DOMINGO II DE CUARESMA


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 18, 1-22

Los levitas. Los verdaderos y los falsos profetas

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Los sacerdotes levitas, la tribu entera de Leví, no se repartirán la herencia con Israel; comerán de la heredad del Señor, de sus oblaciones; no tendrá parte en la heredad de sus hermanos: el Señor será su heredad, como le dijo.

Estos serán los derechos sacerdotales: Si uno del pueblo sacrifica un toro o una oveja, dará al sacerdote una espalda, las quijadas y el cuajar. Le darás las primicias de tu trigo, tu mosto y tu aceite, y la primera lana al esquilar tu rebaño. Porque el Señor, tu Dios, los eligió para siempre, a él y a sus hijos, de entre todas las tribus, para que estén al servicio personal del Señor.

Si un levita residente en cualquier poblado de Israel se traslada por voluntad propia al lugar elegido por el Señor, podrá servir personalmente al Señor, su Dios, como el resto de sus hermanos levitas que están allí al servicio del Señor, y comerá una parte lo mismo que los demás. Se exceptúan los sacerdotes adivinos.

Cuando entres en la tierra que va a darte el Señor, tu Dios, no imites las abominaciones de esos pueblos. No haya entre los tuyos quien queme a sus hijos o hijas; ni vaticinadores, ni astrólogos, ni agoreros, ni hechiceros, ni encantadores, ni espiritistas, ni adivinos, ni nigromantes. Porque el que practica eso es abominable para el Señor. Y, por semejantes abominaciones, los va a desheredar el Señor, tu Dios. Sé íntegro en tu trato con el Señor, tu Dios:esos pueblos que tú vas a desposeer escuchan a astrólogos y vaticinadores; pero a ti no te lo permite el Señor, tu Dios.

Un profeta, de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. A él lo escucharéis. Es lo que pediste al Señor, tu Dios, en el Horeb, el día de la asamblea:

"No quiero volver a escuchar la voz del Señor, mi Dios, ni quiero ver más ese terrible incendio; no quiero morir". El Señor me respondió:

"Tienen razón; suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas. Y el profeta que tenga la arrogancia de decir en mi nombre lo que yo no le haya mandado, o hable en nombre de dioses extranjeros, ese profeta morirá".

Y si te preguntas: "¿Cómo distinguir si una palabra no es palabra del Señor?". Cuando un profeta hable en nombre del Señor y no suceda ni se cumpla su palabra, es algo que no dice el Señor: ese profeta habla por arrogancia, no le tengas miedo».

 

RESPONSORIO                    Dt 18, 18; Lc 20, 13; Jn 6,  14
 
R./ Les suscitaré un profeta y pondré mis palabras en su boca * y él les dirá todo lo que yo le mande.
V./ Enviaré mi hijo muy querido; éste es ciertamente el profeta que ha de venir al mundo.
R./ Y él les dirá todo lo que yo le mande.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Comentario sobre el evangelio de san Juan (Lib 3, cap 3: PG 73, 427-434)

Abiertamente se nos predica el misterio de Cristo

Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú. Pondré mis palabras en su boca, y les dirá lo que yo le mande. A quien no escuche las palabras que pronuncie en mi nombre, yo le pediré cuentas.

El Deuteronomio es una especie de repetición y como una recapitulación de los libros de Moisés. Fíjate cómo de nuevo se nos predica aquí abiertamente el misterio de Cristo, conscientemente prefigurado, por sutilísima contemplación, en la persona de Moisés: Un profeta de entre los tuyos, de entre tus hermanos, como yo, te suscitará el Señor, tu Dios. Así pues, la mediación de Moisés, puesto al servicio del pueblo para manifestarle los decretos divinos, fue instituida para apuntalar la debilidad de los hombres de aquel entonces. Da el paso del tipo a la realidad y contemplarás a través de esta figura, al mediador entre Dios y los hombres, Cristo, poniendo, en dicción humana, al servicio de los dóciles, cuando por nosotros nació de una mujer, la inefable voluntad de Dios Padre, conocida únicamente por él, en cuanto que como Hijo, procede de él y en cuanto que él mismo es la sabiduría, que todo lo penetra, hasta la profundidad de Dios.

Ahora bien: no pudiendo nosotros ver con los ojos corporales la divina, inefable, pura y simple gloria de la divinidad que todo lo trasciende –no puede ver nadie mi rostro, dice, y quedar con vida–, por eso fue necesario que el Verbo unigénito de Dios asumiera nuestra débil condición, se revistiera, por un inescrutable designio divino, de este cuerpo mortal y nos manifestara la soberana voluntad de Dios Padre, diciendo: Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Y también: Yo no he hablado en nombre mío; no, el Padre que me envió me ha encargado él mismo lo que tenía que decir.

Por tanto, hemos de considerar que si Moisés, que manifestaba a los hijos de Israel los decretos divinos, es el tipo de Cristo, su mediación, es una mediación de servicio; en cambio la de Cristo es una mediación voluntaria y mística, como de uno que toca por su propia naturaleza los dos extremos de los que es mediador y a ambos pertenece, a saber: a la humanidad de la que es mediador y al Padre en cuanto que es Dios.

