el poder de la muerte, ni hubiera sido posible destruir la muerte, pues él es el único que está por encima de todos.

Por ello se aplica a Cristo aquello que se dice en un lugar del libro de los salmos, donde Cristo aparece ofreciéndose por nosotros a Dios Padre: no quieres sacrificios ni ofrendas, y en cambio me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo dije: «Aquí estoy».

Cristo fue, pues, crucificado por todos nosotros, para que, habiendo muerto uno por todos, todos tengamos vida en él. Era, en efecto, imposible que la vida muriera o fuera sometida a la corrupción natural. Que Cristo ofreciese su carne por la vida del mundo es algo que deducimos de sus mismas palabras: Padre santo, dijo, guárdalos. Y luego añade: Por ellos me consagro yo.

Cuando dice consagro debe entenderse en el sentido de «me dedico a Dios» y «me ofrezco como hostia inmaculada en olor de suavidad». Pues según la ley se consagraba o llamaba sagrado lo que se ofrecía sobre el altar. Así Cristo entregó su cuerpo por la vida de todos, y a todos nos devolvió la vida. De qué modo lo realizó, intentaré explicarlo, si puedo.

Una vez que la Palabra vivificante hubo tomado carne, restituyó a la carne su propio bien, es decir, le devolvió la vida y, uniéndose a la carne con una unión inefable, la vivificó, dándole parte en su propia vida divina.

Por ello podemos decir que el cuerpo de Cristo da vida a los que participan de él: si los encuentra sujetos a la muerte, aparta la muerte y aleja toda corrupción, pues posee en sí mismo el germen que aniquila toda podredumbre.

 

RESPONSORIO                    Jn 10, 14. 15. 10
 
R/. Yo soy el buen Pastor, que conozco a mis ovejas. Y doy mi vida por las ovejas. Aleluya.
V/. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.
R/. Y doy mi vida por las ovejas. Aleluya.

 
ORACIÓN
 
Te pedimos, Señor, que ya que nos has dado la gracia de conocer la resurrección de tu Hijo, nos concedas también que el Espíritu Santo, con su amor, nos haga resucitar a una vida nueva. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis 11, 1-19

Los dos testigos invictos

Yo, Juan, vi que me daban una caña, como de una vara, diciéndome:

«Ve a medir el santuario de Dios, el altar y el espacio para los que dan culto. Prescinde del patio exterior que está fuera del santuario, no lo midas, pues se ha permitido a las naciones pisotear la ciudad santa cuarenta y dos meses; pero haré que mis dos testigos profeticen, vestidos de sayal, mil doscientos sesenta días.

Ellos son los dos olivos y los dos candelabros que están en la presencia del Señor de la tierra. Si alguno quiere hacerles daño, echarán fuego por la boca y devorarán a sus enemigos; así, el que intente hacerles daño morirá sin remedio. Tienen poder para cerrar el cielo, de modo que no llueva mientras dura su profecía; tienen también poder para transformar el agua en sangre y herir la tierra a voluntad con plagas de toda especie.

Pero, cuando terminen su testimonio, la bestia que sube del abismo les hará la guerra, los derrotará y los matará. Sus cadáveres yacerán en la calle de la gran ciudad, simbólicamente llamada Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado. Durante tres días y medio, gente de todo pueblo y raza, de toda lengua y nación, contemplarán sus cadáveres, y no permitirán que les den sepultura. Todos los habitantes de la tierra se felicitarán por su muerte, harán fiesta y se cambiarán regalos; porque estos dos profetas eran un tormento para los habitantes de la tierra».

Al cabo de los tres días y medio, un aliento de vida mandado por Dios entró en ellos y se pusieron en pie, en medio del terror de todos los que lo veían. Oyeron entonces una voz fuerte que les decía desde el cielo:

«Subid aquí».

Y subieron al cielo en una nube, a la vista de sus enemigos.

En aquel momento, se produjo un gran terremoto y se desplomó la décima parte de la ciudad; murieron en el terremoto siete mil personas, y los demás, aterrorizados, dieron gloria al Dios del cielo.

El segundo ay ha pasado; el tercero va a llegar pronto. Al tocar su trompeta el séptimo ángel se oyeron aclamaciones en el cielo:

«¡El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, y reinará por los siglos de los siglos!».

Los veinticuatro ancianos que están sentados delante de Dios cayeron rostro a tierra rindiendo homenaje a Dios y decían:

«Gracias te damos, Señor Dios omnipotente, el que eres y el que eras, porque has asumido el gran poder y comenzaste a reinar. Se encolerizaron las gentes, llegó tu cólera, y el tiempo de que sean juzgados los muertos, y de dar el galardón a tus siervos, los profetas, y a los santos y a los que temen tu nombre, y a los pequeños y a los grandes, y de arruinar a los que arruinaron la tierra».