Cristo es –como se ha dicho– el fin de la institución legal; Cristo es la plenitud de la ley y de los profetas.

 

RESPONSORIO                    Mt 8, 17; Is 53, 6
 
R./ Él tomó nuestras flaquezas * y cargó con nuestras enfermedades.
V./ El Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
R./ Y cargó con nuestras enfermedades.

 
ORACIÓN
 
Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 

EVANGELIOS PARA LOS TRES CICLOS



LUNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 24,1—25, 4

Mandamientos para con el prójimo

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Si uno se casa con una mujer, y luego no le gusta, porque descubre en ella algo vergonzoso, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, y ella sale de la casa y se casa con otro, y el segundo también la aborrece, le escribe el acta de divorcio, se la entrega y la echa de casa, o bien muere el segundo marido, el primer marido, que la despidió, no podrá casarse otra vez con ella, pues está contaminada; sería una abominación ante el Señor; no eches un pecado sobre la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad.

Si uno es recién casado, no está obligado al servicio militar ni a otros trabajos públicos; tendrá un año de licencia para disfrutar de la mujer con quien se ha casado.

No tomarás en prenda las dos piedras de un molino, ni siquiera la muela, porque sería tomar en prenda una vida.

Si descubren que uno ha secuestrado a un hermano suyo israelita, para explotarlo o venderlo, el secuestrador morirá; así extirparás la maldad de ti.

Tened cuidado con las afecciones de la piel, cumplid exactamente las instrucciones de los sacerdotes levitas: cumplid lo que yo les he mandado. Recuerda lo que hizo el Señor, tu Dios, a María cuando salisteis de Egipto.

Si haces un préstamo cualquiera a tu hermano, no entres en su casa a recobrar la prenda; espera afuera, y el prestatario saldrá a devolverte la prenda. Y, si es pobre, no te acostarás sobre la prenda; se la devolverás a la caída del sol, y asi él se acostará sobre su manto y te bendecirá, y tuyo sera el mérito ante el Señor, tu Dios.

No explotarás al jornalero, pobre y necesitado, sea hermano tuyo o emigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad; cada jornada le darás su jornal, antes que el sol se ponga, porque pasa necesidad y está pendiente del salario. Si no, apelará al Señor, y tú serás culpable.

No serán ejecutados los padres por culpas de los hijos ni los hijos por culpas de los padres; cada uno será ejecutado por su propio pecado.

No defraudarás el derecho del emigrante y del huérfano ni tomarás en prenda las ropas de la viuda; recuerda que fuiste esclavo en Egipto, y que allí te redimió el Señor, tu Dios; por eso yo te mando hoy cumplir esta ley.

Cuando siegues la mies de tu campo y olvides en el suelo una gavilla, no vuelvas a recogerla; déjasela al emigrante, al huérfano y a la viuda, y así bendecirá el Señor todas tus tareas. Cuando varees tu olivar, no repases las ramas; déjaselas al emigrante, al huérfano y a la viuda. Cuando vendimies tu viña, no rebusques los racimos; déjaselos al emigrante, al huérfano y a la viuda. Acuérdate que fuiste esclavo en Egipto; por eso yo te mando hoy cumplir esta ley.

Cuando dos hombres tengan un pleito, vayan a juicio y los juzguen, absolviendo al inocente y condenando al culpable, si el culpable merece una paliza, el juez lo hará tenderse en tierra, y en su presencia le darán los azotes que merece su delito; le podrán dar hasta cuarenta y no más, no sea que excedan el número, la paliza sea excesiva y tu hermano quede infamado a tus ojos.

No le pondrás bozal al buey que trilla».

 

RESPONSORIO                    Mc 12, 32-33; Sir 35, 2-3
 
R./ Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Dios es único; * amarlo con todo el corazón y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
V./ Hacer limosna es ofrecer sacrificios de alabanza; apartarse del mal es complacer al Señor. 
R./ Amarlo con todo el corazón y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núm 48)

Santidad del matrimonio y de la familia

El hombre y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne, con la íntima unión de personas y de obras se ofrecen mutuamente ayuda y servicio, experimentando así y logrando, más plenamente cada día, el sentido de su propia unidad.

Esta íntima unión, por ser una donación mutua de dos personas, y el mismo bien de los hijos exigen la plena fidelidad de los esposos y urgen su indisoluble unidad.

Cristo, el Señor, bendijo abundantemente este amor multiforme que brota del divino manantial del amor de Dios y que se constituye según el modelo de su unión con la Iglesia.

Pues, así como Dios en otro tiempo buscó a su pueblo con un pacto de amor y de fidelidad, así ahora el Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos cristianos por el sacramento del matrimonio. Permanece, además, con ellos para que, así como él amó a su Iglesia y se entregó por ella, del mismo modo, los esposos, por la mutua entrega, se amen mutuamente con perpetua fidelidad.

El auténtico amor conyugal es asumido por el amor divino y se rige y enriquece por la obra redentora de Cristo y por la acción salvífica de la Iglesia, para que los esposos sean eficazmente conducidos hacia Dios y se vean ayudados y confortados en su sublime papel de padre y madre.

Por eso, los esposos cristianos son robustecidos y como consagrados para los deberes y dignidad de su estado, gracias a este sacramento particular; en virtud del cual, cumpliendo su deber conyugal y familiar, imbuidos por el espíritu de Cristo, con el que toda su vida queda impregnada de fe, esperanza y caridad, se van acercando cada vez más hacia su propia perfección y mutua santificación, y así contribuyen conjuntamente a la glorificación de Dios.

De ahí que, cuando los padres preceden con su ejemplo y oración familiar, los hijos, e incluso cuantos conviven en la misma familia, encuentran más fácilmente el camino de la bondad, de la salvación y de la santidad. Los esposos, adornados de la dignidad y del deber de la paternidad y maternidad, habrán de cumplir entonces con diligencia su deber de educadores, sobre todo en el campo religioso, deber que les incumbe a ellos principalmente.

Los hijos, como miembros vivos de la familia, contribuyen a su manera a la santificación de sus padres, pues, con el sentimiento de su gratitud, con su amor filial y con su confianza, corresponderán a los beneficios recibidos de sus padres y, como buenos hijos, los asistirán en las adversidades y en la soledad de la vejez.

 

RESPONSORIO                    Ef 5, 32.25.33
 
R./ Este misterio es grande: lo digo respecto a Cristo y a la Iglesia. * Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.
V./ Que cada uno ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer debe respetar a su marido.
R./ Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.
 
 
ORACIÓN
 
Señor, Padre santo, que para nuestro bien espiritual nos mandaste dominar nuestro cuerpo mediante la austeridad, ayúdanos a librarnos de la seducción del pecado y a entregarnos al cumplimiento filial de tu santa ley. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MARTES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 26, 1-19

Profesión de fe de los hijos de Abrahán

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios, va a darte en heredad, cuando tomes posesión de ella y la habites, tomarás primicias de todos los frutos que coseches de la tierra que va a darte tu Dios, los meterás en una cesta, irás al lugar que el Señor, tu Dios, haya elegido para morada de su nombre, te presentarás al sacerdote que esté en funciones por aquellos días, y le dirás:

"Hoy confieso ante el Señor, mi Dios, que he entrado en la tierra que el Señor juró a nuestros padres que nos daría a nosotros".

El sacerdote tomará de tu mano la cesta y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios. Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:

"Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado".

Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios. Y harás fiesta con el levita y el emigrante que viva en tu vecindad, por todos los bienes que el Señor, tu Dios, te haya dado, a ti y a tu casa.

Cuando termines de repartir el diezmo de todas tus cosechas, cada tres años, el año del diezmo, y se lo hayas dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, para que coman hasta hartarse en tus ciudades, recitarás ante el Señor, tu Dios:

"He apartado de mi casa lo consagrado; se lo he dado al levita, al emigrante, al huérfano y a la viuda, según el precepto que me diste. No he quebrantado ni olvidado ningún precepto. No he comido de ello estando de luto, ni lo he apartado estando impuro, ni se lo he ofrecido a un muerto. He escuchado la voz del Señor, mi Dios, he cumplido todo lo que me mandaste. Vuelve los ojos desde tu santa morada, desde el cielo, y bendice a tu pueblo, Israel, y a esta tierra que nos diste, como habías jurado a nuestros padres, una tierra que mana leche y miel".

Hoy te manda el Señor, tu Dios, que cumplas estos mandatos y decretos. Guárdalos y cúmplelos con todo el corazón y con toda el alma.

Hoy te has comprometido a aceptar lo que el Señor te propone: Que él será tu Dios, que tú irás por sus caminos, guardarás sus mandatos, preceptos y decretos, y escucharás su voz. Hoy se compromete el Señor a aceptar lo que tú le propones: Que serás su propio pueblo, como te prometió, que guardarás todos sus preceptos, que él te elevará en gloria, nombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho, y que serás el pueblo santo del Señor, como ha dicho».

 

RESPONSORIO                    Cf. 1Pe 2, 9.10; Dt 7, 7.8
 
R./ Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido; vosotros que en un tiempo erais "no pueblo", ahora sois el pueblo de Dios. * Vosotros que en un tiempo estabais excluidos de la misericordia, ahora habéis recibido misericordia.
V./ El Señor os ha elegido por el amor que os tiene y os ha librado de la casa de la servidumbre.
R./ Vosotros que en un tiempo estabais excluidos de la misericordia, ahora habéis recibido misericordia.
 


SEGUNDA LECTURA

San Cirilo de Alejandría, Sobre la adoración en espíritu y en verdad (Lib 8: PC 68, 574-575)

Después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía

En el antiguo Testamento hallamos perfectamente prefigurado de muchas maneras el misterio de Cristo y, en cierto modo se nos describe la Pasión del Salvador, por la que hemos sido liberados de todo el mal que pudiera perturbarnos y que nos había arrojado a una irremediable miseria. La disposición relativa a la condonación, en el año séptimo, de las deudas prefiguraba el tiempo de la remisión universal; e incluso el hecho de que el castigo de los azotes no debía rebasar los cuarenta golpes, nos está indicando el tan anhelado tiempo de la salvación operada por aquel Hijo unigénito después que hubo asumido la carne, tiempo en que sus cicatrices nos curaron. El fue triturado por nuestros crímenes cuando los israelitas lo cubrieron de insultos y Pilato lo hizo flagelar, mientras nosotros éramos liberados de las penas y del suplicio.