Se abrió en el cielo el santuario de Dios, y en su santuario apareció el arca de su alianza; se produjeron relámpagos, estampidos, truenos, un terremoto y temporal de granizo.

 

RESPONSORIO                    Ap 11, 15: Dn 7, 27
 
R/. El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a su Mesías, y reinará por los siglos de los siglos. Aleluya.
V/. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.
R/. Y reinará por los siglos de los siglos. Aleluya.
 


SEGUNDA LECTURA

San Agustín de Hipona, Carta 137 (16: PL 33, 523-524)

Esperamos la eterna felicidad de la ciudad celeste

Y llegó Cristo: en su nacimiento y en su vida, en sus dichos y hechos, en su pasión y muerte, en su resurrección y ascensión tienen su cumplimiento todos los oráculos de los profetas. Envía al Espíritu Santo, colma a los fieles congregados en una casa, en la espera perseverante y anhelante del prometido Consolador.

Llenos del Espíritu Santo, de repente comenzaron a hablar las lenguas de todos los pueblos, refutan con valentía los errores, predican la salubérrima verdad, exhortan a la penitencia por las culpas de la mala vida pasada, prometen la indulgencia apoyados en la divina gracia. La predicación de la piedad y de la verdadera religión iba acompañada de los oportunos signos y milagros. Se alza contra ellos la temible infidelidad; toleran lo predicho, esperan lo prometido, enseñan lo mandado. Pocos en número, se dispersan por el mundo, convierten a los pueblos con admirable facilidad, se multiplican entre los enemigos, crecen con las persecuciones, se extienden hasta los confines de la tierra en medio de aflicciones y angustias. De hombres absolutamente sin pericia, abyectísimos y poquísimos, se dan a conocer, se ennoblecen y se multiplican preclarísimos ingenios y cultísimas elocuencias; someten a Cristo la admirable pericia de los hombres agudos, elocuentes y doctos, convirtiéndolos en predicadores de la piedad y de la salvación.

En la alternancia de la adversidad y la prosperidad, ejercitan una vigilante paciencia y sobriedad. Cuando el mundo camina hacia su fin y con la decadencia de las instituciones da pruebas de hallarse en el umbral de la última edad, ellos encuentran mayores motivos de confianza —pues también esto estaba anunciado— para esperar la eterna felicidad de la ciudad celeste. Y mientras tanto, la infidelidad de los impíos se alza contra la Iglesia de Cristo: ella vence padeciendo y haciendo profesión de una fe inquebrantable en medio de la saña de los adversarios. Habiendo llegado el sacrificio de la verdad revelada, durante siglos oculta bajo el velo de las místicas promesas, los antiguos sacrificios que lo prefiguraban, quedan abolidos con la misma destrucción del templo.

El mismo pueblo judío, rechazado por su infidelidad y desterrado de su patria, se dispersa un poco por todo elmundo, para llevar por doquier los sagrados Códices; de este modo los mismos enemigos se convierten en divulgadores del testimonio profético, que preanunciaba a Cristo y a la Iglesia, a fin de disipar la sospecha de estar amañado por nosotros con posterioridad. En las mismas Escrituras está preanunciada su incredulidad. Los templos y simulacros de los demonios, así como los ritos sacrílegos van desapareciendo poco a poco y según las alternancias predichas por los profetas. Pululan las herejías contra el nombre de Cristo, pero servidas como mercancía cristiana, para poner a prueba la doctrina de la santa religión. También esto estaba preanunciado.

Todo esto lo vemos cumplido, como leemos que estaba previsto. Y del cumplimiento de tantas y tales cosas, sacamos como conclusión la firme esperanza de que sucederá lo que todavía queda por cumplirse. ¿Y qué mente, ávida de eternidad e impresionada por la brevedad de la vida presente, se atreverá a contender contra la lumbre y la cumbre de esta divina autoridad?

 

RESPONSORIO                    Ap 21, 1.2.12.14
 
R./ Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, y vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios. * Sobre las puertas están doce ángeles.
V./ La muralla de la ciudad se asienta sobre doce piedras, que llevan los nombres de los doce apóstoles del Cordero.
R./ Sobre las puertas están doce ángeles.

 
ORACIÓN
 
Oremos:
 
Oh Dios, que has renovado por las aguas del bautismo a los que creen en ti, concede tu ayuda a los que han renacido en Cristo, para que venzan las insidias del mal y permanezcan siempre fieles a los dones que de ti han recibido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.