Hubo efectivamente un tiempo en que los golpes de flagelo infligidos al pecador eran muchos, pero Cristo fue flagelado por nosotros: como murió por todos, también por todos fue flagelado, habiéndose puesto en lugar de todos.

Pero la ley no permite que se exceda el número de cuarenta golpes, porque hasta la venida de Cristo los suplicios no debían rebasar la medida: en cierto modo les pone coto y, al mismo tiempo, preanuncia el tiempo de la remisión. Las figuras contienen, de hecho, en germen la belleza de la verdad.

Es también interesante notar que Israel, por haber ofendido a Dios, vagó cuarenta años por el desierto: Dios había jurado no introducirlos en la tierra prometida; pero transcurrido este tiempo su ira se aplacó, y sus hijos pasaron el Jordán y entraron en aquella tierra, porque su indignación no superó los cuarenta años.

Así pues, fue clara figura de todo esto el hecho de que algunos recibieran hasta cuarenta azotes, ya que a este número estaba condicionado el tiempo de la remisión, recordándonos el místico tránsito del Jordán y también aquellos cuchillos de piedra, es decir, la circuncisión espiritual, y asimismo aquella soberana potestad de Jesús. Porque, después de Moisés y la ley, Cristo se ha hecho nuestro guía.

 

RESPONSORIO                    Is 53, 5; 1 Pe 2, 24
 
R./ Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades.El castigo que nos trae la paz recayó sobre él. * Por sus heridas hemos sido curados.
V./ Él llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero de la cruz, a fin de que, muertos al pecado, vivamos para la justicia.
R./ Por sus heridas hemos sido curados.


 
ORACIÓN
 
Señor, vela con amor continuo sobre tu Iglesia, y pues sin tu ayuda no puede sostenerse lo que se cimienta en la debilidad humana, protege a tu Iglesia en el peligro y mantenla en el camino de la salvación. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



MIÉRCOLES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 29, 1-5.9-28

Maldición contra los transgresores de la alianza

En aquellos días, Moisés convocó a todo Israel y les dijo:

«Vosotros sois testigos de todo lo que el Señor hizo en Egipto contra el Faraón, sus ministros y todo su país: aquellas grandes pruebas que vieron vuestros ojos, aquellos grandes signos y prodigios; pero el Señor no os ha dado inteligencia para entender, ni ojos para ver, ni oídos para escuchar, hasta hoy:

"Yo os he hecho caminar cuarenta años por el desierto; no se os gastaron los vestidos que llevabais ni se os gastaron las sandalias de los pies; no comisteis pan ni bebisteis vino ni licor; para que reconozcáis que yo, el Señor, soy vuestro Dios".

Vosotros os habéis colocado hoy en presencia del Señor, vuestro Dios —vuestros jefes de tribu, concejales y magistrados, y todos los hombres de Israel; vuestros niños y mujeres, y los emigrantes que están en el campamento (tus aguadores y leñadores)—, para entrar en alianza con el Señor, tu Dios, y aceptar el pacto que el Señor, tu Dios, concluye contigo hoy; en virtud de él, te constituye pueblo suyo, y él será tu Dios, como te dijo y como había jurado a tus padres, a Abrahán, Isaac y Jacob.

No sólo con vosotros concluyo esta alianza y este pacto; lo concluyo con el que está hoy aquí con nosotros, en presencia del Señor, y con el que hoy no está aquí con nosotros. Vosotros sabéis que habitamos en Egipto y que cruzamos por medio de todos aquellos pueblos, vimos sus ídolos monstruosos, de piedra y leño, de plata y oro.

Que no haya nadie entre vosotros, hombre o mujer, familia o tribu, cuyo corazón se aparte hoy del Señor, vuestro Dios, yendo a dar culto a los dioses de estos pueblos; que no arraiguen en vosotros plantas amargas y venenosas, alguien que al escuchar los términos de este pacto se felicite diciendo por dentro: "Tendré paz, aunque siga en mi obstinación", pues la riada se llevará secano y regadío, porque el Señor no está dispuesto a perdonarlo; su ira y su celo se encenderán contra ese hombre, se asentará sobre él la maldición de este código, y el Señor bórrará su nombre bajo el cielo; el Señor lo apartará, para su perdición, de todas las tribus de Israel, según las maldiciones que sancionan la alianza, escritas en este código.

Las generaciones venideras, los hijos que os sucedan y los extranjeros que vengan de lejanas tierras, cuando vean las plagas de esta tierra, las enfermedades con que las castigará el Señor –azufre y sal, tierra calcinada, donde no se siembra, ni brota ni crece la hierba, catástrofe como la de Sodoma y Gomorra, Adamá y Seboín, arrasadas por la ira y la cólera del Señor–, todos esos pueblos se preguntarán:

"¿Por qué trató el Señor así a esta tierra? ¿Qué significa esta cólera terrible?".

Y les responderán:

"Porque abandonaron la alianza del Señor, Dios de sus padres, el pacto que hizo con ellos al sacarlos de Egipto; porque fueron a dar culto a dioses extranjeros, postrándose ante ellos –dioses que no conocían, dioses que no les había asignado–; por eso, la ira del Señor se encendió contra esta tierra, haciendo recaer sobre ella todas las maldiciones escritas en este código; por eso, el Señor los arrancó de su suelo con ira, furor e indignación, y los arrojó a una tierra extraña, como sucede hoy".

Lo oculto es del Señor, nuestro Dios, lo revelado es nuestro y de nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todos los artículos de esta ley».

 

RESPONSORIO                    Cf. Gal 3, 13-14; Dt 8, 14
 
R./ Cristo se ha hecho Él mismo maldición por nosotros, a fin de que llegara a las gentes la bendición de Abraham, * para que por la fe recibiéramos el Espíritu de la promesa.
V./ Dios nos sacó del país de Egipto, de la casa de la servidumbre.
R./ Para que por la fe recibiéramos el Espíritu de la promesa.
 


SEGUNDA LECTURA

San Bernardo de Claraval, Sermón 61 sobre el Cantar de los cantares (3-5: Opera omnia, edic. cisterciense, 2, 1958, 150-151)

Si creció el pecado, más desbordante fue la gracia

¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme. Grita el mundo, me oprime el cuerpo, el diablo me pone asechanzas, pero yo no caigo, porque estoy cimentado sobre piedra firme. Si cometo un gran pecado, me remorderá mi conciencia, pero no perderé la paz, porque me acordaré de las llagas del Señor. El, en efecto, fue traspasado por nuestras rebeliones. ¿Qué hay tan mortífero que no haya sido destruido por la muerte de Cristo? Por esto, si me acuerdo que tengo a mano un remedio tan poderoso y eficaz, ya no me atemoriza ninguna dolencia, por maligna que sea.

Por esto, no tenía razón aquel que dijo: Mi culpa es demasiado grande para soportarla. Es que él no podía atribuirse ni llamar suyos los méritos de Cristo, porque no era miembro del cuerpo cuya cabeza es el Señor.

Pero yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza, y, a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor.

Sus designios eran designios de paz, y yo lo ignoraba. Porque, ¿quién conoció la mente del Señor?, ¿quién fue su consejero? Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no he de mirar a través de esta hendidura? Tanto el clavo como la llaga proclaman que en verdad Dios está en Cristo reconciliando al mundo consigo. Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades.

Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto. ¿Qué dificultad hay en admitir que tus llagas nos dejan ver tus entrañas? No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación.

Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia. Y, porque la misericordia del Señor es mucha, muchos son también mis méritos. Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia. Y, si la misericordia del Señor dura siempre, yo también cantaré eternamente las misericordias del Señor. ¿Cantaré acaso mi propia justicia? Señor, narraré tu justicia, tuya entera. Sin embargo, ella es también mía, pues tú has sido constituido mi justicia de parte de Dios.

 

RESPONSORIO                    Rom 5, 10.8
 
R./ Si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, * mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.
V./ Siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros.
R./ Mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida.
 
ORACIÓN
 
Señor, guarda a tu familia en el camino del bien que tú le señalaste, y haz que, protegida por tu mano en sus necesidades temporales, tienda con mayor libertad hacia los bienes eternos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



JUEVES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 30, 1-20

Promesa de perdón después del destierro

En aquellos días, Moisés habló al pueblo, diciendo:

«Cuando se cumplan en ti todas estas palabras –la bendición y la maldición que te he propuesto– y las medites, viviendo entre los pueblos adonde te expulsará el Señor, tu Dios, te convertirás al Señor, tu Dios; escucharás su voz, lo que yo te mando hoy, con todo el corazón y con toda el alma, tú y tus hijos. El Señor, tu Dios, cambiará tu suerte, compadecido de ti; el Señor, tu Dios, volverá y te reunirá, sacándote de todos los pueblos por donde te dispersó; aunque tus dispersos se encuentren en los confines del cielo, el Señor, tu Dios, te reunirá, te recogerá allí; el Señor, tu Dios, te traerá a la tierra que habían poseído tus padres, y tomarás posesión de ella; te hará el bien y te hará crecer más que tus padres; el Señor, tu Dios, circuncidarátu corazón y el de tus descendientes para que ames al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, y así vivas.

El Señor, tu Dios, mandará estas maldiciones contra tus enemigos, los que te habían perseguido con saña, y tú te convertirás, escucharás la voz del Señor, tu Dios, y cumplirás todos los preceptos suyos que yo te mando hoy. El Señor, tu Dios, hará prosperar tus empresas, el fruto de tu vientre, el fruto de tu ganado y el fruto de tu tierra, porque el Señor, tu Dios, volverá a alegrarse contigo de tu prosperidad, como se alegraba con tus padres, si escuchas la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandatos, lo que está escrito en el código de esta ley, si te conviertes al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma.

Porque el precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda, ni inalcanzable; no está en el cielo, no vale decir: "¿Quién de nosotros subirá al cielo y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?"; ni está más allá del mar, no vale decir: "¿Quién de nosotros cruzará el mar y nos lo traerá y nos lo proclamará, para que lo cumplamos?". El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo.

Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces lo que yo te mando hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla. Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella.

Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob».

 

RESPONSORIO                    Cf. Jer 29, 13-14; Mt 7, 7
 
R./ Me buscaréis y me encontraréis, dice el Señor; si me buscaréis de todo corazón, * me dejaré encontrar por vosotros, y cambiaré vuestra suerte.
V./ Buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
R./ Me dejaré encontrar por vosotros, y cambiaré vuestra suerte.
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Mediocre de Nápoles, Sermón 7 (PLS 4, 785-786)

Ama al Señor y sigue sus caminos

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Dichoso el que así hablaba, porque sabía cómo y de dónde procedía su luz y quién era el que lo iluminaba. El veía la luz, no esta que muere al atardecer, sino aquella otra que no vieron ojos humanos. Las almas iluminadas por esta luz no caen en el pecado, no tropiezan en el mal.

Decía el Señor: Caminad mientras tenéis luz. Con estas palabras, se refería a aquella luz que es él mismo, ya que dice: Yo he venido al mundo como luz, para que los que ven no vean y los ciegos reciban la luz. El Señor, por tanto, es nuestra luz, él es el sol de justicia que irradia sobre su Iglesia católica, extendida por doquier. A él se refería proféticamente el salmista, cuando decía: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El hombre interior, así iluminado, no vacila, sigue recto su camino, todo lo soporta. El que contempla de lejos su patria definitiva aguanta en las adversidades, no se entristece por las cosas temporales, sino que halla en Dios su fuerza; humilla su corazón y es constante, y su humildad lo hace paciente. Esta luz verdadera que viniendo a este mundo alumbra a todo hombre, el Hijo, revelándose a sí mismo, la da a los que lo temen, la infunde a quien quiere y cuando quiere.

El que vivía en tiniebla y en sombra de muerte, en la tiniebla del mal y en la sombra del pecado, cuando nace en él la luz, se espanta de sí mismo y sale de su estado, se arrepiente, se avergüenza de sus faltas y dice: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Grande es, hermanos, la salvación que se nos ofrece. Ella no teme la enfermedad, no se asusta del cansancio, no tiene en cuenta el sufrimiento. Por esto, debemos exclamar, plenamente convencidos, no sólo con la boca, sino también con el corazón: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? Si es él quien ilumina y quien salva, ¿a quién temeré? Vengan las tinieblas del engaño: el Señor es mi luz. Podrán venir pero sin ningún resultado, pues, aunque ataquen nuestro corazón, no lo vencerán. Venga la ceguera de los malos deseos: el Señor es mi luz. El es, por tanto, nuestra fuerza, el que se da a nosotros, y nosotros a él. Acudid al médico mientras podéis, no sea que después queráis y no podáis.

 

RESPONSORIO                    Cf. Sab 9, 10.4
 
R./ Envía Señor, la Sabiduría de los cielos santos, para que a mi lado participe en mis trabajos * y sepa yo lo que te es agradable.
V./ Dame la Sabiduría, que se sienta junto a tu trono.
R./ Y sepa yo lo que te es agradable.


 
ORACIÓN
 
Señor, tú que amas la inocencia y la devuelves a quien la ha perdido, atrae hacia ti nuestros corazones y abrásalos en el fuego de tu Espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



VIERNES


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 31, 1-15.23

Últimas palabras de Moisés

En aquellos días, cuando Moisés terminó de decir estas palabras a los israelitas, añadió:

«He cumplido ya ciento diez años, y me encuentro impedido; además, el Señor me ha dicho: "No pasarás ese Jordán". El Señor, tu Dios, pasará delante de ti. El destruirá delante de ti esos pueblos, para que te apoderes de ellos. Josué pasará delante de ti, como ha dicho el Señor. El Señor los tratará como a los reyes amorreos Sijón y Og, y como a sus tierras, que arrasó. Cuando el Señor os los entregue, haréis con ellos lo que yo os he ordenado. ¡Sed fuertes y valientes, no temáis, no os acobardéis ante ellos!, que el Señor, tu Dios, avanza a tu lado, no te dejará ni te abandonará».

Después Moisés llamó a Josué, y le dijo en presencia de todo Israel:

«Sé fuerte y valiente, porque tú has de introducir a este pueblo en la tierra que el Señor, tu Dios, prometió dar a tus padres; y tú les repartirás la heredad. El Señor avanzará ante ti. El estará contigo; no te dejará ni te abandonará. No temas ni te acobardes».

Moisés escribió esta ley y la consignó a los sacerdotes levitas que llevan el arca de la alianza del Señor, y a todos los concejales de Israel, y les mandó:

«Cada siete años, el año de la Remisión, por la fiesta de las Chozas, cuando todo Israel acuda a presentarse ante el Señor, tu Dios, en el lugar que él elija, se proclamará esta ley frente a todo el pueblo. Congregad al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al emigrante que viva en tu vecindad, para que oigan y aprendan a respetar al Señor, vuestro Dios, y pongan por obra todos los artículos de esta ley, mientras os dure la vida en la tierra que vais a tomar en posesión, cruzan& el Jordán. Hasta sus hijos, aunque no tengan uso de razón, han de escuchar la ley, para que vayan aprendiendo a respetar al Señor, vuestro Dios».

El Señor dijo a Moisés:

«Está cerca el día de tu muerte. Llama a Josué, presentaos en la tienda del Encuentro, y yo le daré mis órdenes».

Moisés y Josué fueron a presentarse a la tienda del Encuentro. El Señor se les apareció en la tienda, en una columna de nubes, que fue a colocarse a la entrada de la tienda. El Señor ordenó a Josué:

«Sé fuerte y valiente, que tú has de introducir a los israelitas en la tierra que he prometido. Yo estaré contigo».

 

RESPONSORIO                    Dt 31, 7.8; Cf. Prov 3, 26
 
R./ Sé fuerte y valiente, porque el Señor marchará delante de ti. * Él estará contigo, no temas.
V./ El Señor estará a tu lado y guardará tu pie de caer en el cepo.
R./ Él estará contigo, no temas.
 
 


SEGUNDA LECTURA

San Juan Fisher, Comentario sobre el salmo 101 (Opera omnia, edic. 1597, pp. 1588-1589)

Las maravillas de Dios

Primero, Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, con grandes portentos y prodigios; los hizo pasar el mar Rojo a pie enjuto; en el desierto, los alimentó con manjar llovido del cielo, el maná y las codornices; cuando padecían sed, hizo salir de la piedra durísima un perenne manantial de agua; les concedió la victoria sobre todos los que guerreaban contra ellos; por un tiempo, detuvo de su curso natural las aguas del Jordán; les repartió por suertes la tierra prometida, según sus tribus y familias. Pero aquellos hombres ingratos, olvidándose del amor y munificencia con que les había otorgado tales cosas, abandonaron el culto del Dios verdadero y se entregaron, una y otra vez, al crimen abominable de la idolatría.

Después, también a nosotros, que, cuando éramos gentiles, nos sentíamos arrebatados hacia los ídolos mudos, siguiendo el ímpetu que nos venía, Dios nos arrancó del olivo silvestre de la gentilidad, al que pertenecíamos por naturaleza, nos injertó en el verdadero olivo del pueblo judío, desgajando para ello algunas de sus ramas naturales, y nos hizo partícipes de la raíz de su gracia y de la rica sustancia del olivo. Finalmente, no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros como oblación y víctima de suave olor, para rescatarnos de toda maldad y para prepararse un pueblo purificado.

Todo ello, más que argumentos, son signos evidentes del inmenso amor y bondad de Dios para con nosotros; y, sin embargo, nosotros, sumamente ingratos, más aún, traspasando todos los límites de la ingratitud, no tenemos en cuenta su amor ni reconocemos la magnitud de sus beneficios, sino que menospreciamos y tenemos casi en nada al autor y dador de tan grandes bienes; ni tan siquiera la extraordinaria misericordia de que usa continuamente con los pecadores nos mueve a ordenar nuestra vida y conducta conforme a sus mandamientos.

Ciertamente, es digno todo ello de que sea escrito para las generaciones futuras, para memoria perpetua, a fin de que todos los que en el futuro han de llamarse cristianos reconozcan la inmensa benignidad de Dios para con nosotros y no dejen nunca de cantar sus alabanzas.

 

RESPONSORIO                    Sal 67, 27; 95, 1
 
R./ Bendecid a Dios en vuestras asambleas, * bendecid al Señor, vosotros del linaje de Israel.
V./ Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra.
R./ Bendecid al Señor, vosotros del linaje de Israel.


 
ORACIÓN
 
Concédenos, Dios todopoderoso, que, purificados por la penitencia cuaresmal, lleguemos a las fiestas de Pascua limpios de pecado. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.
 



SÁBADO


PRIMERA LECTURA

Del libro del Deuteronomio 32, 48-52; 34, 1-12

Muerte de Moisés

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:

«Sube al monte Abarín, monte Nebo, que está en Moab, mirando a Jericó, y contempla la tierra que voy a dar en propiedad a los israelitas. Después morirás en el monte y te reunirás a los tuyos, lo mismo que tu hermano Aarón murió en monte Hor y se reunió a los suyos. Porque os portasteis mal conmigo en medio de los israelitas, en la fuente de Meribá, en Cadés, en el desierto de Sin, y no reconocisteis mi santidad en medio de los israelitas. Verás de lejos la tierra, pero no entrarás en la tierra que voy a dar a los israelitas».

Moisés subió de la estepa de Moab al monte Nebo, a la cima del Fasga, que mira a Jericó; y el Señor le mostró toda la tierra: Galaad hasta Dan, el territorio de Neftalí, de Efraín y de Manasés, el de Judá hasta el mar occidental, el Negueb y la comarca del valle de Jericó, la ciudad de las palmeras, hasta Soar; y le dijo:

«Esta es la tierra que prometí a Abrahán, a Isaac y a Jacob, diciéndoles: "Se la daré a tu descendencia. Te la he hecho ver con tus propios ojos, pero no entrarás en ella"».

Y allí murió Moisés, siervo del Señor, en Moab, como había dicho el Señor. Lo enterraron en el valle de Moab, frente a Bet Fegor; y hasta el día de hoy nadie ha conocido el lugar de su tumba. Moisés murió a la edad de ciento veinte años; no había perdido vista ni había decaído su vigor. Los israelitas lloraron a Moisés en la estepa de Moab treinta días, hasta que terminó el tiempo del duelo por Moisés.

Josué, hijo de Nun, estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés le había impuesto las manos; los israelitas le obedecieron e hicieron lo que el Señor había mandado a Moisés.

Pero ya no surgió en Israel otro profeta como Moisés, con quien el Señor trataba cara a cara; ni semejante a él en los signos y prodigios que el Señor le envió a hacer en Egipto contra el Faraón, su corte y su país; ni en la mano poderosa, en los terribles portentos que obró Moisés en presencia de todo Israel.

 

RESPONSORIO                    Sir 45, 1-3; Hch 7, 35
 
R./ Moisés fue amado por Dios y por los hombres, su memoria está envuelta en bendiciones. Lo hizo en gloria comparable a los santos. * Lo engrandeció para temor de los enemigos y por su palabra puso fin a los prodigios.
V./ A este Moisés Dios envió como jefe y libertador por mano del ángel que se le apareció en la zarza.
R./ Lo engrandeció para temor de los enemigos y por su palabra puso fin a los prodigios.
 


SEGUNDA LECTURA

De la Constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo actual, del Concilio Vaticano II (Núms 18.22)

El misterio de la muerte

El enigma de la condición humana alcanza su vértice en presencia de la muerte. El hombre no sólo es torturado por el dolor y la progresiva disolución de su cuerpo, sino también, y mucho más, por el temor de un definitivo aniquilamiento. El ser humano piensa muy certeramente cuando, guiado por un instinto de su corazón, detesta y rechaza la hipótesis de una total ruina y de una definitiva desaparición de su personalidad. La semilla de eternidad que lleva en sí, al ser irreductible a la sola materia, se subleva contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no logran acallar esta ansiedad del hombre: pues la prolongación de una longevidad biológica no puede satisfacer esa hambre de vida ulterior que, inevitablemente, lleva enraizada en su corazón.

Mientras toda imaginación fracasa ante la muerte, la Iglesia, adoctrinada por la divina revelación, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz que sobrepasa las fronteras de la mísera vida terrestre. Y la fe cristiana enseña que la misma muerte corporal, de la que el ser humano estaría libre si no hubiera cometido el pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre la salvación perdida por su culpa. Dios llamó y llama al hombre para que, en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina, se adhiera a él con toda la plenitud de su ser. Y esta victoria la consiguió Cristo resucitando a la vida y liberando al hombre de la muerte con su propia muerte. La fe, por consiguiente, apoyada en sólidas razones, está en condiciones de dar a todo hombre reflexivo la respuesta al angustioso interrogante sobre su porvenir; y, al mismo tiempo, le ofrece la posibilidad de una comunión en Cristo con los seres queridos, arrebatados por la muerte, confiriendo la esperanza de que ellos han alcanzado ya en Dios la vida verdadera.

Ciertamente, urgen al cristiano la necesidad y el deber de luchar contra el mal, a través de muchas tribulaciones, y de sufrir la muerte; pero, asociado al misterio pascual y configurado con la muerte de Cristo, podrá ir al encuentro de la resurrección robustecido por la esperanza.

Todo esto es válido no sólo para los que creen en Cristo, sino para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de un modo invisible; puesto que Cristo murió por todos y una sola es la vocación última de todos los hombres, es decir, la vocación divina, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, de un modo que sólo Dios conoce, se asocien a su misterio pascual.

Este es el gran misterio del hombre, que, para los creyentes, está iluminado por la revelación cristiana. Por consiguiente, en Cristo y por Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que, fuera de su Evangelio, nos aplasta. Cristo resucitó, venciendo a la muerte con su muerte, y nos dio la vida, de modo que, siendo hijos de Dios en el Hijo, podamos clamar en el Espíritu: «¡Abba!» (Padre).

 

RESPONSORIO                    Sal 26, 1; 22, 4
 
R./ El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? * El Señor es el refugio de mi vida, ¿de quién tendré miedo?
V./ Aunque camine por valle oscuro no temeré, porque tú vas conmigo.
R./ El Señor es el refugio de mi vida, ¿de quién tendré miedo?


 
ORACIÓN
 
Señor, Dios nuestro, que, por medio de los sacramentos, nos permites participar de los bienes de tu reino ya en nuestra vida mortal, dirígenos tú mismo en el camino de la vida, para que lleguemos a alcanzar la luz en la que habitas con tus santos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.